Sepan que el Reino de Dios está cerca

Evangelio según San Lucas 21,29-33. 

Jesús hizo a sus discípulos esta comparación: 
"Miren lo que sucede con la higuera o con cualquier otro árbol. 
Cuando comienza a echar brotes, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano. 
Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el Reino de Dios está cerca. 
Les aseguro que no pasará esta generación hasta que se cumpla todo esto. 
El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán." 

1er sermón para el Adviento

«Sepan que el Reino de Dios está cerca»

¡Señor Jesús, las gracias te sean dadas! Estamos ante ti, te esperamos. «Dentro de poco tiempo, y dentro de poco tiempo»: tú haces promesa tras promesa; y yo de una vez por todas, confió en ellas. Sin embargo, «ven y ayúdame en mi incredulidad» para que, permaneciendo allí, te espere, y te espere todavía, hasta que al fin vea lo que creo. Si, lo creo, «veré los bienes del Señor, en la tierra de la vida». 

¿Y tu hermano, lo crees? entonces «espera al Señor, sé valiente, que tu corazón se fortalezca, que espere con paciencia al Señor ». Si el Señor prescribe una larga paciencia, también promete venir pronto. Es que a veces nos forma en la paciencia, y a veces reconforta a los desalentados; asusta a los negligentes, activa a los perezosos. «Ten en cuenta que vendré pronto, y que traeré mi recompensa conmigo, para pagar a cada uno según sus obras». Y hablando a Jerusalén, agrega: «Pronto vendrá tu salvación, ¿porque dejarte consumir por el dolor?» 

Es cierto, el tiempo es corto, sobre todo para cada uno de nosotros, pese a que aparenta ser largo para quien se consume por la pena, o por el amor. Él vendrá, vendrá seguramente, ese Señor, el objeto de nuestro temor y de nuestro deseo, el reposo y la recompensa de aquellos que sufren, ternura y abrazos para aquellos que aman, la beatitud de todos, Jesucristo, Nuestro Salvador. 

(Referencias bíblicas: Jn 16:16; Mc 9:24; Sal 26:13-14; Ap 22:12; 1 Co 7:29) 

Eloy, Santo

Obispo, 1 de diciembre

Martirologio Romano: En Noyon, de Neustria, san Eloy, obispo, que siendo orfebre y consejero del rey Dagoberto, edificó monasterios y construyó monumentos a los santos con gran arte y elegancia, y más tarde fue elevado a las sedes de Noyon y Tournai, donde se dedicó con gran celo al trabajo apostólico († 660) .

Breve Biografía

El hijo de Euquerio y de Terrigia parece que desde el comienzo de su existencia estuvo bajo el signo de la predilección divina. Así lo asegura la leyenda de su vida. Despierto de inteligencia y hábil en el empleo de sus manos. Aprendiz de platero de los de antes, es decir, de los que tienen que martillear el metal para sacarle de las entrañas la figura que el artista tiene en su mente. Tanta destreza adquirió que el rey Clotario II, su hijo Dagoberto luego y su nieto Clovis II después, lo tuvieron como propio en la corte para los trabajos que en metales preciosos naturalmente necesitan los de sangre azul que viven en palacios y tienen que solventar compromisos sociales, políticos y hasta militares con sus iguales.

Pero lo que llamó poderosamente la atención de estos principales del país galo no fue sólo su arte. Eso fue el punto de arranque. Luego fue el descubrimiento de su entera personalidad profundamente honrada. Un hombre cabal. De espíritu recto. Cristiano más de obras que de nombre. Piadoso en su soledad y coherente en la vida. Prudente en las palabras y ponderado en los juicios. Un sujeto poco frecuente en sus tiempos atiborrados de violencia.

El rey Dagoberto, considerando los pros y contras, pensó que era el hombre ideal para solucionar el antiguo contencioso que tenía con el vecino conde de Bretaña, lo envió como legado y acertó en la elección por el resultado favorable que obtuvo. No es extraño que Eloy o Eligio pasara a ser solicitado como consejero de la Corona.

Aparte de sus sinceros rezos privados y del reconocimiento de su indignidad ante Dios —cosa que le dignificaban como hombre—, supo compartir con los necesitados los dineros que recibía por su trabajo. Patrocinó la abadía de Solignac, a sus expensas nacieron otros en el Lemosin y, en París, la iglesia de San Pablo.

No es sorprendente que al morir el obispo de Noyon y de Tournay, el pueblo tuviera sensibilidad para desear el desempeño de esa misión a Eloy y, menos sorprendente aún, que el rey Clovis pusiera toda su influencia al servicio de esa causa. Casi hubo que forzarle a aceptar. Ordenado sacerdote y a continuación consagrado obispo, se dedicó a su misión pastoral con el mejor de los empeños en los diecinueve años que aún el Señor le concedió de vida. Fueron frecuentes las visitas pastorales, se mostró diligente en el trato con los sacerdotes, se tiene por ejemplar su disciplina de gobierno y esforzado en la superación de las dificultades para extender el Evangelio allí donde rebrotaba la idolatría pagana o echaban raíces los vicios de los creyentes. Hasta estuvo presente en el concilio de Chalons-sur-Seine, del 644.

Este artífice de los metales nobles y de las gemas preciosas que no se dejó atrapar por la idolatría a las cosas perecederas ha sido adoptado como patrono de los orfebres, plateros, joyeros, metalúrgicos y herradores. Ojalá los que asiduamente tienen entre sus manos las joyas que tanto ambicionan los hombres sepan sentirse atraídos por los bienes que no perecen
 

Atención a los signos de mi tiempo.

Santo Evangelio según San Lucas 21,29-33. Viernes XXXIV del tiempo ordinario.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Quiero, Señor, prepararte un buen lugar en mi corazón durante este adviento. Quiero compartir contigo este rato de intimidad. Tú conoces mejor que nadie lo que soy, lo que necesito, lo que quiero, y por ello pongo todo en tus manos. Te amo y quiero amarte más. Aumenta mi fe, mi esperanza, mi amor. Permíteme entrar en tu presencia y conocerte un poco más. Tú sabes todo, Señor, sabes que te quiero.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

¡Qué importante es, Señor, descubrir tu acción en mi vida! En este pasaje invitas a los discípulos a fijarse en los signos de los tiempos que profetizas porque ellos son la señal de que está cerca tu Reino. Pero esto no es algo del pasado, en que profetizabas la destrucción de Jerusalén. Tampoco es algo sólo del final del mundo. Es una invitación actual, del aquí y del ahora.

Me invitas a descubrir, en todos los sucesos del día a día de mi vida, tu mano providente que me va dejando mensajes. Mensajes de amor, de cariño, de afecto, de ternura, de misericordia, de paciencia, de perdón, de exigencia.

Como cristiano, creo que nada en mi vida pasa por casualidad, por la fuerza de las estrellas, por el horóscopo. Los signos de mi vida no se buscan fuera de ella, sino dentro. No en el movimiento de los astros, en una baraja de cartas y todas esas cosas. Tus mensajes los descubro en la mirada de mis padres, en la sonrisa de los niños, en la conversación con un amigo, en el descanso de la noche, en la belleza del amanecer de un nuevo día que me das, en las muestras de cariño de mi cónyuge, en las responsabilidades que cumplo con dedicación.

Los cielos y la tierra pasarán pero tus palabras no, porque ellas siguen teniendo eco en todos los sucesos de mi existencia. ¡Cuán ciego soy que no sé descifrar tus mensajes en los signos de mi vida!

La vida, la salud, el trabajo, la familia, los amigos, las reuniones, los descansos, los encuentros casuales…en todo ello me dejas un mensaje que quieres que yo reciba y asimile. Dame, Señor, un espíritu sobrenatural que me permita contemplarte presente y actuando en mi vida. Que en este adviento de preparación a tu venida, mi actuar cotidiano sea la mejor preparación para la navidad.

Muchos esperan todavía conocer a Jesús, único Redentor del hombre, y no pocas situaciones de injusticia y malestar moral y material interpelan a los creyentes. Una misión tan urgente requiere una conversión personal y comunitaria. Sólo los corazones plenamente abiertos a la acción de la gracia son capaces de interpretar los signos de los tiempos y de recibir el llamamiento de la humanidad necesitada de esperanza y paz.

(Homilía de S.S. Francisco, 18 de febrero de 2017).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

En la noche agradeceré a Dios todo lo bueno, y lo no tan bueno, que me ha pasado en este día.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Virtudes necesarias para la espiritualidad moderna

Discernir los signos de los tiempos es el pedido incesante que la Iglesia militante lanza al Cielo en cada oración

Discernir los signos de los tiempos es el pedido incesante que la Iglesia militante lanza al Cielo en cada oración. ¿Qué significa discernir? Significa distinguir y diferencias correctamente una cosa de otra, lo bueno y lo malo, lo apropiado y lo impropio, lo conveniente y lo desastroso. En otras palabras, tener esa agudeza de espíritu que caracteriza las grandes almas en los momentos cruciales de la vida y de la historia. 

Esto implica un arduo trabajo para cada tiempo, ya que como una persona requiere mayor o menor énfasis en virtudes distintas en etapas diferentes de su vida, así el Cuerpo Místico de Cristo requiere de esa fuerza en virtudes particulares según los tiempos que vive.

La perseverancia en los tres grandes amores del católico -la Sagrada Eucaristía, la Santísima Virgen y el Papado- nos exige, por unión a la Santa Iglesia, vivir esas virtudes según requiere y nos demanda la esposa de Cristo. Y ese discernimiento nos compete a todos los católicos según nuestro deber de estado.

Luego, la lógica nos indica que habrían virtudes para todos los tiempos y otras particulares según los tiempos. Una de las eternas virtudes que nos demanda un buen servicio al Papado y a la Iglesia universal es el discernimiento. Más aún cuando Satanás intenta por todos los medios confundir a los fieles con falsas apariciones y con brotes de rebelión por todas partes. Fátima nos dirá que incluso Dios no ahorrará, en estos tiempos de prueba, rebeliones "dentro de la casa".

Por lo tanto, esta virtud de base será el discernir, es esa rara capacidad de distinguir, como decíamos, una cosa de otra, pero siempre iluminados por la Palabra Eterna, con amor a la Verdad y no al juicio propio e invariablemente según lo que la Tradición y las Sagradas Escrituras nos enseñan durante siglos.

Lo que decíamos arriba hace nacer una inquietud: ¿qué virtudes, entonces, serán las más apropiadas para los tormentosos días que vivimos?

La lista sería muy larga si las afrontamos desde los diferentes deberes de estado. Pero se nos facilita la tarea si las comprendemos en genérico, es decir, aplicadas a todo y a cualquier católico no importando dónde se encuentre ni que estado viva.

Podríamos comenzar con la Prudencia, que nos indica el camino más adecuado para procurar el Bien. No es la prudencia humana, esa suerte de mediocridad mundana que llama "prudencia" al apocamiento de espíritu, a la timidez pacata, a la debilidad de alma que termina en inacción. La prudencia verdadera discierne frente a las situaciones, mira el Bien perfecto, procura los medios necesarios y actúa según estas reglas doradas.

Otra virtud sumamente necesaria en estos tiempos es el sentido de Justicia. No esa justicia mundana que se rige mas bien por los sentimientos humanos y por un igualitarismo recalcitrante o un libertinaje escandaloso. Aquí hablamos del sentido de Justicia que exige el triunfo del bien y el castigo del mal, que sufre la impunidad del pecado y la persecución a la virtud. Es una justicia que no se deja llevar por los vaivenes de la opinión de los medios de comunicación y del populacho, porque se basa en los principios eternos de Bien explicados tan bellamente a lo largo de los Libros Santos y de la enseñanza dos veces milenaria de la Santa Iglesia.

Este sentido de Justicia, digámoslo claramente, exige el odio al mal. Nadie puede decir que ama la justicia si no odia al mal, como mentiría quien dice amar la verdad y no odia la mentira. Es una cosa simple: quien no odia, ama, porque la indiferencia es una forma de permisión amorosa al vicio. No se trata de un odio visceral, sentimental y vicioso como el que los ángeles caídos promueven. Se trata de un santo odio como el que San Miguel tuvo para con Satanás y los ángeles rebeldes en el momento de tomar la defensa de Dios y combatirlo hasta precipitarlo en el infierno, mientras los ángeles indiferentes fueron condenados a poblar, como demonios, los aires. Éste es mismo santo odio que tuvo la Santísima Virgen al consentir la Encarnación y la Muerte de Su Hijo y del que Su profeta Elías participó tan bellamente. La justicia es un acto de amor tan puro como puro es el Dios de justicia y misericordia que nos recibirá ante Su trono el Juicio Final.

La Templanza es, en medio de las babeles contemporáneas, el escudo protector de toda virtud, ya que no se confunde con la sequedad espiritual calvinista que ve en cada placer un pecado y en cada gozo un deleite perverso. La templanza auténtica es lo mismo que se dice de una espada templada. Esas espadas, como las de la noble Toledo hispana, tienen la particularidad de poder doblarse muchísimo sin quebrarse, pueden inclinarse hasta extremos que el resto de estas armas no pueden, Y son durísimas hasta cortar en dos las hojas de las espadas enemigas.

Por eso la templanza será siempre la virtud que nos permite disfrutar de todos los placeres lícitos con un espíritu de libertad tal que no nos dominen nunca bajo la esclavitud del vicio. Porque el vicio, recordémoslo bien, es el hábito constante del mal. No se trata de un pecado puntual y particular, sino la reiteración del mismo hasta hacernos esclavos de él. Cuesta mucho ser buen cristiano hoy. Y la templanza es la virtud -hábito constante de Bien- que nos permitirá resistir las tentaciones esclavizantes de las sociedades en que nos ha tocado sobrevivir. Gozaremos, entonces, de un perfecto dominio de nosotros mismos: un dominio tal que nos hace libres con una libertad desconocida para el mundo

Hay dos virtudes poco comentadas pero muy necesarias: largueza y longanimidad. La Largueza es el espíritu de generosidad particularmente cristiano. Es esa apertura al bien que nada reserva para sí porque no nos tenemos a nosotros mismos como fin (o nuestras inclinaciones meramente humanas), sino al Bien mismo, a Dios y a Su Iglesia, al prójimo por amor al Creador. Todo recurso interno y externo están para eso: para hacer el Bien en esta tierra mientras caminamos a la Patria definitiva, la Jerusalén celestial.

La Longanimidad, por su parte, nos dispone a no medir nuestros propios intereses en las acciones sino que pone lo más perfecto, noble, sublime y virtuoso como fin. Nos arranca de la mediocridad egoísta moderna y nos predispone a grandes hazañas, a aventuras heroicas, a la abnegación de nosotros mismos procurando el Reino de Dios en la Tierra. Son los principios del Padre Nuestro encarnados como ideales de vida terrena.

Cuando ilustramos en estas virtudes necesarias no podemos olvidar el sentido de Fidelidad a Dios y a la Iglesia, que nos llama a despreciar nuestros temores al ridículo, a la persecución o a la calumnia; el sentido de perfección que rechaza todo lo feo, ruin, poco armonioso, destemplado, etc, para exigirse a uno mismo y al mundo entero sólo lo mejor, más perfecto, santo, puro y bueno, como reflejos del Creador que es cada cosa en el Universo; el sentido de Jerarquía, que comprende como mal el igualitarismo asfixiante moderno y desea, con Santo Tomás, que Dios se refleje de la mayor cantidad de formas posibles en la Tierra y que estas diferencias se ordenen en desigualdades para elevar nuestros espíritus en esta escala metafísica hasta las perfecciones puras del Creador; el sentido de nobleza, como viendo en cada cristiano un Hijo adoptivo del Rey de reyes y por lo tanto llamado a representarle en todo ante los hombres y a comportarse como tal y como se espera de tal.

Probablemente deberíamos continuar con muchas más virtudes –como lo haremos en el futuro– a fin de ir formando en nosotros ese Reino que pedimos cada día en el Padre Nuestro.

Lamentablemente en este espacio no podemos desarrollar, como querríamos, las consecuencias de cada virtud, ya que cada una daría lugar a todo un libro, pero prometemos volver sobre estos temas en los números siguientes.

Y es que las virtudes modernas ya fueron trazadas con líneas de fuego y misericordia en los gloriosos sucesos de Fátima. Imitar a la Santísima Virgen, Corredentora Universal, es practicar estas virtudes que el Cielo nos propone en estos tiempos particularmente marianos. Conversión de vida, penitencia, reparación y oración nos pedía ya en 1917. Sigamos sus ejemplos, vivamos sus virtudes.

Bangladesh: “El pueblo de Dios sostiene a los sacerdotes con la oración”

100.000 personas han participado en la Misa

(ZENIT – 1 Dic. 2017).- El quinto día del viaje apostólico del Papa Francisco a Myanmar y Bangladesh ha comenzado con la Ordenación sacerdotal de 16 jóvenes candidatos de Bangladesh.

La multitudinaria Misa se ha celebrado en el parque ‘Suhrawardy Udyan’, en Dakha, capital del país. La ceremonia ha comenzado a las 10 hora local (5 h. en Roma), el Santo Padre se ha trasladado en coche esde l

 a Nunciatura Apostólica.

Dakha es una de las capitales más grandes del mundo, cuenta con 18 millones de habitantes y antes de esta Ordenación, solo tenía 360 sacerdotes –dato de la radio española COPE–. Es una nación con 375.000 católicos, siendo el cuarto país con más musulmanes del mundo.

Se calcula que han asistido 100.000 personas a esta histórica celebración. El altar ha hecho con cañas de bambú, indicador de la pobreza y sencillez del pueblo bangladesí.

Se podía apreciar el precioso abanico de los vivos colores de los saris de las mujeres y de los trajes típicos de este país asiático, que junto a los preciosos cantos de corte bengalí aportaba alegría y luz a la ceremonia.

Ordenación sacerdotal

Antes de la homilía, el Cardenal Patrick D´Rozario, Arzobispo de Dakha, ha presentado al Papa y al pueblo de Dios, uno por uno, a los 16 diáconos (ahora sacerdotes).

Luego, el Santo Padre ha continuado con el rito de la Ordenación, y los candidatos al sacerdocio han prometido uno a uno ante el Arzobispo Mons. D´Rozario “respeto y obediencia” al él y a sus sucesores.

Después, se han tumbado boca abajo ante el Sagrario, mientras el Papa, los obispos y todos los presentes rezaban a por ellos cantando, con el típico rito oriental.

Al terminar, se han levantado y el Santo Padre ha impuesto sus manos sobre cada uno de ellos, como signo de “misericordia, perdón y salvación”, como hizo Jesucristo con los apóstoles, y a continuación, todos los sacerdotes presentes han impuesto sus manos sobre ellos.

Finalmente, los 16 jóvenes han sido revestidos por sus padrinos de Ordenación, necesariamente sacerdotes, y arrodillándose uno a uno ante el Vicario de Cristo, han sido ordenados sacerdotes por el Pontífice.

Los 16 nuevos sacerdotes para la Iglesia de Bangladesh han abrazado al Santo Padre Francisco, y los sacerdotes también han pasado uno a uno a felicitarlos, besando sus manos.

“Gracias por vuestra generosidad”

Al terminar la homilía, pronunciada en italiano, el Papa Francisco ha dirigido unas palabras improvisadas a los miles de fieles allí presentes: “Los que habéis venido a esta gran fiesta de Dios que es la ordenación de estos sacerdotes. Muchos venís desde lejos, en viajes de dos días. Gracias por vuestra generosidad”.

“Esto indica el amor que tenéis por la Iglesia –ha dicho el Santo Padre– el amor que tenéis por Jesucristo. ¡Muchas gracias! Gracias por vuestra generosidad. Gracias por vuestra fidelidad. Continuad hacia adelante”.

“Y, os lo pido, rezad siempre por vuestros sacerdotes, especialmente por estos que hoy recibirán el Sacramento del Orden. El pueblo de Dios sostiene a los sacerdotes con la oración, y vuestra responsabilidad es sostener a los sacerdotes”, ha asegurado Francisco.

“Alguno de vosotros podrá preguntarme: ‘¿Cómo se hace para sostener a los sacerdote?’ Fiaros de vuestra generosidad. El corazón os dirá cómo hacerlo. Pero el primer sustento del sacerdote es la oración. El Pueblo de Dios, que sois vosotros, sostiene a los sacerdotes con la oración”.

“No dejéis de rezar por vuestros sacerdotes. Yo sé que lo haréis. Muchas gracias, y ahora, continuamos el rito de la ordenación de esto diáconos”, concluyó el Papa. 

Agradecimiento del Card. D´Rozario

Al término de la Misa, el Cardenal Mons. Patrick D´Rozario, Arzobispo de Dhaka, se ha dirigido al Santo Padre para agradecer su visita y su implicación en el país.

Antes de abandonar el recinto, fuera de la Sacristía, el Papa Francisco dio la bienvenida brevemente a los cardenales y obispos de la Región y luego regresó a la Nunciatura.

El origen histórico del Adviento

Para nosotros el Adviento debe prepararnos para la celebración de venida del Señor. tanto en lo referente a su nacimiento cuanto a su venida gloriosa al final de los tiempos.

El Adviento es un tiempo litúrgico preparatorio a la Navidad, que busca disponernos a vivir intensamente la espera por la venida del Señor. ¿Pero cuándo se empezó a dar? Vamos a tratar de explicar un poco su origen y los inicios.

No se tiene una fecha exacta de cuándo empezó a celebrarse el Adviento, pues en su inicio no fue concebido como una celebración preparatoria consciente, ni fue algo universal, sino que se fue acentuando poco a poco en el discernimiento de preparar la celebración de venida del Señor. ¿Pero cuál venida? Aquí se plantean dos posiciones: una espera a su nacimiento, lo que sería una especie de adviento para la Navidad, y otro respecto a su venida gloriosa, que sería de carácter escatológico[1].

Para nosotros como cristianos, el Adviento debe representar ambas posiciones, pues por un lado recordamos el hecho histórico de su venida, pero eso mismo debe disponer nuestro corazón para acoger el mensaje que anuncia su venida gloriosa. Nosotros en Adviento nos preparamos para una venida de Cristo, que debe ser permanente, acogiendo al Señor cada día, para que su gracia nos transforme con su venida. Bien diría Benedicto XVI en una homilía de Adviento:

Los cristianos adoptaron la palabra "Adviento" para expresar su relación con Jesucristo: Jesús es el Rey, que ha entrado en esta pobre "provincia" denominada tierra para visitar a todos; invita a participar en la fiesta de su Adviento a todos los que creen en él, a todos los que creen en su presencia en la asamblea litúrgica. Con la palabra adventus se quería decir substancialmente: Dios está aquí, no se ha retirado del mundo, no nos ha dejado solos. Aunque no podamos verlo o tocarlo, como sucede con las realidades sensibles, él está aquí y viene a visitarnos de múltiples maneras[2].

Precisamente por ser la Navidad, una celebración de su nacimiento, el Adviento como preparación es algo que surge posterior a la celebración de la Navidad misma[3]. Incluso, en los Padres de la Iglesia que se toman como referencia para encontrarle raíces al Adviento, no se puede afirmar que lo hagan de forma explícita sino sólo indicios de un llamado a tomar conciencia de lo que pronto se va a vivir. Ese es el caso de San Máximo de Turín, padre del cual nos quedan dos sermones alusivos a los días previos a la Navidad. En el Sermón 61 por ejemplo nos expresa:

Hermanos, aunque yo callara, el tiempo nos advierte que la Navidad de Cristo, el Señor, está cerca, pues la misma brevedad de los días se adelanta a mi predicación. El mundo con sus mismas angustias nos está indicando la inminencia de algo que lo mejorará, y desea, con impaciente espera, que el resplandor de un sol más espléndido ilumine sus tinieblas…

Hagamos también nosotros lo que acostumbra a hacer el mundo: como en ese día el mundo empieza a incrementar la duración de su luz, también nosotros ensanchemos las lindes de nuestra justicia; y al igual que la claridad de ese día es común a ricos y pobres, sea también una nuestra liberalidad para con los indigentes y peregrinos; y del mismo modo que el mundo comienza en esa fecha a disminuir la oscuridad de sus noches, amputemos nosotros las tinieblas de nuestra avaricia.

Estando, hermanos, a punto de celebrar la Navidad del Señor, vistámonos con puras y nítidas vestiduras. Hablo de las vestiduras del alma, no del cuerpo. Adornémonos no con vestidos de seda, sino con obras preciosas. Los vestidos suntuosos pueden cubrir los miembros, pero son incapaces de adornar la conciencia, si bien es cierto que ir impecablemente vestido mientras se procede con sentimientos corrompidos es vergüenza mucho más odiosa. Por tanto, adornemos antes el afecto del hombre interior, para que el vestido del hombre exterior esté igualmente adornado; limpiemos las manchas espirituales, para que nuestros vestidos sean resplandecientes[4].

De este sermón podemos resaltar que si bien no se trata de una alusión directa al Adviento, sí nos lleva air preparando nuestra vida interior a la celebración del Nacimiento de Cristo.

Otro texto que es importante resaltar, y podríamos decir que la mención más antigua de un tipo de preparación es uno de los cánones del Concilio de Zaragoza, en el año 380 d.C, que expresa el precepto de asistir a la Iglesia sin falta en los días previos a la Epifanía:IV. Que ninguno falte a la iglesia en las tres semanas que preceden a la Epifanía.

Además ley: En los veintiún días que hay entre el 17 de diciembre hasta la Epifanía que es el 6 de enero, no se ausente nadie de la iglesia durante todo el día, ni se oculte en su casa, ni se marche a su hacienda, ni se dirija a los montes ni ande descalzo, sino que asista a la iglesia. Y los admitidos que no hicieren así, sean anatematizados para siempre. Todos los obispos dijeron: Sea anatema[5] 

Tanto la cita del concilio de Zaragoza en el siglo IV, como la de San Máximo en el siglo V no logran probar una celebración como tal del Adviento, pero sí van mostrando la conciencia que toman los cristianos, de prepararse como debe ser para vivir el Nacimiento de Cristo.

Posteriormente en el siglo VI, el Concilio de Tours sigue mostrando la observancia de un ayuno para los monjes desde el primero de diciembre hasta Navidad, todos los días[6]. Esto indica que tenían la concepción de ver los días previos a la Navidad de forma penitencial, y es por ello que el tiempo de Adviento utiliza el color morado en tres de las cuatro semanas. 

Ya hemos mencionado a San Martín, y ese nombre será clave para el paulatino desarrollo del tiempo de adviento con carácter penitencial, pues se cuenta que San Perpetuo de Tours en el siglo V, ordenó en su diócesis, tres días de ayuno por semana desde la fiesta de San Martín (11 de noviembre) hasta la Navidad, algo que nos menciona San Gregorio de Tours en su obra titulada Historia de los Francos, quien fuera posterior en la sede a San Martín de Tours[7]. Este tiempo era como una segunda cuaresma y por eso recibió el nombre de la Cuaresma de San Martín, y así fue pasando a otros países[8].

Este tiempo de carácter cuaresmal, preparatorio, tuvo diversa duración en distintas partes. Mientras en Milán y en las iglesias de España duraba seis semanas, en Roma se dejó en cuatro semanas, tal como lo tenemos hoy día, que fue la norma seguida por el resto de Iglesias con el tiempo. Esas cuatro semanas comprendían las anteriores a la misma celebración de Navidad. 

La Liturgia mostró en su práctica, la fuerte herencia que Cuaresma le dejó al Adviento, por ejemplo se generalizó el uso del color negro en los ornamentos sacerdotales (más tarde, se pasó al morado), los diáconos no vestían dalmáticas, sino planetas y se eliminaron los cantos del Gloria, el Te Deum y el Ite missa est, así como el sonido de los instrumentos musicales. También se prohibió la celebración de las bodas solemnes. Después del rezo del Oficio Divino, estaban prescritas algunas oraciones de rodillas. En algunos lugares, para asemejarlo todavía más con la Cuaresma, en los últimos días de Adviento se cubrían con velos las imágenes y altares, igual que en el tiempo de Pasión. Durante siglos, el himno más usado en las Misas y en el Oficio fue el Rorate coeli desuper, et nubes pluant iustum (Is 45,8), con las estrofas penitenciales que piden perdón por los pecados[9]. 

Los sacramentarios, textos litúrgicos que contenían los textos que debía recitar el sacerdote u obispo en la celebración de la Misa o los sacramentos, nos dejan alguna evidencia de la evolución que tuvo el tiempo de Adviento. Por ejemplo, el sacramentario gelasiano, que data del siglo V, supone que más que una preparación previa a la Navidad, la palabra Adventus designaba un recuerdo de la Parusía (segunda venida), el que sería su contenido original. En el sacramentario gelasiano, el tiempo de Adviento estaba conformado por cinco semanas previas a Navidad.

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