Juan el Bautista nos invita a la salvación

Evangelio según San Mateo 11,16-19. 

¿Con quién puedo comparar a esta generación? Se parece a esos muchachos que, sentados en la plaza, gritan a los otros: 
'¡Les tocamos la flauta, y ustedes no bailaron! ¡Entonamos cantos fúnebres, y no lloraron!'. 
Porque llegó Juan, que no come ni bebe, y ustedes dicen: '¡Ha perdido la cabeza!'. 
Llegó el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: 'Es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores'. Pero la Sabiduría ha quedado justificada por sus obras". 

San Clemente de Alejandría (150-c. 215), teólogo Protréptico, c. 1

Juan el Bautista nos invita a la salvación

¿No es extraño, amigos míos, que Dios nos exhorte siempre a la salvación, y nosotros estemos siempre escurriéndonos ante esta ayuda y así la aplacemos? ¿Acaso Juan no nos está invitando a la salvación siendo todo él una voz que nos exhorta? Preguntémosle pues: «¿Quién eres tú entre los hombres, de dónde vienes? «No nos dirá que es Elías y negará ser el Cristo, pero confesará que es una voz que grita en el desierto (Jn 1,20s). ¿Quién es, pues, Juan? Para tomar una imagen, que se me permita decir: una voz del Verbo, la Palabra de Dios, que nos exhorta gritando en el desierto...: «Allanad los caminos del Señor» (Mc 1,3). Juan es un precursor y su voz es el precursor del Verbo de Dios, voz que alienta y predispone a la salvación, voz que nos exhorta a buscar la herencia del cielo.

Gracias a ella «la abandonada tendrá más hijos que la casada» (Is 54,1). Este embarazo me lo ha anunciado la voz del ángel; esta voz era un precursor del Señor que trae la buena noticia a la mujer que no había dado a luz (Lc 1,19), tal como lo hace Juan en la soledad del desierto. Es, pues, por esta voz del Verbo que la mujer estéril da a luz con gozo y que el desierto da frutos. Estas dos voces, la del ángel y la de Juan, precursoras del Señor, me hablan de la salvación escondida en ellas, de manera que, después de la manifestación de este Verbo, recogemos el fruto de la fecundidad, la vida eterna.

María de la Rosa, Santa

Virgen y Fundadora, 15 de diciembre

Martirologio Romano: En Brescia, de la Lombardía, Italia, santa María Crucificada de Rosa, virgen, que gastó sus riquezas, y se entregó ella misma, por la salud de las almas y de los cuerpos del prójimo, para lo cual también fundó el Instituto de Esclavas de la Caridad († 1855).

Fecha de beatifricación: 26 de mayo de 1940 por el Papa Pío XII
Fecha de canonización: 12 de junio de 1954 por el Papa Pío XII

Breve Biografía

Nació en Brescia (Italia) en 1813. Quedó huérfana de madre cuando apenas tenía 11 años.

Cuando ella tenía 17 años, su padre le presentó un joven diciéndole que había decidido que él fuera su esposo. La muchacha se asustó y corrió donde el párroco, que era un santo varón de Dios, a comunicarle que se había propuesto permanecer siempre soltera y dedicarse totalmente a obras de caridad. El sacerdote fue donde el papá de la joven y le contó la determinación de su hija. El señor De la Rosa aceptó casi inmediatamente la decisión de María, y la apoyó más tarde en la realización de sus obras de caridad, aunque muchas veces le parecían exageradas o demasiado atrevidas.

El padre de María tenía unas fábricas de tejidos y la joven organizó a las obreras que allí trabajaban y con ellas fundó una asociación destinada a ayudarse unas a otras y a ejercitarse en obras de piedad y de caridad.

En la finca de sus padres fundó también con las campesinas de los alrededores una asociación religiosa que las enfervorizó muchísimo.

En su parroquia organizó retiros y misiones especiales para las mujeres, y el cambio y la transformación entre ellas fue tan admirable que al párroco le parecía que esas mujeres se habían transformado en otras. ¡Así de cambiadas estaban en lo espiritual!.

En 1836 llegó la peste del cólera a Brescia, y María con permiso de su padre (que se lo concedió con gran temor) se fue a los hospitales a atender a los millares de contagiados. Luego se asoció con una viuda que tenía mucha experiencia en esas labores de enfermería, y entre las dos dieron tales muestras de heroísmo en atender a los apestados, que la gente de la ciudad se quedó admirada.

Después de la peste, como habían quedado tantas niñas huérfanas, el municipio formó unos talleres artesanales y los confió a la dirección de María de la Rosa que apenas tenía 24 años, pero ya era estimada en toda la ciudad. Ella desempeñó ese cargo con gran eficacia durante dos años, pero luego viendo que en las obras oficiales se tropieza con muchas trabas que quitan la libertad de acción, dispuso organizar su propia obra y abrió por su cuenta un internado para las niñas huérfanas o muy pobres. Poco después abrió también un instituto para niñas sordomudas. Todo esto es admirable en una joven que todavía no cumplía los 30 años y que era de salud sumamente débil. Pero la gracia de Dios concede inmensa fortaleza.

La gente se admiraba al ver en esta joven apóstol unas cualidades excepcionales. Así por ejemplo un día en que unos caballos se desbocaron y amenazaban con enviar a un precipicio a los pasajeros de una carroza, ella se lanzó hacia el puesto del conductor y logró dominar los enloquecidos caballos y detenerlos. En ciertos casos muy difíciles se escuchaban de sus labios unas respuestas tan llenas de inteligencia que proporcionaban la solución a los problemas que parecían imposibles de arreglar. En los ratos libres se dedicaba a leer libros de religión y llegó a poseer tan fuertes conocimientos teológicos que los sacerdotes se admiraban al escucharla. Poseía una memoria feliz que le permitía recordar con pasmosa precisión los nombres de las personas que habían hablado con ella, y los problemas que le habían consultado; y esto le fue muy útil en su apostolado.

En 1840 fue fundada en Brescia por Monseñor Pinzoni una asociación piadosa de mujeres para atender a los enfermos de los hospitales. Como superiora fue nombrada María de la Rosa. Las socias se llamaban Esclavas de la Caridad. Al principio sólo eran cuatro jóvenes, pero a los tres meses ya eran 32.

Muchas personas admiraban la obra que las Esclavas de la Caridad hacían en los hospitales, atendiendo a los más abandonados y repugnantes enfermos, pero otros se dedicaron a criticarlas y a tratar de echarlas de allí para que no lograran llevar el mensaje de la religión a los moribundos. La santa comentando esto, escribía: "Espero que no sea esta la última contradicción. Francamente me habría dado pena que no hubiéramos sido perseguidas".

Fueron luego llamadas a ayudar en el hospital militar pero los médicos y algunos militares empezaron a pedir que las echaran de allí porque con estas religiosas no podían tener los atrevimientos que tenían con las otras enfermeras. Pero las gentes pedían que se quedaran porque su caridad era admirable con todos los enfermos.

Un día unos soldados atrevidos quisieron entrar al sitio donde estaban las religiosas y las enfermeras a irrespetarlas. Santa María de la Rosa tomó un crucifijo en sus manos y acompañada por seis religiosas que llevaban cirios encendidos se les enfrentó prohibiéndoles en nombre de Dios penetrar en aquellas habitaciones. Los 12 soldados vacilaron un momento, se detuvieron y se alejaron rápidamente. El crucifijo fue guardado después con gran respeto como una reliquia, y muchos enfermos lo besaban con gran devoción.

En la comunidad se cambió su nombre de María de la Rosa por el de María del Crucificado. Y a sus religiosas les insistía frecuentemente en que no se dejaran llevar por el "activismo", que consiste en dedicarse todo el día a trabajar y atender a las gentes, sin consagrarle el tiempo suficiente a la oración, al silencio y a la meditación. En 1850 se fue a Roma y obtuvo que el Sumo Pontífice Pío Nono aprobara su consagración. La gente se admiraba de que hubiera logrado en tan poco tiempo lo que otras comunidades no consiguen sino en bastantes años. Pero ella era sumamente ágil en buscar soluciones.

Solía decir: "No puedo ir a acostarme con la conciencia tranquila los días en que he perdido la oportunidad, por pequeña que esta sea, de impedir algún mal o de hacer el bien". Esta era su especialidad: día y noche estaba pronta a acudir en auxilio de los enfermos, a asistir a algún pecador moribundo, a intervenir para poner paz entre los que peleaban, a consolar a quien sufría alguna pena.

Por eso Monseñor Pinzoni exclamaba: "La vida de esta mujer es un milagro que asombra a todos. Con una salud tan débil hace labores como de tres personas robustas".

Aunque apenas tenía 42 años, sus fuerzas ya estaban totalmente agotadas de tanto trabajar por pobres y enfermos. El viernes santo de 1855 recobró su salud como por milagro y pudo trabajar varios meses más.

Pero al final del año sufrió un ataque y el 15 de diciembre de ese año de 1855 pasó a la eternidad a recibir el premio de sus buenas obras.

Si Cristo prometió que quien obsequie aunque sea un vaso de agua a un discípulo suyo, no quedará sin recompensa, ¿qué tan grande será el premio que habrá recibido quien dedicó su vida entera a ayudar a los discípulos más pobres de Jesús?

Sintonizar el oído

Santo Evangelio según San Mateo 11,16-19. Viernes II de Adviento.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Permíteme escucharte, Señor. Forma dentro de mí un corazón como el de María: atento a tu Palabra, dócil a tu voluntad, disponible para servir por amor.

¡Santa María, ruega por mí y hazme hijo semejante a ti!

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Mateo 11,16-19

En aquel tiempo, Jesús dijo: "¿Con qué podré comparar a esta gente? Es semejante a los niños que se sientan en las plazas y se vuelven a sus compañeros para gritarles: 'Tocamos la flauta y no han bailado; cantamos canciones tristes y no han llorado'.

Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dijeron: 'Tiene un demonio'. Vino el Hijo del hombre, y dicen: 'Éste es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y gente de mal vivir'. Pero la sabiduría de Dios se justifica a sí misma por sus obras".

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Se acerca la Navidad, tiempo de música y de cantos. Por las calles, y dentro de las casas, se escucharán de modo constante, como un trasfondo de luz y color, villancicos de todo tipo. Algo parecido sucederá espiritualmente: con la venida de Cristo viene todo un "ambiente musical" para el alma que hay que aprender a reconocer.

Cuando Jesús nació en Belén, pasó desapercibido. Sólo los pastores fueron capaces de escuchar los cantos de los ángeles, y sólo unos reyes extranjeros soportaron las penas de un largo viaje para adorar al Rey de reyes. ¡Jesús pasó muy solo esa primera Navidad! Cada año podemos afinar el oído, escuchar el gozo de un Dios que se hace hombre, o la lamentación de un Amor inmenso que no es correspondido… Si percibimos estas melodías, no podremos vivir una Navidad como las demás…

¿Cómo podemos adquirir esta actitud de escucha? A Dios no lo vemos, sus palabras y sus melodías no se perciben con los oídos materiales. Se trata más bien de abrir el corazón hacia aquellos que sí vemos. Sólo quien sabe escuchar a su hermano y a su hermana será capaz de escuchar a Dios. ¡Vivamos hoy con el corazón abierto para los demás, y veremos cómo poco a poco percibiremos la dulzura de esa melodía de Dios!

Cuando nosotros llegamos a este estado de servicio libre, de hijos, con el Padre, podemos decir: "somos buenos siervos del Señor". Más bien hay que decir simplemente "siervos inútiles". Expresión que indica la inutilidad de nuestro trabajo: solos no podemos. Por ello debemos solamente pedir y dejar espacio para que Dios nos transforme en siervos libres, en hijos, no en esclavos. Que el Señor nos ayude a abrir el corazón y a dejar trabajar al Espíritu Santo, para que nos quite estos obstáculos, sobre todo las ganas de poder que hacen tanto daño, y la deslealtad, la doble cara, y nos dé esta serenidad, esta paz para poderle servir como hijo libre que al final, con mucho amor, dice al Señor: "Padre, gracias, pero tú sabes: soy un siervo inútil".

(Homilía de S.S. Francisco, 8 de noviembre de 2016, en santa Marta).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy haré un esfuerzo especial por escuchar a alguien con mucho interés, dándole el tiempo y servicio que necesita.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

La fe se prueba con obras

No todo el que dice: ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos (Mt 7,21).

"Sí, creo en la democracia, creo que un gobierno constitucional de ciudadanos libres es el mejor posible." Uno que dijera esto y, al mismo tiempo, no votara, ni pagara sus impuestos, ni respetara las leyes de su país, sería puesto en evidencia por sus propias acciones, que le condenarían por mentiroso e hipócrita.

También resulta evidente que cualquiera que manifieste creer las verdades reveladas por Dios sería absolutamente insincero si no pusiera empeño en observar las leyes de Dios. Es muy fácil decir "Creo"; pero nuestras obras deben ser la prueba irrebatible de la fortaleza de nuestra fe. "No todo el que dice: ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos" (Mt 7,21). No puede decirse más claramente: si creemos en Dios tenemos que hacer lo que Dios nos pide, debemos guardar sus mandamientos.

Convenzámonos de una vez que la ley de Dios no se compone de arbitrarios "haz esto" y "no hagas aquello", con el objeto de fastidiarnos. Es cierto que la ley de Dios prueba la fortaleza de nuestra fibra moral, pero no es éste su primor dial objetivo. Dios no es un ser caprichoso. No ha establecido sus mandamientos como el que pone obstáculos en una carrera. Dios no está apostado, esperando al primero de los mortales que caiga de bruces con el fin de hacerle sentir el peso de su ira.

Muy al contrario, la ley de Dios es expresión de su amor y sabiduría infinitos. Cuando adquirimos un aparato doméstico del tipo que sea, si tenemos sentido común lo utilizaremos según las instrucciones de su fabricante. Damos por supuesto que quien lo hizo sabe mejor cómo usarlo para que funcione bien y dure. También, si tenemos sentido común, confiaremos en que Dios conoce mejor qué es lo más apropiado para nuestra felicidad personal y la de la humanidad. Podríamos decir que la ley de Dios es sencillamente un folleto de instrucciones que acompaña al noble producto de Dios, que es el hombre. Más estrictamente, diríamos que la ley de Dios es la expresión de la divina sabiduría dirigida al hombre para que éste alcance su fin y su perfección. La ley de Dios regula al hombre "el uso" de sí mismo, tanto en sus relaciones con Dios como con el prójimo.

Si consideramos cómo sería el mundo si todos obedeciéramos la ley de Dios, resulta patente que se dirige a procurar la felicidad y el bienestar del hombre. No habría delitos y, en consecuencia, no habría necesidad de jueces, policías y cárceles. No habría codicia o ambición, y, en consecuencia, no habría necesidad de guerras, ejércitos o armadas. No habría hogares rotos, ni delincuencia juvenil, ni hospitales para alcohólicos. Sabemos que -consecuencia del pecado original- este mundo hermoso y feliz jamás existirá. Pero individualmente puede existir para cada uno de nosotros.

Nosotros, igual que la humanidad en su conjunto, hallaríamos la verdadera felicidad, incluso en este mundo, si identificáramos nuestra voluntad con la de Dios. Estamos hechos para amar a Dios, aquí y en la eternidad. Este es el fin de nuestro existir, en esto encontramos nuestra felicidad. Y Jesús nos da las instrucciones para conseguir esa felicidad con sencillez absoluta: "Si me amáis, guardad mis mandamientos" (Jn 14,15).

La ley de Dios que rige la conducta humana se llama ley moral, del latín "mores", que significa "modo de actuar". La ley moral es distinta de las leyes físicas por las que Dios gobierna al resto del universo. Las leyes de astronomía, física, reproducción y crecimiento obligan necesariamente a la natura creada. No hay modo de eludirlas, no hay libertad de elección. Si das un paso sobre el precipicio, la ley de la gravedad actúa fatalmente y te desplomas, a no ser que la neutralices por otra ley física -la de la presión del aire- y utilices un paracaídas. La ley moral, sin embargo, nos obliga de modo distinto. Actúa dentro del marco del libre albedrío. No debemos desobedecer la ley moral, pero podemos hacerlo. Por ello decimos que la ley moral obliga moralmente, pero no físicamente. Si no fuéramos físicamente libres, no podríamos merecer. Si no tuviéramos libertad, no podría ser un acto de amor nuestra obediencia.

Al considerar la ley divina, los moralistas distinguen entre ley natural y ley positiva. La reverencia de los hijos a los padres, la fidelidad matrimonial, el respeto a la persona y propiedad ajenas, pertenecen a la misma naturaleza del hombre. Esta conducta, que la conciencia del hombre (su juicio guiado por la justa razón) aplaude, se llama ley natural. Comportarse así sería bueno, y lo opuesto, malo, aunque Dios no nos lo hubiera expresamente declarado. Aunque no existiera sexto mandamiento, el adulterio sería malo. Una violación de la ley natural es mala intrínsecamente, es decir, mala por su misma naturaleza. Ya era mala antes de que Dios diera a Moisés los Diez Mandamientos en el monte Sinaí.

Además de la ley natural, existe la ley divina positiva, que agrupa todas aquellas acciones que son buenas porque Dios las ha mandado, y malas porque El las ha prohibido. Son aquellas cuya bondad no está en la raíz misma de la naturaleza humana, sino que ha sido impuesta por Dios para perfeccionar al hombre según sus designios. Un ejemplo sencillo de ley divina positiva es la obligación que tenemos de recibir la Sagrada Eucaristía por el mandato explícito de Cristo.

Tanto si consideramos una u otra ley, nuestra felicidad depende de la obediencia a Dios.

"Si quieres entrar en la vida", dice Jesús, "guarda los mandamientos" (Mt 19,17).

Amar significa no tener en cuenta el costo. Una madre jamás piensa en medir los esfuerzos y desvelos que invierte en sus hijos. Un esposo no cuenta la fatiga que le causa velar a la esposa enferma. Amor y sacrificio son términos casi sinónimos. Por esta razón, obedecer a la ley de Dios no es un sacrificio para el que le ama. Por esta razón, Jesús resumió toda la ley de Dios en dos grandes mandamientos de amor.

"Y le preguntó uno de ellos, doctor, tentándole: Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la ley? El le dijo: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo, semejante a éste, es: Amarás al prójimo como a ti mismo. De estos dos preceptos penden toda la Ley y los Profetas" (Mt. 22, 35-40).

En realidad, el segundo mandamiento se contiene en el primero, porque si amamos a Dios con todo nuestro corazón y con toda nuestra alma, amaremos a los que, actual o potencialmente, poseen una participación de la bondad divina, y querremos para ellos lo que Dios quiere. También nos amaremos rectamente, queriendo para nos otros lo que Dios quiere. Es decir, por encima de todo, querremos crecer en amor a Dios, que es lo mismo que crecer en santidad; y, más que nada, querremos ser felices con Dios en el cielo. Nada que se interponga entre Dios y nosotros tendrá valor. Y como el amor por nosotros es la medida de nuestro amor al prójimo (que abarca a todos, excepto los demonios y los condenados del infierno), desearemos para nuestro prójimo lo que para nosotros deseamos.

Querremos que crezca en amor a Dios, que crezca en santidad. Querremos también que alcance la felicidad eterna para la que Dios lo ha creado.

Esto significa, a su vez, que tendremos que odiar cualquier cosa que aparte al prójimo de Dios. Odiaremos las injusticias y los males hechos por el hombre, que pueden ser obstáculos para su crecimiento en santidad. Odiaremos la injusticia social, las viviendas inadecuadas, los salarios insuficientes, la explotación de los débiles e ignorantes.

Amaremos y procuraremos todo lo que contribuya a la bondad, felicidad y perfección de nuestro prójimo.

Dios nos ha facilitado la labor al señalarnos en los Diez Mandamientos nuestros principales deberes hacia El, hacia nuestro prójimo, y hacia nosotros mismos. Los primeros tres mandamientos declaran nuestros deberes con Dios; los otros siete indican los principales deberes con nuestro prójimo, e, indirectamente, con nosotros mismos.. Los Diez Mandamientos fueron dados originalmente por Dios a Moisés en el monte Sinaí, grabados en dos tablas de piedra, y fueron ratificados por Jesucristo, Nuestro Señor: "No penséis que he venido a abrogar la Ley o los profetas; no he venido a abrogarla, sino a consumarla" (Mt. 5,17). Jesús consuma la Ley de dos maneras.

En primer lugar, nos señala algunos deberes concretos hacia Dios y el prójimo. Estos deberes, dispersos en los Evangelios y las Epístolas, son los que se relacionan en las obras de misericordia corporales y espirituales. Luego, Jesús nos aclara estos deberes al dar a su Iglesia el derecho y el deber de interpretar y aplicar en la práctica la ley divina, lo que se concreta en los que denominamos mandamientos de la Iglesia.

Debemos tener en cuenta que los mandamientos de la Iglesia no son nuevas cargas adicionales que nos prescriben, por encima y más allá de los mandamientos divinos. Estas leyes de la Iglesia no son más que interpretaciones y aplicaciones concretas de la ley de Dios. Por ejemplo, Dios ordena que dediquemos algún tiempo a su culto. Nosotros podríamos decir, "Sí, quiero hacerlo, ¿pero cómo?". Y la Iglesia contesta: "Yendo a Misa los domingos y fiestas de guardar". Este hecho, el hecho de que las leyes de la Iglesia no son más que aplicaciones prácticas de las leyes divi nas, es un punto que merece destacarse. Algunas personas, incluso católicos, razonan distinguiendo las leyes de Dios de las leyes de la Iglesia, como si Dios pudiera estar en oposición consigo mismo.

Aquí tenemos, pues, las directrices divinas que nos dicen cómo perfeccionar nuestra naturaleza, cómo cumplir nuestra vocación de almas redimidas: los Diez Mandamientos de Dios, las siete obras de misericordia corporales y las siete espirituales, y los mandamientos de la Iglesia de Dios.

Todos ellos, claro está, prescriben solamente un mínimo de santidad: hacer la voluntad de Dios en materias obligatorias. Pero no debiéramos poner límites, no hay límites a nuestro crecimiento en santidad. El auténtico amor de Dios supera la letra de la ley, yendo a su espíritu. Debemos esforzarnos para hacer no sólo lo que es bueno, sino lo que es perfecto. Para aquellos que no tienen miedo de volar alto, nuestro Señor propone la observancia de los llamados Consejos Evangélicos: pobreza voluntaria, castidad perpetua y obediencia perfecta.

Hablaremos de cada uno de ellos -de los Mandamientos de Dios y su Iglesia, de las obras de misericordia y de los Consejos Evangélicos - a su debido tiempo. Y, dado que el lado positivo es menos conocido que los "no harás", empecemos con las obras de misericordia.

A Dios podemos llamarle Papá

Es el Dios que se hace pequeño, y que en su pequeñez no deja de ser grande.

En la homilía de la Misa celebrada en la mañana del jueves 14 de diciembre en la Casa Santa Marta, en el Vaticano, el Papa Francisco recordó que Dios es Padre, e invitó a llamarle “papá”.

El Santo Padre destacó que la ternura es el rasgo principal que caracteriza la relación de Dios con la humanidad. “Parece como si nuestro Dios quisiera cantarnos una canción de cuna. Nuestro Dios es capaz de esto. Su ternura es así: es padre y madre. Muchas veces dice: ‘Si una madre se olvida del hijo, yo no te olvidaré’. Él nos lleva en sus entrañas”.

Mediante esa ternura, Dios establece un diálogo para el cual “se hace pequeño para hacernos comprender, para hacer que tengamos fe en Él y que podamos decirle con la valentía de Pablo que cambia las palabras y dice: ‘Padre, papá’. Papá… Es la ternura de Dios”.

“¿Yo soy capaz de hablar así con el Señor, o por el contrario tengo miedo?”, se preguntó el Pontífice. “Que cada uno se responda. Alguno puede decir, puede preguntarse: ‘Pero, ¿cuál es el lugar teológico de la ternura de Dios? ¿Dónde se puede encontrar la ternura de Dios? ¿Cuál es el lugar donde se manifiesta mejor la ternura de Dios?’”.

Francisco lo explicó. Esta ternura se encuentra en las heridas, en las llagas. “En mis llagas, en tus llagas, cuando se encuentran mis llagas con sus llagas. En sus llagas hemos sido curados”.

Es el Dios que se hace pequeño, y que en su pequeñez no deja de ser grande. Y en esta dialéctica de grande y pequeño encontramos la ternura de Dios. El grande que se hace pequeño, y el pequeño que se hace grande. La Navidad nos ayuda a comprender esto: en aquel pesebre encontramos al Dios pequeño”.

El Santo Padre finalizó con “una frase de Santo Tomás de la primera parte de la Suma en la que decía, queriendo explicar esto: ‘¿Qué es lo divino? ¿Qué cosa es la más divina?’. Dice: ‘Non coerceri a maximo contineri tamen a minimo divinum est’. Es decir, no asustarse de las cosas grandes, pero ten en cuenta las cosas pequeñas”.

¿Listo para navidad?

¿Seguro? Aquí un examen de conciencia para averiguarlo

Cuando nos confesamos buscamos encontrar nuevamente la gracia para estar en amistad con nuestro Dios que nos ama y quiere lo mejor para nosotros. Para hacer una buena confesión el primer paso es hacer un buen examen de conciencia.

El examen de conciencia consiste en revisar detenidamente toda nuestra vida y descubrir cómo estamos viviendo, para saber si lo estamos haciendo de acuerdo al estilo de vida que Jesús nos propone. Que mejor oportunidad que hacerlo en esta época de adviento, mientras nos preparamos para la llegada del niño Jesús al pesebre de nuestro corazón.

Te invito a que con honestidad hagas este examen de conciencia y descubras que tan preparado estas para navidad, ¿Listo?… Comencemos

En mi Relación con Dios…

¿Estoy confesado o planeo ir a confesarme pronto?
¿Planeo asistir a misa todos los domingos previos a la navidad y Comulgar?
¿Estoy procurando orar más para esta navidad?
¿Hago presente a Dios en mi día al bendecir los alimentos, visitar al Santísimo?
¿Cuándo fue la última vez que leí la Biblia o Rece el rosario?
¿Estoy preparando un regalo para Dios en esta navidad?

En mi relación conmigo mismo

¿Hago mi mayor esfuerzo por sacar adelante mi escuela o mis estudios?
¿Me preocupo y me doy tiempo para mi crecimiento espiritual?
¿Busco pertenecer a algún grupo parroquial o servir en algún ministerio?
¿Procuro hacer mis obligaciones o responsabilidades bien y a tiempo?
¿La flojera o pereza son constantes en mi vida?
¿Estoy viviendo la castidad?
¿Trato de vivir la humildad y la sencillez de corazón?

En mi relación con los demás

¿Tengo algún rencor o resentimiento que tenga que dejar ir?
¿Hay alguna relación que haya sido dañada y que tenga que tratar de reparar?
¿Soy amable y respetuoso con las personas con las que convivo diariamente?
¿Procuro acercar a las personas a mi alrededor a Jesús y a su buena nueva?
¿Suelo criticar o hablar mal de las personas, o usar palabras ofensivas con ellos?
¿Siento envidia de las otras personas por sus logros, cualidades o por alguna cosa?
Cuando me molesto ¿Exploto lleno de ira o se manejar mi reacción y mis palabras?
¿Procuro ser paciente con las personas o situaciones que me molestan?
¿Soy honesto al hablar y procuro nunca mentir?
¿Les hago saber a las personas importantes, que los quiero y estimo?
¿Suelo ver en la otra persona a Jesús y entregarle lo mejor de mí?

En mi relación con las cosas del mundo

¿Me preocupo demasiado por las cosas materiales, regalos, ropa y cena?
¿Paso más tiempo en el internet, celular, televisión que con mis seres queridos?
¿Es común que me exceda al comer o al beber?
¿Puedo ser desprendido con mis bienes materiales para compartirlos con los demás?

Finalmente

¿Busco preparar de la mejor forma mi corazón, para que sea Cristo quien nazca en mí?
¡Ánimo! ¡Aún estas a tiempo!
Lo más importante no es cuales hayan sido tus respuestas a este examen de conciencia, sino cual sea tu respuesta en estos días que faltan para que llegue la Navidad.

El Señor desea que nos preparemos para recibirlo, que sepamos escuchar su voz que toca la puerta de nuestros corazones, como dice su Palabra en Apocalipsis 3,20:
“Mira que estoy a la puerta y llamo, si alguno escucha mi voz y abre la puerta, entrare a él y cenare Yo con él y el conmigo”

Hace dos mil años nos cuenta la Biblia que no había lugar para José y María cuando ya estaba por nacer el niño Jesús (Lc. 2,7). Ojalá y en esta navidad, cuando toquen a la puerta de nuestro corazón, les hagamos saber que aquí les tenemos un lugar preparado especialmente para ellos y para ese hermoso niño Jesús, quien es el festejado, y la razón verdadera de la Navidad.

SUSPENDE LAS CELEBRACIONES TRAS LA DECISIÓN DE TRUMP
No habrá Navidad en Nazaret

Sí se mantienen las celebraciones litúrgicas

Redacción, 15 de diciembre de 2017 a las 11:48

Nazaret y la Basílica de la Anunciación

"Nuestra identidad y fe no están a debate (...) La decisión (de Trump) se ha llevado la alegría de las festividades y por eso cancelamos las celebraciones", dijo el alcalde, Ali Salam, árabe-israelí y musulmán

La tierra donde Jesús pasó su infancia no tendrá Navidad. El Ayuntamiento de Nazaret ha suspendido las celebraciones oficiales de las fiestas en protesta por el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel que hizo el presidente de EE.UU.

"Nuestra identidad y fe no están a debate (...) La decisión (de Trump) se ha llevado la alegría de las festividades y por eso cancelamos las celebraciones", dijo el alcalde, Ali Salam, árabe-israelí y musulmán, según informó el diario digital Times of Israel.

Así, una de las ciudades más importantes para el cristianismo, donde la Biblia sitúa la anunciación del arcángel Gabriel a María de su embarazo y la infancia de Jesús, se quedará este año sin un gran mercado navideño, un festival y otras actividades.

Sin embargo, los eventos organizados por la iglesia "sí tendrán lugar", confirmó a Efe el portavoz del Comité de Iglesias Católicas en Tierra Santa, Wadie Abunaser, incluida la iluminación del árbol de Navidad el próximo domingo 17 y una procesión el 23 de diciembre, antes de Nochebuena.

La decisión de Trump sobre la capitalidad de Jerusalén, ciudad considerada santa por las tres grandes religiones monoteístas, cuya parte Este está ocupada por Israel desde 1967 y a la que los palestinos aspiran como capital de su futuro Estado, ha levantado una ola de protestas y condenas de la comunidad internacional y de representantes musulmanes y cristianos.

(RD/Agencias)

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