Su madre conservaba estas cosas en su corazón

Evangelio según San Lucas 2,41-51. 


Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua. 
Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre, 
y acabada la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta. 
Creyendo que estaba en la caravana, caminaron todo un día y después comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos. 
Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en busca de él. 
Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. 
Y todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas. 
Al verlo, sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo: "Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados". 
Jesús les respondió: "¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?". 
Ellos no entendieron lo que les decía. 
El regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba estas cosas en su corazón.

Memoria del Inmaculado Corazón de María

MARIA NOS QUIERE CON CORAZÓN DE MADRE

Hoy celebra la Iglesia el amor que nos tiene la Madre de Dios y Madre nuestra representado en su Inmaculado Corazón. Quizá de nada estamos tan seguros como del amor que nos tiene nuestra propia madre. ¡Cuánto más seguros estaremos y cómo será de inmenso su amor, tratándose de María Santísima, la Madre que Jesús nos entregó desde la Cruz.       

Decimos en este día que María nos quiere con un corazón inmaculado, sin mancha. Nos ama con un corazón que jamás ha querido algo desordenadamente, porque, en todo momento, dirige sus afectos a través de Dios. Siendo María la llena de Gracia, hay en Ella una sintonía máxima con Dios. Por el singular privilegio de su concepción sin pecado, no padece las consecuencias del apartamiento de Dios y en todo momento goza de una visión clara de la verdad, con la que descubre inmediatamente el atractivo y el bien que suponen amar a Dios.       

María siempre ama. Cada instante de su existencia es para nuestra Madre una clara ocasión de intimidad con su Creador, que va concretando al actualizar la conducta que más agrada a su Creador. De un modo o de otro, las suyas son de continuo actitudes maternales, actitudes, por tanto, de servicio, entregada a su Hijo Jesucristo y a todos los demás hombres –sus hijos adopción–, destinados por la Encarnación y la Redención a la Vida Eterna.      

El Corazón de María no tiene experiencia sino de amar. No hay en Ella relación con el diablo, padre de la mentira, por eso su corazón no está viciado de egoismo. María no es como nosotros, que con frecuencia, engañados, preferimos un interés particular, no lo que Dios espera, antes que amarle.       

La singular claridad de inteligencia de María le permitía reconocer a Dios junto a sí, que aguardaba a cada paso su amor. Nada aparecía como indiferente para la Llena de Gracia. Hasta lo que resultaba más insignificante para sus contemporáneos, era para Ella una valiosa ocasión de entregarse generosamente y agradecida a su Creador.       

No veía María con desagrado el esfuerzo de buscar una y otra vez lo más perfecto en el trabajo, lo más generoso en el servicio, lo más perseverante en la oración –todo es oración para María, que no pierde la presencia actual de Dios–; por el contrario, contempla a su Señor más cercano a cada instante, por eso, a cada instante es más feliz aunque le cueste.       

Confiando en este amor que ha puesto totalmente en Dios, y por El en la humanidad, nos acogemos a su maternal auxilio. No puede defraudarnos, ya que nos ama con el mismo corazón inmaculado con el que quiere a Dios como nadie más le puede querer. Su gran amor al Creador, de quien quiso ser esclava, y a quien se entregó deseosa de que se cumpliera en Ella su palabra, manifiesta –por la calidad de su entrega– la perfección y generosidad de su corazón lleno de Gracia.       

Animada de esas mismas disposiciones acogió la petición de su Hijo al pie de la Cruz, de ser Madre nuestra. Por eso, aunque la Sagrada Escritura narre pocos detalles de la entrega maternal de María a los discípulos de su Hijo, estamos seguros de su desvelo por los Apóstoles y de la eficacia de su intercesión en favor de la Iglesia naciente. Su amor por los hombres brota del mismo amor con que sirvió a Dios como corredentora en los días de su vida mortal. Ahora, como siempre, prodiga su protección sobre la Iglesia Universal. Se hace más patente, en todo caso, para quienes se acogen acogen de modo especial a su protección, y confiados acuden como niños buscando su auxilio, persuadidos de que será por los siglos apoyo infalible de los hombres, en el camino hasta la eterna bienaventuranza.       

Tampoco faltarán en la historia futura de la humanidad esas intervenciones extraordinarias de la Madre de Dios y Madre nuestra, de las que tenemos ya repetida experiencia. ¡Cuántos santuarios de la Virgen conmemoran por el mundo su maternal protección a lo largo de los siglos! El suyo es un corazón permanentemente a nuestro favor; que nos ama, aunque, demasiado pendientes de nuestras cosas, casi no nos acordemos de Ella. También entonces vigilará María. Querrá salir al paso de las penas y dolores de sus hijos, y fácilmente notaremos su cariño a poco que fomentemos su devoción.       

Del mismo como que se adelantó, aliviando el problema que por un descuido iban a tener los jóvenes esposos de Caná de Galilea –según narra san Juan–, también sale al paso de los hombres de hoy. Hasta el final de los tiempos, además del amor que siente por la humanidad, siendo Llena de Gracia, María tiene asumido el encargo de su Hijo, que quiso que no nos faltara nunca en el mundo una protección maternal.    

Acudir, en fin, a Santa María, es señal infalible de gloriosa predestinación. Con su corazón de Madre, no sólo nos quiere bienaventurados en el Cielo sino también –como lo fueron los santos– felices en la tierra.
                                                                             

San Vicente de Paúl (1581-1660), presbítero, fundador de la Congregación de la Misión y las Hijas de la Caridad 

Entrevistas a las Hijas de la Caridad, 31/07/1634 (Trad. ©Evangelizo.org)


«Y vivió sujeto a ellos»

Como la obediencia perfecciona todas mis obras, es necesario que, entre ustedes, haya siempre alguien que se ocupe de ser superiora. A veces será una, a veces será otra. Es lo que hacemos en las misiones; ¿esto no les parece necesario? ¡Que Dios encuentre agradable la sumisión que ustedes le hacen para honrar la sumisión de su Hijo a San José y a la Santa Virgen! Estén alerta, hijas mías, de mirar siempre a la que sea superiora como a la Virgen María; vean incluso a Dios en ella, y se beneficiarán más en un mes que lo que harían en un año sin esto. Obedeciendo aprenderán la santa humildad; y ordenando por obediencia, enseñarán a las demás de forma útil. Quiero decirles, para animarlas a practicar la santa obediencia, que, cuando Dios me puso ante la Señora Superiora General, me propuse obedecerle como a la Santa Virgen, y Dios sabe cuánto bien me hizo.

Encontrar a Jesús

Santo Evangelio según San Lucas 2,41-51. Fiesta del Inmaculado Corazón de María.





En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Dame, Señor un corazón inquieto que te busque con ansia; no permitas que me acostumbre a Ti.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

En nuestra vida podemos acostumbrarnos a muchas cosas y personas pensando "ahí están y ahí seguirán estando". Así podemos acostumbrarnos a Jesús y buscarlo sólo cuando nos acordamos que lo ocupamos.

Algo similar les ocurrió a María y José, no por olvido, ni porque no lo quisieran, sino por pensar "ahí estará, al rato vendrá". Cuando nos damos cuenta de la supuesta ausencia de Jesús podemos tomar dos actitudes. La primera es la más sencilla para un corazón conformista, olvidarme de un Dios que siento lejano. La segunda brota de un corazón inquieto que busca la paz y la verdad: ¡Quiero buscarlo!

Si María y José hubieran tenido un corazón conformista, se hubieran limitado a preguntarle a la gente de la caravana; pero dieron un paso más, se devolvieron en el camino en su búsqueda. A veces es necesario devolverse un poco en el camino de nuestra vida para reconocer esos momentos que hemos tenido a Dios más cerca y no solamente recordarlos, sino buscar vivir otros mejores. Jesús realmente nunca se alejó, fueron sus padres quienes caminaron un buen rato sin Él.

Encontrar a Jesús es muy sencillo, sólo requiere de un corazón inquieto, que a la vez guarde las experiencias como el de María y quiera tener la experiencia de caminar junto al Señor. A Jesús lo encontramos en el hermano: "Todo lo que hagas a uno de estos más pequeños, a mí me lo hiciste."(Mt 25,40); en el Evangelio: "Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él."(Jn 14, 23); en la cruz: "el que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me siga."(Mt 16,24) y por último en la Eucaristía: "El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él." (Jn 6,56)

El Evangelio concluye con esta expresión: "El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él" (v. 40). Que el Señor Jesús pueda, por la maternal intercesión de María, crecer en nosotros, y aumentar en cada uno el deseo del encuentro, la custodia del estupor y la alegría de la gratitud. Entonces los demás serán atraídos por su luz, y podrán encontrar la misericordia del Padre.
(Homilía de S.S. Francisco, 2 de febrero de 2016).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Intentaré ser consciente de que Cristo está realmente presente en cada persona a mi alrededor y/o me acercaré unos minutos a contemplar la presencia de Dios en la Eucaristía.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

El Corazón generoso y tierno de María

¿Podemos, acaso, tu y yo amar y entregarnos de igual manera? El corazón humano de María pudo hacerlo.

Santa María no tuvo más corazón ni más vida que la de Jesús. Una vida y un corazón humanos pero de Jesús. ¿Podemos, acaso, tu y yo amar y entregarnos de igual manera? El corazón humano de María pudo hacerlo. Tú y yo tenemos su propio corazón como un escalón a la Puerta Santa que es Jesús. Con el ejemplo de la Santa Madre de Dios, no solo sabemos que podemos amar a Cristo, debemos amarle así porque la tenemos a Ella misma como intercesora.


Corazón generoso y tierno corazón como por naturaleza es el de toda mujer que es madre, el de María nos inspira profundamente. Y podríamos admirar a la Virgen por amar al Niño Dios, de igual manera que admiramos a cualquier madre que sostiene a su pequeño en los brazos. Pero el corazón de María ya era de Dios aún antes de la Anunciación. Había decidido reservar su corazón a Dios sin necesitar algún prodigio. En la Anunciación se consuma la previa entrega que ya se había realizado. ¿Cómo nos extraña entonces que haya podido pronunciar esas palabras que la han subido a la cúspide de la Fe "Hágase en mí según tu palabra"? Pensándolo con mayor hondura el corazón de María, sí es corazón humano, no solo era capaz de eso, sino de mucho más.


El corazón amoroso y entregado es, en su generosidad, un corazón fiel: Un corazón humano al pie de la cruz. Si con facilidad podíamos imaginar la ternura de la escena en el pesebre, con gran dificultad podemos apenas hacer un esbozo en la imaginación de la Santísima Virgen recibiendo de José de Arimatea el cuerpo ensangrentado de su hijo. ¿Cómo imaginar el dolor de una Madre que limpia, con mano trémula, la sangre de su hijo? Remueve en lo más profundo aún a nuestro propio y durísimo corazón el pensar en la mirada de María ante el rostro desfigurado y atrozmente golpeado de Jesucristo. Y su corazón dolido estaba ahí, fiel, al pie de la cruz. ¿Dónde está nuestra corazón? ¿Al pie de la cruz como el de la Santísima Virgen o escondido y alejado como el de los discípulos que abandonaron al Señor?


El corazón de María nos muestra todas las encontradas emociones que un corazón es capaz de sentir. Es el corazón de la Virgen uno tan grande y tan generoso, que es además nuestro propio refugio. Su corazón es, además de ejemplo y con dignidad sobresaliente para ser admirado, el consuelo para la aflicción. ¿Cuánto no comprenderás nuestros humanos dolores ella que enfrentó el dolor más profundo que se pueda experimentar?


Pero el corazón humano de nuestra Madre en Cristo no solo es un ejemplo de ternura amorosa o de abyecto dolor. María en su corazón es la Madre del buen consejo, y quien mejor nos puede enseñar a vivir el amor al prójimo. Poderoso corazón el de María, que puede convertir nuestro egoísmo y amor propio en caridad y amor a Dios. El corazón entregado de María debería enseñarlos a pedirle confiados a Dios: "Padre, mi corazón puede poco ¡Haz que te ame mas!".


Es a la Madre de Dios a quien hemos de acudir para pedirle que nos enseñe a amar más, a entregar más, a ser más justos, a rogarle que con su corazón dulcísimo nos proteja, nos enseñe, nos guíe.



El corazón humano de María. Humano. Como el tuyo y como el mío.

Guardar en el corazón

María nos invita a guardar lo que Dios nos dice, conservándolo en el corazón. 



Pocas cosas hay tan hermosas como el entendimiento y la comunicación entre las personas, cuando comprobamos que comprenden lo que queremos decir y cuando nosotros mismos sabemos entender a los demás, llegando a adivinar lo que están pensando casi antes de que las palabras salgan de su boca. Algo totalmente distinto de aquellas conversaciones que parecen un diálogo entre sordos, como si se hablaran distintos lenguajes. Experiencias tan opuestas como Babel, donde se confundieron las lenguas y Pentecostés, donde todos se entendían a pesar de hablar lenguas distintas.



Adentrándonos en el terreno religioso resulta gratificante sentirnos escuchados y comprendidos por Dios y conocer con nitidez lo que quiere de nosotros, sus planes. Pero también puede ocurrir lo contrario: que nos dé la impresión de que Dios no nos escucha ni atiende o que seamos incapaces de conocer su voluntad.



El ser humano necesita comunicarse, expresar sus sentimientos, sus ideas; necesita de la acogida y comprensión de los demás. Pero a veces esto no es posible y no queda más remedio que guardar silencio, que callar lo que gustaría gritar o decir y rumiar las cosas en el interior. No es fácil, pero a la larga es mejor que hablar inútilmente.



Todo esto me trae a la memoria una frase del Evangelio referida a María, cuando se encontró con su hijo en el templo de Jerusalén después de tres días de angustiosa búsqueda, de ausencia e incertidumbre. Ella no entendía por qué Jesús les había hecho esto e incluso después de hablar con Él parece que no consiguió aclarar muchas dudas. Por lo que el evangelista comenta: ¡Y María conservaba todas estas cosas guardándolas en su corazón!.



Lo cual equivaldría a decir más o menos: no entiendo nada, pero no quiero discutir, me resigno a no encontrar una respuesta clara, esperar a que algún día, con el tiempo, pueda comprender el por qué de todo esto. Más o menos equivale a decir: Señor, hágase tu voluntad, aunque no la entienda.



Con frecuencia nuestra impaciencia nos lleva a querer respuestas y soluciones inmediatas para todo, a reaccionar bruscamente, a incomodarnos, a querer que los demás nos entiendan a la perfección o que Dios nos conceda al instante todo lo que le pedimos.



Puesto que no somos budistas tampoco es cuestión de cerrar los ojos como que no pasa nada, tratando de limpiar la mente y dejándola vacía. Por eso nos reconforta la actitud de María que nos invita a guardar las cosas conservándolas en el corazón.

 
¿Cómo es el amor de Dios?

Hoy es la fiesta del amor de Dios 



Durante la Misa celebrada en la Casa Santa Marta este viernes 8 de junio, Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, el Papa Francisco destacó en su homilía que “se podría decir que hoy es la fiesta del amor de Dios”, un amor que es como “un mar sin fondo”.
El Santo Padre destacó que antes de que ningún hombre pudiera haber amado a Dios, “fue Él quien nos amó en primer lugar. Él es el primero en amar”. “Dios es así: siempre es el primero en actuar. Es el primero en esperarnos, el primero en amarnos, el primero en ayudarnos”.

Este amor de Dios encierra un gran misterio: “Es un amor que no se puede comprender. Un amor que supera toda conciencia. Lo supera todo. Así de grande es el amor de Dios. Un poeta decía que era como ‘el mar sin orillas, sin fondo…’, un mar sin límites. Esto es el amor que debemos entender, el amor que recibimos”.

En la homilía, el Pontífice puso de relieve la forma en que Dios se fue revelando a la humanidad a lo largo de la historia, avanzando paso a paso para dar a entender la grandeza de su amor: “Ha sido un gran pedagogo”, dijo el Papa, que también destacó que ese amor lo reveló en las pequeñas cosas.

“¿De qué forma manifiesta Dios su amor? ¿Con las cosas grandes? No: mediante las pequeñeces, con gestos de ternura, de bondad. Se hace pequeño. Se acerca. Con esa cercanía, con ese empequeñecerse, Él nos hace entender la grandeza del amor. El grande se hace entender por medio del pequeño”.

Ese amor mostrado en lo pequeño se materializa en Jesucristo. “Cuando Jesús quiere enseñarnos cómo debe ser el comportamiento cristiano, nos dice pocas cosas. Nos hace ver aquel famoso protocolo según el cual todos seremos juzgados. ¿Y qué dice? No dice: ‘Creo que Dios es así. He entendido el amor de Dios’. No, no…, el amor de Dios se muestra en lo pequeño. He dado de comer al hambriento, he dado de beber al sediento, he visitado al enfermo, al encarcelado”.

“Las obras de misericordia son el camino de amor que nos enseña Jesús en continuidad con el amor de Dios”. Las obras de misericordia “son la continuidad del amor de Dios que se empequeñece, llega a nosotros y nosotros lo llevamos adelante”, finalizó el Santo Padre.

Hans Küng y la estructura jerárquica de la Iglesia

Respondiendo a la pretensión de Küng de querer demostrar que la estructura jerárquica de la Iglesia es de origen humano



Baluarte del progresismo radical y de la heterodoxia, este conocido doctor en teología, sacerdote, y antiguo consultor del Concilio Vaticano II, vive exigiendo cambios radicales en la Iglesia, por medio de lo que el mismo reconoce es una “crítica destructiva” ofrecida “al servicio de la construcción, de la reforma y la renovación” . Pero un análisis de los puntos en los cuales pide renovación, permiten darse cuenta de cómo el progresismo puede ser, para la fe católica, uno de sus mayores enemigos, al afectar su contenido esencial.

Al leer a Küng, no se puede evitar encontrar sino un profundo resentimiento contra la jerarquía eclesiástica, y especialmente contra Juan Pablo II y Benedicto XVI, a quienes culpa por que se le retirara el permiso para enseñar teología católica. Para él ninguna institución a diferencia de la Iglesia Católica “polariza la sociedad y la política mundiales con tan alto grado de rigidez” . El problema se agrava cuando le leemos que se refiere al aborto, la homosexualidad y la eutanasia. Acusa también de discriminación hacia la mujer, acusando a Juan Pablo II de librar “una batalla escalofriante contra las mujeres modernas que ansían una forma de vida acorde con los tiempos, prohibiendo el control de la natalidad y el aborto (incluso en caso de incesto o violación), el divorcio, la ordenación de las mujeres y la modernización de las órdenes religiosas femeninas” .

No es difícil de entender porqué en su libro La Iglesia Católica hace copiosos esfuerzos por demostrar que estructura jerárquica de la Iglesia es de origen humano y no divino.

La Iglesia ¿Fundada por Jesús?

Escribe Küng:

¿Fundada por Jesús?

Según los Evangelios, el hombre de Nazaret prácticamente nunca utilizó la palabra «iglesia». No hay citas de Jesús dirigiendo públicamente a la comunidad de los elegidos una llamada programática a la fundación de una iglesia. Los estudiosos de la Biblia coinciden en este punto: Jesús no proclamó una iglesia ni a sí mismo, proclamó el reino de Dios. Guiado por la convicción de hallarse en una época próxima a su fin, Jesús deseaba anunciar la inminente llegada del reino de Dios, del gobierno de Dios, con vistas a la salvación del hombre.”

Llama poderosamente la atención que Küng inicie su argumentación poniendo en duda (para posteriormente negarlo) el hecho de que la Iglesia haya sido fundada por Jesús. Sorprende también la mención de que Jesús “prácticamente nunca utilizó la palabra «iglesia»”. Lo cierto es que aunque los evangelios no pretenden recopilar todo lo dicho por Jesús (Juan 20,30; 21,25), por ellos mismos sabemos que tenía el propósito claro de fundarla: “Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mateo 16,18). No es de extrañar que ya en las primeras predicaciones de Jesús la Iglesia se perfile como la máxima autoridad de apelación: “Si tu hermano peca contra ti, vete y corrígele a solas tú con él.…Si no escucha, toma entonces contigo a uno o dos…Pero si no quiere escucharlos, díselo a la Iglesia. Si tampoco quiere escuchar a la Iglesia, tenlo por pagano y publicano” (Mateo 18,15-17). No se explica de otra manera que Jesús eligiera apóstoles, a los que confirió autoridad (Lucas 9,1; 1 Tesalonicenses 2,7), para que pudieran hacer discípulos a todas las personas bautizándolas y enseñándoles a guardar todo lo que les mandó (Mateo 28,19-20). De allí que la solemne orden de “apacentar” sus ovejas y corderos (Juan 21,15-18) no es otra cosa sino la encomienda del gobierno de su Iglesia.

¿Cuántas veces tenía que haber quedado escrita la intención de Cristo de fundar una Iglesia para que pudiéramos tomarla en serio? ¿Es que si acaso los diez mandamientos aparecieran una sola vez en toda la Escritura, ya por eso habría razón para dudar de su origen divino?

Señala luego que “Los estudiosos de la Biblia coinciden en que Jesús no proclamó una iglesia ni a sí mismo, proclamó el reino de Dios” . Pasando por alto su conveniente omisión de a que estudiosos se refiere, hay que decir que una cosa no excluye la otra. Jesús si se proclamó a sí mismo como Mesías, Hijo de Dios, y como camino hacia el Padre (Juan 3,36; 14,6), prometió que fundaría su Iglesia (Mateo 16,18) y proclamó el reino de Dios (Marcos 1,15). Todo eso forma parte del Plan Divino, sin embargo, Küng lo presenta como conceptos excluyentes para ir preparando a sus lectores a aceptar la conclusión que presentará luego: que la fundación de la Iglesia fue cosa de los apóstoles luego de la muerte de Jesús, y no de Cristo mismo.

Autoridad versus Servicio

Escribe Küng:

“Está fuera de toda duda que había apóstoles en la primera comunidad. Pero más allá de los Doce, a los que el propio Jesús escogió como símbolo, todos aquellos que predicaban el mensaje de Cristo y fundaron comunidades como primeros testigos y primeros mensajeros eran también apóstoles. Sin embargo, junto a ellos se mencionan también otras figuras en las epístolas de Pablo: profetas y profetisas que anunciaban mensajes inspirados, y maestros, evangelistas y colaboradores de muy variada índole, hombres y mujeres.

¿Podemos hablar de «ministerios» en la iglesia primitiva? No, pues el término secular ministerio (arche y otros términos griegos similares) no se utiliza en ninguna fuente para los diferentes oficios y llamamientos de la iglesia. Es fácil advertir por qué.

«Ministerio» designa una relación de dominación. En su lugar el cristianismo primitivo usaba un término que Jesús acuñó como estándar cuando dijo: «El mayor entre vosotros será como el menor, y el que manda como el que sirve» (Lucas 22, 26; estas palabras se han interpretado en seis versiones diferentes). Más que hablar de ministerios, el pueblo se refería al diakonia, el servicio, originalmente similar a servir la mesa. Así pues, esta era una palabra con connotaciones de inferioridad que no podía evocar ninguna forma de autoridad, norma, dignidad o posición de poder. Ciertamente también había una autoridad y un poder en la iglesia primitiva, pero de acuerdo con el espíritu de esas palabras de Jesús no debía favorecer el establecimiento de un gobierno (para adquirir y defender privilegios), sino solo el servicio y el bienestar comunes.


Así nos hallamos ante un «servicio de la iglesia», no ante una jerarquía».

Küng intenta ahora presentar como conceptos contrapuestos la autoridad y el servicio. No es casualidad que intente reducir la elección de los 12 apóstoles a un simple símbolo, pues ya la existencia de ellos evidencia una jerarquía que poseía de manos del mismo Cristo, una autoridad que no compartían otros miembros de la Iglesia. ¿Cómo podría Küng negar la existencia de una jerarquía eclesiástica con capacidad de gobernar la Iglesia, cuando los mismos apóstoles son evidencia indiscutible de ese hecho?. Pablo se muestra convencido de esto, cuando escribe:“Aunque pudimos imponer nuestra autoridad por ser apóstoles de Cristo, nos mostramos amables con vosotros, como una madre cuida con cariño de sus hijos” (1 Tesalonicenses 2,7). De allí que eran ellos quienes instituían presbíteros en cada Iglesia (Hechos 14,23) y establecían junto con estos presbíteros las normas a ser obedecidas (Hechos 14,6).

Aunque a lo largo de la historia, muchas personas han buscado y buscarán ocupar altos cargos en la Iglesia para adquirir privilegios, esto no quiere decir que la autoridad esté reñida con el servicio. Pablo escribiendo como apóstol pedía que le tuvieran los hombres “por servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios” (1 Corintios 4,1). Es evidente que el administrador cuenta con un poder o autoridad de gobierno, pero esta le fue conferida, no para ser servido, sino para servir, de allí que las palabras del Señor exhorten a que el mayor de ellos debe hacerse “el menor de todos”.

Sembrando la duda sobre el Primado de Pedro

Escribe Küng:

“Ya durante la actividad pública de Jesús, el pescador Simón, a quien Jesús tal vez apodó «la piedra» (en arameo «Cepha», en griego «Peter»), era el portavoz de los discípulos” 

“Pero hoy en día incluso los estudiosos católicos del Nuevo Testamento aceptan que la famosa cita según la cual Pedro era la piedra sobre la que Jesús edificará su iglesia (Mateo 16,18).: la afirmación aparece en tiempo futuro, y de la que los otros Evangelios no dicen nada, no son palabras del Jesús terrenal sino que fueron compuestas después de Pascua por la comunidad palestina, o más tarde en la comunidad de Mateo”.

No pasa desapercibido que Küng comience poniendo en duda que fue Cristo quien cambio el nombre de Simón a Pedro. Es falso que es un hecho aceptado por estudiosos del Nuevo Testamento que esas palabras fueron una invención tardía de los primeros cristianos, por lo que no es de extrañar que no mencione ni a que estudiosos se refiere (generalización gratuita) ni de argumentos para probar lo que sostiene. El evangelio de Juan atestigua la intención de Cristo de cambiar el nombre de Simón a Cefas (Piedra) al comienzo de su ministerio: “Jesús, fijando su mirada en él, le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas» - que quiere decir, “Piedra"”(Juan 1,42). No sería lógico que Pedro conservara dicho nombre a lo largo del tiempo (como consta por las continuas menciones por parte de San Pablo en 1 Corintios 3,22; 15,5; Gálatas 2,9.11.14) si no lo hubiese recibido del Señor.

La finalidad de esto no es otra sino introducir este razonamiento: Si Cristo no fue quien cambio el nombre a Pedro, y quien le dijo la frase “Tu eres Pedro, y sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia”, entonces no fue intención de Cristo instituir un Primado entre sus apóstoles. Siendo todos los apóstoles iguales, el Papado también pasaría a ser una invención humana y por tanto también podría ser cambiado, o desechado.

Atacando el episcopado monárquico

Escribe Küng:

“… el episcopado monárquico se introdujo en Roma relativamente tarde…Una investigación cuidadosa de las fuentes del Nuevo Testamento en los últimos cien años ha mostrado que la constitución de esta iglesia, centrada en el obispo, no responde en modo alguno a la voluntad de Dios ni fue ordenada por Cristo, sino que es el resultado de un desarrollo histórico largo y problemático. Es obra humana y, por lo tanto, en principio, puede cambiarse…”

“Históricamente más bien puede demostrarse que en una primera fase post apostólica los presbíteros-obispos locales se establecieron junto con los profetas, los doctores y otros ministros como los únicos líderes de las comunidades cristianas (y también en la celebración de la eucaristía); así pues, ya en una primera fase tuvo lugar una división entre el «clero» y el «laicado». En una fase posterior el episcopado monárquico de un obispo individual desplazó de forma paulatina a la pluralidad de los obispos presbíteros en cada ciudad y más tarde en toda la región de una iglesia. En Antioquía, alrededor del 110, estando allí el obispo Ignacio, se formó la orden de los tres oficios que se convirtió en habitual por todo el imperio: obispo, presbítero y diácono. La eucaristía ya no podía celebrarse sin un obispo. La división entre el «clero» y el «pueblo» ya era un hecho.”

La hipótesis de que en la Iglesia Primitiva no existía un episcopado monárquico, sino que este fue un desarrollo normal de la organización de la Iglesia a lo largo del tiempo no luce muy coherente. Y es que, aunque en el Nuevo Testamento parecen utilizarse las palabras “obispo” y “presbítero” de forma intercambiable, la explicación más plausible corresponde a que lo que ocurrió fue que la terminología fue afinándose a través del tiempo, dejando la palabra obispo solamente para aquel presbítero, jefe de la Iglesia local, con jurisdicción sobre otros presbíteros. Se explicaría así porque en el Nuevo Testamento, Pablo habla del obispo en singular como “el encargado de la casa de Dios” (Tito 1,7), y sea tan especifico en los requisitos del candidato a obispo (1 Timoteo 3,1-2).

Küng también falsea la historia cuando atribuye a la Iglesia de Antioquia, cuyo obispo era San Ignacio (discípulo de Pedro y Pablo) la creación de la figura del episcopado monárquico. Un estudio de las siete epístolas que escribió camino al martirio demuestra que no fue que el resto de Iglesias imitó la organización de la Iglesia de Antioquia, sino que estas ya contaban con esta estructura jerárquica y con un obispo que las gobernaba. San Ignacio solo atestigua la estructura de esas Iglesias, no la establece. Unos cuantos ejemplos para ilustrarlo servirán:

“Por lo tanto es apropiado que andéis en armonía con la mente del obispo; lo cual ya lo hacéis. Porque vuestro honorable presbiterio, que es digno de Dios, está a tono con el obispo, como si fueran las cuerdas de una lira…. ”
Ignacio de Antioquía, Epístola a los Efesios, 3-4

“Por cuanto, pues, me fue permitido el veros en la persona de Damas vuestro piadoso obispo y vuestros dignos presbíteros Bassus y Apolonio y mi consiervo el diácono Socio, en quien de buena gana me gozo, porque está sometido al obispo como a la gracia de Dios y al presbiterio como a la ley de Jesucristo.”
Ignacio de Antioquía, Epístola a los Magnesianos, 2

“VI. Siendo así, pues, que en las personas antes mencionadas yo os contemplé a todos vosotros en fe y os abracé, os aconsejo que seáis celosos para hacer todas las cosas en buena armonía, el obispo presidiendo a la semejanza de Dios y los presbíteros según la semejanza del concilio de los apóstoles, con los diáconos también que me son muy caros, habiéndoles sido confiado el diaconado de Jesucristo, que estaba con el Padre antes que los mundos y apareció al fin del tiempo. Por tanto, esforzaos en alcanzar conformidad con Dios y tened reverencia los unos hacia los otros; y que ninguno mire a su prójimo según la carne, sino que os améis los unos a los otros siempre en Jesucristo. Que no haya nada entre vosotros que tenga poder para dividiros, sino permaneced unidos con el obispo y con los que presiden sobre vosotros como un ejemplo y una lección de incorruptibilidad.”
Ignacio de Antioquía, Epístola a los Magnesianos, 6

"Por tanto, tal como el Señor no hizo nada sin el Padre, [estando unido con Él], sea por sí mismo o por medio de los apóstoles, no hagáis nada vosotros, tampoco, sin el obispo y los presbíteros".
Ignacio de Antioquía, Epístola a los Magnesianos, 7

A los Trallianos habla nuevamente de un obispo (singular) “tipo del Padre” y un colegio de presbíteros (plural) como concilio de Dios.

"De la misma manera, que todos respeten a los diáconos como a Jesucristo, tal como deben respetar al obispo como tipo que es del Padre y a los presbíteros como concilio de Dios y como colegio de los apóstoles"
Ignacio de Antioquía, Epístola a los Trallianos, 3

“…Porque os conviene a cada uno de vosotros, y de modo más especial a los presbíteros, el alegrar el alma de vuestro obispo en el honor del Padre [y en el honor] de Jesucristo y de los apóstoles. “
Ignacio de Antioquía, Epístola a los Trallianos, 12

Otros ejemplos cuando escribe a otras iglesias:

“…si son unánimes con el obispo y los presbíteros que están con él, y con los diáconos que han sido nombrados en conformidad con la mente de Jesucristo, a los cuales Él de su propia voluntad ha confirmado y afianzado en su Santo Espíritu.”
Ignacio de Antioquía, Epístola a los Filadelfianos, Prologo

“Prestad atención al obispo, para que Dios también os ténga en cuenta. Yo soy afecto a los que están sometidos al obispo, a los presbíteros y a los diáconos. Que me sea concedido el tener mi porción con ellos en la presencia de Dios. Laborad juntos los unos con los otros, luchad juntos, corred juntos, sufrid juntos, reposad juntos, levantaos juntos, como mayordomos y asesores y ministros de Dios.”
Ignacio de Antioquía, Epístola a Policarpo, 6

No hay en ninguna de las epístolas de San Ignacio evidencia que permita suponer que estas Iglesias adoptaron el modelo del episcopado monárquico de Antioquia, y es harto difícil creer que a escasos 10 años de la muerte del último apóstol todas se lo hubiesen inventado.

San Ignacio no es el único testigo de la primitiva organización de la Iglesia. Un testimonio importante lo tenemos también de la mano de San Ireneo, discípulo de San Policarpo, a su vez discípulo del apóstol San Juan. En su obra Contra los herejes (3,3,2) atestigua que las iglesias apostólicas cuentan con listas de sucesiones de obispos que llegan hasta los apóstoles (por cuestión de extensión se limita a mencionar solo la de la Iglesia de Roma a la que llama la “más grande, más antigua y mejor conocida por todos, fundada y establecida en Roma por los dos gloriosísimos apóstoles Pedro y Pablo” ). Tertuliano posteriormente combate a los herejes retándoles a que demuestren que sus iglesias cuentan con un episcopado monárquico, como las Iglesias apostólicas (Tertuliano. “Prescripciones contra todas las herejías”. 33,1-2)

Continua Küng :

“Pero resulta sorprendente que incluso Ignacio, defensor e ideólogo del episcopado monárquico, no se dirigiera a un obispo en su carta a la comunidad romana, no más que Pablo. Y no se mencionaba a ningún obispo de Roma en ninguna otra de las primeras fuentes, como la Epístola de Clemente (alrededor del 90).”

Es cierto que hay una diferencia entre la carta que escribe a la iglesia de Roma respecto al resto de las iglesias, pero es sobre todo una evidencia al favor de su primado. Para el obispo de Antioquia, Roma es “la Iglesia que alcanzó misericordia en la magnificencia del Padre altísimo y de Jesucristo su único Hijo; la que es amada y está iluminada por la voluntad de Aquel que ha querido todas las cosas que existen, según la fe y la caridad de Jesucristo Dios nuestro; Iglesia, además, que preside en la capital del territorio de los romanos; digna ella de Dios, digna de todo decoro, digna de toda bienaventuranza, digna de alabanza, digna de alcanzar cuanto desee, digna de toda santidad; y puesta a la cabeza de la caridad “ (Epístola de Ignacio a los romanos, Firma y saludo), por lo que mientras solicita a todas las iglesias a las que escribe orar por su la iglesia de Antioquia, él nunca encarga esta al cuidado de otra iglesia, sino solamente a Roma, la cual según sus propias palabras “preside en la caridad” .

Concluyendo…

Cada uno de los puntos de la argumentación de este teólogo heterodoxo no tenían otra finalidad negar que la Iglesia es una Institución Divina. Pero la Iglesia es “columna y fundamento de la verdad” (1 Timoteo 3,15), sobre la cual “las puertas del infierno no prevalecerán” (Mateo 16,19). Al poner en duda la intención de Cristo de fundar una Iglesia organizada jerárquicamente (obispos, presbíteros y diáconos) intenta abrir una puerta para conseguir una “reestructuración” de la Iglesia a un modelo mucho más “democrático” y menos autoritativo, tolerante con teólogos heterodoxos como él y abierta a sus propuestas aberrantes.

Si Küng gusta de una Iglesia que apruebe el aborto, ya existen muchas iglesias protestantes que lo aprueban. Si desea que se apruebe el matrimonio gay o que hayan sacerdotisas, bien puede irse con los episcopales y anglicanos. Si no quiere creer en los dogmas de fe, pues eso ya lo hacen todos los protestantes. Todo lo que pide ya lo tienen aquellos que se han apartado de la Barca de Pedro, pero de todo esto, lo menos coherente, es que viva amargado porque se le negara el permiso de enseñar teología católica, cuando lo que pretendía era enseñar es todo menos eso. Supérelo y deje de engañarse llamándose a si mismo católico, cuando el mismo sabe que desde hace mucho ya no lo es.

“Ay, los que llaman al mal bien, y al bien mal; que dan oscuridad por luz, y luz por oscuridad; que dan amargo por dulce, y dulce por amargo!” Isaias 5,20

PAXTV.ORG