Magnificar al Señor y saltar en Dios

Evangelio según San Lucas 1,39-56. 

María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. 
Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. 
Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! 
¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? 
Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. 
Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor". 
María dijo entonces: "Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora. 
En adelante todas las generaciones me llamarán feliz". 
Porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: 
¡su Nombre es santo! 

Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. 
Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. 
Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. 
Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. 
Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre". 

María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa. 

San Ambrosio (c. 340-397), obispo de Milán y doctor de la Iglesia 

Tratado sobre el Evangelio de San Lucas, libro 2,19, 22-23, 26-27; PL 15, 1559-1562.

«Magnificar al Señor y saltar en Dios»

El Ángel  había anunciado a la Virgen  María los misterios. Para afianzar su fe  mediante algún ejemplo, él anunció la maternidad de una mujer estéril y ya entrada en años, manifestando así que Dios puede hacer todo cuanto le place. Desde que lo supo, María se dirige a las montañas... con el regocijo de su deseo, como quien cumple un piadoso deber, presurosa por el gozo...La gracia del Espíritu santo ignora a los lentos... Bien pronto se manifiestan los beneficios de la llegada de María y de la presencia del Señor.«La criatura saltó de gozo en el seno de Isabel, y ella quedó llena del Espíritu Santo...¡Dichosa, dice ella, tú que has creído!»

Dichosos también vosotros, porque  habéis entendido y creído; pues toda alma creyente concibe y engendra la palabra de Dios y reconoce sus obras. Que en cada uno resida el alma de María para glorificar al Señor; que en cada uno esté el espíritu de María para alegrarse en Dios. Porque si corporalmente no hay más que una madre de Cristo, en cambio, por la fe, Cristo es el fruto de todos; pues  toda alma recibe al Verbo de Dios, a condición de que, sin mancha y preservada de los vicios, guarde castidad con una pureza intachable. Toda alma, pues, que llega a tal estado proclama la grandeza del Señor, igual que el alma de María la ha proclamado, y su espíritu se ha alegrado en Dios Salvador. Nosotros leemos en otro lugar:«Proclamad conmigo la grandeza del Señor»(Ps 33, 4).

El Señor, en efecto es engrandecido no porque la palabra humana le pueda añadir algo, sino porque él queda engrandecido en nosotros. Pues «Cristo es la imagen de Dios»(2Co 4,4; Col 1,15).Y por esto, el alma que obra justa y religiosamente engrandece esa imagen de Dios, -a cuya semejanza ha sido creada- y, al engrandecerla, también la misma alma queda engrandecida por una participación de la grandeza divina.

Santa Petronila, virgen y mártir

En Roma, en el cementerio de Domitila, en la vía Ardeatina, santa Petronila, virgen y mártir.

A medida que el hagiógrafo avanza en la familiaridad con las Vitae Sanctorum y las Actas de los martirios de los santos comprueba, entre susto y fascinación, los esfuerzos de escritores anteriores -algunos lo hacen desde los albores de la historia cristiana- por pasar a la posteridad los modelos de fe y vida que ellos han visto o cuyas noticias han recibido oralmente, o quizá tuvieron entre sus manos documentación anterior que no ha sobrevivido al tiempo. Lo hicieron movidos por el cariño agradecido a los que supieron ser fieles y transmitieron el heroísmo de sus virtudes de la mejor manera que pudieron; con frecuencia estaban por la labor de dejar en el mejor papel posible al santo protagonista de su relato y por ello no es infrecuente notar añadiduras a la personalidad que relatan, aunque sea acumulando dones, milagros y hechos portentosos que demuestren más y más a quienes les escuchan o a sus posibles lectores la complacencia de Dios en sus santos.

Posiblemente éste fuera el intento del autor anónimo que dejó por escrito la vida de santa Petronila llamada también con los nombres de Perina, Petronela y Pernela. La total carencia de datos da origen a la historia apócrifa claramente imaginativa que pondera excelsas virtudes -ésas que intenta poner como paradigma en la mente de los lectores- y que carga las tintas más sobre las bondades de las situaciones del entorno que sobre la misma realidad personal que lógicamente desconoce. 

Pues bien; el tiempo es el siglo primero y el lugar de la narración, Roma; Petronila está presentada como hija de san Pedro. Su máximo anhelo es padecer por Jesús que tanto quiso padecer por ella. Una extraña enfermedad la mete en cama con agudísimos dolores imposibles de aliviar; pero su semblante alegre y su actitud llena de optimismo demuestran a todos los que van a visitarla la aceptación voluntariosa y complacida de Petronila que, por fin, puede sufrir algo por su Señor. Se prolonga por mucho tiempo la postración. Entre los creyentes romanos se empiezan a correr rumores; ¿cómo es posible conciliar tamaño sufrimiento de Petronila con la actitud permisiva del padre Pedro, si es verdad que sólo su sombra llegaba a curar a enfermos, hace unos años, en Jerusalén?, ¿será que Pedro ha perdido virtud?, ¿será esto una muestra de falta de cariño?, ¿no deben preocuparse los padres por la salud de los hijos?... Un día Pedro reúne a una gran multitud de creyentes en Cristo en su casa y manda con imperio a su hija: «Petronila, levántate y sírvenos la mesa». Asombrados y estupefactos contemplan a la dulce joven incorporarse del lecho y salir dispuesta al cumplimiento del encargo toda llena de facultades. Terminada su misión vuelve a la cama, recupera la enfermedad con incremento de sufrimiento y ya no se restablecerá hasta después del martirio de Pedro. 

No ha hecho mella en su físico el terrible padecimiento soportado, se han rejuvenecido sus facciones y hasta se diría que se ha multiplicado la belleza previa a la enfermedad. Ahora dedica Petronila todas sus energías a la oración y a la caridad. Parece un hada madrina que con vara mágica va solucionando problemas de cristianos irradiando continuamente el influjo benéfico ante cualquier necesidad: pobres, lisiados, enfermos, ciegos, leprosos y todo tipo de carenciales van a visitarla y salen pletóricos de felicidad. Por toda Roma corre un inmenso e imparable rumor que transmite de boca a boca la explosión de la caridad de Jesucristo patente en las obras de Petronila. 

Pero hay más. Por todo lo relatado, no es extraño el enamoramiento del joven Flaco que se acerca con gran séquito de criados y esclavos a solicitar el consentimiento para hacerla su esposa. La reacción ahora de la virgen es de indecible sorpresa; pero guarda las formas, agradece al noble joven enamorado el honor que le hace y pide suave y dulcemente tres días para reflexionar al término de los cuales debe Flaco enviarle sus doncellas y criadas para que la acompañen.

Todo es llanto en Petronila. Jesucristo llena su corazón; no quiere romper la unidad del amor; sólo a Jesús quiere como Esposo. Pasa los tres días encerrada, en compañía de Felícula, dada al ayuno, a continua oración, penitencias y súplicas al Señor. El último día del retiro llega el presbítero Nicodemus, le celebró la misa, le dio la Comunión y contempló cómo moría Petronila al pie del altar consumida de amor. Las criadas de Flaco que ya esperaban jubilosas trocaron el cortejo de nupcial en fúnebre para llevarla a enterrar. 

Esta leyenda, redactada hacia el siglo VI nos la transmiten las actas legendarias de Nereo y Aquileo, y posiblemente se urdió basándose en el parecido fonético del nombre de Petronilla con el de Pedro, la mención de una supuesta hija de Pedro (pero sin que diga el nombre) en un apócrifo del siglo II, y la cercanía de la tumba de Petronilla con la de los santos Nereo y Aquileo. Lo único que realmente sabemos hoy de la santa es lo que supone el elogio del Martirologio: que el culto es verdaderamente antiguo, ya que su tumba estaba identificada y adornada, y deducimos que fue mártir por un fresco de mediados del siglo IV encontrado en su tumba, en el que figura vestida con la túnica de los mártires, con las letras griegas «yr» junto a su nombre, que podrían ser el resabio de la palabra «mártir».

Oremos

Himno
Dichosa tú, que entre todas,
Fuiste por Dios sorprendida
Con tu lámpara encendida
Para el banquete de bodas.
Con el abrazo inocente
De un hondo pacto amoroso,
Vienes a unirte al Esposo
Por virgen y prudente.
Enséñanos a vivir,
Ayúdenos tu oración,
Danos en la tentación
La gracia de resistir.
Honor a la Trinidad
Por esta limpia victoria,
Y gloria por esta gloria
Que alegra a la humanidad.  Amén

Escucha, Señor, nuestras plegarias y concede a los que celebramos la virtud de Santa Petronila, virgen, crecer siempre en tu amor y perseverar en él hasta el fin. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

La Visitación

Fiesta Litúrgica, 31 de mayo

Fiesta de la Visitación de la Bienaventurada Virgen María, con motivo de su viaje al encuentro de su prima Isabel, que estaba embarazada de un hijo en su ancianidad, y a la que saludó.

Al encontrarse gozosas las dos futuras madres, el Redentor que venía al mundo santificó a su precursor, que aún estaba en el seno de Isabel, y al responder María al saludo de su prima, exultante de gozo en el Espíritu Santo, glorificó a Dios con el cántico de alabanza del Magníficat.

Después del anuncio del ángel, María se pone en camino (“de prisa” dice san Lucas) para ir a visitar a su parienta Isabel y prestarle un servicio. Uniéndose probablemente a una caravana de peregrinos que se dirigen a Jerusalén, atraviesa la Samaría y llega a Ain-Karim (en Judea), en donde vive la familia de Zacarías.

Es fácil imaginar los sentimientos que invadían su espíritu al meditar el misterio que le había anunciado el ángel. Son sentimientos de humilde agradecimiento con la grandeza y bondad de Dios, que María expresará en su encuentro con la prima con el himno del Magnificat, la expresión del amor jubiloso “que canta y alaba al amado” (san Bernardino de Siena): “Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se regocija...”.

La presencia del Verbo encarnado en María es causa de gracia para Isabel, que, inspirada, descubre los grandes misterios que se han obrado en la joven prima, su dignidad de Madre de Dios, su fe en la palabra divina y la santificación del precursor, que salta de alegría en el seno de la madre. María se queda con Isabel haste el nacimiento de Juan Bautista, esperando probablemente ocho días más para el rito de la imposición del nombre. Aceptando este cómputo del período transcurrido con la parienta Isabel, la fiesta de la Visitación, de origen franciscano (los frailes Menores la celebraban ya en el 1263), se celebraba el 2 de julio, es decir, al final de la visita de María. Hubiera sido más lógico colocarlo después del 25 de marzo, fiesta de la Anunciación, pero se quiso evitar que cayera en el período cuaresmal.

Después el papa Urbano VI extendió la fiesta a toda la Iglesia latina para pedir por intercesión de María la paz y la unidad de los cristianos divididos por el gran cisma de Occidente. El sínodo de Basilea, en la sesión del 1 de julio de 1441, confirmó la festividad de la Visitación, que al principio no habían aceptado los Estados que estaban de parse del antipapa.

El actual calendario litúrgico, sin tener en cuenta la cronología según la narración evangélica, abandonó la fecha tradicional del 2 de julio (antiguamente la Visitación se conmemoraba también en otras fechas) y estableció la memoria para el último día de mayo.

El mayor don de nuestra vida 

Santo Evangelio según San Marcos 14, 12-16. 22-26. Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo (Jueves de Corpus Christi). Ciclo B.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor Jesús, ayúdame a comprender la grandeza de tu amor, al entregarte a nosotros en el Santo Sacramento de la Eucaristía.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Marcos 14, 12-16. 22-26

El primer día de la fiesta de los panes Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le preguntaron a Jesús sus discípulos: "¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?" Él les dijo a dos de ellos: "Vayan a la ciudad, encontrarán a un hombre que lleva un cántaro de agua; síganlo y díganle al dueño de la casa en donde entre: "El Maestro manda preguntar: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?". Él les enseñará una sala en el piso de arriba, arreglada con divanes. Prepárennos allí la cena". Los discípulos se fueron, llegaron a la ciudad, encontraron lo que Jesús les había dicho y prepararon la cena de Pascua.

Mientras cenaban, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, a sus discípulos diciendo: "Toman: esto es mi cuerpo". Y tomando en sus manos una copa, de vino, pronunció la acción de gracias, se la dio, todos bebieron y les dijo: "Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, que se derramará por todos. Yo les aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios".

s. de cantar el salmo, salieron hacia el monte de los Olivos.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

¿Qué tanto valoramos los dones que se nos han dado? Sí, los dones, esos regalos que se nos han dado sin tener mérito alguno, o necesidad de merecerlos y que son parte importante en nuestras vidas. Si hacemos una pausa y contemplamos nuestra vida, podemos darnos cuenta que poseemos grandes dones, empezando por el don de la vida; si miramos a fondo podemos encontrar quizás, el don de la amistad, o en este caso, si observamos con la mirada sobrenatural del amor y de la fe, seremos conscientes del don más que grande que hemos recibido, es decir, el don de la Sagrada Eucaristía, fuente y culmen de la vida de todo cristiano.

Antes de ver este gran don, debemos preguntarnos, ¿qué tal esta mi vida cristiana? Pues de la respuesta que demos así será el valor y el impacto que tenga la Sagrada Eucaristía en nuestra vida. ¿Es acaso una vida práctica, de sentimientos, apagada o al contrario es alegre, tiene sentido, da plenitud lo cual es bueno tener en cuenta? Porque si tenemos esa visión correcta, podemos ver la Santa Eucaristía como una gran fuente de la cual proviene gran parte de la gracia de Dios, ésa que nos abre al amor, que nos da plenitud, que llena nuestro corazón, pues al recibirla, recibimos al mismo Jesucristo, quien la instauró y quiso entregarse a nosotros "Tomad, esto es mi cuerpo" "Ésta es mi sangre".

De la Eucaristía brota la paz, la unidad y la caridad y, por ende, es ella donde culmina nuestra vida como cristianos; a través de su gracia, nuestra vida alcanza el punto más alto. Podemos preguntarnos con cuánto fervor la recibimos.

Hagamos la experiencia de experimentar los frutos de este inmenso don, dejémonos amar y amemos hasta el punto de dar nuestra vida por los otros, a ejemplo de Jesucristo.

La Iglesia vive del Cristo eucarístico, de Él se alimenta y por Él es iluminada.

(San Juan Pablo II, Ecclesia de Eucaristía.)

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Participaré activamente en la celebración de la Santa Eucaristía y le recibiré con fervor y amor.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Gracias, Señor, por este maravilloso regalo de tu amor hacia mí

Solemnidad del Corpus Christi. La Eucaristía es el sacramento por excelencia de la Iglesia, porque brotó del amor redentor de Jesucristo.

Hay, en Tierra Santa, un pueblecito llamado Tabga. Está situado junto a la ribera del lago Tiberíades, en el corazón de la Galilea. Y se halla a los pies del monte de las Bienaventuranzas. La Galilea es una región de una gran belleza natural, con sus verdes colinas, el lago de azul intenso y una fértil vegetación. Este rincón, que es como la puerta de entrada a Cafarnaúm, goza todo el año de un entorno exuberante. Es, precisamente en esta aldea, donde la tradición ubica el hecho histórico de la multiplicación de los panes realizada por Jesús.

Ya desde el siglo IV los cristianos construyeron aquí una iglesia y un santuario, y aun hoy en día se pueden contemplar diversos elementos de esa primera basílica y varios mosaicos que representan la multiplicación de los panes y de los peces.

Pero hay en la Escritura un dato interesante. Además de los relatos de la Pasión, éste es el único milagro que nos refieren unánimemente los cuatro evangelistas, y esto nos habla de la gran importancia que atribuyeron desde el inicio a este hecho. Más aún, Mateo y Marcos nos hablan incluso de dos multiplicaciones de los panes. Y los cuatro se esmeran en relatarnos los gestos empleados por Jesús en aquella ocasión: "Tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos -dio gracias, nos dice san Juan-, los partió y se los dio a los discípulos para que se los repartieran a la gente".

Seguramente, los apóstoles descubrieron en estos gestos un acto simbólico y litúrgico de profunda significación teológica. Esto no lo adviertieron, por supuesto, en esos momentos, sino a la luz de la Última Cena y de la experiencia post-pascual, cuando el Señor resucitado, apareciéndose a sus discípulos, vuelve a repetir esos gestos como memorial de su Pasión, de su muerte y resurrección. Y, por tanto, también como el sacramento supremo de nuestra redención y de la vida de la Iglesia.

Año tras año, el Papa san Juan Pablo II escribió una carta pastoral dirigida a todos los sacerdotes del mundo con ocasión del Jueves Santo, día del sacerdocio y de la Eucaristía por antonomasia.

En la Encíclica Ecclesia de Eucharistia nos dice que "La Iglesia vive de la Eucaristía". Así iniciaba el Papa su meditación. "Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia". Y a continuación tratará de hacernos comprender, valorar y vivir esta afirmación inicial.

En efecto, la Eucaristía es el sacramento por excelencia de la Iglesia -y, por tanto, de cada uno de los bautizados- porque brotó del amor redentor de Jesucristo, la instituyó como sacramento y memorial de su Alianza con los hombres; alianza que es una auténtica redención, liberación de los pecados de cada uno de nosotros para darnos vida eterna, y que llevó a cabo con su santa Pasión y muerte en el Calvario. La sangre y el agua que brotaron del costado traspasado de Cristo sobre la cruz nos hablan de este mismo misterio.

El Sacrificio eucarístico es -recuerda el Papa, tomando las palabras del Vaticano II- "fuente y culmen de toda la vida cristiana". Cristo en persona es nuestra Pascua, convertido en Pan de Vida, que da la vida eterna a los hombres por medio del Espíritu Santo.

San Juan Pablo II nos confiesó que, durante el Gran Jubileo del año 2000, tuvo la grandísima dicha de poder celebrar la Eucaristía en el Cenáculo de Jerusalén, en el mismísimo lugar donde la tradición nos dice que fue realizada por Jesucristo mismo la primera vez en la historia. Y varias veces trajó el Papa a la memoria este momento de gracia tan singular. El Papa sí valoró profundamente lo que es la Eucaristía. En el Cenáculo -nos recuerda el Santo Padre- "Cristo tomó en sus manos el pan, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo: Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros" (Eccl. de Euch., nn. 1-2).

Estos gestos y palabras consacratorias son las mismas que empleó Jesús durante su vida pública, en el milagro de la multiplicación de los panes. Si Cristo tiene un poder absoluto sobre el pan y su naturaleza, entonces también podía convertir el pan en su propio Cuerpo, y el vino en su Sangre.

Y decimos que la Eucaristía es el "memorial" de nuestra redención porque -con palabras del mismo Santo Padre- "en ella está inscrito de forma indeleble el acontecimiento de la pasión y muerte del Señor. No sólo lo evoca, sino que lo hace sacramentalmente presente. Es el sacrificio de la Cruz que se perpetúa por los siglos". Esto, precisamente, significa la palabra "memorial". No es un simple recuerdo histórico, sino un recuerdo que se actualiza, se repite y se hace realmente presente en el momento mismo de su celebración.

Por eso -continuó el Papa- la Eucaristía es "el don por excelencia, porque es el don de sí mismo (de Jesucristo), de su persona en su santa humanidad y, además, de su obra de salvación.

Ésta no queda relegada al pasado, pues todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos… Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección de su Señor, se hace realmente presente este acontecimiento central de salvación y se realiza la obra de nuestra redención" (Eccl. de Euch., n. 11).

Ojalá, pues, que en esta fiesta del Corpus Christi, que estamos celebrando hoy, todos valoremos un poco más la grandeza y sublimidad de este augusto sacramento que nos ha dejado nuestro Señor Jesucristo, la Eucaristía, el maravilloso don de su Cuerpo y de su Sangre preciosa para nuestra redención: "Éste es mi Cuerpo. Ésta es mi Sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por muchos, para el perdón de los pecados. Haced esto en memoria mía". Que a partir de hoy vivamos con una fe mucho más profunda e intensa, y con mayor conciencia, amor y veneración cada Eucaristía, cada Santa Misa: ¡Gracias mil, Señor, por este maravilloso regalo de tu amor hacia mí!

Uno solo es el Espíritu

El Papa destaca la importancia de la Confirmación para la unidad de la Iglesia

El Papa Francisco señaló, durante la catequesis pronunciada en la Audiencia General celebrada este miércoles 30 de mayo, la importancia del Espíritu Santo y del sacramento de la Confirmación para mantener la unidad de la Iglesia.

El único Espíritu distribuye los múltiples dones que enriquecen a la única Iglesia: Es el Autor de la diversidad, pero al mismo tiempo es el Creador de la unidad”.

En su catequesis, el Papa destacó el fuerte vínculo del sacramento de la Confirmación con toda la iniciación cristiana. “De hecho, su significado brilla a la luz del Bautismo y se hace pleno en la Eucaristía”.

Por ello, “antes de recibir la unción espiritual que confirma y refuerza la gracia del Bautismo, los confirmandos son llamados a renovar las promesas realizadas por los padres y los padrinos el día del Bautismo”.

“Ahora son ellos mismos los que profesan la fe de la Iglesia, preparados para responder ‘creo’ a las preguntas que les dirige el Obispo. Preparados, en particular, a creer en el Espíritu Santo, que es Señor y da la vida, y que, por medio del sacramento de la Confirmación, les es concedido de forma particular”.

El Santo Padre destacó la importancia de acudir bien preparados al sacramento de la Confirmación: “La venida del Espíritu exige corazones recogidos en oración. Tras la oración silenciosa de la comunidad, el Obispo, extendiendo sus manos sobre los confirmandos, suplica a Dios que infunda su Santo Espíritu Paráclito”.

Uno solo es el Espíritu –explicó el Pontífice–, pero al venir a nosotros, nos da sus dones: sabiduría, intelecto, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y santo temor de Dios”. Francisco destacó que “según el profeta Isaías, estos son las siete virtudes del Espíritu infundidas en el Mesías para el cumplimiento de su misión”.

El Papa Francisco detalló en su catequesis el significado de los gestos concretos de la Confirmación: “Por tradición atestiguada por los Apóstoles, el Espíritu que completa la gracia del Bautismo se transmite por medio de la imposición de manos. A este gesto bíblico, para expresar mejor la efusión del Espíritu que impregna a quienes lo reciben, desde el principio se le ha añadido la unción del óleo perfumado, llamado crisma, que permanece en uso hasta el día de hoy, tanto en Oriente como en Occidente”.

El óleo es la sustancia terapéutica y cosmética que, en contacto con la piel del cuerpo, cura y perfuma las heridas. Para estas cualidades fue asumido por el simbolismo bíblico y litúrgico, para expresar la acción del Espíritu que consagra e impregna a los bautizados, embelleciéndolos con sus carismas”.

En concreto, “el Sacramento se confiere mediante la unción del crisma sobre la frente, efectuada por el Obispo con la imposición de la mano y mediante las palabras: ‘Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo’”.

El Espíritu Santo es el don invisible, y el crisma es la señal visible”, insistió Francisco. “A imagen de Cristo que lleva consigo la señal del Padre, también los cristianos son marcados con una señal que dice a quién pertenecen”.

Por último, Francisco afirmó que “al recibir en la frente el signo de la cruz con el óleo perfumado, el confirmando también recibe la impronta espiritual indeleble, el ‘carácter’, que lo confirma de forma más perfectamente a Cristo y les concede la gracia de propagar entre los hombres su buen perfume”.

La Castidad ¿Virtud o Castigo?

¿Cómo lo ve la sociedad en nuestros tiempos?

¿Por qué hay gente que ve la castidad como una virtud? ¿Qué hace que la castidad sea para alguien un castigo o una virtud? Si la prueba de amor (relación sexual) que se exige a la pareja fuera otra cosa, ¿Qué sería? vamos a responder las siguientes preguntas.

Para hablar de castidad primero hay que saber qué significa para la Iglesia Católica.

El significado de la Castidad

El Papa Juan Pablo II, en su exhortación apostólica “Familiaris Consortio” nos habla acerca de la castidad:

Según la visión cristiana, la castidad no significa rechazo ni menosprecio de la sexualidad humana: significa más bien energía espiritual que sabe defender el amor de los peligros del egoísmo y de la agresividad, y sabe promoverlo hacia su realización plena. (FC 33). Se trata de tener un control real sobre los impulsos sexuales, sentimientos, emociones y deseos.

Es importante resaltar que la sexualidad no se limita a los aspectos genitales, sino que abarca toda la esencia de lo que es la persona, es por ello que saber dominar todo tipo de impulsos nos hace crecer, pero sobre todo nos da voluntad para amar.

Probablemente la idea que tenías de castidad es diferente a lo que la iglesia enseña y ese desconocimiento es lo que ha distorsionado la idea de castidad que se ha transmitido a la sociedad como un castigo; abstenerse sin sentido a algo siempre va a ser un castigo, pero abstenerse para tener voluntad, edificar y dignificar a otra persona o a sí mismo, es una virtud.

¿Qué consecuencias podría haber para una persona que no vive la castidad?

Básicamente sería tener poca voluntad y esto implica la incapacidad de negarse a sí mismo para darse, los impulsos y deseos sexuales dominarían a la persona, lo que provocaría en él o ella celos, manipulación, cosificación de la pareja, individualismo, impulsividad, leve razonamiento para decidir, soledad entre otros.

Actualmente existen varias tendencias que muestra la relación sexual como una necesidad básica en el desarrollo del individuo. La sociedad cada vez invita más al individualismo por lo que no ve la castidad como una virtud, pero tampoco propone algo que genere respeto hacia su cuerpo, algo que genere voluntad y algo que proteja su alma e invite a valorar el caminar y no sólo una meta.

Saber esperar es saber que hay algo mejor, y más que una recompensa es lo que se está forjando en el interior del hombre, genera la posibilidad de tomar mejores decisiones, de valorar y saber aprecias desde los detalles más sencillos hasta los aspectos más desapercibidos.

La castidad es saber dominarse a sí mismo, para acrecentar su amor.

No se trata de no sentir atracción o impulso sexual, sino a pesar de ello sobrepasar los deseos para crecer y tener la capacidad de utilizar la poderosa palabra NO a aquello que te aleja de la santidad y usar la poderosa palabra SI a aquello que te lleva a la santidad, es decir, la felicidad plena.

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