«¡Ay de vosotros que abrumáis a la gente con cargas insoportables!»
- 15 Octubre 2014
- 15 Octubre 2014
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Francisco, en Santa Marta
"Jesús condena a las personas de buenas maneras pero de malos hábitos"
Francisco: "Lo que vale es la fe. ¿Cuál fe? Aquella que se ‘vuelve laboriosa por medio de la caridad'"
El Papa arremete contra la "seguridad" totalmente centrada en el "cumplimiento de la ley"
El padre Arrupe relató que había sufrido "una gran humillación", pero dijo que aceptó el dinero "por los pobres de Japón". Y cuando abrió el sobre, encontró diez dólares...
(RV).- ¿La nuestra es una "vida cristiana cosmética, de apariencia o es una vida cristiana con la fe laboriosa en la caridad?". Es la pregunta que planteó el Papa al término de su homilía de la Misa de la mañana, celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta. Francisco afirmó asimismo que la fe "no es sólo rezar el Credo", sino que pide que nos separemos de la avidez y de la concupiscencia para saber dar a los demás, especialmente si son pobres.
La fe - prosiguió diciendo el Santo Padre - no tiene necesidad de aparecer, sino de ser. No tiene necesidad de ser cubierta de cortesías, especialmente si son hipócritas, cuanto de un corazón capaz de amar de modo genuino. Al comentar el Evangelio del día - que presenta al fariseo que se sorprende porque el Maestro no realiza las abluciones prescriptas antes de comer - el Papa repitió que Jesús "condena" ese tipo de "seguridad" totalmente centrada en el "cumplimiento de la ley":
"Jesús condena esta espiritualidad cosmética, aparecer como buenos, bellos,¡pero la verdad adentro es otra cosa! Jesús condena a las personas de buenas maneras pero de malos hábitos, esos hábitos que no se ven pero que se hacen a escondidas. Pero la apariencia es justa: esta gente a la que le gustaba pasear por las plazas, hacerse ver rezando, ‘maquillarse' con un poco de debilidad cuando ayunaba... ¿Por qué el Señor es así? Vean que son dos los adjetivos que usa aquí, pero relacionados:avidez y maldad".
Jesús dirá de ellos "sepulcros blanqueados" en el análogo pasaje del Evangelio de Mateo, remarcando ciertas actitudes que Él define con dureza como "inmundicia", "podredumbre". "Den más bien como limosna todo lo que tienen dentro", es su contrapropuesta. "La limosna - recordó el Papa - ha sido siempre, en la tradición de la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, una vara para medir la justicia". También Pablo, en la Lectura del día, discute con los Gálatas por el mismo motivo, su apego a la ley. Y también el resultado es idéntico, porque como dijo el Papa, "la ley sola no salva":
"Lo que vale es la fe. ¿Cuál fe? Aquella que se ‘vuelve laboriosa por medio de la caridad'. El mismo razonamiento de Jesús al fariseo. Una fe que no es sólo rezar el Credo: todos nosotros creemos en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, en la vida eterna.... ¡Todos creemos! Pero ésta es una fe inmóvil, no activa. Lo que vale en Cristo Jesús es la laboriosidad que viene de la fe, o mejor la fe que se vuelve laboriosa en la cridad, es decir que vuelve a la limosna. Limosna en el sentido más amplio de la palabra: desprenderse de la dictadura del dinero, de la idolatría del dinero. Toda concupiscencia nos aleja de Jesucristo".
El Papa Francisco evocó un episodio de la vida del padre Arrupe, quien fue Prepósito General de la Compañía de Jesús. Un día, una rica señora lo invitó para donar dinero para las misiones de los jesuitas en Japón, para lo cual el padre Arrupe estaba trabajando. La entrega del sobre se produjo prácticamente ante la puerta y delante de periodistas y fotógrafos. El padre Arrupe relató que había sufrido "una gran humillación", pero dijo que aceptó el dinero "por los pobres de Japón". Y cuando abrió el sobre, encontró diez dólares...". Preguntémonos - concluyó el Papa - si la nuestra es "una vida cristiana cosmética, de apariencia o es una vida cristiana con la fe laboriosa en la caridad":
"Jesús nos aconseja esto: ‘No hacer sonar la trompeta'. El segundo consejo: ‘No dar sólo lo que sobra'. Y nos habla de aquella viejita que dio todo lo que tenía para vivir. Y elogia a aquella mujer por haber hecho esto. Y lo ha hecho un poco a escondidas, quizá porque se avergonzaba por no poder dar más".
El Papa, en una sesión sinodal
Francisco logró un diálogo abierto en el que el Pontífice todavía no ha intervenido
El Papa obtiene su primera victoria silenciosa en el Sínodo
Bergoglio logra que los obispos moderen su duro discurso frente a los gays y divorciados
Redacción, 14 de octubre de 2014 a las 17:45
Lombardi recuerda la satisfacción que ha producido la redacción del documento, pese a las críticas de los conservadores
(BBC/Agencias).- Apenas ha transcurrido la mitad del sínodo del Vaticano sobre temas de familia y el papa Francisco ya ha logrado su primera victoria silenciosa. El pontífice convenció a muchos líderes de la Iglesia católica a moderar su duro discurso frente a las uniones homosexuales y admitir que los gays tienen "dones y atributos que ofrecer".
El tono de una posición preliminar redactada en un borrador por 200 obispos -tras una semana de discusiones a puerta cerrada- muestra compasión y entendimiento no solo frente a las uniones de personas del mismo sexo, sino también hacia parejas heterosexuales que viven juntas sin casarse o parejas divorciadas que deciden casarse por segunda vez sin conseguir por parte de la Iglesia la anulación del primer matrimonio. Sin embargo, los obispos dejaron claro que no habrá cambios en las enseñanzas básicas del catolicismo sobre la permanencia del lazo matrimonial e insistieron en que un matrimonio válido sólo puede ser entre un hombre y una mujer. Pero el cambio de énfasis del papa Francisco al concentrarse en los aspectos positivos de la sexualidad humana más que en lo negativo, parece haber ganado terreno entre los obispos que asisten al sínodo. Su predecesor, el papa Benedicto XVI, se refería a las relaciones entre homosexuales como "intrínsecamente desordenadas" en un documento del Vaticano escrito en 1986 cuando Benedicto era el principal consejero en temas teológicos del papa Juan Pablo II. Contrariamente, el papa Francisco dijo a los periodistas el año pasado: "Si una persona busca a Dios y hace el bien, entonces ¿quién soy yo para juzgar?". Las primeras reacciones de grupos católicos defensores de los derechos de los homosexuales en todo el mundo fueron favorables a la discusión planteada en el borrador elaborado en Roma.
La asociación católica Quest, basada en Londres, describió el documento como un "avance" y el grupo católico estadounidense defensor de los derechos de los gays New Ways Ministry, lo definió como un "gran paso hacia adelante".
New Ways Ministry elogió el documento por evitar el "gran pesimismo y fatalidad" que acompañaron previos pronunciamientos del Vaticano sobre la homosexualidad. Grupos católicos conservadores tales como Voz de la Familia, fueron duramente críticos frente al borrador y lo calificaron de "uno de los peores documentos oficiales escritos en la historia de la Iglesia". El propio papa Francisco ha escuchado atentamente las discusiones plenarias durante la primera semana del sínodo sin hacer todavía una importante intervención. Al inicio de la reunión, le dijo a los obispos no temer a la hora de hablar honestamente y de manera abierta y no preocuparse de decir cosas que podrían molestarlo. La mayoría de ellos está de acuerdo con su actitud más compasiva frente a las parejas que encuentran difíciles de aceptar las enseñanzas del catolicismo sobre algunos aspectos de la familia, como por ejemplo los métodos anticonceptivos artificiales. Tras un año de discusiones amplias dentro de la Iglesia, el sínodo reconvendrá en Roma en octubre de 2015 para finalizar sus recomendaciones sobre posibles cambios en la disciplina de la Iglesia. El Papa tendrá la facultad de aceptarlos o rechazarlos. El sínodo es, de hecho, un cuerpo consejero sin poderes legislativos dentro de la Iglesia. El papa Francisco ha dicho que quisiera compartir más el gobierno de la Iglesia y ya ha hecho cambios sobre las reglas de debate para permitir más discusiones abiertas y menos discursos llenos de formalidades.
La secretaria general del Sínodo, tras las reacciones y discusiones surgidas después de la publicación de la Relatio post disceptationem, ha reiterado que el citado texto es un documento de trabajo, que resume las intervenciones y el debate de la primera semana, y ahora está siendo propuesto a la discusión de los miembros del Sínodo reunidos en los círculos menores, según lo previsto por el Reglamento del mismo Sínodo. El trabajo de los círculos menores será presentado a la Asamblea en la Congregación general del próximo jueves por la mañana, 16 de octubre.
El padre Federico Lombardi, director de la Sala de Prensa del Vaticano, ha iniciado la sesión informativa de esta mañana con esta aclaración debido a los ecos e interpretaciones que se hicieron ayer en la prensa nacional e internacional tras la presentación de la Relatio post disceptationem. El cardenal Filoni y el cardenal Napier han acompañado en la sala de prensa al padre Federico Lombardi, para ofrecer a los periodistas algunos detalles sobre el documento y sobre la labor que han iniciado en los círculos menores. Por su parte, el cardenal Fernando Filoni, prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, ha explicado que los 20 miembros del círculo del que él es moderador "hemos tomado en consideración este documento que ayer por la mañana tuvimos ocasión de escuchar y naturalmente el primer aspecto ha sido comprender la naturaleza del documento" y "sucesivamente entrar en la metodología, teniendo en cuenta el modo de proceder en los círculos menores". Una metodología que -según ha precisado- tiene en consideración, ante todo, la satisfacción que ha producido la redacción del documento. Y a continuación, se interviene en las partes del documento. Ayer por la tarde ya hicieron las primeras propuestas dentro del grupo y esta mañana se han presentado los modos, sobre los que se ha discutido y sucesivamente se han sometido a la votación, ha explicado el purpurado. Asimismo, ha transmitido la sorpresa entre los miembros del círculo menor, al ver las reacciones en los medios de comunicación. Por eso, ha querido recordar que "nosotros estamos trabajando para poner en manos del Santo Padre un resultado que él mismo decidirá según lo que será el tercer momento del Sínodo".
A continuación, el cardenal Napier, arzobispo de Durban (Sudáfrica), ha precisado también que la la Relatio puede llevar a pensar a la gente cuál es la opinión global sostenida por el Sínodo, pero es sólo un resumen. Asimismo, se ha mostrado esperanzado en que prevalezca el punto de vista del Sínodo y no los puntos de vista particulares de algunos grupos. Además, ha recordado que el fin de los círculos menores es promover los aspectos positivos de la familia que han sido desarrollados. Un punto afrontado durante el turno de preguntas ha sido el de las familias misioneras, como uno de los temas abordados en el Sínodo. "Está claro que sabiendo bien que después del Concilio Vaticano II el mundo de los laicos ha entrado de forma plena dentro de la vida de la Iglesia, la familia ciertamente no podía permanecer fuera", ha observado. Por eso, ha añadido, en estos 50 años se ha visto a las familias participar también en la evangelización, haciéndose cargo de este aspecto. "La novedad ha sido quelas mismas familias han comprendido que ellos pueden ser no sólo objeto de evangelización sino sujeto de la evangelización", ha precisado el purpurado. Una evangelización que llega por el testimonio que estas familias dan en los países a los que van. Sobre las expectativas excesivas creadas en torno a este Sínodo, el cardenal Filoni ha indicado que son creadas "a través de nuestro hablar, y de la prensa". Diría que -ha añadido- la expectativa no es una cuestión de tipo 'yo mañana doy la solución a todos los problemas'. "La expectativa es que esta cuestión relativa a la familia, al matrimonio y todas las situaciones particulares están al centro de la atención de la Iglesia. Esta es la primera expectativa fundamental", ha aclarado. Asimismo, el cardenal ha afirmado que "no debe ser una expectativa sólo desde el aspecto de los problemas", también se debe recordar a las familias cristianas que "les animamos" y que "también son objeto de nuestra atención". Finalmente, el padre Federico Lombardi ha recordado, a propósito de la publicación de la Relatio, que "el Sínodo no es algo que ha nacido ahora", "es una institución que tiene varios decenios". "En la comunicación del Sínodo al externo hay etapas que están bastante establecidas y forman parte del normal funcionamiento del Sínodo", ha añadido. Por eso, el portavoz del Vaticano ha observado que la Relatio ante disceptationem siempre se ha hecho pública inmediatamente, y así todos tenían conciencia del punto de partida del Sínodo. Así como la Relatio post disceptationem siempre ha sido publicada.
Francisco y el vínculo matrimonial
"La indisolubilidad matrimonial no es un carácter sellado a fuego como la divisa de un toro de lidia"
¿Yugo, vínculo... o comunión?
"La unión de dos personas en comunión de vida y amor no es momento, sino proceso"
14 de octubre de 2014 a las 08:43
En el caso de una segunda y nueva promesa de unión habrá que decir (mal que les pese a los fundamentalistas religiosos condenadores): "Lo que Dios ha perdonado, sanado o restaurado, que no lo condenen los eclesiásticos"
(Juan Masiá, sj).- Con ocasión del Sínodo extraordinario sobre la familia, proliferan los debates sobre la llamada -impropiamente-indisolubilidad matrimonial. Pero se echa de menos una reflexión antropológica y teológica que asuma con lucidez y serenidad el carácter procesual de la relación de "dos personas uniéndose" en "comunión de vida y amor".
Por eso cuestiono con interrogación, en el título de estas líneas, las metáforas clásicas del yugo y el vínculo, insuficientes para expresar la riqueza y belleza de la imagen definitoria de comunión, que es la que usa el Concilio Vaticano II en la Constitución Gaudium et spes, n. 48 al describir el matrimonio como "comunidad de vida y amor".
El yugo que unce forzadamente la pareja animal para tirar de la carreta se coloca en un momento. El vínculo que empalma con candado los eslabones de la cadena se cierra en un momento. Los trámites legales que certifican el consentimiento conyugal se firman en un momento. Pero la unión de dos personas en comunión de vida y amor no es momento, sino proceso; no es efecto instantáneo de una declaración legal, ni de una fusión biológica, ni de un sortilegio mágico, ni siquiera de una bendición religiosa; no es una foto estática y muerta, sino un proceso dinámico y vivo.
Se tarda toda una vida en realizarlo, pero a veces no se logra, se interrumpe o se vulnera. Requiere, en unos casos, sanación; en otros, rehacer el camino de la vida.
Por eso no he puesto en el subtítulo "la pareja unida", sino "la pareja uniéndose". La boda es un momento (aunque la ceremonia dure tres cuartos de hora), pero el matrimonio es un proceso. La indisolubilidad matrimonial (no jurídica, sino antropológica) no es un carácter sellado a fuego como la divisa de un toro de lidia, sino una meta, fin y horizonte del proceso para hacerse una persona en dos personas. "Serán los dos un solo ser" (Gen 2, 24; Mt 19, 4). Es decir, lo serán... si realizan esa unión a lo largo de la vida, pero no lo son ya automática y mágicamente en este instante de decir "sí, quiero".
El "sí, quiero" no es una fórmula mágica que produzca automáticamente un vínculo indisoluble. Y el coito completo de una primera noche (que no será necesariamente la primera...) tampoco basta para producir automáticamente lo que los canonistas llaman "consumación del matrimonio". Para la boda, basta media hora. Para la consumación del matrimonio "de manera humana" (¡como dice hasta el mismísimo derecho canónico!, en el canon n. 1061: humano modo), si y cuando se consuma, se tarda toda una vida. Una pareja engendradora de familia numerosa puede, al cabo de los años, descubrir que no ha consumado su matrimonio como comunión de vida y amor y puede encontrarse ante el dilema de separarse o reconciliarse...
Los guionistas de telefilmes cuidan mucho el dramatismo de la escena del "Sí, quiero", sobre todo si el guión exige que la novia diga "No" y haga las delicias de cámaras y expectadores, batiendo records de audiencia con su salida apresurada hacia la puerta de la Iglesia. Pero ni el "sí" emocionado es un abracadabra que cree el vínculo, ni una noche juntos en cama produce una unión indisoluble, ni siquiera aunque resulte un embarazo. En el latín de los canonistas, tras un coito completo se llama al matrimonio consummatum, es decir, consumado. El derecho canónico se refiere al "acto conyugal mediante el cuál los cónyuges se hacen una sola carne". Pero en el lenguaje bíblico, en hebreo, "carne" no son solo proteinas, tejidos, órganos, genitalidad, etc., sino "cuerpo animado y personal".
Bíblicamente y antropológicamente, unión carnal no es sinónimo de coito, sino de unión corpóreo-personal duradera. La unión física de decenas de coitos puede ser compatible con la realidad de que la unión de esas dos personas siga siendo sinfonía incompleta. La unión y consumación personal es un proceso que lleva tiempo y a veces se interrumpe a mitad de camino. Unas veces por causa de una de las partes; otras veces, por causa de las dos partes; otras veces, sin ser por causa de ninguna de los dos, sino por circunstancias externas a ambas partes. Si la ruptura es reparable, se buscará recomponer lo vulnerado. Si es irreversible, habrá que buscar sanación para ambas partes y apoyo para rehacer el camino de la vida.
Los guionistas de telefilmes destacan en primer plano tres frases socialmente correctas, pero mal interpretadas; también religiosamente correctas, pero que se prestan a confusión. Se trata de las tres palabras siguientes, que corren peligro de convertirse en sortilegios ominosos: 1) Os declaro marido y mujer. 2) Hasta que la muerte os separe. 3) Lo que Dios ha unido no lo separemos los humanos.
Repensemos antropológica y teológicamente estas tres frases.
1) "Os declaro marido y mujer". Esta palabra, dicha por un oficiante (civil o religioso) no es un "abracadabra" que produzca mágicamente la unión matrimonial. Debería interpretarse así: "Doy fe (como testigo, en nombre de la sociedad civil o, en su caso, en nombre de la iglesia) de que os habéis prometido mutuamente comprometeros, a partir de ahora, con el proceso de convertiros en marido y mujer, re-eligiendo cada día esta elección mutua que habéis hecho hoy (que eso es, al fin y al cabo, la fidelidad: re-elegir una elección continuamente para convertirla así en algo indisoluble). Diría el oficiante: no os caso yo (ni un juez civil, ni un oficiante religioso), sino que os casáis vosotros; más exactamente, os prometéis ir casándoos día a día a partir de ahora. Hoy es la ceremonia de la boda. A partir de ahora comienza el proceso del matrimonio.
2) "Hasta que la muerte os separe". Podría parafrasearse así: "Hasta que la vida os una, hasta que la realización de esta promesa de hoy a lo largo de una vida hasta la muerte os una por completo, hasta que logréis convertir esta unión en algo indisoluble, construyendo juntos una “comunión de vida y amor" que os acabe de unir por completo. Y si se produce, lamentablemente, otra clase de muerte que la muerte física, por ejemplo, la muerte del amor o la muerte de condiciones que apoyaban la fidelidad a la promesa, y resulta una ruptura irreversible, entonces en ese caso, ojalá tanto vosotros como quienes os acompañamos sepamos y podamos hallar recursos de sanación, reconciliación o reanudación del camino de la vida.
3) "Lo que Dios ha unido no lo separemos los humanos". Esta frase bíblica, dicha en el colofón de la ceremonia de la boda, necesita reformularse así: "Lo que Dios ha bendecido hoy, es decir, esta promesa que se han hecho los esposos, cooperemos a que se cumpla". Cuando a lo largo de la vida se logre esa unión, entonces podrá decirse por primera vez que Dios los ha unido. Porque la manera que tiene Dios de unirlos es mediante el cumplimiento por ellos de la promesa de fidelidad que se han hecho. Y en los casos en que la vulnerabilidad humana impida la consumación de esa unión y sea necesario sanar, recomponer, reparar o, en su caso, perdonar o ayudar a rehacer de nuevo el camino de la vida, entonces también estará ahí Dios para acoger, acompañar y apoyar los pasos siguientes. En el caso de una segunda y nueva promesa de unión habrá que decir (mal que les pese a los fundamentalistas religiosos condenadores): "Lo que Dios ha perdonado, sanado o restaurado, que no lo condenen los eclesiásticos"...
Evangelio según San Lucas 11,42-46.
«¡Ay de ustedes, fariseos, que pagan el impuesto de la menta, de la ruda y de todas las legumbres, y descuidan la justicia y el amor de Dios! Hay que practicar esto, sin descuidar aquello. ¡Ay de ustedes, fariseos, porque les gusta ocupar el primer asiento en las sinagogas y ser saludados en las plazas! ¡Ay de ustedes, porque son como esos sepulcros que no se ven y sobre los cuales se camina sin saber!". Un doctor de la Ley tomó entonces la palabra y dijo: «Maestro, cuando hablas así, nos insultas también a nosotros». El le respondió: «¡Ay de ustedes también, porque imponen a los demás cargas insoportables, pero ustedes no las tocan ni siquiera con un dedo!»
Las sentencias de los Padres del Desierto (siglos IV y V)
Colección sistemática, cap. 9
«¡Ay de vosotros que abrumáis a la gente con cargas insoportables!»
Un hermano que había pecado fue echado de la iglesia por el presbítero; y 'abba' Besarión se levantó y salió con él diciendo: «Yo también soy un pecador»...
Una vez, en Scete, un hermano cometió una falta. Tuvieron consejo y decidieron convocar al 'abba' Moisés. Pero éste no quiso ir. Entonces el presbítero envió a alguno a decirle: «Ven, que todos te esperamos». Se levantó y se fue con una cesta agujereada que llenó de arena y se la cargó a su espalda, y la llevó así. Los demás, que habían salido a su encuentro, le dijeron: «¿Qué es esto, padre?» El anciano dijo: «Mis faltas se van cayendo detrás de mí y yo no las veo; y yo ¿he venido hoy a juzgar las faltas de otro?» Al escuchar estas palabras no dijeron nada al hermano, sino que lo perdonaron.
'Abba' José preguntó a 'abba' Poemen,: «Dime cómo llegar a ser monje!». El anciano le respondió: «Si quieres tener paz aquí y en el mundo futuro, di en toda ocasión: Yo, ¿quién soy? Y no juzgues a nadie».
Un hermano preguntó al mismo 'abba' Poemen, diciéndole: «Si veo una falta en mi hermano, ¿está bien esconderla?» El anciano contestó: « En el momento en que escondemos las faltas de nuestro hermano, también Dios esconde las nuestras; y en el momento en que ponemos de manifiesto las faltas de nuestro hermano, también Dios pone de manifiesto las nuestras».
Santa Teresa de Ávila
Santa Teresa de Jesús, virgen y doctora de la Iglesia
Fiesta de santa Teresa de Jesús, virgen y doctora de la Iglesia, la cual, nacida en Ávila, ciudad de España, y agregada a la Orden Carmelitana, llegó a ser madre y maestra de una observancia más estrecha; en su corazón concibió un plan de crecimiento espiritual bajo la forma de una ascensión por grados del alma hacia Dios, pero a causa de la reforma de su Orden hubo de sufrir dificultades, que superó con ánimo esforzado. Compuso libros, en los que muestra una sólida doctrina y el fruto de su experiencia.
Santa Teresa es, sin duda, una de las mujeres más grandes y admirables de la historia y fue considerada doctora de la Iglesia por el pueblo cristiano aun antes de que ese título fuera reconocido oficialmente en 1970 por Pablo VI. Sus padres eran Alonso Sánchez de Cepeda y Beatriz Dávila y Ahumada. La santa habla de ellos con gran cariño. Alonso Sánchez tuvo tres hijos de su primer matrimonio, y Beatriz de Ahumada le dio otros nueve. Al referirse a sus hermanos y medios hermanos, santa Teresa escribe: «por la gracia de Dios, todos se asemejan en la virtud a mis padres, excepto yo». Teresa nació en la ciudad castellana de Ávila, el 28 de marzo de 1515. A los siete años, tenía ya gran predilección por la lectura de las vidas de santos. Su hermano Rodrigo era casi de su misma edad de suerte que acostumbraban jugar juntos. Los dos niños, muy impresionados por el pensamiento de la eternidad, admiraban las victorias de los santos al conquistar la gloria eterna y repetían incansablemente: «Gozarán de Dios para siempre, para siempre, para siempre...» Teresa y su hermano consideraban que los mártires habían comprado la gloria a un precio muy bajo y resolvieron partir al país de los moros con la esperanza de morir por la fe. Así pues, partieron de su casa a escondidas, rogando a Dios que les permitiese dar la vida por Cristo; pero en Adaja se toparon con uno de su tíos, quien los devolvió a los brazos de su afligida madre. Cuando ésta los reprendió, Rodrigo echó la culpa a su hermana.
En vista del fracaso de sus proyectos, Teresa y Rodrigo decidieron vivir como ermitaños en su propia casa y empezaron a construir una celda en el jardín, aunque nunca llegaron a terminarla. Teresa amaba desde entonces la soledad. En su habitación tenía un cuadro que representaba al Salvador que hablaba con la Samaritana y solía repetir frente a esa imagen: «Señor, dame de beber para que no vuelva a tener sed». La madre de Teresa murió cuando ésta tenía catorce años. «En cuanto empecé a caer en la cuenta de la pérdida que había sufrido, comencé a entristecerme sobremanera; entonces me dirigí a una imagen de Nuestra Señora y le rogué con muchas lágrimas que me tomase por hija suya». Por aquella época, Teresa y Rodrigo empezaron a leer novelas de caballerías y aun trataron de escribir una. La santa confiesa en su «Autobiografía»: «Esos libros no dejaron de enfriar mis buenos deseos y me hicieron caer insensiblemente en otras faltas. Las novelas de caballerías me gustaban tanto, que no estaba yo contenta cuando no tenía una entre las manos. Poco a poco empecé a interesarme por la moda, a tomar gusto en vestirme bien, a preocuparme mucho del cuidado de mis manos, a usar perfumes y a emplear todas las vanidades que el mundo aconsejaba a las personas de mi condición». El cambio que paulatinamente se operaba en Teresa, no dejó de preocupar a su padre, quien la envió, a los quince años de edad a educarse en el convento de las agustinas de Ávila, en el que solían estudiar las jóvenes de su clase.
Un año y medio más tarde, Teresa cayó enferma, y su padre la llevó a casa. La joven empezó a reflexionar seriamente sobre la vida religiosa, que le atraía y le repugnaba a la vez. La obra que le permitió llegar a una decisión fue la colección de «Cartas» de San Jerónimo, cuyo fervoroso realismo encontró eco en el alma de Teresa. La joven dijo a su padre que quería hacerse religiosa, pero éste le respondió que tendría que esperar a que él muriese para ingresar en el convento. La santa, temiendo flaquear en su propósito, fue a ocultas a visitar a su amiga íntima, Juana Suárez, que era religiosa en el convento carmelita de la Encarnación, en Ávila, con la intención de no volver, si Juana le aconsejaba quedarse, a pesar de la pena que le causaba contrariar la voluntad de su padre. «Recuerdo ... que, al abandonar mi casa, pensaba que la tortura de la agonía y de la muerte no podía ser peor a la que experimentaba yo en aquel momento ... El amor de Dios no era suficiente para ahogar en mí el amor que profesaba a mi padre y a mis amigos». La santa determinó quedarse en el convento de la Encarnación. Tenía entonces veinte años. Su padre, al verla tan resuelta, cesó de oponerse a su vocación. Un año más tarde, Teresa hizo la profesión. Poco después, se agravó un mal. que había comenzado a molestarla desde antes de profesar, y su padre la sacó del convento. La hermana Juana Suárez fue a hacer compañía a Teresa, quien se puso en manos de los médicos; desgraciadamente, el tratamiento no hizo sino empeorar la enfermedad, probablemente una fiebre palúdica. Los médicos terminaron por darse por vencidos, y el estado de la enferma se agravó. Teresa consiguió soportar aquella tribulación, gracias a que su tío Pedro, que era muy piadoso, le había regalado un librito del P. Francisco de Osuna, titulado: «El tercer alfabeto espiritual». Teresa siguió las instrucciones de la obrita y empezó a practicar la oración mental, aunque no hizo en ella muchos progresos por falta de un director espiritual experimentado. Finalmente, al cabo de tres años, Teresa recobró la salud.
Su prudencia y caridad, a las que añadía un gran encanto personal, le ganaron la estima de todos los que la rodeaban. Por otra parte, una especie de instinto innato de agradecimiento movía a la joven religiosa a corresponder a todas las amabilidades. Según la reprobable costumbre de los conventos españoles de la época, las religiosas podían recibir a cuantos visitantes querían, y Teresa pasaba gran parte de su tiempo charlando en el recibidor del convento. Eso la llevó a descuidar la oración mental y el demonio contribuyó, al inculcarle la íntima convicción, bajo capa de humildad, de que su vida disipada la hacía indigna de conversar familiarmente con Dios. Además, la santa se decía para tranquilizarse, que no había ningún peligro de pecado en hacer lo mismo que tantas otras religiosas mejores que ella y justificaba su descuido de la oración mental, diciéndose que sus enfermedades le impedían meditar. Sin embargo, añade la santa, «el pretexto de mi debilidad corporal no era suficiente para justificar el abandono de un bien tan grande, en el que el amor y la costumbre son más importantes que las fuerzas. En medio de las peores enfermedades puede hacerse la mejor oración, y es un error pensar que sólo se puede orar en la soledad». Poco después de la muerte de su padre, el confesor de Teresa le hizo ver el peligro en que se hallaba su alma y le aconsejó que volviese a la práctica de la oración. La santa no la abandonó jamás, desde entonces. Sin embargo, no se decidía aún a entregarse totalmente a Dios ni a renunciar del todo a las horas que pasaba en el recibidor y al intercambio de regalillos. Es curioso notar que, en todos esos años de indecisión en el servicio de Dios, santa Teresa no se cansaba jamás de oír sermones «por malos que fuesen»; pero el tiempo que empleaba en la oración «se le iba en desear que los minutos pasasen pronto y que la campana anunciase el fin de la meditación, en vez de reflexionar en las cosas santas». Convencida cada vez más de su indignidad, Teresa invocaba con frecuencia a los dos grandes santos penitentes, María Magdalena y Agustín, con quienes están asociados dos hechos que fueron decisivos en la vida de la santa. El primero, fue la lectura de las «Confesiones». El segundo fue un llamamiento a la penitencia que la santa experimentó ante una imagen de la Pasión del Señor: «Sentí que santa María Magdalena acudía en mi ayuda ... y desde entonces he progresado mucho en la vida espiritual».
Una vez que Teresa se retiró de las conversaciones del recibidor y de otras ocasiones de disipación y de faltas (que ella exageraba sin duda), Dios empezó a favorecerla frecuentemente con la oración de quietud y de unión. La oración de unión ocupó un largo período de su vida, con el gozo y el amor que le son característicos, y Dios empezó a visitarla con visiones y comunicaciones interiores. Ello la inquietó, porque había oído hablar con frecuencia de ciertas mujeres a las que el demonio había engañado miserablemente con visiones imaginarias. Aunque estaba persuadida de que sus visiones procedían de Dios, su perplejidad la llevó a consultar el asunto con varias personas; desgraciadamente no todas esas personas guardaron el secreto al que estaban obligadas, y la noticia de las visiones de Teresa empezó a divulgarse para gran confusión suya. Una de las personas a las que consultó Teresa fue Francisco de Salcedo, un hombre casado que era un modelo de virtud. Éste la presentó al doctor Daza, sabio y virtuoso sacerdote, quien dictaminó que Teresa era víctima de los engaños del demonio, ya que era imposible que Dios concediese favores tan extraordinarios a una religiosa tan imperfecta como ella pretendía ser. Teresa quedó alarmada e insatisfecha. Francisco de Salcedo, a quien la propia santa afirma que debía su salvación, la animó en sus momentos de desaliento y le aconsejó que acudiese a uno de los padres de la recién fundada Compañía de Jesús. La santa hizo una confesión general con un jesuita, a quien expuso su manera de orar y los favores que había recibido. El jesuita le aseguró que se trataba de gracias de Dios, pero la exhortó a no descuidar el verdadero fundamento de la vida interior. Aunque el confesor de Teresa estaba convencido de que sus visiones procedían de Dios, le ordenó que tratase de resistir durante dos meses a esas gracias. La resistencia de la santa fue en vano.
Otro jesuita, el P. Baltasar Álvarez, le aconsejó que pidiese a Dios ayuda para hacer siempre lo que fuese más agradable a sus ojos y que, con ese fin, recitase diariamente el «Veni Creator Spiritus». Así lo hizo Teresa. Un día, precisamente cuando repetía el himno, fue arrebatada en éxtasis y oyó en el interior de su alma estas palabras: «No quiero que converses con los hombres sino con los ángeles». La santa, que tuvo en su vida posterior repetidas experiencias de palabras divinas afirma que son más claras y distintas que las humanas; dice también que las primeras son operativas, ya que producen en el alma una fuerte tendencia a la virtud y la dejan llena de gozo y de paz, convencida de la verdad de lo que ha escuchado. En la época en que el P. Álvarez fue su director, Teresa sufrió graves persecuciones, que duraron tres años; además, durante dos años, atravesó por un período de intensa desolación espiritual, aliviado por momentos de luz y consuelo extraordinarios. La santa quería que los favores que Dios le concedía permaneciesen secretos, pero las personas que la rodeaban estaban perfectamente al tanto y, en más de una ocasión, la acusaron de hipocresía y presunción. El P. Álvarez era un hombre bueno y timorato, que no tuvo el valor suficiente para salir en defensa de su dirigida, aunque siguió confesándola. En 1557, san Pedro de Alcántara pasó por Ávila y, naturalmente, fue a visitar a la famosa carmelita. El santo declaró que le parecía evidente que el Espíritu de Dios guiaba a Teresa, pero predijo que las persecuciones y sufrimientos seguirían lloviendo sobre ella. Las pruebas que Dios le enviaba purificaron el alma de la santa, y los favores extraordinarios le enseñaron a ser humilde y fuerte, la despegaron de las cosas del mundo y la encendieron en el deseo de poseer a Dios. En algunos de sus éxtasis, de los que nos dejó la santa una descripción detallada, se elevaba varios palmos sobre el suelo. A este propósito, comenta Teresa: Dios «no parece contentarse con arrebatar el alma a Sí, sino que levanta también este cuerpo mortal, manchado con el barro asqueroso de nuestros pecados». En esos éxtasis se manifestaban la grandeza y bondad de Dios, el exceso de su amor y la dulzura de su servicio en forma sensible, y el alma de Teresa lo comprendía con claridad, aunque era incapaz de expresarlo. El deseo del cielo que dejaban las visiones en su alma era inefable. «Desde entonces, dejé de tener miedo a la muerte, cosa que antes me atormentaba mucho». Las experiencias místicas de la santa llegaron a las alturas de los esponsales espirituales, el matrimonio místico y la transverberación.
Santa Teresa nos dejó el siguiente relato sobre el fenómeno de la transverberación: «Ví a mi lado a un ángel que se hallaba a mi izquierda, en forma humana. Confieso que no estoy acostumbrada a ver tales cosas, excepto en muy raras ocasiones. Aunque con frecuencia me acontece ver a los ángeles, se trata de visiones intelectuales, como las que he referido más arriba ... El ángel era de corta estatura y muy hermoso; su rostro estaba encendido como si fuese uno de los ángeles más altos que son todo fuego. Debía ser uno de los que llamamos querubines ... Llevaba en la mano una larga espada de oro, cuya punta parecía un ascua encendida. Me parecía que por momentos hundía la espada en mi corazón y me traspasaba las entrañas y, cuando sacaba la espada, me parecía que las entrañas se me escapaban con ella y me sentía arder en el más grande amor de Dios. El dolor era tan intenso, que me hacía gemir, pero al mismo tiempo, la dulcedumbre de aquella pena excesiva era tan extraordinaria, que no hubiese yo querido verme libre de ella». El anhelo de Teresa de morir pronto para unirse con Dios, estaba templado por el deseo que la inflamaba de sufrir por su amor. A este propósito escribió: «La única razón que encuentro para vivir, es sufrir, y eso es lo único que pido para mí». Según reveló la autopsia en el cadáver de la santa, había en su corazón la cicatriz de una herida larga y profunda («Estoy convencido de que santa Teresa murió en un trasporte de amor ... En cuanto a la herida de la arteria coronaria ... hay que reconocer que, aunque haya sido causada por el arranque de amor sobrenatural descrito por san Juan de la Cruz, los síntomas de fatiga ... , sobre los que existen varios testimonios, prueban que la santa tenía nn predisposición a la dilatación y la ruptura del miocardio.» Dr. Juan L'hermitte, en Etudes Carmelites, 1936, vol. II, p. 242.). El año siguiente (1560), para corresponder a esa gracia, la santa hizo el voto de hacer siempre lo que le pareciese más perfecto y agradable a Dios. Un voto de esa naturaleza está tan por encima de las fuerzas naturales, que sólo el esforzarse por cumplirlo puede justificarlo. Santa Teresa cumplió perfectamente su voto.
El relato que la santa nos dejó en su «Autobiografía» sobre sus visiones y experiencias espirituales, tiene el tono de la verdad. Es imposible leerlo sin quedar convencido de la sinceridad de su autora, que en todos sus escritos da muestras de una extraordinaria sencillez de estilo y de una preocupación constante por no exagerar los hechos. La Iglesia califica de «celestial» la doctrina de santa Teresa, en la oración del día de su fiesta. Las obras de la «mística Doctora» ponen al descubierto los rincones más recónditos del alma humana. La santa explica con una claridad casi increíble las experiencias más inefables. Y debe hacerse notar que Teresa era una mujer relativamente inculta, que escribió sus experiencias en la común lengua castellana de los habitantes de Ávila, que ella había aprendido «en el regazo de su madre»; una mujer que escribió sin valerse de otros libros, sin haber estudiado previamente las obras místicas y sin tener ganas de escribir, porque ello le impedía dedicarse a hilar; una mujer, en fin, que sometió sin reservas sus escritos al juicio de su confesor y sobre todo, al juicio de la Iglesia. La santa empezó a escribir su autobiografía por mandato de su confesor: «La obediencia se prueha de diferentes maneras». Por otra parte, el mejor comentario de las obras de la santa es la paciencia con que sobrellevó las enfermedades, las acusaciones y los desengaños; la confianza absoluta con que acudía en todas las tormentas y dificultades al Redentor crucificado y el invencible valor que demostró en todas las penas y persecuciones. Los escritos de santa Teresa subrayan sobre todo el espíritu de oración, la manera de practicarlo y los frutos que produce. Como la santa escribió precisamente en la época en que estaba consagrada a la difícil tarea de fundar conventos de carmelitas reformadas, sus obras, prescindiendo de su naturaleza y contenido, dan testimonio de su vigor, industriosidad y capacidad de recogimiento. Santa Teresa escribió el «Camino de Perfección» para dirigir a sus religiosas, y el libro de las «Fundaciones» para edificarlas y alentarlas. En cuanto al «Castillo Interior», puede considerarse que lo escribió para la instrucción de todos los cristianos, y en esa obra se muestra la santa como verdadera doctora de la vida espiritual.
Las carmelitas, como la mayoría de las religiosas, habían decaído mucho del primer fervor, a principios del siglo XVI. Ya hemos visto que los recibidores de los conventos de Ávila eran una especie de centro de reunión de las damas y caballeros de la ciudad. Por otra parte, las religiosas podían salir de la clausura con el menor pretexto, de suerte que el convento era el sitio ideal para quien deseaba una vida fácil y sin problemas. Las comunidades eran sumamente numerosas, lo cual era a la vez causa y efecto de la relajación. Por ejemplo, en el convento de Ávila había 140 religiosas. Santa Teresa comentaba más tarde: «La experiencia me ha enseñado lo que es una casa llena de mujeres. ¡Dios nos guarde de ese mal!» Ya que tal estado de cosas se aceptaba como normal, las religiosas no caían generalmente en la cuenta de que su modo de vida se apartaba mucho del espíritu de sus fundadores. Así, cuando una sobrina de santa Teresa, que era también religiosa en el convento de la Encarnación de Ávila, le sugirió la idea de fundar una comunidad reducida, la santa la consideró como una especie de revelación del cielo, no como una idea ordinaria. Teresa, que llevaba ya veinticinco años en el convento, resolvió poner en práctica la idea y fundar un convento reformado. Doña Guiomar de Ulloa, que era una viuda muy rica, le ofreció ayuda generosa para la empresa. San Pedro de Alcántara, san Luis Beltrán y el obispo de Ávila, aprobaron el proyecto, y el P. Gregorio Fernández, provincial de las carmelitas, autorizó a Teresa a ponerlo en práctica. Sin embargo, el revuelo que provocó la ejecución del proyecto, obligó al provincial a retirar el permiso y santa Teresa fue objeto de las críticas de sus propias hermanas, de los nobles, de los magistrados y de todo el pueblo. A pesar de eso, el P. Ibáñez, dominico, alentó a la santa a proseguir la empresa con la ayuda de Doña Guiomar. Doña Juana de Ahumada, hermana de santa Teresa, emprendió con su esposo la construcción de un convento en Ávila en 1561, pero haciendo creer a todos que se trataba de una casa en la que pensaban habitar. En el curso de la construcción, una pared del futuro convento se derrumbó y cubrió bajo los escombros al pequeño Gonzalo, hijo de doña Juana, que se hallaba allí jugando. Santa Teresa tomó en brazos al niño, que no daba ya señales de vida, y se puso en oración; algunos minutos más tarde, el niño estaba perfectamente sano, según consta en el proceso de canonización. En lo sucesivo, Gonzalo solía repetir a su tía que estaba obligada a pedir por su salvación, puesto que a sus oraciones debía el verse privado del cielo.
Por entonces, llegó de Roma un breve que autorizaba la fundación del nuevo convento. San Pedro de Alcántara, don Francisco de Salcedo y el Dr. Daza, consiguieron ganar al obispo a la causa, y la nueva casa se inauguró bajo sus auspicios el día de San Bartolomé de 1562. Durante la misa que se celebró en la capilla con tal ocasión, tornaron el velo la sobrina de la santa y otras tres novicias. La inauguración causó gran revuelo en Ávila. Esa misma tarde, la superiora del convento de la Encarnación mandó llamar a Teresa y la santa acudió con cierto temor, «pensando que iban a encarcelarme». Naturalmente tuvo que explicar su conducta a su superiora y al P. Ángel de Salazar, provincial de la orden. Aunque la santa reconoce que no faltaba razón a sus superiores para estar disgustados, el P. Salazar le prometió que podría retornar al convento de San José en cuanto se calmase la excitación del pueblo. La fundación no era bien vista en Ávila, porque las gentes desconfiaban de las novedades y temían que un convento sin fondos suficientes se convirtiese en una carga demasiado pesada para la ciudad. El alcalde y los magistrados hubiesen acabado por mandar demoler el convento, si no los hubiese disuadido de ello el dominico Báñez. Por su parte, Santa Teresa no perdió la paz en medio de las persecuciones y siguió encomendando a Dios el asunto; el Señor se le apareció y la reconfortó. Entre tanto, Francisco de Salcedo y otros partidarios de la fundación enviaron a la corte a un sacerdote para que defendiese la causa ante el rey, y los dos dominicos, Báñez e Ibáñez, calmaron al obispo y al provincial. Poco a poco fue desvaneciéndose la tempestad y, cuatro meses más tarde, el P. Salazar dio permiso a santa Teresa de volver al convento de San José, con otras cuatro religiosas de la Encarnación. La santa estableció la más estricta clausura y el silencio casi perpetuo. El convento carecía de rentas y reinaba en él la mayor pobreza; las religiosas vestían toscos hábitos, usaban sandalias en vez de zapatos (por ello se les llamó «descalzas») y estaban obligadas a la perpetua abstinencia de carne. Santa Teresa no admitió al principio más que a trece religiosas, pero más tarde, en los conventos que no vivían sólo de limosnas sino que poseían rentas, aceptó que hubiese veintiuna. En 1567, el superior general de los carmelitas, Juan Bautista Rubio (Bossi), visitó el convento de Ávila y quedó encantado de la superiora y de su sabio gobierno; concedió a santa Teresa plenos poderes para fundar otros conventos del mismo tipo (a pesar de que el de San José había sido fundado sin que él lo supiese) y aun la autorizó a fundar dos conventos de frailes reformados («carmelitas contemplativos»), en Castilla. Santa Teresa pasó cinco años con sus trece religiosas en el convento de San José, precediendo a sus hijas no sólo en la oración, sino también en los trabajos humildes, como la limpieza de la casa y el hilado. Acerca de esa época escribió: «Creo que fueron los años más tranquilos y apacibles de mi vida, pues disfruté entonces de la paz que tanto había deseado mi alma ... Su Divina Majestad nos enviaba lo necesario para vivir sin que tuviésemos necesidad de pedirlo, y en las raras ocasiones en que nos veíamos en necesidad, el gozo de nuestras almas era todavía mayor». La santa no se contenta con generalidades, sino que desciende a ejemplos menudos, como el de la religiosa que plantó horizontalmente un pepino por obediencia y la cañería que llevó al convento el agua de un pozo que, según los plomeros, era demasiado bajo.
En agosto de 1567, santa Teresa se trasladó a Medina del Campo, donde fundó el segundo convento, a pesar de las múltiples dificultades que surgieron. La condesa de la Cerda quería que fundase otro convento en Malagón, y Santa Teresa le hizo en Madrid una visita que ella misma califica de «muy aburrida». Una vez que dejó establecido el convento de Malagón, fue a fundar otro en Valladolid. La siguiente fundación tuvo lugar en Toledo; fue esa empresa especialmente difícil, porque la santa sólo tenía cinco ducados al comenzar; pero, según escribía, «Teresa y cinco ducados no son nada; pero Dios, Teresa y cinco ducados bastan y sobran». Una joven de Toledo, que gozaba de gran fama de virtud, pidió ser admitida en el convento y dijo a la fundadora que traería consigo su Biblia. Teresa exclamó: «¿Vuestra Biblia? ¡Dios nos guarde! No entréis en nuestro convento, porque nosotras somos unas pobres mujeres que sólo sabemos hilar y hacer lo que se nos dice». La santa había encontrado en Medina del Campo a dos frailes carmelitas que estaban dispuestos a abrazar la reforma: uno era Antonio de Jesús de Heredia, superior del convento de dicha ciudad y el otro, Juan de Yepes, más conocido con el nombre de san Juan de la Cruz. Aprovechando la primera oportunidad que se le ofreció, santa Teresa fundó un convento de frailes en el pueblecito de Duruelo en 1568; a éste siguió, en 1569, el convento de Pastrana. En ambos reinaba la mayor pobreza y austeridad. Santa Teresa dejó el resto de las fundaciones de conventos de frailes a cargo de san Juan de la Cruz. La santa fundó también en Pastrana un convento de carmelitas descalzas. Cuando murió Don Ruy Gómez de Silva, quien había ayudado a Teresa en la fundación de los conventos de Pastrana, su mujer quiso hacerse carmelita, pero exigiendo numerosas dispensas de la regla y conservando el tren de vida de una princesa. Teresa, viendo que era imposible reducirla a la humildad propia de su profesión, ordenó a sus religiosas que se trasladasen a Segovia y dejasen a la princesa su casa de Pastrana. En 1570 la santa, con otra religiosa, tomó posesión en Salamanca de una casa que hasta entonces había estado ocupada por ciertos estudiantes «que se preocupaban muy poco de la limpieza». Era un edificio grande, complicado y ruinoso, de suerte que al caer la noche la compañera de la santa empezó a ponerse muy nerviosa. Cuando se hallaban ya acostadas en sendos montones de paja («lo primero que llevaba yo a un nuevo monasterio era un poco de paja para que nos sirviese de lecho»), Teresa preguntó a su compañera en qué pensaba. La religiosa respondió: «Estaba yo pensando qué haría su reverencia si muriese yo en este momento y su reverencia quedase sola con un cadáver». La santa confiesa que la idea la sobresaltó, porque, aunque no tenía miedo de los cadáveres, la vista de ellos le producía siempre «un dolor en el corazón». Sin embargo, respondió simplemente: «Cuando eso suceda, ya tendré tiempo de pensar lo que haré, por eI momento lo mejor es dormir». En julio de ese año, mientras se hallaba haciendo oración, tuvo una visión del martirio de los beatos jesuitas Juan Acevedo y sus compañeros, entre los que se contaba su pariente Francisco Pérez Godoy. La visión fue tan clara, que Teresa tenía la impresión de haber presenciado directamente la escena, e inmediatamente la describió detalladamente al P. Álvarez, quien un mes más tarde, cuando las nuevas del martirio llegaron a España, pudo comprobar la exactitud de la visión de la santa.
Por entonces, san Pío V nombró a varios visitadores apostólicos para que hiciesen una investigación sobre la relajación de las diversas órdenes religiosas, con miras a la reforma. El visitador de los carmelitas de Castilla fue un dominico muy conocido, el P. Pedro Fernández. Naturalmente, el efecto que le produjo el convento de la Encarnación de Ávila fue muy malo, e inmediatamente mandó llamar a santa Teresa para nombrarla superiora del mismo. La tarea era particularmente desagradable para la santa, tanto porque tenía que separarse de sus hijas, como por la dificultad de dirigir una comunidad que, desde el principio, había visto con recelo sus actividades de reformadora. Al principio, las religiosas se negaron a obedecer a la nueva superiora, cuya sola presencia producía ataques de histeria en algunas. La santa comenzó por explicarles que su misión no consistía en instruirlas y guiarlas con el látigo en la mano, sino en servirlas y aprender de ellas: «Madres y hermanas mías, el Señor me ha enviado aquí por la voz de la obediencia a desempeñar un oficio en el que yo jamás había pensado y para el que me siento muy mal preparada ... Mi única intención es serviros ... No temáis mi gobierno. Aunque he vivido largo tiempo entre las carmelitas descalzas y he sido su superiora, sé también, por la misericordia del Señor, cómo gobernar a las carmelitas calzadas». De esta manera se ganó la simpatía y el afecto de la comunidad y le fue menos difícil restablecer la disciplina entre las carmelitas calzadas, de acuerdo con sus constituciones. Poco a poco prohibió completamente las visitas demasiado frecuentes (lo cual molestó mucho a ciertos caballeros de Ávila), puso en orden las finanzas del convento e introdujo el verdadero espíritu del claustro. En resumen, fue aquella una realización característicamente teresiana. En Veas, a donde había ido a fundar un convento, la santa conoció al P. Jerónimo Gracián, quien la convenció fácilmente para que extendiese su campo de acción hasta Sevilla. El P. Gracián era un fraile de la reforma carmelita que acababa precisamente de predicar la cuaresma en Sevilla. Fuera de la fundación del convento de San José de Ávila, ninguna otra fue más difícil que la del de Sevilla; entre otras dificultades una novicia que había sido despedida, denunció a las carmelitas descalzas ante la Inquisición como «iluminadas» y otras cosas peores.
Los carmelitas de Italia veían con malos ojos el progreso de la reforma en España, lo mismo que los carmelitas no reformados de España, pues comprendían que un día u otro se verían obligados a reformarse. El P. Rubio, superior general de la Orden, quien hasta entonces había favorecido a santa Teresa, se pasó al lado de sus enemigos y reunió en Plasencia un capítulo general que aprobó una serie de decretos contra la reforma. El nuevo nuncio apostólico, Felipe de Sega, destituyó al P. Gracián de su cargo de visitador de los carmelitas descalzos y encarceló a san Juan de la Cruz en un monasterio; por otra parte, ordenó a santa Teresa que se retirase al convento que ella eligiera y que se abstuviese de fundar otros nuevos. La santa, al mismo tiempo que encomendaba el asunto a Dios, decidió valerse de los amigos que tenía en el mundo y consiguió que el propio Felipe II interviniese en su favor. En efecto, el monarca convocó al nuncio y le reprendió severamente por haberse opuesto a la reforma del Carmelo; además, en 1580, obtuvo de Roma una orden que eximía a los carmelitas descalzos de la jurisdicción del provincial de los calzados. El P. Gracián fue elegido provincial de los carmelitas descalzos. «Esa separación fue uno de los mayores gozos y consolaciones de mi vida, pues en aquellos veinticinco años nuestra orden había sufrido más persecuciones y pruebas de las que yo podría escribir en un libro. Ahora estábamos por fin en paz, calzados y descalzos, y nada iba a distraernos del servicio de Dios».
Indudablemente santa Teresa era una mujer excepcionalmente dotada. Su bondad natural, su ternura de corazón y su imaginación chispeante de gracia, equilibradas por una extraordinaria madurez de juicio y una profunda intuición psicológica, le ganaban generalmente el cariño y el respeto de todos. Razón tenía el poeta Crashaw al referirse a santa Teresa bajo los símbolos aparentemente opuestos de «el águila» y «la paloma». Cuando le parecía necesario, la santa sabía hacer frente a las más altas autoridades civiles o eclesiásticas, y los ataques del mundo no le hacían doblar la cabeza. Las palabras que dirigió al P. Salazar: «Guardaos de oponeros al Espíritu Santo», no fueron un reto de histérica; y no fue un abuso de autoridad lo que la movió a tratar con dureza implacable a una superiora que se había incapacitado a fuerza de hacer penitencia. Pero el águila no mataba a la paloma, como puede verse por la carta que escribió a un sobrino suyo que llevaba una vida alegre y disipada: «Bendito sea Dios porque os ha guiado en la elección de una mujer tan buena y ha hecho que os caséis pronto, pues habíais empezado a disiparos desde tan joven, que temíamos mucho por vos. Esto os mostrará el amor que os profeso». La santa tomó a su cargo a la hija ilegítima y a la hermana del joven, la cual tenía entonces siete años: «Las religiosas deberíamos tener siempre con nosotras a una niña de esa edad». El ingenio y la franqueza de Teresa jamás sobrepasaban la medida, ni siquiera cuando los empleaba como un arma. En cierta ocasión en que un caballero indiscreto alabó la belleza de su pies descalzos, Teresa se echó a reír y le dijo que los mirase bien porque jamás volvería a verlos. Los famosos dichos «Bien sabéis lo que es una comunidad de mujeres» e «Hijas mías, estas son tonterías de mujeres», prueban el realismo con que la santa consideraba a sus súbditas. Criticando un escrito de su buen amigo Francisco de Salcedo, Teresa le escribía: «El señor Salcedo repite constantemente: `Como dice San Pablo', `Como dice el Espíritu Santo', y termina declarando que su obra es una serie de necedades. Me parece que voy a denunciarle a la Inquisición». La intuición de santa Teresa se manifestaba sobre todo en la elección de las novicias de las nuevas fundaciones. Lo primero que exigía, aun antes que la piedad, era que fuesen inteligentes, es decir, equilibradas y maduras, porque sabía que es más fácil adquirir la piedad que la madurez de juicio. «Una persona inteligente es sencilla y sumisa, porque ve sus faltas y comprende que tiene necesidad de un guía. Una persona tonta y estrecha es incapaz de ver sus faltas, aunque se las pongan delante de los ojos; y como está satisfecha de sí misma, jamás se mejora». «Aunque el Señor diese a esta joven los dones de la devoción y la contemplación, jamás llegará a ser inteligente, de suerte que será siempre una carga para la comunidad. ¡Que Dios nos guarde de las monjas tontas!» Imposible ser más realista que santa Teresa.
En 1580, cuando se llevó a cabo la separación de las dos ramas del Carmelo, santa Teresa tenía ya sesenta y cinco años y su salud estaba muy debilitada. En los dos últimos años de su vida fundó otros dos conventos, lo cual hacía un total de diecisiete. Las fundaciones de la santa no eran simplemente un refugio de las almas contemplativas, sino también una especie de reparación ds los destrozos llevados a cabo en los monasterios por el protestantismo, principalmente en Inglaterra y Alemania. Dios tenía reservada para los últimos años de vida de su sierva, la prueba cruel de que interviniera en el proceso legal del testamento de su hermano Lorenzo, cuya hija era superiora en el convento de Valladolid. Como uno de los abogados tratase con rudeza a la santa, ésta replicó: «Quiera Dios trataros con la cortesía con que vos me tratáis a mí». Sin embargo, Teresa se quedó sin palabra cuando su sobrina, que hasta entonces había sido una excelente religiosa, la puso a la puerta del convento de Valladolid, que ella misma había fundado. Poco después, la santa escribía a la madre María de San José: «Os suplico, a vos y a vuestras religiosas, que no pidáis a Dios que me alargue la vida. Al contrario, pedidle que me lleve pronto al eterno descanso, pues ya no puedo seros de ninguna utilidad». En la fundación del convento de Burgos, que fue la última, las dificultades no escasearon. En julio de 1582, cuando el convento estaba ya en marcha, santa Teresa tenía la intención de retornar a Ávila, pero se vio obligada a modificar sus planes para ir a Alba de Tormes a visitar a la duquesa María Henríquez. La beata Ana de San Bartolomé refiere que el viaje no estuvo bien proyectado y que santa Teresa se hallaba ya tan débil, que se desmayó en el camino. Una noche sólo pudieron comer unos cuantos higos. Al llegar a Alba de Tormes, la santa tuvo que acostarse inmediatamente. Tres días más tarde, dijo a la beata Ana: «Por fin, hija mía, ha llegado la hora de mi muerte». El P. Antonio de Heredia le dio los últimos sacramentos y le preguntó dónde quería que la sepultasen. Teresa replicó sencillamente: «¿Tengo que decidirlo yo? ¿Me van a negar aquí un agujero para mi cuerpo?» Cuando el P. de Heredia le llevó el viático, la santa consiguió erguirse en el lecho, y exclamó: «¡Oh, Señor, por fin ha llegado la hora de vernos cara a cara!» Santa Teresa de Jesús, visiblemente trasportada por lo que el Señor le mostraba, murió en brazos de la beata Ana a las 9 de la noche del 4 de octubre de 1582. Precisamente al día siguiente, entró en vigor la reforma gregoriana del calendario, que suprimió diez días, de suerte que la fiesta de la santa fue fijada, más tarde, el 15 de octubre. Teresa fue sepultada en Alba de Tormes, donde reposan todavía sus reliquias. Su canonización tuvo lugar en 1622, y en 1970, como ya dijimos, fue proclamada Doctora de la Iglesia.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Oh, Santa Teresa, Virgen seráfica, querida esposa de Tu Señor Crucificado, tú, quien en la tierra ardió con un amor tan intenso hacia tu Dios y mi Dios, y ahora iluminas como una llama resplandeciente en el paraíso, obtén para mi también, te lo ruego, un destello de ese mismo fuego ardiente y santo que me ayude a olvidar el mundo, las cosas creadas, aún a mí mismo, porque tu ardiente deseo era verle adorado por todos los hombres. Concédeme que todos mis pensamientos, deseos y afectos sean dirigidos siempre a hacer la voluntad de Dios, la Bondad suprema, aun estando en gozo o en dolor, porque Él es digno de ser amado y obedecido por siempre. Obtén para mí esta gracia, tú que eres tan poderosa con Dios: que yo me llene de fuego, como tú, con el santo amor de Dios. Amén. (Oración a Santa Teresa de Jesús de San Alfonso María de Ligori
15 de octubre 2014 Miércoles XXVIII Ga 5, 18-25 ¿Es verdad eso que dice hoy la carta a los Gálatas, que: «los que son de Jesucristo han clavado en la cruz todas las pasiones y deseos terrenales»? ¿Tu vida derrama de los frutos del Espíritu, como «son el amor, el gozo, la paz, paciencia, la bondad, la fidelidad, la mansedumbre, la sobriedad»? Ponte manos a la obra para que esto sea así. Señor, que tu Espíritu sea la luz de mi vida.
Teresa de Jesús (de Ávila), Santa. Doctora de la Iglesia, 15 de octubre
Virgen Carmelita
Doctora de la Iglesia
Martirologio Romano: Memoria de santa Teresa de Jesús, virgen y doctora de la Iglesia, que nacida en Ávila, ciudad de España, y agregada a la Orden de los Carmelitas, llegó a ser madre y maestra de una observancia más estrecha, y en su corazón concibió un plan de crecimiento espiritual bajo la forma de una ascensión por grados del alma hacia Dios, pero a causa de la reforma de su Orden hubo de sufrir dificultades, que superó con ánimo esforzado, y compuso libros en los que muestra una sólida doctrina y el fruto de su experiencia (1582).
Etimología: Teresa = Aquella que es experta en la caza, viene del griego
Nacida en Ávila el año 1515, Teresa de Cepeda y Ahumada emprendió a los cuarenta años la tarea de reformar la orden carmelitana según su regla primitiva, guiada por Dios por medio de coloquios místicos, y con la ayuda de San Juan de la Cruz (quien a su vez reformó la rama masculina de su Orden, separando a los Carmelitas descalzos de los calzados). Se trató de una misión casi inverosímil para una mujer de salud delicada como la suya: desde el monasterio de San José, fuera de las murallas de Avila, primer convento del Carmelo reformado por ella, partió, con la carga de los tesoros de su Castillo interior, en todas las direcciones de España y llevó a cabo numerosas fundaciones, suscitando también muchos resentimientos, hasta el punto que temporáneamente se le quitó el permiso de trazar otras reformas y de fundar nuevas cases.
Maestra de místicos y directora de conciencias, tuvo contactos epistolares hasta con el rey Felipe II de España y con los personajes más ilustres de su tiempo; pero como mujer práctica se ocupaba de las cosas mínimas del monasterio y nunca descuidaba la parte económica, porque, como ella misma decía: Teresa, sin la gracia de Dios, es una pobre mujer; con la gracia de Dios, una fuerza; con la gracia de Dios y mucho dinero, una potencia. Por petición del confesor, Teresa escribió la historia de su vida, un libro de confesiones entre los más sinceros e impresionantes. En la introducción hace esta observación: Yo hubiera querido que, así como me han ordenado escribir mi modo de oración y las gracias que me ha concedido el Señor, me hubieran permitido también narrar detalladamente y con claridad mis grandes pecados. Es la historia de un alma que lucha apasionadamente por subir, sin lograrlo, al principio. Por esto, desde el punto de vista humano, Teresa es una figura cercana, que se presenta como criatura de carne y hueso, todo lo contrario de la representación idealista y angélica de Bernini.
Desde la niñez había manifestado un temperamento exuberante (a los siete años se escapó de casa para buscar el martirio en Africa), y una contrastante tendencia a la vida mística y a la actividad práctica, organizativa. Dos veces se enfermó gravemente.
Durante la enfermedad comenzó a vivir algunas experiencias místicas que transformaron profundamente su vida interior, dándole la percepción de la presencia de Dios y la experiencia de fenómenos místicos que ella describió más tarde en sus libros: El camino de la perfección, Pensamientos sobre el amor de Dios y El castillo interior.
Murió en Alba de Tormes en la noche del 14 de octubre de 1582, y en 1622 fue proclamada santa. El 27 de septiembre de 1970 Pablo VI la proclamó doctora de la Iglesia.
¿Quién fue Pablo VI?
S.S. Pablo VI (1963-1978)
El próximo domingo, 19 de octubre, será beatificado por el Papa Francisco en la Misa de clausura del Sínodo de la Familia
I. Breve biografía
Hijo de un abogado y de una piadosa mujer, Giovanni Battista Montini nació en Concesio, cerca de Brescia, el 26 de septiembre de 1897. Desde pequeño Giovanni se caracterizó por una gran timidez, así como por un gran amor al estudio.
Acogiendo el llamado sacerdotal, Giovanni ingresó a los 19 años al Seminario de Brescia. Ordenado sacerdote del Señor el 29 de mayo de 1920, cuando tenía cumplidos 23 años, se dirigió a Roma para perfeccionar allí sus estudios teológicos.
Allí mismo realizó estudios también en la academia pontificia de estudios diplomáticos y en 1922 ingresó al servicio papal como miembro de la Secretaría de Estado. En mayo de 1923 se le nombró secretario del Nuncio en Varsovia, cargo que por su frágil salud tuvo que abandonar a finales del mismo año. De vuelta en Roma, y trabajando nuevamente en la Secretaría de Estado de la Santa Sede, el padre Montini dedicó gran parte de sus esfuerzos apostólicos al movimiento italiano de estudiantes católicos (1924-1933), ejerciendo allí una importante labor pastoral. En 1931, a sus 32 años, le era asignada la cátedra de
Historia Diplomática en la Academia Diplomática.
En 1937 fue nombrado asistente del Cardenal Pacelli, quien por entonces se desempeñaba como Secretario de Estado. En este puesto de servicio Monseñor Montini prestaría un valioso apoyo en la ayuda que la Santa Sede brindó a numerosos refugiados y presos de guerra.
En 1944, ya bajo el pontificado de S.S. Pío XII, fue nombrado director de asuntos eclesiásticos internos, y ocho años más tarde, Pro-secretario de Estado.
En 1954, el Papa Pío XII lo nombró Arzobispo de Milán. El nuevo Arzobispo habría de enfrentar muchos retos, siendo el más delicado de todos el problema social. Entregándose con gran energía al cuidado de la grey que se le confiaba, desarrolló un plan pastoral que tendría como puntos centrales la preocupación por los problemas sociales, el acercamiento de los trabajadores industriales a la Iglesia, y la renovación de la vida litúrgica. Por el respeto y la confianza que supo ganarse por parte de la inmensa multitud de obreros, Montini sería conocido como el "Arzobispo de los obreros".
En diciembre de 1958 fue creado Cardenal por S.S. Juan XXIII quien, al mismo tiempo, le otorgó un importante rol en la preparación del Concilio Vaticano II al nombrarlo su asistente. Durante estos años previos al Concilio, el Cardenal Montini realizó algunos viajes importantes: Estados Unidos (1960); Dublín (1961); África (1962).
II. Su pontificado
El Cardenal Montini contaba con 66 años cuando fue elegido como sucesor del Pontífice Juan XXIII, el 21 de junio de 1963, tomando el nombre de Pablo VI. Tres días antes de su coronación, realizada el 30 de junio, el nuevo Papa daba a conocer a todos el programa de su pontificado: su primer y principal esfuerzo se orientaba a la culminación y puesta en marcha del gran Concilio, convocado e inaugurado por su predecesor. Además de esto, el anuncio universal del Evangelio, el trabajo en favor de la unidad de los cristianos y del diálogo con los no creyentes, la paz y solidaridad en el orden social —esta vez a escala mundial—, merecerían su especial preocupación pastoral.
El Papa Pablo VI y el Concilio Vaticano II
El pontificado de Pablo VI está profundamente vinculado al Concilio, tanto en su desarrollo como en la inmediata aplicación. En su primera encíclica, la "programática" Ecclesiam suam, publicada en 1966 al finalizar la segunda sesión del Concilio, planteaba que eran tres los caminos por los que el Espíritu le impulsaba a conducir a la Iglesia, respondiendo a los "vientos de renovación" que desplegaban las amplias velas de la barca de Pedro. Decía él mismo el día anterior a la publicación de su encíclica Ecclesiam suam: El primer camino «es espiritual; se refiere a la conciencia que la Iglesia debe tener y fomentar de sí misma. El segundo es moral; se refiere a la renovación ascética, práctica, canónica, que la Iglesia necesita para conformarse a la conciencia mencionada, para ser pura, santa, fuerte, auténtica. Y el tercer camino es apostólico; lo hemos designado con términos hoy en boga: el diálogo; es decir, se refiere este camino al modo, al arte, al estilo que la Iglesia debe infundir en su actividad ministerial en el concierto disonante, voluble y complejo del mundo contemporáneo. Conciencia, renovación, diálogo, son los caminos que hoy se abren ante la Iglesia viva y que forman los tres capítulos de la encíclica».
Cronología del Concilio bajo su pontificado
El 29 de setiembre de 1963 se abre la segunda sesión del Concilio. S.S. Pablo VI la clausura el 4 de diciembre con la promulgación de la Constitución sobre la Sagrada Liturgia.
En enero de 1964 (4-6), S.S. Pablo VI realiza un viaje sin precedentes a Tierra Santa, en donde se da un histórico encuentro con Atenágoras I, Patriarca de Jerusalén.
El 6 de agosto de 1964, S.S. Pablo VI publica su encíclica programática Ecclesiam suam.
La tercera sesión conciliar duraría del 14 de setiembre hasta el 21 de noviembre de 1964. Se clausuraba con la promulgación de la Constitución sobre la Iglesia. En aquella ocasión proclamó a María como Madre de la Iglesia.
Entre la tercera y cuarta sesión del Concilio (diciembre 1964), S.S. Pablo VI viaja a Bombay, para participar en un Congreso Eucarístico Internacional.
El 4 de octubre, durante la cuarta y última sesión del Concilio, viaja a Nueva York a la sede de la ONU, para hacer un histórico llamado a la paz mundial ante los representantes de todas las naciones.
El 7 de diciembre de 1965, un día antes de finalizar el gran Concilio, el Papa Pablo VI y el Patriarca Atenágoras I hacen una declaración conjunta por la que deploraban y se levantaban los mutuos anatemas —pronunciados por representantes de la Iglesia Oriental y Occidental en Constantinopla en 1054, y que marcaban el momento culminante del cisma entre las Iglesias de oriente y la de occidente—.
El 8 de diciembre de 1965 confirmaba solemnemente todos los decretos del Concilio, y proclamaba un jubileo extraordinario, el 1 de enero al 29 de mayo de 1966, para la reflexión y renovación de toda la Iglesia a la luz de las grandes enseñanzas conciliares.
La aplicación del Concilio: la época post-conciliar
Culminado el gran Concilio abierto al tercer milenio, se iniciaba el difícil periodo de su aplicación. Ello exigía un hombre de mucha fortaleza interior, con un espíritu hondamente cimentado en el Señor; hombre de profunda oración para discernir, a la luz del Espíritu los caminos seguros por donde conducir al Pueblo de Dios en medio de dificultades propias de todo proceso de cambio, de adecuación, de renovación... propias también de la furia del enemigo, cuyas fuerzas buscan prevalecer sobre la Iglesia de Cristo.
Lo que a S.S. Pablo VI le tocó vivir como Pastor universal de la grey del Señor, lo resume el Papa Juan Pablo II en un valiosísimo testimonio, pues él —como dice él mismo— había podido «observar de cerca» su actividad: «Me maravillaron siempre su profunda prudencia y valentía, así como su constancia y paciencia en el difícil período posconciliar de su pontificado. Como timonel de la Iglesia, barca de Pedro, sabía conservar una tranquilidad y un equilibrio providencial incluso en los momentos más críticos, cuando parecía que ella era sacudida desde dentro, manteniendo una esperanza inconmovible en su compactibilidad» (Redemptor hominis, 3).
Otras labores de su pontificado
El Papa Montini tuvo también una gran preocupación por la unión de los cristianos, causa a la que dedicó no pocos esfuerzos, dando así los primeros pasos hacia la unidad de todos los cristianos.
Por otro lado, fomentó con insistencia la colaboración colegial de los obispos. Este impulso se concretaría de diversas formas, siendo las más significativas el proceso de consilidación de las Conferencias Episcopales Nacionales en toda la Iglesia, los diversos Sínodos locales y también los Sínodos internacionales trienales. Durante su pontificado los temas tratados en estos Sínodos episcopales fueron: el sacerdocio (1971); la evangelización (1974); la catequesis (1977).
Otro hito importante de su pontificado lo constituye el viaje realizado al continente americano para la inauguración de la II Conferencia general del Episcopado Latinoamericano, siendo ésta la primera vez que un Sucesor de Pedro pisaba tierras americanas.
Las enseñanzas al Pueblo de Dios
S.S. Pablo VI ha dejado un rico legado en sus muchos escritos. Dentro de esta larga lista cabe resaltar a la encíclica Populorum progressio, la cual trata sobre el tema del desarrollo integral de la persona. Esta encíclica fue la base para la Conferencia de los Obispos latinoamericanos en Medellín. También merece ser especialmente mencionada la exhortación Evangelii nuntiandi, carta magna de la evangelización, que pone enfáticamente el anuncio de Jesucristo en el corazón de la misión de la Iglesia. Para muchos, esta carta vino de algún modo, a completar y profundizar la Gaudium et spes. Además, constituyó el telón de fondo de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, en Puebla.
La encíclica programática Ecclesiam suam –la primera que escribió— es asimismo, de gran importancia. Manifiesta que de la «conciencia contemporánea de la Iglesia —nos dice S.S. Juan Pablo II—, Pablo VI hizo el tema primero de su fundamental Encíclica que comienza con las palabras Ecclesiam suam; (...) Iluminada y sostenida por el Espíritu Santo, la Iglesia tiene una conciencia cada vez más profunda, sea respecto de su misterio divino, sea respecto de su misión humana, sea finalmente respecto de sus mismas debilidades humanas: es precisamente esta conciencia la que debe seguir siendo la fuente principal del amor de esta Iglesia, al igual que el amor por su parte contribuye a consolidar y profundizar esa conciencia. Pablo VI nos ha dejado el testimonio de esa profundísima conciencia de Iglesia. A través de los múltiples y frecuentemente dolorosos acontecimientos de su pontificado, nos ha enseñado el amor intrépido a la Iglesia (...)» (Redemptor hominis, 3).
Son muy significativas también todas las enseñanzas dadas con ocasión del Año Santo de la Reconciliación, en 1975, lo que queda manifiesto en una importante exhortación apostólica: La reconciliación dentro de la Iglesia. Por otro lado, es también de especial importancia El Credo del Pueblo de Dios. En el, el Papa Pablo VI hace una hermosa profesión de fe, que reafirma las verdades que el Cuerpo místico de Cristo cree y vive, tomando así una firme postura ante los no pocos intentos de agresión que sufría la fe cristiana. La herencia que ha dejado a la Iglesia con todos sus escritos es invalorable.
Su tránsito a la casa del Padre
Su Santidad Pablo VI, luego de su incansable labor en favor de la Iglesia a la que tanto amor mostró, fue llamado a su presencia por el Padre Eterno, el 6 de agosto de 1978, en la Fiesta de la Transfiguración (que curiosamente fue también la fecha de la publicación de la encíclica que anunciaba el programa de su pontificado). Acaso el Señor mismo, con este signo de su amorosa Providencia, quiso rubricar con sello divino aquello que el Santo Padre, pocos años antes, había escrito en una preciosa exhortación apostólica sobre la alegría cristiana: «...existen muchas moradas en la casa del Padre y, para quienes el Espíritu Santo abrasa el corazón, muchas maneras de morir a sí mismos y de alcanzar la santa alegría de la resurrección. La efusión de la sangre no es el único camino. Sin embargo, el combate por el Reino incluye necesariamente la experiencia de una pasión de amor (...) «per crucem ad lucem», y de este mundo al Padre, en el soplo vivificador del Espíritu» (Gaudete in Domino, 37). Y ciertamente, el Padre Eterno quiso que este hijo suyo, habiendo pasado por muchos sufrimientos y habiendo entregado ejemplarmente su vida en el servicio amoroso a la Iglesia, pasase "de la cruz a la luz" en el día en que la Iglesia entera celebraba la gran Fiesta de la Transfiguración, que indica esperanzada la meta final a la que conduce la muerte física de todo cristiano fiel. Y él —como dijera S.S. Juan Pablo I— había transitado ese camino de modo ejemplar: «(...) en quince años de Pontificado, este Papa ha demostrado no sólo a mí, sino a todo el mundo, cómo se ama, cómo se sirve y cómo se trabaja y sufre por la Iglesia de Cristo».
Él mismo, vislumbrando ya esta magnífica realidad, dejaría escrito para todos en su "Testamento":
«Fijo la mirada en el misterio de la muerte y de lo que a ella sigue a la luz de Cristo, el único que la esclarece; miro, por tanto, la muerte con confianza, humilde y serenamente. Percibo la verdad que ese misterio ha proyectado siempre sobre la vida presente y bendigo al vencedor de la muerte por haber disipado en mí las tinieblas y descubierto su luz.
»Por ello, ante la muerte y la separación total y definitiva de la vida presente, siento el deber de celebrar el don, la fortuna, la belleza, el destino de esta misma fugaz existencia: Señor, te doy gracias porque me has llamado a la vida y más aún todavía porque me has regenerado y destinado a la plenitud de la vida».