Juan era la lámpara que arde e ilumina

Evangelio según San Mateo 11,11-15. 

Jesús dijo a la multitud: 

"Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él. 

Desde la época de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos es combatido violentamente, y los violentos intentan arrebatarlo. 

Porque todos los Profetas, lo mismo que la Ley, han profetizado hasta Juan. 

Y si ustedes quieren creerme, él es aquel Elías que debe volver. 

¡El que tenga oídos, que oiga!" 

San Juan de la Cruz

San Juan de la Cruz, presbítero y doctor de la Iglesia

Memoria de san Juan de la Cruz, presbítero de la Orden de los Carmelitas y doctor de la Iglesia, el cual, por consejo de santa Teresa, fue el primero de los hermanos que emprendió la reforma de la Orden, empeño que sostuvo con muchos trabajos, obras y duras tribulaciones, y, como lo demuestra en sus escritos, «buscando una vida escondida en Cristo y quemado por la llama de su amor, subió al monte de Dios por la noche oscura». Descansando finalmente en el Señor, en Úbeda, lugar de la provincia española de Jaén.

Gonzalo de Yepes pertenecía a una buena familia de Toledo, pero como se casó con una joven de clase inferior, fue desheredado por sus padres y tuvo que ganarse la vida como tejedor de seda. A la muerte de Gonzalo, su esposa, Catalina Álvarez, quedó en la miseria y con tres hijos. Juan, que era el menor, nació en Fontiveros, en Castilla la vieja, en 1542. Asistió a una escuela de niños pobres en Medina del Campo y empezó a aprender el oficio de tejedor, pero como no tenía aptitudes, entró más tarde a trabajar como criado del director del hospital de Medina del Campo. Así pasó siete años. Al mismo tiempo que continuaba sus estudios en el colegio de los jesuitas, practicaba rudas mortificaciones corporales. A los veintiún años, tomó el hábito en el convento de los carmelitas de Medina del Campo. Su nombre de religión era Juan de San Matías. Después de hacer la profesión, pidió y obtuvo permiso para observar la regla original del Carmelo, sin hacer uso de las mitigaciones que varios Pontífices habían aprobado y eran entonces cosa común en todos los conventos. San Juan hubiese querido ser hermano lego, pero sus superiores no se lo permitieron. Tras haber hecho con éxito sus estudios de teología, fue ordenado sacerdote en 1567. Las gracias que recibió con el sacerdocio le encendieron en deseos de mayor retiro, de suerte que llegó a pensar en ingresar en la Cartuja.

Santa Teresa fundaba por entonces los conventos de la rama reformada de las carmelitas. Cuando oyó hablar del hermano Juan, en Medina del Campo, la santa se entrevistó con él, quedó admirada de su espíritu religioso y le dijo que Dios le llamaba a santificarse en la orden de Nuestra Señora del Carmen. También le refirió que el prior general le había dado permiso de fundar dos conventos reformados para hombres y que él debía ser su primer instrumento en esa gran empresa. Poco después, se llevó a cabo la fundación del primer convento de carmelitas descalzos, en una ruinosa casa de Duruelo. San Juan entró en aquel nuevo Belén con perfecto espíritu de sacrificio.

Unos dos meses después, se le unieron otros dos frailes. Los tres renovaron la profesión el domingo de Adviento de 1568, y nuestro santo tomó el nombre de Juan de la Cruz. Fue una elección profética. Poco a poco se extendió la fama de ese oscuro convento, de suerte que Santa Teresa pudo fundar al poco tiempo otro en Pastrana y un tercero en Mancera, a donde trasladó a los frailes de Duruelo. En 1570, se inauguró el convento de Alcalá, que era a la vez colegio de la Universidad; san Juan fue nombrado rector. Con su ejemplo, supo inspirar a sus religiosos el espíritu de soledad, humildad y mortificación. Pero Dios, que quería purificar su corazón de toda debilidad y apego humanos, le sometió a las más severas pruebas interiores y exteriores. Después de haber gozado de las delicias de la contemplación, san Juan se vio privado de toda devoción sensible. A ese período de sequedad espiritual se añadieron la turbación, los escrúpulos y la repugnancia por los ejercicios espirituales. En tanto que el demonio le atacaba con violentas tentaciones, los hombres le perseguían con calumnias. La prueba más terrible fue sin duda la de los escrúpulos y desolación interior, que el santo describe en «La Noche Oscura del Alma». A esto siguió un período todavía más penoso de oscuridad, sufrimiento espiritual y tentaciones, de suerte que san Juan se sentía como abandonado por Dios.

Pero la inundación de luz y amor divinos que sucedió a esta prueba, fue el mejor premio de la paciencia con que la había soportado el siervo de Dios. En cierta ocasión, una mujer muy atractiva tentó descaradamente a san Juan. En vez de emplear el tizón ardiente, como lo había hecho santo Tomás de Aquino en una ocasión semejante, Juan se valió de palabras suaves para hacer comprender a la pecadora su triste estado. El mismo método empleó en otra ocasión, aunque en circunstancias diferentes, para hacer entrar en razón a una dama de temperamento tan violento, que el pueblo le había dado el apodo de «Roberto el diablo».

En 1571, Santa Teresa asumió por obediencia el oficio de superiora en el convento no reformado de la Encarnación de Avila y llamó a su lado a san Juan de la Cruz para que fuese su director espiritual y su confesor. La santa escribió a su hermana: «Está obrando maravillas aquí. El pueblo le tiene por santo. En mi opinión, lo es y lo ha sido siempre». Tanto Ios religiosos como los laicos buscaban a san Juan, y Dios confirmó su ministerio con milagros evidentes. Entre tanto, surgían graves dificultades entre los carmelitas descalzos y los mitigados. Aunque el superior general había autorizado a santa Teresa a emprender la reforma, los frailes antiguos la consideraban como una rebelión contra la orden; por otra parte, debe reconocerse que algunos de los descalzos carecían de tacto y exageraban sus poderes y derechos. Como si eso fuera poco, el prior general, el capítulo general y los nuncios papales, daban órdenes contradictorias.

Finalmente, en 1577, el provincial de Castilla mandó a san Juan que retornase al convento de Medina del Campo. El santo se negó a ello, alegando que había sido destinado a Ávila por el nuncio del papa. Entonces el provincial envió un grupo de hombres armados, que irrumpieron en el convento de Ávila y se llevaron a san Juan por la fuerza. Sabiendo que el pueblo de Ávila profesaba gran veneración al santo, le trasladaron a Toledo. Como Juan se rehusase a abandonar la reforma, le encerraron en una estrecha y oscura celda y le maltrataron increíblemente. Ello demuestra cuán poco había penetrado el espíritu de Jesucristo en aquellos que profesaban seguirlo. La celda de san Juan tenía unos tres metros de largo por dos de ancho. La única ventana era tan pequeña y estaba tan alta, que el santo, para leer el oficio, tenía que ponerse de pie sobre un banquillo. Por orden de Jerónimo Tostado, vicario general de los carmelitas de España y consultor de la Inquisición, se le golpeó tan brutalmente, que conservó las cicatrices hasta la muerte. Lo que sufrió entonces san Juan coincide exactamente con las penas que describe santa Teresa en la «Sexta Morada»: insultos, calumnias, dolores físicos, angustia espiritual y tentaciones de ceder. Más tarde dijo: «No os extrañe que ame yo mucho el sufrimiento. Dios me dio una idea de su gran valor cuando estuve preso en Toledo». Los primeros poemas de san Juan que son como una voz que clama en el desierto, reflejan su estado de ánimo:

¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido.

El prior Maldonado penetró la víspera de la Asunción en aquella celda que despedía un olor pestilente bajo el tórrido calor del verano y dio un puntapié al santo, que se hallaba recostado, para anunciarle su visita. San Juan le pidió perdón, pues la debilidad le había impedido levantarse en cuanto lo vio entrar.


-Parecíais absorto. ¿En qué pensábais? -le dijo Maldonado.
-Pensaba yo en que mañana es fiesta de Nuestra Señora y sería una gran felicidad poder celebrar la misa -replicó Juan.
-No lo haréis mientras yo sea superior -repuso Maldonado.

En la noche del día de la Asunción, la Santísima Virgen se apareció a su afligido siervo, y le dijo: «Sé paciente, hijo mío; pronto terminará esta prueba». Algunos días más tarde se le apareció de nuevo y le mostró, en visión, una ventana que daba sobre el Tajo: «Por allí saldrás y yo te ayudaré». En efecto, a los nueve meses de prisión, se concedió al santo la gracia de hacer unos minutos de ejercicio. Juan recorrió el edificio en busca de la ventana que había visto. En cuanto la hubo reconocido, volvió a su celda. Para entonces ya había comenzado a aflojar las bisagras de la puerta. Esa misma noche consiguió abrir la puerta y se descolgó por una cuerda que había fabricado con sábanas y vestidos. Los dos frailes que dormían cerca de la ventana no le vieron. Como la cuerda era demasiado corta, San Juan tuvo que dejarse caer a lo largo de la muralla hasta la orilla del río, aunque felizmente no se hizo daño. Inmediatamente, siguió a un perro que se metió en un patio. En esa forma consiguió escapar. Dadas las circunstancias, su fuga fue casi un milagro.

El santo se dirigió primero al convento reformado de Beas de Segura y después pasó a la ermita cercana de Monte Calvario. En 1579, fue nombrado superior del colegio de Baeza y, en 1581, fue elegido superior de Los Mártires, en las cercanías de Granada. Aunque era el fundador y jefe espiritual de los carmelitas descalzos, en esa época participó poco en las negociaciones y sucesos que culminaron con el establecimiento de la provincia separada de Los Descalzos, en 1580. En cambio, se consagró a escribir las obras que han hecho de él un doctor de teología mística en la Iglesia.

La doctrina de san Juan es plenamente fiel a la tradición antigua: el fin del hombre en la tierra es alcanzar la perfección de la caridad y elevarse a la dignidad de hijo de Dios por el amor; la contemplación no es por sí misma un fin, sino que debe conducir al amor y a la unión con Dios por el amor y, en último término, debe llevar a la experiencia de esa unión a la que todo está ordenado. «No hay trabajo mejor ni más necesario que el amor», dice el santo. «Hemos sido hechos para el amor», «el único instrumento del que Dios se sirve es el amor», «así como el Padre y el Hijo están unidos por el amor, así el amor es el lazo de unión del alma con Dios». El amor lleva a las alturas de la contemplación, pero como el amor es producto de la fe, que es el único puente que puede salvar el abismo que separa a nuestra inteligencia de la infinitud de Dios, la fe ardiente y vívida es el principio de la experiencia mística. San Juan no se cansó nunca de inculcar esa doctrina tradicional con su estilo maravilloso y sus ardientes palabras.

Sin embargo, el santo era hijo de su tiempo, como lo muestra un dibujo que hizo como proyecto para una «crucifixión», y que se conserva en el convento de Avila. En algunos casos las mortificaciones que practicaba rayaban en la exageración. Por ejemplo, sólo dormía unas dos o tres horas y pasaba el resto de la noche orando ante el Santísimo Sacramento. Solía pedir a Dios tres cosas: que no dejase pasar un solo día de su vida sin enviarle sufrimientos, que no le dejase morir en el cargo de superior y que le permitiese morir en la humillación y el desprecio. Con su confianza en Dios (llamaba a la divina Providencia el patrimonio de los pobres), obtuvo milagrosamente en algunos casos provisiones para sus monasterios. Con frecuencia estaba tan absorto en Dios, que debía hacerse violencia para atender los asuntos temporales. Su amor de Dios hacía que su rostro brillase en muchas ocasiones, sobre todo al volver de celebrar la misa. Su corazón era como una ascua ardiente en su pecho, hasta el punto de que llegaba a quemarle la piel. Su experiencia en las cosas espirituales, a la que se añadía la luz del Espíritu Santo, hacían de él un consumado maestro en materia de discreción de espíritus, de modo que no era fácil engañarle diciéndole que algo procedía de Dios.

Después de la muerte de santa Teresa, ocurrida en 1582, se hizo cada vez más pronunciada una división entre los descalzos. San Juan apoyaba la política de moderación del provincial, Jerónimo de Castro, en tanto que el P. Nicolás Doria, que era muy extremo, pretendía independizar absolutamente a los descalzos de la otra rama de la orden. El P. Nicolás fue elegido provincial, y el capítulo general nombró a san Juan vicario de Andalucía. El santo se consagró a corregir ciertos abusos, especialmente los que procedían del hecho de que los frailes tuviesen que salir del monasterio a predicar. El santo opinaba que la vocación de los descalzos era esencialmente contemplativa. Ello provocó la oposición contra él. San Juan fundó varios conventos y, al expirar su período de vicario, fue nombrado superior de Granada. Entre tanto, la idea del P. Nicolás había ganado mucho terreno y el capítulo general que se reunió en Madrid en 1588, obtuvo de la Santa Sede un breve que autorizaba una separación aún más pronunciada entre los descalzos y los mitigados. A pesar de las protestas de algunos, se privó al venerable P. Jerónimo Gracián de toda autoridad y se nombró vicario general al P. Doria. La provincia se dividió en seis regiones, cada una de las cuales nombró a un consultor para ayudar al P. Gracián en el gobierno de la congregación. San Juan fue uno de los consultores. La innovación produjo grave descontento, sobre todo entre las religiosas. La venerable Ana de Jesús, que era entonces superiora del convento de Madrid, obtuvo de la Santa Sede un breve de confirmación de las constituciones, sin consultar el asunto con el vicario general. Finalmente, se llegó a un compromiso en ese asunto. Sin embargo, en el capítulo general de Pentecostés de 1591, san Juan habló en defensa del P. Gracián y de las religiosas. El P. Doria, que siempre había creído que el santo estaba aliado con sus enemigos, aprovechó la ocasión para privarle de todos sus cargos y le envió como simple fraile al remoto convento de La Peñuela. Allí pasó san Juan algunos meses, entregado a la meditación y la oración en las montañas, «porque tengo menos materia de confesión cuando estoy entre las peñas que cuando estoy entre los hombres».

Pero no todos estaban dispuestos a dejar en paz al santo, ni siquiera en aquel rincón perdido. Siendo vicario provincial, san Juan, durante la visita del convento de Sevilla, había llamado al orden a dos frailes y había restringido sus licencias de salir a predicar. Por entonces, los dos frailes se sometieron, pero su consultor de la congregación recorrió toda la provincia tomando informes sobre la vida y conducta de san Juan, lanzando acusaciones contra él y afirmando que tenía pruebas suficientes para hacerle expulsar de la Orden. Muchos de los frailes traicionaron la amistad del santo, temerosos de verse comprometidos, y quemaron sus cartas para no caer en desgracia. En medio de esa tempestad san Juan cayó enfermo. El provincial le mandó salir del convento de Peñuela y le dio a escoger entre el de Baeza y el de Ubeda. El primero de esos conventos estaba mejor provisto y tenía por superior a un amigo del santo. En el otro era superior el P. Francisco, a quien san Juan había corregido junto con el P. Diego. Ese fue el convento que escogió. La fatiga del viaje empeoró su estado y le hizo sufrir mucho. Con gran paciencia, se sometió a varias operaciones. El indigno superior le trató inhumanamente, prohibió a los frailes que le visitasen, cambió al enfermero porque le atendía con cariño, sólo le permitía comer los alimentos ordinarios y ni siquiera le daba los que le enviaban algunas personas de fuera. Cuando el provincial fue a Úbeda y se enteró de la situación, hizo cuanto pudo por san Juan y reprendió tan severamente al P. Francisco, que éste abrió los ojos y se arrepintió. Después de tres meses de sufrimientos muy agudos, el santo falleció el 14 de diciembre de 1591. Para entonces, no se había disipado todavía la tempestad que la ambición del P. Nicolás y el espíritu de venganza del P. Diego habían provocado contra él en la congregación de la que había sido cofundador y cuya vida había sido el primero en llevar.

La muerte del santo trajo consigo la revalorización de su vida, y tanto el clero como los fieles acudieron en masa a sus funerales. Sus restos fueron trasladados a Segovia, pues en dicho convento había sido superior por última vez. Fue canonizado en 1726. San Juan de la Cruz no fue un sabio, si se le compara con otros doctores. Pero santa Teresa veía en él un alma muy pura, a la que Dios había comunicado grandes tesoros de luz y cuya inteligencia había sido enriquecida por el cielo. Los escritos del santo justifican plenamente este juicio de santa Teresa, particularmente los poemas de la «Subida al Monte Carmelo», la «Noche Oscura del Alma», la «Llama Viva de Amor» y el «Cántico Espiritual», con sus respectivos comentarios. Así lo reconoció la Iglesia en 1926, al proclamar a san Juan de la Cruz Doctor de la Iglesia por sus obras místicas. La doctrina de san Juan se resume en el amor del sufrimiento y el completo abandono del alma en Dios. Ello le hizo muy duro consigo mismo; en cambio, con los otros era bueno, amable y condescendiente. Por otra parte, el santo no ignoraba ni temía las cosas materiales, puesto que dijo: «Las cosas naturales son siempre hermosas; son como las migajas de la mesa del Señor». San Juan de la Cruz vivió la renuncia completa que predicó tan persuasivamente. Pero, a diferencia de otros menores que él, fue «libre, como libre es el espíritu de Dios». Su objetivo no era la negación y el vacío, sino la plenitud del amor divino y la unión sustancial del alma con Dios. «Reunió en sí mismo la luz extática de la Sabiduría Divina con la locura estremecida de Cristo despreciado».

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

Oremos

Oh Dios, que inspiraste a San Juan un amor extraordinario a la cruz y a la renuncia de sí mismo, concédenos seguir intensamente su ejemplo, para alcanzar la gloria eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

Beato Guerrico de Igny (c. 1080-1157), abad cisterciense 
3er sermón para la Natividad de san Juan Bautista, 1-2; PL 185, 169

«Juan era la lámpara que arde e ilumina» (Jn 5,35)

Cuando la justicia soberana dijo a Noé: «Tú eres el único justo que he encontrado» (Gn 7,1) fue un gran elogio de su justicia. Es signo de un mérito muy grande cuando Dios asegura a Abrahán que es por él que se cumplirán las promesas... ¡Qué gloria para Moisés, cuando Dios arde de celo para defenderle y confundir a sus enemigos! (cfr Num. 12,6s)... Y ¿qué decir de David en quien el Señor se felicita por haber encontrado en él a «un hombre según su corazón»? (1Sam 13,14).

Y sin embargo, por muy grande que haya sido la grandeza de estos hombres, ni entre ellos ni entre los demás «nacidos de mujer», «no ha habido ninguno mayor que Juan el Bautista», según el testimonio del Hijo de la Virgen.  Es cierto que no todas las estrellas tienen el mismo brillo (1C 15,41), y en el coro de los santos astros que han iluminado la noche de este mundo antes que amaneciera el verdadero Sol, algunos han brillado con un resplandor admirable. Sin embargo ninguno de ellos no ha sido mayor ni más brillante que esta estrella de la mañana, esta lámpara ardiente y luminosa preparada por Dios para su Cristo (cfr Sl 131,17). Primera luz matutina, estrella de la aurora, precursor del Sol, anuncia a los mortales la inminencia del día y grita a los que duermen «en tinieblas y en sombras de muerte» (Lc 1,79): «Convertíos, porque el Reino de Dios está cerca» (Mt 3,2). Es como si dijera: «La noche está avanzada, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz» (Rm 13,12). «Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz» (Ef 5,14).

Dos medios para prepararnos

Santo Evangelio según San Mateo 11,11-15. Jueves II de Adviento.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Gracias, Dios mío, por el don de la oración en la que me puedo poner en contacto directo contigo. Para ello necesito que aumentes mi fe, mi esperanza y mi amor. A pesar de mis debilidades y pecados me presento ante Ti necesitado de tu amor. Acudo a Ti, pues sé que Tú nunca me fallas, ni me engañas: Tú me amas por lo que soy y no por lo que tengo o hago. Yo también quiero amarte, pero necesito me ayudes. Enséñame a orar, Señor.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Hoy escucho la alabanza que haces de Juan, el Bautista, quien fue tu precursor. La liturgia me presenta este pasaje como recuerdo que tu venida ya está cerca. ¡La Navidad ya está a las puertas! Por ello, me invita a seguir preparándome de la mejor manera para recibirte en mi corazón.

Paz y humildad podrían ser dos virtudes a ejercitar en estos últimos días. Paz para contrarrestar la violencia que sufre tu Reino, las guerras, los abusos, los ultrajes, las ofensas. Cultivar la paz en mi alrededor, porque te acercas Tú que eres el príncipe de la paz.

Humildad porque el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que Juan, el Bautista. La pequeñez de quien busca servir, ayudar a los demás. Sencillez para reconocer mis límites y agradecer mis cualidades. Humildad para vivir en la verdad, sin pactar con la mentira, el engaño o la doble cara.

Ayúdame, Señor, a poner, en estos días, estas dos virtudes como medios de preparación para tu nacimiento. Dame la gracia de prepararte en mi alma un buen lugar para tu descanso.

Los santos logran cambios gracias a la mansedumbre del corazón. Con ella comprendemos la grandeza de Dios y lo adoramos con sinceridad; y además es la actitud del que no tiene nada que perder, porque su única riqueza es Dios. Las bienaventuranzas son de alguna manera el carné de identidad del cristiano, que lo identifica como seguidor de Jesús. Estamos llamados a ser bienaventurados, seguidores de Jesús, afrontando los dolores y angustias de nuestra época con el espíritu y el amor de Jesús. Así, podríamos señalar nuevas situaciones para vivirlas con el espíritu renovado y siempre actual.

(Homilía de S.S. Francisco, 1 de noviembre de 2016).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Procuraré hoy evitar las discusiones y con humildad diré la verdad en todo momento.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro! ¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Un pequeño esfuerzo y serás santo
Se necesita dejar de ver las cosas desde una visión humana para comenzar a verlas desde la perspectiva de Dios.

Una de mis mayores alegrías consiste en descubrir tantas personas buenas que existen en la vida. Los periódicos y noticieros nos ofrecen noticias poco edificantes y en cambio ¡son tantas las personas que desean el bien y que les es difícil hacer algún mal a otro! Y si en alguna ocasión se descuidan se sienten mal y con deseo de cambiar y reparar la ofensa realizada. Estoy casi seguro que tú eres uno de estos.

Debido a la certeza de que la mayoría de los hombres y mujeres son buenos, me impresionó escuchar que lo que el mundo necesita no son personas buenas sino personas santas. Estas palabras no sólo me impresionaron sino que hicieron replantearme mi mismo trabajo: no debo conformarme con ayudar a que las personas sean buenas, debo lograr que sean santas.

Pensé que el trabajo sería fácil: ´si ya son buenas - me decía a mí mismo - un pequeño esfuerzo y serán santas. En cambio he descubierto que el pequeño esfuerzo se requiere más bien para dar el salto de ser malo a ser bueno. En cambio, el paso de ser bueno a ser santo es algo más que un pequeño esfuerzo.

En efecto, la distinción entre malo y bueno se da en el plano humano, mientras la distinción entre lo bueno y lo santo ocurre en dos planos diversos: el humano y el sobrenatural. Para ser santo se necesita cambiar de perspectiva, dejar de ver las cosas desde una visión humana para comenzar a verlas desde la perspectiva de Dios, se requiere dejar de ser el bueno que yo deseo ser para comenzar a ser el santo que Dios ha pensado de mí.

Cristo busca en cada momento el bien de su Iglesia, incluso si ello conlleva dolor y sufrimiento. Buscando lo mejor para la Iglesia no regateó el morir en la cruz y repetir cada día ese mismo sacrificio en la Santa Misa. Además, el Señor, con su poder y sabiduría y movido por el amor concede nuevos carismas y las vocaciones que la Iglesia necesita.

Jesús alimenta a su Iglesia por medio de los sacramentos pero dejando una total libertad. Ahí están los sacramentos, para todos, pero no todos lo reciben con la frecuencia que Cristo mismo desearía. Él es paciente, espera, motiva, pero no obliga a ninguno.

Jesucristo continuamente perdona las ofensas de los bautizados. De tal modo, que la santidad de la Iglesia no es principalmente fruto de sus propias acciones, sino del amor y perdón de Jesucristo.

Los 5 lamentos antes de morir

El video que cambió mi visión sobre la muerte

En esta ocasión el Padre Mike de Ascension Press nos habla sobre la realidad que viven las personas que se encuentra en la etapa final de sus vidas: la muerte. Si bien es un video que como verán está diseñado para reflexionar en el tiempo cuaresmal, pensar sobre los asuntos al final de la vida no nos es algo ajeno, es un asunto del cual podemos ocuparnos hoy.

Me llama la atención la experiencia que menciona de una enfermera que trabaja en Cuidados Paliativos, es decir que atiende a personas que están en los últimos momentos de su vida. En mis años de experiencia médica también he tenido la oportunidad de acompañar a varios enfermos que se acercan a esta etapa, que poco a poco van asimilando que la muerte es una realidad, que es un paso que tendrán que vivir. Y ciertamente coincido con lo que expresa este sacerdote: no estamos preparados para la muerte. No nos es fácil aceptar lo más real y cierto que existe: Todos en algún momento dejaremos de existir en esta vida. Las personas en momentos de enfermedad se resisten a pensarlo, lo evitan y lo niegan, pues piensan en la muerte como algo muy malo. Sus familiares tampoco esperan con gusto ni desean que esto suceda. Ni siquiera los médicos o los profesionales de la salud sabemos asumir la muerte, nos parece un fracaso de nuestros esfuerzos, nos parece frustrante y un enemigo que debemos enfrentar.

Por lo anterior es comprensible que ante la muerte se expresen distintos “lamentos” como menciona esta enfermera, especialmente si ves que el fin de tu vida se acerca y no has hecho o has dejado de hacer aquello que es fundamental.Se experimenta la limitación, la pérdida de control, el no poder dar vuelta atrás y cambiar de lo que se está arrepentido. Puede ser que la experiencia sea que en la vida no se haya encontrado un sentido, que no se haya encontrado la verdadera felicidad. Es entonces comprensible que morir cause miedo y rechazo.

Creo que para acompañar a una persona en estos momentos lo principal no es decir o hacer ver que la muerte no es tan mala, no se trata de evitar que no se sienta miedo o tristeza. De lo que se trata es que ayudemos a que entiendan en este momento lo valiosas que son, que a pesar de lo que hayan hecho o dejado de hacer, su vida no ha perdido su valor y dignidad. Que encuentren la oportunidad de acogerse a la Misericordia de Dios, que experimenten el perdón, que se reconcilien consigo mismas y con los demás, que sientan que no es demasiado tarde para encontrar lo esencial de su existencia, para encontrar a Dios que los consuela y alienta y que se vean fortalecidos en la esperanza de que luego del dolor y del sufrimiento, tenemos la confianza del gozo de la resurrección: camino que Cristo ha trazado para nosotros, para el cual estamos llamados.

Me parece oportuno que lo que acabo de mencionar no es solo aplicable a quienes están en lecho de enfermedad, a puertas de partir de este mundo; es una invitación para todos para acoger las palabras de Jesús  de «estar preparados porque no sabemos el día ni la hora».

«A través de la muerte se abre también, para cada uno de nosotros, más allá del tiempo, la vida plena y definitiva. El Señor de la vida está presente al lado del enfermo como quien vive y da la vida, pues él mismo dijo: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10)» (Benedicto XVI).

¿Cuál es la diferencia entre Redención y Salvación?

Son dos conceptos muy ligados, muchas veces pueden usarse indistintamente

Pregunta:

Primeramente lo saludo cordialmente desde Guadalajara México. Paso a lo siguiente. Bendito Dios encontré esta página en la cual se tratan temas que todo católico debemos saber. Y por mi parte deseo saber cual es la diferencia entre ‘Salvación y Redención’. Si fuera posible le agradecería me resolviera esta duda. Sin más por el momento me despido.

Respuesta:

Estimado:

El término ‘redención’ hace más bien referencia al ‘rescate’ (viene del latín redimere, que significa volver a comprar) del pecado, que Cristo pagó muriendo en la Cruz por nosotros.

En cambio la ‘salvación’ es el fruto obtenido por la redención de Cristo, al no estar más enemistados con Dios por el pecado, nuestra alma está en gracia y es este estar en gracia lo que llamamos salvación.

Hay que tener en cuenta que como son dos conceptos muy ligados, muchas veces pueden usarse indistintamente, tanto para indicar el aspecto de haber sido rescatados como el de la salvación.

En Cristo y María.

TARANCÓN Y EL "CASO PIKAZA": UN RECUERDO EMOCIONADO EN EL 110 ANIVERSARIO DE SU NACIMIENTO
"Me enfada mucho que haya obispos que quieran imponer su opinión en cuestiones de pura teología"
"Él se puso conmigo en la línea del Papa Francisco: estas cosas se pueden y se deben discutir"

 El cardenal Tarancón, experto en desatar nudosRD

No podía soportar que quisieran echar de la iglesia a gente como yo por sus opiniones discutibles, pero necesarias, en teología

(Xabier Pikaza).- No quiero que pase este año, el 110 de su nacimiento, sin ofrecerle públicamente mi agradecimiento. Otros han analizado su figura y han cantado sus valores humanos y cristianos. Yo sólo puedo ofrecerle mi pequeño homenaje de teólogo sancionado, como fue sancionada mi madre, que también le admiraba, por ser quien era, y porque había querido resolver en concordia fraterna el "caso Pikaza", como entonces se decía.

Yo había escrito un libro ingenuo y "virginal", llamado Los Orígenes de Jesús (Sígueme, Salamanca 1976), reflexionando sobre algunas cosas que decía la exégesis normal del Instituto Bíblico de Roma sobre la familia de Jesús, con su nacimiento por el Espíritu, su identidad humana y su relación con el Espíritu.

Pasaron tres años sin que nada se moviera, hasta que hacia 1979 empezaron a entrechocar las aguas. Algunos teólogos (incluso de la P. de Salamanca) se lanzaron a decir que contenía varias herejías, y la Conferencia Episcopal de España creó una comisión para su estudio. Descubrí que casi todos los colegas de la Pontificia sabían algo y me daban consejos sobre cómo subir al castillo y resolver las cuestiones que me amenazan, sin que pudiera orientarme en los meandros de la parte baja.

Pero un día, pienso que a mediados del año 1980, me llamó el Cardenal Tarancón, Presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE) y Gran Canciller de la Pontificia y sólo entonces empecé a ver más claro.

Aquí empieza la historia que hoy quiero recordar, la de un Tarancón hombre y cristiano admirable, quizá el único obispo o cardenal que quiso resolver mi caso en línea de diálogo de fe, es decir, de humanidad creyente.

Ésta es una historia que no he contado a nadie, a no ser en un contexto muy íntimo, por pudor y por deseo de silencio (no me ha gustado hablar de "mis cosas"), pero hoy quiero hacerlo, por agradecimiento al Card. Tarancón, casi 40 años después, porque él se puso conmigo en la línea del Papa Francisco, como recordé hace 3 días en este blog, firmando con el Papa copto Swadros un documento donde sólo piden fidelidad a los tres primeros concilios. Tarancón me dijo algo parecido: basta que acepte el credo pequeño (el apostólico o romano). Quiso resolver así mi caso, pero no pudo no le dejaron, como podrá ver quien siga leyendo.

En un comedor reservado del Regio de Salamanca

No sé el día, estará en los papeles de la U.P. de Salamanca, pero fue sin duda en el año 80, pues a principio del 81 Tarancón dejó de ser Presidente de la CEE. Me llamó el Rector de la Pontificia (hoy card. F. Sebastián) y me dijo: Tarancón quiere hablar contigo. Hemos reservado un comedor privado en el Regio.

Y allí fuimos. El rector vino con su secretario (profesor J. L. Acebal, q.e.p.d.) para que diera fe de lo que pasara. Tarancón vino sólo, sin nadie de la CEE ni de la C. para la Doctrina de la fe. Comimos los cuatro, hablando de cosas generales de la Iglesia y la política del momento. Empezando los postres, Tarancón encendió su puro, sacó unos folios de su cartera y me dijo:

Me han mandado que te lea estos folios, aunque eres una buena persona

- Me han mandado que te traiga y te lea en persona este informe y que busque contigo una solución para tu caso, y así quiero hacerlo, como Canciller de la Universidad y Presidente de la CEE y como cristiano. Está firmado por cuatro obispos de la Comisión de la Fe, entre ellos J. M. Cirarda, a quien debes conocer, por vasco. Está muy enfurecido por lo que dices en el libro de los Orígenes de Jesús, y no quiere que sigas en la Universidad de la Iglesia, porque no aceptas su doctrina. Estos cuatro obispos dicen haber leído tu libro y ha escrito un informe bastante largo y negativo, aunque confiesan al final que "eres una buena persona", un buen cristiano... Y eso es lo que más les intriga y quizá más les molesta...

Le pregunté ingenuamente "y cómo saben que soy buena persona". Tarancón me miro por encima de las gafas, a través del humo de su puro y me dijo:

- No preguntes eso. Si lo dicen es porque lo han investigado y lo saben, y porque te han "vigilado", y han preguntado al Provincial de la Merced, por si podían buscar con él alguna otra solución, pero el Provincial les ha debido decir que no tenía nada contra ti, que eras un buen religioso y un buen cristiano, y que no puede ni quiere darte otro destino.

No veo lo que dices sobre un posible nacimiento irregular de Jesús

Tarancón siguió leyendo los folios. Yo no los tengo, creo que no se los pedí, ni me los ofreció, quizá tenía miedo a indiscreciones... Deben andar en algún archivo de la CEE, en Añastro, no voy a ir a buscarlos... Y así siguió leyendo hasta que se paró en lo del Nacimiento Virginal de Jesús, para comentar despues:

- Dicen que niegas el nacimiento virginal... Pero por lo que veo no debe estar muy claro, me parece que son deducciones que ellos sacan. Por lo que dicen debes dejar el tema abierto, en un sentido académico... De todas maneras me extraña muchísimo que digan que tratas de la posibilidad de que Jesús fuera un hijo extra-matrimonial de María...

En ese momento le paré y le pedí permiso para hablar...

- Mire, Monseñor, yo no planteo aquí el tema de la fe de la iglesia, ni quiero solucionar un tema de teología dogmática... sino que me limito a estudiar exegéticamente los textos, sin sacar conclusiones de fe; hago como me enseñaron los jesuitas en el Bíblico de Roma. Me limito a exponer lo que dice la Biblia, con pleno respeto y libertad, como pide el Concilio, dialogando, investigando... Como habrá podido advertir por lo que dicen los obispos, como teólogo, no me pronuncio, en ese nivel, no soy capaz de saber cómo fueron las cosas...Y por lo del nacimiento irregular no tenga miedo. Es un tema que están discutiendo muchos católicos y protestantes, tanto en Alemania como en Estados Unidos. Parece haber indicios de que en el nacimiento de Jesús debió ocurrir algo "distinto", como supone el mismo evangelio de Mateo. Simplemente he presentado el estado de la cuestión, en un par de notas científicas. En ningún momento quiero ir en contra de la fe de la Iglesia, bien entendida, ni decir que María tuvo algún tipo de relación extramatrimonial (por violación o por simple engendramiento sin varón).

El tema de Jesús, hijo de Dios, y la persona del Espíritu Santo

Mons. Tarancón aceptó mis aclaraciones, pidiéndome sólo que fuera siempre respetuoso con la fe de los creyentes sencillos. Y pasó después a leer otro par de folios de mis censores sobre mi visión de la identidad de Jesús como Hijo de Dios y sobre la naturaleza de la persona del Espíritu Santo. Parece que decían que yo no creía que Jesús fuera Hijo eterno de Dios, como Logos divino, antes del tiempo, como decía, a su juicio, el Concilio de Nicea y el credo Niceno-Constantinopolitano, el largo de la misa,, sino que afirmaba que el mismo Jesús hombre era hijo de Dios...

Parece que mi forma de entender el Espíritu Santo, como relación dual del Padre y del Hijo y como principio histórico de la creación, no les convencía a esos obispos. En ese momento, cuando el Card. Tarancón estaba llegando al final de los folios y del puro, hice un gesto, pidiéndole que me dejara hablar, como en el caso anterior, de la Virgen María. Pero en ese momento se negó, de manera muy cortés, pero muy firme:

- No, no. No necesito ni quiero que me des tu opinión muy sabia, no voy a escuchar ahora una de tus clases de teología. He pensado mucho en lo que dicen estos cuatro obispos... y en lo que debes decir tú, aunque no he leído tu libro entero, y he visto muy claro que no sé quién tiene razón, si ellos o tú, ni me importa, pues yo soy un obispo y no un teólogo de escuela. Creo que estas cosas se pueden y se deben discutir, y me enfada mucho que haya obispos, que quieren meterse e imponer su opinión en cuestiones de pura teología, en unos momentos en que cambia la exégesis y la forma de pensar de la gente.

Dos cosas me pidió: Que confesara el credo pequeño y que fuera fiel a la Iglesia
Volví a hacer un gesto de que quería hablar, pero tampoco ahora me dejó. Me dijo que ésta no era una discusión de teología, como querían algunos obispos, sino una temática de Iglesia, esto es, de confesión y vida de fe, de comunión y de diálogo, de forma que hubiera espacio en ella para todos. Que no podía soportar que quisieran echar de la iglesia a gente como yo por sus opiniones discutibles, pero necesarias, en teología. Y en ese contexto, con toda claridad, desde la fe de la iglesia, como "pastor", no como teólogo, me pidió dos cosas.

Y al escucharlas me sentí como como una liturgia de Vigilia Pascual, cuando el celebrante pregunta a los asistentes sin creen, si se comprometen... En ese momento sentí y supe que Tarancón me hablaba como obispo y como cristiano, yendo a lo esencial, cosa que ni antes ni después han hechos obispos y cardenales que me daba la impresión de que sólo querían presentar y resolver el tema en un plano legal, de apariencia de fe, quedando bien con el Vaticano de aquel momento. Tarancón, en cambio, me dijo así:

- Te voy a preguntar dos cosas y quiero que seas serio, porque eso de enseñar teología en una Universidad de la Iglesia es algo serio:
Primera pregunta: ¿Tú crees en el Dios de Jesús y en Jesús Hijo de Dios? Más en concreto: ¿Confiesas el Credo? No, no hace falta que me recites el credo largo de Nicea-Constantinopla, que tiene cosas para resolver entre teólogos, como eso de la "mismo naturaleza que el Padre" y demás. Eso lo discutís y lo aclaráis en clase, si podéis, lo del concilio de Constantinopla y Calcedonia. Yo quiero sólo que me digas si crees y confiesas la fe del credo pequeño, el de tu abuela, eso que llaman el credo romano o de los apóstoles que dice simplemente: "Y en Jesucristo, su Hijo, nuestro señor..., que nació, que padeció, que resucitó, y en el Espíritu Santo...".

Yo le respondí emocionado que sí. Había pensado que me llamaban para una discusión teológica, y descubrí que Tarancón sólo me pedía una simple confesión de fe, de palabra, no por escrito, de hombre a hombre... Y cuando estaba saliendo de mi asombro, él siguió en la línea de su credo pequeño, allí donde dice: "y en Iglesia católica, el perdón de los pecados, la comunión de los santos...". También esta vez la pregunta fue muy sencilla, también de hombre a hombre, de pastor a cristiano:

Segunda pregunta. ¿Tú crees en la Iglesia? Ya sabes que creer en "ser fiel". ¿Tú quieres ser fiel a esta Iglesia, no para tomarla sin más como es, sino para mejorarla? ¿Estás contento de ser cristiano y quieres vivir en la Iglesia concreta, con honradez, buscando el bien de todos, a pesar de posibles disensiones teológicas?

También aquí le respondí que sí, que lo que yo quería es caminar en los caminos de la Iglesia, como teólogo, en confianza y libertad..No me escribas a la conferencia episcopal, allí está Jesús...

No me dejó hablar mucho más. Estaba terminando el puro y pensó que la cosa estaba resuelta, añadiendo simplemente que tenía que ir a Roma para resolver algunas cosas al final de su mandato como Presidente de lConferencia Episcopal, para pedirme al final:

- Por favor, esto que me has dicho escríbemelo en una carta, diciéndome las tres cosas que me has dicho: Que quieres trabajar con libertad, como exegeta; que crees en la divinidad de Jesús y del Espíritu Santo, como dice el credo más antiguo de la Iglesia, y que quieres mantenerse hondamente en la iglesia, con fidelidad
- Lo haré, no se preocupe, le respondí... (Y entonces, para mi gran asombro, él añadió...):
- Mándame la carta a mi casa de San Justo, por favor, como carta privada. No escribas a la Conferencia Episcopal, porque allí está Jesús y él y otros quieren manejar estas cosas de otra forma.

En ese momento no supe quién era Jesús, aunque tan pronto como salí al acabar la reunión, después que Mons. Tarancón me diera un abrazo de complicidad creyente, caí en la cuenta de que se trataba del famoso Iribarren, Secretario de la Conferencia Episcopal, casi vecino de mi pueblo, tras el Amboto... Me dio una pena infinita. Me di cuenta de que a él, al mismo Tarancón, le estaban manejando más que a mí.

Hizo lo que pudo, pero no pudo resolver el "caso"

Todo lo que sigue de esta historia debería contarse en otro momento, con más tiempo, aunque algo he dicho en un libro titulado Las Siete Palabras de X. Pikaza (PPC, Madrid 1996). Aquí sólo quiero añadir algunas cosas, que han marcado mi vida, y que se inscriben en el gran cambio de la Iglesia española y universal a partir del año 1981/1982,

- Tarancón fue a Roma, llevando entre otras cosas mi palabra de fe y mi compromiso eclesial, con mi carta firmada (¡debo tener una copia, pero no sé en qué papeles, no sé si entre los de Tarancón estará el original, aunque no en Añastro!). Pero en Roma no le hicieron ningún caso a sus propuestas, y mucho menos a mi confesión de fe, ni quisieron aceptar la forma en que él quiso resolver "caso". Tampoco le hicieron caso en otros asuntos muchos más importantes, y rechazaron su forma de entender la Iglesia en España.

- A principios del año 1982 me llamaron a Madrid A. García Gasco (que debía ser de la Comisión de la Doctrina de la fe, luego arzobispo de Valencia) y J. Iribarren (secretario de la CEE, 1977-1982)... Fue el día en que se constituyó la Asociación de Teólogos Juan XXIII. Estuve por la mañana en Añastro, por la tarde con la Asociación. Pero no he vuelto después, pues ni unos ni otros me han llamado, y así he preferido andar a mi aire, con la libertad de los hijos de Dios. Iribarren y Gasco estaban muy serios. No me hablaron de Tarancón, como si no hubiera existido, como si yo no hubiera tenido ninguna entrevista con él. Me presentaron otros papeles, y debí firmar algo. Pero no estoy seguro de ello.

- Avanzado el año 1982, me llamó el nuevo presidente de la Comisión para la Doctrina de la Fe (1981-1984), el obispo de Plasencia, Mons. Antonio Vilaplana. Me invitó a comer en su apartamento del palacio episcopal, con su mejor coñac, calentado en copa grande de mechero... Y me dijo que lo de Tarancón no había valido de nada. Que se habían reído de él en Roma, que era demasiado ingenuo, demasiado bueno para el Vaticano... Que ahora debíamos arreglar las cosas de otra forma, y que él lo haría en Roma. Me pidió que escribiera no sé qué, que escribí... Pero más que mi "caso" hablamos del suyo, porque esperaba ser Arzobispo de Barcelona, después de N. Jubany...

- Tampoco Vilaplana arregló nada, y así el año 1984 fui despedido de Salamanca... y así deambulé entre Roma, Verín y Salamanca (aunque no en la Universidad), varios años, a solas con mi teología que ya no era ingenua, mientras parecía que muchos olvidaban a Tarancón.

- Tres años (1987) después me escribió el Card. A. Suquía, nuevo presidente de la CEE, una carta que debo conservar, no sé si lo hizo como amigo (amigo de familia de una tía mía) o porque se sentía responsable de mi caso... Él había hecho la tesis doctoral sobre San Ignacio de Loyola, y así me pedía que me sometieron en todo, incluso contra mi parecer, al parecer de la Iglesia. Quizá se sentía responsable de algo.

El año 1989 volví a dar clases en la Pontificia de Salamanca, pero en condiciones "humillantes" (que no expusiera temas de fe, sino "marías" (temas de pura Biblia,
filosofía o fenomenología, pero las cosas no eran como habían sido, ni la Universidad, ni la Iglesia, ni yo... Sólo ahora, con Mabel, pasados casi 40 años, en este año de gracia 2017, vuelvo a recuperar mi ingenuidad teológica.

Muchas cosas han pasado... y en el fondo todas para bien. Pero entre lo bueno, de lo más bueno ha sido mi encuentro con Mons. E. Tarancón, a quien de mucho, mucho más de lo que él quizá ha creído. Ahora, a los 110 años de su nacimiento se lo quiero decir.

PAXTV.ORG