No se inquieten por el día de mañana
- 23 Junio 2018
- 23 Junio 2018
- 23 Junio 2018
Evangelio según San Mateo 6,24-34.
Dijo Jesús a sus discípulos: Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien, se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero. Por eso les digo: No se inquieten por su vida, pensando qué van a comer, ni por su cuerpo, pensando con qué se van a vestir. ¿No vale acaso más la vida que la comida y el cuerpo más que el vestido? Miren los pájaros del cielo: ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros, y sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta. ¿No valen ustedes acaso más que ellos? ¿Quién de ustedes, por mucho que se inquiete, puede añadir un solo instante al tiempo de su vida? ¿Y por qué se inquietan por el vestido? Miren los lirios del campo, cómo van creciendo sin fatigarse ni tejer. Yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vistió como uno de ellos. Si Dios viste así la hierba de los campos, que hoy existe y mañana será echada al fuego, ¡cuánto más hará por ustedes, hombres de poca fe! No se inquieten entonces, diciendo: '¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos?'. Son los paganos los que van detrás de estas cosas. El Padre que está en el cielo sabe bien que ustedes las necesitan. Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura. No se inquieten por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su aflicción.
San José Cafasso
San José Cafasso, presbítero
En Turín, en la región del Piamonte, en Italia, san José Cafasso, presbítero, que se dedicó a la formación espiritual y cultural de los futuros clérigos, y a reconciliar con Dios a los presos encarcelados y a los condenados a muerte.
Nació el 15 de enero del año 1811 en Castelnuovo Don Bosco, que entonces se llamaba Castelnuovo d'Asti. Cristalizó su deseo de consagrarse a Dios en los principios del verano de 1827. Hizo los estudios filosóficos y teológicos preparatorios al sacerdocio que se le confirió el 21 de septiembre de 1833. Las corrientes que mandaban la moda en aquellos momentos estaban inficionadas de jansenismo y regalismo con vientos que dificultaban fuertemente la marcha de la Iglesia.
La piedad, como expresión de la fe, estaba sofocada por un excesivo rigorismo que señalaba tanto la distancia entre el Creador y la criatura que dificultaba la expresión genuina de la relación con Dios visto como Padre bueno; por ello, la relación amorosa y confiada a la que debe llevar la verdadera piedad permanecía oculta por la rigidez estéril y el temor nocivo a Dios observado como justiciero, lejano y extraño. Enmarcado en estas formas de pensamiento y de actitudes prácticas comienza el ejercicio del ministerio sacerdotal José Cafasso.
Renuncia a la «carrera» de los eclesiásticos, desperdiciando voluntariamente las posibilidades de subir que tuvo desde el principio por su buen cartel. Se instala, con la intención de mejorar su formación sacerdotal, en el "Convitto" de San Francisco de Asís, en Turín, que habían fundado en el 1817 Pío Brunone y Luis María Fortunato. Frente a la práctica religiosa antipática y a la pastoral sacramental rigorista imperante en su época, allí se entresacan los filones de la vida espiritual católica de todos los tiempos.
Con trazos seguros y vivos se enseña, recuerda y habla del fin de esta vida, del valor del tiempo, de la salvación del alma y de la lucha contra el pecado; con naturalidad se tratan las verdades eternas, la frecuencia de los sacramentos, el despego del mundo... Todo ello en clima de cordialidad, de sano optimismo y de confianza en la bondad de Dios manifestado en Cristo; por eso, se adivina que la religión ha de ser el continuo ejercicio de amor para acercarse al Dios lleno de infinita bondad y misericordia de quien debe esperarse siempre todo el perdón. Con formas nuevas, la piedad resulta agradable y fuente de permanente alegría cristiana. Así se da sentido al cuidado de las cosas pequeñas y en la misma mortificación corporal se descubre el verdadero sentido interior que encierra en cuanto que la renuncia al gusto no es más que liberación del amor y unión más perfecta con Dios.
Hay que resaltar la influencia que José Cafasso ejerció en san Juan Bosco, algo más pequeño que él, cuando José era un joven y Juan un niño y cuando, más tarde, le facilita fondos económicos para ayudarle en la obra evangelizadora que comenzaba para el bien profesional y cristiano de la juventud. No se puede dejar de mencionar ni por olvido que en la tierra tuvo tres amores: Jesús Sacramentado, María Santísima y el Papa. Falleció un sábado 23 de junio de 1860, a la edad de sólo 49 años. Su oración fúnebre la hizo su discípulo preferido: San Juan Bosco. Antes de morir escribió esta estrofa: "No será muerte sino un dulce sueño para ti, alma mía, si al morir te asiste Jesús, y te recibe la Virgen María". Fue canonizado por el Papa Pío XII en 1947. Encontró a Dios y le sirvió en el cumplimiento ordinario del ministerio sacerdotal, viviendo fielmente a diario -y esto es lo heroico- su entrega.
Oremos
Tú, Señor, que concediste a San José Cafasso un conocimiento profundo de la sabiduría divina, concédenos, por su intercesión, ser siempre fieles a tu palabra y llevarla a la práctica en nuestra vida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Sobre todo buscad el Reino de Dios y su justicia
Santo Evangelio según San Mateo 6, 24-34. Sábado XI de Tiempo Ordinario.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Gracias, Señor, por darme un día más de vida, por darme la oportunidad de acercarme cada vez más a Ti. Ayúdame a darme cuenta que Tú debes ser el centro de mi vida alrededor del cual todas las otras preocupaciones deben girar.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Jesús quiere que no seamos presa de las preocupaciones y angustias del mundo. Por eso, nos invita a contemplar los animales del campo, la naturaleza, y a darnos cuenta de que Dios es quien los cuida y alimenta. Parece decirnos: "No te preocupes por el trabajo o el vestido. ¡Relájate! Yo me preocupo por ti".
"Demasiado bueno para ser verdad" pensamos nosotros o, por lo menos, no lo tomamos lo suficientemente en serio. ¿Cómo podríamos no preocuparnos por nuestro bienestar, si vemos que lo que no conseguimos nadie nos lo da? ¿Cómo no angustiarme cuando tengo que pagar la renta y no tengo dinero? ¿Cómo no desanimarme cuando alguien que amo está enfermo?
Jesús nos muestra el camino cuando nos pide que busquemos primero a Dios. Nos pide que tengamos los ojos fijos en Él y nos promete que así llegaremos a la plenitud que tanto anhelamos. Es verdad, nosotros tendremos que seguir trabajando, haciendo esfuerzos para pagar la renta, o incluso para acompañar aquellos enfermos, pero la prioridad no estará en aquello que hacemos, sino que Dios nos dará un corazón libre para amar y bendecirá todas nuestras acciones.
Es realmente un amor sorprendente y misterioso, porque donándonos Jesús como Pastor que da la vida por nosotros, ¡el Padre nos ha dado todo lo más grande y precioso que podía darnos! Es el amor más alto y más puro, porque no está motivado por ninguna necesidad, no está condicionado por ningún cálculo, no es atraído por ningún deseo de intercambio interesado. Frente a este amor de Dios, nosotros experimentamos una alegría inmensa y nos abrimos al reconocimiento por lo que hemos recibido gratuitamente. Pero contemplar y dar gracias no basta. Es necesario también seguir al Buen Pastor. (Homilía de S.S. Francisco, 26 de abril de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Dedicaré algún tiempo antes de dormir para poner delante de Dios mis preocupaciones del día y para pedirle que me ayude a ponerlo siempre a Él primero.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
¡No os preocupéis y angustiéis!
Hay que cuidar que las preocupaciones no nos paralicen.
Mateo 6, 24-34
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-«Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.
Por eso os digo: No estéis agobiados por la vida, pensando qué vais a comer o beber, ni por el cuerpo, pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad a los pájaros: ni siembran, ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos?
¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida?
¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues, si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe? No andéis agobiados, pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los gentiles se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso.
Sobre todo buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura. Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos.»
Reflexión
1.Jesús, en el Evangelio de hoy, nos revela el rostro de Dios-Padre: su amor paternal que se manifiesta en su providencia para con cada hombre.
Sabemos que el Padre tiene un plan de vida, que es un plan de amor, para cada uno de sus hijos, para cada uno de nosotros. Por medio de este plan providente quiere conducir y llevarnos a su reino, hacia su casa paterna. No sólo nos creó, sino también nos provee y cuida de todos nuestros pasos.
Y si ya vela con solicitud sobre criaturas insignificantes como “los pájaros del cielo” y “los lirios del campo”, aún cuando no hacen nada - cuánto más cuidado tendrá de estas criaturas más dignas y preferidas que somos nosotros.
2. Por eso, Jesús nos exhorta: ¡No os angustiéis! ¡No os preocupéis! Pero esto no nos impide trabajar, sino todo lo contrario: el Evangelio da ánimo para trabajar. Cristo alaba al criado que, cuando viene su dueño, está ocupado (Lc 12,43). Cristo no quiere gente ociosa. Él condena, en la parábola de los talentos, al criado infiel por no haber hecho fructificar su talento.
La verdadera fe no tiene nada que ver con la ociosidad, con la pasividad. El cristiano no tiene nada que ver con el fatalista. Dios nos ha dado la capacidad para el trabajo. Éste es el primero de sus dones, la primera señal de su providencia.
Cristo no nos pone en guardia contra la ocupación, sino contra la preocupación - ni contra el trabajo, sino contra la intranquilidad. “No os preocupéis diciendo: ¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos?”
Hay que ocuparse, razonablemente, de todo esto, pero sin intranquilizarse, porque la intranquilidad es precisamente lo que paraliza la acción, lo que impide obrar como es debido.
3. Lo que Cristo nos pide, en el Evangelio de hoy, es la cosa más natural del mundo: la confianza. Es la misma confianza, que acá en la tierra el hijo da a sus padres, el marido a su esposa, el alumno a su maestro. Lo que es indispensable en las relaciones sociales, Dios-Padre lo espera también de nosotros: que tengamos confianza en Él.
Si estamos inquietos, angustiados, nerviosos - es probable que ello ocurra porque nos falta la confianza en Dios. Es el miedo que paraliza y hace ineficaz el esfuerzo. Cuando mejor se trabaja es cuando hay confianza.
Dios está con nosotros en nuestra vida, en cada momento, hoy y también mañana. ¡Contamos cada día con Él! La inquietud por el mañana perjudica el trabajo de hoy: “No os inquietéis por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su aflicción”.
4. Pero Cristo no condena la previsión ni el ahorro. Tenemos que saber prever razonablemente las cosas y estamos obligados a ahorrar.
Pero no exijamos una seguridad total, porque no la tendremos nunca. Es preciso aceptar cierta inseguridad necesaria. Tenemos que asegurarnos, pero no es posible que nos aseguremos contra todo. No hay que buscar el medio de poder prescindir de la providencia.
Incluso con los hijos: tenemos que saber pensar en ellos, pero no protegerlos contra la providencia. No debe-mos enseñarles que puedan prescindir del Padre. Por supuesto, tenemos que amarlos, educarlos bien, instruirlos todo lo que podamos, darles las mejores posibilidades para el porvenir.
Pero, sobre todo, debemos enseñarles la alegría y la tranquilidad de que tienen un Padre en el cielo, y que - como nosotros - pueden poner en Él toda su confianza filial.
¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Natividad de San Juan Bautista
Este hombre tiene para nuestro mundo una enseñanza grande, porque el hombre de hoy no sabe ni quién es, ni a dónde se dirige ni cuáles son sus ideales.Hay personas que se pueden reconocer por su entereza, por la fidelidad a su vocación y por su estilo de vida.
Domingo 24 Junio
Natividad de San Juan Bautista
Isaías 49,1-6: “Te convertiré en luz de las naciones”
Salmo138: “Te doy gracias, Señor, porque me has formado maravillosamente”
Hechos de los Apóstoles 13, 22-26: “Antes de que Jesús llegará, Juan predicó a todo Israel un bautismo de penitencia”
San Lucas 1, 57-66. 80: “Juan es su nombre"
Triste imagen del hombre de hoy dibujan los expertos: perdido sin rumbo, vagando en la oscuridad y las tinieblas, sin nombre, sin oficio, sin misión. Todo lo contrario a Juan el Bautista.
Hoy celebramos el nacimiento de San Juan Bautista, una fiesta muy popular en nuestras comunidades que nos da la oportunidad para reflexionar no solamente en su persona sino en la misión de todo cristiano. Hay personas que en su mismo nombre llevan inscrita la historia de su vida. Hay personas que tienen una misión y la cumplen a cabalidad. Hay personas que se pueden reconocer por su entereza, por la fidelidad a su vocación y por su estilo de vida.Juan el Bautista es uno de ellos. La narración que nos ofrece San Lucas sobre su nacimiento pone en evidencia un oficio, un nombre y una misión.
Un oficio: Zacarías, su padre y sacerdote del templo, esperaría que su único hijo podría ocupar la misma función sacerdotal que él desempeñaba. Sin embargo, este hombre queda mudo, como representando el silencio de todo el Antiguo Testamento, ante la llegada del que es la Palabra. Juan es escogido para un oficio diferente: precursor del Mesías, el último de los profetas. Abandonando el templo se va al desierto y desde ahí anuncia la presencia del Mesías en medio del pueblo. Predica un nuevo modo de conversión dejando de lado los sacrificios. Dios lo forma maravillosamente en el seno de su madre para ser luz de las naciones, y de la mudez de su padre, brota la palabra nueva de esperanza que exige la preparación de los caminos y que descubre a Jesús como el anunciado de todas las naciones. Su oficio será profetizar exigiendo la justicia, buscando la verdad y presentando al Mesías.
Su nombre: “Dios concede el favor”, “Dios salva”, lo sitúa en la única perspectiva de su vida: mostrar el favor de Dios hecho salvación en carne de su Hijo. No es una caña sacudida por el viento, no es quien acomodándose a los privilegios y placeres se olvida de su propio significado. Es la fidelidad al nombre que el Dios fiel le impone sobre los ritos y costumbres. Juan refleja en su vivir y su actuar la profundidad que implica su nombre.
Su misión ser luz, proclamar la verdad y presentar a quien es la Verdad. No acomoda la vida a sus intereses, sino su vida está condicionada por esa búsqueda de verdad y de justicia. ¡Qué bien refleja el anuncio del profeta Isaías! ¡Cómo lo hace realidad! Entrega su vida por la verdad y por Jesús, sabe de una fidelidad que supera los obstáculos y dificultades.
Y este hombre tiene para nuestro mundo una enseñanza grande, porque el hombre de hoy no sabe ni quién es, ni a dónde se dirige ni cuáles son sus ideales. Igual que Juan cada hombre tiene un oficio, un nombre y una misión que le dan sentido a su existencia.
Esta fiesta es una oportunidad también para nuestra reflexión sobre el sentido más profundo de nuestra vida: no importan los títulos ni los oficios, importa mucho más si estamos siendo fieles a nuestra misión. No importan las apariencias ni los reconocimientos, se requieren hombres y mujeres que sean fieles a su misión de enderezar caminos, de defender la verdad y de construir la justicia. Juan es reconocido por el mismo Jesús como el más grande de los profetas, y cómo se necesita en nuestro tiempo que cada discípulo sea un verdadero profeta que hable en nombre del Señor, que anuncie esperanza y que denuncie las injusticias, que relacione al pueblo con Dios.
La corrupción, la mentira, la infidelidad se han enseñoreado de nuestros ambientes. Ahora fácilmente perdemos el rumbo, nos equivocamos de camino. No somos capaces de sostener fidelidad a nuestros ideales y mucho menos si estos están condicionados por el anonimato, la privación y la austeridad. Hemos sucumbido a los encantos de un mundo que nos promete felicidad en lo exterior y perdemos el sentido de una verdadera vocación a la que fuimos llamados. Entonces se levanta la figura de Juan para exigirnos fidelidad a lo que somos y para lo que fuimos hechos.
Como Isaías, y como Juan Bautista, también nosotros fuimos tejidos desde el seno de nuestra madre con un propósito y una misión. También a cada uno de nosotros se nos dice: “Tú eres mi siervo, en ti manifestaré mi gloria”. Dios no hace basura, y a nosotros nos ha hecho con mucha ternura y dedicación confiándonos una misión: ser mensajeros de su amor. Contemplando el nacimiento de Juan el Bautista, debe brotar desde lo profundo de nuestro corazón un sincero agradecimiento a Dios por nuestro propio nacimiento porque también a nosotros nos ha formado de un modo maravilloso, pero examinemos si somos fieles al nombre que se nos dio de “cristianos” (ungidos del Señor), como profetas y con la misma misión de Juan: hacer presente en nuestro mundo a Jesús el Mesías.
Al celebrar hoy a San Juan Bautista, tenemos la oportunidad de revisar si somos fieles a nuestra vocación. Tendremos que revisar si nuestra vida anuncia, sin palabras, que Dios salva. Debemos renovar el llamado que nos ha hecho el Señor a ser sus pregoneros, aunque después debamos desaparecer para dejar lugar a la verdadera luz. ¿Cómo estamos cumpliendo nuestra misión? ¿Cómo realizamos hoy nuestra vocación?
Gracias, Padre Bueno, por habernos formado de manera admirable. Concédenos ser fieles, igual que Juan Bautista, a nuestra identidad, a la verdad y a nuestra misión. Amén
¿Tiene algo que ver el deporte y la fe católica?
El deporte es un instrumento de educación cuando fomenta elevados ideales humanos y espirituales
¿Tiene algo que ver el deporte y la fe católica? Sí, tiene muchísimo que ver. Incluso diría que tiene todo que ver. El deporte y el cristianismo tienen una relación muy estrecha. Incluso recordemos que el lema del Comité Olímpico Internacional es: “Citius, altius, fortius”, “Más alto, más rápido, más fuerte”. Es un lema cristiano que es el fundamento del deporte olímpico
Decía San Juan Pablo II: “El deporte es un instrumento de educación cuando fomenta elevados ideales humanos y espirituales. Cuando forma de manera integral a los jóvenes en valores como la lealtad, la pèrseverancia, la amistad, la solidaridad, la paz”.
Fíjense, deporte y cristianismo comparten muchísimo, tienen mucho que decirse mutuamente. A un cristiano el deporte le puede ayudar muchísimo a vivir sus virtudes cristianas, y al deporte, el cristianismo le puede ayudar a humanizarse y a elevarse.
Cuando nosotros hablamos del trabajo en equipo, la lealtad, la perseverancia, del “no al racismo” que el fútbol tanto predica, tiene todo que ver con el cristianismo; y cuando nosotros en el cristianismo hablamos de perseverar, de luchar, de tener esperanza, de estar con los demás, de preocuparse del otro, tiene mucho que ver con el deporte.
Así que deporte y cristianismo tienen esa relación muy estrecha y que es muy importante que nosotros profundicemos.
Para la Iglesia desde San Juan Pablo II sobre todo, que ha iniciado ese diálogo más cercano con el mundo del deporte, pasando por el Papa Benedicto y por el Papa Francisco, hay muchísimas citas sobre el deporte y nuestra fe que poco a poco, vamos a ir viendo. ¡Muchas gracias!
Alexandre nació en 1972 en Brasil. Es Bachiller en Teología y Licenciado en Pedagogía por la Pontificia Universidad Católica de Chile. En la actualidad es el Coordinador General del Movimiento de Vida Cristiana MVC. Reside en Lima (Perú).
María Felicia de Jesús Sacramentado, Beata
Religiosa, 28 de marzo Por: Berenice Cristaldo, Carmelita Seglar
Religosa
En Asunción (Paraguay), Beata María Felicia de Jesús Sacramentado (en el siglo: María Felicia Guggiari Echeverría), religiosa profesa de la Orden de las Carmelitas Descalzas († 1959)
El 6 de marzo de 2018, el Santo Padre Francisco recibió en audiencia a Su Eminencia Reverendísima el cardenal Angelo Amato, S.D.B., Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos. Durante la audiencia, el Sumo Pontífice autorizó a la Congregación a promulgar el decreto relativo al milagro atribuido a la intercesión de la Venerable Sierva de Dios María Felicia de Jesús Sacramentado, por lo que tan sólo resta la celebración de la ceremonia de beatificación.
Fecha de beatificación: 23 de junio de 2018, durante el pontificado de S.S. Francisco./span>
Breve Biografía
María Felicia, familiarmente “Chiquitunga”, nació en la familia Guggiari Echeverría en Villarrica, Paraguay, el 12 de enero de 1925.
Desde muy joven el corazón de Chiquitunga ardía de amor a Jesucristo, y se consumía de celo apostólico: el deseo de colaborar con Jesús en su obra salvadora.
A los 16 años se alistó en las filas de la Acción Católica de la que fue miembro entusiasta y dirigente abnegada. Se consagró a servir a Dios. Lo encontró en los niños en la catequesis, en los jóvenes trabajadores o universitarios con sus problemas, en los pobres, enfermos y ancianos en sus necesidades materiales y espirituales. Trabajó primero en Villarica, luego en Asunción. Sobre aquellos tiempos de apostolado escribió:
• En todos los trabajos que estoy realizando trato de poner el sello de nuestro espíritu cristiano, porque quiero que todo se sature de Cristo y donde quiera que sea pueda dejar un rayito de luz.
• No sabría explicarle la ansiedad, el deseo intenso de trabajar exclusivamente, entregada en cuerpo y alma por causa de Cristo, al apostolado; sed, verdaderamente sed, tengo de una inmolación mas efectiva.
Logró un olvido total de si misma para entregarse a Dios y al prójimo. Su amor por los pobres y por los que sufren fue excepcional. Hablando de "sus viejitas" de Villarica escribe:
• Nunca imaginé que sería tan feliz llevando consuelo a quienes con su dolor hacen posible nuestra vida... Recorriendo hogares, prodigando aunque sea tan solo una sonrisa como fruto espontáneo de la gracia palpitante en nuestras almas, encendido nuestro poco de Amor Divino. Ser apóstoles, Señor, que hermoso sueño".
Deseando ya entrar en el Carmelo, M. Felicia escribe:
• Se me hacen tan largos los días y quisiera pasaran uno tras otro hasta ver llegada aquella maravillosa aurora en que, encerrada en las cuatro mas felices paredes que haya habitado en mi vida, ofreciendo sin cesar mi vida...
Felicia amaba de corazón el apostolado. Pero llegó el día en que Jesús la llamó para Sí en la vida contemplativa. Para ofrecerlo todo a Dios, a los 30 años, ingresó en el Carmelo de la Asunción (Paraguay). Tomó el hábito de Carmelita Descalza el 14 de agosto de 1955. Su camino fue ofrecerlo todo. Como Santa Teresita de Lisieux y otras grandes hijas del Carmelo, la Hna. Felicia descubrió el secreto de la vida escondida para Jesús, vida sumamente fecunda que desborda en bendición para toda la humanidad. Cuentan que cierta Hermana había exclamado: "Apresurémosnos, porque el tiempo es oro", a lo que ella respondió con toda dulzura para no ofenderla: "No, hermana, el tiempo no es oro, es apostolado".
Vibraba en ella el amor apremiante de Cristo, la ternura filial a su "Madrecita", La Virgen María, la participación activa en la Eucaristía y en la misión evangelizadora de la Iglesia Católica.
Las Madres Carmelitas Descalzas de Asunción recuerdan: "En los cuatro años que la querida Hermana vivió entre nosotras se caracterizó por su gran espíritu de sacrificio, caridad y generosidad, todo envuelto en gran mansedumbre y comunicativa alegría"
La hepatitis infecciosa que ya había llevado a la tumba a una de sus hermanas, la obligó a internarse en un Sanatorio de la ciudad, en enero de 1959, por un mes y algo mas.
• Estoy con estos sentimientos de que no ha de ser mucho lo que me falte para que Jesús, viendo sobre todo mi nada, me lleve pronto.
Aunque pide por su salud porque cree que todavía podrá servir a su Amado en la tierra, ella se pone totalmente en sus manos.
Enfermó de púrpura, una especie de derrame interno que producía en distintas partes del cuerpo y de la cara unas manchas de sangre; su médula ósea no elaboraba ya glóbulos rojos.
• ¡Jesús tomó de verdad la ofrenda! A lo que El disponga, lo digo con toda el alma y si El lo quiere sabe por qué!
• Ya estoy esperando a Jesús, quisiera llenarme de sólo su amor y no vivir sino sólo pare El. Sólo espero cumplir su voluntad, no quiero otra cosa. Me he ofrecido a El como pequeña víctima, por los sacerdotes, por nuestra Sagrada Orden, por Nuestra Comunidad, por mis padres y familiares, en fin, por todas las almas".
Tenía un gran anhelo por encontrarse con su Divino Esposo. La Hna. Felicia recibió con mucha devoción el sacramento de los enfermos con todo su conocimiento. "He aquí Jesús, a tu pequeña esposa".
Murió el 28 de marzo del 1959, domingo de Pascua. Aproximadamente a las cuatro de la mañana, y con todos los familiares presentes, entra en agonía. Estaba rozagante, recuerda alguien. Pidió a la madre Priora y a otras dos Madres allí presentes, le leyeran el "Muero porque no muero" de Santa Teresa de Jesús (fundadora de la orden). Recostada en los almohadones parecía dormir. De pronto se yergue y con una energía no común exclama:
• Papito querido, ¡qué feliz soy!; ¡Que grande es la Religión Católica!; ¡Que dicha el encuentro con mi Jesús!; ¡Soy muy feliz!"
Y sin borrársele la sonrisa:
• Jesús te amo. ¡Que dulce encuentro! ¡Virgen María!
Luego una frase de despedida y consuelo a su madre y hermano y plácidamente su alma voló al cielo. En su rostro quedó estampada la dulce y característica sonrisa que le había animado en vida. Chiquitunga tenía 34 años de edad.
El 13 de diciembre de 1997 se inició su Proceso de Beatificación.
Homilía Del Papa Francisco En El Palacio De Exposiciones De Ginebra
Texto completo
JUNIO 21, 2018 19:53
(ZENIT – 21 junio 2018).- El Papa Francisco ha celebrado la Eucaristía en el Palacio de exposiciones de Ginebra, Suiza, este jueves, 21 de junio de 2018, en su peregrinación ecuménica de un día con motivo del 70º aniversario del Consejo Mundial de Iglesias.
Homilía del Papa Francisco
Padre, pan, perdón. Tres palabras que nos regala el Evangelio de hoy. Tres palabras que nos llevan al corazón de la fe.
«Padre» —así comienza la oración—. Puede ir seguida de otras palabras, pero no se puede olvidar la primera, porque la palabra “Padre” es la llave de acceso al corazón de Dios; porque solo diciendo Padre rezamos en lenguaje cristiano. Rezamos “en cristiano”: no a un Dios genérico, sino a un Dios que es sobre todo Papá. De hecho, Jesús nos ha pedido que digamos «Padre nuestro que estás en el cielo», en vez de “Dios del cielo que eres Padre”. Antes de nada, antes de ser infinito y eterno, Dios es Padre.
De él procede toda paternidad y maternidad (cf. Ef 3,15). En él está el origen de todo bien y de nuestra propia vida. «Padre nuestro» es por tanto la fórmula de la vida, la que revela nuestra identidad: somos hijos amados. Es la fórmula que resuelve el teorema de la soledad y el problema de la orfandad. Es la ecuación que nos indica lo que hay que hacer: amar a Dios, nuestro Padre, y a los demás, nuestros hermanos. Es la oración del nosotros, de la Iglesia; una oración sin el yo y sin el mío, toda dirigida al tú de Dios («tu nombre», «tu reino», «tu voluntad») y que se conjuga solo en la primera persona del plural: «Padre nuestro», dos palabras que nos ofrecen señales para la vida espiritual.
Así, cada vez que hacemos la señal de la cruz al comienzo de la jornada y antes de cada actividad importante, cada vez que decimos «Padre nuestro», renovamos las raíces que nos dan origen. Tenemos necesidad de ello en nuestras sociedades a menudo desarraigadas. El «Padre nuestro» fortalece nuestras raíces. Cuando está el Padre, nadie está excluido; el miedo y la incertidumbre no triunfan. Aflora la memoria del bien, porque en el corazón del Padre no somos personajes virtuales, sino hijos amados. Él no nos une en grupos que comparten los mismos intereses, sino que nos regenera juntos como familia.
No nos cansemos de decir «Padre nuestro»: nos recordará que no existe ningún hijo sin Padre y que, por tanto, ninguno de nosotros está solo en este mundo. Pero nos recordará también que no hay Padre sin hijos: ninguno de nosotros es hijo único, cada uno debe hacerse cargo de los hermanos de la única familia humana. Diciendo «Padre nuestro» afirmamos que todo ser humano nos pertenece, y frente a tantas maldades que ofenden el rostro del Padre, nosotros sus hijos estamos llamados a actuar como hermanos, como buenos custodios de nuestra familia, y a esforzarnos para que no haya indiferencia hacia el hermano, hacia ningún hermano: ni hacia el niño que todavía no ha nacido ni hacia el anciano que ya no habla, como tampoco hacia el conocido que no logramos perdonar ni hacia el pobre descartado. Esto es lo que el Padre nos pide, nos manda que nos amemos con corazón de hijos, que son hermanos entre ellos.
Pan. Jesús nos dice que pidamos cada día el pan al Padre. No hace falta pedir más: solo el pan, es decir, lo esencial para vivir. El pan es sobre todo la comida suficiente para hoy, para la salud, para el trabajo diario; la comida que por desgracia falta a tantos hermanos y hermanas nuestros. Por esto digo: ¡Ay de quien especula con el pan! El alimento básico para la vida cotidiana de los pueblos debe ser accesible a todos.
Pedir el pan cotidiano es decir también: “Padre, ayúdame a llevar una vida más sencilla”. La vida se ha vuelto muy complicada. Diría que hoy para muchos está como “drogada”: se corre de la mañana a la tarde, entre miles de llamadas y mensajes, incapaces de detenernos ante los rostros, inmersos en una complejidad que nos hace frágiles y en una velocidad que fomenta la ansiedad. Se requiere una elección de vida sobria, libre de lastres superfluos. Una elección contracorriente, como hizo en su tiempo san Luis Gonzaga, que hoy recordamos. La elección de renunciar a tantas cosas que llenan la vida, pero vacían el corazón. Elijamos la sencillez del pan para volver a encontrar la valentía del silencio y de la oración, fermentos de una vida verdaderamente humana. Elijamos a las personas antes que a las cosas, para que surjan relaciones personales, no virtuales. Volvamos a amar la fragancia genuina de lo que nos rodea. Cuando era pequeño, en casa, si el pan se caía de la mesa, nos enseñaban a recogerlo rápidamente y a besarlo. Valorar lo sencillo que tenemos cada día, protegerlo: no usar y tirar, sino valorar y conservar.
Además, el «Pan de cada día», no lo olvidemos, es Jesús. Sin él no podemos hacer nada (cf. Jn 15,5). Él es el alimento primordial para vivir bien. Sin embargo, a veces lo reducimos a una guarnición. Pero si él no es el alimento de nuestra vida, el centro de nuestros días, el respiro de nuestra cotidianidad, nada vale. Pidiendo el pan suplicamos al Padre y nos decimos cada día: sencillez de vida, cuidado del que está a nuestro alrededor, Jesús sobre todo y antes de nada.
Perdón. Es difícil perdonar, siempre llevamos dentro un poco de amargura, de resentimiento, y cuando alguien que ya habíamos perdonado nos provoca, el rencor vuelve con intereses. Pero el Señor espera nuestro perdón como un regalo. Nos debe hacer pensar que el único comentario original al Padre nuestro, el que hizo Jesús, se concentre sobre una sola frase: «Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas» (Mt 6,14-15). El perdón es la cláusula vinculante del Padre nuestro. Dios nos libera el corazón de todo pecado, perdona todo, todo, pero nos pide una cosa: que nosotros, al mismo tiempo, no nos cansemos de perdonar a los demás. Quiere que cada uno otorgue una amnistía general a las culpas ajenas. Tendríamos que hacer una buena radiografía del corazón, para ver si dentro de nosotros hay barreras, obstáculos para el perdón, piedras que remover. Y entonces decir al Padre: “¿Ves este peñasco?, te lo confío y te ruego por esta persona, por esta situación; aun cuando me resulta difícil perdonar, te pido la fuerza para poder hacerlo”.
El perdón renueva, hace milagros. Pedro experimentó el perdón de Jesús y llegó a ser pastor de su rebaño; Saulo se convirtió en Pablo después de haber sido perdonado por Esteban; cada uno de nosotros renace como una criatura nueva cuando, perdonado por el Padre, ama a sus hermanos. Solo entonces introducimos en el mundo una verdadera novedad, porque no hay mayor novedad que el perdón, que cambia el mal en bien. Lo vemos en la historia cristiana. Perdonarnos entre nosotros, redescubrirnos hermanos después de siglos de controversias y laceraciones, cuánto bien nos ha hecho y sigue haciéndonos. El Padre es feliz cuando nos amamos y perdonamos de corazón (cf. Mt 18,35). Y entonces nos da su Espíritu. Pidamos esta gracia: no encerrarnos con un corazón endurecido, reclamando siempre a los demás, sino dar el primer paso, en la oración, en el encuentro fraterno, en la caridad concreta. Así seremos más semejantes al Padre, que ama sin esperar nada a cambio. Y él derramará sobre nosotros el Espíritu de la unidad.