Buscar a Jesús con confianza

Desde la humildad podemos suplicar insistentemente a Jesús. ¿Qué necesidad tenemos y queremos pedir a Jesús?

La oración es mirar a Jesús con la confianza de un niño; caer a sus pies con la confianza de un enfermo y suplicarle con insistencia con la confianza de un pobre. Él está cerca de ti, viene como Padre, médico y rey de tu corazón, no temas, acércate y tu alma gozará de su presencia y de su amor. Es la fe la que te dará alas para llegar hasta Él.

Llega uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verle, cae a sus pies, y le suplica con insistencia diciendo: «Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva». Y se fue con él. Le seguía un gran gentío que le oprimía. (...) Mientras estaba hablando llegan de la casa del jefe de la sinagoga unos diciendo: «Tu hija ha muerto; ¿a qué molestar ya al Maestro?» Jesús que oyó lo que habían dicho, dice al jefe de la sinagoga: «No temas; solamente ten fe».

Y no permitió que nadie le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a la casa del jefe de la sinagoga y observa el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos. Entra y les dice: «¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida». Y se burlaban de él. Pero él después de echar fuera a todos, toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dice: «Talitá kum», que quiere decir: «Muchacha, a ti te digo, levántate». La muchacha se levantó al instante y se puso a andar, pues tenía doce años. Quedaron fuera de sí, llenos de estupor. Y les insistió mucho en que nadie lo supiera; y les dijo que le dieran a ella de comer. (Mc 5, 22-24; 35-43)

Buscar a Jesús

Mis ojos en tu mirada y tu mirada en mis ojos

Acudir a Jesús es ponerse en camino, estar atento a sus señales, sus huellas, sus palabras. Es oír de Él para buscarlo a Él. Buscar sus huellas es el primer paso. Abrir el corazón y la mente para que el mundo y los hombres nos hablen de Él. La oración es vivir sus huellas, tener hambre de Él para que poniéndonos en su presencia se nos revele, nos regale su mirada, su Palabra, su vida y su corazón.

Jairo era un personaje importante, jefe de la sinagoga, donde los judíos daban culto. Había escuchado del Maestro Jesús. Un nuevo profeta con sabiduría y poder. En un principio vio en Él al médico que podría curar a su hija. Tenía una gran necesidad de encontrarlo, pues Él quizás podría darle el regalo de curar a su hija gravemente enferma. Busca, pregunta, sale de sus seguridades y con la mente y su corazón puestos en su hija, lo encuentra.

Su búsqueda ha dado su fruto, está allí, en medio de la muchedumbre. Se acerca con cautela al inicio pero con decisión. No puede perder tiempo, tiene que reclamar su atención, su hija está grave.

Así es también nuestra oración, está búsqueda del maestro nos tiene que llevar a salir de nosotros, de nuestras seguridades, del afán de controlar nuestra vida, de ser creadores de nuestra propia felicidad para salir a la búsqueda de quien no sólo da la felicidad, sino de quien es la Felicidad.

Muchas veces Dios usa la cruz, la enfermedad, la soledad, la tristeza como medios para salir en búsqueda de su corazón. Así nuestros ojos tan centrados en nosotros mismos volarán hasta los de Cristo y entonces, podremos experimentar la alegría de ser penetrados por la mirada de Aquel que nos consuela porque nos conoce y nos ama.

Mis rodillas se doblan irresistiblemente ante ti
El cruzar la mirada con la de Jesús lleva a la acción. Más bien a la pasividad de la acción: Jairo se deja caer de rodillas en signo de adoración, admiración, pequeñez, súplica. El amor expresado en una mirada suaviza el corazón, debilita todo miedo y da paso a este signo de sumisión y de entrega total en las manos de Dios.

Ponerse de rodillas ante Dios es señal de abandono, de seguridad puesta a los pies del Maestro. De rodillas no tenemos facilidad de movimientos, no podemos huir, no nos podemos defender. Sí, la oración verdadera es un acto de humildad, de presentarnos indefensos ante el amor de Dios. ¿Cuántas veces vivimos defendiéndonos del amor de Dios, del camino estrecho de su seguimiento, de la cruz? Cuanto más recemos y estemos en su presencia, más humildes seremos, más cerca de la tierra estaremos y así recordaremos nuestro origen y la necesidad de Dios.

Pero Cristo no quiere humillarnos. Nos deja así de rodillas para que levantemos la mirada, olvidándonos de nosotros mismos, para así contemplar su mano que se tiende para levantarnos, sostenernos y acariciar nuestras heridas. El ejercer su poder sobre nosotros a través del amor incondicional y constante.

Por eso puedo decir que la oración debe ser para mí un doblar irresistiblemente las rodillas ante su amor, un sentirme seguro en mi inseguridad, un humillarme para ser exaltado por su mano que se tiende para sostenerme, acogerme, y abrazarme.

Levantados por Cristo podemos pedir con confianza
De rodillas se ve el mundo desde una perspectiva distinta. No hay escapatoria, vemos todo más cerca del suelo y más lejos del cielo. Pero Cristo no nos quiere allí tendidos. Nos permite unos minutos, unas horas en esa postura espiritual porque sabe que nos hace bien.

Al inicio de la oración hemos buscado salir de nosotros mismos, lo hemos buscado a Él, hemos llegado hasta su mirada y sus ojos nos han penetrado el corazón. Esta fuerza poderosa de Jesús nos ha "derribado" hasta el suelo y de rodillas nos hemos reconocido pecadores, enfermos, pobre, necesitados de su amor.

Ahora, con nuestro corazón bien dispuesto podemos pedir lo que más necesitamos. Desde la perspectiva de la humildad podemos suplicar insistentemente como lo hizo Jairo. ¿Qué necesidad vital tenemos y queremos pedir a Jesús? Entremos en nuestro corazón desde la humildad y veamos qué queremos, necesitamos, amamos para presentarlo al divino Maestro. Tenemos la seguridad de que Él conoce nuestro corazón mejor que nosotros y desde antes de que se lo pidamos, ya se encuentra nuestra petición en su corazón. Por eso, cuando Él nos levanta, nos vuelve a mirar y nos escucha ya sabe lo que necesitamos.

El final de esta historia de Jairo ya lo conocemos: Cristo le dice, "no temas, ten fe" y lo demás, sucede porque ya estaba escrito en el corazón de Jesús.

Audiencia general: Silencio para escuchar al corazón y al Espíritu Santo

El Papa propone la liturgia como “verdadera escuela de oración”

ROSA DIE ALCOLEA AUDIENCIA GENERAL

(ZENIT – 10 enero 2018).- El Papa ha aclarado que “el silencio no se limita a la ausencia de palabras; es estar dispuesto a escuchar otras voces: la de nuestro corazón y, sobre todo, la voz del Espíritu Santo”.

“¡Ojalá la liturgia se convierta para todos nosotros en una verdadera escuela de oración!”, es el deseo que ha expresado el Papa Francisco en la audiencia general, dedicada a la Eucaristía y en concreto al “Gloria a Dios” y a la oración de la colecta.

El Santo Padre Francisco ha celebrado la audiencia general esta mañana, 10 de enero de 2018, en el aula Pablo VI, y ha pronunciado la 6ª catequesis dedicada a la Santa Misa (Leer el texto completo).

En la liturgia –ha dicho– la naturaleza del silencio sagrado depende del momento en que se observa. Por lo tanto, antes de la oración inicial, el silencio nos ayuda a recogernos en nosotros mismos y a pensar en por qué estamos allí. De ahí la importancia de escuchar nuestro ánimo para abrirlo luego al Señor.

Francisco ha desarrollado principalmente tres ideas en la catequesis pronunciada hoy, miércoles 10 de enero: Por un lado, ha explicado el significado del canto del “Gloria”, que retoma “el anuncio gozoso del abrazo entre el cielo y la tierra”; por otro, el Papa se ha detenido en la importancia que tiene el silencio en la liturgia “para escuchar otras voces: la de nuestro corazón y, sobre todo, la voz del Espíritu Santo”; y en tercer lugar, Francisco ha señalado la idea de como Cristo es el Orante y al mismo tiempo la oración, especialmente marcado en el momento de la colecta.

En este sentido, el Papa ha explicado que el canto del Gloria nos involucra reunidos en oración: “Gloria a Dios en el alto del cielo y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”.

En relación al silencio, el Santo Padre ha anunciado la importancia de escuchar nuestro ánimo para abrirlo luego al Señor, y ha explicado que para esto sirve “el breve silencio antes de que el sacerdote, recogiendo las intenciones de cada uno, exprese en voz alta a Dios, en nombre de todos, la oración común que concluye los ritos de introducción, haciendo la `colecta´ de las intenciones individuales”.

Finalmente, el Papa ha descrito el gesto del sacerdote al rezar la oración de colecta: con los brazos abiertos y la actitud del orante, asumido por  los cristianos desde los primeros siglos “para imitar a Cristo con los brazos abiertos en el madero de la cruz”. Está allí. ¡Cristo es el Orante y al mismo tiempo la oración!, ha destacado Francisco.

El Gloria representa, en cierto modo, un abrirse de la tierra al cielo en respuesta al inclinarse del cielo sobre la tierra

(José M. Vidal).-El Papa Francisco continúa, en su audiencia de los miércoles, la catequesis sobre la misa, hoy dedicada al 'gloria' y a la oración 'colecta' y pide a los curas que obseerven los momentos de silencio y "no tengan prisa" en la celebración. Asimismo, el Papa ensalzó el valor del silencio orante en la eucaristía, para "escuchar la voz del corazón y la del Espiritu Santo".

Lectura del Evangelio de Juan: "Y el Verbo se hizo carne y habiró entre nosotros"

Algunas frases de la catequesis del Papa

"La gratitud se expresa en el Gloria"

"Glorifica y suplica al Padre y al Cordero"

"Gozoso anuncio del abrazo entre el cielo y la tierra"

"Tras el Gloria, la oración colecta"

"El sacerdote exhorta al pueblo a recogerse con él en un momento de silencio"

"En ese momento, uno piensa en las cosas que necesita o que quiere pedir en la oración"

"Disponerse a escuchar la voz del corazón y, sobre todo, la del Espíritu Santo"

"El silencio ayuda a recogernos en nosotros mismos y a pensar por qué estamos allí"

"El sacerdote recoge las intenciones de cada persona"

"Recomiendo vivamente a los sacerdotes que observen este momento de silencio y no tener prisa. Recemos y silencio"

"Sin él, corremos el riesgo de perder el recogimiento del alma"

"El sacerdote reza con los brazos abiertos...para imitar Cristo con los brazos abiertos en la cruz"

"En el rito romano, las oraciones son breves, pero ricas de significado"

"Que la liturgia sea, paa nosotros, una auténtica escuela de oración"

Texto completo del saludo del Papa en español

Queridos hermanos:

Dedicamos la catequesis de hoy al canto del gloria y a la oración colecta que forman parte de los ritos introductorios de la Santa Misa. El canto del gloria comienza con las palabras de los ángeles en el nacimiento de Jesús en Belén y continúa con aclamaciones de alabanza y agradecimiento a Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Representa, en cierto modo, un abrirse de la tierra al cielo en respuesta al inclinarse del cielo sobre la tierra. Después del Gloria viene la oración llamada colecta. Con la expresión "oremos", el sacerdote invita al pueblo a recogerse un momento en silencio, para que cada uno tome conciencia de estar en la presencia de Dios y formular en su espíritu sus deseos. Hacer silencio significa disponerse para escuchar la voz de nuestro corazón y sobre todo la del Espíritu Santo. La oración colecta está compuesta, primero, de una invocación del nombre de Dios, y en la que se hace memoria de lo que él ha hecho por nosotros, y en segundo lugar, de una súplica para que intervenga. El sacerdote recita esta oración con los brazos abiertos imitando a Cristo sobre el madero de la cruz. En Cristo crucificado reconocemos al sacerdote que ofrece a Dios el culto agradable, es decir, el de la obediencia filial.

***

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en modo particular a los grupos provenientes de España y América Latina. Pidamos a la Virgen María que interceda por nosotros para que la Santa Misa sea de verdad una auténtica escuela de oración, en la que aprendamos a dirigirnos a Dios en cualquier momento de nuestra vida. Que el Señor los bendiga. Muchas gracias.               

            

 

Evangelio según San Marcos 1,40-45. 

Se acercó a Jesús un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: "Si quieres, puedes purificarme". 

Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Lo quiero, queda purificado". 

En seguida la lepra desapareció y quedó purificado. 

Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente: 

"No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio". 

Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a él de todas partes. 

Santa Virginia Centurione

Virginia Centurione, viuda de Bracelli, nació el 2 de abril de 1587 en Génova  (Italia). Fue hija de Jorge Centurione, dux de la República en el bienio  1621-1622, y de Lelia Spínola, ambos descendientes de familias de antigua   nobleza. Bautizada dos días más tarde, recibió la primera formación religiosa y literaria de su madre y de un preceptor doméstico.

Aunque ya desde su adolescencia manifestó inclinación a la vida del   claustro, tuvo que aceptar la decisión de su padre, que quiso que se casara, el 10 de  diciembre de 1602, con Gaspar Grimaldi Bracelli, un joven rico, heredero de una ilustre familia, pero inclinado a una vida desordenada y al vicio del juego. De esa unión nacieron dos niñas: Lelia e Isabel.

La vida conyugal de Virginia duró poco tiempo. Gaspar Bracelli, no obstante el  matrimonio y la paternidad, no abandonó su estilo de vida disipada, hasta el  punto de poner en peligro su propia existencia. Virginia, con silenciosa   paciencia, oración y amable atención, procuró convencer a su marido a  emprender una conducta más morigerada. Desafortunadamente, Gaspar se enfermò,  pero falleció cristianamente el 13 de junio de 1607 en Alessandria, asistido por su esposa, que se había trasladado allí para curarle.

Al quedarse viuda con sólo 20 años, Virginia hizo voto de castidad perpetua,  rechazando las ocasiones de contraer segundas nupcias, tal como se lo propuso su  padre, y vivió retirada en casa de su suegra, aplicándose a la educación y a  la administración de los bienes de sus hijas y dedicándose a la oración y a  la beneficencia.

En 1610 sintió más claramente la vocación especial a «servir a Dios en  sus pobres».Aunque estaba severamente controlada por su padre, y sin descuidar nunca el cuidado de su familia, comenzó a trabajar en favor de los necesitados. Los atendía directamente, distribuyendo en limosnas la mitad de sus propias rentas, o por medio de las instituciones benéficas de aquel tiempo. 

Una vez que colocó de forma conveniente a sus hijas en el matrimonio, Virginia  se dedicó por completo al cuidado de los muchachos abandonados, de los ancianos  y de los enfermos, y a la promoción de los marginados. 

La guerra entre la República de Génova y el Duque de Saboya, apoyado por  Francia, sembrando el desempleo y el hambre, indujo a Virginia, en el invierno  de 1624-1625, a acoger en casa, primero a unas quince jóvenes abandonadas, y   luego, al aumentar el número de los prófugos en la ciudad, a todos los pobres  que pudo, especialmente mujeres, proveyendo en todo a sus necesidades.

Tras el fallecimiento de su suegra, en el mes de agosto de 1625, no sólo comenzó  a acoger a las jóvenes que llegaban espontáneamente, sino que ella misma  andaba por la ciudad, sobre todo por los barrios de peor fama, en busca de las más  necesitadas y que se hallaban en peligro de corrupción.

Para salir al paso de la creciente miseria, dio origen a las Cien Señoras de  la Misericordia protectoras de los Pobres de Jesucristo, una asociación que,  en unión con la organización local de las «Ocho Señoras de la Misericordia»,  tenía la tarea específica de verificar directamente, a través de las visitas  a domicilio, las necesidades de los pobres, especialmente si se trataba de  pobres de solemnidad. 

Al intensificar la iniciativa de la acogida de las jóvenes, sobre todo durante  el tiempo de la peste y de la carestía de 1629-1630, Virginia se vio obligada a  tomar en arriendo el convento vacío de Montecalvario, a donde se trasladó el  14 de abril de 1631 con sus acogidas, a las que puso bajo la protección de  Nuestra Señora del Refugio. Tres años después la Obra contaba ya con tres  casas en las que residían casi 300 acogidas.Por esto Virginia consideró oportuno pedir el reconocimiento oficial al Senado  de la República, que lo concedió el 13 de diciembre de 1635.

Las acogidas de Nuestra Señora del Refugio se convirtieron para la Santa en sus  “hijas” por excelencia, con las que compartía la comida y los vestidos, y a  las instruía con el catecismo y las adiestraba en el trabajo para que se  ganasen el propio sustento.

Proponiéndose dar a la Obra una sede propia, después de haber renunciado a la  adquisición del Montecalvario debido a su precio demasiado elevado, compró dos  casitas contiguas en la colina de Carignano, que, con la construcción de una  nueva ala y de la iglesia dedicada a Nuestra Señora del Refugio, se convirtió  en la casa-madre de la Obra. 

El espíritu que animaba a la Institución fundada por Virginia Bracelli estaba  ampliamente presente en la Regla redactada en los años 1644-1650. En ella se  estable que todas las casas constituyen la única Obra de Nuestra Señora del   Refugio, bajo la dirección y administración de los Protectores (laicos noble  designados por el Senado de la República); se reafirma la división entre las  «hijas» con hábito e «hijas» sin hábito; pero todas deben vivir -  aunque no tengan votos - como las monjas más observantes, en obediencia y   pobreza, trabajando y orando; además, deben estar dispuestas a ir a prestar  servicio en los hospitales públicos, como si estuvieran obligadas por medio de  un voto.

Con el tiempo la Obra se desarrollará en dos Congregaciones religiosas: las  Hermanas de Nuestra Señora del Refugio de Monte Calvario y las Hijas de Nuestra  Señora en el Monte Calvario.

Después del nombramiento de los Protectores (el 3 de julio de 1641), que eran  considerados los verdaderos superiores de la Obra, Virginia Bracelli no quiso  inmiscuirse más en el gobierno de la casa: ella estaba sometida a su querer y  seguía sus disposiciones, incluso en la aceptación de cualquier joven   necesitada. Virginia vivía como la última de sus «hijas», dedicada al  servicio de la casa: salía mañana y tardea mendigar para conseguir  el sustento para toda la casa. Se interesaba por todas como una madre,  especialmente por las enfermas, prestándolas los servicios más humildes.

Ya en los años anteriores había comenzado una acción social sanadora,  destinada a curar las raíces del mal y a prevenir las recaídas: a los enfermos  y los inválidos se les había de internar en centros apropiados para ellos; los  hombres útiles debían ser iniciados en el trabajo; las mujeres debían  ejercitarse en los telares y en hacer labores de corte y confección; y los niños  tenían la obligación de ir a la escuela. 

Al crecer las actividades y redoblarse los esfuerzos, Virginia vio disminuir a  su alrededor el número de colaboradoras, sobre todo las mujeres burguesas y  aristocráticas, que temían comprometer su reputación al tratar con gente  corrompida y siguiendo a una guía que, aunque fuera noble y santa, aprecia un  tanto temeraria en sus empresas.

Abandonada por las Auxiliares, desautorizada de hecho por los Protectores en el  gobierno de su Obra, y ocupando el último lugar entre las hermanas en la casa  de Carignano, mientras que su salud física se debilitaba rápidamente, Virginia  parecía que encontraba nueva fuerza en la soledad moral.

El 25 de marzo de 1637 consiguió que la República tomara a la Virgen María  como protectora. Suplicó con insistencia ante el Arzobispo de la ciudad la  institución de las Cuarenta Horas, que comenzaron en Génova hacia finales de  1642, y la predicación de las misiones populares (1643). Se interpuso para  allanar las frecuentes y sanguinarias rivalidades que, por motivos fútiles,  surgían entre las familias nobles y los caballeros. En 1647 obtuvo la  reconciliación entre la Curia arzobispal y el Gobierno de la República, en  lucha entre sí por puras cuestiones de prestigio.Sin perder nunca de vista a los más   abandonados, estaba siempre disponible,  independientemente del rango social, para cualquier persona que acudiese a ella  para pedir ayuda. 

Enriquecida por el Señor con éxtasis, visiones, locuciones interiores y otros  dones místicos especiales, entregó su espíritu al Señor el 15 de diciembre  de 1651, a la edad de 64 años. El Sumo Pontífice Juan Pablo II la proclamó  Beata, con ocasión de su viaje apostólico a Génova, el 22 de septiembre de  1985.   
Un amor casto y puro

Calladamente:

Más grande que la vida 

Y que la muerte. 

Dulce su casa, 

Y su marido en ella 

Se contemplaba. 

Era su amor de madre 

Como una rosa:

Pétalos de fragancia 

Y espinas rojas. 

Y era su seno un arrrullo de lirios

Y de silencios.

Olor a roja viña 

Y  a tierna hogaza: 

Y  su mano prudente 

Acariciaba. 

Sus dedos limpios 

Iban tejiendo lana 

Para sus hijos. 

Y  Dios desde su cielo 

Se sonreía, 

Por la casa frescura 

De fuente limpia. 

Amor callado 

Que vestía al Cordero 

De rojo y blanco. Amén

Tú, Señor, que concediste a Santa Virginia Centurione Bracelli el don de imitar con fidelidad a Cristo pobre y humilde, concédenos también a nosotros, por intercesión de esta santa, la gracia de que, viviendo fielmente nuestra vocación, tendamos hacia la perfección que nos propones en la persona de tu Hijo. Que vive y reina contigo.

Calendario de fiestas marianas: Nuestra Señora de Bessiere, Limousin, Francia.

 

San Juan de la Cruz (1542-1591), carmelita descalzo, doctor de la Iglesia La Llama de amor viva (B); 2,16-17

“Jesús extendió su mano y lo tocó.”

Más tú, oh divina vida, nunca matas sino para dar vida, así como nunca llagas sino para sanar. Cuando castigas, levemente tocas, y eso basta para consumir el mundo; pero cuando regalas, muy de propósito asientas, y así, del regalo de tu dulzura no hay número. Llagásteme para sanarme, oh divina mano, u mataste en mí lo que me tenía muerta sin la vida de Dios en que ahora me veo vivir. Y esto hiciste tú con la liberalidad de tu generosa gracia, de que usaste conmigo con el toque que me tocaste del resplandor de tu gloria y figura de su sustancia, (cf Hb 1,3) que es tu Unigénito Hijo, en el cual, siendo él tu sabiduría, tocas fuertemente desde un fin hasta otra fin (cf Sb 8,1);  este Unigénito Hijo tuyo, oh, mano misericordiosa del Padre, es el toque delicado con que me tocaste en la fuerza de tu cauterio y me llagaste.

Oh, pues, tú, toque delicado, Verbo Hijo de Dios, que por la delicadez de tu ser divino penetras sutilmente la sustancia de mi alma, y, tocándola delicadamente, en ti la absorbes toda en divinos modos de deleites y suavidades nunca oídas en la tierra de Canaán, ni vistas en Temán” (cf Ba 3,22) Oh, pues, mucho y en grande manera mucho delicado toque del Verbo, para mí tanto más, cuanto, habiendo trastornado los montes y quebrantado las piedras en el monte Orbe con la sombra de tu poder y fuerza que iba delante, te diste más suave y fuertemente a sentir al profeta en silbo de aire delgado (cf 1R 19,12) Oh aire delgado y delicado, di, ¿cómo tocas delgada y delicadamente, Verbo, Hijo de Dios, siendo tan terrible y poderoso? Oh, dichosa y mucho dichosa el alma a quien tocares delgada y delicadamente, (...) "los escondes (...) en el escondrijo de tu rostro, que es el Verbo, de la conturbación de los hombres” (Sl 30,21).

Mirarse y mirar a los demás

Santo Evangelio según San Marcos 1, 40-45. Jueves I de Tiempo Ordinario.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, en medio de un sin fin de pensamientos, actividades y expectativas quiero hacer nuevamente una pausa y encontrarme más personalmente contigo. Te doy gracias por abrirme siempre las puertas de tu presencia.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Me viene a la mente una escena que bien podría haber sucedido en la vida de Jesús. Alguna vez habría tenido la oportunidad de mirar su rostro reflejado, fue en un lago o algo semejante. Me brota entonces la pregunta, ¿qué pensaba Jesús mientras se miraba?, ¿se detenía a contemplarse a sí mismo?, ¿se sentía desordenadamente orgulloso de sí?, ¿se miraba con tristeza?

Cuando me miro en el espejo, ¿qué veo?, ¿qué pienso de mí?, ¿me menosprecio?, ¿me acostumbro a mí mismo?, ¿me sobrevaloro?, ¿quién soy yo, en realidad?

Éstas son preguntas que pueden parecer superficiales para algunos. Para otros, sin embargo, son existenciales, pues de ellas depende cada segundo de la propia vida. Si me desprecio, mi vida será despreciable. Si me enorgullezco desordenadamente, mi vida será una fantasía a expensas de otros. Pero si me miro dignamente, trataré y veré a los demás con la dignidad que se merecen., empezando por mí mismo.

Si reflexiono con detenimiento, sin embargo, podré percatarme que puedo encontrar razones tanto para mirarme bien como para mirarme mal. Entonces la tarea se vuelve una tortura. ¿Quién me podría ayudar a mirarme una vez más como realmente soy?

Hoy encontramos una respuesta en los ojos de Jesús. Ojos que tan solo vieron en un leproso a un hijo de Dios. Ojos que tan solo vieron en un leproso una persona a quien se puede siempre amar. Ojos que vieron en un leproso un ser humano que podría querer sanar. Ojos que miraron y que no fueron indiferentes.

Hoy también nos encontramos en la encrucijada de estas dos lógicas: a veces, la de los doctores de la ley, o sea, alejarse del peligro apartándose de la persona contagiada, y la lógica de Dios que, con su misericordia, abraza y acoge reintegrando y transfigurando el mal en bien, la condena en salvación y la exclusión en anuncio. […] Curando al leproso, Jesús no hace ningún daño al que está sano, es más, lo libra del miedo; no lo expone a un peligro sino que le da un hermano; no desprecia la Ley sino que valora al hombre, para el cual Dios ha inspirado la Ley.

(Homilía de S.S. Francisco, 15 de febrero de 2015).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Quiero pedirte la gracia, Señor, de aprender a mirar con tus ojos a toda persona sin excepción. Puedo empezar por aquellos en quienes más me cuesta. Así se podrá transformar mi corazón poco a poco.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy pediré a Jesús que me conceda toda la humildad que me falta para mirarme tal cual soy.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

¡Si tu quieres, puedes curarme!

Meditación. Los leprosos de nuestro tiempo

Jesús se va a encontrar a lo largo de su ministerio con muchos leprosos. Esa terrible enfermedad aterraba al pueblo. Pero lo peor era que la pobre víctima se veía condenada a un aislamiento horrible. El leproso no formaba parte de la sociedad. Estaba excluido de la misma de una manera inhumana. Cuando alguien se le acercaba, había de gritar: -¡Leproso, leproso!..., y nadie se podía arrimar a él.

Todo esto nos parece hoy algo increíble. Pero, así era.

Cuando, a fuerza de remedios inútiles, alguno se creía haber curado de semejante mal, tenía que presentarse al sacerdote de la Ley, que diagnosticaba sobre la curación o la permanencia de la enfermedad.

Hay que tener esto presente para valorar la valentía de los leprosos y la de Jesús. La de los unos, para romper con el miedo a la gente y meterse en medio de ella hasta acercarse al Maestro. La de Jesús, para aceptar el diálogo con ellos y hasta tenderles la mano...

Así las cosas, vemos ahora que un leproso, con verdadera audacia, se introduce entre la gente, se arrodilla ante Jesús, y comienza a suplicar:

- ¡Maestro, Maestro! Si tú quieres, puedes curarme!
¡Y qué va a hacer ahora el bueno de Jesús! Se conmueve ante ese cuadro siempre desgarrador de un leproso del que todos huyen. Extiende el brazo, --¡y qué valentía, Dios mío, ante la ley que prohibía tocar a un inmundo!--, le toca al enfermo sus carnes que se caen a pedazos.

Todos los del auditorio se callan. Y oyen las palabras de Jesús:
- ¡Sí que quiero! ¡Cúrate!...

En el mismo instante desaparece la lepra a la vista de todos, que quedan entusiasmados, mientras que el pobre leproso de antes estalla en gritos de júbilo. Jesús cumple con la Ley, y le manda:

- Vete ahora al sacerdote para que testifique tu curación, lleva la ofrenda establecida, y puedas así reintegrarte a la sociedad.

Pero, no queriendo Jesús que se extienda su fama, pues no le conviene ante los posibles levantamientos políticos del pueblo contra los romanos, le ordena ahora severamente:
- ¡Y haz el favor de no decir nada a nadie! ¡Vete con cuidado!...

Sin embargo, el recién curado no hace ningún caso. Mientras se aleja, va gritando a todos: -¡Jesús de Nazaret me ha curado! ¡Jesús de Nazaret me ha curado!...

Jesús no tiene más remedio que esconderse. Se aleja de los centros urbanos y se acoge a lugares solitarios, a pesar de lo cual las gentes no le dejan en paz, porque vienen a Él de todas partes.

Hasta hace poco, cuando se nos narraba este milagro en la Iglesia, siempre los predicadores nos llevaban como de la mano hacia la consideración del pecado, lepra del alma, y de la cual nos libraba el Señor mediante el ministerio del sacerdote. No estaba del todo mal... Pero hoy la cosa ha cambiado de signo.

Cuando narramos este hecho en nuestros días nos vamos más bien en nuestra reflexión hacia los marginados modernos, a los hombres hermanos nuestros que se ven excluidos de tantos bienes de la vida social.

Y podemos hacer la lista bien alargada:

Los pobres que no tienen nada; las víctimas de enfermedades antes desconocidas y que actualmente nos espantan; los trabajadores explotados; las mujeres víctimas de organizaciones criminales que las reclutan para el vicio; los niños comprados para fines inconfesables; los drogadictos y muchos alcoholizados de los que nadie quiere cuidar; los detenidos en muchas cárceles sin las atenciones debidas a los más elementales derechos humanos.

¿Para qué seguir señalando otros males que están muy presentes en nuestra mente y a flor siempre de nuestros labios?...

Todos estos leprosos modernos, ¿no tienen remedio? ¿Se sienten de veras excluidos de todo cuidado? ¿Jesús mismo huye de ellos?... ¡No! ¡Afortunadamente, no! Jesús, por su Iglesia, sale siempre al encuentros de todos ellos. Y ellos saben que la Iglesia no los va a rechazar nunca.

La prueba la tienen en tantas organizaciones católicas creadas expresamente para acogerlos.

Tenemos el ejemplo de las Misioneras de la Madre Teresa. Apenas empezó a extenderse el SIDA, la Madre propuso a sus religiosas, y ellas lo aceptaron inmediatamente, el cuidar de esos enfermos de los que todos huyen.

Y no solamente hace esto la Iglesia Católica, sino tantas otras organizaciones humanitarias, que llevan a todos los marginados una muestra cariñosa de la bondad y del amor de Dios.

Cuando llega el momento de curar a los leprosos modernos, y nos piden una colaboración de nuestro bolsillo, vemos en las mesas petitorias a caballeros y damas respetables, a jóvenes magníficos y a señoritas simpáticas. En sus rostros adivinamos otro rostro que todos conocemos muy bien, el de Jesús que sigue diciendo:
- ¡Sí, quiero! Yo quiero que esos leprosos modernos se curen. Hacia ellos extiendo el brazo de mi compasión y de mi bondad, mientras lo alargo hacia vosotros pidiendo vuestra colaboración generosa...

¡Señor Jesucristo! Esto es lo que nos dices hoy. Esto nos pides a favor de tantos leprosos en su espíritu. ¿Por qué no te vamos a hacer caso?....

MARCOS 1,40-45

¿Por qué Dios me creó si sabía que me iba a condenar?

Quién no se ha planteado alguna vez una pregunta acuciante: si sabía que me iba a condenar ¿por qué Dios me creó?¿Tiene sentido esta pregunta? ¿Cómo se responde?

Esta pregunta, planteada con aparente inocencia, desconcierta a algunos cristianos.  Se trata de una pregunta tramposa ya que encierra una grave acusación a Dios y hace muy difícil a quien se bloquea con ella, hacer lo necesario para alcanzar la salvación.  Hay quienes la repite ingenuamente: la escucharon, los impactó y no supieron qué responder. Pero también hay quienes la susurran en los oídos de cristianos con la intención de sembrar dudas, abrir grietas en su fe, confundirlos, etc.

I. El cuestionamiento

En primer lugar hay que decir que lo que aparenta ser una pregunta, en realidad es un cuestionamiento a Dios: se lo acusa de injusticia y perversidad.  Si me creó sabiendo que me condenaría, es evidente que no tengo chance de escapar al infierno. El lo sabe y lo sabía antes de crearme. De manera que Dios sería injusto al no dame la posibilidad de salvarme.  Dios sería cruel: si sabía que me voy a condenar, creándome me condenó a condenarme. Si fuera bueno, cuando sabe que alguien se condenará no lo crearía… de manera que nadie se condenaría.

Como se ve, la frase que analizamos en el fondo sugiere la maldad divina, y -yendo un poco más allá- el ateísmo. El planteo se parece bastante a la tentación del pecado original, en cuanto pretende poner en duda la bondad de Dios.

En efecto, pertenece a una línea de argumentos que intenta demostrar la no existencia de Dios: bastaría con demostrar que Dios carece de atributos divinos para demostrar que ese Dios no existe. Veamos de qué manera.

Por definición Dios tiene que ser bueno. Si se demostrara que ese que llamás Dios es malo, entonces estaría demostrando que sencillamente no es Dios... y al mismo tiempo que no existiría... ya que es contradictorio que un ser por esencia bueno sea malo: y lo contradictorio no puede existir.

II. Es una falacia.

La pregunta parte de algo falso y tiene varios presupuestos igualmente falsos. Además, veremos que carece de lógica, acabando por ser absurda. Y para peor de males, desvía de la verdadera ocupación por la salvación, llevando a preocupaciones estériles.

1. Es falso que Dios nos cree “sabiendo” cuál será nuestra respuesta libre.

El problema no es de «ignorancia», sino de falta temporalidad.  La eternidad es un presente absoluto. Por definición supone la no temporalidad: no hay ni pasado ni futuro. De manera que en la eternidad carece absolutamente de sentido pensar en un «antes» y un «después».

Por tanto, no cabe plantearse un conocimiento anterior a la creación, una creación posterior a ese conocimiento y una condenación sucesiva en el tiempo, por el sencillo motivo que de Dios está fuera del tiempo: para El no existe un antes y un después: todo es un continuo presente. De esta manera, el instante en que Dios crea y el momento de mi muerte son el mismo momento eterno. El «sabe» sin más, no hay un antes en el cual calcule mi respuesta, ni una previsión de la misma.

Dios no puede saber mi destino eterno antes de crearme sencillamente porque no existe ese antes.  De manera que el problema que la pregunta plantea no existe.

Esto no es fácil de entender. El misterio reside en la conjugación de nuestra temporalidad con la eternidad de Dios. No podemos imaginarnos la eternidad porque carecemos de experiencia de la misma. Pero para nuestro asunto basta entender que en la eternidad, no existe ni el pasado ni el futuro: todo es presente.

2. La sola posibilidad de que Dios pueda crear a alguien para que se condene no sólo es falsa sino también impensable.

Si Dios creara en previsión a la condenación aunque sea de una sola persona, sería perverso.  Dios es amor y toda su obra creadora y redentora es de amor. Quiere que todos se salven: no crea a nadie para que se condene, sino a todos para que tengan una vida eternamente feliz en la gloria. Que algunos no acepten el amor de Dios y lo rechacen, no hace malo a Dios... sino a quien lo rechaza... La Teología enseña que no hay predestinación al mal.

3. Supone un error en la consideración de la salvación o condenación como si fuese algo externo a nosotros: que viene de afuera, ajeno a mí.

Esto no es cierto: quien se condena, quiere condenarse. Nadie está en el infierno contra su voluntad. Esto es quizá lo más traumático del infierno. Basta leer el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1033):

«Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. (…) Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de El para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra "infierno".»

4. Es absurdo acusar a Dios de mi posible condenación cuando Dios ofrece la salvación a todos y da todo lo necesario para salvarnos.

Frente a El sólo cabe el agradecimiento: me creó, se hizo hombre para redimirme, murió en la cruz por mí, se me da El mismo como alimento en la Eucaristía, está dispuesto a perdonarme todo lo que haga falta... Es decir, para salvarme ha hecho mucho más de lo que jamás podría haber esperado... Acusarlo de condenarme... es bastante caradura, desagradecido, hipócrita... Es como si el hijo pródigo, a su vuelta, en vez de acoger el perdón y gozar de la fiesta que le ofrece su padre, se volviera a ir, esta vez enojado con su padre porque lo dejó ir la vez anterior, lo culpara de sus pecados y rechazara la amorosa acogida. Como si hubiera vuelto sólo a insultar a su padre…

5. Es absurdo hablar de un futuro libre como si estuviera determinado.

Es ridículo hablar de mi posible condenación como un hecho por la sencilla razón de que ahora no estoy condenado y tengo todos los medios para salvarme. Si quiero me salvo, si no quiero no me salvo: depende de mí.

El cuestionamiento falla al presentar mi condenación como una fatalidad a la que estoy determinado haga lo que haga. Y esto no es cierto.

No es lógico hablar de un futuro que está en mis manos como de algo ya realizado y decidido por otro.

6. Es absurdo pretender poner en Dios la responsabilidad de algo que yo decido libremente.

El cuestionamiento pretende culpar a Dios de mi condenación, cuando en realidad yo soy el artífice de mi salvación o condenación. Supone desconocer la responsabilidad de mis propios actos y decisiones libre. Poner la responsabilidad de mi condenación en Dios es al menos irresponsable.

¿Qué sentido tiene culpar a Dios de algo que yo decido ahora libremente?

7. Supone el rechazo de nuestra libertad.

Hay quienes reniegan de su libertad. Dicen: ¿por qué Dios me creó libre? Preferirían no serlo... Hay un razonamiento implícito: "Dios me crea libre", "yo libremente me condeno", por tanto "Dios -al haberme hecho libre - es culpable de mi condenación".

Por el contrario la libertad es el mayor don que Dios nos ha dado en el plano natural, después de la vida (condición de todo don): ¡ser libre es muy bueno! La libertad es condición del amor: sin libertad no se puede amar. Dios nos hizo libres para que fuésemos capaces de amar. Quiso correr el riesgo de nuestra libertad: que al mismo tiempo fuésemos capaces de odiar… Pero la decisión es nuestra.

8. Supone la contradicción de querer salvarse y -al mismo tiempo- querer hacer lo necesario para condenarse.

Está implícito el deseo de salvación y el rechazo de los medios que conducen a ella. Como única solución se ve el "hubiera sido mejor no haber sido creado".

En el fondo se rechaza el proyecto de Dios para el hombre.

9. Supone rechazar la misericordia divina:

No podemos olvidar que Dios perdona siempre... de manera que sólo se puede condenar quien no acepte la misericordia divina.

Evidentemente el perdón divino exige que nos arrepintamos. Porque respeta nuestra libertad. No puede perdonarnos si nosotros rechazamos el perdón: no nos perdona en contra de nuestra voluntad. Para recibir el perdón hay que querer ser perdonado. Si yo no rechazo mi pecado, Dios «no me lo quita». Sin arrepentimiento (=rechazar mi pecado) no hay perdón posible, porque sería absurdo: yo querría conservar mi pecado y Dios me lo sacaría contra mi voluntad... Dios me obligaría a salvarme, cosa que yo no quiero.

10. Supone un error en la concepción de la conjugación de la libertad y la ciencia divina.

Que Dios «vea» como actúo no me quita libertad.

III. Paraliza y amarga

Un segundo problema con la pregunta que nos ocupa es que no conduce a nada, paraliza y amarga. Produce unos sentimientos que conducen a la condenación, al pretender dar por supuesta mi posible condenación, destruyendo la esperanza que es la que la hace posible.

Lleva a encarar mal la vida. Distrae del objetivo. Su principal gravedad es que desvía del camino de salvación.

Lo absurdo del planteo es que lleva a no poner los medios para la salvación. La hace parecer imposible.

La pregunta es ¿es tan difícil salvarse? La verdad que no. Conocemos el camino: está bien determinado. Cristo nos dejó los sacramentos, su palabra y hasta su cuerpo.

Es muy práctico. ¿Qué hacer para salvarse? Ir a Misa el domingo, confesarse de vez en cuando, rezar un poco todos los días, tratar de cumplir los mandamientos. Está al alcance de la mano. No es tan difícil. Además el premio es grandioso.

Hay que tener en cuenta que plantea las cosas fuera de su contexto real: conseguir la salvación no es fácil ni difícil: depende de la gracia de Dios y de nosotros.
El cauce está claro. Es accesible. Requiere esfuerzo.

Nos viene bien es este momento recordar una idea de C.S. Lewis: el demonio tiene interés en que nuestra atención se centre en lo que puede pasarnos, mientras que Dios quiere que la tengamos en lo que tenemos que hacer. Dejémos pues de pensar si nos condenaremos y comencemos a poner por obra lo que sabemos que nos conduce a la salvación.

Conclusión: el cuestionamiento falla por todos lados y por tanto no es sostenible racionalmente. No dejes que te robe el tiempo y la serenidad.

Lo verdaderamente importante no son las especulaciones rebuscadas. Por ese camino no alcanzaremos la salvación y nos llenaremos de angustias.

La salvación es posible para todos. Dios quiere que nos ocupemos de buscarla por los caminos que El nos ha mostrado y haciendo uso de los medios que El mismo nos ha dado.

Sería ridículo dejar de poner lo que está a nuestro alcance para ser santos y al mismo tiempo lamentarse de supuestas fatalidades condenatorias.

Nota final

Hay otros cuestionamientos semejantes que pretenden negar la omnipotencia divina. Es interesante analizarlos brevemente ya que hacen uso de la negación del principio de no contradicción:

¿Puede Dios hacer una piedra tan grande que no pueda levantar?
¿Puede Dios hacer un círculo cuadrado?
Evidentemente Dios no puede hacer lo contradictorio. Pero esto no es una imperfección ni una limitación. Sencillamente la contradicción no puede existir.
El principio de no contradicción es una ley del ser: "el ser es y el no se no es". "Es imposible que algo sea y no sea al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto".
Si vas al núcleo de la pregunta, lo que se plantea es ¿puede Dios no poder? Y esto es absurdo.
Es como si se preguntara: ¿puede Dios crear algo que no exista? ¿puede crear la nada? No, Dios no puede hacer existir el no ser. Y esto es pura lógica. No existe ningún problema en que Dios no pueda ir contra la lógica.
De la misma manera Dios no puede pecar ni equivocarse, y esto no es una limitación sino perfección suprema.

P. Eduardo Volpacchio
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Completo la cuestión con un artículo de Louis de Wohl

El antidoto
Sobre saber divino, el tiempo humano, la predestinación y la Redención del hombre.
Louis de Wohl
ConoZe.com

Dios es omnisciente», aprendemos. Por tanto tuvo que saber que nosotros los hombres abusaríamos del don que nos hizo de la libre voluntad. O sea, que en definitiva es culpa suya el que haya sucedido así. En definitiva, es Dios quien tiene la culpa de todo.

Con esta lógica falsa intentamos cargar a Dios con nuestras propias culpas. Siempre hemos sido cobardes morales. Ya el propio Adán intentó echar la culpa de su pecado a Eva. El error básico consiste en que aplicamos de modo totalmente erróneo el concepto de omnisciencia. Y esto lo hacemos porque nos imaginamos a Dios como a un hombre omnisciente.

Nosotros los hombres vivimos en el tiempo, es decir en un continuo discurrir de las cosas. Dios, sin embargo, vive fuera del tiempo. Para nosotros existe el pasado, el presente y el futuro. Para Dios todo es un eterno ahora. Por tanto no tiene ningún sentido hablar de que Dios sabía (pasado) lo que pasaría (futuro). Dios sabe. Para nosotros el presente es un instante mínimo, ya se ha convertido en pasado. Para Dios todo es presente. Y precisamente por eso es omnisciente. El no prevé –como el profeta–. El ve. Para Él no existe ni antes ni después. El concepto de tiempo es, como todo lo demás, parte de su Creación. Pero Él está por encima de su Creación y por ello por encima de todo lo temporal. Él crea al hombre (nosotros decimos: creó). El sabe (nosotros decimos: sabía) que el hombre peca (ha pecado). El posee el antídoto ¿Cuál es el antídoto contra la debilidad y la maldad? Todas las madres lo saben. Precisamente para la oveja negra, para el hijo malo y perverso, ellas sienten el doble y el triple de amor. Dios responde a nuestra caída con un Amor inmenso. Su antídoto es hacerse hombre Él mismo soportando en la cruz nuestras culpas, todas las culpas de todos los hombres de todas las épocas.

Y este hecho es el que eleva al cristianismo por encima de todas las demás religiones. El inocente ha cargado con nuestras culpas. Al hacerse hombre Cristo se ha convertido en hermano nuestro. Por eso nos enseñó a llamar «Padre» al Creador del universo. De criaturas de Dios nos convertimos en hijos de Dios. Esta es la respuesta del Amor. Este es el antídoto.

El Vaticano interviene el Sodalicio de Vida Cristiana

Con este nuevo paso el Vaticano posibilitará que se cierre cuanto antes este doloroso capítulo.

A través de este comunicado, el Vaticano anuncia que intervendrá al Sodalicio de Vida Cristiana. 

Explica que lo hará a través de un comisariamento y designa como “Comisario Apostólico” a monseñor Noel Antonio Londoño, obispo de Jericó, en Colombia.

El cardenal Joseph William Tobin, arzobispo de Newark, seguirá siendo el delegado “ad nutum” del Sodalicio pero se dedicará a asesorar especialmente en las cuestiones económicas. El Papa lo eligió para esta tarea en mayo de 2016. 

Monseñor Londoño y el cardenal Tobin acompañarán al Sodalicio en su proceso de renovación tras el escándalo de abusos sexuales protagonizado por su fundador Luis Fernando Figari. En 2016, la institución lo condenó con duras palabras y lo expulsó.

ALESSANDRO MORONI
Superior General

“Después de los testimonios recibidos consideramos al ciudadano Luis Fernando Figari culpable de los abusos que se le imputan y lo declaramos persona non grata para nuestra organización, que deplora y condena totalmente su comportamiento”. 

En el comunicado, la Santa Sede se reitera la preocupación del Papa por “informaciones acerca del régimen interno, la formación y la gestión económica-financiera”

Con este nuevo paso el Vaticano posibilitará que se cierre cuanto antes este doloroso capítulo.

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