Entre vosotros está uno que no conocéis: él viene detrás de mí
- 02 Enero 2018
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Evangelio según San Juan 1,19-28.
Este es el testimonio que dio Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén, para preguntarle: "¿Quién eres tú?".
El confesó y no lo ocultó, sino que dijo claramente: "Yo no soy el Mesías".
"¿Quién eres, entonces?", le preguntaron: "¿Eres Elías?". Juan dijo: "No". "¿Eres el Profeta?". "Tampoco", respondió.
Ellos insistieron: "¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?".
Y él les dijo: "Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías".
Algunos de los enviados eran fariseos, y volvieron a preguntarle: "¿Por qué bautizas, entonces, si tu no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?".
Juan respondió: "Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen:
él viene después de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia".
Todo esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba.
San Gregorio de Nacianzo, obispo
En la ciudad de Nacianzo, de la región de Capadocia, muerte de san Gregorio, obispo, cuya memoria se celebra el día dos de enero.
San Gregorio de Nacianzo fue declarado Doctor de la Iglesia y apodado «el teólogo» (título que comparte con el apóstol san Juan), por la habilidad con que defendió la doctrina del Concilio de Nicea. Nació hacia el año 329, en Arianzo de Capadocia. Era hijo de santa Nona y san Gregorio el Mayor. Su padre era un antiguo propietario y magistrado que, después de convertirse al cristianismo junto con su esposa, recibió el sacerdocio y gobernó durante cuarenta y cinco años la diócesis de Nacianzo. Sus hijos, Gregorio y Cesario, recibieron una educación excelente. Después de haber hecho sus primeros estudios en Cesarea de Capadocia, donde conoció a san Basilio, San Gregorio de Nacianzo, que quería ser abogado, pasó a Cesarea, en Palestina, donde había una famosa escuela de retórica. Más tarde volvió a reunirse con su hermano en Alejandría. En aquella época, los estudiantes pasaban con facilidad de una escuela a otra; san Gregorio, después de una corta estancia en Egipto, decidió ir a terminar sus estudios en Atenas. Una furiosa tempestad que sacudió durante varios días la nave en que iba Gregorio, le hizo caer en la cuenta del riesgo en que se hallaba de perder su alma, ya que aún no había recibido el bautismo. Sin embargo, no se bautizó sino hasta varios años después, probablemente porque compartía la creencia de su época de que era muy difícil obtener el perdón de los pecados cometidos después del bautismo. Gregorio pasó diez años en Atenas; casi todo ese tiempo estuvo con san Basilio, de quien llegó a ser íntimo amigo. Otro de sus compañeros, aunque no de sus amigos, fue el futuro emperador Juliano, cuya afectación y extravagancia eran muy poco del gusto de los jóvenes capadocios. Gregorio partió de Atenas a los treinta años de edad, después de aprender cuanto sus maestros podían enseñarle. No sabemos exactamente qué pensaba hacer en Nacianzo; en todo caso, si tenía intenciones de practicar su carrera de leyes o enseñar retórica, modificó sus planes. Gregorio había sido siempre muy devoto; pero por entonces abrazó una forma de vida mucho más austera, transformado, según parece, por una profunda experiencia religiosa, que tal vez fue el bautismo. Basilio, que vivía como solitario en el Ponto, en las riberas del Iris, le invitó a reunirse con él, y Gregorio aceptó al punto. En medio de aquel hermoso paisaje solitario, del que san Basilio nos dejó una bellísima descripción, los dos amigos pasaron un par de años, consagrados a la oración y al estudio; durante ellos, hicieron una colección de extractos de las obras de Orígenes y echaron los fundamentos de la vida monástica de Oriente, cuya influencia había de dejarse sentir también en el Occidente a través de san Benito.
Gregorio tuvo que arrancarse de aquel remanso de paz para ir a ayudar a su padre, que tenía ya ochenta años, en la administración de su diócesis y de sus bienes. Pero el anciano, al que no satisfacía plenamente la ayuda que su hijo le prestaba como laico, le ordenó sacerdote más o menos por la fuerza, con la ayuda de algunos fieles. Aterrorizado al verse elevado a la dignidad sacerdotal, de la que la conciencia de su indignidad le había mantenido alejado hasta entonces, san Gregorio se dejó llevar de su primer impulso y huyó en busca de su amigo Basilio. Sin embargo, diez semanas más tarde, volvió a la casa de su padre, decidido a aceptar las responsabilidades de su vocación. La apología que escribió sobre su fuga es, en realidad, un tratado sobre el sacerdocio, en el que se fundaron cuantos han escrito posteriormente sobre el tema, empezando por san Juan Crisóstomo. Un incidente se encargó pronto de demostrar cuán necesaria era la presencia de Gregorio en Nacianzo: su padre y muchos otros prelados habían aceptado las decisiones del Concilio de Rímini, con la esperanza de ganarse así a los semiarrianos. Esto produjo una violenta reacción entre los mejores católicos, especialmente entre los monjes, y sólo la habilidad de san Gregorio consiguió evitar el cisma. Todavía se conserva el discurso que pronunció el día de la reconciliación, así como dos oraciones fúnebres de la misma época: la de su hermano san Cesario, que había sido médico del emperador en Constantinopla, en el año 369 y la de su hermana santa Gorgonia.
El año 370, san Basilio fue elegido metropolitano de Cesarea. En aquella época, el emperador Valente y el procurador Modesto hacían lo imposible por introducir el arrianismo en Capadocia y san Basilio se convirtió en el principal obstáculo para la realización de sus planes. Con el objeto de disminuir la influencia de este último, Valente dividió la Capadocia en dos provincias e hizo de la ciudad de Tiana la capital de la nueva. El obispo de Tiana, Antimo, reclamó inmediatamente la jurisdicción archiepiscopal sobre la nueva provincia; pero San Basilio arguyó que la nueva división política no afectaba en nada su autoridad de metropolitano. A fin de consolidar su posición, contando con un amigo en el territorio en disputa, san Basilio nombró a san Gregorio obispo de la nueva diócesis de Sásima, ciudad malsana y miserable, que se hallaba situada en la frontera de las dos provincias. Gregorio aceptó contra su voluntad la consagración, pero nunca se trasladó a Sásima, cuyo gobernador era su enemigo declarado. San Basilio acusó de cobardía a san Gregorio, el cual declaró que no estaba dispuesto a batirse por una diócesis. Aunque más tarde volvieron a reconciliarse los dos amigos, san Gregorio quedó herido y su amistad no volvió a ser nunca tan íntima como antes. San Gregorio permaneció, pues, en Nacianzo, actuando como coadjutor de su padre, quien murió al año siguiente. A pesar de su deseo de retirarse a la soledad, san Gregorio tuvo que aceptar el gobierno de la diócesis, hasta que fuese nombrado el nuevo obispo. Pero la enfermedad le obligó a retirarse a Seleucia, el año 375, y allí permaneció cinco años. A la muerte del emperador Valente, cesó la persecución contra la Iglesia. Naturalmente, los obispos decidieron enviar a los más celosos y cultos de sus hombres a las ciudades y provincias que más habían sufrido con la persecución.
La Iglesia de Constantinopla era, sin duda, la que se hallaba en peor estado, ya que estuvo sometida a la influencia de los arrianos, durante treinta o cuarenta años, y no tenía una sola iglesia para reunir a los que habían permanecido fieles al catolicismo. Un consejo episcopal invitó a san Gregorio a encargarse de la restauración de la fe en Constantinopla. Este, cuyo temperamento sensible y pacífico le hacía temer aquel remolino de intrigas, corrupción y violencia, se negó al principio a salir de su retiro, pero finalmente aceptó. Sus pruebas empezaron desde que llegó a Constantinopla, pues el populacho, acostumbrado a la pompa y al esplendor, recibió con recelo a aquel hombrecillo mal vestido, calvo y prematuramente encorvado. San Gregorio se alojó al principio en casa de unos amigos, que pronto se transformó en iglesia, y le dio el nombre de «Anastasia», es decir, el sitio en que la fe iba a resucitar. En aquel reducido santuario se dedicó a predicar e instruir al pueblo. Allí fue donde predicó sus célebres sermones sobre la Santísima Trinidad que le merecieron el título de «el teólogo», por la profundidad con que captó la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Poco a poco creció su fama y la capacidad de su iglesia resultó insuficiente. Por su parte, los arrianos y los apolinaristas no dejaban de esparcir insultos y calumnias contra él. En una ocasión llegaron incluso a irrumpir en la iglesia para arrastrar a san Gregorio a los tribunales. Pero el santo se consolaba al saber que, si la fuerza estaba del lado de sus enemigos, la verdad, en cambio, estaba de su parte; si ellos poseían las iglesias, él tenía a Dios; si el pueblo apoyaba a sus adversarios, los ángeles le sostenían a él. San Gregorio se ganó la estima de los más grandes hombres de su tiempo: san Evagrio del Ponto se trasladó a Constantinopla para ayudarle como archidiácono, y san Jerónimo fue del desierto de Siria a Constantinopla, para oír las enseñanzas de San Gregorio.
Pero siguió la lluvia de pruebas sobre el campeón de Cristo, tanto por parte de los herejes como de sus propios fieles. Un tal Máximo, un aventurero al que el santo había prestado oídos y alabado públicamente, se hizo consagrar obispo por unos prelados que se hallaban de paso en la ciudad y aprovechó una enfermedad de san Gregorio para apoderarse de la sede. Este consiguió imponerse sobre el usurpador, pero el incidente le dolió mucho, sobre todo cuando supo que varios de aquellos a quienes él consideraba amigos habían apoyado a Máximo. En los primeros meses del año 380, el obispo de Tesalónica confirió el bautismo al emperador Teodosio. Poco después, éste promulgó un edicto por el que obligaba a sus súbditos bizantinos a practicar la fe católica, tal como la profesaban el papa y el arzobispo de Alejandría. En Constantinopla, Teodosio puso al obispo arriano ante la disyuntiva de aceptar la fe de Nicea o abandonar la ciudad. El prelado escogió el destierro y Teodosio determinó instalar a san Gregorio en su lugar, ya que hasta entonces había sido prácticamente obispo en Constantinopla, pero no obispo de Constantinopla. Un sínodo confirmó el nombramiento de san Gregorio, quien fue entronizado en la catedral de Santa Sofía, en medio de las aclamaciones del pueblo. Pero su gobierno duró apenas unas cuantos meses. Sus antiguos enemigos se levantaron contra él y la hostilidad no hizo sino aumentar, ante la decisión de san Gregorio sobre el asunto de la sede vacante de Antioquía. El pueblo empezó a dudar sobre la validez de la elección del santo, quien fue objeto de algunos atentados. Tan amante de la paz como siempre, y temeroso de que la inquietud del pueblo llevase al derramamiento de sangre, san Gregorio determinó renunciar a su cargo: «Si mi gobierno de la diócesis produce disturbios -manifestó ante la asamblea-, estoy dispuesto, como Jonás, a dejarme arrojar al mar para calmar la tempestad, aunque no la he provocado yo. Si todos siguiesen mi ejemplo, la Iglesia gozaría pronto de la paz. Yo jamás aspiré a la dignidad que ocupo y la acepté contra mi voluntad. Por consiguiente, si lo juzgáis conveniente, estoy dispuesto a partir». El emperador acabó por dar su consentimiento y san Gregorio pronunció un noble y conmovedor discurso de despedida. Su tarea allí estaba terminada; quedaba encendida de nuevo la llama de la fe, que se había apagado en Constantinopla y la mantuvo encendida en las horas más sombrías por las que había atravesado la Iglesia. Un rasgo característico del santo fue el que mantuvo siempre relaciones cordiales con su sucesor, Nectario, quien le era inferior en todo, excepto en la nobleza del linaje.
San Gregorio pasó algunas temporadas en las posesiones que había heredado y en Nacianzo, donde aún no se había instalado el sucesor de su padre. Pero el año 383, después de lograr que su primo Euladio fuese elegido para ocupar la sede vacante, se retiró por completo a la vida privada, en la paz de su hermoso parque, donde había un bosquecillo y una fuente. Pero aun allí practicaba la mortificación, ya que jamás se calzaba ni encendía fuego. Hacia el fin de su vida, escribió una serie de poemas religiosos, tan bellos como edificantes. Dichos poemas son muy interesantes desde el punto de vista biográfico y literario, ya que el santo cuenta en ellos su vida y sus sufrimientos; su forma exquisita llega, a veces, a lo sublime. La fama de escritor de que ha gozado san Gregorio hasta nuestros días se debe a esos poemas, a sus sermones y a sus deliciosas cartas. San Gregorio murió en su retiro, el año 390. Sus restos, que fueron primero trasladados de Nacianzo a Constantinopla, reposan actualmente en San Pedro de Roma.
San Gregorio gustaba de hablar de la condescendencia que Dios había mostrado a los hombres. En una de sus cartas, escribía: «Admirad la extraordinaria bondad de Dios, que se digna tomar en cuenta nuestros deseos como si tuviesen gran valor. Desea ardientemente que le busquemos y le amemos y recibe nuestras peticiones como si se tratase de un favor o un beneficio que los hombres le hiciésemos. Dios tiene más gozo en dar que nosotros en recibir. Lo único que no soporta es que le pidamos tibiamente y que pongamos límites a nuestras peticiones. Pedirle cosas frívolas sería hacer una ofensa a la liberalidad con que Dios está dispuesto a oírnos».
Las cartas y escritos de san Gregorio, especialmente el largo poema De Vita Sua (que tiene casi dos mil versos) son nuestra principal fuente de información sobre su vida. Desgraciadamente, la aparición de la gran edición benedictina de sus obras sufrió muchas dilaciones. Varios de los editores murieron sucesivamente y el primer volumen de los sermones no vio la luz sino hasta 1778. Cuando se preparaba el segundo volumen, estalló la Revolución Francesa, de suerte que no fue publicado sino hasta 1840. La Academia de Cracovia ha emprendido una nueva edición crítica. Muchos de los antiguos manuscritos de las obras de san Gregorio, algunos de los cuales datan del siglo IX, están adornados con hermosas miniaturas. Ver sobre ellos el artículo de Dom Leclercq (Dictionnaire d'Archéologie chrétienne et de Liturgie, vol. VI, cc. 1667-1710), con numerosas reproducciones de las miniaturas. En inglés, el ensayo del cardenal Newman en Historical Sketches, vol. III , pp. 50-94 conserva todo su valor. En español, el tomo II de la edición BAC de la Patrología de Quasten incluye un extenso artículo. En la serie de catequesis dedicadas a los grandes teólogos y santos, SS Benedicto XVI dedicó dos a san Gregorio Nacianceno, la primera de contenido más biográfico, y la segunda más teológico.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Oremos
Concede, Señor, una fe inquebrantable a tu pueblo, que confiesa y proclama que tu Hijo único, eterno y glorioso como tú, nació de la Virgen María, tomando un cuerpo humano como el nuestro; haz que, por ese misterio inefable, nos veamos libres de las adversidades de esta vida y merezcamos ir después a disfrutar del gozo que no tiene fin. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo
San Gregorio Magno (c. 540-604), papa y doctor de la Iglesia
Homilías sobre el Evangelio, n° 7
«Entre vosotros está uno que no conocéis: él viene detrás de mí»
"Yo bautizo con agua, pero entre vosotros hay uno que no conocéis». No está en espíritu, sino en el agua que Juan bautiza. Incapaz de perdonar los pecados, lava con agua el cuerpo de los bautizados, pero no se lava el espíritu para el perdón. Entonces, ¿por qué bautizar, si no se limpian los pecados por su bautismo? ¿Por qué, si no permanecería en su papel de precursor? Al igual que al nacer, precedió al Señor que iba a nacer, también lo precedió, al bautizarse, el Señor que iba a ser bautizado. Precursor de Cristo por su predicación, lo precedió también bautizando, el que fue la imagen del sacramento que estaba por venir.
Juan anunció un misterio cuando dijo que Cristo estaba entre los hombres y que no lo conocían, ya que el Señor, cuando se mostró en la carne se hizo visible en su cuerpo e invisible en su majestad. Y Juan añade: "El que viene después de mí se ha puesto delante mío" (Jn 1,15)...; explica las causas de la superioridad de Cristo cuando dice: "Porque existía antes que yo", como si dijera claramente: "Si va delante mío, aunque él nació después que yo, es porque el tiempo de su nacimiento, no le pone límites. Nacido de una madre en el tiempo, es engendrado por el Padre fuera del tiempo".
Juan muestra humilde respeto, continúa: "yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia." Era costumbre entre los antiguos, que si alguien se negaba a casarse con una chica con la que estaba prometido, esta desataba la sandalia de aquel que se volvía atrás. Pero Cristo ¿no se mostró como el Esposo de la santa Iglesia? ... Pero debido a que los hombres pensaban que Juan era el Mesías – cosa que el mismo Juan negaba - se declara indigno de desatar la correa de su sandalia. Es como si dijera... "No me adjudico incorrectamente el nombre del esposo" (cf. Jn 3,29).
Santo Evangelio según San Juan 1, 19-28. Tiempo de Navidad.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, tú me sondeas y me conoces,
Tú sabes si me siento o me levanto; de lejos percibes lo que pienso,
Te das cuenta si camino o descanso, y todos mis pasos te son familiares.
Tú creaste mis entrañas, me plasmaste en el seno de mi madre:
Tú conociste hasta el fondo de mi alma, y nada de mi ser se te ocultaba.
Sondéame, Dios mío, y penetra mi interior; examíname y conoce lo que pienso;
Observa si estoy en un camino falso y llévame por el camino eterno. Amén. (Del Salmo 139)
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 1, 19-28
Éste es el testimonio que dio Juan el Bautista, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén a unos sacerdotes y levitas para preguntarle: "¿Quién eres tú?".
Él reconoció y no negó quien era. El afirmó: "Yo no soy el Mesías". De nuevo le preguntaron: "¿Quién eres, pues? ¿Eres Elías?". Él les respondió: "No lo soy". "¿Eres el Profeta?". Respondió: "No". Le dijeron: "Entonces dinos quién eres, para poder llevar una respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo?". Juan les contestó: "Yo soy la voz que grita en el desierto: 'Enderecen el camino del Señor', como anunció el profeta Isaías".
Los enviados que pertenecían a la secta de los fariseos, le preguntaron: "Entonces, ¿por qué bautizas, si no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?". Juan les respondió: "Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay uno, al que ustedes no conocen, alguien que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias". Esto sucedió en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde Juan bautizaba.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Sólo delante de Ti, Señor, encuentro mi verdadera identidad. Tú me conoces en lo más hondo y esperas que brote lo mejor que hay en mí. Ante Ti, Señor, no hay máscaras, no hay apariencias, sino un encuentro auténtico, cara a cara. Así me quiero presentar a Ti en esta oración.
Así también me quiero presentar a los hombres, cuando me pregunten quién soy. Jesús, por el bautismo Tú me has llamado a ser un hombre o una mujer que predica tu venida, que anuncia tu nombre sin reservas, que busca preparar el camino para que te encuentres con tantas personas a mi alrededor.
Hoy quiero ser como Juan Bautista. En mi casa, en el trabajo, incluso en mis tiempos de descanso, quiero confesar mi fe con obras. Quiero que todos escuchen tu voz por medio de mi testimonio de caridad, de alegría, de esperanza, de entrega, de honestidad… Habla, Señor, a mi corazón, para que descubra qué quieres de mí para este día. Habla también a través de mí a todas las personas que me encuentre en mi camino.
Queridos hermanos: pidamos a Dios, con la esperanza de que nos escuchen los hombres, y dirijámonos a los hombres, con la certeza de que Dios nos ayuda. En efecto, él nos ha creado como una esperanza para los demás, una esperanza real y realizable en el estado de vida de cada uno.
(Homilía de S.S. Francisco, 13 de mayo de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy buscaré que mis conversaciones ayuden a los demás, reconociendo las cosas buenas y buscando mejorar lo negativo.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Preparar y allanar el sendero al Mesías
Preparemos el camino del Señor que viene, en los desiertos de hoy, desiertos exteriores e interiores, sedientos del agua viva que es Cristo.
Por: SS Benedicto XVI | Fuente: Catholic.net
Palabras de SS Benedicto el 9 de diciembre de 2007
Queridos hermanos y hermanas:
(...) Hoy, segundo domingo de Adviento, nos presenta la figura austera del Precursor, que el evangelista san Mateo introduce así: «Por aquel tiempo, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea predicando: i<>Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos (Mt 3, 1-2).
Tenía la misión de preparar y allanar el sendero al Mesías, exhortando al pueblo de Israel a arrepentirse de sus pecados y corregir toda injusticia. Con palabras exigentes, Juan Bautista anunciaba el juicio inminente: «El árbol que no da fruto será talado y echado al fuego» (Mt 3, 10). Sobre todo ponía en guardia contra la hipocresía de quien se sentía seguro por el mero hecho de pertenecer al pueblo elegido: ante Dios -decía- nadie tiene títulos para enorgullecerse, sino que debe dar "frutos dignos de conversión" (Mt 3, 8).
Mientras prosigue el camino del Adviento, mientras nos preparamos para celebrar el Nacimiento de Cristo, resuena en nuestras comunidades esta exhortación de Juan Bautista a la conversión. Es una invitación apremiante a abrir el corazón y acoger al Hijo de Dios que viene a nosotros para manifestar el juicio divino. El Padre -escribe el evangelista san Juan- no juzga a nadie, sino que ha dado al Hijo el poder de juzgar, porque es Hijo del hombre (cf. Jn 5, 22. 27). Hoy, en el presente, es cuando se juega nuestro destino futuro; con el comportamiento concreto que tenemos en esta vida decidimos nuestro destino eterno. En el ocaso de nuestros días en la tierra, en el momento de la muerte, seremos juzgados según nuestra semejanza o desemejanza con el Niño que está a punto de nacer en la pobre cueva de Belén, puesto que él es el criterio de medida que Dios ha dado a la humanidad.
El Padre celestial, que en el nacimiento de su Hijo unigénito nos manifestó su amor misericordioso, nos llama a seguir sus pasos convirtiendo, como él, nuestra existencia en un don de amor. Y los frutos del amor son los «frutos dignos de conversión» a los que hacía referencia san Juan Bautista cuando, con palabras tajantes, se dirigía a los fariseos y a los saduceos que acudían entre la multitud a su bautismo.
Mediante el Evangelio, Juan Bautista sigue hablando a lo largo de los siglos a todas las generaciones. Sus palabras claras y duras resultan muy saludables para nosotros, hombres y mujeres de nuestro tiempo, en el que, por desgracia, también el modo de vivir y percibir la Navidad muy a menudo sufre las consecuencias de una mentalidad materialista. La "voz" del gran profeta nos pide que preparemos el camino del Señor que viene, en los desiertos de hoy, desiertos exteriores e interiores, sedientos del agua viva que es Cristo.
Que la Virgen María nos guíe a una auténtica conversión del corazón, a fin de que podamos realizar las opciones necesarias para sintonizar nuestra mentalidad con el Evangelio.
Consejos para hacer realidad los propósitos de Año Nuevo
Si dejamos que la sabiduría de Dios nos ayude, tendremos mejores resultados
Iniciar un nuevo año no debe ser únicamente acostarse por la noche para levantarse al día siguiente, ni cambiar el calendario viejo por el nuevo. El inicio de un nuevo año constituye una oportunidad para hacer proyectos de vida, fortalecer lo positivo o hacer grandes cambios para sacar de nuestra vida lo que es destructivo. No es la vida la que nos marca lo que tenemos que hacer, somos nosotros los que dirigimos la vida y le damos sentido. Nosotros somos los responsables de construir el presente y el futuro.
¿Cómo construir un Año Nuevo?
Si dejamos que la sabiduría de Dios nos ayude, tendremos mejores resultados. Para ello podemos tomar en cuenta lo que Jesús nos dice en el evangelio de Mateo 7,21,24-29. La primera parte nos recuerda que las palabras no son suficientes para tener logros. Es muy fácil hablar, prometer, decir propósitos, pero lo difícil es ponerlos en práctica. Quizá por eso hay tantas personas que hacen buenos propósitos, pero nunca los ven realizados. Bien decía Jesús: “No todo el que me diga ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumpla la voluntad de mi Padre que está en los cielos.”
Las obras son fundamentales
“Los propósitos y la oración van acompañados de obras”. Con estas palabras comprendemos perfectamente que no es suficiente hacer oración o invocar el nombre de Dios para transformar la vida o hacer frente a los retos y obstáculos. Hacer un propósito o invocar el nombre de Dios exige tener una actitud de esfuerzo, trabajo y disponibilidad que convierten los pensamientos en acciones.
Lo fácil o lo difícil
Lo fácil no cuesta trabajo, no exige constancia ni esfuerzo. Quizá por eso la mayoría de las personas buscan ese camino y se conforman con pocos resultados. Es más fácil estar descansando que hacer algo de provecho; es más fácil pasar año con 6 de calificación que obtener un 10; es más fácil tener la casa sucia que arreglada y presentada; es más fácil relacionarse sólo con los que me caen bien que ampliar mi grupo de conocidos; es más fácil ver la televisión que leer un libro; es más fácil salir a jugar que estudiar o tomar un curso; es más fácil hacerse una operación de liposucción que hacer ejercicio; es más fácil divorciarse que luchar por el matrimonio; es más fácil alimentar sólo el cuerpo que el espíritu. Muchos buscan siempre lo más fácil, lo más cómodo, pero ese no es el camino del éxito ni del crecimiento. Así lo expresa Cristo cuando dice: “El que escucha mis palabras y no las pone en práctica, se parece a un hombre necio que edificó su casa sobre arena. Vino la lluvia, bajaron las crecientes, se desataron los vientos y dieron contra aquella casa y la arrasaron completamente”.
Construyendo sobre arena
Construir sobre arena es fácil. No es necesario hacer una excavación, no es necesario picar piedra. Esa frase representa a quienes quieren obtener algo rápido y sin esfuerzo. Lamentablemente, los resultados de una actitud así no son los mejores. Cristo lo advierte cuando compara la destrucción y ruina de una casa, con el desmoronamiento o ruina a la que llegan muchas personas en su vida por haber buscado un camino fácil. En estos días de inicio de año no faltan algunos cristianos que buscan el éxito de un nuevo año sólo haciendo oración el día último o el día primero, pero todo el año se olvidan de Dios.
Tampoco faltan los cristianos que, por ignorancia, creen que siguiendo determinados rituales mágicos estará seguro y mejor el nuevo año. Así, se comen las 12 uvas, se ponen ropa interior roja, prenden velas doradas, colocan cuarzos, colocan figuras de borregos en su casa, pasean maletas, etc. Esperan grandes cambios, pero al cimentar su futuro en supersticiones que son como arena, terminan sin recibir nada, con sus ilusiones y esperanzas destruidas, con el ánimo por los suelos y abatidos por los problemas y dificultades que, como los huracanes y sismos, destruyen las casas mal construidas. ¿Valdrá la pena preparar y provocar nuestra destrucción?
Sobre roca firme
La palabra de Cristo nos invita a esforzarnos, a exigirnos, a trabajar con entusiasmo y constancia, a buscar la sabiduría, a poner nuestra mirada en los valores duraderos y no sólo en las cosas pasajeras, a valorar lo terreno, pero sin dejar de cuidar lo espiritual. Por eso Jesús dice: “El que escucha mis palabras y las pone en práctica, se parece a un hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Vino la lluvia, bajaron las crecientes, se desataron los vientos y dieron contra aquella casa, pero no se cayó, porque estaba construida sobre roca. El año nuevo seguramente traerá muchas bendiciones, pero también nos presentará dificultades, retos, problemas, etc. Es importante estar preparados para afrontar todo lo que pudiera querer tambalearnos. Para eso es necesario construir nuestro presente y futuro sobre aquello que, como roca, sea estable, no sea pasajero, fundamente nuestra acción y nuestro pensamiento, fundamente nuestras relaciones personales, fundamente nuestra fe y nuestro actuar.
Planos y proyectos
Así como un arquitecto o ingeniero reflexionan y estudian de la mejor manera cómo van a construir una casa para que sea resistente, hermosa y duradera, así también el cristiano tiene que dedicar un tiempo para hacer un proyecto de vida: ¿Qué quiero para mi presente y mi futuro? ¿Hasta dónde quiero llegar? ¿Qué logros quiero obtener? De acuerdo con sus proyectos, tendrá que marcar los pasos y etapas necesarias para que se conviertan en realidad. Por eso, todo propósito tiene que marcar etapas y distinguirse en propósitos a corto plazo, a mediano plazo y a largo plazo. Las grandes cosas se van logrando poco a poco, pero se van evaluando constantemente. Si no hay un proyecto de vida se camina, pero no se avanza. Si no hay un proyecto de vida no se puede hacer una evaluación. Si no hay un proyecto de vida se puede perder el camino y la meta. Será necesario hacer proyectos personales, de pareja, de familia, para la salud, para la educación e incluso para lo económico.
Constancia
En una construcción no basta colocar la primera piedra. Después del entusiasmo inicial se tiene que continuar hasta el final. Es necesario vencer a la pereza, al deseo de comodidad, y buscar la constancia para luchar con ella.
Muchos inician un maratón, pero no lo terminan. Muchos inician un curso y lo dejan a medias. Muchos van la primera semana al gimnasio para desertar después. Muchos leen las primeras páginas de un libro, pero no llegan al final. Muchos inician la lectura de la Biblia para dejarla después abandonada. Sin constancia los propósitos se quedan en palabras o escritos.
Más allá de los sentimientos y emociones
Los sentimientos y las emociones son bonitos, pero muy fugaces. Cuando nos dejamos llevar por ellos podemos cometer graves errores. Cuando sólo por sentimiento o emoción se casa una pareja, está preparando su fracaso. Cuando por lo mismo se decide una carrera profesional, un trabajo o incluso una religión, lo más seguro es que pronto cambiemos de parecer. Por eso, al hacer los propósitos de año nuevo será necesario hacerlos con toda calma, buscar un tiempo de reflexión profunda, pidiendo la ayuda de Dios, preguntando a nuestros seres queridos en qué consideran que podríamos ser mejores o qué ven en nosotros que no sea lo mejor. Así podremos hacer que nuestros propósitos se conviertan en realidad y sean como una casa que no es derribada por los días que se aproximan.
¿Con qué actitud debemos mirar el nuevo año?
Extracto del mensaje del Papa Benedicto XVI para la XLV jornada mundial de la paz (2012), hoy tan vigente como cuando se publicó
Por: S.S. Benedicto XVI | Fuente: La-oracion.com
¿Con qué actitud debemos mirar el nuevo año? En el salmo 130 encontramos una imagen muy bella. El salmista dice que el hombre de fe aguarda al Señor «más que el centinela la aurora» (v. 6), lo aguarda con una sólida esperanza, porque sabe que traerá luz, misericordia, salvación. Esta espera nace de la experiencia del pueblo elegido, el cual reconoce que Dios lo ha educado para mirar el mundo en su verdad y a no dejarse abatir por las tribulaciones.
El hombre espera un cambio, espera una nueva luz
Es verdad que en el año que termina ha aumentado el sentimiento de frustración por la crisis que agobia a la sociedad, al mundo del trabajo y la economía; una crisis cuyas raíces son sobre todo culturales y antropológicas. Parece como si un manto de oscuridad hubiera descendido sobre nuestro tiempo y no dejara ver con claridad la luz del día.
En esta oscuridad, sin embargo, el corazón del hombre no cesa de esperar la aurora de la que habla el salmista. Se percibe de manera especialmente viva y visible en los jóvenes, y por esa razón me dirijo a ellos teniendo en cuenta la aportación que pueden y deben ofrecer a la sociedad.
Ante el difícil desafío que supone recorrer la vía de la justicia y de la paz, podemos sentirnos tentados de preguntarnos como el salmista: «Levanto mis ojos a los montes: ¿de dónde me vendrá el auxilio?» (Sal 121,1).
Deseo decir con fuerza a todos, y particularmente a los jóvenes: «No son las ideologías las que salvan el mundo, sino sólo dirigir la mirada al Dios viviente, que es nuestro creador, el garante de nuestra libertad, el garante de lo que es realmente bueno y auténtico […], mirar a Dios, que es la medida de lo que es justo y, al mismo tiempo, es el amor eterno.
Y ¿qué puede salvarnos sino el amor?». El amor se complace en la verdad, es la fuerza que nos hace capaces de comprometernos con la verdad, la justicia, la paz, porque todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta (cf. 1 Co 13,1-13).
Exhortación del Papa a los jóvenes para el año nuevo
Queridos jóvenes, vosotros sois un don precioso para la sociedad. No os dejéis vencer por el desánimo ante las dificultades y no os entreguéis a las falsas soluciones, que con frecuencia se presentan como el camino más fácil para superar los problemas. No tengáis miedo de comprometeros, de hacer frente al esfuerzo y al sacrificio, de elegir los caminos que requieren fidelidad y constancia, humildad y dedicación. Vivid con confianza vuestra juventud y esos profundos deseos de felicidad, verdad, belleza y amor verdadero que experimentáis. Vivid con intensidad esta etapa de vuestra vida tan rica y llena de entusiasmo.
Sed conscientes de que vosotros sois un ejemplo y estímulo para los adultos, y lo seréis cuanto más os esforcéis por superar las injusticias y la corrupción, cuanto más deseéis un futuro mejor y os comprometáis en construirlo. Sed conscientes de vuestras capacidades y nunca os encerréis en vosotros mismos, sino sabed trabajar por un futuro más luminoso para todos. Nunca estáis solos. La Iglesia confía en vosotros, os sigue, os anima y desea ofreceros lo que tiene de más valor: la posibilidad de levantar los ojos hacia Dios, de encontrar a Jesucristo, Aquel que es la justicia y la paz.
A todos vosotros, hombres y mujeres preocupados por la causa de la paz. La paz no es un bien ya logrado, sino una meta a la que todos debemos aspirar. Miremos con mayor esperanza al futuro, animémonos mutuamente en nuestro camino, trabajemos para dar a nuestro mundo un rostro más humano y fraterno y sintámonos unidos en la responsabilidad respecto a las jóvenes generaciones de hoy y del mañana, particularmente en educarlas a ser pacíficas y artífices de paz. Consciente de todo ello, os envío estas reflexiones y os dirijo un llamamiento: unamos nuestras fuerzas espirituales, morales y materiales para «educar a los jóvenes en la justicia y la paz».
El propósito del año nuevo que todo católico debería cumplir
A la luz de la misericordia que Cristo nos ha mostrado, podemos hacer el propósito de Año Nuevo que todo católico debe hacer
Entre el 8 de diciembre de 2015 y el 20 de noviembre de 2016 vivimos el Año de la Misericordia convocado por el Papa Francisco, ahora los católicos de todo el mundo estamos llamados a demostrar el significado de esta altísima virtud cristiana: La Misericordia.
Y si tú, como la mayoría de nosotros, estás dispuesto a adoptar un propósito de año nuevo, entonces este es el propósito perfecto para ti: tener misericordia.
Tener Misericordia.
Decir que los cristianos deben ser conocidos por su misericordia es, supongo, de lo más obvio. La misericordia, según el Papa Francisco, es "el corazón palpitante del Evangelio" porque está escrita en todas partes del mismo.
Lo mismo sucede con las Epístolas, las cartas de los apóstoles, e incluso, aparece en alguna medida en el Antiguo Testamento, enraizada entre los actos escandalosamente vengativos, por supuesto.
De acuerdo con lo anterior, podría decirse que los cristianos somos realmente conocidos por nuestra misericordia, pero sutilmente, es una exageración extrema. Suena algo forzado. Suena algo así como el final de un chiste malo contado con agrado.
¿Realmente los cristianos se caracterizan por mostrar misericordia?
¡Eso es como decir que los rusos son conocidos por su abstinencia nacional hacia el alcohol! ¿Captas lo que quiero decir? Imaginar que cristianos como tú o yo somos personas misericordiosas puede requerir un esfuerzo muy grande, lo cual nos hace reflexionar en este Año Especial de la Misericordia, sobre lo que realmente implica ser misericordiosos. En su declaración del Año Jubilar, el Santo Padre pronunció algunas frases conmovedoras como ésta,
¡Que el bálsamo de la misericordia llegue a todos, a los creyentes y a los distantes, como una señal de que el Reino de Dios ya está presente en medio de nosotros!"
Y, citando a Santo Tomás de Aquino:
Es propio de Dios el ejercer la misericordia y manifestar su omnipotencia particularmente de esta manera"
Y, en otra oportunidad, dijo: La misericordia de Dios es la entrega amorosa para cada uno de nosotros. Él se siente responsable; es decir, que Él desea nuestro bienestar y quiere vernos felices, llenos de alegría y de paz. Este es el camino del amor misericordioso que los cristianos también debemos recorrer. Así como el Padre ama, también lo hacen sus hijos. Del mismo modo en que es misericordioso, así estamos llamados a ser misericordiosos el uno con el otro."
Al igual que Dios es misericordioso, dice Papa Francisco, igual debemos ser nosotros. Estamos aquí en la tierra para ser un signo de la misericordia de Dios. Un signo miserable y tangible de su omnipotencia.
¿En serio? Porque esto suena difícil.
Es duro vivir nuestra vida cristiana de una manera más tangible; resulta más fácil pagar la cuota semanal de visitar la Palabra cada domingo.
Pero Dios exige más, sabemos esto, y el Santo Padre tiene la intención de reunirnos a nosotros los católicos responsables. Como Vicario de Cristo, él realiza un importante rol donde nos recuerda que debemos siempre avanzar por el camino que nos lleva a la grandeza. Genial, ¿no?
Así que estamos llamados a mostrar misericordia. Pero no lo hacemos. Ni siquiera en las pequeñas cosas.
Estamos llamados a mostrar misericordia a nuestros vecinos cuyas aceras solo cruzo en mi recorrido con el bebé en el cochecito, o cuando llevo a pasear al perro, pero no le ayudo a quitar la basura que el viento trajo hace dos días.
Estamos llamados a mostrar misericordia al gran caballero que se me adelanta en la fila, aunque hayamos estado formados desde hace media hora mi bebé y yo para pagar las provisiones de la cena de Nochebuena.
Estamos llamados a mostrar misericordia a la cajera cuya destreza en capturar los códigos deja algo que desear, también hacia la mesera que derrama, no solo una sino las dos bebidas calientes que pedí, y hasta con el sacerdote que canta muy desentonado durante la celebración.
Y, quizás lo más difícil de todo, estamos llamados a mostrar misericordia hacia nosotros mismos.
Aquí es donde debemos comenzar: "por la viga en nuestro propio ojo, y luego la astilla en nuestros vecinos"
Como cristianos debería ser evidente que estamos marcados por la misericordia, pero no es así. No somos, por desgracia, la gente con misericordia que hemos estado hablando.
No estamos, por desgracia, practicando la misericordia sin reservas a la que estamos llamados a tener. La verdad es que ni siquiera estamos cerca. Pero podemos empezar a movernos en esa dirección.
La víspera de Año Nuevo, a la luz de la misericordia que Cristo nos ha mostrado, y en el espíritu del Jubileo, podemos hacer el propósito de Año Nuevo que todo católico debe hacer: ¡Tener misericordia!
Y sí, al igual que la dieta que ha comenzado cada año durante una década, podría no durar. Pero tal vez, en un intento y con oración, este año podríamos lograrlo.
Tal vez, si todos trabajamos juntos, podremos reunir una manifestación tangible de la misericordia. Tal vez podamos empezar a cambiar nuestra reputación de Cristianos. Quizás...
Vale la pena intentarlo
Año Nuevo en cristiano
En este primer día del Año Nuevo, ¿qué pienso que haría falta para que también fuese Feliz?
Es posible que muchas personas, en el ambiente de crisis en que estamos viviendo, diga este año con más intención: "Feliz salida y entrada de Año”.
En todo caso yo os invito, queridos amigos, a que nosotros busquemos el sentido cristiano de esta fiesta que, sin duda alguna, nos hará caminar hacia la felicidad y ser constructores de paz.
Es evidente que todo lo que supone de "fiesta" se debe a lo que hemos conseguido hasta este momento: un año que acaba, éxitos y superaciones de dificultades y problemas... En cristiano, lo hacemos, dando gracias a Dios.
Este día de año nuevo los cristianos comenzamos fijando la mirada en María. Esta fiesta rememora la declaración del Concilio de Éfeso, en el s. V. La solemnidad de Santa María Madre de Dios es la primera fiesta mariana que podemos constatar en la Iglesia occidental. A la Virgen María la vemos como la primera creyente, la que siempre muestra y hace ver a Jesús. Hoy, ella nos lo muestra como el "Dios que salva”, y nos invita a tomar este camino que constantemente está empezando.
En este primer día del Año Nuevo, ¿qué pienso que haría falta para que también fuese "Feliz”? ¿Qué incertidumbres, preocupaciones, inquietudes… continúan? ¿Las medito en mi corazón, las llevo a la oración? Una semana después de Navidad, ¿sigo contemplando su Misterio, sigo meditando en mi corazón lo que significa para mí, para todos, el Nacimiento del Hijo de Dios?
María saca vida de lo cotidiano, descubre la presencia de Dios escondida en lo ordinario. Y dejando reposar los sucesos, al meditarlos, descubre las pistas de su salvación por las que el propio Dios nos conduce. Que Santa María Madre de Dios y Madre nuestra, nos proteja en este año de gracia de la fe, para que descubriendo a su Hijo, nos identifiquemos con Él y obremos ya desde este momento no según la carne sino según el espíritu. Es mi deseo para este nuevo año que el Señor nos regala.
¡Os felicito a todos!
EL PAPA RECLAMA “UN COMPROMISO PARA ASEGURAR A REFUGIADOS Y MIGRANTES UN FUTURO DE PAZ”
“Por favor, no apaguemos la esperanza en su corazón, no sofoquemos sus expectativas de paz”
Francisco invita, en la Jornada Mundial de la Paz, a "realizar un mundo más solidario y acogedor"
Jesús Bastante, 01 de enero de 2018 a las 12:29
Francisco, con los refugiadosAgencias
La paz es derecho de todos. Muchos de ellos están dispuestos a arreisgar su vida en un viaje que en gran parte es largo y peligroso. Están dispuestos a afrontar sufrimientos y cansancio
(Jesús Bastante).- Día de viento y lluvia en Roma. El primer Angelus de 2018 se vivió bajo un chaparrón, y con un recuerdo a refugiados y migrantes, a quien va dedicado el mensaje papal de la Jornada Mundial de la Paz. Y es que, una vez más, Francisco se erigió en portavoz de tantos miles de personas que arriesgan su vida por un futuro mejor. "Por favor, no apaguemos la esperanza en su corazón, no sofoquemos sus expectativas de paz".
'La paz es siempre posible' rezaba un inmenso cartel en el centro de la plaza de San Pedro. Son muchas las instituciones que hoy trabajan, sin descanso, por alcanzar la paz en un mundo sufriente, en mitad de esa 'tercera guerra mundial a pedazos' que tantas veces ha denunciado Bergoglio. En esta ocasión, el Papa animó a volver la mirada "a lo largo de los senderos del tiempo" para retornar al establo de Belén, la sagrada familia refugiada.Y, especialmente a la Virgen, que "nos hace comprender cómo se acoge el evento de la Navidad. No superficialmente, sino en el corazón. Nos indica el verdadero modo de recibir el don de Dios: conservarlo en el corazón y meditarlo. Rezar contemplando este don, que es el mismo Jesús".
Pero, añadió Francisco, "la maternidad de María no se reduce a esto. Gracias a su fe, ella es la primera discípula de Jesús, y eso dilata su maternidad. Será la fe de María la que en Caná suscite el primer milagro. Con la misma fe María está presente a los pies la cruz, y recibe como hijo al apóstol Juan". Una madre que, tras la Resurrección, "se convierte en Madre orante de la Iglesia". Una madre que desarrolla "una función esencial", pues "en la realidad de las indigencias y sufrimientos, María intercede" ante su hijo, para hacer presente "las necesidades del hombre, especialmente de los más débiles". Es precisamente a los más débiles a quienes el Papa quiso dedicar la Jornada Mundial de la Paz, que lleva por lema 'Migrantes y refugiados: hombres y mujeres que buscan la paz". "Deseo una vez más hacerme portavoz de estos hermanos y hermanas nuestras que invocan para su futuro un horizonte en paz", clamó Francisco. Una paz "que es derecho de todos. Muchos de ellos están dispuestos a arriesgar su vida en un viaje que en gran parte es largo y peligroso. Están dispuestos a afrontar sufrimientos y cansancio".
"Por favor, no apaguemos la esperanza en su corazón, no sofoquemos sus expectativas de paz", clamó el Papa, quien insistió en que "es importante que de parte de todos, instituciones civiles, realidades educativas, asistenciales y eclesiales, exista un compromiso para asegurar a refugiados y migrantes un futuro de paz".
Porque, apuntó, es preciso "obrar con generosidad para realizar un mundo más solidario y acogedor", al tiempo que pidió a la Virgen el nuevo año. "Los viejos monjes místicos rusos decían que en tiempo de turbulencia espiritual era necesario acogerse bajo el manto de la santa madre de Dios. Pensando en tantas turbulencias de hoy, sobre todo de migrantes y refugiados, oremos como ellos nos han enseñado a rezar".
Tras el rezo del Angelus, el Papa agradeció las felicitaciones del presidente de la República italiana, bendijo a los presentes y recordó las múltiples iniciativas que hoy se llevan a cabo por la paz en todo el mundo. "Queridos amigos: os animo que llevéis adelante con alegría vuestro compromiso con la sociedad, especialmente en las periferias de la sociedad, para favorecer la convivencia pacífica".