La Cuaresma conduce a la resurrección del bautismo

Evangelio según San Lucas 4,24-30. 

Cuando Jesús llegó a Nazaret, dijo a la multitud en la sinagoga: "Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. 

Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. 

Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón. 

También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio". 

Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. 

Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino. 

San Adrián (s. III)

San Adrián. Este último era un centurión romano, de la milicia imperial, en la época del emperador Maximiano, a finales del siglo III. En una ocasión, mientras custodiaba a 33 cautivos cristianos condenados al martirio, estos lo convirtieron a su fe cuando él les preguntó qué recompensa esperaban obtener por el castigo que estaban a punto de sufrir. "La gloria de Dios", fue la convincente respuesta.

Adrián los dejó libres y, desde luego, fue apresado por órden del propio emperador. Lo torturaron para que confesara dónde estaban los prisioneros, pero Adrián resistió. Ante su negativa, hicieron traer a su esposa, Natalia, para que presenciara el suplicio. Ella, que era cristiana en secreto desde hacía algún tiempo, en lugar de presionarlo para que confesara, le dio ánimos para resistir, para que no pensara el mundo terrenal, sino en la gloria divina.

Los torturadores, entonces, cortaron las manos del centurión, que murió desangrado. Su esposa escondió una de sus manos entre la ropa y huyó, al poco tiempo, junto a otros cristianos en un barco, llevando sólo la mano de su esposo. Pero en mitad de la travesía, una terrible tormenta dejó la nave a la deriva.

Entonces la mano de Adrián tomó el timón y llevó a los fugitivos a un sitio seguro. Luego, Natalia llevó la mano al lugar donde estaba enterrado el mártir, la puso junto al cuerpo y murió abrazada al esposo.

Oremos

Dios todopoderoso y eterno, que diste a los santos mártires Adriano y Nataliala valentía de aceptar la muerte por el nombre de Cristo: concede también tu fuerza a nuestra debilidad para que, a ejemplo de aquellos que no dudaron en morir por tí, nosotros sepamos también ser fuertes, confesando tu nombre con nuestras vidas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

Calendario  de Fiestas Marianas: Nuestra Señora del Buen Auxilio, Montreal, Canadá, (1657)

San Ambrosio (c. 340-397), obispo de Milán y doctor de la Iglesia Los Misterios, § 16-21 (trad. SC 25, p. 112)

La Cuaresma conduce a la resurrección del bautismo.

Naamán era sirio, tenía lepra y no podía ser purificado por nadie. Entonces una joven esclava dijo que había un profeta en Israel que podría purificarle de la plaga de la lepra... Aprende ahora quien es esta joven de entre los cautivos: la joven asamblea de entre las naciones, es decir la Iglesia del Señor, humillada anteriormente por la cautividad del pecado, mientras que no poseía aún la libertad de la gracia. Por su consejo este vano pueblo de las naciones escuchó la palabra de los profetas de la cual había dudado mucho tiempo. Después, desde que el creyó que era necesario obedecer, fue lavado de toda infección de sus malas acciones. Naamán había dudado antes de ser curado, tú estás ya curado, por lo que no debes dudar.

Es por eso que se te dijo ya que no creas solamente lo que veías aproximándote al baptisterio, por miedo que no digas: « ¿Está ahí el gran misterio que el ojo no vio ni el oído oyó y que no ascendió al corazón del hombre? (1Co 2,9) Veo el agua, que veía todos los días; ¿puede purificarme estas aguas en las que a menudo he bajado sin ser nunca purificado?» Aprende por eso que el agua no purifica sin el Espíritu. Por eso leíste que « tres testigos del bautismo no son más que uno: el agua, la sangre y el Espíritu» (1Jn 5,7-8). Porque si retiras uno de ellos ya no hay sacramento del bautismo. En efecto, ¿qué es el agua sin la cruz de Cristo? Un elemento ordinario sin ningún efecto sacramental. Y de la misma manera, sin el agua no hay misterio de la regeneración. « A menos de haber nacido de nuevo del agua y del Espíritu no se puede entrar en el Reino de Dios» (Jn 3,5). El catecúmeno cree en la cruz del Señor Jesús de la cual está marcado; pero si no ha sido bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, no puede recibir la remisión de sus pecados ni extraer el don de la gracia espiritual.

Así pues este sirio se sumergió siete veces en la Ley; tú, has sido bautizado en el nombre de la trinidad. Tú has confesado el Padre..., tú has confesado el Hijo, tú has confesado el Espíritu Santo... Estás muerto al mundo y resucitado por Dios, y, en alguna forma enterrado al mismo tiempo en este elemento del mundo; muerto al pecado, has resucitado para la vida eterna (Rm 6,4).

La experiencia del amor de Dios

Santo Evangelio según San Lucas 4, 24-30. Lunes III de Cuaresma.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor Jesús, ayúdame por favor a experimentar tu amor en cada instante de mi vida.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.

En la vida, es bueno aprender a tener certezas, fundamentos; una roca firme en la cual nos podemos sentir seguros, afianzarnos, sin que cambie nuestra manera de amar, o sin dejarnos abatir por las dificultades o inconvenientes que van surgiendo día a día.

Teniendo en cuenta este fundamento en nuestra vida, notaremos que pocas cosas cambiarán. Sí cambiarán las circunstancias, los lugares, los momentos, incluso las personas, pero no cambia el hecho de que somos amados por Dios, pues la mayor certeza y fundamento que podemos tener en la vida, es el experimentar y gozar de este amor que no sólo es temporal, sino que se vive para toda la eternidad.

Al experimentarlo, como lo experimentaron la viuda y el leproso del Evangelio de hoy, vemos que en primer lugar, no es un amor en multitud, ya que no somos un número más en el mundo, al contrario, es un amor personal, de un padre que vela, que ama a cada uno de sus hijos y que sale al encuentro de aquél que se siente necesitado. Otro aspecto que podemos descubrir es el hecho de que es un amor sin medida, pues Dios se dona a nosotros aun en los momentos en que experimentamos la fragilidad humana. Para experimentarlo debemos dejar abierta la puerta de nuestro corazón, recogernos interiormente e intentar escuchar la dulce y suave voz de Dios, que susurra, ¡te amo!, en cada momento de la vida.

Dios no nos ama porque nosotros tengamos ninguna razón que suscite amor. Dios nos ama porque Él mismo es amor, y el amor tiende, por su naturaleza, a difundirse, a entregarse. Dios tampoco vincula su benevolencia a nuestra conversión, más bien es una consecuencia del amor de Dios.

(Catequesis del Papa Francisco, 14 de junio de 2017)

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Demostraré mi amor a Dios viviendo con alegría ante las dificultades e imprevistos que surjan en la vida.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Los caminos de Dios no son los nuestros

Lunes tercera semana Cuaresma. Vivir junto a Dios es vivir en zozobra, es vivir en interrogantes: ¿Qué quieres de mi, Señor?.

“Ahora sé que no hay más Dios que el de Israel”. Esta frase con la que el general asirio confiesa su fe después de haber sido curado, es la frase con la que todos nosotros podríamos también resumir nuestra existencia. Ésta tendría que ser la experiencia a la que todos llegásemos en el camino de nuestra vida. Un Dios que a veces llega a nuestra vida de formas y por caminos desconcertantes, un Dios que a veces llega a nuestra vida a través de situaciones que, según nuestros criterios humanos, no serían los normales, no serían los lógicos, no serían los racionales; un Dios que aparece en nuestra vida para santificarnos y para llenarnos de su luz y de su verdad, aunque nosotros no entendamos cómo. Porque esto es lo que hace Dios nuestro Señor con todas las vidas humanas: las lleva por sus caminos, aunque ellas no sepan cómo.

Los caminos de Dios no son nuestros caminos. A veces no son ni siquiera los caminos de las personas que han sido elegidas. A veces para las mismas personas elegidas, los caminos de Dios son sumamente obscuros, son sumamente extraños, no son siempre comprensibles. Esto es muy importante para nosotros, porque a veces podríamos pensar que las personas que han sido elegidas por Dios para hacer una grandísima obra en su vida, tienen realizados y escritos todos los puntos y comas de los planes de Dios; y no es así. También las personas elegidas por Dios para realizar una gran obra en su Iglesia tienen que ir, constantemente, aprendiendo a leer lo que Dios nuestro Señor les va diciendo.

En la primera lectura se nos habla de este general asirio que quiere ser curado, y para él, el ser curado tiene que ser una especie de gran majestad, de gran poderío, y por eso se va con el rey. Cuando se da cuenta de que el camino de Dios es distinto, no lo hace por su propio juicio, sino que es uno de sus esclavos quien le va a decir: “Padre mío, si el profeta te hubiera mandado una cosa muy difícil, ciertamente la habrías hecho. ¡Cuánto más, si sólo te dijo que te bañaras y quedarías sano!”.

La pregunta fundamental es si nosotros estamos aprendiendo a leer los caminos de Dios sobre nuestra vida. Si nosotros estamos aprendiendo a entender esas páginas que a veces son borrosas, a veces son extrañas. Si nosotros estamos aprendiendo a conocer a Dios nuestro Señor o siempre queremos que todos los planes estén escritos, que todos los planes estén hechos.

Vivir junto a Dios es vivir en zozobra, es vivir en interrogantes. Vivir junto a Dios es vivir en continua pregunta. La pregunta es: ¿Qué quieres Señor? Si así es nuestro Señor, ¿por qué entonces, tiene que extrañarnos que la vida de aquellos sobre los que Dios tiene unos planes tan concretos, tan claros, sea difícil? Si para ellos es costoso leer, ¿no lo va a ser para nosotros? ¿Podemos nosotros pensar que no nos va a costar leer los planes de Dios, que no nos va a costar ir entendiendo exactamente qué es lo que Dios me quiere decir? Constantemente, para todos nosotros, la vida se abre como una especie de obscuridad en la que tenemos que ir realizando y caminando.

“No hay más Dios que el de Israel”. ¿Sabemos nosotros que Él es el único Dios y que por lo tanto, Él es el único que nos va llevando a lo largo de nuestra existencia por sus caminos, que no son los nuestros? Estos caminos a veces coinciden, a veces pueden llegarse a entender, pero no siempre es así. Cada uno de nosotros, en su vocación cristiana, tiene un camino distinto. Si pensamos cómo hemos llegado cada uno de nosotros al conocimiento de Cristo, nos daremos cuenta que cada uno tuvo una historia totalmente diferente; cada uno tuvo una historia muy particular. Y aun después de nuestro encuentro con Cristo, incluso después de que hemos llegado a conocerlo, la historia sigue una aventura. Y si nuestra historia no es una aventura, quiere decir que hemos hecho lo que estaba a punto de hacer el general asirio: marcharse. Marcharnos porque no entendimos los planes de Dios y preferimos manejarnos a nuestro antojo, manejarnos según nuestra comodidad. Nos marchamos pensando que a este Señor no hay quien lo entienda y perdemos la oportunidad de experimentar y saber que el único Dios, es el Dios de Israel.

Jesús, en el Evangelio, viene a recalcarnos precisamente que es Dios quien elige, quien se fija, quien llama y que es Él quien sabe porqué permite los caminos por los cuales nuestra vida se va desarrollando. Es Dios quien lo hace, no nosotros.

El ejemplo de las muchas viudas que había en Israel y Dios se fijó en una y el ejemplo de los muchos leprosos que había en Israel y Dios escogió precisamente a uno que ni era de Israel, nos deja muy claro que es Cristo el que manda. Nosotros tenemos que atrevernos a ponernos ante Dios con una sola condición: la condición de estar totalmente abiertos a su voluntad. De nada nos serviría conocer grandes hombres, de nada nos serviría conocer grandes personajes si no aprendemos la lección fundamental que estos grandes hombres vienen a dejarnos: la lección de estar siempre dispuestos a leer la letra de Dios, de estar siempre dispuestos a entender el camino por el cual Dios nos va llevando. Recordemos que Él sabe cuál es.

Los que vivían en el mismo pueblo de Jesús rechazan el modo de ser de Cristo y lo que hacen es alejarse de su vida. Solamente se puede tener a Cristo cerca cuando se tiene el alma abierta. Cada vez que nuestra alma se cierra a la generosidad, a la entrega, a la fidelidad, a la disponibilidad, en ese mismo momento, nuestra alma está alejando a Cristo de nosotros.

¡Qué serio es que pudiéramos ser nosotros los responsables de que Cristo no estuviese verdaderamente en nuestra vida! ¡Qué serio es que pudiéramos ser nosotros los causantes de que nuestra vida estuviese vacía de Cristo! Hay que ser muy exigentes con uno mismo. Hay que tener una gran disciplina interior, que a veces nos puede faltar. La disciplina que nos hace, en todo momento, seguir el camino concreto con el cual Dios nuestro Señor va marcando nuestra vida.

¿Estamos dispuestos a entenderlo? Solamente vamos a estar dispuestos a entenderlo si hay en nuestra vida la característica que hay en todos los hombres que quieren verdaderamente encontrarse con Dios: estar sediento de Dios, que da la vida. Estar sedientos de Él es el único modo que va a haber para que nuestra alma encuentre siempre, y en todo momento -a través de las circunstancias, de las personas, de los ambientes, de las dudas, de las caídas, de nuestras debilidades— a Dios; si realmente somos, tal y como lo dice el salmo: “Como un venado que busca el agua de los ríos, así cansada, mi alma te busca a ti, Dios mío”.

El alma que tiene sed de Dios pasará por lo que sea: estará en obscuridades, tendrá dificultades, caídas, miserias, pero encontrará a Dios y Dios no se apartará de él. Podrá encontrarse con el Señor, no importa por qué caminos, pues esos son los caminos del Señor y Él sabe por dónde nos lleva. Lo único que importa es tener sed de Dios. Una sed que es lo que nos autentifica como personas de cara a nuestros hermanos los hombres, de cara a nuestra familia, de cara a nuestro ambiente, de cara a nosotros mismos.

No es cuestión de entender las cosas. No es cuestión de saber que mi vida tiene que estar realizada, manejada y ordenada de determinada manera, sino que es cuestión de tener sed de Dios. El alma que tiene sed de Dios va a permitir que sea Dios quien le realice la vida. Y el alma que va a realizarse apartada de Dios, significa que no tiene, verdaderamente, sed de Dios. Podrá ser muchas cosas —podrá ser un magnífico organizador en la Iglesia, podrá ser un excelente conferencista, podrá ser un hombre de un gran consejo espiritual—, pero si no tiene sed de Dios, no estará realizando la obra de Dios.

Ahora veámonos a nosotros mismos en nuestra organización, en nuestro trabajo, en nuestro esfuerzo, en nuestra vocación cristiana y rasquemos un poco, a ver si en nuestro corazón hay verdaderamente sed de Dios. Si la hay, podemos estar tranquilos de que estamos en el camino en el que hay que estar. Podemos estar tranquilos de que estamos en la ruta en la cual hay que ir. Podemos estar tranquilos porque tenemos en el corazón lo que hay que tener. No tendremos que tener miedo porque esa sed de Dios irá haciendo que la luz y la verdad de Dios se conviertan en nuestra guía hasta el Monte del Señor. Es un camino que requiere estar dispuestos, en todo momento, a querer entender lo que Dios nos pide. Estar dispuestos, en todo momento, a no apartar jamás de nuestro corazón a Jesucristo y mantener siempre viva en nuestro corazón la fe del Dios que da la vida.

Templos profanados; III Domingo de Cuaresma
Reflexión del evangelio de la misa del Domingo 4 de marzo 2018

Esta es la reacción de Jesús cuando hacemos de su casa no un lugar de oración y encuentro, sino un mercado donde se manipula lo sagrado

Lecturas:

Éxodo 20, 1-7: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te sacó de Egipto”.

Salmo 18: “Tú tienes palabras de vida eterna”.

I Corintios 1, 22-25: “Cristo es la fuerza y sabiduría de Dios”

San Juan 2, 13-35: “Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré”

Los fieles del barrio y de toda la ciudad están indignados: en una noche penetraron los ladrones a la Iglesia de la Purísima, vaciaron los copones y dejaron tiradas las hostias consagradas. “¡Han profanado el Cuerpo de Cristo!” Exclaman algunos vecinos. Inmediatamente se organizan horas santas de desagravio, novenas y celebraciones… Casi el mismo día, en un lugar muy cercano al barrio, llora una madre y me cuenta su pesar: han violado a su niña de trece años. Llena de rabia, dolor e impotencia, tiene ganas de vengarse y sin embargo nada puede hacer. “¿Denunciar? Es poner a la niña delante de sus agresores y repetir toda la vivencia de su dolor. La niña no habla casi con nadie, no quiere salir, está asustada. Si denuncio, todo mundo se dará cuenta y menos podrá volver a la escuela ni con sus compañeras…” A todas las propuestas, al menos de momento,  prefiere que se quede en silencio y sólo buscará ayuda sicológica para su niña. Me quedo pensando: éste y muchos otros crímenes, ¿no son violación también del Templo de Cristo?

A pesar de todo el desconcierto económico, seguimos en la época del “mercado total”, en el cual lo decisivo es ganar, adquirir prestigio y bienestar, acumular bienes. Parece como una nueva religión con su propio credo y sus mandamientos, con sus adoradores y sus sacrificios, con sus templos y sus ritos, con sus promesas de felicidad plena. El hombre actual ha convertido el mercado en una religión y con frecuencia ha convertido las religiones en un mercado, donde se vende, se compra, se engaña, se gana y se pierde. Vivimos en una civilización que centra su pensamiento y criterio de actuación, en el anhelo de ganar y tener dinero. El refrán gringo “el tiempo es dinero”, se ha metido, primero disimuladamente y después descaradamente, en nuestro corazón, hasta pervertir el sentido de la vida, del tiempo, de la persona; para tasarlo todo en signos monetarios. Por el dinero se es capaz de sacrificios, de renuncias, de cambio de criterios. Y se profana lo más sagrado: el “templo de Dios”

Se olvida que la persona es el templo de Dios y se le compra y se le vende; hay mercaderes de niños y mercaderes de sexo; hay quien negocia con la vida, con los órganos humanos, con los sueños y los anhelos más profundos. Se presentan traficantes de droga que matan el alma y el cuerpo, que negocian con las armas y con las almas, que destruyen pueblos y asesinan familias en su loca ambición de más y más dinero. Se medra con el hambre y la sed, con las  necesidades elementales de la persona. Se obtienen ganancias asesinando a inocentes y se destruyen los templos que apenas inician la vida. Todo se hace en aras de un nuevo dios llamado dinero, dólar o euro. Y esto no es lejos, es en nuestras familias, con los sencillos, con los gobernantes, entre amigos, entre conocidos, en el mismo hogar, templo sagrado de la familia y de la vida. Así se profana el templo material, pero se profana sobre todo el sagrado templo y recinto de Dios que es cada persona. Cuando se profana cualquier persona, se atenta contra el mismo Dios.

Pocas veces encontramos tan enojado e iracundo a Jesús. Algunos hasta les parece una escena que deberíamos quitar del evangelio para no escandalizar con la ira de Jesús… pero, quizás debamos pensar lo contrario y mirar si hoy Jesús también tendría que tomar su látigo y arrojar lejos a todos los que profanan y destruyen sus templos sagrados. No estamos acostumbrados a una imagen violenta de un Mesías golpeando a la gente con un azote en las manos, sin embargo, esta es la reacción de Jesús cuando hacemos de su casa no un lugar de oración y encuentro, sino un mercado donde se manipula lo sagrado y no se respeta lo divino. Y, sobre todo, esta es la reacción de Jesús cuando se pervierte y manipula mercantilmente la dignidad de la persona, cuando se le ve con signo de pesos, cuando se le convierte en un objeto más de negociación.

Juan coloca esta expulsión de los mercaderes del templo al inicio de su Evangelio, como para presentarnos, desde el comienzo, el programa de Jesús: se inaugura un nuevo tiempo y un nuevo templo. Se adorará al Señor en un nuevo espíritu y con un nuevo corazón. Cristo mismo dice que Él es el templo que destruirán y que resucitará al tercer día. Y realmente ahora nos da la oportunidad de revisar a fondo nuestra vida y nuestro programa. Tendremos que ver si  el interior de cada uno de nosotros se ha convertido en un santuario para Dios, donde se adora en justicia y en verdad, donde los valores son su amor y su misericordia, donde se acoge al hermano para compartir y servir. Es una invitación sería de Jesús, devorado por el celo de la Casa de su Padre, que nos exige respeto para su templo material y dignidad para el sagrado templo que es cada persona y que también somos cada uno de nosotros. Reflexión profunda la de este día: ¿En qué basamos nuestra propia dignidad? ¿No nos hemos pervertido y corrompido por el dinero y la ambición? ¿Miramos a los hermanos como templos de Dios o nos hemos convertido en ladrones de su dignidad? ¿Qué nos dice hoy Jesús de nuestra manera de vivir y de relacionarnos con Dios y los demás? ¿Asistimos a las celebraciones para encontrarnos con el Padre y los hermanos, o es sólo  ritualismo y costumbre?

Gracias, Padre Bueno, por hacer de nuestra humilde persona un templo que se llena de tu presencia, concédenos sabiduría y amor para respetar y valorar cada templo viviente y hacer de tu casa un lugar de oración, de encuentro y de armonía. Amén

Sean Parker, cofundador de Facebook: las redes sociales crean una dependencia similar a las drogas

Se desconocen los efectos en el futuro de los jóvenes, pero cambia el modo de sentir y actuar

Desde hace años Facebook influye sobre nuestras emociones, sobre nuestras relaciones e interacciones sociales. Uno de sus fundadores, Sean Parker, da la alarma sobre esta increíble influencia y sobre los posibles efectos que puede tener en el cerebro humano, tal y como recoje la web Family&Media.

Durante una conferencia organizada por Axios en el National Constitution Center de Filadelfia (USA), Parker, que también estuvo en los inicios del servicio de música por Internet Napster, y fue el primer presidente de Facebook, ha declarado que “Facebook se aprovecha de la psicología humana y sólo Dios sabe lo que le está haciendo al cerebro de nuestros hijos”.

El famoso social network parece un gran experimento social que transforma la sociedad. Nuestras emociones y nuestra capacidad de análisis pasan y se forman cada vez más a través de una sociedad digital que, en líneas generales, se desarrolla, valora e interactúa precisamente dentro de los confines de esta red social tan potente y que, en ciertos aspectos, es preocupante. Incluso para quien la fundó y gestionó en sus primeros meses de vida.

¿Son una droga?
El propio Parker definió Facebook como “un circuito cerrado de retroalimentación de validación social, es exactamente la clase de cosa que se le ocurriría a un hacker como yo, porque explotamos una vulnerabilidad en la psicología humana… Y creo que los inventores, los creadores… yo mismo, Mark (Zuckerberg), Kevin Systrom en Instagram, todos lo entendíamos, éramos conscientes, y lo hicimos a pesar de todo”. Facebook –como las demás redes sociales– aprovecha la vulnerabilidad de la psicología humana para crear una fuerte dependencia a través del mecanismo de “Me gusta”, “Comentar” y “Compartir”.

¿Os habéis preguntado por qué miramos continuamente nuestro smartphone? Probablemente porque esperamos un mensaje de una persona importante, o queremos controlar cuántas personas comentan nuestro status en Facebook. Ejemplo típico de condicionamiento de las redes sociales es el de las “dobles marcas” azules de Whatsapp. Quién de nosotros no ha exclamado alguna vez: “Ha visto mi mensaje ¡pero no me contesta!”.

Pero lo más sorprendente, y ésta es la verdadera cuestión, es nuestra reacción emocional hacia lo que compartimos online. Si nuestros follower responden de forma positiva, estamos contentos porque gustamos. Pero si recibimos pocos me gusta o compartir, nos sentimos poco apreciados por nuestra comunidad virtual, o peor aún, ignorados. Sean Parker da en el blanco: Facebook y las redes sociales nos empujan continuamente a buscar la aprobación social por nuestra red de contactos virtuales. Queremos tener consenso, ser compartidos, porque eso genera placer y autogratificación.

Pero ¿de qué depende esta química de la felicidad? De la dopamina. El aprecio de otras personas hacia algo que hemos compartido a través de las redes genera dopamina, un potente neurotransmisor, capaz de estimular nuestras emociones, dar placer y satisfacción, llegando así a regular nuestros estados de ánimo. Por eso no es exagerado afirmar que las redes sociales crean dependencia y condicionan diariamente nuestro humor.

Facebook cambia nuestra manera de aprender
Pero no se trata solamente de esto. La gran sospecha que está emergiendo es que Facebook puede influir también en nuestro modo de aprender, memorizar, relacionarnos con los demás y razonar. En pocas palabras, puede cambiar nuestro cerebro.

Cada actualización, cualquier cambio de reglas dictadas por Facebook, influye en las interacciones y en la implicación en las redes sociales, y también repercute en nuestra mente, sobre todo en los más jóvenes, pues están implicadas las dinámicas de aprendizaje y relación, así como la capacidad de concentración.
El aprendizaje cognoscitivo se realiza organizando la información, haciendo comparaciones, formando nuevas asociaciones, y se guía por experiencias pasadas y presentes. Pero estos escenarios son modificados con cierta regularidad, cambian las reglas del juego, y esto implica la imposibilidad de poder construir un aprendizaje lineal en el tiempo.
También la definición de la propia identidad no pasa ya a través del único grupo de nuestros iguales, pues ya no es posible identificarlo y “controlarlo”.
Es verdad que la tecnología y el progreso son imparables, pero también es cierto que habría que comprobar y observar con atención lo que está pasando online. En estos ambientes tan líquidos que se nos escurren de las manos, se están erosionando reglas conocidas y definidas hasta ahora, y no sabemos qué efectos tendrán en el futuro de los jóvenes.
Facebook y cerebro: ¿qué han descubierto las últimas investigaciones?

Las comunidades de Facebook, los grupos, las interacciones, parecen haber sustituido el grupo de referencia real y tangible de los amigos. Pero los efectos de la red pueden ser mucho más graves de los señalados por Sean Parker.

Según los investigadores de la Facultad de Medicina de Shanghai, en el cerebro de los adictos a Internet hay una cantidad anormal de materia blanca, es decir, de los haces de fibra nerviosa revestidos de mielina que garantizan el enlace entre el encéfalo y la médula espinal, en las áreas encargadas de la atención, el control y las funciones ejecutivas.
Esto produciría un cambio físico en el cerebro. Quienes frecuentan con asiduidad las redes sociales tienen un cerebro diferente al de los que no las usan. Y las redes y sus efectos se parecen cada vez más a los de las sustancias estupefacientes.

Es decir, las interacciones en las comunidades ¿se definen únicamente como necesidad de compartir, o hay algo más? Se trata de la necesidad compulsiva de convertir la vida social personal en algo público, escenográfico. La evanescencia de esos mensajes cambia la memoria, la capacidad de concentración y deducción lógica.

Podríamos decir que, de todos modos, las redes sociales no nos hacen estúpidos, pero la cuestión no es ésta. En realidad, estamos ante un cambio histórico. Las nuevas generaciones no consiguen concentrarse, no son capaces de diferenciar lo que es verdadero de lo que no lo es, como ocurre con las fake news. Pero ¿por qué?

Porque nuestro cerebro recibe tal cantidad de información que lo ralentiza y esto hace más lenta la capacidad de tomar decisiones inmediatas. Lo demuestra un experimento de Angelika Dimoka, directora del Center for Neural Decision Making de la Temple University. La investigadora invitó a un grupo de voluntarios a una especie de subasta, y les pidió que, antes de realizar la oferta, consideraran una serie de variables, e intentaran conseguir la mejor opción al precio más bajo. La investigadora observó cómo, al aumentar las variables, también aumentaban los errores, y a través de una resonancia magnética comprobó que la mayor carga de información hace aumentar la actividad de la corteza prefrontal dorso lateral, responsable de los procesos decisorios y del control de las emociones. Superado un cierto umbral de información y de parámetros indispensables, el cerebro sufría una especie de black out cognoscitivo que impedía la presentación de una nueva oferta. Además, los participantes mostraban signos de ansiedad y cansancio mental.

En resumen, podemos decir que la era digital no nos hace estúpidos, pero cambia drásticamente nuestro modo de sentir y comportarnos. Somos casi parte de un enorme box Skinner (box Skinner o cámara de condicionamiento operante es un instrumento de laboratorio utilizado en análisis experimental del comportamiento de los animales; el nombre alude a su inventor). Y el continuo flujo de información genera cansancio y ansiedad.

Todo esto, unido a una vida frenética y llena de estrés, contribuye a hacer más lentos los procesos decisorios. La única verdadera solución es frenar, pasar del always on (siempre on line) al sometimes on (algunas veces on line). De lo contrario, se resentirán nuestra vida, nuestras relaciones, el trato humano. Sin caer en alarmismos, intentemos reordenar nuestra vida y ser realmente dueños de las propias decisiones.

"ALIVIAR EL SUFRIMIENTO DE QUIENES LO PASAN MAL"
El paradigma de Jesús y nuestros paradigmas

"¿Y qué hacemos con el mendigo del portal o con el apaleado del camino?"

José María Castillo, 05 de marzo de 2018 a las 09:13

Dolor y sufrimiento Pixabay/ Imagen ilustrativa

La religión es un "hecho cultural", mientras que Dios no puede ser un "hecho cultural", ya que (en tal caso) Dios sería un producto nuestro, un producto humano

(José María Castillo).- La parábola del rico epulón y del pobre Lázaro (Lc 16, 19-31) nos enseña, entre otras cosas, lo inquietante y peligroso que es el "pecado de omisión". Es el pecado que consiste en dejar las cosas como están. Porque "el mundo es como es". O también, "las cosas son como son". Y yo no puedo cambiar ni el mundo ni las cosas. De ahí que el interés, o el proyecto de la vida, lo centra cada cual "en sí mismo". Cosa que se puede hacer por el egoísmo burdo del que se dedica a pasar la vida lo mejor que puede, como fue el caso del rico epulón, que se dedicaba a banquetear cada día y a vestirse con el lujo más refinado. O también se puede hacer - lo de centrar la vida en sí mismo - por un motivo religioso. Porque el sujeto ya ha encontrado a Dios y se ha relacionado con Dios.

Es decir, tiene su conciencia en paz y se siente espiritualmente satisfecho. Es el caso del "sacerdote" y del "levita", que se mencionan en la parábola del buen samaritano (Lc 10, 31). Los dos "bajaban" ("katébainen") (F. Fendrich). Si bajaban por aquel camino, es que (sin duda alguna) descendían del monte donde estaba el templo, en Jerusalén, y viajaban hacia Jericó. O sea, lo mismo que el rico epulón se sentía satisfecho por su buena mesa y su buen vestir, el sacerdote y el levita se sentían también satisfechos porque el problema, que a ellos les preocupaba, que no era un vulgar problema "material", sino un problema "intelectual", el problema de Dios. Es decir, dónde y cómo encontrar a Dios. El "epulón" lo satisfacía en su casa, en sus banquetes y en su buen vestir. El "sacerdote" y el "levita" resolvían ese problema en el templo. La cuestión era vivir sin preocupaciones. ¿Y qué hacemos con el mendigo del portal o con el apaleado del camino? "El mundo es como es". Y lo que cada cual tiene que hacer es vivir en paz.

Como dicen los hombres religiosos del Oriente unitario, vivir en el "Dharma" profundo, difícil de comprender, difícil de alcanzar, ya que su iluminación es tranquilidad y silencio; es excelente, trasciende el campo del análisis y las distinciones, es sutil, es una realidad que solo puede ser conocida por la sabiduría". Es pura mística, en el sentido más radical, pero quizá también el más peligroso. Ya que, entonces, "la naturaleza y yo nos hacemos uno". ¿Y lo demás? ¿Y los demás? "El mundo es como es", Y yo no lo voy a cambiar.

Así las cosas, lo primero que se me ocurre aquí es recordar lo que, hace ya bastantes años (en 1969) escribió John K. Galbraith, uno de los más importantes economistas del siglo pasado. Este hombre fue enviado, por la administración de EE. UU., como embajador de su país a la India. Pues bien, al terminar sus años de estancia, en uno de los países más religiosos del mundo, publicó un libro (Ambassador's Journal, 1969), en el que recogía sus impresiones de la estancia en India. Y en ese libro afirmaba que la causa más determinante de la pobreza y el hambre en aquel país era precisamente le religión que allí se vivía. Porque era una religión que, desde su profunda espiritualidad unitaria, lo que en realidad fomentaba era la aceptación que la vida le asigna a cada cual para que acepte y viva, en la resignación y mayor paz posibles, la suerte que la ha tocado en este mundo. Y entonces, como es lógico, un país, en el que cada ciudadano vive resignado y aceptando la suerte que le ha tocado en la vida, ¿dónde va a encontrar el poco bienestar que puede tener en la vida? En la paz unitaria de su propia intimidad. Posiblemente, no le queda otra salida.

Por supuesto, yo no soy quién para asegurar que todo esto es así. En todo caso, y a la vista del notable interés que suscita el tema de los diversos paradigmas sobre el tema de Dios y la espiritualidad, me ha parecido que puede tener quizá utilidad indicar algunas cosas, que pueden interesar a algunas personas preocupadas por el tema de Dios y de la religión. Ante todo, el Homo Sapiens no empezó a practicar la religión para buscar a Dios. Mucha gente no sabe que "Dios es un producto tardío en la historia de la religión" (cf. la bibliografía es muy abundante sobre este asunto capital. Cf. Walter Burkert, Homo Necans, con amplia documentación). Si el ser humano apareció hace unos cien mil años, el pensamiento simbólico y las expresiones simbólicas, relativas a "lo religioso" (ritos, sacrificios, cultos funerarios, etc.), se practicaron, sin mención alguna de Dios, durante más de ochenta mil años (cf. Ian Tattersall, Richard Leakey, Carl Sagan, etc.). Baste pensar que Ina Wunn ha escrito un volumen de más de 500 pgs. sobre Las religiones en la prehistoria, en el que no se menciona a Dios.

Además, es importante tener muy claro que Dios no es un componente de la religión. Porque Dios es trascendente, es decir, no está al alcance del entendimiento humano. O sea, no sabemos, ni podemos saber, cómo es Dios. La religión es inmanente y, por tanto, es un hecho cultural. En cada cultura, los humanos nos "representamos" a Dios de acuerdo con la propia cultura. Pero una "representación cultural de Dios" no es "Dios", el Dios Trascendente. No puede serlo. Ya he dicho que la religión es un "hecho cultural", mientras que Dios no puede ser un "hecho cultural", ya que (en tal caso) Dios sería un producto nuestro, un producto humano.

Por otra parte, si el tema de Dios se piensa desde el concepto de "lo infinito", en tal caso nos imaginamos a Dios como "poder sin fin", "amor sin fin", etc. Pero, si echamos por ese camino, nos metemos sin remedio en un callejón sin salida. Porque entramos en una contradicción insoluble. ¿Cómo conciliar el poder sin límites y el amor sin límites con el problema del mal en el mundo? Si Dios es tan poderoso y es tan bueno, ¿cómo ha hecho (o permite) este mundo tan espantosamente limitado, perverso y sobrecargado de tanto dolor y de tanto sufrimiento?

La solución, que el cristianismo le ha dado a este problema, ha sido la "Encarnación de Dios" ("humanización de Dios") en Jesús. Es decir, en aquel modesto galileo, que fue Jesús de Nazaret, se nos reveló Dios y se nos dio a conocer el mismo Dios. Esto está claramente e insistentemente repetido en el Nuevo Testamento (Jn 1, 18; 10, 38; 14, 9-11; Mt 11, 27; Lc 10, 21-22; Fil 2, 6-7; Col 1, 15; Heb 1, 1-2). Ahora bien, esto nos viene a decir que los humanos no podemos hablar de Dios mediante nuestras ideas, nuestras palabras o nuestros sentimientos, sino mediante nuestra vida, nuestra conducta, nuestro comportamiento. Esto es lo que expresa y lo que explica en quién creemos y en lo que creemos. Nuestra forma de vivir, nuestro proyecto de vida, el paradigma de nuestra conducta, eso es lo que dice cuáles son nuestras verdaderas creencias. Nuestras obras, nuestro proyecto de vida es el que le dice a la gente en qué y en quién creemos de verdad. Jesús mismo lo dijo con toda claridad: "Si no creéis en mí, creed en mis obras" (Jn 10, 38). Las "obras", en el evangelio de Juan, y los "frutos", en los sinópticos, es decir, la conducta, el proyecto de vida, eso es lo que revela en qué es en lo que cada cual cree de verdad. Por tanto, la forma de vida y el proyecto de vida de cada cual, eso (y nada más que eso) es que le dice a la gente en qué y en quién cree cada cual. Eso, y sólo eso, es lo que revela o niega a Dios.

Esto supuesto, lo decisivo es tener muy claro que el paradigma religioso de Jesús fue uno y muy firme: aliviar el sufrimiento de quienes lo pasan mal en la vida. Jesús, por tanto, nos reveló a Dios en el paradigma de la justicia, la rectitud, la honestidad, la bondad, la misericordia, la lucha contra el sufrimiento y, sobre todo, la identificación con quienes lo pasan peor en la vida. Éste es el lenguaje que, según el cristianismo, habla de Dios, nos explica a Dios y nos propone el paradigma que explica a Dios. Es, por decirlo mediante un ejemplo muy sencillo, claro y actual, el paradigma de vida que nos presenta el estilo y la forma de vida del Papa Francisco.

Como ha escrito acertadamente Juan Antonio Estrada, "ante una cultura inhóspita a la religión, hay un refugio en la interioridad, en la meditación, en la conciencia vivencial de lo divino, dejando sin tocar los condicionamientos externos. La crítica moderna ha denunciado las formas religiosas que tienden a la "fuga mundi". El peligro está en refugiarse en un gueto espiritualista, ajeno a la realidad de la sociedad en que se vive" (Las muertes de Dios. Ateísmo y espiritualidad, Madrid, Trotta, 2018, 187-188).

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