Yo, que soy la luz, he venido al mundo para que todo el que cree en mí no permanezca en las tinieblas

Aunque esta fiesta del 2 de febrero cae fuera del tiempo de navidad, es una parte integrante del relato de navidad. Es una chispa de fuego de navidad, es una epifanía del día cuadragésimo. Navidad, epifanía, presentación del Señor son tres paneles de un tríptico litúrgico.

Es una fiesta antiquísima de origen oriental. La Iglesia de Jerusalén la celebraba ya en el siglo IV. Se celebraba allí a los cuarenta días de la fiesta de la epifanía, el 14 de febrero. La peregrina Eteria, que cuenta esto en su famoso diario, añade el interesante comentario de que se "celebraba con el mayor gozo, como si fuera la pascua misma"'. Desde Jerusalén, la fiesta se propagó a otras iglesias de Oriente y de Occidente. En el siglo VII, si no antes, había sido introducida en Roma. Se asoció con esta fiesta una procesión de las candelas. La Iglesia romana celebraba la fiesta cuarenta días después de navidad.

Entre las iglesias orientales se conocía esta fiesta como "La fiesta del Encuentro" (en griego, Hypapante), nombre muy significativo y expresivo, que destaca un aspecto fundamental de la fiesta: el encuentro del Ungido de Dios con su pueblo. San Lucas narra el hecho en el capítulo 2 de su evangelio. Obedeciendo a la ley mosaica, los padres de Jesús llevaron a su hijo al templo cuarenta días después de su nacimiento para presentarlo al Señor y hacer una ofrenda por él.

Esta fiesta comenzó a ser conocida en Occidente, desde el siglo X, con el nombre de Purificación de la bienaventurada virgen María. Fue incluida entre las fiestas de Nuestra Señora. Pero esto no era del todo correcto, ya que la Iglesia celebra en este día, esencialmente, un misterio de nuestro Señor. En el calendario romano, revisado en 1969, se cambió el nombre por el de "La Presentación del Señor". Esta es una indicación más verdadera de la naturaleza y del objeto de la fiesta. Sin embargo, ello no quiere decir que infravaloremos el papel importantísimo de María en los acontecimientos que celebramos. Los misterios de Cristo y de su madre están estrechamente ligados, de manera que nos encontramos aquí con una especie de celebración dual, una fiesta de Cristo y de María.

La bendición de las candelas antes de la misa y la procesión con las velas encendidas son rasgos chocantes de la celebración actual. El misal romano ha mantenido estas costumbres, ofreciendo dos formas alternativas de procesión. Es adecuado que, en este día, al escuchar el cántico de Simeón en el evangelio (Lc 2,22-40), aclamemos a Cristo como "luz para iluminar a las naciones y para dar gloria a tu pueblo, Israel".

"NO SOMOS NI ETERNOS NI EFÍMEROS"
¿Cómo aconseja el Papa afrontar la muerte?
"Yo no soy el dueño del tiempo; repetir esto ayuda"

Redacción, 01 de febrero de 2018 a las 16:31

Muerte y duelo

RELIGIÓN | VATICANO

Y preguntarnos ¿cuál herencia si Dios me llamara hoy? ¿Qué herencia dejaré yo como testimonio de vida? Es una linda pregunta para hacernos

En su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta el primer día de febrero, el Santo Padre afrontó el pensamiento de la muerte que nos salva - dijo - de la ilusión de ser dueños del tiempo. "La muerte es un hecho, la muerte es una herencia y la muerte es una memoria", subrayó Francisco.

"Nosotros no somos ni eternos ni efímeros: somos hombres y mujeres en camino en el tiempo, tiempo que comienza y tiempo que termina". Inspirándose en el pasaje del Primer Libro de los Reyes, que aborda el tema de la muerte de David, el Papa Francisco invitó a la asamblea a "rezar y pedir la gracia del sentido del tiempo" para no permanecer "encarcelados" por el momento presente, "encerrados en sí mismos". "La muerte es un hecho que atañe a todos", recordó el Pontífice, y dijo que "antes o después llega".

"Pero está la tentación del momento que se adueña de la vida y te lleva a ir girando en este laberinto egoísta del momento sin futuro, siempre ida y vuelta, ida y vuelta, ¿no? Y el camino termina en la muerte, todos lo sabemos. Por esta razón la Iglesia siempre ha tratado de hacer reflexionar sobre este fin nuestro: la muerte, ¿no?".

"Yo no soy el dueño del tiempo; repetir esto ayuda" - recomendó el Santo Padre - porque "nos salva de esa ilusión del momento, de tomar la vida como una cadena de eslabones de momentos, que no tiene sentido". "Yo estoy en camino y debo mirar hacia adelante", pero también - explicó el Papa - debo considerar que "la muerte es una herencia", no la herencia material, sino la herencia del testimonio. "Y preguntarnos ¿cuál herencia si Dios me llamara hoy? ¿Qué herencia dejaré yo como testimonio de vida? Es una linda pregunta para hacernos. Y así, prepararnos porque todos nosotros, ninguno de nosotros, permanecerá 'como una reliquia'. No, todos iremos por ese camino". Por último, el Papa invitó a meditar acerca de la muerte como "memoria", una "memoria anticipada":

"Cuando muera, ¿qué me habría gustado hacer hoy en esta decisión que yo debo tomar hoy, en el modo de vivir de hoy? Es una memoria anticipada que ilumina el momento de hoy. Iluminar con el hecho de la muerte las decisiones que yo debo tomar cada día". El Papa concluyó su homilía invitando a sentirnos en camino hacia la muerte, algo que "nos hará bien a todos".

Santa Catalina de Ricci

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Santa Catalina de Ricci, virgen

En Prato, de la Toscana, santa Catalina de' Ricci, virgen de la Tercera Orden Regular de Santo Domingo, que se dedicó de lleno a la restauración de la religión. Logró, de alguna manera, experimentar en ella los misterios de la pasión de Jesucristo, gracias a su asidua meditación.

Esta santa nació en 1522, de una bien conocida familia florentina. Y fue bautizada con el nombre de Alejandrina. A los trece años tomó el nombre de Catalina, al recibir el hábito en el convento dominico de San Vicente en Prato, del cual su tío, el P. Timoteo dei Ricci, era director. Aquí sufrió durante dos años intensos dolores debidos a una complicación de enfermedades que sólo parecían agravarse con los remedios; pero santificó sus sufrimientos con su ejemplar paciencia, la cual sacaba en gran parte de su constante meditación sobre la Pasión de Cristo. Cuando era todavía muy joven fue elegida maestra de novicias, después superiora, y a los treinta años fue nombrada priora a perpetuidad. La fama de su santidad y sabiduría le llevaba visitas de muchos seglares y personas del clero, incluyendo a tres cardenales, que después llegaron a papas.

Algo semejante a lo que se cuenta de san Agustín y san Juan de Egipto, sucedió con san Felipe Neri y santa Catalina de Ricci: se habían escrito varias cartas, y aunque nunca se conocieron personalmente, ella se le apareció y habló con él en Roma, sin nunca haber salido de su convento en Prato. Esto lo declaró expresamente san Felipe Neri, quien era sumamente cauteloso en dar crédito a visiones, y fue confirmado por el juramento de cinco testigos.

Catalina es conocida quizá más que otros místicos que han tenido privilegios semejantes, por la serie extraordinaria de éxtasis en los cuales contemplaba y vivía los pasos consecutivos que precedieron a la crucifixión de nuestro Salvador. Parece que estos éxtasis siempre seguían el mismo curso. Comenzaron cuando tenía veinte años, en febrero de 1542, y se renovaron cada semana, por doce años consecutivos. Naturalmente dieron mucho que hablar y una multitud de gente devota o curiosa quería visitar el convento. Esto ponía obstáculo al recogimiento de la comunidad, y estos inconvenientes se acentuaron más cuando en 1552 fue elegida priora. A petición suya, todas las monjas comenzaron a rezar fervorosamente para que cesaran estas manifestaciones, y, en 1554, llegaron a su fin. Mientras duraron, presentaron algunas características diferentes a las que suelen tener tales casos. Catalina perdía el conocimiento regularmente a medio día, todos los jueves, y volvía en sí veintiocho horas después, a las cuatro de la tarde del viernes. Sin embargo, ocurría una interrupción en este estado de arrobamiento. Se le llevaba regularmente la Sagrada Comunión en la mañana y volvía a estar lo suficientemente consciente del mundo exterior para recibirla con intensa devoción, pero casi inmediatamente después quedaba de nuevo en éxtasis, y reanudaba su contemplación de los pasos de la Pasión en el punto preciso donde las había dejado. Catalina tenía otro tipo de éxtasis durante los cuales, por lo general, permanecía enteramente pasiva, con los ojos fijos en el cielo. Pero en el éxtasis semanal de la Pasión su cuerpo se movía en conformidad con los ademanes y movimientos de Nuestro Señor, según los presenciaba en su contemplación. Por ejemplo, cuando lo prendían en el huerto, extendía las manos como para que se las ataran; se quedaba de pie majestuosamente, cuando lo ataron a la columna para azotarlo; inclinaba la cabeza, como para recibir la corona de espinas, y así sucesivamente. Un detalle aún más desacostumbrado en tales experiencias, era que con frecuencia se aprovechaba de la ocasión de los sufrimientos particulares de Jesucristo para exhortar a las hermanas que la rodeaban, en medio de sus éxtasis, y esto lo hacía, dice una de sus biógrafas, «con un conocimiento, una elevación de pensamiento y una elocuencia inesparados en una mujer, y especialmente en una mujer que no era ni ilustrada, ni literata».

También se aseguraba corrientemente que Catalina era favorecida con los estigmas, las llagas de las manos, pies y costado, así como también la corona de espinas. En el proceso de beatificación se presentaron testimonios al respecto. Cosa curiosa, los que afirmaron haber visto los estigmas, parecen haber tenido diferente impresión en cada caso. Algunos miraban las manos completamente traspasadas y sangrantes, otros veían las señales de las llagas con luz tan brillante, que los deslumbraba, y todavía otros percibían sólo «llagas cicatrizadas, rojas e hinchadas, con una mancha negra en el centro, alrededor de la cual parecía circular la sangre». Esta diversidad tan notable en las relaciones de los testigos es aún más notable cuando describen el fenómeno místico, por el cual es especialmente famosa santa Catalina; a saber, el fenómeno del anillo. Se dice que Cristo le dio un anillo como prenda de sus esponsales espirituales con ella. El día de la Pascua de Resurrección de 1542, Nuestro Salvador se le apareció radiante de luz y después de quitarse de su dedo un fulgurante anillo, lo colocó en el índice de su mano izquierda, diciendo, «Hija mía, recibe este anillo como señal y prueba de que ahora y siempre me pertenecerás».

En la «Positio super Virtutibus», que es el resumen de los testimonios dados, que ahora se hace en todos los procesos de beatificación para que los consultores analicen las virtudes heroicas de cualquier candidato a la beatificación, las declaraciones relativas a los esponsales místicos de Catalina ocupan mucho espacio. El promotor de la fe (popularmente conocido como «el abogado del diablo»), en la época en que la causa fue llevada ante la Congregación de Ritos, era el famoso Próspero Lambertini, mejor conocido después como el papa Benedicto XIV. La cuestión del anillo de santa Catalina atrajo particularmente su atención, e hizo varias críticas, a las cuáles respondió con detalle el postulador de la causa. Santa Catalina, como hemos visto, nació en 1522 y murió en 1590; desgraciadamente fue recién en 1614 cuando tuvo lugar el primer examen jurídico de testigos, en relación con la causa de beatificación. Como el anillo se había manifestado originalmente en abril de 1542, era prácticamente imposible que ninguna de las monjas que formaban parte de la comunidad cuando ocurrió esta maravilla, pudiera estar viva para dar su testimonio en 1614, setenta y dos años después. Se asegura al menos que el fenómeno se registró con intervalos, durante toda la vida de Catalina; además de testimonios escritos y de segunda mano, algunos testigos pudieron dar una relación de lo que ellos mismos habían visto. Los testimonios, en general, parecen contradictorios. Tal vez las pruebas más valiosas que se tienen en el proceso de beatificación sean dos documentos escritos, uno, la carta del Padre Neri, dominico, fechada el año 1549, o sea siete años después de los esponsales místicos; el otro, unas cuantas notas hechas por la hermana María Magdalena Strozzi, amiga íntima de Catalina, quien la atendió en su enfermedad.

El primero relata la aparición de Nuestro Señor el domingo de Pascua y comenta particularmente que el anillo fue colocado en el dedo índice de su mano izquierda. Después de lo cual, prosigue: «"Los superiores de nuestra provincia han descubierto que, durante una quincena de Pascua, el anillo verdadero, o sea el anillo de oro con su diamante, fue visto por tres hermanas muy santas, en tres ocasiones diferentes. Cada una de ellas mayor de cuarenta y cinco años de edad. La primera fue la hermana Potenciana de Florencia, la segunda, la hermana María Magdalena de Prato (esta fue María Magdalena Strozzi, quien dejó una relación manuscrita de su bienamada madre Catalina), y la tercera fue la hermana Aurelia de Florencia. La superiora de Catalina le mandó que pidiera un favor a Jesucristo y Él concedió que todas las hermanas vieran el anillo, o al menos algo en su lugar, durante tres días consecutivos el lunes, el martes y el miércoles de la semana de Pascua. Durante esos días, todas las hermanas vieron en su dedo, junto al dedo medio de la mano izquierda, y en el sitio donde ella decía que estaba el anillo, un rombo rojo («quadretto») en el lugar de la piedra o diamante, y del mismo modo contemplaron un aro rojo alrededor de su dedo, en lugar del anillo. Catalina aseguraba que nunca había visto el rombo y el aro de la misma manera que las hermanas, porque ella siempre veía el anillo de oro y esmalte con su diamante. El anillo también fue visto durante todo el día de la Ascensión de 1542 y el día de Corpus Christi, como si fuera un enrojecimiento de la carne. Se añade que esta manifestación estuvo acompañada por un perfume sumamente agradable, que todos percibieron. El padre Neri añade el comentario de que este enrojecimiento del dedo no pudo haber sido causado por alguna pintura o tinte, porque el día de Corpus Christi, como él mismo dice, Catalina fue llevada a la iglesia para que el gobernador de la ciudad pudiera ver este círculo rojo. Pero toda señal del mismo desapareció en su presencia, aunque inmediatamente después se mostró otra vez a las monjas.

En cuanto a la declaración del padre Neri de que tres de las monjas de más edad tuvieron el privilegio de ver el verdadero anillo de oro y esmalte rojo, es curioso que no se encuentre confirmación de esto en las propias notas de la hermana María Magdalena Strozzi, aunque ella es una de las tres mencionadas. Lo que ésta sí pone perfectamente en claro es que, durante los tres días después de Pascua, había un círculo rojo alrededor del dedo de Catalina, el cual describe como un anillo «entre piel y piel», lo que corresponde estrictamente a lo que el Dr. Imbert-Gourbeyre dice de Marie-Julie Jahenny: parecía como si un anillo rojo, de coral, se le hubiera enterrado en la carne del dedo. Además, las notas de la hermana María Magdalena impresionan conmovedoramente por la solicitud y temor que muestra de que Catalina hubiera sido víctima de algún engaño del demonio. Ella se lo dijo a su confesor y juntos hicieron experimentos con cinabrio y otros pigmentos, pero no pudieron reproducir en absoluto algo como el enrojecimiento en el dedo de Catalina. Entonces la hermana María Magdalena fue a ver a la misma Catalina y parece que con toda franqueza le contó sus dudas y escrúpulos. Estas manifestaciones extraordinarias, instaba, eran contrarias al espíritu v tradiciones del convento y eran muy peligrosas para la humildad y el anonadamiento, tan importante en la vida religiosa. Catalina estaba de acuerdo y con todo gusto se prestó a que hiciera lo que quisiera para borrar la señal. Ella sólo se lamentaba y pedía perdón por ser la causa de tanta turbación e intranquilidad espiritual como había en todo el resto de la comunidad. Entonces la hermana María Magdalena le tomó el dedo y lo puso en su boca para saber si tenía algún sabor, y también lo remojó en agua; después trató de quitar la señal con jabón, pero naturalmente nada dio resultado. Por otro lado, Catalina declaró con toda sencillez que ella veía en su dedo un anillo de oro engastado con un diamante ojival y no veía nada más. «Tengo que acudir a la fe», dijo a su amiga, «cuando me dices que tú percibes únicamente una señal roja». Es cierto que el hecho de que santa Catalina veía continuamente el anillo y su piedra con sus ojos corporales, y que no podía ver el círculo rojo, también se menciona en la carta del padre Neri en 1549.

Los hechos son muy inciertos. Existen abundantes pruebas de que algunas veces aparecía la señal de un círculo rojo y un rombo en el dedo de Catalina, de modo que todos podían percibirlo. También parece cierto que ella siempre vio con sus ojos corporales, en aquel dedo, un anillo de oro con diamante engastado, pero no hay prueba satisfactoria que muestre que el anillo de oro haya sido realmente visto por algunos otros. Hay tantos y tan comprobados ejemplos de resplandor que irradia de la cara, manos y vestidos de los místicos cuando están arrobados en éxtasis, que podemos fácilmente conceder que esto pudo haber sucedido en el caso del dedo de Catalina. Si fuera así, posiblemente algunos testigos pudieron haberse engañado al ver la luz brillante y haberla interpretado como un anillo de oro con un diamante, del cual antes habían oído hablar. Una monja explícitamente dijo que el dedo despedía una luz tan brillante, que no podía ver qué clase de anillo lo circundaba.

Santa Catalina de Ricci murió después de una prolongada enfermedad a la edad de sesenta y ocho años, el 2 de febrero de 1590. Los fenómenos extraordinarios de los cuales acabamos de hablar han colaborado a distraer la atención de otros rasgos de su vida. Se distinguió por una «excelente cordura psicológica y moral», y como muchos otros santos contemplativos, fue una buena administradora y cumplidora de los deberes de su casa y cargo. Nunca estaba más feliz que cuando atendía a los enfermos, y su influencia se extendió más allá de las paredes de su convento y de la ciudad. Una de sus características, y no la menos interesante, fue la reverencia que tenía por la memoria de Jerónimo Savonarola, a cuya intercesión celestial atribuía el restablecimiento de su salud en 1540. Santa Catalina fue canonizada en 1747.

«Life of St. Catherine d'Ricci», por F. M. Capes (1905). P. Thurston, The Phisical Phenomena of Mysticism (1952).

Oremos

Señor Dios todopoderoso, que nos has revelado que el amor de Dios y al prójimo es el compendio de toda tu ley, haz que, imitando la caridad de Santa Catalina de Ricci, seamos contados un día entre los elegidos de tu reino. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

San Sofronio de Jerusalén (¿-639), monje, obispo  Homilía para la fiesta de las luces; PG 87c, 3291

“Yo, que soy la luz, he venido al mundo para que todo el que cree en mí no permanezca en las tinieblas” (Jn 12,46)

Todos nosotros que honramos y veneramos el misterio de Cristo con fervor, salgamos a su  encuentro, avancemos hacia él con todo nuestro corazón. Que todos sin excepción, participen en este encuentro, que todos lleven sus candelas encendidas. Si nuestros cirios dan tal esplendor es, primeramente, para mostrarnos el resplandor divino de aquel que viene, de aquel que hace brillar el universo y lo inunda con una luz eterna que ahuyenta las tinieblas del mal. Es así sobre todo para manifestar que es también  con el esplendor de nuestra alma que debemos salir al encuentro de Cristo. En efecto, de la misma manera que la Madre de Dios, la purísima Virgen, es llevando en sus brazos a la luz verdadera que va al encuentro de “los que yacen en las tinieblas” (Is 9,1; Lc 1,79), así también nosotros, iluminados por sus rayos y teniendo en nuestras manos una luz visible a todos, apresurémonos a salir al encuentro de Cristo.

Es evidente: puesto que “la luz verdadera ha venido al mundo” (Jn 1,9) y lo ha iluminado cuando estaba en tinieblas, porque que “nos ha visitado el Sol que nace de lo alto” (Lc 1, 78), este misterio es nuestro… Corramos, pues, todos juntos, salgamos todos al encuentro de Dios… Seamos todos iluminados por él, hermanos, que él nos haga resplandecientes a todos. Que ninguno de entre nosotros no quede fuera de esta luz, como si fuera un extranjero; que nadie se obstine en permanecer en la noche. Avancemos hacia la claridad; caminemos, iluminados, hacia su encuentro y junto con el viejo Simeón, recibamos esta luz gloriosa y eterna. Junto con él exultemos con todo nuestro corazón y cantemos un himno de acción de gracias a Dios, Padre de las luces (Jm 1,17), que nos ha enviado la visible claridad para sacarnos de las tinieblas y con ella, hacernos resplandecientes.

La salvación de Dios, que se “ha presentado ante todos los pueblos” y que para nuestra gloria manifestó al nuevo Israel, fijaos bien que nosotros “la hemos visto” ahora, gracias a Cristo. E inmediatamente hemos sido liberados de la noche de nuestro pecado, igual que Simeón, al ver a Cristo, fue liberado de las ataduras de la vida presente.

Luz para todo el mundo

Santo Evangelio según San Lucas 2,22-40. Festividad de la Presentación del Señor.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Ven, Espíritu Santo, enciende tu luz en nuestros corazones. Conviértenos en apóstoles de Cristo que transmitan su nombre con gozo y valentía. Así sea.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

En este pasaje podemos considerar el papel de tres personajes en la misión de Cristo. El primero, Simeón, proclama proféticamente que Jesús es el Salvador para todo el mundo, "Luz para alumbrar a las naciones."

En efecto, años después Jesús saldrá de Nazaret para predicar el Evangelio; en pocos años iluminó la vida de tantos hombres y mujeres de Galilea, Judea y Samaria. Y al poco tiempo de su Ascensión al cielo, los Apóstoles llevarán la luz del Evangelio a Grecia, Egipto, Roma. En esta cadena, la luz nos ha llegado también a nosotros, los miembros de la Iglesia que hoy cubrimos los cuatro rincones de la tierra.

El segundo personaje, Ana, es igualmente crucial en el progresivo amanecer del Evangelio. Cristo ciertamente es la luz, pero necesita otras personas que lo transmitan. Ana reconoció la luz de Cristo, y en ese mismo momento, ella se convirtió en lámpara para todos los que frecuentaban el templo de Jerusalén. "Hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén".

Nosotros somos el tercer personaje. Tenemos la misma misión de Simeón y de Ana: proclamar en todas partes la luz de Cristo, hablar de Él a todos los que encontremos. La mayoría de las veces no harán falta las palabras, sino nuestra propia vida –la luz se trasmite mejor en el silencio de la mañana.

Lo que despertó el canto fue la esperanza, esa esperanza que los sostenía en la ancianidad. Esa esperanza se vio recompensada en el encuentro con Jesús. Cuando María pone en brazos de Simeón al Hijo de la Promesa, el anciano empieza a cantar, hace una verdadera "liturgia", canta sus sueños. Cuando pone a Jesús en medio de su pueblo, este encuentra la alegría. Y sí, sólo eso podrá devolvernos la alegría y la esperanza, sólo eso nos salvará de vivir en una actitud de supervivencia. Sólo eso hará fecunda nuestra vida y mantendrá vivo nuestro corazón. Poniendo a Jesús en donde tiene que estar: en medio de su pueblo.

(Homilía de S.S. Francisco, 2 de febrero de 2017).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy buscaré contemplar el Vía Crucis y hacer una oración de alabanza a Cristo Redentor.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro! ¡Venga tu Reino! Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia. Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Ofrecimiento permanente a Dios

En la purificación de María y la presentación del Niño en el templo, se dan la mano la humildad de María y el amor a la misión de Cristo.

En la purificación de María y la presentación del Niño en el templo, se dan la mano la humildad de María y el amor a la misión de Cristo. Ni María necesitaba purificarse, pues es la Inmaculada, ni Jesús niño necesitaba ofrecerse al Padre, pues toda su vida no tenía otro sentido, otra finalidad distinta de la de hacer la voluntad de Dios. Ojalá aprendamos estos dos aspectos tan bellos: la humildad y el sentido de la consagración, como ofrecimiento permanente a Dios... Humildad que es actitud filial en manos de Dios, reconocimiento de nuestra pequeñez y miseria. Humildad que es mansedumbre en nuestras relaciones con el prójimo, que es servicialidad, que es desprendimiento propio. 

M e d i t a c i ó n 

María, escogida personalmente por Dios para ser milagrosamente virgen y madre, no quiso eximirse de todas la obligaciones religiosas que su deber de mujer israelita le exigían, aunque no estuviera moralmente obligada. Quiso cumplir, con toda humildad, con la ley que mandaba ofrecer al Señor el hijo primogénito; y con el ofrecimiento de su Hijo, también se ofreció ella misma a Dios.

1. Como una mujer israelita más. Presentación de Jesús en el templo y purificación de María. El Levítico mandaba purificarse a las mujeres que habían dado a luz (Lev 12,4); pero María ninguna obligación tenía de purificarse porque no había contraído ninguna mancha legal, dado que la concepción de Jesús había sido de forma virginal e igualmente el parto. Sin embargo, quiso cumplir con la prescripción de la ley y con toda humildad, pobreza y sencillez se presenta en el templo para rescatar a su Hijo, tal y como lo exigía la ley. No tenía que ser rescatado quien venía a rescatar a todos. Para María contaba la obediencia a la ley. Había sido madre de un israelita y tenía que ofrecer al Señor su primogénito. No quiere ser una excepción. Podía dar testimonio de que había cumplido con su Hijo todo lo prescrito por las leyes religiosas. La obediencia amorosa a la ley encierra una buena dosis de humildad.

2. Ofrecimiento humilde. Ella se había consagrado al Señor y también quiso hacer partícipe a su Hijo de esta consagración. Era un Hijo que Dios le había concedido como una gracia singular y quería ofrecérselo al mismo Señor que se lo había regalado. No era “propiedad” suya. Tenía que devolvérselo al Señor. Pone a su Hijo en manos del anciano Simeón, como si fueran las manos de Dios. En el ofrecimiento de Jesús, María ratifica su propio ofrecimiento. Con la presentación de su Hijo en el templo, está anticipando el ofrecimiento en el Calvario. En ambos lugares, María ofrece su vida de manera humilde, silenciosa.

3. Confianza filial en Dios. Este gesto encierra una confianza ilimitada de María en el Señor. Cuando una madre deja que otras manos acojan a su hijo pequeño, tiene plena confianza en las manos de quien lo deja. Así María se abandona en las manos de Simeón, hombre justo y piadoso, un hombre del templo, como si fueran las mimas manos del Señor. María se acerca al templo con sencilla y deslumbrante humildad, consciente del misterio que lleva en sus manos y en su corazón. No se engríe cuando Simeón se expresa proféticamente de forma elogiosa. Sencillamente medita las palabras y las acepta con la misma actitud de sierva con que había dado su sí al ángel. No importa si no acababa de entender las misteriosas palabras que hablaban de contradicción, de espadas que atravesarían su corazón. María ya había experimentado en su ser que Dios realiza sus planes en las almas que se le prestan.

4. Fruto: Pedirle a María que nos haga comprender que el cumplimiento de los mandamientos de la ley de Dios y de la Iglesia es el modo objetivo de cumplir la voluntad de Dios.

L e c t u r a 

Pasados cuarenta días del nacimiento de Jesús, el Señor es presentado en el templo por sus padres. Están presentes en el templo una virgen y una madre, pero no de cualquier criatura, sino de Dios. Se presenta a un niño, Hijo de una virgen, cuya divinidad no cabe en el mundo entero. Se ofrece por el niño lo establecido por la ley, pero no para purificarlo de una culpa, sino para anunciar abiertamente el misterio.

Todos los fieles saben que la madre del Redentor desde su nacimiento no había contraído mancha alguna por la que debiera de purificarse. No había concebido de modo carnal, sino de forma virginal...

El evangelista, al narrarnos este hecho, presenta a la Virgen como madre obediente a la ley. Era comprensible y no nos debe maravillar que la madre observara la ley, porque su Hijo había venido no para abolir la ley, sino para darle cumplimiento. Ella sabía muy bien cómo lo había engendrado y cómo lo había dado a luz y Quién era el que lo había engendrado. Pero, observando la ley común, esperó el día de la purificación y así ocultó la dignidad del hijo. ¿Quién crees, oh Madre, que pueda describir tu particular sujeción? ¿Quién podrá descubrir tus sentimientos? Por una parte, contemplas a un niño pequeño que tú has engendrado y, por otra, descubres la inmensidad de Dios. Por una parte, contemplamos una criatura, por otra, al Creador.

(Ambrosio Autperto, siglo VIII, homilía en la Purificación de Santa María)

Fiesta de la Presentación del Señor

Fiesta de la Candelaria

Martirologio Romano: Fiesta de la Presentación del Señor, llamada Hypapante por los griegos: Cuarenta días después de Navidad, Jesús fue conducido al Templo por María y José, y lo que podía aparecer como cumplimiento de la ley mosaica era realmente su encuentro con el pueblo creyente y gozoso, manifestándose como luz para alumbrar a las naciones y gloria de su pueblo Israel.

Breve Reseña


Para cumplir la ley, María fue al Templo de Jerusalén, a los cuarenta días del nacimiento de Jesús

Esta fiesta ya se celebraba en Jerusalén en el siglo IV.

La festividad de hoy, de la que tenemos el primer testimonio en el siglo IV en Jerusalén, se llamaba hasta la última reforma del calendario, fiesta de la Purificación de la Virgen María, en recuerdo del episodio de la Sagrada Familia, que nos narra San Lucas en el capitulo 2 de su Evangelio. Para cumplir la ley, María fue al Templo de Jerusalén, a los cuarenta días del nacimiento de Jesús, para ofrecer su primogénito y cumplir el rito legal de su purificación. La reforma litúrgica de 1960 y 1969 restituyó a la celebración el título de “presentación del Señor” que tenía al principio: la oferta de Jesús al Padre, en el Templo de Jerusalén, es un preludio de su oferta sacrifical sobre la cruz.

Este acto de obediencia a un rito legal, al que no estaban obligados ni Jesús ni María, constituye una lección de humildad, como coronación de la meditación anual sobre el gran misterio navideño, en el que el Hijo de Dios y su divina Madre se nos presentan en el cuadro conmovedor y doloroso del pesebre, esto es, en la extrema pobreza de los pobres, de los perseguidos, de los desterrados.

El encuentro del Señor con Simeón y Ana en el Templo acentúa el aspecto sacrifical de la celebración y la comunión personal de María con el sacrificio de Cristo, pues cuarenta días después de su divina maternidad la profecía de Simeón le hace vislumbrar las perspectivas de su sufrimiento: “Una espada te atravesará el alma”: María, gracias a su íntima unión con la persona de Cristo, queda asociada al sacrificio del Hijo. No maravilla, por tanto, que a la fiesta de hoy se le haya dada en otro tiempo mucha importancia, tanto que el emperador Justiniano decretó el 2 de febrero día festivo en todo el imperio de Oriente.

Roma adoptó la festividad a mediados del siglo VII, y el Papa Sergio I (687-701) instituyó la más antigua de las procesiones penitenciales romanas, que salía de la iglesia de San Adriano y terminaba en Santa María Mayor. El rito de la bendición de los cirios, del que ya se tiene testimonio en el siglo X, se inspire en las palabras de Simeón: “Mis ojos han visto tu salvación, que has preparado ante la faz de todos los pueblos, luz para iluminar a las naciones”. Y de este rito significativo viene también el nombre popular de esta fiesta: la así llamada fiesta de la “candelaria”.

Si hoy Dios me llamase...

El Papa invita a reflexionar sobre la muerte: “Nos hará bien a todos”

“La muerte es un hecho que nos impacta a todos. Llega más tarde o más temprano, pero llega”, afirmó el Papa Francisco en la homilía de la Misa celebrada este jueves 1 de febrero en la Casa Santa Marta. Por eso invitó a reflexionar sobre la muerte, porque “nos hará bien a todos”.

El Santo Padre recordó que “no somos ni eternos, ni efímeros: somos hombres y mujeres en el tiempo, tiempo que comienza y tiempo que termina”.

Sin embargo, advirtió contra “la ‘tentación del momento’ que se apodera de la vida y te lleva a andar por ese laberinto de egoísmo del momento sin futuro, siempre de ida y vuelta, de ida y vuelta. Y el camino termina en la muerte, todos lo sabemos. Y por eso la Iglesia siempre ha tratado de hacer reflexionar sobre este fin nuestro: la muerte”.

El Papa animó a repetirse: “Yo no soy dueño del tiempo”. Aseguró que “repetir esto ayuda, porque nos salva de la ilusión del momento, de tomar la vida como si fuera una cadena de anillos de momentos sin sentido. Estoy en camino y debo mirar hacia adelante, considerando que la muerte es una herencia”.

También animó a preguntarse: “Si hoy Dios me llamase, ¿qué herencia dejaré como testimonio de vida? Es una bella pregunta para hacerse. De ese modo nos preparamos, porque ninguno de nosotros se quedará aquí como una reliquia. No, todos iremos sobre ese camino”.

Además, explicó que “la muerte es una memoria, una memoria anticipada” que ayuda a reflexionar. “Cuando muera, ¿qué decisión me habría gustado tomar hoy, en mi modo de vivir de hoy? Es una memoria anticipada que ilumina el momento de hoy. Iluminar con el hecho de la muerte la decisión que debo tomar cada día”, finalizó.

EL PAPA INVITA A "DESENMASCARAR LOS INTENTOS DE MANIPULAR A DIOS"
Francisco: "Toda justificación de la violencia en nombre de la religión es una blasfemia"
"Pertenecer a una determinada religión no otorga dignidad ni derechos adicionales"

Jesús Bastante, 02 de febrero de 2018 a las 12:45

Las personas religiosas saben que Dios es el Santo, y que nadie puede apelar a su nombre para hacer el mal

(Jesús Bastante).- El Papa Francisco lanzó una dura diatriba para "desenmascarar cualquier intento de manipular a Dios con propósitos que no tienen nada que ver con Él", durante su encuentro con los participantes en la conferencia 'Combatir la violencia cometida en nombre de la religión', a quienes recibió en la Sala Clementina.

Un rotundo 'No' a cualquier justificación de la violencia en nombre de la religión, que "sólo puede desacreditar a la religión misma" y que "debe ser condenado por todos, especialmente por las personas religiosas, que saben que Dios es bondad, amor y compasión, y que en él no hay lugar para el odio, el resentimiento o la venganza".

"Las personas religiosas saben que Dios es el Santo, y que nadie puede apelar a su nombre para hacer el mal", proclamó el Papa, quien recordó que, para las personas con fe, "poner a Dios como garante de sus pecados y crímenes es una gran blasfemia", o utilizarlo como excusa "para justificar el asesinato, la esclavitud, la explotación en todas sus formas, la opresión y la persecución de personas y poblaciones enteras".

Francisco agradeció a los presentes su compromiso por la paz. "Es muy significativo que líderes políticos y eligiosos se reúnan y debatan entre sí sobre cómo contrarrestar la violencia cometida en nombre de la religión". Recordando su viaje a Egipto, el Papa repitió que, para las religiones, resulta "esencial excluir cualquier absolutización que justifique las formas de violencia". "La violencia, de hecho, es la negación de cualquier religiosidad auténtica" apuntó Francisco, refiriéndose a su discurso en la Universidad de Al-Azhar, donde subrayó que los líderes religiosos "estamos obligados a sacar a la luz los intentos de justificar todas las formas de odio en nombre de la religión y condenarlos como falsificación idólatra de Dios".Porque, añadió, "pertenecer a una determinada religión no otorga dignidad ni derechos adicionales a quienes se adhieren a ella, así como la no pertenencia no los resta, ni disminuye". Para contrarrestar esta lacra, es preciso "involucrar" a actores políticos, religiosos, educativos y del mundo de la comunicación para desterrar la falsa idea de que la violencia y la religión pueden ir de la mano. 

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