«¿Y no acabáis de entender?»

Evangelio según San Marcos 8,14-21. 

Los discípulos se habían olvidado de llevar pan y no tenían más que un pan en la barca. 

Jesús les hacía esta recomendación: "Estén atentos, cuídense de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes". 

Ellos discutían entre sí, porque no habían traído pan. 

Jesús se dio cuenta y les dijo: "¿A qué viene esa discusión porque no tienen pan? ¿Todavía no comprenden ni entienden?

Ustedes tienen la mente enceguecida. 

Tienen ojos y no ven, oídos y no oyen. ¿No recuerdan cuántas canastas llenas de sobras recogieron, cuando repartí cinco panes entre cinco mil personas?". Ellos le respondieron: "Doce". 

"Y cuando repartí siete panes entre cuatro mil personas, ¿cuántas canastas llenas de trozos recogieron?". Ellos le respondieron: "Siete". 

Entonces Jesús les dijo: "¿Todavía no comprenden?". 

San Gregorio II

San Gregorio II (715-731), considerado por algunos historiadores como el mejor Papa del siglo VIII, fue digno sucesor de Gregorio Magno, a quien se pareció en la alteza de miras que lo guió en todas sus acciones y en la magnitud de empresas en que tuvo que intervenir.

Procedente de una ilustre familia patricia nació en Roma, donde recibió la educación propia de la nobleza en el palacio de Letrán. De este modo se apropió ya desde un principio aquella erudición eclesiástica que luego lo distinguió y tan excelentes servicios prestó a la Iglesia. Algunos autores suponen que fue monje benedictino, pero los bolandistas lo desmienten. En realidad, no aparece como tal en todo el desarrollo de su actividad eclesiástica. Bien pronto entró en servicio directo de la Iglesia, pues el papa Sergio I (687-701) lo puso al frente de la tesorería pontificia y luego lo ordenó de diácono. En medio de todas estas ocupaciones y honores eclesiásticos, distinguióse Gregorio ya desde entonces por la sencillez y humildad de su conducta, así como también por su absoluta fidelidad al servicio de la Iglesia.

Pero Dios lo tenía destinado para altas empresas y para defender a su Iglesia en problemas y momentos difíciles, por lo cual quiso introducirlo pronto en los asuntos más trascendentales que entonces se debatían. El papa Constantino I (708-715), a quien él debía suceder en el solio pontificio, tuvo que hacer un viaje a Oriente, con el objeto de terminar las discusiones que habían surgido después del célebre concilio Quini-Sexto o Trullano II, del año 692. Tomó, pues, consigo como asesor y técnico al diácono Gregorio, y notan los historiadores del tiempo que, gracias a su profundo conocimiento de las cuestiones eclesiásticas, se fueron resolviendo pacíficamente las dificultades que surgieron en la controversia. Por lo demás, la acogida de que fueron objeto el Papa y su acompañante fue realmente tan grandiosa, que en nada presagiaba las turbulencias que debían seguirse poco después.

No mucho después, el 19 de mayo del año 715, a la muerte de Constantino I, Gregorio fue elegido Papa y como tal tuvo que intervenir desde un principio en importantes asuntos de la Iglesia, en todos los cuales aparece siempre su extraordinaria virtud y el esfuerzo constante, puesto en la defensa de los derechos eclesiásticos y pontificios.

Siguiendo el ejemplo de su gran predecesor y modelo, San Gregorio Magno, en primer lugar, afianzó definitivamente el prestigio y posición del Romano Pontífice en Roma y en toda Italia. Ya desde la invasión de los lombardos en Italia hacia el año 570, dos poderes se disputaban la posesión de estos territorios: los lombardos, que poseían el norte con su capital en Pavía, y los bizantinos, que desde Justiniano I (527-565) dominaban el sur y centro de la Península. En medio de estas dos fuerzas se hallaba el Romano Pontífice, quien, territorial y civilmente, era súbdito del emperador bizantino, mas por un conjunto de circunstancias se fue desligando de él e independizando cada vez más. Precisamente en esto consiste el mérito especial de San Gregorio II, en haber sabido aprovechar las circunstancias para aumentar el prestigio del Romano Pontífice. De hecho, ya de antiguo poseían los Papas, en Roma y en sus cercanías, en Sicilia y aun en Oriente, algunas posesiones, fruto de donativos personales de algunos príncipes. Esto los constituía en señores feudales, como tantos otros de su tiempo y formaba lo que se llamó patrimonio de San Pedro. Uno de los grandes méritos de San Gregorio Magno consiste precisamente en haber organizado y valorizado debidamente este patrimonio, de donde se sacaban los recursos económicos para sus grandes empresas.

Pues bien, Gregorio II se propuso desde un principio dar la mayor consistencia posible a la posición en que se encontraba el Romano Pontífice. Uno de sus primeros cuidados fue reparar y consolidar los muros de la Ciudad Eterna, para poderse defender contra las incursiones posibles de los lombardos. Al mismo tiempo restauró algunas iglesias y monasterios. Es célebre, sobre todo, la restauración que realizó del monasterio de Montecasino, derruido por los lombardos ciento cuarenta años antes. Para ello envió el año 718 algunos monjes de Letrán, a cuya cabeza puso al abad Petronax. De este modo surgió de nuevo el gran monasterio de Montecasino, cuna de la Orden benedictina. Gregorio II reconstruyó asimismo otros monasterios junto a San Pablo y a Santa María la Mayor, y, a la muerte de su madre, transformó su propia casa en convento en honor de Santa Agueda.

Esta actividad constructora y renovadora ayudó poderosamente al Papa para aumentar el prestigio de la Iglesia. Pero al mismo tiempo procuró fomentar la vida eclesiástica y la disciplina interior de la Iglesia, para lo cual celebró el 5 de abril del año 721 un sínodo, al que asistieron numerosos obispos y el clero de Roma, a los que se juntaron otros veintiún prelados. Este prestigio romano fue aumentando a medida que los emperadores bizantinos se iban haciendo más impopulares en Italia. En efecto, empeñado León III Isáurico (717-741) desde el principio de su gobierno en reformar la administración del imperio, inició una serie de impuestos y exacciones sobre todas las provincias y en particular sobre Italia, que sus exarcas exigían con la mayor brutalidad. A esto se añadió poco después la violenta campaña contra las imágenes, que quiso extender asimismo a Italia e imponer por la fuerza al Romano Pontífice. El resultado fue un aumento creciente de la antipatía del pueblo italiano hacia el emperador bizantino y, por el contrario, un crecimiento cada día mayor del prestigio del Romano Pontífice.

Todo esto aumentó extraordinariamente cuando, en diversas ocasiones, ante las incursiones de los lombardos, no obstante las reiteradas instancias del Papa, los exarcas bizantinos no acudían en su ayuda y en defensa del pueblo, y entonces el mismo Papa, con los recursos que le proporcionaba su patrimonio, se defendía a sí y al pueblo frente a las violentas acometidas lombardas. De este modo, Gregorio II mejoró notablemente la posición de los Romanos Pontífices, con lo cual se sintió con fuerzas para otras grandes empresas que iba acometiendo.

Efectivamente, el celo por la gloria de Dios y el ansia de extender su reino por todo el mundo, dieron principio a una serie de obras que constituyen una de las principales glorias del pontificado de Gregorio II. La primera es la de la evangelización del centro de Europa, sobre todo de Alemania, y en particular la protección de San Bonifacio, apóstol del gran imperio de los francos. Como San Gregorio Magno tiene el gran mérito de haber enviado a Inglaterra a San Agustín con sus treinta y nueve compañeros, y con ellos la gloria de haber iniciado la gran empresa de la conversión de los anglosajones, de una manera semejante a San Gregorio II le corresponde el extraordinario mérito de haber enviado a San Bonifacio a Alemania, y dado con ello comienzo a la gran obra de completar su evangelización y organización de sus iglesias.

Ya el año 716, segundo de su pontificado, Gregorio II había enviado tres legados a Baviera, con el objeto de erigir allí una provincia eclesiástica y fomentar el movimiento iniciado de conversiones al cristianismo. Al mismo tiempo, sostenía en la parte noroeste de Alemania la obra apostólica de San Wilibrordo. Pero el año 718 compareció en Roma un monje sajón, llamado Winfrido, a quien Gregorio II impuso el nombre de Bonifacio, por el que es conocido en la historia. A él, pues, le confió la gran empresa de completar la evangelización de Alemania. Cuatro años más tarde, después de iniciar su obra en Frisia y Hesse con la conversión de millares de paganos, se presentó de nuevo Bonifacio en Roma. Gregorio II lo consagra obispo y lo colma de facultades espirituales, de reliquias y cartas de recomendación para fomentar la evangelización germana, y durante los años siguientes continúa apoyando con todo su poder la gran obra realizada por Bonifacio en la gran Germania. En realidad, pues, esta obra se debe en buena parte al celo apostólico del papa San Gregorio II.

Roma misma se iba convirtiendo cada vez más en centro a donde afluían los peregrinos de toda la cristiandad, a lo cual contribuía eficazmente el prestigio que iba adquiriendo San Gregorio II. Los católicos anglosajones, cuya conversión y organización había quedado terminada hacia el año 680 por la obra de Teodoro de Tarso, arzobispo de Cantorbery, experimentaban una prosperidad extraordinaria. Sus grandes monasterios, exuberantes de vocaciones y ansiosos de expansión, enviaban ejércitos de misioneros a Europa, como San Wilibrordo y Winfrido o Bonifacio. No contentos con esto, enviaban a Roma embajadas especiales, con el objeto de testimoniar su adhesión al Romano Pontífice. Gregorio II recibió las del abad Ceolfrido, quien le presentó como obsequio el famoso códice Amiatinus, y del rey Ina con su esposa Ethelburga, quienes fundaron en Roma la Schola Anglorum. Asimismo recibió las visitas y homenajes del duque de Baviera y otros príncipes de la cristiandad.

Otro problema muy diverso dio ocasión a Gregorio II a manifestar claramente su ardiente celo por la gloria de Dios y la defensa de los principios cristianos, sin detenerse ante la más horrible persecución y la misma muerte. Nos referimos a la tristemente célebre cuestión iconoclasta, es decir, la horrible persecución de las imágenes y de sus defensores, desencadenada en Oriente desde el año 726 por el emperador León III Isáurico.

Las causas que motivaron esta violenta persecución de las imágenes son muy diversas. Por una parte, la posición del Antiguo Testamento, poco simpatizante con el culto de las imágenes; la aversión de algunas sectas contra este culto; el influjo especial del Islam, que ya en un edicto de 723 no permitía ninguna clase de imágenes en las iglesias cristianas de los territorios sometidos a los mahometanos. Por otra, algunos excesos y abusos ocurridos en la veneración de las imágenes, particularmente fomentadas en la Iglesia griega y promovidas por el monacato oriental; todas estas causas habían ocasionado, hacía ya tiempo, en el seno de la Iglesia griega la formación de un poderoso partido enemigo del culto de las imágenes, cuyo principal sostén era el obispo de Nacoleo de Frigia, Constantino. Este partido consiguió finalmente mover al emperador León III a publicar en 726 el primer decreto iconoclasta. Indudablemente, León III, que trataba de afianzarse definitivamente en el trono, perseguía fines políticos. Por una parte, esperaba con esta conducta, en el exterior, atraerse la simpatía de sus vecinos, los musulmanes, y en el interior, implantar una política de absoluto dominio en lo civil y en lo religioso que deshiciera el predominio del monacato y de la jerarquía eclesiástica,

Pero no, se contentó León III con envolver a todo el Oriente en aquella violenta persecución. Mientras ésta se desarrollaba, cada vez con más rigor, en todo el Oriente y aparecían los héroes de la ortodoxia, San Germano de Constantinopla y San Juan Damasceno, el emperador se dirigía al Occidente y exigía en los territorios italianos sometidos a su dominio la admisión y aplicación del edicto iconoclasta. A esta intimación de León III respondió el papa Gregorio II con la entereza de un mártir, sin amedrentarse por el peligro a que con ello se exponía. Ante todo, según refieren algunas crónicas, celebró en Roma un sínodo, en el que se rebatieron todas las razones que oponían los orientales al culto de las imágenes y se probó con toda suficiencia su licitud. Luego, el Papa se dirigió personalmente, por medio de una carta, al emperador bizantino, en la que protestaba contra estas intromisiones en el terreno dogmático. Por otro lado, dirigió el Papa un llamamiento a la cristiandad occidental, para que estuviera alerta frente a los enemigos de Dios, que trataban de levantar cabeza.

Los acontecimientos que siguieron prueban una vez más, por un lado, la santidad, celo y entereza de Gregorio II en defensa de los intereses divinos, y por otra, la ceguera de León III, con lo que fue aumentando cada vez más su impopularidad en Italia, que fue la ocasión de la pérdida de estos territorios para el imperio bizantino. En efecto, ciego de furor por la oposición que encontraba en Italia, amenazó a sus habitantes con las más horribles represalias. Entonces, pues, levantáronse en manifiesta rebelión contra los bizantinos, y aprovechándose del desorden reinante, el rey lombardo Luitprando, en un golpe de mano, se apoderó de Ravena. La situación para el Papa era verdaderamente comprometida. Si se ponía de parte de los revoltosos o de Luitprando, comprometía su porvenir, pues los bizantinos, como los más fuertes, podían luego volver con mas fuerzas y aplastarlos a todos. Por esto, no obstante los atropellos de que había sido víctima de parte de los bizantinos, pidió auxilio a Venecia en favor de Ravena, y gracias a su intercesión, los bizantinos volvieron a recuperarla.

Pero la conducta de los bizantinos acabó de exasperar al pueblo, que amaba sinceramente a los Papas. En lugar de agradecer a Gregorio Il su generosidad para con ellos, el nuevo exarca de Ravena se dirigió a Roma el año 728 con el objeto de apoderarse por la fuerza de la ciudad si no se publicaba en Roma y en toda la Italia bizantina el decreto iconoclasta. El Papa, con heroísmo de mártir, contestó excomulgando al exarca Paulo. Este intentó entonces aplicar por la fuerza el edicto, pero murió en la refriega contra los insurrectos. El nuevo exarca Eutimio fue excomulgado igualmente, pero este no obstante, con el intento de apoderarse de la persona del Papa, intentó unirse con su enemigo Luitprando; pero el Papa se le adelantó, pues, con el único intento de salvar al pueblo romano, acudió personalmente al rey lombardo y se puso a sí y al pueblo en sus manos. Conmovido éste entonces por la actitud humilde y caritativa del Romano Pontífice, se arrojó a sus pies, y entrando luego en Roma junto con el Papa, depositó ante San Pedro su espada y sus insignias reales, y para que todo terminara felizmente, pidió perdón para sí y para el exarca Eutimio, que Gregorio II concedió generosamente.

Todo parecía terminar favorablemente, pero entonces se inició una revuelta más peligrosa en Toscana, que puso en verdadero peligro al exarca bizantino. Dando de nuevo las más elocuentes pruebas de magnanimidad, Gregorio II se constituyó en defensor de los bizantinos, induciendo, a los romanos a prestarle auxilio, con el que se logró dominar a los rebeldes. Pero ni aun con tan repetidos actos de magnanimidad consiguió Gregorio Il desarmar a León Isáurico, quien continuó en su ciega campaña contra las imágenes y contra el Papa, todo lo cual, en último término, fue preparando la ruina de los bizantinos en Italia.

El Liber Pontificalis le atribuye obras importantes de restauración de la basílica de San Pablo extramuros, de Santa Cruz de Jerusalén y de San Pedro de Letrán. Asimismo, testifica que dejó "una suma de doscientos sesenta sueldos de oro para distribuir entre el clero y los monasterios, las diaconías y los mansionarios; otro legado de mil sueldos, para la iluminación del sepulcro de San Pedro"; todo esto, además de las innumerables limosnas y obras de caridad, que constantemente practicaba. Finalmente, consumido por sus trabajos, murió el 11 de febrero del año 731. Durante su vida, y sobre todo durante todo su pontificado, dio las más claras pruebas de virtud cristiana, elevación de espíritu, inflamado amor de Dios y de la Iglesia, fortaleza y constancia frente a las mayores dificultades, magnanimidad y mansedumbre frente a sus enemigos.

San Anselmo (1033-1109), benedictino, arzobispo de Canterbury, doctor de la Iglesia 

«¿Y no acabáis de entender?»

Yo no puedo ver, Señor, tu luz: es demasiado brillante para mi vista. Y sin embargo, todo lo que veo, es gracias a tu luz que puedo distinguirlo, de la misma manera que nuestro frágil ojo ve, gracias al sol, todo lo que percibe y, sin embrago, no puede mirar al mismo sol directamente.

Mi inteligencia se queda impotente ante tu luz; es demasiado brillante. El ojo de mi alma es incapaz de recibirla, y no puede soportar estar largo tiempo mirándola fijamente. Mi mirada se queda herida por su resplandor, la sobrepasa su extensión; se pierde en su inmensidad y queda confusa ante su profundidad.

¡Oh luz soberana e inaccesible! ¡Verdad total y bienaventurada! ¡Cuán lejos estás de mí y, sin embargo, me eres muy cercana! Escapas casi enteramente a mi vista, siendo así que yo estoy enteramente bajo tu mirada. Por todas partes reluce la plenitud de tu presencia, y yo no te veo. Es en ti que actúo y que tengo mi existencia y, sin embargo, no puedo lograr llegar hasta ti. Tú estás en mí, alrededor de mí y, sin embargo, no puedo verte con mi mirada.

El pan que harta y que no es tarta.

Santo Evangelio según San Marcos 8,14-21. Martes VII de Tiempo Ordinario.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, estoy en tu presencia, ilumina los ojos de mi corazón para que pueda verte. Persuade los oídos de mi corazón para que pueda escucharte. Inflama el corazón de mi corazón para que pueda amarte.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Marcos 8,14-21

En aquel tiempo, cuando los discípulos iban con Jesús en la barca, se dieron cuenta de que se les había olvidado llevar pan; sólo tenían uno. Jesús les hizo esta advertencia: "Fíjense bien y cuídense de la levadura de los fariseos y de la de Herodes". Entonces ellos comentaban entre sí: "Es que no tenemos panes".

Dándose cuenta de ello, Jesús les dijo: "¿qué están comentando que no trajeron panes? ¿Todavía no entienden ni acaban de comprender? ¿Tan embotada está su mente? ¿Para qué tienen ustedes ojos, si no ven, y oídos, si no oyen? ¿No recuerdan cuántos canastos de sobras recogieron, cuando repartí cinco panes entre cinco mil hombres?". Ellos le contestaron: "Doce". Y añadió: " cuántos canastos de sobras recogieron cuando repartí siete panes entre cuatro mil?" Le respondieron: "Siete". Entonces él dijo: "¿Y todavía no acaban de comprender?"

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Imagina que una mañana no desayunas porque no escuchaste el despertador y se te hace tarde para llegar al trabajo o a la escuela. Con las prisas se te olvido tomar tu cartera y no tienes dinero para comprar algo en la hora del almuerzo. Llegas a tu casa, después de una mañana más larga que las demás y eres recibido por el olor de tu platillo favorito. ¡Qué hambre!

Te has preguntado por qué se siente la misma experiencia todos los días, a las mismas horas, en las mismas circunstancias. ¿Por qué por más que comes siempre vuelves a tener hambre? El hambre es un reclamo que nuestro cuerpo nos hace para vivir, de otro modo nos olvidaríamos de comer porque no sentiríamos la necesidad.

Nuestro corazón también tiene hambre,hambre de Dios. Así como nos preocupamos de saciar el cuerpo, debemos preocuparnos por saciar el alma. Tenemos ojos y no vemos, tenemos oídos y no oímos, tenemos boca y no comemos.

Dios es el único que puede dar pan que sacia nuestra alma. Recordemos las veces que nos ha llenado de amor, de paz, de alegría, de perdón… Si tenemos hambre vayamos con Él que nos dará un pan que harta y que no es tarta.

Pidámosle a María que nos lleve de la mano a Jesús para nunca más tener hambre.

Jesús nos recuerda que el verdadero significado de nuestra existencia terrena está al final en la eternidad, está en el encuentro con Él, que es don y donador. Y nos recuerda también que la historia humana con sus sufrimientos y sus alegría tiene que ser vista en un horizonte de eternidad, o sea en aquel horizonte del encuentro definitivo con Él. Y este encuentro nos ilumina durante todos los días de nuestra vida. Si pensamos a este encuentro, a este gran don, los pequeños dones de la vida, también los sufrimientos, las preocupaciones serán iluminadas por la esperanza de este encuentro.

(Homilía de S.S. Francisco, 2 de agosto de 2015).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

En una visita a Jesús le pediré que sea Él el único que alimente mi alma.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

¿Qué significa Escuchar?

La Dirección Espiritual como escucha empática y activa:

Escuchar, ¡qué gran necesidad en nuestro mundo actual! Los hombres sienten la necesidad de ser escuchados con atención, con comprensión, sin prisas, con simpatía, cálidamente; buscan alguien que les manifieste interés humano por su persona.

Escuchar es una actitud que entra en el ámbito de la caridad cristiana, como una de sus manifestaciones más finas.

En la dirección espiritual es una de las funciones más fecundas. Del modo cómo nosotros sepamos acoger y escuchar a nuestra dirigida en el primer encuentro puede depender el tipo de apertura espiritual que adopte, más honda y confiada o más periférica y cautelosa.

¿Qué significa escuchar? Aspectos psicológicos y espirituales.

•Escuchar significa favorecer la apertura.
•Escuchar significa dejar hablar.
•Escuchar significa prestar sincera atención a la persona y a cuanto ella pueda expresar.
•Escuchar significa comprometerse activamente en la comprensión de lo que la persona desea comunicar.
•Escuchar significa participar interesadamente en lo que la persona busca compartir de sí misma.
•Escuchar significa escuchar juntos a Dios en el interior, y captar los caminos que muestra.
•Escuchar significa reconocer que cada uno tiene una personalidad única e irrepetible y maravillarse ante el llamado personal de Dios.
•Escuchar significa dejar a un lado el propio mundo vivencial para adentrarse en el del otro.
•Escuchar significa ponerse a disposición del otro, abandonando los propios problemas, preocupaciones, intereses, juicios.
•Escuchar es ser yo mismo en función del otro.
•Escuchar es tener fe en el otro.
•Escuchar es una atención solícita de todo nuestro ser al ser del otro en toda su hermosura y su pecado, su lucha y su misterio, sus gozos y sus sufrimientos.
•Escuchar es por tanto, amar al otro.

Los varios significados mostrados, nos permiten ver que sólo la persona humana tiene capacidad de escuchar. La escucha, en el aspecto psicológico, pertenece al campo de lo personal; no escuchamos «algo» sino a «alguien». Podemos oír ruidos, voces, sonidos..., pero escuchamos a personas. La escucha denota comunión entre personas, y puede ser tan personal que ni siquiera necesite de palabras. Es como una especie de empatía.

Para ser una buena orientadora espiritual, se requiere desarrollar la capacidad de escucha en sus diversas dimensiones: Escucha de sí mismo, de los demás y de Dios.

- La capacidad de escucha de nosotros mismos se relaciona mucho con la madurez humana tan necesaria en el orientador. Una orientadora espiritual inmadura vivirá centrada en sí misma, preocupada por sus aciertos o fallos, y dejará poco espacio a la escucha de la otra y del Espíritu Santo. Escucharse a sí misma significa conocerse; experimentar el misterio de lo que realmente se es; estar al tanto de lo que favorece y ayuda la propia salud física, mental, emocional y espiritual. Significa también facilitar el desarrollo de nuestro potencial creativo, nuestros talentos y dones. Supone un cierto dominio de nuestros estados anímicos, de nuestros pensamientos, deseos, sentimientos, aspiraciones y motivaciones. Nos confronta con nuestra debilidad y pecado. Cuando nos volvemos capaces de escucharnos a nosotros mismos, se hace posible la apertura al otro, su comprensión, su aceptación. Ello nos permitirá allanar el camino quitando de nosotros lo que pueda obstaculizar su apertura, y favoreciendo lo que la ayude. Por ejemplo, si yo, orientadora, poseo un temperamento nervioso y he llegado a conocerme, sabré que en los días de Ejercicios Espirituales, no me ayudará encerrarme a atender en dirección espiritual por horas sin término, pues seguramente me impacientaré mucho más con las últimas que tenga en mi lista. Por lo tanto, procuraré hacer un intervalo suficiente para poder descansar llevando a cabo otra actividad, o veré la conveniencia de atender a algunas de mis dirigidas caminando por los jardines.

- La compenetración entre dos personas se lleva a cabo de manera más real y eficaz cuando los dos escuchan. Su hablar es fruto del escucharse mutuamente, y a su vez, invita a una escucha más honda.

- Sin embargo, la escucha en la dirección espiritual trasciende lo psicológico; adquiere una dimensión espiritual y religiosa, refiriéndonos a la actitud del corazón que refleja el estar a la espera de Alguien. Debe ser la postura fundamental de la orientadora y de la dirigida ante Dios. No basta que las dos se escuchen mutuamente, juntas deben escuchar al Espíritu Santo y captar los caminos que muestra para la dirigida. Así descubrirán poco a poco la influencia divina en el interior del alma según se manifieste en sus pensamientos, sentimientos, deseos, aspiraciones, comportamientos y reacciones. Para la dirigida, la dirección espiritual brota de la escucha a Dios en su propio corazón, y también de la escucha a Dios en y a través de la orientadora. La orientadora ofrecerá a su vez orientaciones, pero sólo como consecuencia de haber escuchado a Dios en y a través de la dirigida. (Cf. F.K.Nemeck y M.T. Coombs El camino de la dirección espiritual, Madrid, 1987, p. 65-85)

De aquí se desprenden algunos principios fundamentales:

•La orientadora debe convencerse de que Dios es el único Orientador de todas y cada una de las personas. Sólo Dios puede santificar, porque sólo en Él se encuentra la fuente de toda santidad. Sólo alcanzaremos la santidad en la medida en que nos unamos y participemos de Dios, y que nadie puede alcanzar el mínimo grado de santidad sin Dios.

•Debemos forjar una alianza con el Espíritu Santificador que late en todo el mundo, en toda la Iglesia, en todos los corazones que quieren darle cabida. ¿Trabajamos realmente acompañados de esta fuerza misteriosa, santificadora y vivificadora, que es la alianza y unión con el Espíritu Santo, que habita en el corazón por la gracia?. No hay Socio mejor ni Amigo mejor.

•El camino que la persona trata de descubrir, existe ya en su propio interior. “Antes de haberte formado Yo en el seno materno ya te conocía, y antes de que nacieses te tenía consagrado: te constituí profeta”. (Jr. 1, 5).

•Nuestro propósito de la dirección se encaminará a proporcionar ayuda a los dirigidos para aprender a escuchar a Dios. Aconsejarlos, instruirlos, animarlos, corregirlos, apoyarlos para que se tornen capaces de responder a sus inspiraciones.

¡Cuáles cree que son las principales dificultades para saber escuchar? Comparta con nosotras su opinión y participe en los foros de discusión: Foro exclusivo para Religiosas en Catholic.net
 

El ayuno y la abstinencia
Son días de abstinencia y ayuno el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo

El ayuno consiste en hacer una sola comida fuerte al día. La abstinencia consiste en no comer carne. Son días de abstinencia y ayuno el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo.

La abstinencia obliga a partir de los catorce años y el ayuno de los dieciocho hasta los cincuenta y nueve años de edad.

Con estos sacrificios, se trata de que todo nuestro ser (espíritu, alma y cuerpo) participe en un acto donde reconozca la necesidad de hacer obras con las que reparemos el daño ocasionado con nuestros pecados y para el bien de la Iglesia El ayuno y la abstinencia se pueden cambiar por otro sacrificio, dependiendo de lo que dicten las Conferencias Episcopales de cada país, pues ellas son las que tienen autoridad para determinar las diversas formas de penitencia cristiana.

¿Por qué el Ayuno?

Es necesario dar una respuesta profunda a esta pregunta, para que quede clara la relación entre el ayuno y la conversión, esto es, la transformación espiritual que acerca del hombre a Dios.

El abstenerse de la comida y la bebida tienen como fin introducir en la existencia del hombre no sólo el equilibrio necesario, sino también el desprendimiento de lo que se podría definir como "actitud consumística".

Tal actitud ha venido a ser en nuestro tiempo una de las características de Ia civilización occidental. El hombre, orientado hacia los bienes materiales, muy frecuentemente abusa de ellos. La civilización se mide entonces según Ia cantidad y Ia calidad de las cosas que están en condiciones de proveer al hombre y no se mide con el metro adecuado al hombre.

Esta civilización de consumo suministra los bienes materiales no sólo para que sirvan al hombre en orden a desarrollar las actividades creativas y útiles, sino cada vez más para satisfacer los sentidos, Ia excitación que se deriva de ellos, el placer, una multiplicación de sensaciones cada vez mayor.

El hombre de hoy debe abstenerse de muchos medios de consumo, de estímulos, de satisfacción de los sentidos: ayunar significa abstenerse de algo. El hombre es él mismo sólo cuando logra decirse a sí mismo: No.

No es la renuncia por la renuncia: sino para el mejor y más equilibrado desarrollo de sí mismo, para vivir mejor los valores superiores, para el dominio de sí mismo

La comunicación y el amor de pareja

Si no sabes comunicarte, tu matrimonio puede convertirse en un desierto

Si no sabes comunicarte, tu matrimonio puede convertirse en un desierto. ¿Cómo aprender a expresar tus sentimientos, emociones y necesidades? Sheila Morataya te explica cómo.

La mujer de nuestra época quiere ser amada, acariciada, mimada, complacida y desde muy joven comienza a imaginar que todo esto tendrá lugar en algún punto de su existencia en pareja. Vive mucho más enfocada pensando en todo aquello que tiene derecho a recibir y muy poco orientada hacia todo lo que puede ser capaz de dar.

Muchas visualizamos y esperamos ansiosamente el momento en que “por fin voy a recibir”. Cuando finalmente te casas, vas con la maleta llena de ilusiones, pasiones, planes, proyectos. En lo que no piensas es que algún día tu marido disminuirá los “te quiero”, pausará las caricias y olvidará uno que otro aniversario.

Esos detalles que antes eran tan frecuentes seguramente disminuirán y tal vez desaparezcan algún día. ¿Qué vas hacer cuando esto suceda?

Muchas optamos por comenzar a reclamar aquello que ya no tienes, otras lloramos en silencio, hay quienes peleamos hasta cinco veces al día. Lo último que haces es comunicarte, dialogar, expresar lo que no te gusta o lo que sabes que está mal. Esa capacidad de abrirse y expresar sin rencores e incendios emocionales constituye una nota distintiva de la madurez personal. Comunicarse para que la relación crezca fuerte y sana es indispensable.

No es nada extraño

Es un hecho sociológicamente comprobado que la queja más frecuente de las esposas es precisamente la falta de comunicación con los maridos, la incomunicación con ellos. Muchas veces te sientes atrapada: si ya hay niños hay que levantarse muy temprano, atenderlos, preparar todo lo que llevan al colegio. Si trabajas tienes que poner atención a tu vestido y peinado… se pasan las horas, llega la noche y luego de esa larga jornada ya estás demasiado cansada como para querer dialogar sobre aquello que sabes que está mal. Y te encuentras diciendo, “tal vez mañana”. O lo que es peor, ¿para qué decir nada si de todas formas no llegamos a ninguna parte?

La comunicación es igual a compartir y coexistir

“Sólo cuando mediante un acto nuevo de su voluntad, con plena reflexión y libertad deciden que exista aquella unión tan profunda y total a la que les invita su amor, esa unión queda establecida.” -Pedro-Juan Viladrich.

“Porque te amo haré todo lo que está de mi parte para comunicarme contigo. Incluso lo haré como acto de mi voluntad que quiere unirse a la tuya aunque muchas veces tenga que ceder por el bien de nuestro amor.” Qué difícil, ¿verdad? Es un reto especialmente para ti como mujer pues nos vemos sumergidas en medio de mensajes que no siempre son de ayuda para nuestra relación de pareja. Estos son algunos de los pensamientos que se proponen a las mujeres modernas y cuya base no está enraizada en la vivencia de los valores cristianos. A veces la mujer moderna se centra en sí misma.

Los siguientes pensamientos son muy comunes hoy en día:

– tienes derecho a vivir tu vida: – tienes derecho a que te traten como a una reina; – no dejes que haga contigo lo que quiera – en el matrimonio los dos son iguales – si te da mucha lata déjalo, es mejor estar sola que mal acompañada. – la época en que la mujer era esclava ya pasó.

Es claro que cada uno de los ejemplos anteriores no ayuda a despertar las diferentes formas del amor de ninguna manera. Una forma de pensar así no invita a entablar diálogo para hacer más fecunda y sólida la relación. Entonces, ¿cómo deberá estar orientada tu inteligencia para poder, a pesar de esto, decidirte libremente darte porque se quiere construir un amor limpio y generoso enraizado en la voluntad de hacer biografía juntos?

¿Conoces esta fábula?

En un vasto paisaje helado, azotado por la ventisca, se desliza un trineo. (Trata de poner toda tu atención en la escena). Su único ocupante viaja hacia el Polo Norte. De su rostro, cubierto de agujas de hielo, destacan los ojos febriles clavados con ansia en el horizonte.

Corre el trineo con la prisa de quien llega tarde. No se distrae el viajero en su valioso equipaje, que es todo lo que posee. No permite que el tiro de perros se desvíe un ápice del septentrión, no concede respiro a su esfuerzo, ni disminuye su velocidad. Todo en él es una tensa voluntad de alcanzar pronto la meta. En llegar al Polo Norte ha puesto lo mejor de sus energías, la más entrañable de sus esperanzas, el sentido final de su destino. Solamente de trecho en trecho, nuestro viajero se detiene un instante para comprobar si la dirección es correcta y cuánta es la distancia que todavía le separa del Norte. Y aquí la sorpresa. Los instrumentos le demuestran, sin lugar a dudas, que la dirección resulta exacta, pero la distancia del Norte es cada vez mayor. En vano verifica una y otra vez sus instrumentos: no están estropeados, no hay error en la medición, la dirección es buena, más la distancia no cesa de aumentar. Y nuestro viajero, entre el desaliento y la esperanza, fuerza siempre la velocidad, castiga sin piedad a sus perros y los lanza vertiginosamente entre la ventisca con la desesperación de quien huye. Todo es inútil, no obstante, en cada sucesiva medición, pese a la fidelidad de la dirección, el Polo Norte se aleja más y más…

¿Qué le ocurre al protagonista de tan dramático viaje? Quiero hacer notar que aquel vasto paisaje helado por cuyo interior viaja este diminuto trineo, no es más que un inmenso témpano de hielo, un colosal iceberg, que se desplaza hacia el sur a mucha mayor velocidad de la que nuestro pobre viajero corre hacia el norte. La meta del viaje y los ideales de su equipaje eran nobles. Su esfuerzo, admirable. Pero la base sobre la que se sustentaba toda la aventura era tan radicalmente errada que le conducía con fatalidad al polo opuesto.

También querida lectora dentro de la comunicación en el matrimonio puede sucederte algo parecido si no tienes total claridad en lo que estás dispuesta a dar y dejar de recibir para que tu matrimonio funcione. No es que seamos iguales o merezcamos lo mismo. Se trata de saberse comunicar. Simplemente hay que hacer a un lado un poquito los sentimientos, de vez en cuando, y “saber ser” inteligentes para comunicarnos, y asegurarnos de que lo que quieres decir es lo que tu marido entiende. Sin una buena comunicación, el matrimonio se convertirá en un terrible desierto. Si aprendes a comunicarte, tu matrimonio será un hermoso jardín.

¿Qué es la paciencia?

El Papa anima a buscar la paciencia y niega que sea resignación o derrota

A partir de la frase del Apóstol Santiago en la Primera Lectura del día, “vuestra fe, puesta a prueba, produce paciencia”, el Papa Francisco reflexionó, en la homilía de la Misa celebrada este lunes 12 de febrero en la Casa Santa Marta, sobre la paciencia, y señaló que no es resignación o derrota.

El Santo Padre hizo una clara distinción entre la paciencia cristiana y la resignación, así como la actitud de derrota. Según explicó, la paciencia cristiana es la virtud del que está en camino, no de quien está parado y cerrado.

“Cuando se está en camino se entienden muchas cosas que no siempre son buenas. A mí me dice mucho sobre la paciencia como virtud en camino la actitud de los padres cuando tienen un hijo enfermo o con discapacidad, que nace así, ‘pero gracias a Dios está vivo’”.

Destacó que los padres que se encuentran en esa situación “son pacientes y le dan toda la vida a aquel hijo con amor y hasta el final. Y no es fácil llevar adelante durante años y años a un hijo con discapacidad, a un hijo enfermo… Pero la alegría de tener ese hijo les da la fuerza necesaria para seguir adelante. Eso es paciencia, no resignación. Es decir, es la virtud que llega cuando uno está en camino”.

En otra parte de su reflexión, el Papa se detuvo en la etimología de la palabra “paciencia”. En este sentido, subrayó que la paciencia significa “llevar sobre uno mismo”, “y no confiar en que sea otro el que cargue con el problema, el que cargue con la dificultad: ‘La llevo yo, esta es mi dificultad, es mi problema. ¿Me hace sufrir? ¡Por supuesto! Pero la llevo yo’. Llevar sobre uno mismo”.

Por otro lado, “la paciencia también es la sabiduría de saber dialogar con el límite. Hay tantos límites en la vida, pero la impaciencia no los quiere, los ignora porque no sabe dialogar con los límites. Tiene alguna fantasía de omnipotencia o de pereza, no lo sabemos… Pero no sabe”.

La paciencia a la que se refiere el Apóstol Santiago “no es un consejo para los cristianos”, precisó Francisco. Es la paciencia de Dios, del Padre “que nos acompaña y espera nuestros tiempos”.

“Aquí pienso en nuestros hermanos perseguidos en Oriente Medio, expulsados por ser cristianos… Tienen paciencia como el Señor tiene paciencia”.

Por último, el Papa propuso esta oración: “Señor, da a tu pueblo paciencia para superar las pruebas”.

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