El hombre se levantó y lo siguió

Evangelio según San Marcos 2,13-17. 

Jesús salió nuevamente a la orilla del mar; toda la gente acudía allí, y él les enseñaba. 

Al pasar vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: "Sígueme". El se levantó y lo siguió. 

Mientras Jesús estaba comiendo en su casa, muchos publicanos y pecadores se sentaron a comer con él y sus discípulos; porque eran muchos los que lo seguían. 

Los escribas del grupo de los fariseos, al ver que comía con pecadores y publicanos, decían a los discípulos: "¿Por qué come con publicanos y pecadores?". 

Jesús, que había oído, les dijo: "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores". 

San Hilario de Poitiers

Queridos hermanos y hermanas: 

Hoy quiero hablar de un gran Padre de la Iglesia de Occidente, san Hilario de  Poitiers, una de las grandes figuras de obispos del siglo IV. Enfrentándose a  los arrianos, que consideraban al Hijo de Dios como una criatura, aunque  excelente, pero sólo criatura, san Hilario consagró toda su vida a la defensa de  la fe en la divinidad de Jesucristo, Hijo de Dios y Dios como el Padre, que lo  engendró desde la eternidad.

No disponemos de datos seguros sobre la mayor parte de la vida de san Hilario.  Las fuentes antiguas dicen que nació en Poitiers, probablemente hacia el año  310. De familia acomodada, recibió una sólida formación literaria, que se puede  apreciar claramente en sus escritos. Parece que no creció en un ambiente  cristiano. Él mismo nos habla de un camino de búsqueda de la verdad, que lo  llevó poco a poco al reconocimiento del Dios creador y del Dios encarnado, que  murió para darnos la vida eterna.

Bautizado hacia el año 345, fue elegido obispo de su ciudad natal en torno a los  años 353-354. En los años sucesivos, san Hilario escribió su primera obra, el Comentario al Evangelio de san Mateo. Se trata del comentario más antiguo en  latín que nos ha llegado de este Evangelio. En el año 356 asistió como obispo al  sínodo de Béziers, en el sur de Francia, el "sínodo de los falsos apóstoles",  como él mismo lo llamó, pues la asamblea estaba dominada por obispos  filo-arrianos, que negaban la divinidad de Jesucristo. Estos "falsos apóstoles"  pidieron al emperador Constancio que condenara al destierro al obispo de  Poitiers. De este modo, san Hilario se vio obligado a abandonar la Galia en el  verano del año 356.

Desterrado en Frigia, en la actual Turquía, san Hilario entró en contacto con un  contexto religioso totalmente dominado por el arrianismo. También allí su  solicitud de pastor lo llevó a trabajar sin descanso por el restablecimiento de  la unidad de la Iglesia, sobre la base de la recta fe formulada por el concilio  de Nicea. Con este objetivo emprendió la redacción de su obra dogmática más  importante y conocida: el De Trinitate ("Sobre la Trinidad").

En ella, san Hilario expone su camino personal hacia el conocimiento de Dios y  se esfuerza por demostrar que la Escritura atestigua claramente la divinidad del  Hijo y su igualdad con el Padre no sólo en el Nuevo Testamento, sino también en  muchas páginas del Antiguo Testamento, en las que ya se presenta el misterio de  Cristo. Ante los arrianos insiste en la verdad de los nombres de Padre y de  Hijo, y desarrolla toda su teología trinitaria partiendo de la fórmula del  bautismo que nos dio el Señor mismo:  "En el nombre del Padre y del Hijo y del  Espíritu Santo".

El Padre y el Hijo son de la misma naturaleza. Y si bien algunos pasajes del  Nuevo Testamento podrían hacer pensar que el Hijo es inferior al Padre, san  Hilario ofrece reglas precisas para evitar interpretaciones equívocas:  algunos  textos de la Escritura hablan de Jesús como Dios, otros en cambio subrayan su  humanidad. Algunos se refieren a él en su preexistencia junto al Padre; otros  toman en cuenta el estado de abajamiento (kénosis), su descenso hasta la muerte;  otros, por último, lo contemplan en la gloria de la resurrección.

En los años de su destierro, san Hilario escribió también el Libro de los  Sínodos, en el que reproduce y comenta para sus hermanos obispos de la Galia  las confesiones de fe y otros documentos de los sínodos reunidos en Oriente a  mediados del siglo IV. Siempre firme en la oposición a los arrianos radicales,  san Hilario muestra un espíritu conciliador con respecto a quienes aceptaban  confesar que el Hijo era semejante al Padre en la esencia, naturalmente  intentando llevarles siempre hacia la plena fe, según la cual, no se da sólo una  semejanza, sino una verdadera igualdad entre el Padre y el Hijo en la divinidad.  También me parece característico su espíritu de conciliación:  trata de  comprender a quienes todavía no han llegado a la verdad plena y, con gran  inteligencia teológica, les ayuda a alcanzar la plena fe en la divinidad  verdadera del Señor Jesucristo.

En el año 360 ó 361, san Hilario pudo finalmente regresar del destierro a su  patria e inmediatamente reanudó la actividad pastoral en su Iglesia, pero el  influjo de su magisterio se extendió de hecho mucho más allá de los confines de  la misma. Un sínodo celebrado en París en el año 360 o en el 361 retomó el  lenguaje del concilio de Nicea. Algunos autores antiguos consideran que este  viraje antiarriano del Episcopado de la Galia se debió en buena parte a la  firmeza y a la bondad del obispo de Poitiers. Esa era precisamente una  característica peculiar de San Hilario:  el arte de conjugar la firmeza en la fe  con la bondad en la relación interpersonal.

En los últimos años de su vida compuso los Tratados sobre los salmos, un  comentario a 58 salmos, interpretados según el principio subrayado en la  introducción de la obra:  "No cabe duda de que todas las cosas que se dicen en  los salmos deben entenderse según el anuncio evangélico, de manera que,  independientemente de la voz con la que ha hablado el espíritu profético, todo  se refiera al conocimiento de la venida de nuestro Señor Jesucristo,  encarnación, pasión y reino, y a la gloria y potencia de nuestra resurrección" (Instructio  Psalmorum 5). En todos los salmos ve esta transparencia del misterio de  Cristo y de su cuerpo, que es la Iglesia. En varias ocasiones, san Hilario se  encontró con san Martín:  precisamente cerca de Poitiers el futuro obispo de  Tours fundó un monasterio, que todavía hoy existe. San Hilario falleció en el  año 367. Su memoria litúrgica se celebra el 13 de enero. En 1851 el beato Pío IX  lo proclamó doctor de la Iglesia.

Para resumir lo esencial de su doctrina, quiero decir que el punto de partida de  la reflexión teológica de san Hilario es la fe bautismal. En el De Trinitate,  escribe:  Jesús "mandó bautizar en el nombre del Padre y del Hijo y del  Espíritu Santo (cf. Mt 28, 19), es decir, confesando al Autor, al  Unigénito y al Don. Sólo hay un Autor de todas las cosas, pues sólo hay un  Dios Padre, del que todo procede. Y un solo Señor nuestro, Jesucristo,  por quien todo fue hecho (1 Co 8, 6), y un solo Espíritu (Ef 4, 4), don en todos. (...) No puede encontrarse nada que falte a una  plenitud tan grande, en la que convergen en el Padre, en el Hijo y en el  Espíritu Santo la inmensidad en el Eterno, la revelación en la Imagen, la  alegría en el Don" (De Trinitate 2, 1).

Dios Padre, siendo todo amor, es capaz de comunicar en plenitud su divinidad al  Hijo. Considero particularmente bella esta formulación de san Hilario:  "Dios  sólo sabe ser amor, y sólo sabe ser Padre. Y quien ama no es envidioso, y quien  es Padre lo es totalmente. Este nombre no admite componendas, como si Dios sólo  fuera padre en ciertos aspectos y en otros no" (ib. 9, 61). 

Por esto, el Hijo es plenamente Dios, sin falta o disminución alguna:  "Quien  procede del perfecto es perfecto, porque quien lo tiene todo le ha dado todo" (ib. 2, 8). Sólo en Cristo, Hijo de Dios e Hijo del hombre, la humanidad encuentra  salvación. Al asumir la naturaleza humana, unió consigo a todo hombre, "se hizo  la carne de todos nosotros" (Tractatus in Psalmos 54, 9); "asumió en sí  la naturaleza de toda carne y, convertido así en la vid verdadera, es la raíz de  todo sarmiento" (ib. 51, 16).

Precisamente por esto el camino hacia Cristo está abierto a todos  —porque él ha  atraído a todos hacia su humanidad—, aunque siempre se requiera la conversión  personal:  "A través de la relación con su carne, el acceso a Cristo está  abierto a todos, a condición de que se despojen del hombre viejo (cf. Ef 4, 22) y lo claven en su cruz (cf. Col 2, 14); a condición de que  abandonen las obras de antes y se conviertan, para ser sepultados con él en su  bautismo, con vistas a la vida (cf. Col 1, 12; Rm 6, 4)" (ib.  91, 9).

La fidelidad a Dios es un don de su gracia. Por ello, san Hilario, al final de  su tratado sobre la Trinidad, pide la gracia de mantenerse siempre fiel a la fe  del bautismo. Es una característica de este libro:  la reflexión se transforma  en oración y la oración se hace reflexión. Todo el libro es un diálogo con Dios.

Quiero concluir la catequesis de hoy con una de estas oraciones, que se  convierte también en oración nuestra:  "Haz, Señor —reza san Hilario, con gran  inspiración— que me mantenga siempre fiel a lo que profesé en el símbolo de mi  regeneración, cuando fui bautizado en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu  Santo. Que te adore, Padre nuestro, y juntamente contigo a tu Hijo; que sea  merecedor de tu Espíritu Santo, que procede de ti a través de tu Unigénito.  Amén" (De Trinitate 12, 57).

Benedicto XVI

© Copyright 2007 - Libreria  Editrice Vaticana

Oremos

Señor, Padre todopoderoso, haz que tu pueblo penetre en el conocimiento de la divinidad de Jesucristo y la proclame con aquella misma valentía con que el obispo San Hilario la defendió durante toda su vida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

Calendario de fiestas marianas: Nuestra Señora de las Victorias, Praga Czechoslovakia (1620), hogar de Niño Jesús de Praga.

San Alfonso María de Ligorio (1696-1787), obispo y doctor de la Iglesia  6º Discurso para la Novena de Navidad

«El hombre se levantó y lo siguió»

Mi querido Redentor, he aquí mi corazón, te lo doy entero: ya no me pertenece más, es tuyo. Entrando en el mundo, ofreciste al Padre Eterno, ofreciste y diste toda tu voluntad, como nos lo enseñas por la boca de David: «de mi está escrito en el Libro de la ley, que hare to voluntad. Es lo que siempre he querido mi Dios» (Sal 39:8-9). De la misma manera, mi querido Salvador, te ofrezco hoy toda mi voluntad. En otro tiempo te fue rebelde, es por ella que te ofendía. Ahora, me arrepiento de todo corazón por el uso de hice de ella, y de todas las faltas que miserablemente me privaron de tu amistad. Me arrepiento profundamente, y esta voluntad te la consagro sin reserva. 

«¿Señor, qué quieres que haga? (Hch. 22:10) Señor, dime qué me pides: estoy dispuesto a hacer todo lo que deseas. Dispón de mí y de lo que me pertenece como gustes: lo acepto todo, consiento en todo. Sé que buscas mi mayor bien: «Pongo pues, totalmente mi alma en tus manos» (Sal 30:6). Por misericordia, ayúdala, consérvala, haz que te pertenezca siempre, y sea toda tuya, ya que «la rescataste, Señor, Dios de la verdad», al precio de tu sangre (Sal. 30:6).» 

¿Justo o pecador?

Santo Evangelio según San Marcos 2, 13-17. Sábado I del Tiempo Ordinario.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Jesús, dame la gracia de darme cuenta de que te necesito. La vida no es hermosa sin Ti. Sólo contigo puedo ser feliz. Creo en Ti, pero ayúdame a creer con firmeza. Espero en Ti, pero ayúdame a esperar con más fuerza. Te amo, pero ayúdame a amarte con todo mi corazón.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Justos o pecadores. Esta frase del Evangelio nos desarma. Toda la vida buscamos ser buenos: Nos queremos portar bien, queremos ser honestos, sacar buenas calificaciones, ayudar a las personas, perdonar a todos, consolar a quien lo necesita y una lista interminable de cosas que nos hacen ser más justos.

Pero hoy Jesús dice en el Evangelio: "No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores". Entonces, ¿qué sentido tiene esforzarnos por querer ser santos?

El ejemplo nos lo da san Mateo. El ser justos no depende de uno mismo. Ser santos no es una cualidad que conseguimos a fuerza de repetición de actos buenos. Ser santos depende de cómo respondemos a Dios. Las personas que se creen justas porque hacen cosas buenas están muy lejos de serlo. Los que se sienten pecadores, porque lo somos, están más cerca de Dios que cualquier otro.

Lo importante para ser santos no son las obras que hacemos sino la actitud con la que las hacemos. No podemos ser santos si primero no nos reconocemos pecadores.

Pidámosle a María la gracia de alcanzar la santidad.

Jesús, en el Evangelio, nos hace entender otra manera, otra forma de buscar la justificación: no por la gratuidad del Señor, no por nuestras obras. Y así hace ver esos que se creen justos por las apariencias: aparecen como justos y a ellos les gusta hacer esto y saben poner la “cara de estampita”, como si fueran santos. Sin embargo son hipócritas. Todo es aparentar, aparentar, pero dentro del corazón no hay nada, no hay sustancia en esa vida, es una vida hipócrita.

(Homilía de S.S. Francisco, 20 de octubre de 2017, en santa Marta).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

En una visita al Santísimo Sacramento me reconoceré pecador delante de mi Señor.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cuando Jesús te llama

He notado que Jesús te habla de muchas formas.

A veces en el silencio de un retiro espiritual.

Otras veces, a través de la creación, con la belleza que te rodea.

En ocasiones es como un cosquilleo en el alma, una necesidad imperiosa de seguirle. Te llenas de un entusiasmo como nunca sentiste, una alegría que te inunda. Es Jesús que pasa y te ha tocado el corazón.

Tengo amigos que han visto de frente a Jesús, en un pobre que les dice: “Ten piedad de mí”. Y se llenan como de una ternura. Experimentan la presencia de Jesús, en medio.

Casi siempre, su presencia, su llamado, van acompañados de una ola de ternura. Porque él es todo ternura.

Jesús, siempre está cercano, pidiéndote que lo ayudes, que seas sus manos y pies, su boca, sus ojos, su ternura.

Hoy, por ejemplo, me encontraba en un evento de la Iglesia, en un gimnasio, donde tenía expuestos mis libros.

Duró todo el día.

Por la tarde hubo confesiones, exposición del Santísimo y terminó con la santa misa.

Concelebraban varios sacerdotes, que repartirían la comunión, para poder llegar a todos en aquél lugar.

En un momento de la Eucaristía, me encontraba distraído, de pronto sentí esta dulce voz que me decía:

“Claudio, aquí estoy”.

Y experimenté el abrazo más tierno que jamás haya sentido. Una ternura infinita que se desbordaba en mi alma.

Levanté la mirada sorprendido y vi a un sacerdote que en ese momento caminaba frente a mí.

Iba rodeado de monaguillos. Llevaba, con gran solemnidad, un copón, repleto de hostias consagradas.

Quedé impactado.

Era Jesús, que pasaba y nos llamaba.

Sólo atiné a decirle:

¡Qué bueno eres, Jesús!

¿Cuánto cuesta la visita del Papa Francisco a nuestros países?

Explicado con un sencillo vídeo que con muy buenos datos sobre este recurrente tema

Son muchos los que cuestionan el costo y las intenciones del Papa al visitar nuestros países. Qué porqué se gasta tanta plata, qué con esa plata se debería dar de comer a los pobres, y varias cosas por el estilo…

El Papa viene a visitar a sus fieles, como se dice propiamente, viene de visita pastoral. Por eso no hay nada de qué quejarse, pues a diferencia de muchas otras ocasiones, el estado invertirá sus recursos en mejoras para las ciudades que visita. Nuestros impuestos se verán reflejados en obras concretas y no se esfumarán con el viento. Por otro lado, el Papa no cobra. No gasta en hoteles ni en comidas lujosas. El alojamiento será en la Nunciatura Apostólica de cada país (que es la embajada del Estado Vaticano, así que él mismo paga su estadía).

Los críticos hablan de “viajes propagandísticos” que no deben transmitirse por canales institucionales sino por medios de comunicación católicos, pero los discursos que puede pronunciar Francisco estarán dirigidos al pueblo. Hablará seguro de temas de interés para todos en nuestros países Latinoamericanos como la paz, la honestidad, la unidad y la familia y, esos temas precisamente son sobre los que no quieren reflexionar las personas que se oponen a su visita.

Los viajes del Papa son organizados por la Conferencia Episcopal de cada país y las diferentes diócesis anfitrionas (conocidas como iglesias particulares por el derecho Canónico). Éstas buscan patrocinios locales a través de aportes de particulares, rifas y diversas actividades. El Estado únicamente debe proteger a los que asistan en su vida, honra, bienes y creencias.

Es bien sabido que el turismo sería el más beneficiado. Los comercios locales y las personas que sufren, recibirán una visita de esperanza y reconciliación. Entonces si los que no están de acuerdo con su visita, lo hacen por los intereses del pueblo, deberían pensar en esto

Les dejo un sencillo video, referente a la visitaq del Papa a Colombia, pero que explica (con muy buenos datos) lo que acabo de decir, lo señalado en esta presentación se aplica a toda visita apostólica del Papa:

La fe y las obras

¿No es suficiente la Sangre del Hijo de Dios por sí sola para reconciliarnos con el Padre?

Pregunta:

Parece ser que una de las principales diferencias entre católicos y protestantes, está en el hecho de que los primeros creen en el poder de las obras para alcanzar la salvación, mientras que los segundos no creen que el hombre, pecador por naturaleza, pueda hacer obras con valor salvífico, siendo la Sangre derramada por Jesús la única que puede salvarle, y ello de forma gratuita, aceptando por la sola fe que Él es su Salvador. Parece una opinión bastante coherente, pues se podría ver en la actitud católica una minusvaloración del valor salvador del Sacrificio de Jesús. La Iglesia católica pide una colaboración activa en la salvación, hace co-redentora a María y mediadores a los Santos… ¿No es suficiente la Sangre del Hijo de Dios por sí sola para reconciliarnos con el Padre?

Respuesta:

La doctrina católica sostiene –como doctrina revelada– que no basta la fe para la salvación, ya que sólo por la caridad la fe tiene la perfección de unirnos a Cristo y ser vida del alma, siendo meritoria de vida eterna. El Concilio de Trento expresamente enseña que “la fe, si no se le añade la esperanza y la caridad, ni une perfectamente con Cristo, ni hace miembro vivo de su Cuerpo. Por cuya razón se dice, con toda verdad, que la fe sin las obras está muerta (St 2,17ss) y ociosa” [1]. Y expresamente condenó el concepto de “sola fe”, tal como lo entendió el luteranismo primitivo: “Si alguno dijere que el impío se justifica por la sola fe, de modo que entienda no requerirse nada más con que coopere a conseguir la gracia de la justificación y que por parte alguna es necesario que se prepare y disponga por el movimiento de su voluntad, sea anatema”[2].

Esta doctrina está expresamente enseñada en la Sagrada Escritura, pues si bien es cierto que hay muchos textos –especialmente paulinos– que hablan de un papel fundamental de la fe en la justificación[3], también es claro que hay muchos otros textos, tanto del mismo Pablo como de otros autores inspirados, que hablan de la ineficacia de la fe sin las obras, y en particular sin la caridad: la fe sin obras es muerta (St 2,17); el que no tiene caridad –se entiende que está hablando de quien tiene fe– permanece en la muerte (1Jn 3,14); si tuviere tanta fe que trasladase los montes, si no tengo caridad, no soy nada (1Co 13,2); en Cristo ni vale la circuncisión ni vale el prepucio, sino la fe, que actúa por la caridad (Gal 5,6; cf. 4,15).

Por tanto, es necesario armonizar las afirmaciones en que se atribuyen los efectos salvíficos a la fe, con aquéllos en que los mismos efectos son, no sólo atribuidos a la caridad, sino que se niega que puedan ser alcanzados por la fe sin la caridad y las obras de la caridad (pues al hablar de caridad se sobreentienden sus obras, como queda patente por las palabras del Señor en el Evangelio de San Juan (cf. Jn 15,10): el que me ama guardará mis palabras [= mandamientos]). Mala práctica exegética es negar los textos que crean dificultad, tanto por una parte (negando el papel clave que juega la fe en la justificación y la doctrina paulina de la exclusión de las obras de la Ley; sea negando el papel de las obras de la caridad). De aquí que haya que afirmar que los textos en que se habla de la fe, deben ser entendidos de la fe “perfeccionada” por la caridad (porque mientras los textos referidos a la fe salvífica, si fuesen entendidos de la fe al margen de la caridad, quedarían en oposición a los textos que hablan de la necesidad de la caridad para salvarse, por el contrario, entendidos de la fe perfeccionada por la caridad, se entienden tanto unos como otros).

Teológicamente, esta relación perfectiva de la caridad –llamada bíblicamente: perfección, vínculo, vida o alma– ha sido expresada con el concepto de “forma”: la caridad es la forma de todas las virtudes[4]. No debe entenderse en el sentido de forma intrínseca o sustancial, pues la fe y las demás virtudes tienen su propia especificación intrínseca que les viene de su objeto, la cual no muda al recibir la caridad sino como referida a una forma accidental y extrínseca (de orden operativo): en el sentido de que la caridad mueve e impera los actos de fe y de las demás virtudes al fin último (Dios), imprimiendo en ellos la cualidad de actos meritorios; de este modo eleva los actos de la fe al orden virtuoso y perfecto. En este sentido, la fe recibe de la caridadespecificación sobrenatural, es decir, la orientación al fin último (el bien divino, que es objeto de la caridad): “la caridad, en cuanto tiene por objeto el último fin, mueve las otras virtudes a obrar”[5].

En referencia a cuanto decían las objeciones expuestas más arriba, debemos decir que de ninguna manera puede decirse que la Iglesia católica quite valor al sacrificio de Jesús. Su valor es infinito y una gota de sangre puede salvar el universo, como cantamos en el Adorote devote (himno atribuido a Santo Tomás). Lo que enseña la Iglesia, siguiendo al mismo Jesucristo, es que Dios no nos salvará (nos salva Dios, no nosotros) sin nosotros, es decir, sin que su sangre se convierta en fruto en nosotros. Y esto se pone de manifiesto en las obras (que si bien las hace Dios en nosotros, se hacen, existen). Por eso, Jesucristo al joven rico que quería salvarse le dice que haga obras: ¿Qué tengo que hacer para salvarme? Cumple los mandamientos, y le nombra los principales. Eso es lo mismo que enseña la Iglesia. Las obras son totalmente nuestras y totalmente de Dios que las hace en nosotros.

Lutero tergiversó esta doctrina, considerando inútil toda obra humana. Pero no es eso lo que enseña San Pablo cuando en 1Co 3,9 dice que somos colaboradores de Dios. Algunos protestantes, para evitar el sentido evidente del valor de las obras que tiene este texto, traducen “trabajadores de Dios”, pero no es ése el sentido verdadero de la expresión (¿dónde dejan estos biblistas el sentido literal cuando se torna comprometedor para sus doctrinas?). El texto griego dice “sunergoí” (“sunergós”): colaboradores, “adiutores” como dice la Neo Vulgata; el prefijo griego “sun” equivale al latino “cum”, con (como puede verse en palabras que han pasado a nuestra lengua: “síntesis”, “sincrónico”, “sinestesia”, etc.). Lo reconocen algunas versiones protestantes como la American Standard Version y la New King James Version, que traducen como “fellow-workers”, y la Reina-Valera que dice “colaboradores”. También San Pablo exclama con toda fuerza: De él (Dios) somos hechura, creados en Cristo Jesús a base de obras buenas, que de antemano dispuso Dios para que nos ejercitemos en ellas(Ef 2,10). “Epì érgois agathois” son obras, hechos buenos; y dice San Pablo que Dios ha querido que en ellas “peripatêsômen”: caminemos. No puede pensarse nada más lejos de una fe desencarnada del obrar. Y por el mismo motivo, Nuestro Señor nos recuerda que no basta el conocimiento para la salvación, cuando, tras lavar los pies de sus discípulos y recordarles la necesidad de “obrar” según su ejemplo (Jn 13,15: para que así como yo hice con vosotros, vosotros también hagáis: “húmeis poiête”), añade (Jn 13,17): Si sabéis esto, bienaventurados seréis si lo hiciérais (“ei tauta oidate, makárioí este eàn poiête autá). No basta saber; es necesario hacer, obrar (“poieô” en griego).

A una persona que me preguntaba: “si la salvación ya está dada por Jesús y en Jesús, ¿por qué tenemos que ‘trabajar’ para conseguirla?”, le respondí, en su momento, diciendo que si a alguien le comunican que el gobierno le ha adjudicado una casa pero tiene que ir a retirar el título, esa persona se daría cuenta de que la casa le pertenecerá desde el momento en que retire efectivamente el título; antes no puede entrar en esa casa. Del mismo modo, Jesús ha ganado los méritos para nuestra salvación, pero cada uno de nosotros debe hacer el trabajo de “aplicárselos” a sí mismo, mediante la santificación diaria y los sacramentos (aun así, los católicos sabemos y profesamos que esta misma aplicación no es sólo obra nuestra, sino al mismo tiempo toda nuestra y toda de Dios). Jesús murió por todos los hombres, pero el buen ladrón aceptó a Cristo y el mal ladrón murió blasfemando. Eso quiere decir que la salvación no es algo automático. Y las consecuencias a las que se puede llegar por la doctrina de la fe sola, sin obras, escandalizaría a todo buen protestante. Baste de prueba las palabras de Lutero en carta a Melanchton el 1 de agosto de 1521[6]: “Si pide gracia, entonces pida una gracia verdadera y no una falsa; si la gracia existe, entonces debes cometer un pecado real, no ficticio. Dios no salva falsos pecadores. Sé un pecador y peca fuertemente, pero cree más y alégrate en Cristo más fuertemente aún (…) Si estamos aquí [en este mundo] debemos pecar (…) Ningún pecado nos separará del Cordero, ni siquiera fornicando y asesinando millares de veces cada día”. El autor protestante De Wette, quien se dedicó a coleccionar frases célebres de Lutero, decía (atribuyéndolo a Lutero): “Debes quitar el decálogo de los ojos y del corazón”[7]

Me parece, así, muy equilibrado cuanto escribía un convertido: “muchos protestantes acusan a la Iglesia Católica de enseñar un sistema de salvación basado en obras humanas, independientemente de la gracia de Dios. Pero esto no es cierto. La Iglesia enseña la necesidad de las obras, pero también lo enseñan las Escrituras. La Iglesia rechaza la noción de que la salvación se puede alcanzar ‘sólo por las obras’. Nada nos puede salvar, ni la fe ni las obras, sin la gracia de Dios. Las acciones meritorias que llevamos a cabo son obras inspiradas por la gracia de Dios”[8].

En ésta, como en otras cuestiones, creo que hay una incomprensión de parte de muchos protestantes respecto de la doctrina católica. Lo que ellos critican a los católicos, los católicos no lo enseñan de ese modo; es una mala imagen que no responde a la realidad, y para demostrarlo podemos invitar a cualquier protestante que nos diga dónde y en qué documento oficial, aprobado por el magisterio, la Iglesia enseña que alguien puede justificarse sólo por las obras.

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Bibliografía:

Bover, Las epístolas de San Pablo, Balmes, Barcelona 1959;

Idem, Teología de San Pablo, BAC, Madrid 1956;

Ferdinand Prat, La teología de San Pablo, Jus, México 1947 (2 volúmenes);

Settimio Cipriani, Le lettere di Paolo, Cittadella Ed., Assisi 1991.

En inglés puede encontrarse una importante bibliografía sobre la doctrina protestante y católica de la justificación en el artículo de Joseph Pohle, Justification, “The Catholic Encyclopedia”, vol. VIII, Robert Appleton Company, 1910.

[1] DS 1531.

[2] DS 1559; cf. 1532; 1538; 1465; 1460s.

[3] Por ejemplo: Le respondieron: Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu casa (Hch 16,31); el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la ley (Rom 3,28); Habiendo, pues, recibido de la fe nuestra justificación (Rom 5,1); otras citas semejantes: Hch 26,18; Rom 10,9; Ef 2,8-9; Gal 2,16; 2,21; 3,1-3. 9-14. 21-25.

[4] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1827; 1844; 2346.

[5] Tomás de Aquino, Suma Teológica, I-II, 64,5.

[6] Esta carta puede leerse en la “American Edition Luther’s Works”, vol. 48, pp. 281-282, ed. H. Lehman, Fortress 1963.

[7] Citado por P. F. O’Hare, The Facts about Luther, Rockford 1987, p. 311.

[8] Cf. Tim Staples, op. cit., p. 269-270.

"EL RIESGO DE UNA VISITA ESPECTÁCULO"
Francisco en Chile: mi fuego les doy
"¿Logrará, con su habilidad, marcar una diferencia de la esclerotizada jerarquía chilena?"

Mike van Treek, 13 de enero de 2018 a las 10:09

Cartel de la visita de Francisco a Chile

RELIGIÓN | OPINIÓN

Un aspecto inaudito de la visita papal es que sus organizadores han marginado a las víctimas de abuso sexual por parte del clero. Se ha negado, por ejemplo, que el Papa se reúna con las víctimas de abuso sexual de Fernando Karadima y sus seguidores

(Mike van Treek, teólogo).- El evangelio de Mateo relata que cuando el Rey Herodes se entera por medio de unos hombres sabios de oriente que ha nacido en Belén un mesías llamado el Rey de los Judíos. Herodes -y con él la ciudad de Jerusalén- se alarma y manipula a estos sabios para obtener información sobre Jesús, haciéndoles creer que quiere ir a adorarlo.

Los sabios, advertidos en sueños sobre Herodes, ocultan la identidad del niño, lo que provoca el enfurecimiento de Herodes. Este, para aferrarse en su poder y su trono, ordena matar a todos los niños de edad similar a Jesús que viven en Belén y sus alrededores. María y José, según el relato de Mateo, salvan al niño huyendo a Egipto, pues han recibido una aviso durante el sueño.

Como puede verse, el cristianismotempranamente recogió la visión de un Cristo que en lugar de llegar anunciando que trae la paz, llega de cara a un conflicto con los poderosos. Esta será una constante en las controversias que Jesús abrirá hasta su muerte en manos del poder político-religioso, según relata este mismo evangelio. Este evangelio recoge una visión más bien positiva del conflicto: no puede plantearse una convivencia en paz, alegría y felicidad sin enfrentar las injusticias que amenazan la vida.

Distintas columnas y editoriales escritas a propósito de la visita de Francisco a Chile conminan a los laicos y laicas católicos, e incluso a todo ciudadano, a tener una actitud de escucha y apertura al mensaje del Papa: «disponernos con nuestra mejor voluntad a escuchar a Cristo que nos habla por su Vicario, el Papa Francisco», se nos dice. No se aceptan críticas a su visita, pues se consideran actos de disidencia institucional. Se nos pide, en suma, receptividad y obediencia a una palabra no pronunciada aún y aceptación de un modo de organización inconsulto y más propio de un rey que de un Cristo que quiere hablar desde los pobres y para los pobres.

Esta forma de organizar la visita del papa queda muy bien retratada en el lema que se ha elegido para la ocasión: «mi paz les doy». El lema recuerda más bien el contexto de la visita de Juan Pablo II, el llamado «peregrino/mensajero de la paz». Francisco ha sido conocido más bien por su llamado a «hacer lío», enfrentando los conflictos con valentía. La prioridad ha sido otra: presentar al Papa un país calmo, arreglado especialmente para la visita, en donde incluso el parlamento planea no discutir cuestiones sustantivas durante su visita para no incomodar al pontífice y a la Iglesia.

Esta estrategia con la cual se ha intentado instalar esta segunda visita papal ha resultado ser un fracaso. Según la encuesta CADEM publicada el 8 de enero pasado, prácticamente todo Chile sabe de la visita del Papa (98%). No obstante, ni siquiera los católicos están convencidos de la importancia de la visita para el país. Entre junio y diciembre del año pasado bajó de 55% a 35% la proporción de católicos que declaró que esta visita era «muy importante» o «bastante importante». Esta baja es más significativa, en el total de la muestra, entre mujeres y entre jóvenes de 18 a 34 años.

Al parecer, el aspecto que más rechazo produce es el alto costo para el Estado que esta visita significa. La visita parece injustificada. ¿Por qué tal nivel de indiferencia?

Por una parte porque no se percibe que el papado esté ejecutando de manera coherente en todo el mundo la anunciada política de tolerancia cero respecto de los abusos sexuales perpetrados por miembros de la jerarquía y por religiosos/as. Por otra parte, porque la Iglesia Chilena logró lo que parecía imposible: traspasarle todo su descrédito y falta de confianza al Papa.

El papa Francisco ha gozado de una gran popularidad en el mundo. Sus gestos, escritos y algunas de sus medidas han creado expectativas respecto de su pontificado que, lamentablemente no se han cumplido del todo. Es más, en algunas ocasiones, en lugar de cumplir con las esperanzas abiertas, éstas han resultado frustradas. Del Papa se ha destacado su preocupación por reformar la curia vaticana, el fomento de la transparencia financiera, la creación de una política más clara en contra de los abusos sexuales, la preocupación por la situación crítica del planeta y de los pobres causada por el modelo capitalista de desarrollo, un leve aligeramiento de la rígida moral familiar, su preocupación por la lejanía de la Iglesia respecto del Evangelio que debería anunciar, etc.

Algunas de estas prioridades se han traducido en acciones que, no obstante su intención, no han logrado el objetivo reformador. Esto muchas veces a causa de las acciones de los mismos encargados de llevarlas a cabo. Por ejemplo, la comisión de ocho cardenales encargada de prestarle asesoría en la reforma de la curia vaticana está integrada por el cardenal chileno F. J. Errázuriz, de quien supimos por sus propios correos electrónicos que hizo todo lo posible por evitar que Juan Carlos Cruz fuera una de los integrantes de la comisión para la prevención de los abusos sexuales.

Al final, aquella comisión perdió toda credibilidad y eficacia debido a la renuncia de las víctimas de abusos que la conformaban (Marie Collins y Peter Saunders). Debido a las resistencias contra ella, la comisión no pasó de ser una instancia decorativa donde el Papa pareciera no tener gobierno, por lo que el descrédito se ha traspasado al pontífice.

La Iglesia chilena ha traspasado su descrédito al papa Francisco. La visita de Juan Pablo II ocurrió en un contexto político y social muy diferente. En 1987 Chile estaba abriendo un camino de transición desde la dictadura de civiles y militares marcada por violaciones graves a los derechos humanos de miles de personas. En ese contexto, al menos parte de la Iglesia chilena se destacó por la protección de los vulnerables y por ser voz valiente en un contexto de falta de libertad de expresión.

El Chile que visitará el papa es otro y es otro el episcopado que lo recibe, pues si antes se organizó la Vicaría de la Solidaridad para proteger a las víctimas, hoy la Conferencia Episcopal pide indulto para los pocos victimarios condenados a leves penas en cárceles especiales sin que ellos hayan prestado alguna colaboración útil para la justicia. Pero el descrédito o la falta de relevancia del episcopado chileno tiene raíces más profundas y creo que se encuentran en su falta de conexión con la sociedad chilena.

Hoy, en Chile, no esperamos que otros hablen en nuestro nombre y valoramos una sociedad pluralista en la cual buscamos aprender a vivir respetando la diferencia y la multiculturalidad. Somos una sociedad en busca de una mayor justicia social al mismo tiempo que no aceptamos completamente una ética heredada del cristianismo más tradicional. Frente a estos cambios, la Iglesia de la «transición» no ha tenido una actitud de escucha y comprensión.

A mí modo de ver, más que enfatizar en nuestra actitud de escucha al Papa, creo que Francisco y la Iglesia chilena necesitan oír y tratar de comprender lo que la sociedad y cultura contemporánea quiere decir y de hecho está diciendo.

La agenda del Papa en Chile responde solo parcialmente a esta actitud de escucha en que la Iglesia misma en el Concilio Vaticano II ha querido ponerse. No sería extraño que el Papa asumiera nuevamente esa actitud, pues en otras ocasiones ha realizado «acciones de escucha». Por ejemplo, la larga preparación del sínodo sobre la familia estuvo marcada por una consulta relativamente abierta a todos los fieles del mundo. Hasta donde se ha podido constatar, visita de Francisco a Chile, por el contrario, ha sido organizada sin tener suficientemente en cuenta esta actitud de escucha.

Un aspecto inaudito de la visita papal es que los organizadores de ella han marginado totalmente a las víctimas de abuso sexual por parte del clero. Se ha negado, por ejemplo, que el Papa se reúna con las víctimas de abuso sexual de Fernando Karadima y sus seguidores (ver carta abierta de James Hamilton al Papa). Desde Osorno, los laicos y laicas que solicitan la renuncia del obispo Barros no han sido tomados en cuenta ni se les ha ofrecido perdón y reparación por las ofensas que se les están haciendo. Seguimos sin oír una petición de perdón por parte del mismo Karadima.

Algunos de sus más cercanos seguidores no han perdido un ápice de su nefasta influencia en la formación del clero de Chile, pues siguen siendo parte de los cuadros directivos en la Facultad de Teología de la UC y en el principal seminario diocesano de Chile (Seminario Pontificio de Santiago) o siguen siendo obispos titulares de diócesis donde dejan lentamente morir la vida pastoral que existía (Osorno, Linares y Talca).

A diferencia de su visita a Perú, donde sí contempla dos reuniones con organizaciones indígenas, en su visita a Temuco el Papa no tiene un encuentro previsto con las organizaciones del pueblo mapuche, sino que hablará desde el aeropuerto, una zona militar con restricciones de acceso. Tampoco se reunirá con las organizaciones sociales del país, cuestión que sí hizo, por ejemplo, en Bolivia en su visita del año 2015. Pasará no más de 25 minutos por una cárcel de mujeres. La mayor parte del tiempo el papa estará siendo exhibido en vehículos protegidos o en grandes escenarios en los cuales se realizarán acciones rituales estandarizadas que dan poca cabida a la espontaneidad y al encuentro cara a cara, salvo el que tendrá con los Obispos, los cuales ya bastante lo visitan en el Vaticano.

No se ha previsto tampoco en la agenda algún encuentro con líderes de otras religiones o denominaciones cristianas, sino un encuentro con la vida religiosa y seminaristas. La visita no traduce en Chile el carácter ecuménico y dialogante del Papa con otras religiones y denominaciones cristianas. Tampoco se previó en la agenda del papa una reunión con grupos de mujeres católicas que luchan por transformar el rol de la mujer en la Iglesia, asunto que también ha sido una bandera de lucha de este papa, al menos en el discurso. Así, en realidad, los sujetos habitualmente «no considerados» positivamente en la vida de la Iglesia chilena ni integrados por sus teólogos en la reflexión (homosexuales, pobres, mujeres, indígenas, infantes, divorciados, migrantes, no católicos), están también ausentes de la agenda organizada en Chile.

Así, un riesgo de esta visita es que ella termine siendo un espectáculo en el cual se exhiba lo más superficial de Francisco y se le presente un Chile pasivo y sin voces plurales. No fue casual, en ese sentido, la comparación entre la visita papal y los conciertos masivos como Lollapalooza que hicera uno de los voceros de la organización.

Estamos expectantes entonces para ver si el papa logra marcar una diferencia de la jerarquía chilena y dentro de las pocas posibilidades que han quedado en la organización de su visita logra alertar a los poderosos como Herodes y con él a los habitantes de Chile. Es cierto que el Papa ha demostrado tener habilidad para instalar temas y debates con acciones y reacciones inesperadas, pero el gran problema de ello es la poca durabilidad del efecto de ese impacto en los sectores más esclerotizados de la Iglesia. Por lo demás, esas acciones no siempre permiten al Papa tener un encuentro con los «no considerados» y escuchar lo que tienen que decir a la Iglesia.

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