El tomó nuestras debilidades y cargó sobre sí nuestras enfermedades

"EL MUNDO HA DEFINIDO A JESÚS COMO UN GRAN PROFETA, UN REVOLUCIONARIO, UN SOÑADOR DE LOS SUEÑOS DE DIOS"

Francisco: "Que el Señor conceda a la Iglesia ser fiel siempre al Evangelio"

El Papa pide en el Angelus a los nuevos cardenales que "vivan con entusiasmo y generosidad su servicio a la Iglesia"

Jesús Bastante, 29 de junio de 2018 a las 12:43
 
Ángelus del Papa

La certeza no matemática, pero aún más fuerte, interior, de haber encontrado la Fuente de la Vida, la vida misma hecha carne, visible y tangible en la mitad para nosotros

(J. Bastante).- "A lo largo de los siglos, el mundo ha definido a Jesús de diferentes maneras: un gran profeta de la justicia y el amor; un sabio dueño de la vida, un revolucionario; un soñador de los sueños de Dios...". Sin embargo, la respuesta para un cristiano es la "confesión de Pedro", simple, clara: "Tú eres el Cristo, el hijo de Dios". En el Angelus con motivo de la festividad de los santos Pedro y Pablo, patrones de Roma, Francisco volvió a recordar la importancia de volver a "las raíces de la fe", como en estos días hacen miles de peregrinos en San Pablo Extramuros o San Pedro. En búsqueda de la verdad, y del camino. "Jesús parece decir que una cosa es seguir la opinión actual, y otra es encontrarse con él y abrirse a su misterio: allí descubre la verdad", señaló el Papa, quien apuntó que la opinión "contiene una respuesta verdadera, pero parcial", mientras que Pedro, "y con él la Iglesia de ayer, hoy y siempre, responde, por la gracia de Dios, la verdad: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente"". Esa es la confesión de Pedro en mitad "de la babel de éstas y de otras hipótesis". La confesión de "un hombre humilde y lleno de fe", cuya afirmación da la clave de la fe. "Jesús es el Hijo de Dios: por lo tanto, Él está perennemente vivo ya que su Padre está eternamente vivo". "Esta es la novedad que la gracia enciende en el corazón de quienes se abren al misterio de Jesús: la certeza no matemática, pero aún más fuerte, interior, de haber encontrado la Fuente de la Vida, la vida misma hecha carne, visible y tangible en la mitad para nosotros", subrayó el Pontífice. "Que el Señor conceda a la Iglesia ser fiel siempre al Evangelio, a cuyo servicio los santos Pedro y Pablo consagraron su vida", concluyó el Papa. Tras el rezo del Angelus, Francisco recordó a los fieles la Eucaristía celebrada esta mañana con los nuevos cardenales, así como la bendición de los palios arzobispales.

"Renuevo mi saludo y mis felicitaciones a ellos (los cardenales), y a cuantos les han acompañado", señaló Bergoglio, quien pidió a los nuevos purpurados "que vivan con entusiasmo y generosidad su servicio al Evangelio y la Iglesia".

Evangelio según San Mateo 8,5-17. 


Al entrar en Cafarnaún, se le acercó un centurión, rogándole": 
"Señor, mi sirviente está en casa enfermo de parálisis y sufre terriblemente". 
Jesús le dijo: "Yo mismo iré a curarlo". 
Pero el centurión respondió: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. 
Porque cuando yo, que no soy más que un oficial subalterno, digo a uno de los soldados que están a mis órdenes: 'Ve', él va, y a otro: 'Ven', él viene; y cuando digo a mi sirviente: 'Tienes que hacer esto', él lo hace". 
Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían: "Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe. 
Por eso les digo que muchos vendrán de Oriente y de Occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob, en el Reino de los Cielos". 
en cambio, los herederos del Reino serán arrojados afuera, a las tinieblas, donde habrá llantos y rechinar de dientes". 
Y Jesús dijo al centurión: "Ve, y que suceda como has creído". Y el sirviente se curó en ese mismo momento. 
Cuando Jesús llegó a la casa de Pedro, encontró a la suegra de este en cama con fiebre. 
Le tocó la mano y se le pasó la fiebre. Ella se levantó y se puso a servirlo. 
Al atardecer, le llevaron muchos endemoniados, y él, con su palabra, expulsó a los espíritus y curó a todos los que estaban enfermos, 
para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías: El tomó nuestras debilidades y cargó sobre sí nuestras enfermedades. 



Mártires de Roma

Santos Mártires de Roma

La celebración de hoy, introducida por el nuevo calendario romano  universal, se refiere a los protomártires de la Iglesia de  Roma, víctimas de la persecución de Nerón después del incendio  de Roma, que tuvo lugar el 19 de julio del  año 64. 



¿Por qué Nerón persiguió a los cristianos? Nos  lo dice Cornelio Tácito en el libro XV de los  Annales: “Como corrían voces que el incendio de Roma había  sido doloso, Nerón presentó como culpables, castigándolos con penas excepcionales,  a los que, odiados por sus abominaciones, el pueblo llamaba  cristianos”.



En tiempos de Nerón, en Roma, junto a la comunidad  hebrea, vivía la pequeña y pacífica de los cristianos. De  ellos, poco conocidos, circulaban voces calumniosas. Sobre ellos descargó Nerón,  condenándolos a terribles suplicios, las acusaciones que se le habían  hecho a él. Por lo demás, las ideas que profesaban  los cristianos eran un abierto desafío a los dioses paganos  celosos y vengativos... “Los paganos—recordará más tarde Tertuliano— atribuyen a  los cristianos cualquier calamidad pública, cualquier flagelo. Si las aguas  del Tíber se desbordan e inundan la ciudad, si por  el contrario el Nilo no se desborda ni inunda los  campos, si hay sequía, carestía, peste, terremoto, la culpa es  toda de los cristianos, que desprecian a los dioses, y  por todas partes se grita: ¡Los cristianos a los leones!”.



Nerón  tuvo la responsabilidad de haber iniciado la absurda hostilidad del  pueblo romano, más bien tolerante en materia religiosa, respecto de  los cristianos: la ferocidad con la que castigó a los  presuntos incendiarios no se justifica ni siquiera por el supremo  interés del imperio. 



Episodios horrendos como el de las antorchas  humanas, rociadas con brea y dejadas ardiendo en los jardines  de la colina Oppio, o como aquel de mujeres y niños vestidos con pieles de animales y dejados  a merced de las bestias feroces en el circo, fueron  tales que suscitaron un sentido de compasión y de horror  en el mismo pueblo romano. “Entonces —sigue diciendo Tácito—se manifestó  un sentimiento de piedad, aún tratándose de gente merecedora de  los más ejemplares castigos, porque se veía que eran eliminados  no por el bien público, sino para satisfacer la crueldad  de un individuo”, Nerón. La persecución no terminó en aquel  fatal verano del 64, sino que continuó hasta el año  67.



Entre los mártires más ilustres se encuentran el príncipe de  los apóstoles, crucificado en el circo neroniano, en donde hoy  está la Basílica de San Pedro, y el apóstol de  los gentiles, san Pablo, decapitado en las “Acque Galvie” y  enterrado en la vía Ostiense. Después de la fiesta de  los dos apóstoles, el nuevo calendario quiere celebrar la memoria  de los numerosos mártires que no pudieron tener un lugar  especial en la liturgia. 

Himno

Testigos de la sangre
Con sangre rubricada,
Frutos de amor cortados
Al golpe de la espada.
Testigos del amor
En sumisión callada;
Canto y cielo en los labios
Al golpe de la espada.
Testigos del dolor
De vida enamorada;
Diario placer de muerte
Al golpe de la espada.
Testigos del cansancio
De una vida inmolada
Al golpe de Evangelio
Y al golpe de la espada.
Demos gracias al Padre
Por la sangre sagrada; Pidamos ser sus mártires,
Y a cada madrugada Poder mirar la vida
Al golpe de la espada.  Amén

Señor, tú que fecundaste con la sangre de numerosos mártires los primeros gérmenes de la Iglesia de Roma, haz que el testimonio que ellos dieron con tanta valentía en el combate fortalezca nuestra fe, para que también nosotros lleguemos a obtener el gozo de la victoria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

Una fe sin límites

Santo Evangelio según San Mateo 8, 5-17. Sábado XII de Tiempo Ordinario.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Jesús, te pido la gracia de acrecentar mi fe. Que sea mi fe la que me impulse a realizar grandes cosas por Ti. Creo, pero ayúdame a creer sin desconfiar.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

"Cuando Jesús lo oyó quedó admirado", la fe de este centurión es la que produjo la admiración en Jesús. ¿Queremos que Jesús quede admirado por nosotros? ¿Qué necesitamos para tener una fe sin límites?

La actitud del centurión es una gran fe, pero ésta implica una gran confianza y una profunda humildad. Todos queremos una gran fe, capaz de mover montañas, pero muchas veces nos falta la confianza y la humildad.

La confianza para poder abandonarnos en la voluntad de Dios, queriendo hacer siempre lo que Él quiera y como Él quiera. ¡Cuánto nos cuesta abandonarnos en la voluntad de Dios! Es por eso que la confianza plena en Dios le permitirá actuar de la mejor manera, que siempre es la mejor, en nosotros.

Y la humildad, que es lo que hace a Dios más cercanos a nosotros. La humildad es la base de la confianza, pues no podemos confiar plenamente en Dios, si no nos reconocemos necesitados de Él. La humildad de sabernos pequeños y débiles, es lo que atrae más a Dios. Él no puede trabajar libremente en un alma soberbia, que se cree capaz de todo, pero que en realidad no puede nada.

Cada vez que nosotros hacemos la comunión, nos parecemos más a Jesús, nos transformamos más en Jesús. Como el pan y el vino se convierten en Cuerpo y Sangre del Señor, así cuantos le reciben con fe son transformados en eucaristía viviente. Al sacerdote que, distribuyendo la eucaristía, te dice: "El Cuerpo de Cristo", tú respondes: "Amén", o sea reconoces la gracia y el compromiso que conlleva convertirse en Cuerpo de Cristo. Porque cuando tú recibes la eucaristía te conviertes en cuerpo de Cristo. Es bonito, esto; es muy bonito. Mientras nos une a Cristo, arrancándonos de nuestros egoísmos, la comunión nos abre y une a todos aquellos que son una sola cosa en Él. Este es el prodigio de la comunión: ¡nos convertimos en lo que recibimos!
(Homilía de S.S. Francisco, 21 de marzo de 2018).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Buscar un tiempo para estar con Jesús Eucaristía para pedirle la gracia de una fe sin límites, sin barreras; de saberme pequeño(a) y necesitado(a) de su amor.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
ç
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!

¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.

Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Amén.


La fe del centurión

Jesús, en el Evangelio de hoy, se nos muestra como el maestro universal, como el gran unificador del pueblo de Dios.



Del Santo Evangelio según San Lucas 7,1-10: 

En aquel tiempo, Jesús, cuando hubo acabado de dirigir todas estas palabras al pueblo, entró en Cafarnaúm. Se encontraba mal y a punto de morir un siervo de un centurión, muy querido de éste. Habiendo oído hablar de Jesús, envió donde él unos ancianos de los judíos, para rogarle que viniera y salvara a su siervo. Estos, llegando donde Jesús, le suplicaban insistentemente diciendo:

«Merece que se lo concedas, porque ama a nuestro pueblo, y él mismo nos ha edificado la sinagoga». Iba Jesús con ellos y, estando ya no lejos de la casa, envió el centurión a unos amigos a decirle: «Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres bajo mi techo, por eso ni siquiera me consideré digno de salir a tu encuentro.

Mándalo de palabra, y quede sano mi criado. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: “Vete”, y va; y a otro: “Ven”, y viene; y a mi siervo: “Haz esto”, y lo hace». Al oír esto Jesús, quedó admirado de él, y volviéndose dijo a la muchedumbre que le seguía: «Os digo que ni en Israel he encontrado una fe tan grande». Cuando los enviados volvieron a la casa, hallaron al siervo sano.



Reflexión


Jesús, en el pasaje que hemos compartido del Evangelio, se nos muestra como el maestro universal, como el gran unificador del pueblo de Dios. Se nos muestra como salvador, que supera todas las divisiones y que reintegra en la comunidad religiosa a este centurión que todos consideramos excluido de ella.



Dios ha creado al mundo en la unidad y en el amor. Ha sido el pecado, el diablo, quienes han suscitado la división y la discordia. El pecado no solamente ha roto el vínculo filial entre el hombre y Dios. Ha separado también a los hombres entre sí.



Cada uno de nuestros pecados ha introducido en el mundo una nueva división: barreras de raza, barreras de clases sociales, barreras de color, de lengua, de nación, hasta barreras de religión. Todas estas barreras son frutos de nuestros pecados, de nuestras faltas de amor.



Todos tenemos una inmensa necesidad de ser amados, de ser apreciados. ¡Pero qué mal respondemos a las necesidades de los demás! Todos nos lamentamos de las barreras que tenemos que sufrir, pero ignoramos o justificamos las que imponemos nosotros a los demás.



Cristo ha venido a suprimir todas estas divisiones, a levantar todas estas barreras. Él ha sido enviado para reunir en un solo cuerpo a los hijos de Dios que están dispersos. Todos son hijos de Dios: los negros y los blancos, los patrones y los obreros, los creyentes y los que no creen.



Cristo tiene un solo fin: unirnos a todos. Y lo demuestra en este Evangelio, reintegrando a la comunidad religiosa a este centurión pagano.



Pero además, Jesús hace de este pagano un elogio tan grande que lo coloca por encima de todos los creyentes tradicionales, de todos los fieles que se creen salvados porque cumplen con unas cuantas prácticas piadosas.



Es una lección que resulta poco agradable de aprender pero que sin duda se dirige también a cada uno de nosotros, sacerdotes y fieles. Porque también nosotros sufrimos la tentación de creernos salvados, ya que tenemos la religión verdadera, ya que hemos sido bautizados, ya que nos encontramos hoy aquí celebrando esta misa.



Pienso que Cristo sentía nostalgia de los paganos. Deseaba poder salir de su triste comunidad adormilada, embotada, satisfecha, para ir al encuentro de otras almas nuevas, frescas, impresionables. Entre los suyos, no encontraba más que almas habituadas, comodonas, endurecidas por la rutina, practicantes sin alegría, creyentes sin fuego interior.



Y cuando una vez encontró un acto de fe entusiasta y generoso, lo encontró en un pagano. Una sola vez nos dice el Evangelio que Cristo se admiró de una persona: y no fue de un fiel, sino de un pagano, de nuestro centurión.



Y yo me pregunto si Jesús no habrá pensado también en nosotros cuando hizo aquella observación tan triste: “Verdaderamente no he encontrado tanta fe en Israel”.



Toda religión, incluso la verdadera religión, corre el riesgo de degenerar en fariseísmo y en pura rutina.



Si practicamos nuestra religión sin un continuo esfuerzo de renovación, de fidelidad, de conversión, corremos el riesgo de convertirnos en personas más paganas todavía que si no hubiéramos creído. Porque el que cree que tiene ¿cómo es posible que acepte algo?



No tenemos más que una manera de salvarnos: vivir de una fe que nos abra personalmente a Dios, que nos haga reconocer a Dios y encontrarlo en todo cuanto nos hable de Él. Por eso, toda fe es una búsqueda constante, que tiene altibajos, sus dificultades y dudas de fe.



Mientras no tengamos dudas contra la fe, es que nuestras ideas se compaginan fácilmente con las ideas de Dios. Pero entonces no sabemos si creemos de verdad en Dios o si creemos sencillamente en nosotros mismos.



Es a partir del momento en que tenemos una dificultad, una diferencia entre lo que Dios nos dice y lo que nosotros mismos pensamos, cuando por primera vez en nuestra vida tenemos la oportunidad de hacer un verdadero acto de fe, de abandonarnos a Dios, de salir de nosotros mismos y de entrar en sus ideas, en su mundo, en su voluntad.



Esto fue lo que hizo el centurión del Evangelio. Él se pudo en camino. Salió de su ambiente nacional: era romano y se dirigió a aquel judío. Salió de su ambiente religioso: era pagano y puso su fe en Cristo. Se confió a Él por completo, separándose de su autoeducación, de su ambiente, de sus costumbres.



Queridos hermanos, Jesús nos invita por medio del Evangelio de hoy, a recorrer con Él valientemente nuestro camino de fe, a abrir nuestra alma al mundo misterioso de Dios, y a dejarnos conducir y educar por su mano bondadosa de Padre. Pidámosle, por eso, a la Virgen María en su Santuario que nos regale esa gracia de una fe auténtica y madura a todos nosotros.



¡Qué así sea!


En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.


Amén.


Instituto de los Padres de Schoenstatt


¿De dónde sacan los católicos que Pedro fue el primer Papa?

Fundamento bíblico del primado de Pedro 

Por: P. Miguel Ángel Fuentes , IVE | Fuente: Institudo del Verbo Encarnado //
www.teologoresponde.com.ar 


Algunas de las consultas/objeciones que he recibido sobre este tema son las siguientes:

Jesucristo le dijo a Pedro: Sobre esta piedra edificaré mi iglesia, queriendo decir que sobre el fundamento de que Jesucristo era el Mesías, el salvador del mundo, se basaría la doctrina cristiana; y más adelante Jesús le dice a Pedro que nadie era mayor ni menor que los otros... entonces ¿por qué se le considera a Pedro el primer “Papa”?

Las Sagradas Escrituras afirman que nadie puede poner otro fundamento al que ya está puesto, el cual es Jesucristo; el mismo apóstol Pedro en una de sus cartas proclama que Cristo ha venido a ser piedra angular de la Iglesia. Por otra parte, en Mateo 16,18, Cristo habla con Pedro y le dice: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. En la versión de la Biblia en griego, Pedro se traduce como pequeña piedra, y a la piedra donde se edificará la Iglesia se traduce de manera diferente. ¿Es entonces Pedro la base de la Iglesia?

Quisiera saber... acerca de la veracidad de que San Pedro estuvo en Roma y fue el primer Papa y cómo podría yo decirles o demostrar que esto es cierto a quienes lo cuestionan.

Son varias preguntas muy relacionadas entre sí, y que encierran cuestiones que afectan no sólo a la exégesis de los textos bíblicos, sino también a la historia (por ejemplo, la última sobre si Pedro estuvo en Roma) y a la interpretación tradicional. Antes de responder este tipo de cuestionamientos, ha de tenerse presente la Nota Introductoria con la que empezamos cada una de nuestras respuestas, y también que en el primer capítulo hemos indicado cómo la Biblia misma nos dice que ella no es la única fuente de autoridad y revelación, enviándonos a la Tradición (con mayúsculas); por tanto, no necesariamente todo lo que creemos ha de contenerse exclusivamente en la Biblia. Pretender esto no es bíblico y sería ir contra la Biblia misma. De todos modos, podemos adelantar que las objeciones principales pueden responderse adecuadamente con la Biblia bien interpretada.



El Primado de Pedro



Para los católicos es una verdad de fe que Cristo constituyó al apóstol San Pedro como primero entre los apóstoles y como cabeza visible de toda la Iglesia, confiriéndole inmediata y personalmente el primado de jurisdicción.



El Concilio Vaticano I definió y lo repitió con fuerza el Concilio Vaticano II1; sin embargo, esta verdad fue reconocida desde los primeros tiempos, como podemos constatar apelando a la historia y a los textos de los primeros escritores cristianos (algunos de ellos llamados Padres de la Iglesia). Éstos, de acuerdo con la promesa bíblica del primado, dan testimonio de que la Iglesia está edificada sobre Pedro y reconocen la primacía de éste sobre todos los demás apóstoles. Tertuliano (fines del siglo II y comienzos del III) dice de la Iglesia: “Fue edificada sobre él”2. San Cipriano dice, refiriéndose a Mt 16,18s: “Sobre uno edifica la Iglesia”3. Clemente de Alejandría llama a San Pedro “el elegido, el escogido, el primero entre los discípulos, el único por el cual, además de por sí mismo, pagó tributo el Señor”4. San Cirilo de Jerusalén le llama “el sumo y príncipe de los apóstoles”5. Según San León Magno, “Pedro fue el único escogido entre todo el mundo para ser la cabeza de todos los pueblos llamados, de todos los apóstoles y de todos los padres de la Iglesia”6.



En su lucha contra el arrianismo, muchos padres interpretaron que la roca sobre la cual el Señor edificó su Iglesia era la fe en la divinidad de Cristo, confesada por San Pedro, pero sin excluir por eso la relación de esa fe con la persona de Pedro, relación que se indica claramente en el texto sagrado. La fe de Pedro fue la razón de que Cristo le destinara para ser fundamento sobre el cual habría de edificar su Iglesia.



No negamos –sino que es parte esencial de nuestra fe– que la cabeza invisible de la Iglesia es Cristo glorioso. Lo que sostenemos es que Pedro hace las veces de Cristo en el gobierno exterior de la Iglesia militante, y es, por tanto, vicario de Cristo en la tierra.

Se opusieron a este dogma la Iglesia ortodoxa griega y las sectas orientales, algunos adversarios medievales del papado (Marsilio de Padua y Juan de Jandun, Wicleff y Hus), todos los protestantes, los galicanos y febronianos, los viejos católicos (Altkatholiken) y los modernistas7.



Fundamento bíblico



No puede negarse esta verdad si tenemos ante los ojos los Evangelios y el resto de los escritos del Nuevo Testamento (salvo que tengamos partido tomado de antemano en contra del primado de Pedro y forcemos los textos o les hagamos callar lo que dicen a voces).



Cristo distinguió desde un principio al apóstol San Pedro entre todos los demás apóstoles. Cuando le encontró por primera vez, le anunció que cambiaría su nombre de Simón por el de Cefas, que significa “roca”: Tú eres Simón, el hijo de Juan [Jonás]; tú serás llamado Cefas (Jn 1,42; cf. Mc 3,16). El nombre de Cefas indica claramente el oficio para el cual le ha destinado el Señor (cf. Mt 16,18). En todas las menciones de los apóstoles, siempre se cita en primer lugar a Pedro. En Mateo se le llama expresamente “el primero” (Mt 10,2). Como, según el tiempo de la elección, Andrés precedía a Pedro, el hecho de aparecer Pedro en primer lugar indica su oficio de primado. Pedro, juntamente con Santiago y Juan, pudo ser testigo de la resurrección de la hija de Jairo (Mc 5,37), de la transfiguración (Mt 17,1) y de la agonía del Huerto (Mt 26,37). El Señor predica a la multitud desde la barca de Pedro (Lc 5,3), paga por sí mismo y por él el tributo del templo (Mt 17,27), le exhorta a que, después de su propia conversión, corrobore en la fe a sus hermanos (Lc 22,32); después de la resurrección se le aparece a él solo antes que a los demás apóstoles (Lc 24,34; 1Co 15,5).



A San Pedro se le prometió el primado después que hubo confesado solemnemente, en Cesarea de Filipo, la mesianidad de Cristo. Le dijo el Señor: Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás, porque no es la carne ni la sangre (Mt 16,17-19).



Estas palabras se dirigen inmediata y exclusivamente a Pedro. Ponen ante su vista en tres imágenes la idea del poder supremo en la nueva sociedad que Cristo va a fundar. Pedro dará a esta sociedad la unidad y firmeza inquebrantable que da a una casa el estar asentada sobre roca viva (cf. Mt 7,24 y siguientes). Pedro ha de ser también el poseedor de las llaves, es decir, el administrador del reino de Dios en la tierra (cf. Is 22,22; Apoc 1,18; 3,7: las llaves son el símbolo del poder y la soberanía). A él le incumbe finalmente atar y desatar, es decir (según la terminología rabínica): lanzar la excomunión o levantarla, o también interpretar la ley en el sentido de que una cosa está permitida (desatada) o no (atada).



De acuerdo con Mt 18,18, donde se concede a todos los apóstoles el poder de atar y desatar en el sentido de excomulgar o recibir en la comunidad a los fieles, y teniendo en cuenta la expresión universal (cuanto atares... cuanto desatares), no es lícito entender que el pleno poder concedido a Pedro se limita al poder de enseñar, sino que resulta necesario extenderlo a todo el ámbito del poder de jurisdicción. Dios confirmará en los cielos todas las obligaciones que imponga o suprima San Pedro en la tierra.



Algunos han tratado de interpretar este pasaje en el sentido de que Cristo habría dicho: tú eres Pedro y (señalando ahora no a Pedro sino a sí mismo) sobre esta Piedra (Jesucristo) edificaré mi Iglesia. Según éstos, esta interpretación se deduce de que en el texto griego la palabra usada para Pedro es Petros y la palabra usada para piedra es petra. Quisiera responder a esto usando las palabras de un protestante convertido, James Akin:

"Según la regla de interpretación anticatólica, petros significa ‘piedra pequeña’ mientras que petra significa ‘piedra grande’. La declaración: ‘Tú eres Pedro [Petros]’ debería ser interpretada como una frase que subraya la insignificancia de Pedro"

Los evangélicos creen que lo que Cristo quiso decir es: ‘Pedro, tú eres una piedrita, pero yo edificaré mi Iglesia en esta masa grande de piedra que es la revelación de mi identidad’. Un problema con esta interpretación, que muchos estudiosos protestantes de la Biblia admiten8, es que mientras que petros y petra tuvieron estos significados en la poesía griega antigua, la distinción había desaparecido ya en el primer siglo, cuando fue escrito el evangelio de Mateo. En ese momento, las dos palabras significaban lo mismo: una piedra. Otro problema es que cuando Jesús le habló a Pedro, no le habló en griego sino en arameo. En arameo no existe una diferencia entre las dos palabras que en griego se escriben petros y petra. Las dos son kêfa; es por eso que Pablo a menudo se refiere a Pedro como Cefas (cf. 1Co 15,5; Gal 2,9). Lo que Cristo dijo en realidad fue: ‘Tú eres Kêfa y sobre esta kêfa edificaré mi Iglesia’. Pero aun si las palabras petros y petra tuvieran significados diferentes, la lectura protestante de dos ‘piedras’ diferentes no encuadraría con el contexto. La segunda declaración a Pedro sería algo que lo disminuye, subrayando su insignificancia con el resultado que Jesús estaría diciendo: ‘¡Bendito eres tú Simón hijo de Jonás! Tú eres una piedrita insignificante. Aquí están las llaves del reino’. Tal serie de incongruencias hubiera sido no sólo rara sino inexplicable. (Muchos comentaristas protestantes reconocen esto y hacen todo lo posible para negar el significado evidente de este pasaje, a pesar de lo poco convincentes que puedan ser sus explicaciones).



También me di cuenta de que las tres declaraciones del Señor a Pedro estaban compuestas por dos partes, y las segundas partes explican las primeras. La razón porque Pedro es ‘bienaventurado’ fue porque ‘la carne y sangre no te han revelado esto, sino mi Padre que está en los cielos’ (v. 17). El significado del cambio de nombre, ‘Tú eres Piedra’ es explicado por la promesa, ‘Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y los poderes de la muerte no prevalecerán contra ella’ (v.18). El propósito de las llaves es explicado por el encargo de Jesús: ‘Lo que ates en la tierra será atado en el cielo’ (v.19). Una lectura cuidadosa de estas tres declaraciones, poniendo atención en el contexto inmediato y en interrelación, muestra claramente que Pedro fue la piedra de la cual habló Jesús. Éstas y otras consideraciones me revelaron que las interpretaciones estándar anticatólicas de este texto no podían quedar en pie después de un cuidadoso estudio bíblico.



Habían arrancado a la fuerza la segunda declaración de Pedro de su contexto. Yo ratifiqué mi interpretación, concluyendo que Pedro era verdaderamente la piedra sobre la cual Jesús edificó su Iglesia. Creo que esto es lo que un lector sin prejuicios concluiría después de un cuidadoso estudio gramatical y literario de la estructura del texto. Si Pedro era, de hecho, la piedra de que hablaba Jesús, eso quería decir que él era la cabeza de los apóstoles (...) Y si Pedro era la cabeza terrenal de la Iglesia, él reflejaba la definición más básica del Papado”. 9



Contra todos los intentos por declarar este pasaje (que aparece únicamente en San Mateo) como total o parcialmente interpolado en época posterior, resalta su autenticidad de manera que no deja lugar a duda. Hasta se halla garantizada, no sólo por la tradición unánime con que aparece en todos los códices y versiones antiguas, sino también por el colorido semítico del texto, que salta bien a la vista. No es posible negar con razones convincentes que estas palabras fueron pronunciadas por el Señor mismo. No es posible mostrar tampoco que se hallen en contradicción con otras enseñanzas y hechos referidos en el Evangelio.



El primado se lo concedió definitivamente el Señor a Pedro cuando, después de la resurrección, le preguntó tres veces si le amaba y le hizo el siguiente encargo: Apacienta mis corderos, apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas (Jn 21,15-17). Estas palabras, lo mismo que las de Mt 16,18s, se refieren inmediata y exclusivamente a San Pedro. Los “corderos” y las “ovejas” representan todo el rebaño de Cristo, es decir, toda la Iglesia (cf. Jn 10). “Apacentar”, referido a hombres, significa lo mismo que gobernar (cf. Hch 20,28), según la terminología de la antigüedad profana y bíblica.



Pedro, por este triple encargo de Cristo, recibió el supremo poder gubernativo sobre toda la Iglesia.



Después de la ascensión a los cielos, Pedro ejerció su primado. Desde el primer momento ocupa en la comunidad primitiva un puesto preeminente: Dispone la elección de Matías (Hch 1,15ss); es el primero en anunciar, el día de Pentecostés, el mensaje de Cristo, que es el Mesías muerto en la cruz y resucitado (2,14 ss); da testimonio del mensaje de Cristo delante del Sanedrín (4,8 ss); recibe en la Iglesia al primer gentil: el centurión Cornelio (10,1 ss); es el primero en hablar en el concilio de los apóstoles (15,17 ss); San Pablo marcha a Jerusalén “para conocer a Cefas” (Gal 1,18).




Pedro, obispo de Roma y Primer Papa



Una antigua tradición, basada en los anales de la Iglesia y de la Arqueología romana, nos indica que Pedro muere en Roma, donde fue obispo. Éste es el origen de la preeminencia del obispo de Roma sobre los demás obispos sucesores de los Apóstoles.



Tiene fundamento escriturístico en el texto de 1Pe 5,13: La Iglesia que está en la Babilonia, elegida juntamente con vosotros, y Marcos mi hijo, os saludan. La expresión “Babilonia” se refiere a Roma, como notan todos los exegetas: “casi todos los autores antiguos y la mayor parte de los modernos, ven designada en esta expresión a la Iglesia de Roma... El nombre de Babilonia era de uso corriente entre los judíos cristianos para designar la Roma pagana. Así es llamada también en el Apocalipsis (14,8; 16,19; 17,15; 18,2.10), en los libros apócrifos y en la literatura rabínica. La Babilonia del Éufrates, que en tiempo de San Pedro era un montón de ruinas, y la Babilonia de Egipto, pequeña estación militar, han de ser excluidas”10.



Esto lo reconocen incluso los autores protestantes serios. Por ejemplo, Keneth Scott Laturet, prestigioso historiador, escribe en su libro “Historia de la Iglesia”: “Pedro viajaba, porque sabemos estuvo en Antioquía, y lo que parece una tradición digna de confianza, sabemos que estuvo en Roma y allí murió”11.



La Enciclopedia Británica da la referencia de todos los obispos de Roma, comenzando por San Pedro y terminando por Juan Pablo II, 264 Obispos en sucesión sin interrupción12. Si ya ha sido actualizada, figurará Benedicto XVI como el número 265.



La “New American Encyclopedia” dice en su sección sobre los Papas: “Cuando San Pedro dejó Jerusalén vivió por un tiempo en Antioquía antes de viajar a Roma donde ejerció como Primado”.

Muy fuerte es también el testimonio de la tradición que manifiesta la enorme importancia que tuvieron los primeros obispos de Roma sobre la naciente Cristiandad, justamente por ser sucesores de Pedro. Así, por ejemplo, en el año 96, o sea 63 años después de la muerte de Cristo, ante un grave conflicto en la comunidad de Corinto, quien tomó cartas para poner orden fue el Obispo de Roma, el Papa Clemente, y esto a pesar de que en ese tiempo, todavía vivía el Apóstol Juan en la cercana ciudad griega de Éfeso. Sin embargo, fue una carta de Clemente la que solucionó el problema y aún doscientos años después de este hecho se leía esta carta en esa Iglesia. Esto sólo es explicable por la autoridad del sucesor de Pedro en la primitiva Iglesia.



Ireneo, obispo de Lyon, y Padre de la Iglesia de la segunda generación después de los Apóstoles, escribía pocos años después: “Pudiera darles si hubiera habido espacio las listas de obispos de todas las iglesias, mas escojo sólo la línea de la sucesión de los obispos de Roma fundada sobre Pedro y Pablo hasta el duodécimo sucesor hoy”.



Según el primer historiador de la Iglesia, Eusebio de Cesarea (año 312), esta sucesión es una señal y una seguridad de que el Evangelio ha sido conservado y transmitido por la Iglesia Católica.

Bibliografía: Hubert Jedin, Historia de la Iglesia, Herder, Barcelona, tomo I; Llorca-García Villoslada, Montalbán, Historia de la Iglesia Católica, Tomo I, Edad Antigua, BAC, Madrid 1976, pp. 112-122 (en las notas a pie de página puede verse una abundante bibliografía bíblica, histórica y arqueológica referida a estos hechos); Vizmanos-Riudor, Teología Fundamental, BAC, Madrid 1966, pp. 594-624; M. Schmaus, Teología dogmática, Rialp, Madrid 1962, T. IV: La Iglesia, 448-484 y 764-785; C. Journet, L´Église du Verbe incarné, T. I: La hiérarchie apostolique, 2ª ed. 1955; G. Glez, Primauté du Pape, “Dictionnaire de Théologie Catholique”, XIII, col. 344 ss.; E. Dublanchy, Infaillibilité
du Pape, en “Dictionnaire de Théologie Catholique”, VII, col. 1638-1717; J. Madoz, El primado romano, Madrid 1936; O. Karrer, La sucesión apostólica y el Primado, en: “Panorama de la teología actual”, Madrid 1961, 225-266; G. Philipe, La Iglesia y su misterio en el Concilio Vaticano II, Barcelona 1969, T. I, pp. 363-380; C. Fouard, Saint Pierre et les premiéres années du Christianisme, 10ª ed. París 1908; P. De Ambroggi, S. Pietro Apostolo, Rovigo 1951; A. Penna, San Pedro, Madrid 1958; R. Leconte, Pierre, en DB (Suppl.) IV,128 ss.; G. Glez, Pierre (St.), “Dictionnaire de Théologie Catholique”, XIII, col. 247-344; E. Kirschbaum, E. Jynyent, J. Vives, La tumba de S. Pedro y las catacumbas romanas, Madrid 1954; G. Chevrot, Simón Pedro, Madrid 1970.


Notas1 Cf. DS 3055; Concilio Vaticano II, Lumen gentium, n.18; etc.
2 Tertuliano, De monog. 8.
3 San Cipriano, De unit. eccl. 4.
4 Clemente Alejandrino, Quis dives salvetur 21,4.
5 San Cirilo de Jerusalén, Catequesis mistagógicas, 2, 19.
6 San León Magno, Sermón 4,2.
7 Según la doctrina de los galicanos (E. Richer) y de los febronianos (N. Hontheim), la plenitud del poder espiritual fue concedida por Cristo inmediatamente a toda la Iglesia, y por medio de ésta pasó a San Pedro, de suerte que éste fue el primer ministro de la Iglesia, designado por la Iglesia (“caput ministeriale”). Según el modernismo, el primado no fue establecido por Cristo, sino que se ha ido formando por las circunstancias externas en la época postapostólica (DS 3452 ss).
8 El autor indica en nota: “Por ejemplo, D.A. Carson confiesa esto en su comentario sobre Mateo en: “Expositor’s Bible Commentary”, Frank Gaebelein, ed. (Grand Rapids: Zondervan, primera edición)”.
9 James Akin, Un triunfo y una tragedia, en: Patrick Madrid, op. cit., p. 77-82.
10 José Salguero, O.P., Biblia Comentada, tomo VII, BAC, Madrid 1965, p. 145.
11 Keneth Scott Laturet, Historia de la Iglesia, Ed. Casa Bautista de Publicaciones, Tomo I, p. 112.
12 Cf. Enciclopedia Británica, tomo IX.



San Pedro y san Pablo: una solemnidad de 1600 años para amar a la Iglesia y al Papa

Una fecha para renovar nuestra fidelidad a la Iglesia, al Papa y, a través de ellos, a Jesucristo

En la vida cotidiana, muchas veces solemos usar la palabra “fiesta” o “festividad” para referirnos a los diferentes tipos de conmemoraciones religiosas. Sin embargo, en un sentido litúrgico, cada celebración tiene su nombre específico en función de su jerarquía, y hablamos así, de menor a mayor importancia, de memoria libre, memoria, fiesta y solemnidad. Las solemnidades son las celebraciones más importantes del calendario litúrgico y están reservadas a la Santísima Trinidad, al Señor, a la Virgen y a algunos santos.

Una de las particularidades de esta celebración es que, por su dignidad, incluye todos los elementos que se emplean los domingos.

En este caso, la solemnidad de san Pedro y san Pablo recuerda su testimonio hasta la sangre: los dos apóstoles fueron martirizados en Roma por su fe en Cristo. San Pedro padeció su suplicio hacia el año 67 en la colina del Vaticano, según Tertuliano (siglo II) crucificado y según Orígenes (siglo II) con la cabeza hacia abajo. San Pablo fue martirizado hacia la misma fecha y, según Tertuliano, sufrió la decapitación junto a la vía Ostiense. La solemnidad conmemora su amor a Cristo y la aceptación de la voluntad de Dios hasta dar la vida.

Esta celebración es muy antigua y ya se registra en el siglo IV, mencionada en la «Depositio martyrum» del año 354. Por las mismas fechas se encuentran referencias en menciones de san Ambrosio (Milán) y de san Agustín (África del Norte). En sus inicios, si bien se los recordaba en conjunto, se festejaba a san Pablo en la tumba de la vía Ostiense y a san Pedro en la catacumba de la vía Apia. La costumbre cristiana antigua de celebrar los aniversarios de los mártires en sus monumentos sepulcrales constituyó para Roma una dificultad en tanto que los sepulcros de los príncipes de los apóstoles estaban alejados uno de otro.

Así, en el siglo VII, la celebración se dividió en dos días, conmemorándose a san Pedro el 29 de junio y a san Pablo el día siguiente. Esta doble celebración fue la que se difundió en Oriente y Occidente. En la reforma del calendario litúrgico de 1969 la celebración se volvió a unir en el mismo día.

En estrecha relación con esta solemnidad se celebra el óbolo de san Pedro, una colecta centenaria que se realiza el 29 de junio o el domingo más cercano a esta fecha, y que simboliza la comunión con el Papa y la fraternidad con la Iglesia. La conocida  práctica caritativa se remonta a finales del siglo VIII, cuando los anglosajones recientemente convertidos enviaban una contribución anual al Santo Padre que recibió el nombre de «Denarius Sancti Petri» o limosna de san Pedro. La costumbre se extendió a otros países y fue regulada orgánicamente por el Papa Pío IX en la Encíclica «Saepe Venerabilis» de 1871.

La solemnidad de San Pedro y San Pablo es especial por su catolicidad. La Iglesia celebra en ellos no solo la gloria de su martirio, sino también el misterio de su vocación apostólica, uno hacia Israel y otro hacia los gentiles; y el llamado del Evangelio a todos los seres humanos. La celebración nos invita especialmente a renovar nuestra fidelidad a la Iglesia, al Papa y, a través de ellos, a Jesucristo.

Qué son los Cardenales en la Iglesia.

Los Cardenales pertenecen al clero de Roma y ayudan al Papa en el gobierno servicial de la Iglesia toda, aunque estén diseminados por el mundo y tengan distinto origen étnico, cultural y nacional.




Etimología de la palabra.


Si vamos a la etimología (origen) de la palabra, ésta viene del latín “cardinis”, que significa “bisagra”. Como las virtudes “cardinales”, que son las virtudes “bisagras”. Así como la puerta gira alrededor de las bisagras, del mismo modo el edificio de las virtudes, gira alrededor de las 4 virtudes cardinales.

Con referencia a los cardenales, ellos son las “bisagras” alrededor de las cuales gira todo el edificio de la iglesia, en torno a su pastor el Papa, y con éste, en torno a Jesucristo.

Incardinación.
Por su sóla elección, quedan incorporados al clero de Roma, y por ello son colaboradores inmediatos del Romano Pontífice, ya sea en la Curia Romana, como en las Congregaciones Romanas (para los Obispos, para el clero, para la vida consagrada, para los laicos, para las relaciones ecuménicas, etc.), ayudando así al Santo Padre en el gobierno servicial de la Iglesia Universal.

Elección.
Para su nombramiento, según el Código de Derecho Canónico, se eligen varones destacados por su sabiduría (doctrina), costumbres (coherencia de vida), piedad (oración y relación experiencial con Dios), prudencia (buen actuar, discernimiento, decisiones acertadas).

 

Residencia.
Si no tienen diócesis asignadas a su cargo, y trabajan en la Curia o en las Congregaciones romanas ayudando al Papa en el gobierno de la Iglesia Universal, deben residir en el Vaticano.

Estando fuera de sus diócesis, no dependen de los Obispos diocesanos para su actuación, ni deben pedirle permisos a éstos.

Legaciones.
Como Legados del Santo Padre para algún acontecimiento o evento, pueden actuar solamente en aquello para lo cual han sido delegados, sin meterse en ninguna otra cuestión (por ejemplo, los legados del Santo Padre para los Congresos Eucarísticos, etc.).

Los Nuncios Apostólicos.
Los Nuncios Apostólicos son Cardenales delegados por el Sumo Pontífice como embajadores de la Santa Sede ante el país al que son enviados.

Al ser un Estado independiente, el Vaticano queda libre de los poderes temporales, y recibe a los embajadores de las Naciones que tienen relaciones diplomáticas con él, y a su vez envía embajadores a las mismas. Éstos son los Nuncios Apostólicos, que además velan e informan al Santo Padre sobre la Iglesia en dicho país o nación.

Nombramiento.
A veces, el Papa se reserva en el corazón (“in péctore”), el nombramiento de algún Cardenal. Esto puede obedecer a motivos, por ejemplo, de que su divulgación pueda poner en peligro su vida o la Iglesia que está bajo su cuidado, principalmenteen lugares donde ésta es perseguida.

Este cardenal, comienza a tener sus deberes y derechos como tal, el día en que es divulgado su nombre, pero su precedencia y antigüedad se remontan al momento en que el Santo Padre creó Cardenales y se guardó su nombre en el corazón (“in péctore”).

Signos del Cardenal.
Ahora vayamos a los signos externos que adornan la figura de los Cardenales, y del significado místico o espiritual de los mismos.

El capelo cardenalicio. Es un sombrero púrpura con 4 lados. Era, en la antigüedad, el signo que llevaban los esclavos liberados. También lo usaban los ciudadanos libres en las fiestas y solemnidades. Significa la libertad gloriosa de la que gozamos los hijos de Dios.

El anillo. Como Obispos, éstos llevan un anillo signo de su desposorio con su Iglesia Diocesana, donde hacen las veces de Cristo Esposo. Los Cardenales, reciben este anillo como signo de su desposorio con la Iglesia de Roma, y, por lo tanto, con toda la IglesiaUniversal, al ser Roma la Cabeza de las Iglesias particulares (las diócesis, que son la porción más chica en que se divide la Iglesia para su administración y gobierno).

El color púrpura. Es el color de los mártires. Significa que deben estar dispuestos a dar la vida por Cristo y por su Esposa, que es la Iglesia.

Sus reuniones con el Papa.
Se llaman Consistorios. Estos pueden ser ordinarios o extraordinarios.

Consistorios ordinarios. Son los que convoca el Santo Padre con los cardenales que viven en Roma (residente en la Urbe), para tratar determinados temas a favor de la Iglesia y del mundo.

Consistorios extraordinarios. Son los convocados por el Santo Padre con los cardenales de todo el mundo, para tratar temas de determinado interés (los dispersos por el Orbe).

Éstos, al recibir la convocatoria, deben acudir inmediatamente.

El Cónclave.
Literalmente significa “con llave” (con clavis, del latín).

Hace referencia a una antigua leyenda por la cual los italianos, cansados de que los cardenales vivieran en Roma sin llegar a la elección del Sumo Pontífice fallecido, decidieron encerrarlos “con llave”. De allí “cónclave”. Por supuesto, cuenta la historia que, inmediatamente, apareció el “humo blanco” de la elección.

Actualmente, es la reunión de Cardenales para elegir al Sumo Pontífice. Pueden estar todos, pero solamente tienen voz y voto los menores de 80 años. Los mayores de 80 sólo tienen voz.

La manera de elegir, qué se elige y cómo, lo encontrarás en el artículo “La elección del Sumo Pontífice”.

PAXTV.ORG