Comieron hasta saciarse y todavía se recogieron siete canastas con lo que había sobrado
- 10 Febrero 2018
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- 10 Febrero 2018
Evangelio según San Marcos 8,1-10.
En esos días, volvió a reunirse una gran multitud, y como no tenían qué comer, Jesús llamó a sus discípulos y les dijo:
"Me da pena esta multitud, porque hace tres días que están conmigo y no tienen qué comer.
Si los mando en ayunas a sus casas, van a desfallecer en el camino, y algunos han venido de lejos".
Los discípulos le preguntaron: "¿Cómo se podría conseguir pan en este lugar desierto para darles de comer?".
El les dijo: "¿Cuántos panes tienen ustedes?". Ellos respondieron: "Siete".
Entonces él ordenó a la multitud que se sentara en el suelo, después tomó los siete panes, dio gracias, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que los distribuyeran. Ellos los repartieron entre la multitud.
Tenían, además, unos cuantos pescados pequeños, y después de pronunciar la bendición sobre ellos, mandó que también los repartieran.
Comieron hasta saciarse y todavía se recogieron siete canastas con lo que había sobrado.
Eran unas cuatro mil personas. Luego Jesús los despidió.
En seguida subió a la barca con sus discípulos y fue a la región de Dalmanuta.
Santa Escolástica
Santa Escolástica, abadesa
Memoria de la sepultura de santa Escolástica, virgen, hermana de san Benito, la cual, consagrada desde su infancia a Dios, mantuvo una perfecta unión espiritual con su hermano, al que visitaba una vez al año en Montecasino, en la Campania, para pasar juntos una jornada de santas conversaciones y alabanza a Dios.
Mientras su hermano residió en Monte Casino, ella se hallaba en Plombariola, fundando y gobernando un monasterio. Tenía la costumbre de visitar a San Benito una vez al año y como no estaba permitido que entrar al monasterio, él salía a su encuentro para llevarla a una casa de confianza, donde los hermanos pasaban la velada orando, cantando himnos de alabanza a Dios y discutiendo asuntos espirituales. Sobre la última visita, San Gregorio hace una notable descripción, en la cual, la santa presintiendo que no volvería ver más a su hermano, le rogó que no partiera esa noche sino al día siguiente, pero San Benito se sintió incapaz de romper las reglas de su monasterio. Entonces, Santa Escolástica apeló a Dios con una ferviente oración para que interviniera en su ayuda, y acto seguido, estalló una fuerte tormenta que impidió que su hermano regresara al monasterio. Los dos santos pasaron la noche hablando de las cosas santas y de asuntos espirituales. Tres días después, la santa murió, y su hermano que se encontraba absorto en la oración tuvo la visión del alma de su hermana ascendiendo al cielo en forma de paloma.
Oremos
Al celebrar la fiesta de Santa Escolástica virgen, te pedimos, Señor, que, siguiendo su ejemplo, te sirvamos con un amor puro y experimentemos las delicias de tu amistad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
San Ambrosio (c. 340-397), obispo de Milán y doctor de la Iglesia Comentario al evangelio de Lucas, VI, 73-88
«Si los despido a sus casas en ayunas, se van a desmayar por el camino»
Señor Jesús, sé muy bien que no quieres dejar en ayunas a esas gentes aquí conmigo, sino alimentarles con el pan que les distribuyas; así, fortificados con tu alimento, no temerán desfallecer de hambre. Sé muy bien que tampoco a nosotros nos quieres enviar en ayunas... Tú lo has dicho: no quieres que desfallezcan por el camino, es decir, que desfallezcan a lo largo del camino de esta vida, antes de llegar al término de la ruta, antes de llegar al Padre y comprender que tú vienes del Padre...
El Señor tiene compasión, a fin de que nadie desfallezca por el camino... Igual que hace llover sobre justos e injustos (Mt 5,45), nutre tanto a los justos como a los injustos. ¿No es, acaso, gracias a la fuerza del alimento recibido que el profeta Elías, desfallecido en el camino, pudo caminar cuarenta días? (1R 19,8). Este alimento se lo dio un ángel; pero a vosotros es el mismo Cristo quien os alimenta. Si conserváis el alimento así recibido, seréis capaces de caminar no cuarenta días y cuarenta noches..., sino durante cuarenta años, desde la salida de vuestros confines de Egipto hasta vuestra llegada a la tierra de la abundancia, la tierra que mana leche y miel (Ex 3,8)...
Cristo comparte los víveres, y quiere, sin duda alguna, dar a todos. No rechaza a nadie sino que provee a todos. Sin embargo, cuando parte los panes y los da a sus discípulos, si no tendéis la mano para recibir vuestro alimento, vais a desfallecer durante el camino... Este pan que parte Jesús, es el misterio de la palabra de Dios: cuando se distribuye, aumenta. Tan sólo con unas pocas palabras Jesús ha dado a todos los pueblos un alimento superabundante. Nos ha dado sus palabras como panes, y mientras los saboreamos, se multiplican más en nuestra boca... Mientras las multitudes comen, siguen aumentando los pedazos de pan de tal manera que, los restos, al final, son muchos más que los panes compartidos.
Jesús no es indiferente
Santo Evangelio según San Marcos 8, 1-10. Sábado V de Tiempo Ordinario.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Gracias, Señor, por el don de mi vida, porque me permites cada día levantarme, ver la luz del sol y la sonrisa en el rostro de aquellos que amo. Aumenta mi fe para descubrirte en todo lo que me sucede. Aumenta mi esperanza para confiar en Ti en los momentos difíciles. Aumenta mi amor para ser tu testigo fiel ante mis hermanos los hombres.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Jesús se compadece de la gente porque la amaba. Nos ama a todos, de eso no hay dudas, pero como quien se acerca más al fuego tiene más posibilidades de calentarse, así también quien se acerca más a Cristo le ofrece más posibilidades de demostrar Su amor. Aquella gente se apiñaba alrededor de Jesús y Él no podía despedirlos con las manos vacías.
Dios quiere actuar, y actuará, en la medida que se lo permitamos. Él hace que los frutos sean abundantes, aunque lo que le presentemos sea poco. Lo único que pide es que nos demos totalmente porque así podrá hacernos realmente felices. Esos siete panes y esos cuantos peces lograron alimentar a cuatro mil personas, no porque eran pocos, sino porque era todo lo que los discípulos le podían ofrecer al Señor.
Dios quiere hacerte feliz, ¿qué dones tienes que aún no le has entregado?
Jesús es el que bendice y parte los panes, con el fin de satisfacer a todas esas personas, pero los cinco panes y los dos peces fueron aportados por los discípulos, y Jesús quería precisamente esto: que, en lugar de despedir a la multitud, ofrecieran lo poco que tenían. Hay además otro gesto: los trozos de pan, partidos por las manos sagradas y venerables del Señor, pasan a las pobres manos de los discípulos para que los distribuyan a la gente. También esto es "hacer" con Jesús, es "dar de comer" con él. (Homilía de S.S. Francisco, 26 de mayo de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Durante el día le regalaré al Señor algún tiempo extra de oración.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Multiplicación de los panes
¿Creemos que Cristo es capaz de saciar nuestra hambre? ¿Creemos que Él puede cambiar nuestra vida, llenarla, renovarla?
Como ya en el tiempo de Jesús, así también hoy el pan de cada día sigue siendo el problema principal para la mayor parte de la humanidad. Y los hombres de hoy no sufren sólo hambre del cuerpo, sino también hambre del espíritu, hambre del corazón, hambre de fraternidad y de amor.
Y nos damos cuenta que esto pasa porque los cristianos no hemos tomado muy en serio el mensaje del Evangelio, porque después de más de 2000 años de cristianismo no hemos logrado construir todavía un mundo de fraternidad.
Es Jesucristo quien alimenta a los hombres con su palabra de vida y, como en el Evangelio de hoy, les da de comer pan. Pero no sé si Uds. han notado la disposición que Jesús exige, antes de realizar este milagro, la orden que da, la condición que impone.
Un acto de confianza.
Ante todo, les pide un acto de confianza, un gesto de entrega en sus manos: les manda sentarse en el suelo.
Mientras están de pie, no dependen más que de ellos mismos: conservan al menos la posibilidad de buscar comida ellos mismos. Pueden encontrarse con un amigo, con un vendedor ambulante, pueden ir a buscar algo a otro sitio, pueden marcharse.
Pero al tomar asiento están renunciando a toda posibilidad de bastarse a sí mismos. No tendrán más remedio que entregarse a Él, confiarse a Él.
Cuando oyen esta invitación a sentarse, yo creo que no pocos dudan. Su exigencia les muerde el corazón, luchan en su interior con la inquietud, con el miedo, con el orgullo. Les pide precisamente lo que menos ganas tienen de darle. Porque se sienten intranquilos, agitados por el hambre. Y Él les pide que se tranquilicen, que se entreguen a Él, que tengan confianza en Él. ¿Van a fiarse de Él? ¿Van a creer que es capaz de alimentarlos? ¿Van a darle, por lo menos, la oportunidad para mostrarlo?
¿Qué hubiéramos hecho nosotros en su lugar?
¿Qué sentiríamos nosotros el día en que por primera vez nos encontráramos en la necesidad de decirle sinceramente: danos hoy nuestro pan de cada día? ¿No nos veríamos tentados de intentar cualquier otra cosa, en vez de recurrir a Dios? ¿No sería terrible tener que admitir que no tenemos ningún otro recurso más que Él?
En fin, algunos, en un verdadero acto de fe, se sientan - quizá con los ojos cerrados. Luego, les van siguiendo los demás. Muchos vacilan todavía hasta decidirse, abandonarse. Y entonces hay un momento extraordinario, en el que los 5000 se sientan, en el que todos juntos hacen un acto de fe.
Y cuando el pan empieza a circular entre sus manos, cuando cada uno se queda con todo lo que quiere, y cuando ven que todavía sobra - pienso que entonces ya nadie se extraña demasiado. El verdadero milagro se ha realizado antes. El verdadero milagro lo ha hecho Jesús con ellos mismos: era el milagro de su fe y de su amor. También a nosotros se nos pone la misma condición, la misma exigencia: ¿Creemos nosotros en Él? ¿Creemos que Cristo es capaz de saciar nuestra hambre? ¿Creemos que Él puede cambiar nuestra vida, llenarla, renovarla?
Tenemos fe en todo el mundo, excepto en Dios.
Y si somos sinceros, me parece que estas cuestiones nos dejarán muy inseguros e inquietos. Queremos creer, deseamos creer, pero nos cuesta vivir de la fe. Tenemos fe en todo el mundo, excepto en Dios.
Ponemos nuestra salud en manos de un médico, de un cirujano. Entregamos nuestro dinero a un banquero. Y nuestra vida la ponemos en manos de cualquier chofer, a pesar de todos los accidentes que ocurren. La vida no sería posible sin confiar en los demás.
Sólo en Dios no confiamos, o confiamos poco. Estamos convencidos de que sabemos conducir mucho mejor que Él. Apenas nuestra vida da un viraje un poco brusco, se detiene o acelera más de le normal - y ya nos ponemos a dar gritos de angustia.
Imaginémonos un viaje familiar en el que todos los hijos desconfían de su padre que está manejando el coche: le critican por todo el camino; le gritan ante cualquier obstáculo... sería un viaje horroroso. Pero eso es lo que hacemos muchas veces con Dios.
Siempre encontramos motivos muy razonables para no creer.
La fe sigue siendo siempre un acto por encima de nuestras fuerzas naturales, una gracia a la que tenemos que abrirnos, una oscuridad que tenemos que soportar. La fe es tener la luz suficiente para poder movernos con confianza en un margen de oscuridad.
Queridos hermanos, que Cristo nos dé la gracia de una fe profunda, una entrega sin reservas, una confianza total en Él y en su amor.
¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Amor matrimonial: camino de santidad
Descubre los tesoros ocultos en el amor matrimonial y vive en plenitud este camino de perfección personal.
"Como Dios ha equipado a todos los hombres con la vocación al amor y les ha regalado de forma gratuita el fin y las fuerzas, así ha colocado a cada individuo en su estado, que es el lugar y la forma en los que tiene que tender a su destino". (Estados de vida del cristiano, Von Balthasar, H.U.)
De acuerdo a este pensamiento, deducimos que Dios regala al hombre el matrimonio como instrumento y estructura que facilita y ayuda a la persona humana la vivencia de su vocación al amor. Y, por lo tanto, el católico casado tiene la seguridad de haber recibido de Dios todo lo que necesita para vivir esta misión en el estado matrimonial.
A pesar de ello, el católico siente en su mismo ser, tanto corporal como espiritual, el aguijón del pecado y sus consecuencias. Pero, también, recibe la fuerza revitalizadora de la gracia de Cristo. A causa de la redención, operada ya en el ser humano por medio de Jesucristo, el cristiano no ha de detener su mirada en lo que era el hombre pecador, sino alargar su horizonte hasta redescubrir lo que era el hombre del paraíso y prefigurar lo que será el hombre celestial.
Si lo anterior se puede afirmar de todo cristiano, en cualquier estado al que sea llamado, también se afirma del casado, quien encuentra en el amor matrimonial la posibilidad de superar el desorden del pecado y el camino hacia la perfección personal.
La fuerza oculta del amor matrimonial
Los esposos cristianos, al poner su mirada en lo original de la primera pareja, recordarán que lo realmente diverso en ellos es el modo de amar. Un amor que les llevaba al servicio pleno de Dios, manifestado en una total disponibilidad de las cosas materiales y del propio cuerpo y libertad.
Por lo tanto, el amor en el estado matrimonial ha de ayudar a ordenar el uso de las creaturas, del cuerpo y de la libertad. En este sentido se podría afirmar que el matrimonio católico es una verdadera consagración a Dios.
Una entrega que lleva a los esposos a alcanzar la santidad a través de la vivencia por amor de los consejos evangélicos:
1. Pobreza interior
Los esposos pueden formar una actitud de pobreza interior que les lleva a recibir como don de Dios al propio cónyuge. Y a reconocer en él la única y principal riqueza de su vida: Única porque deben estar dispuestos a renunciar a todo lo material, si ello es obstáculo para la unidad matrimonial. Principal porque desde el momento del matrimonio el valor de una persona se mide, no por los elementos materiales que posee sino, por la entrega al esposo.
De este modo el amor convierte la actitud de pobreza en un servicio al amado.
El católico casado tiene la seguridad de haber recibido de Dios todo lo necesario para vivir en el matrimonio.
Adán y Eva, en su pobreza, esperaban que todo le viniera de Dios. Y vivían en una continua solidaridad, hasta el punto que todo lo que tenían era para donarlo al otro. De modo similar, en la vivencia práctica de la vida matrimonial, la actitud de pobreza, vivida por amor, llevará a los esposos cristianos, a recibir con alegría lo que el otro le puede aportar por medio de su trabajo.
En cualquier circunstancia económica que les toque vivir, no guardará nada para sí, lo compartirá y deseará que el otro disfrute de lo marterial antes que uno mismo.
Así los esposos, realizarán las palabras de san Pablo: "aunque probados por muchas tribulaciones, su rebosante alegría y su extrema pobreza han desbordado en tesoros de generosidad" (2Co 8,2).
2. Sexualidad al servicio del amor
El ejercicio del amor conyugal supera el desorden introducido por el pecado en la sexualidad humana. De hecho, coloca el eros y el sexo al servicio del amor cristiano y matrimonial. En realidad, los esposos consagran a Dios su corazón y su cuerpo para el uso exclusivo del cónyuge y se sirven de ellos para expresar amor en los momentos y del modo como Dios lo ha pensado.
Jesucristo se entregó a su Padre y a todos los hombres en la cruz. Su sacrificio y renuncia fueron realizados tanto en el cuerpo como en el espíritu. Esta renuncia realizada por el Hijo de Dios obtuvo la fertilidad que el Padre quería: la redención del hombre.
Los esposos no hacen otra cosa sino consagrar a Dios su corazón y su cuerpo para uso exclusivo del cónyuge.
Así los esposos cristianos, para obtener la fertilidad que, en conciencia, creen que Dios les quiere otorgar, unas veces se entregarán mutuamente, por amor, con el cuerpo y el espíritu, y en otras ocasiones, también por amor, renunciarán al deseo espiritual de la posesión del cuerpo.
3. Libertad obediente
El tercer desorden provocado por el pecado, el desorden de la libertad, también es purificado por el sacramento del matrimonio. Al momento de unir sus vidas, los católicos se comprometen a vivir en obediencia a Dios manifiestada en las necesidades y deseos legítimos del esposo respectivo y a ejercer sobre los hijos la autoridad amorosa y delegada de su verdadero Padre.
Adán vivía en plena libertad y autonomía aceptando en todo lo que Dios quería de él. Su obediencia no era sentida como imposición, pues el amor le movía a realizar todo mandato y deseo que podía hacer feliz a Dios, a quien amaba. De modo similar, los esposos cristianos, en el ejercicio perfecto de su libertad y movidos por el amor, no desean otra cosa sino hacer feliz al cónyuge en el cumplimiento de sus mandatos y deseos.
De este modo el hombre cristiano casado, sin renunciar definitivamente a la libertad, ni al ejercicio de la sexualidad, ni a la propiedad, supera el desorden provocado por el pecado en el uso de las cosas materiales, del cuerpo y de la libertad. Lo supera, como el hombre original, por medio del amor.
Pero si la vivencia del amor cristiano en el matrimonio, ayudado por la gracia de la redención otorgada por Cristo, sólo devolviera al hombre la capacidad de ordenar lo que el pecado desordenó, su función sería netamente negativa y condicionada por el pecado. El amor matrimonial encierra mayores riquezas para los esposos cristianos.
Camino de perfección
El Nuevo Testamento nos ha revelado que todos los católicos son "elegidos de Dios, santos y amados" (Col 3,12). Y así lo experimentan aquellos que con sinceridad buscan vivir su vocación de ser imagen de Dios en el amor.
Santidad con el otro
El cristiano, aunque permanecerá siempre copia, cada día podrá asemejase más al original. La posibilidad de crecer es una condición humana de la que nadie puede escapar. Y esto también se aplica al laico quien ha recibido del evangelio, al igual que el sacerdote y el religioso, el mandato de alcanzar la perfección del Padre sin indicación alguna sobre el hasta dónde debe tender a la santidad o de qué aspectos está dispensado.
Por consiguiente, si el esposo cristiano está llamado a ser santo y perfecto en el estado matrimonial al que Dios le ha llamado y Él mismo le ha regalado, significa que junto con el estado encontrará todo lo que necesita para ser perfecto y santo. La santidad consiste en reproducir con la mayor perfección posible la imagen original del amor de Dios. Pero recordemos que dicha imagen divina en nuestras almas es fruto principalmente de la acción de Dios, a la que se suma la colaboración dócil del hombre.
Signo de la presencia sacramental
La acción del amor divino en el alma se realiza principalmente por medio de los sacramentos, en los que el Hijo de Dios actúa personal y directamente sobre quienes los reciben. Por otra parte, para que Él se haga presente en medio de nosotros basta una comunidad de dos o tres reunidos en su nombre (Mt 18,20).
1. Signo de Entrega:
Por ello, el matrimonio, comunidad de personas en Cristo, es un ámbito humano propicio para que Él, por medio de la vivencia de los esposos, actúe los contenidos de su amor de acuerdo a cada uno de los sacramentos. El sacramento del matrimonio es signo de la vida y entrega total del Hijo de Dios al Padre y a la humanidad. Los esposos cuanto más se entregan por amor el uno al otro, más son signos de la presencia de Jesucristo vivo que vino a salvar a los hombres.
2. Signo de renuncia:
La entrega exige en primer lugar la renuncia a lo propio. Como Cristo tuvo que despojarse de su apariencia divina para devolver al hombre el bien que había perdido. Así, por el bautismo, todos nosotros hemos muerto al pecado (Rm 6,2), es decir, al egoísmo de los propios gustos para buscar el bien de los demás.
Igualmente, la vida matrimonial exige de los esposos un nuevo modo de pensar y actuar, no centrado ya en sí mismo sino en el bien del matrimonio y de los hijos. En la medida que sean capaces de renunciar por amor a lo propio en beneficio de la familia, están siendo signos de la presencia del amor de Cristo que se hizo hombre, no buscando su bien sino el de la humanidad.
3. Signo de sacrificio:
Además de la renuncia, la entrega tiene otra cara, que se llama sacrificio, y al que la revelación nos invita expresamente: "también nosotros debemos dar la vida por los hermanos" (1Jn 3,16).
Cada vez que los esposos se sacrifican por el cónyuge o los hijos son signos de la presencia del amor de Jesucristo, para quien no fue suficiente entregarse de una vez para siempre, sino que quiso perpetuar su sacrificio cada día y en todas las partes del mundo.
Así, en el sacrificio eucarístico, los esposos encuentran fuerzas para no poner límites en el tiempo a su entrega sacrificada y diaria. Pero la finalidad del sacrificio de Cristo es la unidad de todos los cristianos en Él: "todos nosotros seamos un cuerpo, ya que todos participamos de un sólo pan" (1Co 10,17).
Del mismo modo, todo sacrificio que exige la vida matrimonial debe buscar, ante todo, mantener la unidad entre los cónyuges, de ellos con los hijos y de los hermanos entre sí. Entonces, la unidad familiar, fruto del amor conyugal, será signo del amor que debe existir entre todos los cristianos, fruto de la unidad de cada uno con Jesucristo.
4. Signo de perdón:
El culmen del sacrificio del Hijo de Dios se descubre en la cruz, cuando perdona a aquellos que le crucificaron. Perdón, que como su sacrificio, ha querido perdurar durante toda la vida y en todo lugar por medio del sacramento de la penitencia. Como el maestro, así los cristianos debemos perdonarnos unos a otros (Ef 4,32; Col 3,13).
Por su parte, los esposos cristianos no pueden quedar excluidos de esta obligación en el seno de su matrimonio. Han de perdonar, incluso cuando sientan que ha sido su propio esposo quien les ha colocado en la altura de la cruz.
Y han de perdonar como Él, para quien no existe una última oportunidad: ´porque te amo te perdono, y también te perdonaré mañana si vuelves a ofenderme´. Esta actitud del corazón del esposo cristiano es signo del amor por el hombre que Cristo tuvo desde la cruz.
5. Signo de amor por los necesitados:
Mientras caminaba por los senderos y ciudades de Palestina, Jesús manifiesta una especial sensibilidad por los enfermos y tullidos. Hoy mantiene esta expresión de su amor por medio de la unción de los enfermos.
No quiere dejar sólo ni desamparado al cristiano en el momento del dolor y de la muerte. Así la presencia del esposo junto al lecho de la enfermedad del cónyuge, incluso cuando éste, por su debilidad, ya no tiene posibilidad de ofrecerle nada, expresa el amor fiel del Padre y de su Hijo quienes le recibirán y colmarán el amor matrimonial vivido en este mundo.
6.Signo de compromiso:
Todo lo anterior no es sino la realización del sacramento de la confirmación, por la que cada cristiano se convierte en apóstol y transmisor de la doctrina y vida de Cristo. Aún más, vivido el matrimonio de este modo, también los esposos son signos del Sacramento del sacerdocio instituido por el amor de Cristo para administrar las gracias de Dios.
Los esposos entre sí y como padres de familia respecto a sus hijos son instrumentos de la gracia Dios. Los hijos se acercan a los sacramentos preparados por su padres. Y éstos se apoyan mutuamente para mantener y recuperar la vida de gracia y de unión con Dios.
La oración, escuela de amor
La estructura matrimonial facilita, por lo tanto, a los esposos el ser imagen de la acción del amor de Dios a través de los sacramentos. Pero el amor de Dios se derrama también por medio de la oración.
Oración que pueden realizar ayudándose de la predicación de los ministros, siempre y cuando la reciban "no como palabra de hombre, sino cual es en verdad, como Palabra de Dios" (1Ts 2,13). Los esposos, al acudir unidos a la predicación, pueden con más facilidad, mediante el diálogo, hecho también oración, aplicar la Palabra de Dios escuchada tanto a lo ordinario como a lo circunstancial de su vida matrimonial.
Los esposos deben realizar también la oración personal y privada, para que, una vez conocidas y asimiladas las virtudes de Cristo, traduzcan en obras, bajo la guía de un prudente director, los frutos de su contemplación. Es en la oración donde el Espíritu de Cristo ilumina a los esposos para amar al cónyuge y a los hijos como el mismo Jesucristo los ama en las circunstancias concretas de edad y temperamento.
Signo de la vivencia de las virtudes teologales
Al ser signo del amor de Cristo que se derrama a través de los sacramentos y de la oración, el estado matrimonial se convierte en luz del mundo, cumpliendo lo mandado por el Señor: "¡Luzca así vuestra luz delante de los hombres!" (Mt 5,16). El acto mismo del compromiso matrimonial que ambos cónyuges declaran el día de su boda es signo claro de lo que debe ser toda la vida cristiana: una respuesta de amor a la llamada amorosa de Dios.
¡Qué importante es para los esposos que su promesa de fidelidad sea, en primer lugar, promesa a Dios, y, sólo después, promesa al cónyuge! ¿Por qué? Porque sólo Dios es fiel, y nada más él puede asegurar lo que el amado promete. Sólo porque se tiene la fe y la confianza en la gracia de Dios, que acompañará al consorte, se puede esperar y creer en las palabras de fidelidad de éste.
Pero el acto del compromiso matrimonial no es luz para el mundo sólo por lo que entraña de fiarse de la palabra ajena. Su luz más radiante proviene de lo que uno mismo es capaz de prometer. Toda vida matrimonial que inicia entraña un verdadero riesgo, se inicia una hoja en blanco en la que ninguno de los dos esposos saben qué se escribirá en ella. Pero ambos prometen amor y entrega absoluta incluso en la adversidad, entendida ésta tanto como proveniente de fuera de la pareja como causada por el propio cónyuge.
Prometer una fidelidad tal es "para los hombres, imposible; pero no para Dios, porque todo es posible para Dios" (Mc 10,27).
De este modo, la vida matrimonial se convierte también en modelo de la cruz y el sacrificio de Jesús.
Si lo anterior se puede afirmar de todo cristiano, en cualquier estado al que sea llamado, también se afirma del casado (Flp 1,29). Los esposos sufren por Jesucristo cuando, en respuesta a su generosidad, no reciben del cónyuge lo prometido.
Ellos, en razón de la promesa realizada a Dios, permanecen fieles. "Si obrando el bien soportáis el sufrimiento, esto es cosa bella ante Dios. Pues para esto habéis sido llamados, ya que también Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis sus huellas" (1Pe 2,20-21).
Los esposos cristianos han de estar convencidos que el sacrificio no puede desaparecer de su vida matrimonial, como no desapareció de la vida de Cristo, cuyo amor tratan de reproducir en el matrimonio.
Llamados a evangelizar juntos
Pero aún quedaría un aspecto más en el que la vida matrimonial debe ser imagen del amor de Dios. "En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él" (1Jn 4,9). Si el amor de Dios hizo que él viniera al encuentro del hombre para acercarle a sí mismo, los esposos cristianos serán imagen del amor de Dios cuando, saliendo de su entorno familiar, vayan al encuentro de otros hombres para transmitir su fe en Dios.
Los dones de ser imágenes de Dios y de reproducir su amor divino a través de la vida matrimonial no pueden ser recibidos por los esposos cristianos de forma pasiva. Los esposos cristianos tienen la misión de ser apóstoles del matrimonio y de la familia.
Han de transmitir con su testimonio, con su palabra y con sus acciones la grandeza de la gracia del matrimonio que Dios les ha regalado y ellos se esfuerzan por vivir.
Ciertamente el matrimonio cristiano es un don de Dios a la humanidad, pues ofrece todos los elementos que el ser humano requiere, no sólo para superar el desorden creado en él por el pecado, sino que lo encauza a la vivencia del amor absoluto para realizar su misión de ser imagen y semejanza de Dios.
La Cultura del Carnaval
La cultura del carnaval: ¿cristianismo o paganismo?
Siempre las fiestas y expresiones del carnaval estuvieron ligadas a las demostraciones culturales, populares y autóctonas de un pueblo o etnia, a su idiosincrasia, con mezcla de imagen, color, sonido y movimiento, perfumes y sabores.
La alegría lo impregna, junto al buen humor y a la fraternidad reinante.
La virtud que regula las diversiones se llama la “eutrapelia”, palabra derivada del griego, que quiere decir el justo medio en el divertirse, el saber gozar sanamente, la mente y el corazón limpios para el sano esparcimiento y diversión necesitados.
Es saber gozar y divertirse.
Fiesta de creatividad en máscaras, disfraces, vestimenta, baile, música y artistas de diversa índole, en la cual se da lugar a lo artesanal en la confección de los vestidos, indumentarias, bastones, adornos, redoblantes, instrumentos de cuerda, viento o percusión.
Plasmado muchas veces en cuadros y pinturas, fuente de inspiración de artistas y escritores.
Está lejos del desorden y de las palabras y gestos groseros y soeces, o movimientos y apariciones eróticas que rozan lo pornográfico.
Fiesta familiar donde van los abuelos, papás, hijos/as y nietos. Donde la chaya, el papel picado, la nieve, hacen las delicias de grandes y chicos, mientras algo se degusta y se ve el espectáculo.
No faltan lugares en que hay ponencias y videos, exposición de artes plásticas, conferencias y grupos folclóricos y artísticos.
Pero ha ido deviniendo en descontrol y permisividad. Abuso de la no vestimenta, lo lúdico se cambió por desnudez y chabacanería, y lo cultural por expresiones que dejan mal parada la dignidad de las personas, principalmente de nuestras niñas, adolescentes y jóvenes, atentando también contra el respeto hacia los espectadores, que ya deben cuidarse sabiendo de antemano a qué clase de “diversión” o “espectáculo” van.
El pudor y la modestia naturales parecen haber desaparecido en ciertos intervinientes, incluso a veces en algunos espectadores exacerbados, que pueden ser los padres, abuelos, hermanos de aquellas y aquellos que parecieran no tener otro traje que el del Adán primitivo.
No tendría que ser el “reino del desorden”. Pareciera que retoma la etimología de los bacanales romanos, orgías de vino, embriaguez y desenfreno, en que la “carne” (carne-vale) lo vale todo, pero la carne en contraposición a la razón y el espíritu, los tres componentes armónicos de cada ser humano.
La cuaresma como tiempo litúrgico católico, que generalmente viene después de los carnavales, es un tiempo de preparación para la fiesta más grande del cristianismo, la pascua o resurrección corporal de Jesús, de la cual todos participaremos con nuestros propios cuerpos resucitados.
Por ello la cuaresma no trata de remediar los excesos de la carne “carnavalesca”, sino para cuidar más y mejor la totalidad del ser humano, cuerpo (carne), psiquis (razón) y espíritu, y para querer participar con un cuerpo sano, limpio y puro, de la fiesta de la resurrección, sabiendo que estos mismos cuerpos resucitarán, por lo que son nuestros compañeros de camino y debemos presentarlos saludables, alineados, limpios, “elegantes”, ya que tienen tan digno fin.
Desde la misma razón natural esto se nos dicta, y cuando algo trágico sucede comenzamos a hablar de los efectos trágicos de la droga, del alcohol, del desenfreno de los “jóvenes” (y no tan jóvenes).
Muchas veces se da lo ridículo de una sociedad que se dice cristiana y en pleno tiempo de cuaresma continúa con carnavales que poco tienen que ver con el espíritu cristiano.
Recobremos los valores artísticos y culturales de los pueblos, etnias y grupos, y pongámolos de manifiesto en estas fiestas populares para el beneficio, educación y edificación de todos, principalmente quienes son los encargados de la organización, que tienen que ser verdaderos educadores, los que tienen que dar el perfil de lo que se pretende brindar, y tamizar, controlar, regular, observar previamente, las expresiones que se pretenden volcar en la comunidad.
9 consejos del Papa para un matrimonio feliz
Tres parejas le formularon algunas preguntas al Santo Padre. aquí los nueve consejos que el Papa Francisco dio a los novios.
El 14 de febrero de 2014 el Vaticano se convirtió en la capital de los novios: miles de parejas de diferentes países abarrotaron la plaza de san Pedro para un encuentro con el Papa Francisco quien de ese modo quiso saludar y acompañar a todos aquellos que se preparan para el matrimonio. Tres parejas le formularon algunas preguntas al Santo Padre. He tematizado las respuestas y les ofrezco los nueve consejos que el Papa Francisco dio a los novios. Consejos ágiles, realistas y positivos que valen también para quienes ya están casados (la numeración y el titular antes de cada consejo es nuestro):
1. La casa se construye juntos
“el amor es una relación , entonces es una realidad que crece, y podemos incluso decir, a modo de ejemplo, que se construye como una casa. Y la casa se construye juntos, no solos. Construir significa aquí favorecer y ayudar el crecimiento. Queridos novios, vosotros os estáis preparando para crecer juntos, construir esta casa, vivir juntos para siempre.
No queréis fundarla en la arena de los sentimientos que van y vienen, sino en la roca del amor auténtico, el amor que viene de Dios. La familia nace de este proyecto de amor que quiere crecer como se construye una casa, que sea espacio de afecto, de ayuda, de esperanza, de apoyo. Como el amor de Dios es estable y para siempre, así también el amor que construye la familia queremos que sea estable y para siempre. Por favor, no debemos dejarnos vencer por la ‘cultura de lo provisional’. Esta cultura que hoy nos invade a todos, esta cultura de lo provisional. ¡Esto no funciona!”.
2. Cómo perder el miedo al “para siempre”: una cuestión de calidad
“¿cómo se cura este miedo del ‘para siempre’? Se cura día a día, encomendándose al Señor Jesús en una vida que se convierte en un camino espiritual cotidiano, construido por pasos, pasos pequeños, pasos de crecimiento común, construido con el compromiso de llegar a ser mujeres y hombres maduros en la fe. Porque, queridos novios, el «para siempre» no es sólo una cuestión de duración. Un matrimonio no se realiza sólo si dura, sino que es importante su calidad. Estar juntos y saberse amar para siempre es el desafío de los esposos cristianos. Me viene a la mente el milagro de la multiplicación de los panes: también para vosotros el Señor puede multiplicar vuestro amor y donarlo a vosotros fresco y bueno cada día. ¡Tiene una reserva infinita de ese amor! Él os dona el amor que está en la base de vuestra unión y cada día lo renueva, lo refuerza. Y lo hace aún más grande cuando la familia crece con los hijos”.
3. La oración que deben rezar los novios y de los esposos
“En este camino es importante y necesaria la oración, siempre. Él para ella, ella para él y los dos juntos. Pedid a Jesús que multiplique vuestro amor. En la oración del Padrenuestro decimos: ‘Danos hoy nuestro pan de cada día’. Los esposos pueden aprender a rezar también así: ‘Señor, danos hoy nuestro amor de cada día’, porque el amor cotidiano de los esposos es el pan, el verdadero pan del alma, el que les sostiene para seguir adelante. Y la oración: ¿podemos ensayar para saber si sabemos recitarla? ‘Señor, danos hoy nuestro amor de cada día’. Ésta es la oración de los novios y de los esposos. ¡Enséñanos a amarnos, a querernos! Cuanto más os encomendéis a Él, tanto más vuestro amor será «para siempre», capaz de renovarse, y vencerá toda dificultad”.
4. Aprender a pedir permiso
“¿Puedo, permiso?”. Es la petición gentil de poder entrar en la vida de otro con respeto y atención. Es necesario aprender a preguntar: ¿puedo hacer esto? ¿Te gusta si hacemos así, si tomamos esta iniciativa, si educamos así a los hijos? ¿Quieres que salgamos esta noche?... En definitiva, pedir permiso significa saber entrar con cortesía en la vida de los demás. Pero escuchad bien esto: saber entrar con cortesía en la vida de los demás. Y no es fácil, no es fácil. A veces, en cambio, se usan maneras un poco pesadas, como ciertas botas de montaña. El amor auténtico no se impone con dureza y agresividad. En las Florecillas de san Francisco se encuentra esta expresión: ‘Has de saber, hermano carísimo, que la cortesía es una de las propiedades de Dios... la cortesía es hermana de la caridad, que extingue el odio y fomenta el amor’ (Cap. 37). Sí, la cortesía conserva el amor. Y hoy en nuestras familias, en nuestro mundo, a menudo violento y arrogante, hay necesidad de mucha más cortesía. Y esto puede comenzar en casa”.
5. Aprender a decir gracias
“Gracias”. Parece fácil pronunciar esta palabra, pero sabemos que no es así. ¡Pero es importante! La enseñamos a los niños, pero después la olvidamos. La gratitud es un sentimiento importante: ¿recordáis el Evangelio de Lucas? Una anciana, una vez, me decía en Buenos Aires: ‘la gratitud es una flor que crece en tierra noble’. Es necesaria la nobleza del alma para que crezca esta flor. ¿Recordáis el Evangelio de Lucas?
Jesús cura a diez enfermos de lepra y sólo uno regresa a decir gracias a Jesús. Y el Señor dice: y los otros nueve, ¿dónde están? Esto es válido también para nosotros: ¿sabemos agradecer? En vuestra relación, y mañana en la vida matrimonial, es importante tener viva la conciencia de que la otra persona es un don de Dios, y a los dones de Dios se dice ¡gracias!, siempre se da gracias. Y con esta actitud interior decirse gracias mutuamente, por cada cosa. No es una palabra gentil que se usa con los desconocidos, para ser educados. Es necesario saber decirse gracias, para seguir adelante bien y juntos en la vida matrimonial.
6. Aprender a pedir perdón
“En la vida cometemos muchos errores, muchas equivocaciones. Los cometemos todos. Pero tal vez aquí hay alguien que jamás cometió un error. Levante la mano si hay alguien allí, una persona que jamás cometió un error. Todos cometemos errores. ¡Todos! Tal vez no hay un día en el que no cometemos algún error. La Biblia dice que el más justo peca siete veces al día. Y así cometemos errores... He aquí entonces la necesidad de usar esta sencilla palabra: «perdón». En general, cada uno de nosotros es propenso a acusar al otro y a justificarse a sí mismo. Esto comenzó con nuestro padre Adán, cuando Dios le preguntó: ‘Adán ¿tú has comido de aquel fruto? ‘. ‘¿Yo? ¡No! Es ella quien me lo dio». Acusar al otro para no decir ‘disculpa’, ‘perdón’. Es una historia antigua. Es un instinto que está en el origen de muchos desastres. Aprendamos a reconocer nuestros errores y a pedir perdón. ‘Perdona si hoy levanté la voz’; ‘perdona si pasé sin saludar’; ‘perdona si llegué tarde’, ‘si esta semana estuve muy silencioso’, ‘si hablé demasiado sin nunca escuchar’; ‘perdona si me olvidé’; ‘perdona, estaba enfadado y me la tomé contigo’. Podemos decir muchos ‘perdón’ al día. También así crece una familia cristiana. Todos sabemos que no existe la familia perfecta, y tampoco el marido perfecto, o la esposa perfecta. No hablemos de la suegra perfecta... Existimos nosotros, pecadores. Jesús, que nos conoce bien, nos enseña un secreto: no acabar jamás una jornada sin pedirse perdón, sin que la paz vuelva a nuestra casa, a nuestra familia. Es habitual reñir entre esposos, porque siempre hay algo, hemos reñido. Tal vez os habéis enfadado, tal vez voló un plato, pero por favor recordad esto: no terminar jamás una jornada sin hacer las paces. ¡Jamás, jamás, jamás! Esto es un secreto, un secreto para conservar el amor y para hacer las paces. No es necesario hacer un bello discurso. A veces un gesto así y... se crea la paz. Jamás acabar... porque si tú terminas el día sin hacer las paces, lo que tienes dentro, al día siguiente está frío y duro y es más difícil hacer las paces. Recordad bien: ¡no terminar jamás el día sin hacer las paces! Si aprendemos a pedirnos perdón y a perdonarnos mutuamente, el matrimonio durará, irá adelante. Cuando vienen a las audiencias o a misa aquí a Santa Marta los esposos ancianos que celebran el 50° aniversario, les pregunto: «¿Quién soportó a quién?» ¡Es hermoso esto! Todos se miran, me miran, y me dicen: ‘¡Los dos!’ Y esto es hermoso. Esto es un hermoso testimonio”.
7. Ver el matrimonio como una fiesta
“el matrimonio es una fiesta, una fiesta cristiana, no una fiesta mundana. El motivo más profundo de la alegría de ese día nos lo indica el Evangelio de Juan: ¿recordáis el milagro de las bodas de Caná? A un cierto punto faltó el vino y la fiesta parecía arruinada. Imaginad que termina la fiesta bebiendo té. No, no funciona. Sin vino no hay fiesta. Por sugerencia de María, en ese momento Jesús se revela por primera vez y hace un signo: transforma el agua en vino y, haciendo así, salva la fiesta de bodas. Lo que sucedió en Caná hace dos mil años, sucede en realidad en cada fiesta de bodas: lo que hará pleno y profundamente auténtico vuestro matrimonio será la presencia del Señor que se revela y dona su gracia. Es su presencia la que ofrece el «vino bueno», es Él el secreto de la alegría plena, la que calienta verdaderamente el corazón. Es la presencia de Jesús en esa fiesta. Que sea una hermosa fiesta, pero con Jesús. No con el espíritu del mundo, ¡no! Esto se percibe, cuando el Señor está allí”.
8. Las bodas deben ser sobrias
“que vuestro matrimonio sea sobrio y ponga de relieve lo que es verdaderamente importante. Algunos están más preocupados por los signos exteriores, por el banquete, las fotos, los vestidos y las flores... Son cosas importantes en una fiesta, pero sólo si son capaces de indicar el verdadero motivo de vuestra alegría: la bendición del Señor sobre vuestro amor. Haced lo posible para que, como el vino de Caná, los signos exteriores de vuestra fiesta revelen la presencia del Señor y os recuerden a vosotros y a todos los presentes el origen y el motivo de vuestra alegría”.
9. El matrimonio supone un trabajo de los dos
“El matrimonio es también un trabajo de todos los días, podría decir un trabajo artesanal, un trabajo de orfebrería, porque el marido tiene la tarea de hacer más mujer a su esposa y la esposa tiene la tarea de hacer más hombre a su marido. Crecer también en humanidad, como hombre y como mujer. Y esto se hace entre vosotros. Esto se llama crecer juntos. Esto no viene del aire. El Señor lo bendice, pero viene de vuestras manos, de vuestras actitudes, del modo de vivir, del modo de amaros. ¡Hacernos crecer! Siempre hacer lo posible para que el otro crezca. Trabajar por ello. Y así, no lo sé, pienso en ti que un día irás por las calles de tu pueblo y la gente dirá: ‘Mira aquella hermosa mujer, ¡qué fuerte!...’. ‘Con el marido que tiene, se comprende’. Y también a ti: ‘Mira aquél, cómo es’. ‘Con la esposa que tiene, se comprende’. Es esto, llegar a esto: hacernos crecer juntos, el uno al otro. Y los hijos tendrán esta herencia de haber tenido un papá y una mamá que crecieron juntos, haciéndose —el uno al otro— más hombre y más mujer”.
'Condición humana y ecología integral'
Horizontes educativos para una ciudadanía global
'Condición humana y ecología integral', nuevo título de PPCPPC
El déficit de democracia en la institución eclesiástica es ciertamente alarmante. Grave y obsesivo
(Antonio Aradillas).- El título Condición humana y ecología integral. Horizontes educativos para una ciudadanía global engrosa y enriquece el listado de la colección "GS" de la editorial PPC, experta en poner a disposición de sus potenciales lectores exactamente lo que precisan con urgencia y oportunidad en el proceso de re-educación permanente, por supuesto, siempre integral e integrador
"El Papa Francisco y la teología del pueblo", "Sabiduría bíblica-sabiduría política", "Teología pública" y "Laicado y misión", son sus más recientes y preciadas referencias bibliográficas.
El autor del libro -178 pp.- es Agustín Domingo Moratalla, doctor en Filosofía y Letras por la Universidad Autónoma de Madrid, con ampliación de estudios en la Universidad Católica de Lovaina, y directos de la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo de Valencia. A la vez, es miembros del Consejo de Redacción de las revistas Fomento social, Razón y fe, y Cuadernos salmantinos de filosofía, con títulos propios como Ética y voluntariado, Calidad educativa, y Justicia social y ética para educadores.
En la nueva publicación recoge un conjunto de investigaciones cuyo germen se encuentra en un Curso de Verano de la UIMP que se celebró en los últimos años, anticipo del 'humanismo integral' que emerge para configurar una nueva ciudadanía global donde las éticas de las justicias y las éticas del cuidado tienen que ser reconstruidas en un tiempo nuevo que pueda ser denominado como "edad ecológica de la moral".
"Horizontes educativos para una ciudadanía global", acertado subtítulo del libro, abre con generosidad, acierto y contundencia filosófica, las puertas teóricas y de "aplicación" del verdadero humanismo cristiano
Desgraciadamente ajenos todavía a las preocupaciones y ocupaciones democráticas dentro y fuera de la Iglesia y sus alrededores, tanto jerárquicos como adyacentes, merece especial atención la lectura del capítulo cuarto del libro, con el sugerente y atractivo título de "Indignación y democracia" o "construcción relacional
El déficit de democracia en la institución eclesiástica es ciertamente alarmante. Grave y obsesivo.
Necesitado de predicación y evangelio. Democracia e Iglesia se desmatrimonializaron hace un vendaval de años y apenas si persisten en ella procedimientos institucionalizados para su instalación salvadora y moderna.
"La democracia como institución es una utopía", tal y como se lamenta y deplora una y otra vez, y con autoridad, en las páginas de este trabajo. De entre las características de la nueva política, subrayadas por el doctor Domingo Moratalla, en las pp. 88-89 acentúo las siguientes: "Radicalidad democrática, participación más allá de las citas electorales, democracia como forma de vida, colaboración entre organizaciones desde una perspectiva horizontal y en red, partidos políticos como herramienta y no partidos políticos como fin en sí mismos, entendidos como instrumentos para escuchar a la ciudadanía y ponerse a su servicio, gobierno abierto entendido como transparencia, colaboración y participación, reivindicación de una nueva ley electoral y proceso constituyente, 'Polética', entendida como política ética en la que los partidos se comprometan a la transparencia, el cumplimiento de otros programas, la posibilidad de revocatorio, no recurrir a créditos bancarios, elegir a candidatos mediante primarias abiertas, y asumir la paridad u ofrecer programas abiertos y corporativos. Enfoque desde el eje arriba-abajo frente al tradicional izquierda-derecha". Un buen esquema de tratado de política cristiana y cristianizadora, de la que el pueblo-pueblo humillado se siente verdaderamente huérfano.