Yo te lo digo, levántate

Evangelio según San Marcos 5,21-43. 

Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su alrededor, y él se quedó junto al mar. 

Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies, rogándole con insistencia: "Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se cure y viva". 

Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados. 

Se encontraba allí una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias. 

Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor. 

Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto, porque pensaba: "Con sólo tocar su manto quedaré

curada". 

Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal. 

Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se dio vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó: "¿Quién tocó mi manto?". 

Sus discípulos le dijeron: "¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y preguntas quién te ha tocado?". 

Pero él seguía mirando a su alrededor, para ver quién había sido. 
Entonces la mujer, muy asustada y temblando, porque sabía bien lo que le había ocurrido, fue a arrojarse a sus pies y le confesó toda la verdad. 

Jesús le dijo: "Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad". 

Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: "Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?". 

Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: "No temas, basta que creas". 

Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago, fue a casa del jefe de la sinagoga. Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba. 

Al entrar, les dijo: "¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme". 

Y se burlaban de él. Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba. 

La tomó de la mano y le dijo: "Talitá kum", que significa: "¡Niña, yo te lo ordeno, levántate". 

En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro, y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que le dieran de comer. 

San Simeón el loco

San Simeón el Loco, anacoreta (522-c.a. 590)

San Simeón, apellidado el Loco, es uno de los santos más desconcertantes y originales que haya existidoNació en Emesa, antigua ciudad de Siria, a las orillas del río Orontes, a principios del siglo VI.

Visitó los Santos Lugares con un amigo llamado Juan. En su viaje encontraron muchos ermitaños y decidieron imitar su vida sin tardanza. Primero estuvieron en un monasterio, cerca de Jericó. Después atravesaron el Jordán, en busca de mayor soledad, y se establecieron al oriente del Mar Muerto. Cada uno se construyó su laura o ermita, bastante distante la una de la otra, para no importunarse en sus oraciones.

Después de treinta años de vida de anacoreta, Simeón se sintió impelido a dejar aquellos parajes y volver al mundo para trabajar directamente por la salvación de las almas. Se separó de su amigo y regresó a su ciudad natal. Al pasar por Jerusalén meditó largamente ante el Santo Sepulcro sobre los peligros que podía acarrearle su nueva vida.-   Le parecía que había dominado todas las tentaciones que le habían asaltado en la vida eremítica. Sólo de una cosa dudaba: del amor propio, del orgullo.

¿En todas aquellas austeridades y rigores, no estaría de por medio la soberbia, el deseo de ser considerado como el mayor de los santos?.-   Para cortar de raíz este peligro, ideó un método original: hacerse pasar por loco.

Y empezó sin demora. Entró en Emesa arrastrando de su cinturón un perro muerto que encontró en el camino.

El domingo entró en la iglesia bien provisto de nueces, y empezó a arrojarlas contra las velas, con tan buen tino que las apagó todas. Luego subió al púlpito y tiró las que le quedaban contra las mujeres. Y así otros disparates.

El Martirologio Romano dice de San Simeón: "Se hizo necio por Cristo, pero Dios reveló con milagros su alta sabiduría". San Juan Clímaco decía que el orgullo del espíritu es la bestia más feroz de los desiertos. Por eso Simeón trataba de encubrir su virtud bajo el velo de la locura.   Murió San Simeón hacia el año 590, después de realizar muchos milagros.

Su contemporáneo Evagrio, y un siglo más tarde, Leoncio, obispo de Chipre, nos han dejado muchas peripecias de su curiosa vida.   Profeta, taumaturgo, excéntrico escandaloso, payaso, comparte su vida con las prostitutas, los mendigos, los desechos de la sociedad, riéndose de todo y de todos, saboteando la lógica de los que le rodean con una rara alegría inexplicable que viene de arriba; así escarnece Simeón las seguridades de nuestra vida y se transforma en caricatura de nuestra precaria fe, tan envarada y solemne.   ¿Para qué estar tan serios, para qué tomarnos tan en serio, para qué respetar tantas normas y convenciones?

Todo es como una gigantesca broma que sólo tiene sentido si sabemos vivirla con humor, porque la voluntad de Dios y su Providencia, vista con ojos humanos, es un absurdo, y nuestras certezas, a la luz de Dios, deben de ser de una suprema comicidad.   El más sensato de los hombres, que vuelve al revés todo prejuicio, san Simeón el loco, nos valga a la hora de tomarnos a burla a nosotros mismos y a los demás, para ser fieles, para corresponder con abandono y humor a la sonrisa del Cielo.

Oremos

Concédenos, Señor todopoderoso, que el ejemplo de San Simeón nos estimule a una vida más perfecta y que cuantos celebramos su fiesta sepamos también imitar sus ejemplos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

San Jerónimo (347-420), sacerdote, traductor de la Biblia, doctor de la Iglesia 
Comentario al evangelio de Marcos, 2; PLS, 125s

“Yo te lo digo, levántate”

“No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago” Nos podríamos preguntar porque Jesús se lleva siempre a esos discípulos y porque deja a los demás. Así vemos que, cuando se transfiguró en el monte, ya le acompañaban estos tres… Los escogidos son: Pedro, sobre quien se ha edificado la Iglesia, Santiago, el primer apóstol que recibió la palma del martirio, y Juan, el primero que preconizó la virginidad…

“Entró donde estaba la niña, la cogió de la mano, y le dijo: Talitha qumi. La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar.” Deseemos que Jesús nos toque también a nosotros, e inmediatamente nos pongamos a andar. Si somos paralíticos o cometemos malas acciones, no podemos caminar; quizás estamos acostados sobre el lecho de nuestros pecados como si fuera nuestra verdadera cama. 

Cuando Jesús nos toque, inmediatamente quedaremos curados. La suegra de Simón padecía mucha fiebre; Jesús le cogió la mano, ella se levantó inmediatamente y les servía (Mc 1,31)… “Y les dijo que dieran de comer a la niña.” Señor, a los que estamos acostados, haznos la gracia de cogernos la mano, levántanos del lecho de nuestros pecados y haznos caminar. Cuando hayamos andado, ordena que nos den de comer. Acostados, no podemos caminar, y si no estamos de pie, no podemos recibir el cuerpo de Cristo, a quien pertenece la gloria con el Padre y el Santo Espíritu, por los siglos de los siglos.

La fe grande de una mujer

La escena es sorprendente. El evangelista Marcos presenta a una mujer desconocida como modelo de fe para las comunidades cristianas. De ella podrán aprender cómo buscar a Jesús con fe, cómo llegar a un contacto sanador con él y cómo encontrar en él la fuerza para iniciar una vida nueva, llena de paz y salud.

A diferencia de Jairo, identificado como «jefe de la sinagoga» y hombre importante en Cafarnaún, esta mujer no es nadie. Solo sabemos que padece una enfermedad secreta, típicamente femenina, que le impide vivir de manera sana su vida de mujer, esposa y madre.

Sufre mucho física y moralmente. Se ha arruinado buscando ayuda en los médicos, pero nadie la ha podido curar. Sin embargo, se resiste a vivir para siempre como una mujer enferma. Está sola. Nadie la ayuda a acercarse a Jesús, pero ella sabrá encontrarse con él.

No espera pasivamente a que Jesús se le acerque y le imponga sus manos. Ella misma lo buscará. Irá superando todos los obstáculos. Hará todo lo que pueda y sepa. Jesús comprenderá su deseo de una vida más sana. Confía plenamente en su fuerza sanadora.

La mujer no se contenta solo con ver a Jesús de lejos. Busca un contacto más directo y personal. Actúa con determinación, pero no de manera alocada. No quiere molestar a nadie. Se acerca por detrás, entre la gente, y le toca el manto. En ese gesto delicado se concreta y expresa su confianza total en Jesús.

Todo ha ocurrido en secreto, pero Jesús quiere que todos conozcan la fe grande de esta mujer. Cuando ella, asustada y temblorosa, confiesa lo que ha hecho, Jesús le dice: «Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud». Esta mujer, con su capacidad para buscar y acoger la salvación que se nos ofrece en Jesús, es un modelo de fe para todos nosotros.

¿Quién ayuda a las mujeres de nuestros días a encontrarse con Jesús? ¿Quién se esfuerza por comprender los obstáculos que encuentran en algunos sectores de la Iglesia actual para vivir su fe en Cristo «en paz y con salud»? ¿Quién valora la fe y los esfuerzos de las teólogas que, sin apenas apoyo y venciendo toda clase de resistencias y rechazos, trabajan sin descanso por abrir caminos que permitan a la mujer vivir con más dignidad en la Iglesia de Jesús?

Las mujeres no encuentran entre nosotros la acogida, la valoración y la comprensión que encontraban en Jesús. No sabemos mirarlas como las miraba él. Sin embargo, con frecuencia, ellas son también hoy las que con su fe en Jesús y su aliento evangélico sostienen la vida de no pocas comunidades cristianas.

Domingo 13 Tiempo ordinario – B
(Marcos 5,21-43)
1 de julio 2018

XIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
(Sab 1, 13-15; 2,22-23; Al 29; 2Cor 8, 7.9. 13-15; Mc 5, 21-43)

COMENTARIO

Los pasajes bíblicos que hoy se proclaman en la Liturgia, posibilitan distintos comentarios. Pero hay veces que una sola frase suscita una llamada iluminadora.

En los textos de hoy, la frase de Jesús a la niña muerta es reveladora de una invitación a cada uno de nosotros: “Contigo hablo, niña, levántate”.

El relato evangélico supera el signo concreto, referido a dos mujeres, una enferma, otra muerta. Las acciones de Jesús suceden una vez realizada la travesía del Lago: “Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla”.

Cruzar el Mar de Galilea, en el contexto de otras travesías es referencia pascual. Cuando en otros momentos los discípulos han tenido que tomar la barca al atardecer y cruzar el Lago, han debido superar las tormentas, acrisolar su confianza y confesar su fe en el Maestro. y lo han reconocido Señor, Una vez que el viento y las olas se aplacan y pisan tierra firme, después de la tormenta, lo reconocen como Señor.

La expresión del salmista concentra nuestra reflexión: “Al atardecer nos visita el llanto; por la mañana, el júbilo”. Es el código cristiano, no solo de la existencia, sino que a cada momento se nos presenta la dialéctica del despojo y del hallazgo: del riesgo y de la confianza; de la oscuridad y de la luz.

Un principio que nos debe dar siempre esperanza es el axioma del libro de la Sabiduría: “Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser”. Y tanto nos amó, que envió a su propio Hijo no solo para revelarnos nuestra identidad original, sino también con el deseo de devolvérnosla a costa del despojo y anonadamiento de su mismo Hijo: “Jesucristo: siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza”.

¿Te crees tu identidad original?
¿Das fe a la opción entrañable de Dios?
¿Te acompaña en tu camino la Palabra, que te permite creer la profecía de que la vida puede a la muerte; la calma a la tormenta; el alba a la noche?
¿Has experimentado la mano del Señor que te ha sacado de tus fracasos?
No dudes, levántate siempre.

Niña, levántate; XIII Domingo Ordinario

Así es Jesús, siempre está cerca, nunca condena y siempre rescata la dignidad y la vida de la persona.

Lecturas:

Sabiduría 1, 13-15; 2, 23-24: “Por envidia del diablo entró la muerte en el mundo”
Salmo 29: “Te alabaré, Señor, eternamente”
II Corintios 8, 7.9. 13-15: “Que la abundancia de ustedes remedie la necesidad de sus hermanos pobres”
San Marcos 5, 21-43: “¡Óyeme, niña, levántate!”

Graves cifras arrojan los últimos censos sobre nuestras familias: se encuentran fragmentadas y con frecuencia la mujer está sola para sostener y educar a sus hijos. La mujer se enfrenta no sólo a las dificultades propias del trabajo del campo, de la educación de los hijos, sino también a la discriminación, desprecio y obstáculos que nuestra sociedad le pone a la mujer. ¿De verdad tienen los mismos derechos y oportunidades hombres y mujeres?

Hay milagros y acciones de Jesús que para nuestra mentalidad parecen grandiosos, pero que no reflejan todas las dificultades y situaciones especiales en que fueron realizados. Hoy se nos presentan dos “milagros” que encierran un contenido muy profundo tanto para aquel tiempo como para nuestros días. Por principio de cuentas, las beneficiarias de esos milagros, en ambos casos, son mujeres. Pero son dos mujeres sobre las que ha caído la desgracia de ser condenadas por la legislación y costumbres judías. La esterilidad, la enfermedad y la muerte sin hijos, son vistas como castigo divino y como condena por los pecados.

Una mujer que padece un flujo de sangre durante doce años y una niña que muere a los doce años, sin alcanzar la plenitud de la vida y sin dejar descendencia, son vistas como impuras y dignas del castigo. Para Jesús no es así, para Él no existe esta marginación social que imponían estas comunidades a la mujer y que se ven acrecentadas por la enfermedad y por la muerte.

Nos llegan la palabra y el ejemplo de Jesús juntamente con las noticias que dan cuenta de la grave situación de prostitución y trata de personas en muchas de nuestras ciudades. Con escándalo se da a conocer que niñas, niños y adolescentes, son sometidos a violaciones y se convierten en mercancía de gentes sin escrúpulos que sólo buscan su propia ganancia.

Son incontables las mujeres que son violadas y violentadas en los propios hogares; y aún en los hogares “supuestamente regulares”, a la mujer se le niega en muchas ocasiones el derecho a la palabra y a la propia realización. Las estadísticas de educación nacional han manifestado una vez el grave deterioro de nuestro sistema educativo y con agravantes en las zonas más pobres, y en un último lugar aparece la mujer. Discriminada, acusada, vejada y poco reconocida en una sociedad que está reclamando los derechos y que dice que lucha por la vida. ¿Qué nos toca hacer como cristianos? ¿Qué nos exige Jesús en  el Evangelio?

En primer lugar, Jesús aparece como el gran liberador, al margen y en contra de las leyes de la pureza. No se encierra en un mesianismo fácil, sino que desafía las incongruencias de una ley que esclaviza. No se oculta en prescripciones de pureza, sino que se deja tocar y toca, tanto a la que es considerada impura como a la que ya está muerta. En los dos casos transgrede, libera y supera una religión legalista que está incapacitada para curar y dar vida. Pero así es Jesús, siempre está cerca, nunca condena y siempre rescata la dignidad y la vida de la persona. Busca hacer el bien y valora a cada persona, aunque ello le traiga problemas. 

Pero además lo hace de una manera muy discreta, como si Él no estuviera propiamente implicado, sino que deja el protagonismo primero a la mujer enferma y después al padre de la niña. Es más, resalta la fe de cada uno de ellos y el “milagro” sucede porque “han tenido fe”. No es la actitud paternalista del que todo lo resuelve; pero sí es la actitud del amigo que está cerca para recibir la mano que se extiende pidiendo ayuda.

En ambos milagros, Jesús no solamente cura, sino “salva”, va mucho más allá del resultado físico. Es muy importante la salud de las personas pero es mucho más importante la plenitud de la vida y la salvación. Debemos empeñarnos en curar y restañar las heridas que este mundo loco va dejando en las personas, pero mucho más en buscar estructuras justas que hagan vivir a cada persona como hijo de Dios y en especial en este día, nuestra inquietud y nuestra atención se centrarán en la situación difícil por la que atraviesan muchas mujeres en una sociedad que les niega un lugar digno. La actitud de Jesús ante cada una de ellas es un reclamo para nosotros como Iglesia y como sociedad. No es justa la situación en la que se encuentran ni en la familia, ni en el trabajo, ni en la educación, ni en el respeto a su dignidad de personas. A la sugerencia de no molestar más a Cristo frente a la muerte de la niña, Cristo responde con una palabra alentadora: “No temas. Basta que tengas fe”. Para quienes dicen que no hay nada que hacer y se hunden en el pesimismo, son estas mismas palabras. Para aquellas mujeres que se han cansado de tanto luchar, llegan como un aliciente que les ayuda a fortalecer su corazón.

Las palabras de Jesús que rescatan de la muerte a aquella niña, siguen sonando para todas las mujeres que sienten que han perdido el rumbo y que no tienen alientos para levantarse: “Niña, levántate”. Es cierto que es duro el camino, es cierto que la sociedad no da nada, es cierto que parecería más fácil caer en el oropel de una vida fácil y concorde a una sociedad consumista. Pero la palabra de Jesús tiene la virtud de levantarnos, de devolvernos la esperanza y nuevamente buscar una vida más digna y llena de salvación. Tenemos la gran tarea como discípulos de Jesús de imitar a nuestro maestro. Debemos construir nuevas situaciones de respeto y dignidad para cada uno y cada una de sus hijos e hijas. También a nosotros nos pide que  nos levantemos que tengamos fe, que no nos dejemos dominar por el miedo y las ataduras de una tradición. Como Iglesia nos falta dar mucho reconocimiento y valoración al trabajo apostólico, catequético y de vida que realizan las mujeres dentro de nuestro ámbito eclesial.

Padre de bondad, que por medio de tu gracia nos has hecho hijos de la luz, concédenos vivir fuera de las tinieblas del error y permanecer siempre en el esplendor de la verdad.  Amén.

Tu fe te ha salvado

Pidamos ser conscientes de que Dios nos ama, aunque no lo merezcamos.

En aquel tiempo, Jesús pasó de nuevo en la barca a la otra orilla y se aglomeró junto a Él mucha gente; Él estaba a la orilla del mar. Llega uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verle, cae a sus pies, y le suplica con insistencia diciendo: «Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva». Y se fue con él. Le seguía un gran gentío que le oprimía. Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todos sus bienes sin provecho alguno, antes bien, yendo a peor, habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. Pues decía: «Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré». Inmediatamente se le secó la fuente de sangre y sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal. Al instante, Jesús, dándose cuenta de la fuerza que había salido de Él, se volvió entre la gente y decía: «¿Quién me ha tocado los vestidos?»

Sus discípulos le contestaron: «Estás viendo que la gente te oprime y preguntas: "¿Quién me ha tocado?"» Pero Él miraba a su alrededor para descubrir a la que lo había hecho. Entonces, la mujer, viendo lo que le había sucedido, se acercó atemorizada y temblorosa, se postró ante Él y le contó toda la verdad. Él le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad». Mientras estaba hablando llegan de la casa del jefe de la sinagoga unos y le dice: «Tu hija ha muerto; ¿a qué molestar ya al Maestro?» Jesús que oyó lo que habían dicho, dice al jefe de la sinagoga: «No temas; solamente ten fe». Y no permitió que nadie le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a la casa del jefe de la sinagoga y observa el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos. Entra y les dice: «¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida». Y se burlaban de Él.

Pero Él después de echar fuera a todos, toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dice: «Talitá kum», que quiere decir: «Muchacha, a ti te digo, levántate». La muchacha se levantó al instante y se puso a andar, pues tenía doce años. Quedaron fuera de sí, llenos de estupor. Y les insistió mucho en que nadie lo supiera; y les dijo que le dieran a ella de comer.

Reflexión
Existe una ambigüedad que caracteriza a los signos y milagros de Jesucristo. por una parte, los evangelios están llenos de milagros. El camino de Jesús está señalado por acontecimientos prodigiosos: los ciegos recobran la vista, los cojos andan, los leprosos quedan limpio, los muertos resucitan. Por una parte, Cristo es reticente con los milagros. Multiplica los signos, pero no pretende presentarse como taumaturgo. Viene a traer la salvación, no a hacer milagros. Evita todo sensacionalismo, se niega decididamente a lo espectacular.

Si miramos atentamente el Evangelio, podemos decir que hay dos cosas que son capaces de arrancarle milagros: la fe de los que pide y la miseria de los hombres.

La fe del que pide. Un rostro implora con fe es un espectáculo ante el que Cristo no puede resistirse. Es su punto débil. Se deja escapar expresiones maravilladas: ¡Hija, tu fe te ha salvado! Y no puede evitar realizar el milagro: Hágase según tus deseos...

La miseria humana. Cuando Jesús se encuentra en sus caminos con la miseria, se siente casi obligado a regalar el milagro. En muchos casos, ni siquiera es necesario que formulen una petición explícita. Basta con el tocar su manto, con la presencia del dolor. P.ej. las lágrimas de una madre que acompaña al sepulcro a su único hijo. Y Cristo responde inmediatamente. No pueden ver como los hombres sufren.

Yendo a nosotros, hay cristianos que quieren ver milagros a toda costa. Como si su fe estuviera colgada, más que de la palabra de Dios, de los milagros. Su vida se desarrolla bajo el signo de lo extraordinario, de lo excepcional, a veces incluso de lo extravagante.

No han comprendido que la fe es lo que provoca el milagro. Y no al revés. Han trastornado el procedimiento de Jesús. En el evangelio aparece con claridad que el Señor resalta la libertad, deja la puerta abierta, pero sin obligar a entrar a nadie, sin golpes espectaculares. Él queda vencido sólo por la fe de los hombres.

Pero existe también una postura contraria, también fuera de tono. Son cristianos que tienen miedo, que casi se avergüenzan del milagro. Pretenden impedirle a Dios que sea Dios. Les gustaría aconsejarle que no resulta oportuno, que es mejor, para evitarse complicaciones, dejar en paz el campo de las leyes físicas. Como si Dios estuviese obligado a pedirles consejo antes de manifestar su propia omnipotencia. Se olvidan que los milagros son la expresión de la libertad de Dios.

Por encima de estas actitudes frente a los milagros y signos de Dios, está la obligación precisa para todos nosotros: Cristo nos ha dejado la consigna de hacer milagros. Es el “signo” de nuestra fe. Más aún, hemos de “convertimos” en milagros: Milagros de coherencia, de fidelidad, de misericordia, de generosidad, de comprensión.

Una vez más esta generación perversa pide un signo. Y tiene derecho a esperarlo de nosotros, los que nos llamamos cristianos. ¿Qué signo podemos ofrecerles? ¿Qué milagro podemos presentarles?
Nuestro camino pasa por un mundo que tiene hambre, hambre de pan y hambre de amor. Un mundo enfermo de desilusiones. Un mundo ciego por la violencia. Un mundo asolado por el egoísmo. No podemos pasar por ese camino limitándonos a contarles los milagros de Jesús. No podemos contar con sus milagros. Hemos de contar con los nuestros.

Lo que buscan los hombres de este mundo, son nuestros milagros de cada día: nuestros milagros de fe, de amor, de transformación, de vida cristiana.
¡Qué así sea! En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

ESTE SÁBADO VIAJA A BARI PARA ORAR POR LA PAZ JUNTO A LOS CRISTIANOS DE ORIENTE MEDIO
El Papa reivindica el valor del diálogo en Nicaragua, Siria y el Cuerno de África
“Hay que tener miedo al corazón endurecido, 'momificado'... es la muerte del corazón”

Jesús Bastante, 01 de julio de 2018 a las 12:24

Ángelus del PapaAgencias

"Ninguno debe sentirse un intruso, un abusador, alguien que no tiene derecho a tener acceso al corazón de Jesús", subrayó el Pontífice. "Para tener acceso, sólo hacen falta dos requisitos: sentirse necesitados, y fiarse de él"

(Jesús Bastante).- Angelus del Papa en una mañana soleada, con el Evangelio de la hija de Jairo y la mujer enferma que se sana 'robando' la fuerza salvadora de Jesús en el horizonte. Francisco reclama las dos condiciones para ser salvados: "Sentirse necesitados y tener fe en él".

Jairo, recordó el Papa, era uno de los jefes de la sinagoga, y tragándose su orgullo, "suplica a Jesús que vaya a su casa porque su hija se está muriendo". Cuando llegan, se encuentran con la peor de las noticias. "No temas, ten fe", es la respuesta de Jesús a Jairo.

"Jesús dice 'Álzate' y de pronto la niña revive, como despertándose de un sueño profundo", apuntó el Papa, que recordó que uno de los evangelistas, Marcos añade al relato el caso de la mujer que es sanada apenas toca el manto de Jesús. "La fe de esta mujer 'roba' la potencia salvífica de Cristo, quien sintiendo que una fuerza sale de él, pregunta quién le ha tocado. Cuando la mujer lo confiesa, le dice: 'Hija, tu fe te ha salvado'".

Dos milagros con "un único centro: la fe", recalcó Bergoglio quien aseguró que "Jesús da vida, renueva la vida a quien se fía plenamente de él". No importa quién sea: de hecho, ni Jairo ni la mujer "son discípulos de Jesús. Fueron por su propia fe, fueron salvados por su fe en aquel hombre".

"Ninguno debe sentirse un intruso, un abusador, alguien que no tiene derecho a tener acceso al corazón de Jesús", subrayó el Pontífice. "Para tener acceso, sólo hacen falta dos requisitos: sentirse necesitados, y fiarse de él".

"Yo os pregunto: cuando alguno de vosotros siente necesidad de cuidado, o tiene cualquier pecado o problema, y siente esto, ¿tiene fe en Jesús? Son los dos requisitos para ser protegido: sentir la necesidad y tener fe", repitió. Así, Jesús "nos libra del miedo de vivir, nos protege con una palabra que pone en camino más allá del sufrimiento y la humillación".

Así, "estamos llamados a imitar esta palabra que nos libera, y restituir a quien ha perdido la alegría de vivir", sabiendo que "Jesús ha venido a curar a todos", y que, como demostró el episodio de la hija de Jairo, "la muerte física, delante de Jesús, es como un sueño, no debe desesperarnos".

Fieles en San Pedro pidiendo ayuda para Nicaragua

"Hay otra muerte de la que sí hay que tener miedo -advirtió el Pontífice-: la del corazón endurecido por el mal. Cuando sintamos que tenemos el corazón duro, el corazón que se endurece, me permito la palabra, el corazón 'momificado'... tenemos que tener miedo".

"Esta es la muerte del corazón", añadió el Papa, quien no obstante recordó que "aunque esté el pecado, aun con el corazón momificado, para Jesús no es la última palabra. Él nos trae la infinita misericordia del padre. Su voz tierna y fuerza se alza. 'Yo te digo: álzate'. Es bello sentir que la palabra de Jesús resuena en cada uno de nosotros". Tras el rezo del Angelus, Francisco quiso renovar su oración "por el amado pueblo de Nicaragua", uniéndose "al esfuerzo que están llevando a cabo los obispos del país, y tantas personas de buena voluntad, en su tarea de mediación y testimonio por el proceso de diálogo nacional por la democracia".

Al tiempo, denunció los últimos ataques en Siria, donde "las operaciones militares han dañado hospitales, y han provocado millares de nuevos prófugos". "Pido que el pueblo, ya duramente probado durante años, no tenga más sufrimientos". En medio de tantos conflictos, Francisco quiso señalar "una iniciativa histórica, una buena noticia". "Después de 20 años de conflicto, los gobiernos de Etiopía y Eritrea han vuelto a hablar de paz. Una luz de esperanza para estos dos países del Cuerno de África, y para todo el continente".

Finalmente, el Papa recordó que este sábado viaja a Bari, "junto a muchos jefes de iglesias y comunidades cristianas de Oriente Medio". Una "jornada de oración y reflexión sobre la dramática situación de la región, donde tantos hermanos y hermanas nuestros siguen sufriendo, e imploraremos, con una sola voz, que se haga la paz. Os pido que acompañéis con la oración este peregrinaje de paz y unidad".

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