Sed misericordiosos como lo es vuestro Padre
- 26 Febrero 2018
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- 26 Febrero 2018
Evangelio según San Lucas 6,36-38.
Jesús dijo a sus discípulos:
«Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso.
No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados.
Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes».
San Alejandro de Alejandría, obispo
Conmemoración de san Alejandro, obispo, anciano célebre por el celo de su fe, que fue elegido para la sede alejandrina como sucesor de san Pedro. Rechazó la nefasta herejía de su presbítero Arrio, que se había apartado de la comunión de la Iglesia, y junto con trescientos dieciocho Padres participó en el primer Concilio de Nicea, que condenó tal error.
San Alejandro, quien sucedió al beato Aquileo en la sede de Alejandría, es famoso sobre todo por haberse opuesto a la herejía de Arrio, un sacerdote alejandrino que empezó a propagar abiertamente sus doctrinas, durante el gobierno de san Alejandro. El obispo era un hombre de vida y doctrina apostólicas, muy caritativo con los pobres, lleno de fe, celo y fervor. Admitía de preferencia a las órdenes sagradas a quienes se habían santificado en la soledad y tuvo gran acierto en la elección de los obispos en todo Egipto. Parecería que el demonio, furioso del desprestigio en que iba cayendo la idolatría, se hubiese esforzado en reparar sus pérdidas, fomentando la herejía del impío Arrio. El heresiarca enseñaba no sólo que Cristo no era Dios, sino que era una simple criatura; que el Verbo había comenzado a existir y que era capaz de pecar.
Algunos cristianos se escandalizaron de la paciencia de san Alejandro, cuya bondad natural le llevó a emplear con Arrio, al principio, los métodos más suaves, discutiendo con él sus doctrinas y rogándole que volviese a la ortodoxia. Como su intento fracasó y la doctrina de Arrio empezó a ganar partidarios, el obispo convocó al heresiarca ante una asamblea del clero, la cual le excomulgó al ver su obstinación. Arrio fue juzgado, además, por otro concilio de Alejandría, que confirmó la sentencia del anterior. San Alejandro escribió una carta al obispo Alejandro de Constantinopla y una encíclica a los demás obispos, en las que exponía la herejía y anunciaba la condenación del heresiarca. Esas dos cartas son las únicas que se conservan, a pesar de que san Alejandro mantuvo una extensa correspondencia sobre el tema.
En 325, los legados papales asistieron al Concilio ecuménico de Nicea, convocado para discutir la cuestión. Arrio se hallaba también presente. Marcelo de Ancira y el diácono san Atanasio, que habían acompañado a san Alejandro, expusieron la falsedad de las nuevas doctrinas y refutaron a fondo a los arrianos. El Concilio condenó enfática e inapelablemente el arrianismo, y el emperador Constantino desterró a Arrio y a algunos de sus partidarios a Iliria. Después de este triunfo de la fe, san Alejandro retornó a Alejandría, donde murió dos años más tarde, dejando como sucesor a san Atanasio.
Acta Sanctorum, febrero, vol. III; igualmente DCB., vol. I, pp. 79-82, y Hefele-Leclercq, Conciles, vol. I, pp. 357 ss. y 636, nota.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Santa Teresa de Calcuta (1910-1997), fundadora de las Hermanas Misioneras de la Caridad
No hay amor más grande
“Sed misericordiosos como lo es vuestro Padre”
Tengo el sentimiento profundo de que, sin cesar y en todas partes, se revive la Pasión de Cristo. ¿Estamos dispuestos a participar de esta Pasión? ¿Estamos dispuestos a compartir los sufrimientos de los demás, no tan sólo allí donde predomina la pobreza sino en toda la tierra? Me parece que la gran miseria y el sufrimiento son más difíciles de resolver en Occidente. Recogiendo a algún hambriento en la calle, ofreciéndole una taza de arroz o una rebanada de pan, puedo apaciguar su hambre. Pero aquel que ha sido golpeado, que no se siente deseado, amado, que vive en el temor, que se sabe rechazado por la sociedad, este sufre una forma de pobreza mucho más profunda y dolorosa. Es mucho más difícil de encontrar un remedio para él.
La gente tiene hambre de Dios. La gente está necesitada de amor. ¿Tenemos nosotros conciencia de ello? ¿Lo sabemos? ¿Lo vemos? ¿Tenemos ojos para verlo? A menudo nuestra mirada se pasea sin detenerse sobre nadie. Como si no hiciéramos otra cosa que atravesar este mundo. Debemos abrir nuestros ojos, y ver.
Sembrador de amor
Santo Evangelio según San Lucas 6,36-38. Lunes II de Cuaresma.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Vengo, Señor, a encontrarme contigo en la oración. Sé que estás aquí presente que me ves y que me escuchas. Gracias a esta meditación entraré a dialogar contigo, escucharé lo que me quieres decir y te conoceré más plenamente. Concédeme la dicha de amarte cada día más.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Cuando era niño jugaba un juego que decía: "Botellita de jerez, botellita de jerez, todo lo que me digas será al revés." Es curioso, pero nunca se ha visto que alguien que siembre manzanas reciba mangos, o que alguien que plante un peral reciba al fin de la cosecha cocos. En el común de los casos cada uno recibe lo que ha sembrado.
Lo que Jesús nos enseña va más allá que una técnica de cultivo o una ley matemática. Donde siembres amor, cosecharás amor. Todos sus mandatos se rigen bajo el criterio del amor y de la misericordia. Dios es amor y misericordia.
Este Evangelio debe darnos una gran paz en el alma. Dios, al final de nuestra vida nos dará solamente lo que nosotros le hemos dado a los demás. No es tiempo perdido. Aún es temporada de sembrar amor y misericordia. Es tiempo de perdonar, de disculpar, de no juzgar. Es tiempo de dar, de ser generosos, de ser compasivos, como nuestro Padre del Cielo es misericordioso.
Pidámosle a María que nos conceda la gracia de tratar a nuestros hermanos como ella trató a Jesús.
Queridos hermanos y hermanas, la misericordia nunca puede dejarnos tranquilos. Es el amor de Cristo que nos "inquieta" hasta que no hayamos alcanzado el objetivo; que nos empuja a abrazar y estrechar a nosotros, a involucrar, a quienes tienen necesidad de misericordia para permitir que todos sean reconciliados con el Padre. No debemos tener miedo, es un amor que nos alcanza y envuelve hasta el punto de ir más allá de nosotros mismos, para darnos la posibilidad de reconocer su rostro en los hermanos. Dejémonos guiar dócilmente por este amor y llegaremos a ser misericordiosos como el Padre.
(Homilía de S.S. Francisco, 2 de abril de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Haré un acto de caridad, con una persona que me caiga mal, como si se lo hiciera al mismo Cristo.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Si me hiciste daño, no lo tomo en cuenta
Meditaciones para toda la Cuaresma
Lunes segunda semana Cuaresma. Podemos estar llenando nuestra vida, no de los criterios y juicios de Dios, sino de los nuestros.
Por: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net
Cada vez que en la Cuaresma se nos presenta el grito de súplica, de perdón por parte del pueblo de Israel, al mismo tiempo está hablándonos de la importancia que tiene la conversión interior. La Escritura habla de que se han cometido iniquidades, de que se han hecho cosas malas, pero, constantemente, la Escritura nos habla de cómo nuestro corazón tiene que aprender a volverse a Dios nuestro Señor, de cómo nuestro corazón tiene que irse convirtiendo, y de cómo no puede haber ninguna dimensión de nuestra vida que quede alejada del encuentro convertido con Dios nuestro Señor. Así es importante que convirtamos y cambiemos nuestras obras, es profundamente importante que también cambiemos nuestro interior.
La Escritura nos habla de la capacidad de ser misericordiosos, de no juzgar, de no condenar y de perdonar. Esto que para nosotros podría ser algo muy sencillo, porque es que si me hiciste un daño, yo no te lo tomo en cuenta; requiere del alma una actitud muy diferente, una actitud de una muy profunda transformación. Una transformación que necesariamente tiene que empezar por la purificación, por la conversión de nuestra inteligencia.
Cuántas veces es el modo en el cual interpretamos la vida, el modo en el cual nosotros «leemos» la vida lo que nos hace pecar, lo que nos hace apartarnos de Dios. Cuántas veces es nuestro comportamiento: lo que nosotros decimos o hacemos. Cuántas veces es simplemente nuestra voluntad: las cosas que nosotros queremos. ¡Cuántas veces nuestros pecados y nuestro alejamiento de Dios viene porque, en el fondo de nuestra alma, no existe un auténtico amor a la verdad! Un amor a la verdad que sea capaz de pasar por encima de nosotros mismos, que sea capaz de cuestionar, de purificar y de transformar constantemente nuestros criterios, los juicios que tenemos hechos, los pensamientos que hemos forjado de las personas. Cuántas veces, tristemente, es la falta de un auténtico amor a la verdad lo que nos hace caminar por caminos de egoísmo, por caminos que nos van escondiendo de Dios.
Y cuántas veces, la búsqueda de Dios para cada una de nuestras almas se realiza a través de iluminar nuestra inteligencia, nuestra capacidad de juzgar, para así poder cambiar la vida. ¡Qué difícil es cambiar una vida cuando los ojos están cerrados, cuando la luz de la inteligencia no quiere reconocer dónde está el bien y dónde está el mal, cuál es el camino que hay que seguir y cuál el que hay que evitar!
Uno de los trabajos que el alma tiene que atreverse a hacer es el de cuestionar si sus criterios y sus juicios sobre las personas, sobre las cosas y sobre las situaciones, son los criterios y los juicios que tengo que tener según lo que el Evangelio me marca, según lo que Dios me está pidiendo. Pero esto es muy difícil, porque cada vez que lo hacemos, cada vez que tenemos que tocar la conversión y la purificación de nuestra inteligencia, nos damos cuenta de que estamos tocando el modo en el cual nosotros vemos la vida, incluso a veces, el modo en el cual nosotros hemos estructurado nuestra existencia. Y Dios llega y te dice que aun eso tienes que cambiarlo. Que con la medida con la que tú midas, se te va a medir a ti; que el modo en el cual tú juzgas la vida y la estructuras, el modo en el cual tú entiendas tu existencia, en ese mismo modo vas a ser juzgado y entendido; porque el modo en el cual nosotros vemos la vida, es el mismo modo en el cual la vida nos ve a nosotros.
Esto es algo muy serio, porque si nosotros vamos por la vida con unos ojos y con una inteligencia que no son los ojos ni la inteligencia de Dios, la vida nos va a regresar una forma de actuar que no es la de Dios. No vamos a ser capaces de ver exactamente cómo Dios nuestro Señor está queriendo actuar en esta persona, en esta cosa o en esta circunstancia para nuestra santificación.
"Con la misma medida que midáis, seréis medido". Si no eres capaz de medir con una inteligencia abierta lo que Dios pide, si no eres capaz de medir con una inteligencia luminosa las situaciones que te rodean, si no eres capaz de exigirte ver siempre la verdad y lo que Dios quiere para la santificación de tu alma en todas las cosas que están junto a ti, ésa medida se le está aplicando, en ese mismo momento, a tu alma.
Qué importante es que aprendamos a purificar nuestra inteligencia, a dudar de los juicios que hacemos de las personas y de las cosas, o por lo menos, a que los confrontemos constantemente con Dios nuestro Señor, para ver si estamos en un error o para ver qué es lo que Dios nuestro Señor quiere que saquemos de esa situación concreta en la cual Él nos está poniendo.
Pero cuántas veces lo que hacemos con Dios, no es ver qué es lo que Él nos quiere decir, sino simplemente lo que yo le quiero decir. Y éste es un tremendo riesgo que nos lleva muy lejos de la auténtica conversión, que nos aparta muy seriamente de la transformación de nuestra vida, porque es a través del modo en el cual vemos nuestra existencia y vemos las circunstancias que nos rodean, donde podemos estar llenando nuestra vida, no de los criterios de Dios, no de los juicios de Dios, sino de nuestros criterios y de nuestros juicios. Además, tristemente, los pintamos como si fuesen de Dios nuestro Señor, y entonces sí que estamos perdidos, porque tenemos dentro del alma una serie de criterios que juzgamos ser de Dios, pero que realmente son nuestros propios criterios.
Aquí sí que se nos podría aplicar la frase tan tremenda de nuestro Señor en el Evangelio: "¡Ay de vosotros, guías ciegos, que no veis, y vais llevando a los demás por donde no deben!". También es muy seria la frase de Cristo: "Si lo que tiene que ser luz en ti, es oscuridad, ¿cuáles no serán tus tinieblas?".
La conversión de nuestra inteligencia, la transformación de nuestros criterios y de nuestros juicios es un camino que también tenemos que ir atreviéndonos a hacer en la Cuaresma. ¿Y cuál es el camino, cuál es la posibilidad para esta transformación? El mismo Cristo nos lo dice: "Dad y se os dará". Mantengan siempre abierta su mente, mantengan siempre dispuesto todo su interior a darse, para que realmente Dios les pueda dar, para que Dios nuestro Señor pueda llegar a ustedes, pueda llegar a su alma y ahí ir transformando todo lo que tiene que cambiar.
Es un camino, es un trabajo, es un esfuerzo que también nos pide la Cuaresma. No lo descuidemos, al contrario, hagamos de cada día de la Cuaresma un día en el que nos cuestionemos si todo lo que tenemos en nuestro interior es realmente de Dios.
Preguntémosle a Cristo: ¿Cómo puedo hacer para verte más? ¿Cómo puedo hacer para encontrarme más contigo?
La fe es el camino. Ojalá sepamos aplicar nuestra fe a toda nuestra vida a través de la purificación de nuestra inteligencia, para que en toda circunstancia, en toda persona, podamos encontrar lo que Dios nuestro Señor nos quiera dar para nuestra santificación personal.
Encuentran 40 Hostias consagradas milagrosamente preservadas
Después de 16 meses del devastador terremoto
Cuarenta hostias consagradas milagrosamente conservadas, han sido descubiertas en una iglesia que fue destruida por un gran terremoto en el centro de Italia en 2016.
El copón encontrado en un sagrario recientemente recuperado de las ruinas de la iglesia parroquial de Arquata del Tronto, no tiene bacterias ni moho, como suele sucederles a los copones después de unas semanas, según el periódico de los obispos italianos Avvenire .
El sagrario, que desde el terremoto había sido almacenado junto con otros enseres y fue devuelto recientemente a la diócesis, contenía un copón volteado pero sin abrir.
Dentro del copón había 40 hostias cuyo color, forma y aroma no se modificaron. A pesar de que el terremoto tuvo lugar hace casi un año y medio, las hostias «parecían haber sido hechas ayer», informó Avvenire el 21 de febrero.
El obispo local, Mons. Giovanni D'Ercole, de Ascoli Piceno, fue cauteloso al decir que «la fe requiere prudencia», pero agregó que tal descubrimiento no necesita «palabras».
«Es un signo de esperanza para todos», agregó. «Confrontados con un hecho como este, uno seguramente debe permanecer en silencio. Simplemente toca yfortalece la fe en Jesús que permanece vivo para consolar a la población afectada por el terremoto de Arquata».
El terremoto de 6.6 grados de magnitud que azotó la región el 30 de octubre causó un daño inmenso a Arquata del Tronto y el área circundante. La basílica en Norcia, la ciudad natal de San Benito y el hogar de los famosos monjes benedictinos de Norcia, fue destruida casi por completo. Siguió un terremoto igualmente poderoso en la región el 24 de agosto de ese año que mató a casi 300 personas.
Don Angelo Ciancotti, un sacerdote en las cercanías de Ascoli que ayudó a hacer el descubrimiento, dijo que el descubrimiento trajo «una gran alegría» y da un «mensaje para toda la comunidad».
«Sí, para mí es un milagro», le dijo al diario italiano Il Resto del Carlino . «Obviamente, aquellos que no tienen fe no son capaces de creer en nada, pero nunca ha habido ninguna alteración. El Señor lo ha hecho todo por Sí mismo.
Palabras del Papa antes del Ángelus
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!.
El Evangelio de hoy, segundo domingo de Cuaresma, nos invita a contemplar la transfiguración de Jesús, (Mc 9,2 -10). Este episodio está relacionado con lo que sucedió seis días antes, cuando Jesús reveló a sus discípulos que en Jerusalén tendría que “sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días” (Mc 8,31). Este anuncio puso en crisis a Pedro y a todo el grupo de discípulos que rechazaron la idea de que Jesús fuera rechazado por los líderes del pueblo y asesinado. Esperaban un Mesías poderoso, fuerte, dominador. Al contrario, Jesús se presenta como un siervo humilde, dulce, servidor de Dios, servidor de los hombre, que debería dar su vida en sacrificio, pasando por el camino de la persecución, del sufrimiento y de la muerte. ¿Cómo poder seguir un Maestro y Mesías cuyo hecho terrenal se habría terminado de aquel modo? es lo que ellos pensaban. La respuesta llega justo por la transfiguración: ¿Qué es la transfiguración de Jesús? Una aparición pascual anticipada.
Jesús tomó consigo a los tres discípulos Pedro, Santiago y Juan y los condujo, a ellos solos aparte a lo alto de un “monte”, (Mc 9,2) y allí, por un momento, muestra su gloria, gloria del Hijo de Dios. Este acontecimiento de la transfiguración les permite así a los discípulos de afrontar la pasión de Jesús de manera positiva, sin ser arrollados. Le han visto como sería después de la Pasión, glorioso. Y así Jesús les prepara para la prueba. La transfiguración ayuda a los discípulos, y también a nosotros, a comprender que la pasión de Cristo, es un misterio de sufrimiento, pero es sobre todo un don de amor infinito de parte de Jesús. El acontecimiento de Jesús que se transfigura en la montaña nos hace también comprender mejor su resurrección. Para comprender mejor el misterio de la cruz. Para comprenderlos, en efecto, es necesario saber con antelación que el que sufre y que es glorificado no es sólo un hombre, sino que es el Hijo de Dios, que por su amor fiel hasta la muerte, nos ha salvado. El Padre renueva así, su declaración mesiánica sobre el Hijo, que ya hizo en las orillas del Jordán después del bautismo, y exhorta: “¡Escuchadle!” (v.7) .Los discípulos están llamados a seguir al Maestro con confianza y esperanza, a pesar de su muerte; la divinidad de Jesús tiene que manifestarse justamente sobre la cruz, justamente en su muerte ”de esta manera”, a tál punto que aquí el evangelista Marcos pone en la boca del Centurión la profesión de fe:”¡Verdaderamente, este hombre es el Hijo de Dios!”, (15,39).
Ahora dirigimos nuestra oración a la Virgen María, la criatura humana transformada interiormente por la gracia de Cristo. Nos encomendamos confiados a su ayuda materna para continuar con fe y generosidad el camino de la Cuaresma.
Perdónanos, Señor, y viviremos
La cruz de Jesús, su amor incondicional
Ezequiel 18, 21-28: “¿Acaso no quiero yo la muerte del pecador y no más bien que enmiende su conducta y viva?
Salmo 129: “Perdónanos, Señor, y viviremos”
San Mateo 5, 20-26: “Ve primero a reconciliarte con tu hermano”
Cuando empezamos a hablar en términos de justicia, muchas veces nos confundimos y acabamos creyendo que justicia es lo mismo que venganza o desquite. Para Jesús justicia tiene un sentido mucho más amplio porque brota de la misma esencia de Dios y está en relación muy íntima con la verdad.
No habla en términos judiciales ni de venganza, sino que sus palabras se refieren a la más profunda sintonía del corazón, con la verdad, con su propia verdad, con su esencia misma; y también en su relación con Dios y con las demás personas vistas como hermanos. Es triste cuando una persona se retira de Dios, no se quiere confesar, no participa en la misa, porque “tiene un resentimiento con su hermano”. Así en lugar de buscar la reconciliación, se aleja del Único que puede darle verdadera paz. Vista la justicia en tono positivo nos llevaría a un gran compromiso de construcción de un mundo nuevo. Desgraciadamente nosotros nos regimos más por las prohibiciones, por las limitaciones y las negativas: “no hagas, no digas, no mates, no robes…” Un constante “no” que nos agobia y nos limita. Jesús propone que nuestra justicia sea mayor que la de los escribas y fariseos.
Ellos se limitaban a llevar cuentas, a la ley del Talión, al ojo por ojo y diente por diente. Mucho me temo que nosotros hemos ido más allá: si me hiciste una ofensa te hago dos, si me insultaste te devuelvo doble insulto… la violencia que crece y crece hasta acabarnos. Jesús nos propone romper esa escalada de violencia y ponernos frente a Dios Padre que ama a todos los hermanos. ¿Podremos sostener nuestros rencores cuando estamos en presencia de Dios? ¿Podremos exigir venganzas cuando Dios Padre envía a su Hijo a rescatar y a amar a ese que nosotros quisiéramos casi muerto?La cruz de Jesús, su amor incondicional, es la única respuesta que podemos encontrar para frenar la cadena de la violencia.