Cristo es el cumplimiento de las Escrituras

Evangelio según San Mateo 5,17-19. 

Jesús dijo a sus discípulos: 

«No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. 
Les aseguro que no desaparecerá ni una i ni una coma de la Ley, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se realice. 
El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos.» 

Has venido a darme plenitud

Santo Evangelio según San Mateo 5, 17-19. Miércoles III de Cuaresma

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Jesús, una vez más vengo a rendirme a tus pies. Te agradezco todos los beneficios que de tu mano he recibido y te alabo porque eres simplemente maravilloso.

Aumenta mi fe, ayúdame a creer con firmeza que Tú me amas y que tu amor es más grande que cualquier pecado o falta que yo pudiera cometer.

Aumenta mi confianza, que no tenga nunca miedo de acercarme a Ti con un corazón de niño, que no tiene ni miedo ni vergüenza de abandonarse en los brazos de su Papá.

Te amo, pero ayúdame a darme cuenta de que tu amor por mí es mucho más grande del que puedo si quiera imaginar, y que no depende de lo que ya haga o deje de hacer, pues me amas por lo que soy y no por lo que hago o dejo de hacer.

Gracias, Jesús, ayúdame a saber escuchar tu voz en esta oración y a acoger de todo corazón tu palabra. Amén.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Jesús, hoy en el Evangelio me dices que no has venido a abolir ni la ley ni los profetas, sino que has venido para darles plenitud. ¿Cuál es esa plenitud? La del amor.

Tú sabes perfectamente que no existe una norma más grande para el ser humano que el amor. "Ama y has lo que quieras" decía san Agustín. Una mamá que ama a su hijo no lo hace caminar por un precipicio para ver hasta dónde puede llegar. Si verdaderamente lo ama, le mostrará que no lo deja acercarse al precipicio, no porque quiere fastidiarle la vida, sino porque lo ama y sabe que su vida corre peligro.

Así eres Tú, Jesús, cuando me dices que no has venido a abolir la ley, sino a darle plenitud. No quieres amargarme la vida, sino que quieres que tenga vida, que sea verdadera vida y que la tenga en abundancia.

Ayúdame, amado Jesús, a entender que todo lo que me pides, lo haces únicamente porque me amas y sólo quieres lo mejor para mí. Gracias, porque a veces te preocupas más por mi vida, por mi verdadera felicidad, de lo que yo mismo me ocupo.

Dame la gracia de aprender a ver todo lo que me mandas y pides como una expresión concreta de tu amor, y que mi corazón se ensanche de forma que no sea capaz de negarte nada y, aunque lo haga por mi debilidad, que sea consciente que en tus brazos siempre podré encontrar a quien me ama y me perdona y me quiere dar la plenitud y felicidad que tanto anhelo.

Dentro de nosotros y en la creación -porque vamos juntos hacia la gloria- hay una fuerza que se desencadena: está el Espíritu Santo. Que nos da la esperanza. Y vivir en esperanza es dejar que estas fuerzas del Espíritu vayan adelante y nos ayuden a crecer hacia esta plenitud que nos espera en la gloria.

(Homilía de S.S. Francisco, 31 de octubre de 2017, en santa Marta).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy haré una visita a Jesús Eucaristía para agradecerle la plenitud que Él ha venido a traerme.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Santas Perpetua y Felicidad, mártires

Memoria de santa Perpetua y santa Felicidad, mártires, que en tiempo del emperador Septimio Severo fueron detenidas en Cartago, junto con otros catecúmenos. Perpetua, matrona de unos veinte años, era madre de un niño aún lactante, mientras que Felicidad, su esclava, estaba entonces embarazada, por lo cual, según las leyes, no podía ser torturada hasta que diese a luz. Llegado el momento, en medio de los dolores del parto se alegró de ser expuesta a las fieras, y así, con rostro alegre, pasaron las dos de la cárcel al anfiteatro, como partiendo hacia el cielo.

Aunque los elogios de Perpetua y Felicidad, que se celebran litúrgicamente, están separados de los del resto del grupo, la hagiografía es, naturalmente, para todos ellos: Perpetua, Felicidad, Sátiro, Saturnino, Revocato y Secundino.

Las actas del martirio de santa Perpetua, santa Felicitas y sus compañeros, constituye uno de los más grandes tesoros hagiológicos que han llegado hasta nosotros. En el siglo IV, se acostumbraba leer públicamente esas actas en las iglesias de África. El pueblo les profesaba una estima tan grande, que san Agustín se vio obligado a publicar una protesta para evitar que se las considerara en plano de igualdad con la Sagrada Escritura. Se trata de un documento puramente humano, como es natural, pero que conserva en forma singularmente vivida las palabras de las dos mártires.

Durante la persecución emprendida por el emperador Severo, fueron arrestados en Cartago cinco catecúmenos, el año 205. Eran éstos Revocato, Felicitas (su compañera de esclavitud, que estaba embarazada desde hacía varios meses) Saturnino, Secundino y Vibia Perpetua. Esta última tenía veintidós años de edad, era esposa de un hombre de buena posición y madre de un pequeñín. Sus padres y dos de sus hermanos vivían aún, en tanto que el tercero de sus hermanos llamado Dinócrates, había muerto a los siete años de edad. A estos cinco prisioneros se unió Sátiro, quien les había instruido en la fe y se negó a abandonarles. El padre de Perpetua, de quien ella era la hija predilecta, era un pagano ya bastante entrado en edad; su madre era probablemente cristiana, lo mismo que uno de sus hermanos, y el otro era todavía catecúmeno. Los prisioneros fueron puestos bajo vigilancia en una casa particular. Perpetua narra así sus sufrimientos: «Yo estaba todavía con mis compañeros. Mi padre, que me quería mucho, trataba de darme razones para debilitar mi fe y apartarme de mi propósito. Yo le respondí: 

-Padre, ¿no ves ese cántaro o jarro, o como quieras llamarlo?... ¿Acaso puedes llamarlo con un nombre que no lo designe por lo que es?
-No, replicó él.
-Pues tampoco yo puedo llamarme por un nombre que no signifique lo que soy: cristiana.

Al oír la palabra 'cristiana', mi padre se lanzó sobre mí y trató de arrancarme los ojos, pero sólo me golpeó un poco, pues mis compañeros le detuvieron... Yo di gracias a Dios por el descanso de no ver a mi padre durante algún tiempo... En esos días recibí el bautismo y el Espíritu me movió a no pedir más que la gracia de soportar el martirio. Al poco tiempo, nos trasladaron a una prisión, donde yo tuve mucho miedo, pues nunca había vivido en tal oscuridad. ¡Qué horrible día! El calor era insoportable, pues la prisión estaba llena. Los soldados nos trataban brutalmente. Para colmo de males, yo tenía ya dolores de vientre. Entonces Tercio y Pomponio, los dos santos diáconos que nos llevaban los sacramentos, pagaron a los soldados para que nos trasladasen, durante algunas horas, a un rincón menos malo de la prisión y nos diesen algún alivio. Todos los hombres se alejaron un poco y yo amamante a mi hijito, que estaba muy débil por falta de alimento. Manifesté a mi madre la pena que esto me causaba, alenté a mi hermano y encargué a los dos que cuidaran a mi hijito. Me daba mucha pena verlos sufrir por mí. Durante varios días estuve muy abatida; por fin conseguí que me permitiesen que mi niño se quedase conmigo en la prisión; esto me quitó la principal de mis preocupaciones, con lo cual recobré inmediatamente la salud, de suerte que la cárcel empezó a parecerme un palacio, en el que estaba yo más feliz que en cualquier otra parte.

«Mi hermano me dijo un día: 
-Hermana, ahora gozas de gran favor en el cielo; pide a Dios que te dé a conocer si te espera el martirio o la libertad.
Yo sabía que Dios no podía dejar de escucharme porque yo sufría por su causa y le dije, llena de confianza:
-Mañana te daré la respuesta de Dios, Hermano.
Oré, pues, a Dios, y su respuesta fue la siguiente: Vi una escalera de oro, extraordinariamente larga, que ascendía hasta el cielo, pero tan estrecha, que solo una persona podía subir. A ambos lados había toda clase de armas colgadas: espadas, lanzas, garfios, puñales. Se hallaban dispuestas de tal modo, que quien subía descuidadamente, sin mirar hacia arriba, recibía inmediatamente una multitud de heridas. Al pie de la escalera había un inmenso dragón, que acechaba a los qué querían subir y trataba de impedirles que lo hicieran. El primero en subir fue Sátiro, quien se había entregado espontáneamente por nosotros, pues él nos había instruido en la fe y se hallaba ausente en el momento en el que nos hicieron prisioneros. Al llegar a lo alto de la escalera, Sátiro se volvió y me dijo: 

-Perpetua, aquí te espero; pero cuídate de que no te muerda el dragón.
Yo le respondí:
-En el nombre de Jesucristo, no me morderá.
Al punto, el dragón apartó su cabeza, como si me tuviese miedo, y la colocó sobre el primer escalón, de suerte que para dar el primer paso tuve que pisarle la frente. Seguí subiendo y vi un gran jardín, en cuyo centro se hallaba un hombre alto y de cabello blanco, vestido de pastor, ordeñando sus ovejas; alrededor había millares de personas vestidas de blanco. El hombre levantó la cabeza, fijó en mí sus ojos y me dijo: 'Bienvenida, hija mía'. Y me llamó y me dio unos quesos; yo los tomé en mis manos y me los comí; y todos los que nos rodeaban decían 'Amén'. Desperté al oír esa palabra y mi boca tenía todavía un aroma muy agradable. Inmediatamente conté lo sucedido a mi hermano y ambos comprendimos que nos esperaba el martirio y renunciamos a toda esperanza de este mundo.

«Poco después corrió el rumor de que nos iban a juzgar. Mi padre vino desde la ciudad, muy angustiado, con el intento de apartarme de mi resolución. Me dijo: '¡Hija mía; apiádate de mis canas! Ten piedad de tu padre, si es que soy digno de que me llames padre; apiádate de mí que te he educado y te he preferido siempre a tus hermanos. No tienes nada que reprocharme. Piensa en tu madre y en la hermana de tu madre; piensa sobre todo en tu hijo, que no podrá sobrevivirte. Depón tu orgullo y no nos arruines, pues jamás podremos volver a hablar como hombres libres, si te sucede algo'. Así habló mi padre, lleno de amor por mí, besando mis manos y arrodillado delante de mí; estaba tan conmovido, que ya no me decía 'hija' sino 'señora'. Esto me hizo sufrir, pues comprendía que mi padre sería el único de los míos que no se regocijaría de mi martirio. Le consolé como pude, diciéndole: 'Las cosas sucederán como Dios lo disponga, pues estamos en sus manos y no en las nuestras'. Y mi padre partió muy angustiado. Otro día, cuando estábamos comiendo, nos llamaron súbitamente a juicio y nos condujeron a la plaza del mercado. La noticia se había extendido rápidamente y había acudido una enorme multitud. Nos colocaron en una plataforma frente al juez, que era Hilariano, el procurador de la provincia, pues el procónsul acababa de morir. Todos los que fueron juzgados antes de mí confesaron la fe. Cuando me llegó el turno, mi padre se aproximó con mi hijo en brazos y, haciéndome bajar de la plataforma, me suplicó:

-Apiádate de tu hijo.
El presidente Hilariano se unió a los ruegos de mi padre, diciéndome:Perpetua y Felicidad

-Apiádate de las canas de tu padre y de la tierna infancia de tu hijo. Ofrece sacrificios por la prosperidad de los emperadores.
Yo respondí:
-¡No!
-¿Eres cristiana? -me preguntó Hilariano, y yo contesté:
-Sí, soy cristiana.

Como mi padre persistiese en tratar de apartarme de mi resolución, Hilariano mandó que le echasen fuera y los soldados le golpearon con un bastón. Eso me dolió como si me hubiesen golpeado a mí, pues era horrible ver que maltrataran a mi padre anciano. Entonces el juez nos condenó a todos a las fieras y volvimos llenos de gozo a la prisión. Como mi hijo estaba acostumbrado al pecho, rogué a Pomponio que le trajese a la prisión, pero mi padre se negó a dejarle venir. Pero Dios dispuso las cosas de suerte que mi hijo no extrañó el pecho y a mí no me hizo sufrir la leche de mis pechos.»

Según parece, Secundino había muerto en la prisión antes del juicio. Antes de dictar la sentencia, Hilariano había mandado azotar a Revocato y Saturnino y abofetear a Perpetua y Felicitas. Se reservó a los mártires para los espectáculos que se iban a ofrecer a los soldados durante las fiestas de Geta, a quien su padre, Severo, había nombrado César cuatro años antes, en tanto que había nombrado Augusto a su hijo Caracala.

Santa Perpetua relata así otra de sus visiones: «Pocos días después, mientras estaba yo orando, se me escapó el nombre de Dinócrates. La cosa me sorprendió mucho, pues yo no estaba pensando en él. Al punto comprendí que debía orar por él y así lo hice con gran fervor e insistencia. Esa misma noche tuve una visión. Vi a Dinócrates salir, sudoroso y sediento, de un sitio muy oscuro en el que había muchas personas; en su pálido rostro se veía la herida que tenía al morir. Dinócrates era mi hermano según la carne y había muerto a los siete años, consumido por una terrible gangrena facial. Por él estaba yo orando; pero entre los dos había un gran abismo, de modo que no podíamos aproximarnos. Cerca de él había una fuente; pero el borde era bastante alto, de suerte que Dinócrates tuvo que ponerse de puntas para poder beber. Pero ni en esa forma logró alcanzar el agua, porque el borde era demasiado alto para él; al despertarme, comprendí que mi hermano se hallaba en un sitio de sufrimientos. Sin embargo, sentí una gran confianza en que podía ayudarle y pedí a Dios por él hasta el día en que nos trasladaron a la prisión del cuartel, pues estábamos destinados a luchar con las fieras, durante las fiestas que iban a celebrarse en el cuartel en honor del cesar Geta. Yo seguí pidiendo día y noche por mi hermano, con muchas lágrimas. Cuando se acercaba el día del martirio tuve una visión. Vi el mismo sitio en que antes se hallaba mi hermano, pero ahora estaba lleno de luz. Dinócrates estaba limpio, bien vestido y muy fresco; donde antes estaba la herida del rostro, sólo había ahora una cicatriz; y el borde de la fuente le quedaba ahora a la altura del pecho; el agua brotaba constantemente y sobre el borde había una vasija de oro llena de agua. Dinócrates se acercó y empezó a beber y el agua de la vasija no se agotaba. Dinócrates bebió hasta saciarse y después se alejó, jugando como un niño. Yo desperté, segura de que ya no sufría.

«Unos cuantos días después, Pudente, el jefe de la prisión, empezó a mostrarnos cierta consideración y a permitir que nos visitasen, pues se había dado cuenta de nuestro gran poder. Poco antes del día de las fiestas, mi padre vino a verme, abrumado de dolor, y comenzó a mesarse la barba, a echarse al suelo a maldecir su ancianidad y a decir cosas que habrían conmovido al más duro de los hombres. Yo sentí una gran compasión por él.

«La víspera del día del martirio tuve otra visión. Vi al diácono Pomponio aproximarse y llamar estruendosamente a la puerta de la prisión. Fui a abrirle y le encontré vestido con una túnica sin ceñidor y calzado con unos zapatos muy extraños. Pomponio me dijo: 'Perpetua, te estamos esperando; ven conmigo'. Entonces me tomó por la mano y echamos a andar penosamente por un sendero áspero y desagradable, hasta que llegamos al anfiteatro. Pomponio me condujo hasta el centro del circo y me dijo: 'No tengas miedo; yo estoy contigo y sufriré contigo'. Después se alejó. Yo levanté los ojos y vi una inmensa multitud. Como yo sabía que estaba condenada a las fieras, me extrañó no ver ninguna en la arena. Entonces apareció un desagradable egipcio con sus servidores para luchar contra mí. Pero al mismo tiempo, apareció una tropa de jóvenes que venían a defenderme. Cambiaron mis vestidos por los de un hombre y me ungieron con aceite para el combate; y vi que el egipcio mordía el polvo delante de mí. Entonces apareció un hombre tan alto, que su cabeza sobresalía por encima del anfiteatro; estaba vestido con una túnica de púrpura sin ceñidor y en el centro de su pecho colgaban dos listones; sus sandalias estaban curiosamente tejidas con oro y plata; tenía un bastón como el de los jefes de los atletas y en las manos llevaba una bandeja verde con manzanas de oro. Ordenó a la multitud que se callara y dijo: 'Si el egipcio vence a Perpetua, tendrá derecho a decapitarla con la espada; y si Perpetua vence al egipcio, recibirá en premio esta bandeja'. Después de decir esto, se retiró. Y el egipcio y yo empezamos a golpearnos. El egipcio trataba de tomarme por los pies, pero yo no dejaba de golpearle el rostro con los talones; y empecé a volar y a darle golpes por arriba. Viendo que la lucha iba decayendo, me froté las manos. Logré tomarle la cabeza y hacerle caer de bruces; entonces puse el pie sobre su rostro. La multitud lanzó grandes gritos, en tanto que mis acompañantes cantaban salmos. Y yo me acerqué al jefe de los atletas, quien me entregó la charola, me besó y me dijo: 'La paz sea contigo, hija mía'. Y yo me aproximé triunfalmente a la Puerta de la vida. ["Porta sanavivaria", ver el penúltimo párrafo de este artículo.] En ese mismo instante desperté. Entonces comprendí que mi combate no iba a ser contra las fieras, sino contra el demonio, pero que yo saldría victoriosa. Esto lo escribí hasta la víspera de los juegos; lo que suceda en los juegos lo escribirá quien se sienta llamado a ello.»

San Sátiro nos dejó también escrita una visión que tuvo. Los ángeles le condujeron junto con sus compañeros a un hermoso huerto, donde encontraron a los mártires Jocundo, Saturnino y Artaxio, que habían perecido recientemente en la hoguera, y a Quinto, que había muerto en la prisión. Después los llevaron los ángeles a un palacio luminoso, donde se hallaba sentado un anciano de cabellos blancos y rostro de joven, «cuyos pies no veíamos»; a derecha e izquierda del Anciano estaban otros muchos ancianos que cantaban al unísono: «Santo, Santo, Santo». Sátiro y sus compañeros se detuvieron ante el trono; «besamos al Anciano, quien pasó su mano sobre nuestros rostros». [Cfr. Apocalipsis 7,17: «Y Dios secará las lágrimas de sus ojos.»] «Y los otros ancianos nos dijeron: 'Levantaos'.

Y nos levantamos y les dimos el beso de la paz. Entonces los ancianos nos dijeron: 'Id a luchar'. Sátiro dijo a Perpetua: 'Ya tienes todo lo que puedes desear'. Perpetua replicó: 'Alabado sea Dios, que me dio la felicidad en el mundo y me ha dado aquí una felicidad todavía mayor'.» Sátiro añade que al salir, encontraron delante de la puerta a su obispo Optato y a un sacerdote llamado Aspasio, que estaban solos y tristes. Ambos se postraron a los pies de los mártires y les rogaron que les reconciliasen, pues habían tenido un pleito. Cuando Perpetua se hallaba conversando con ellos, «bajo un árbol de rosas», los ángeles ordenaron a los dos clérigos que se reconciliasen y dijeron a Optato que acabase con los partidos en su iglesia. Sátiro añade: «Entonces empezamos a reconocer a muchos mártires y nos dio fuerza un perfume indescriptible y delicioso. Desperté con el alma llena de gozo».

Probablemente un testigo presencial completó las actas. Felicitas tenía miedo de que se la privase del martirio, porque generalmente no se condenaba a la pena capital a las mujeres embarazadas. Todos los mártires oraron por ella y así dio a luz a una hija en la prisión; uno de los cristianos adoptó a la niña. El alcalde de la prisión, temiendo que los cautivos empleasen algún conjuro mágico para escapar, les trataba rudamente y había prohibido todas las visitas; pero Perpetua habló con él y a raíz de esa conversación, empezó a tratar mejor a los prisioneros y permitió que recibiesen la visita de algunos de sus amigos. Por otra parte, el carcelero Pudente, «que había llegado a la fe», hacía cuanto podía por los mártires. La víspera del martirio se les ofreció, según la costumbre, una comida pública llamada «la fiesta gratuita»; los prisioneros se esforzaron por convertirla en un ágape o «fiesta de amor» y hablaron a todos del juicio de Dios y del gozo con que iban al martirio. Su valor asombró a los paganos y produjo numerosas conversiones.

El día del martirio, los prisioneros salieron de la cárcel como si fuesen al cielo. Abrían la marcha los hombres; detrás de ellos iba Perpetua «cuyos ojos brillaban de tal modo, que hacían bajar las miradas de los circunstantes», junto con Felicitas, «la cual se sentía muy dichosa al pasar de manos de la partera a las del verdugo para recibir, después de sus dolores, la purificación de un segundo martirio». A las puertas del anfiteatro, los guardias intentaron hacer que los hombres revistiesen las túnicas de los sacerdotes de Saturno y las mujeres el vestido consagrado a Ceres; pero Perpetua se resistió tan vigorosamente, que los guardias acabaron por dejarles entrar en la arena con sus propios vestidos. La multitud, furiosa al ver la valentía de los mártires, pidió a gritos que les azotaran; así pues, cada uno de ellos recibió un latigazo al pasar frente a los gladiadores. Saturnino había pedido que le echasen encima diferentes fieras para que su corona fuese más gloriosa; de acuerdo con su deseo, él y Revocato tuvieron que hacer frente primero a un leopardo y luego a un oso. Por su parte, Sátiro, que tenía mucho miedo a los osos, hubiese querido que un leopardo acabase rápidamente con él. Le echaron un jabalí, que se volvió contra el domanor y le mordió, de suerte que éste murió pocos días después, en cambio, a Sátiro sólo le arrastró por la arena. Entonces los guardias ataron al mártir y le pusieron frente a un oso; pero éste no quiso salir de su jaula y hubo que dejar el martirio de Sátiro para más tarde. Esto le proporcionó la oportunidad de hablar con Pudente, el carcelero, que se había convertido. Sátiro le animó, diciéndole:

-Ya ves que, como lo había yo deseado y predicho, ninguna fiera se ha atrevido a tocarme. Cree firmemente. Mira: la próxima vez me van a echar a un leopardo que acabará conmigo de una sola mordida.
Así sucedió; un leopardo saltó sobre él y le dejó cubierto de sangre en un instante. La multitud daba alaridos y gritaba: '¡Ahora sí está bien bautizado!' El mártir, ya agonizante, dijo a Pudente:
-¡Adiós! Conserva la fe, acuérdate de mí, y que esto sirva para confirmarte y no para confundirte.
Y, tomando el anillo del carcelero, lo mojó en su propia sangre, lo devolvió a Pudente y murió. Así fue a esperar a Perpetua, como ésta lo había predicho.

Perpetua y Felicitas fueron arrojadas a una vaca salvaje. La fiera atacó primero a Perpetua, quien cayó de espaldas; pero la mártir se sentó inmediatamente, se cubrió con su túnica desgarrada y se arregló un poco los cabellos para que la multitud no creyese que tenía miedo. Después fue a reunirse con Felicitas, que yacía también por tierra. Juntas esperaron el siguiente ataque de la fiera; pero la multitud gritó que con eso bastaba; los guardias las hicieron salir por la Puerta Sanavivaria, que era por donde salían los gladiadores victoriosos. Al pasar por ahí, Perpetua volvió en sí de una especie de éxtasis preguntó si pronto iba a enfrentarse a las fieras. Cuando le dijeron lo que había sucedido, la santa no podía creerlo, hasta que vio sobre su cuerpo y sus vestidos las señales de la lucha. Entonces llamó a su hermano y al catecúmeno Rústico y les dijo: 
-Permaneced firmes en la fe y guardad la caridad entre vosotros; no dejéis que los sufrimientos se conviertan en piedra de escándalo.

Entre tanto, la veleidosa muchedumbre pidió que las mártires compareciesen nuevamente; así se hizo, con gran gozo de las dos santas. Después de haberse dado el beso de paz, Felicitas fue decapitada por los gladiadores. El verdugo de Perpetua, que estaba muy nervioso, erró el primer golpe, arrancando un grito a la mártir; ella misma tendió el cuello para el segundo golpe, «Tal vez porque una mujer tan grande... sólo podía morir voluntariamente».

En 1907, el P. Delattre descubrió y restauró una antigua inscripción en la basílica Majorum de Cartago. En dicha basílica habían sido enterrados los cuerpos de los mártires, según lo dice expresamente Víctor Vítense, un obispo africano del siglo V que había visitado la tumba. El contenido de la inscripción es el siguiente: «Aquí reposan los mártires Sátiro, Saturnino, Revocato, Secundino, Felicitas y Perpetua, quienes sufrieron en las nonas de marzo». Sin embargo, no es posible afirmar con toda certeza que esa inscripción sea precisamente la de la losa sepulcral de los mártires. Estos mártires aparecen en todos los calendarios y martirologios antiguos, como por ejemplo en el calendario filocaliano de Roma (354 d.C.) y en el calendario sirio, redactado probablemente en Antioquía, a fines del siglo IV.

Armitage Robinson, Texts and Studies, vol. I, pte. 2.  R. W. Muncey, The Passion of St. Perpetua, (1927), y E. C. E.Owen, Some Acts of the Early Martyrs (1927). W. H. Shewring, The Passion of Perpetua and Felicity (1931). Delehaye. Les Passions des martyrs et les genres littéraires (1921), pp. 63-72, Cf. Monceaux, Histoire Littéraire de l´Afrique chrétienne I, pp. 70-96, y A. J. Masón, Historie Martyrs, (1905), pp. 77-106. 

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

Señor, tus santas mártires Perpetua y Felicidad, a instancias de tu amor, pudieron resistir al que las perseguía y superar el suplicio de la muerte; concédenos, por su intercesión, crecer constantemente en nuestro amor a ti. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén

San Hilario (c. 315-367), obispo de Poitiers y doctor de la Iglesia 
Cometario al evangelio de Mateo, 4, 14-15; PL 9, 936-937

Cristo es el cumplimiento de las Escrituras

«No he venido a abolir, sino a dar plenitud». La fuerza y el poder de estas palabras del Hijo de Dios encierran un profundo misterio.

En efecto, la Ley prescribía unas obras, pero ésta orientaba todas estas obras hacia la fe en las realidades que Cristo manifestaría, porque la enseñanza y la Pasión del Salvador nos revelan el designio grande y misterioso de la voluntad del Padre. La Ley, bajo el velo de las palabras inspiradas, anunció el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, su encarnación, su Pasión, su resurrección; tanto los profetas como los apóstoles nos han enseñado repetidas veces que, desde toda la eternidad, estaba dispuesto que todo el misterio de Cristo sería revelado en nuestro tiempo...

Cristo no quiso que pensáramos que sus mismas obras contenían otra cosa que no fueran las prescripciones de la Ley. Por eso él mismo afirmó: «No he venido a abolir, sino a dar plenitud». El cielo y la tierra... deben desaparecer, pero no desaparecerá ni el más mínimo mandamiento de la Ley porque en Cristo toda la Ley y los profetas encuentran su fin y plenitud. Él mismo en el momento de la Pasión declaró: «Todo se ha cumplido» (Jn 19,30). En aquel momento se confirmaron todas las palabras de los profetas. 

Por eso Cristo afirma que ni tan sólo el más pequeño de los mandamientos de Dios puede ser abolido sin ofender a Dios... Nada puede ser más humilde que la cosa más pequeña. Y la más humilde de todas ha sido la Pasión del Señor y su muerte en cruz.

Saber que Dios está con nosotros

Miércoles tercera semana Cuaresma. El Señor ha querido venir a nuestra vida, es una presencia viva.

“Yo les aseguro que antes se acabarán el cielo y la tierra, que deje de cumplirse hasta la más pequeña letra o coma de la ley”. Jesucristo cumple siempre lo que promete. El esfuerzo, el interés y la búsqueda que Cristo realiza en nuestra alma es algo que Él hace en todo momento. No pasará el cielo y la tierra sin que se cumpla lo que Dios nuestro Señor tiene planeado para cada uno de nosotros. Esto tiene que dar a cada uno de nuestros corazones una gran tranquilidad, una gran paz. Tiene que darnos la tranquilidad y la paz de quien sabe que Dios está apoyándole, de quien sabe que Dios está buscándole, de quien sabe que Dios está a su lado.

Hay veces que los caminos de nuestro Señor pueden ser difíciles de seguir. Cuántas veces nos preguntamos: ¿por qué el Señor nos lleva por este camino, por qué el Señor nos conduce por este sendero? Cristo vuelve a repetirnos que Él es la garantía. Su Palabra misma es la garantía de que efectivamente Él va a estar con nosotros: “No pasará el cielo y la tierra”.

Cuántas veces, cuando nosotros vamos en el camino de nuestra existencia cristiana, podríamos encontrarnos con dudas y obscuridades. La Escritura habla del pueblo que está a punto de entrar a la tierra prometida, y en el momento en que va a entrar, Dios le vuelve a decir lo mismo: Yo voy a entrar contigo. Yo voy a estar contigo a través de los Mandamientos, a través de tu vida interior, a través de la iluminación.

Nosotros tenemos también que encontrar que Dios está con nosotros, que el Señor ha querido venir a nuestra vida, ha querido venir a nuestra alma, ha querido encontrarse con nosotros. Su presencia es una presencia viva. Y el testimonio espiritual de cada uno de nosotros habla clarísimamente de la presencia viva de Dios en nosotros, de la búsqueda que Dios ha hecho de nosotros, de cómo el Señor, de una forma o de otra, a través de los misteriosos caminos de su Providencia, nos ha ido acompañando, nos ha ido siguiendo. Si el Señor hubiera actuado como actuamos los hombres, ¡cuánto tiempo hace que estaríamos alejados de Él! Dios actúa buscándonos, Dios actúa estando presente, porque sus palabras no van a pasar.

¿Tengo yo esta confianza? ¿Mi alma, que en todo momento, de una forma o de otra, está iluminada por el Espíritu Santo para que cambie, para que se transforme, para que se convierta, está encontrando esa confianza en Dios, está poniendo a Cristo como garantía? ¿No nos estaremos poniendo a nosotros mismos como garantía de lo que Dios va a hacer en nuestra vida y que vemos muy claro lo que hay que cambiar, pero como garantía nos ponemos a nosotros mismos, con el riesgo —porque ya nos ha pasado muchas otras veces—, de volver a caer en la misma situación?

Aprendamos a ponernos en las manos de Dios. Aprendamos a confiar en la garantía que Cristo nos dé, pero, al mismo tiempo, aprendamos también a corresponder a nuestro Señor.

“El que quebranta uno de estos preceptos menores y los enseña así a los hombres, será el menor en el Reino de los Cielos”. La responsabilidad de escuchar la Palabra de Dios hasta en las más pequeñas cosas, es una responsabilidad muy grande que el Señor ha querido depositar sobre nuestros hombros, dentro de nuestra concreta vocación cristiana. El Señor es muy claro y dice que no podemos darnos el lujo ni de quebrantar, ni de enseñar mal los preceptos, incluso los menores. Así como la garantía que Él nos da es una garantía de cara a la perfección cristiana, Él también quiere que nuestra correspondencia sea de cara a la perfección cristiana. El Señor nos llama a la perfección.

Vamos a pedirle al Señor que nos ayude a escucharlo, a tenerlo a nuestro lado, a tenerlo como garante de nuestros propósitos y de nuestras luchas. Pero, al mismo tiempo, vamos a pedirle que nos ayude a corresponder hasta en los preceptos menores. Que no haya nada que nos aparte del amor de Jesucristo. Que no haya nada que nos impida ser grandes en el Reino de los Cielos, que no es otra cosa sino tener en nuestra alma el amor vivo de nuestro Señor, de ser capaces de tenerlo siempre muy cerca a Él, y al mismo tiempo, de ser profundamente entregados a todo lo que Él nos va pidiendo.

Perpetua y Felicidad, Santas

Memoria Litúrgica, 7 de marzo

Mártires en Cartago

Martirologio Romano: Memoria de las santas mártires Perpetua y Felicidad, que bajo el emperador Septimio Severo fueron detenidas en Cartago junto con otros adolescentes catecúmenos. Perpetua, matrona de unos veinte años, era madre de un niño de pecho, y Felicidad, su sierva, estaba entonces embarazada, por lo cual, según las leyes no podía ser martirizada hasta que diese a luz, y al llegar el momento, en medio de los dolores del parto se alegraba de ser expuesta a las fieras, y de la cárcel las dos pasaron al anfiteatro con rostro alegre, como si fueran hacia el cielo ( 203).

Patronazgo: de las madres, de las madres embarazadas que dan a luz en condiciones difíciles (Felicidad), de las madres lactantes (Perpetua)

Etimológicamente: Perpetua = Aquella que siempre ayuda a los demás, es de origen latino.
Etimológicamente: Felicidad = Aquella a quien la suerte le acompaña, es de origen latino.

Breve Biografía

Vibia Perpetua, una joven madre de 22 años, escribió en prisión el diario de su arresto, de las visitas que recibía, de las visiones y de los sueños, y siguió escribiendo hasta la víspera del suplicio. “Nos echaron a la cárcel –escribe– y quedé consternada, porque nunca me había encontrado en lugar tan oscuro. Apretujados, nos sentíamos sofocar por el calor, pues los soldados no tenían ninguna consideración con nosotros”. Perpetua era una mujer de familia noble y había nacido en Cartago; con ella fueron encarcelados Saturnino, Revocato, Secóndulo y Felicidad, que era una joven esclava de la familia de Perpetua, todos catecúmenos.

A los cinco se unió su catequista Saturno y, gracias a él, todos pudieron recibir el bautismo antes de ser echados a las fieras y decapitados en el circo de Cartago, el 7 de marzo del año 203. Felicidad estaba para dar a luz a su hijo y rezaba para que el parto llegara pronto para poder unirse a sus compañeros de martirio. Y así sucedió, el niño nació dos días antes de la fecha establecida para el inhumano espectáculo en el circo: fue un parto muy doloroso, y cuando un soldado comenzó a burlarse: “¿Cómo te lamentarás entonces cuando te estén destrozando las fieras?” Felicidad replicó llena de fe y de dignidad: “¡Ahora soy yo quien sufro; en cambio, lo que voy a padecer no lo padeceré yo, sino que lo sufrirá Jesús por mí!”.

Ser cristianos en esa época de fe y de sangre constituía un riesgo cotidiano: el riesgo de terminar en un circo, como pasto para las fieras y ante la morbosa curiosidad de la muchedumbre. Perpetua tenía un hijito de pocos meses. Su padre, que era pagano, le suplicaba, se humillaba, le recordaba sus deberes para con la tierna criatura. Bastaba una palabra de abjuración y ella regresaría a casa. Pero Perpetua, llorando, repetía: “No puedo, soy cristiana”.

Los escritos de Perpetua formaron un libro que se llama Pasión de Perpetua y Felicidad, que después completó otra mano, tal vez la de Tertuliano, que narró cómo las dos mujeres fueron echadas a una vaca brava que las corneó bárbaramente antes de ser decapitadas. La frescura de esas páginas ha llenado de admiración y conmoción a enteras generaciones. Precisamente los hermanos en la fe fueron quienes pidieron a Perpetua que escribiera esos apuntes para dejar a todos los cristianos por escrito un testimonio de edificación.

Nuestras santas son representadas normalmente en la arena, embestidas por una vaca, algunas veces abrazándose para darse fuezas y en otras dándose el beso de la paz, estas representaciones han sido mal interpretadas en la actualidad por algunos colectivos con opiniones sesgadas sobre la amistad, con intención explícita de hacerlas símbolo de algo que no fueron: amantes.

Oración
Señor y Dios nuestro,
las santas mártires Perpetua y Felicidad,
movidas por tu amor,
vencieron los tormentos y la muerte
y superaron la furia del perseguidor,
concédenos, por su intercesión,
crecer siempre en ese mismo amor divino.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo
que contigo y el Espíritu Santo vive y reina en unidad,
y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.

"EL DEPORTE PUEDE TENDER PUENTES ENTRE PAÍSES EN CONFLICTO Y CONTRIBUIR A LA PAZ"
El Papa advierte a fieles y curas: "La misa no se paga. Es el sacrificio de Cristo que es gratuito"
Invita a "hacer de toda nuestra vida una eucaristía, es decir, una acción de gracias"

El Papa, en el aula Pablo VI

Los deportistas paralímpicos son ejemplos de constancia y de tenacidad y de no dejarse vencer por los límites

(José M. Vidal).- Audiencia papal en el aula Pablo VI. Francisco sigue explicando las partes de la misa. En esta ocasión, la plegaria eucarística. El Papa reitera, para recuerdo de curas y fieles, que "la misa no se paga". En los saludos, recuerda los Juegos Paralímpicos de Corea, que "pueden tender puentes y contribuir a la paz" y pone a los atletas paralímpicos como "ejemplos de superación de límites"

Algunas frases de la catequesis del Papa

"Varias fórmulas de plegaria eucarística, todas bellísimas"

"El prefacio, una acción de gracias por el don de Dios"

"Concluye con la aclamación del santo"

"Es bello cantar el santo, santo, santo es el Señor"

"Para alabar y glorificar a Dios, para que, con su potencia, consagre el pan y el vino"

"Éste es mi cuerpo y ésta es mi sangre. Es Jesús mismo que hizo esto"

"Es un acto de fe, pero es el cuerpo y la sangre de Jesús. Es el misterio de la fe"

"La Iglesia ofrece al Padre el sacrificio que reconcilia cielo y tierra"

"La Iglesia quiere unirse a Cristo"

"Nos nutrimos del cuerpo de Cristo"

"Misterio de comunión"

"La Iglesia se une a Cristo y a su intercesión"

"La Iglesia ora. Es bello pensar que la Iglesia ora"

"Cuando Pedro estaba en la cárcel, la comunidad cristiana rezaba ocntinuamente por él"

"Cuando vamos a misa es para hacer una Iglesia que ora" "Nadie es olvidado en la plegaria eucarística" "¿Cuánto debo pagar para que el sacerdote nombre a mi familiar difunto? Nada. ¿Entendido? La misa no se paga. Es el sacrificio de Cristo que es gratuito. La redención es gratuita. Si quieres hacer una oferta, hazla, pero no se paga. Es importante entender esto" "Tres actitudes: Aprender a dar gracias siempre; hacer de nuestra vida un don de amor; y construir la concreta comunión en la Iglesia y con todos" "Hacer de toda nuestra vida una eucaristía, es decir, una acción de gracias"

Texto íntegro del saludo en español Queridos hermanos y hermanas:

Reflexionamos hoy sobre la Plegaria eucarística, oración de acción de gracias y de consagración, que constituye el momento central de la celebración de la Misa. Corresponde a cuanto el Señor mismo realizó en la Ultima Cena, cuando instituyó el sacrificio y convite pascual, por medio del cual el sacrificio de la cruz se hace continuamente presente en la Iglesia.

En esta solemne Plegaria, la Iglesia expresa lo que cumple cuando celebra la Eucaristía, es decir, que todos los fieles se unan con Cristo en el reconocimiento de las grandezas de Dios y en la ofrenda del sacrificio.

En el Misal hay varias fórmulas de Plegaria eucarística, configuradas por diversos elementos característicos: El Prefacio, acción de gracias por los dones de Dios, especialmente por habernos enviado a su Hijo como Salvador, y que se concluye con la aclamación del «Santo». Sigue la Epíclesis, o invocación del Espíritu Santo, que con su acción y la eficacia de las palabras de Cristo, pronunciadas por el sacerdote, hacen realmente presente, bajo las especies del pan y del vino, su Cuerpo y su Sangre, Sacramento de nuestra fe. Se continúa pidiendo a Dios que congregue a todos sus hijos en la perfección del amor, en comunión con toda la Iglesia. Y en la súplica se ruega por todos, vivos y difuntos, en espera de participar en la herencia eterna, junto con la Virgen y todos los santos. En esta Plegaria nadie ni nada se olvida, sino que todo viene reconducido a Dios en Cristo, como proclama la Doxología que la concluye.

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Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los provenientes de España y Latinoamérica. Que el Señor nos conceda hacer de nuestra vida una «eucaristía», que sea acción de gracias, don de amor y de comunión. Muchas gracias.

Saludo en italiano

"Dentro de dos días, se abrirán los Juegos Paralímpicos invernales en Corea del Sur... El deporte puede tender puentes entre países en conflicto y dar una contribución a la paz entre los pueblos...Por medio del deporte se pueden superar las porpias limitaciones...Los deportistas paralímpicos son ejemplos de constancia y de tenacidad y de no dejarse vencer por los límites... Deporte, gran escuela de inclusón""Mi saludo a los Juegos Paralímpicos...que este evento pueda favorecer días de paz y de alegría para todos"

"El próximo viernes, en la basílica de San Pedro, ceremonia penitencial...para experimentar la misericordia de Dios" "Una duda, ne este momento. No ´se quiénes son los más ruidosos: los italianos, los portugueses o los españoles" (Y la gente grita, para hacerse oír en el aula)

¿Quieres que Dios perdone tus pecados?
Papa Francisco: Para ser perdonado debes perdonar a los demás

El Papa Francisco recordó, en la homilía de la Misa celebrada en la Casa Santa Marta este martes 6 de marzo, que Dios siempre perdona los pecados cuando se acude al sacramento de la penitencia, sin embargo, señaló esta condición para que ese perdón sea efectivo: “Para ser perdonado debes perdonar a los demás”.

En la homilía, el Santo Padre reflexionó sobre el perdón. Para ello, recurrió a la primera lectura del día, del Libro de Daniel, en la que se narra cómo Azarías, en medio de las llamas a las que fue arrojado por no haber renegado de Dios, profesa la grandeza del Señor: “No nos abandones para siempre (…), hoy estamos humillados en toda la tierra por causa de nuestros pecados”.

Francisco destacó que Azarías acusa a su propio pueblo de los males que padece: “Acusarnos a nosotros mismos es el primer paso hacia el perdón”.

“Acusarse a sí mismos es parte de la sabiduría cristiana; no acusar a los demás, no… A uno mismo. Yo he pecado. Y cuando nosotros nos acercamos al sacramento de la penitencia debemos tener esto en mente: Dios es grande y nos ha dado muchas cosas, pero lamentablemente he pecado, he ofendido al Señor y pido la salvación”.

En este punto, el Pontífice contó la anécdota de una mujer que en el confesionario contaba los pecados de la suegra, tratando de justificarse, hasta que el sacerdote le dijo: ‘Muy bien, y ahora confiesa tus pecados’.

Confesar los pecados “agrada al Señor, porque el Señor recibe el corazón contrito, porque, como Azarías, ‘no hay confusión para los que en ti confían’, el corazón contrito que dice la verdad al Señor: ‘He hecho esto, Señor. He pecado contra ti’. El Señor les tapa la boca, como el padre al hijo pródigo, no lo deja hablar. Su amor lo cubre. Lo perdona todo”.

Por ello, el Papa Francisco invitó a no avergonzarse en el confesionario a la hora de decir los pecados, porque el Señor nos perdona siempre, aunque hay una condición: “El perdón de Dios es fuerte en nosotros siempre que nosotros perdonemos a los demás”.

“Esto no es fácil –subrayó–, porque el rencor anida en nuestro corazón, y siempre queda esa amargura. En muchas ocasiones llevamos en nosotros un elenco de cosas que me han hecho: ‘Y este me ha hecho aquello, me ha hecho aquello y me ha hecho esto…’”.

Por ello, en conclusión, advirtió contra la esclavitud del odio: “Estas son las dos cosas que nos ayudarán a comprender el camino del perdón: ‘Tú eres grande Señor, pero por desgracia, he pecado’, y ‘sí, te perdono setenta veces siete, a condición de que tú perdones a los demás’”. 

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