Le rogaron que se marchara de su país
- 04 Julio 2018
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Evangelio según San Mateo 8,28-34.
Cuando Jesús llegó a la otra orilla, a la región de los gadarenos, fueron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros. Eran tan feroces, que nadie podía pasar por ese camino.
Y comenzaron a gritar: "¿Que quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo?"
A cierta distancia había una gran piara de cerdos paciendo.
Los demonios suplicaron a Jesús: "Si vas a expulsarnos, envíanos a esa piara".
El les dijo: "Vayan". Ellos salieron y entraron en los cerdos: estos se precipitaron al mar desde lo alto del acantilado, y se ahogaron.
Los cuidadores huyeron y fueron a la ciudad para llevar la noticia de todo lo que había sucedido con los endemoniados.
Toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y, al verlo, le rogaron que se fuera de su territorio.
Santa Isabel de Portugal
Santa Isabel, reina de Portugal, admirable por su desvelo en conseguir que reyes enfrentados hiciesen las paces y por su caridad en favor de los pobres. Muerto su esposo, el rey Dionisio, abrazó la vida religiosa en el monasterio de monjas de la Tercera Orden de las Clarisas de Estremoz, en Portugal, que ella misma había fundado, y en el cual murió cuando se esforzaba por conseguir la reconciliación entre un hijo y un nieto suyos que estaban enfrentados.
Isabel era hija de Pedro III de Aragón. Nació en 1271. En el bautismo recibió el nombre de Isabel en honor de su tía abuela, santa Isabel de Hungría. El nacimiento de la niña fue ya un símbolo de la actividad pacificadora que iba a ejercer durante toda su vida, puesto que, gracias a su venida al mundo, hicieron la paz su abuelo, Jaime, que ocupaba entonces el trono, y su padre. La joven princesa era de carácter amable y, desde sus primeros años, dio muestras de gran inclinación a la piedad y a la bondad.
Trataba de imitar todas las virtudes que veía practicar a su alrededor, porque le habían enseñado que era conveniente unir a la oración la mortificación de la voluntad propia para obtener la gracia de vencer la inclinación innata al pecado. Desgraciadamente, los padres de familia olvidan esto con frecuencia y acostumbran a sus hijos a desear desproporcionadamente las cosas de este mundo y a satisfacer todos sus caprichos. Ninguna penitencia es más educativa para un niño que la de acostumbrarse a no comer entre comidas, a soportar con paciencia que no se cumplan todos sus deseos y a no complicar la vida a los demás.
La victoria de Santa Isabel sobre sí misma se debió a la educación que recibió en la niñez. A los doce años, Isabel contrajo matrimonio con el rey Dionisio de Portugal. Este monarca admiraba más la noble cuna, la belleza y las riquezas de su esposa que sus virtudes. Sin embargo, la dejó practicar libremente sus devociones, sin sentirse por ello llamado a imitarla. Isabel se levantaba muy temprano para rezar maitines, laudes y prima antes de la misa; por la tarde, continuaba sus devociones después de las vísperas. Naturalmente, consagraba algunas horas del día al desempeño de sus deberes domésticos y públicos. Comía con parsimonia, vestía con modestia, se mostraba humilde y afable con sus prójimos y vivía consagrada al servicio de Dios. Su virtud característica era la caridad. Hizo lo necesario para que los peregrinos y los forasteros pobres no careciesen de albergue y ella misma se encargaba de buscar y socorrer a los necesitados; además, proveía de dote a las doncellas sin medios.
Fundó instituciones de caridad en diversos sitios del reino; entre ellas se contaban un hospital en Coimbra, una casa para mujeres arrepentidas en Torres Novas y un hospicio para niños abandonados. A pesar de todas esas actividades, Isabel no descuidaba sus deberes, sobre todo el respeto, amor y obediencia que debía a su marido, cuyas infidelidades y abandono soportaba con gran paciencia. Porque, aunque Dionisio era un buen gobernante, era un hombre vicioso. En su carrera pública era justo, valiente, generoso y compasivo, pero en su vida privada era egoísta y licencioso. La reina hizo lo imposible por atraerle a la virtud, pues la entristecían mucho los pecados de su esposo y el escándalo que daba con ellos y no cesaba de orar por su conversión. Su bondad era tan grande, que cuidaba cariñosamente a los hijos naturales de su marido y se encargaba de su educación.
Santa Isabel tuvo dos hijos: Alfonso, que sería el sucesor de su padre y Constancia. Alfonso dio desde muy joven muestras de poseer un carácter rebelde debido, en parte, a la preferencia que su padre daba a sus hijos naturales; se levantó en armas en dos ocasiones y en ambas, la reina consiguió restablecer la concordia. Pero las malas lenguas empezaron a esparcir el rumor de que Isabel apoyaba en secreto la causa de su hijo y el rey la desterró algún tiempo de la corte. La reina poseía realmente un talento muy notable de pacificadora; así, logró evitar la guerra entre Fernando IV de Castilla y su primo, y entre el mismo príncipe y Jaime II de Aragón.
El rey Dionisio cayó gravemente enfermo en 1324. Isabel se dedicó a asistirle, de suerte que apenas salía de la cámara real más que para ir a misa. Durante su larga y penosa enfermedad, el monarca dio muestra de sincero arrepentimiento. Murió en Santarem, el 6 de enero de 1325. La reina hizo entonces una peregrinación a Santiago de Compostela y decidió retirarse al convento de Clarisas Pobres que había fundado en Coimbra. Pero su confesor la disuadió de ello, e Isabel acabó por profesar en la Tercera Orden de San Francisco. Pasó sus últimos años santamente en una casa que había mandado construir cerca del convento que había fundado. La causa de la paz, por la que había trabajado toda su vida, fue también la ocasión de su muerte. En efecto, la santa murió el 4 de julio de 1336 en Estremoz, a donde había ido en una misión de reconciliación, a pesar de su edad y del insoportable calor. Fue sepultada en la iglesia del monasterio de las Clarisas Pobres de Coimbra. Dios bendijo su sepulcro con varios milagros. La canonización tuvo lugar en 1626.
En Acta Sanctorum, julio, vol. II, hay una biografía de la santa que data casi de su época. En las crónicas hay muchos datos sobre la reina Isabel. La leyenda del paje que se salvó milagrosamente de la muerte en un horno y probó así su inocencia, es una simple fábula, cuyos orígenes se remontan al folklore de la India que pasó a formar parte de la leyenda cristiana de santa Isabel en 1562, pero puede haber reminiscencias en la iconografía.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, S
Oremos
Dios nuestro, fuente de paz y de amor, que otorgaste a Santa Isabel de Portugal el don admirable de reconciliar a quienes vivían enemistados, concédenos, por su intercesión, ser de aquellos que trabajan por la paz., para que así merezcamos ser llamados hijos de Dios. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Concilio Vaticano II Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual (Gaudium et spes), 9-10
«Le rogaron que se marchara de su país»
El mundo moderno aparece a la vez poderosos y débil, capaz de lo mejor y de lo peor, pues tiene abierto el camino para optar entre la libertad o la esclavitud, entre el progreso y el retroceso, entre la fraternidad y el odio. El hombre sabe muy bien que está en su mano el dirigir correctamente las fuerzas que él ha desencadenado, y que pueden aplastarle o salvarle. Por ello se interroga a sí mismo.
En realidad de verdad, los desequilibrios que fatigan al mundo moderno están conectados con ese otro desequilibrio fundamental que hunde sus raíces en el corazón humano. Son muchos los elementos que se combaten en propio interior del hombre. A fuer de criatura, el hombre experimenta múltiples limitaciones; se siente, sin embargo, ilimitado en sus deseos y llamado a una vida superior. Atraído por muchas solicitaciones, tiene que elegir y renunciar. Más aún, como enfermo y pecador, no raramente hace lo que no quiere y deja de hacer lo que querría llevar a cabo (Rm 7,14). Por ello siente en sí mismo la división, que tantas y tan graves discordias provoca en la sociedad....
Sin embargo, ante la actual evolución del mundo, son cada día más numerosos los que se plantean o los que acometen con nueva penetración las cuestiones más fundamentales: ¡Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar de tantos progresos hechos, subsisten todavía? ¿Qué valor tienen las victorias logradas a tan caro precio? ¿Qué puede dar el hombre a la sociedad? ¿Qué puede esperar de ella? ¿Qué hay después de esta vida temporal? Cree la Iglesia que Cristo, muerto y resucitado por todos, da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo a fin de que pueda responder a su máxima vocación y que «no ha sido dado bajo el cielo a la humanidad otro nombre en el que sea necesario salvarse» (He 4,12). Igualmente cree que la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se halla en su Señor y Maestro. Afirma además la Iglesia que bajo la superficie de lo cambiante hay muchas cosas permanentes, que tienen su último fundamento en Cristo quien existe «ayer, hoy y siempre» (Heb 13,8).
Salir a su paso tal como soy.
Santo Evangelio según San Mateo 8, 28-34. Miércoles XIII de Tiempo Ordinario.
Por: H. Rogelio Suárez, L.C. | Fuente: missionkits.org
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, gracias por todo lo que me has concedido, por este nuevo día más de vida. Te pido me concedas la gracia de acercarme a Ti con confianza y dejarme sanar.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 8, 28-34
En aquel tiempo, cuando Jesús desembarcó en la otra orilla del lago, en tierra de los gadarenos, dos endemoniados salieron de entre los sepulcros y fueron a su encuentro. Eran tan feroces, que nadie se atrevía a pasar por aquel camino. Los endemoniados le gritaron a Jesús: "¿Qué quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿Acaso has venido hasta aquí para atormentarnos antes del tiempo señalado?"
No lejos de ahí había una numerosa piara de cerdos que estaban comiendo. Los demonios le suplicaron a Jesús: "Si vienes a echarnos fuera, mándanos entrar en esos cerdos". Él les respondió: "Está bien".
Entonces los demonios salieron de los hombres, se metieron en los cerdos y toda la piara se precipitó en el lago por un despeñadero y los cerdos se ahogaron.
Los que cuidaban los cerdos huyeron hacia la ciudad a dar parte de todos aquellos acontecimientos y de lo sucedido a los endemoniados. Entonces salió toda la gente de la ciudad al encuentro de Jesús, y al verlo, le suplicaron que se fuera de su territorio.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Cristo, en cada momento, nos está buscando para sanarnos. Él cruza hasta "la otra orilla", solo para encontrarse con nosotros. Lo que Él quiere es estar dentro de nosotros, sacar toda oscuridad y llenarnos de luz.
Nosotros tenemos que salir "desde el cementerio" de nuestro interior. Desde el lugar donde tenemos nuestras miserias, donde hay solo oscuridad, donde solo hay amor propio. Tenemos que clamar a Dios desde nuestra miseria junto con el salmista: "Desde lo más profundo, te invoco, Señor. Señor, escucha mi clamor... Si llevas cuentas de las culpas, Señor, Señor mío, ¿quién podrá quedar en pie? Pero en Ti está el perdón, y así mantenemos tu temor." (Sal 130)
Salir desde nuestro cementerio es para ir al encuentro de Cristo y pedirle a "gritos", no de desesperación, sino de fe, que nos sane. Salir al encuentro de alguien, implica un acto de libertad, que es lo que Cristo busca de nosotros. Dios no nos obliga a salir, lo que quiere es que de nosotros salga la iniciativa para querer ir a Él y ser sanados.
Es en este momento en que tenemos que tener la actitud del centurión, que dijo: "Señor, no soy digno de que entres a mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme." Cristo dice "está bien", y son esas palabras las que necesitamos en nuestra vida para ser sanados por Él.
Busquemos salir al paso de Cristo tal como somos, no tengamos miedo de Él, pues lo único que quiere es sanarnos. Está en nosotros querer salir desde nuestras miserias para ser sanados y para que nos llene de su amor.
La esperanza cristiana se basa en la fe en Dios que siempre crea novedad en la vida del hombre, crea novedad en el cosmos. Nuestro Dios es el Dios que crea novedad, porque es el Dios de las sorpresas.
No es cristiano caminar con la mirada dirigida hacia abajo -como hacen los cerdos: siembre van así- sin levantar los ojos hacia el horizonte. Como si todo nuestro camino se apagase aquí en el palmo de pocos metros de viaje; como si en nuestra vida no hubiese ninguna meta y ningún desembarque, y nosotros estuviésemos obligados a un eterno vagar, sin alguna razón para nuestras muchas fatigas. Esto no es cristiano.
(Audiencia de S.S. Francisco, 23 de agosto de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Buscar un tiempo para estar con Jesús Eucaristía, presentándome con todo lo que soy y pedirle la gracia de que me sane y me llene de su gran amor.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.Ruega por nosotros.
El apóstol Tomás tiene más seguidores incrédulos cada día
El sentido de la fe madura.
Después de la memorable entrevista narrada para ustedes el domingo pasado, aprovechando el viaje, tuvo otra grandísima dicha, la de poder entrevistar al Apóstol Tomás, figura importante entre los apóstoles, pues aunque no tenemos muchos datos biográficos suyos, sí tenemos detalles importantes narrados en los Evangelios, el primero de ellos, cuando Jesús se aprestaba a ir a la casa de Lázaro para volverle la vida, y entendiendo el peligro que Cristo corría con tal viaje por estar en territorio judío donde le habían declarado la guerra a muerte, él motivó a sus hermanos apóstoles diciéndoles: “Vayamos también nosotros a morir con él”. Hay un segundo detalle, en la última cena, cuando Cristo anuncia que él tomará un camino que ellos no pueden recorrer por lo menos en ese momento, Tomás interviene para preguntarle a Jesús: “¿Entonces cómo podremos saber el camino?” a lo que Jesús respondió con una frase dirigida a todos nosotros: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Pero lo que hace verdaderamente atrayente la figura del Apóstol Tomás, fue el haber tenido muy cerca las huellas marcadas por los clavos en las manos y en el costado de Cristo resucitado.
Pero vayamos entonces por partes, para encontrarnos con un hombre fuerte, robusto, casi atlético, fruto del duro trabajo de pescador que sin duda alguna fue su trabajo hasta el momento de ser llamado por Cristo a formar parte de aquellos amigos inseparables que Jesús escogió para que estuvieran con él, para instruirlos en las cosas del Reino, y para enviarlos posteriormente a la difícil pero gozosa tarea de la evangelización. A lo primero que me tuve que enfrentarme fue la manera de llamarlo, ¿Señor Apóstol, Señor Seguidor de Cristo…? Pero el mismo Apóstol intervino para indicarme que lo llamara Tomás a secas.
Una primera pregunta que siempre quise hacerle fue el porqué no se encontraba con los apóstoles cuando Cristo vino a verles por primera vez ya al anochecer del día de su resurrección, porque siempre he tenido la malicia de pensar que Tomás no estaba con los apóstoles por tener una fuerte indisposición que le habría impedido estar en el cenáculo el día de la Resurrección del Señor, pero era imprudente y lo que le pregunté entonces es cómo sintió a los apóstoles después de la visita de Cristo Jesús resucitado. “Efectivamente yo no estaba con mis hermanos ese día. Habíamos sufrido mucho, nos había dolido en el alma no estar cerca de Jesús en aquellos momentos terribles de su cruz, pero podía mucho en nuestro ánimo el correr la misma suerte de Jesús, al grado que nos daban ganas de correr lejos y olvidarnos de aquella frustrada aventura, pero también esperábamos contra toda esperanza que Jesús estaría de alguna forma con nosotros, porque el tesoro que nos había dejado era tan grande que no podríamos olvidarlo nunca más en la vida. Cuando yo regresé en la madrugada, nadie había dormido en la casa. Todos estaban despiertos y contentos, con una alegría indescriptible y casi no había acabado de entrar cuando me la soltaron a la cara: “Hemos visto al Señor, ha estado aquí precisamente con nosotros, lo hemos abrazado, nos ha dado la fuerza del Espíritu Santo, nos ha dado su paz y nos ha pedido que perdonemos los pecados de los hombres”. En ese momento me dieron ganas de llorar, por no haber estado con ellos, pero al mismo tiempo sentí una fuerte impresión, pues los conocía de sobra por lo que exclamé con gran sorpresa mía y de ellos: “Pues si no VEO en sus manos la señal de los clavos y si no METO mi dedo en los agujeros de los clavos y si no METO mi mano en su costado, no creeré”.
No lo hubiera dicho, porque el domingo siguiente, estando ahora sí con el resto de mis hermanos, vino Jesús de nueva cuenta, y nos volvió a saludar trayéndonos su paz y su alegría, y casi como ignorando a los apóstoles, se dirigió inmediatamente conmigo. Un color se me iba y otro se me venía, porque me miraba con aquellos ojos suyos, profundos, penetrantes pero esperanzadores. Era una mirada nueva, extraña, de muy lejos, pero era la misma que nos había dirigido cuando estábamos por los caminos de Galilea. E inmediatamente, extendiendo sus manos me dijo: “A ver, Tomasito, aquí están mis manos, acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree”. Aquello fue demasiado para mí, encontrarme tan cerca y de frente a frente con esas manos y ese costado donde efectivamente se notaban las profundas huellas de los terribles clavos que atravesaron de parte a parte su carne inocente. Como fulminado por un rayo, caí al suelo, presa de lágrimas amargas por mi incredulidad, pero iluminado por el Espíritu Santo sólo alcancé a exclamar: “Señor mío y Dios mío”. Algunos siglos después, San Agustín comentó este hecho así: “Tomás veía y tocaba al hombre, pero confesaba su fe en Dios a quien no veía ni tocaba. Pero lo que veía y tocaba le llevaba a creer en lo que hasta entonces había dudado”. Y sin ser mérito mío, continúo Tomás, Jesús le regaló a la humanidad aquella frase dichosa: “Tú crees porque me has visto, dichosos los que creen sin haber visto”. Por estos días precisamente Benedicto XVI ha comentado:
“El caso del apóstol Tomás es importante para nosotros al menos por tres motivos: primero, porque nos consuela en nuestras inseguridades; en segundo lugar, porque nos demuestra que toda duda puede tener un final luminoso más allá de toda incertidumbre; y, por último, porque las palabras que le dirigió Jesús nos recuerdan el auténtico sentido de la fe madura y nos alientan a continuar, a pesar de las dificultades, por el camino de fidelidad a él”.
Aún quedaron muchas preguntas para “Tomás” pero hubo que terminar porque ya los ángeles nos estaban mostrando amable y discretamente las puertas de salida del cielo.
Novena a los Santos Luis y Zelia Martin
Oraciones para cada día de la novena, la puedes hacer tantas veces desees, de manera especial los días previos a la festividad (4 al 12 de julio
Oración inicial:
Dios de eterno amor, nos has dado en los esposos Luis y Zelia de Martín un hermoso ejemplo de santidad vivida en el matrimonio. Los dos conservaron su fe y su esperanza en medio de los trabajos y dificultades de la vida, y educaron a sus hijos para que llegaran a ser santos. Te pedimos nos concedas vivir la vocación matrimonial como ellos y poder llevar al Cielo a todas nuestras familias. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
Oración final:
Dios, Padre nuestro, te damos gracias por habernos dado a Luis Martin y a su esposa Zelia. En la unidad y fidelidad del matrimonio nos ofrecieron el testimonio de una vida cristiana ejemplar, cumpliendo las tareas cotidianas según el espíritu del Evangelio. Educando a una familia numerosa, a través de pruebas, muertes y sufrimientos, manifestaron su confianza en Ti y aceptaron generosamente tu Voluntad. Concédenos matrimonios tan santos como ellos para que sean luz en el mundo de hoy. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
DÍA PRIMERO: La persona de Luis Martín.
Nacido el año 1823 en Burdeos (Francia), fue educado en ambientes militares debido a la profesión de su padre, lo cual le hizo ser un hombre muy disciplinado. Eligió como profesión el no arte de la relojería, y cuando se vio en la necesidad de elegir entre la vocación matrimonial o la religiosa, escogió ésta. Llegó al monasterio de los cartujos en Suiza y el Prior lo recibió con agrado, pues la mirada de este joven tenía gran pureza y fervor. Pero al comprobar que no sabía latín, lo invitó a volver a su casa y terminar estos estudios. Así lo hizo Luis Martín, pero como no se vio muy animado por el Prior, se dio cuenta de que esa no era su vocación y se fue a París a perfeccionar su profesión. En 1850 instala su taller de relojería en Alencón, en la casa de sus padres, y combina su trabajo con una vida de gran piedad, a la espera de que Dios le hiciera ver la escogida para su matrimonio, aquella persona con la cual poder ser santo.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Pidamos la gracia que deseamos obtener por la intercesión de los santos Luis y Zelia y rezamos la oración final.
DÍA SEGUNDO: La persona de Zelia Guerín.
Nacida el año 1831 en Alencon (Francia), fue educada en un ambiente de piedad pero demasiado austera y seca. Zelia dirá después que su infancia fue triste como un “lienzo mortuorio”. Un ejemplo significativo fue que jamás en su niñez le compró su mamá una muñeca, a pesar de lo mucho que lo deseaba. Al terminar la secundaria sintió la vocación religiosa y se dirigió a las Hermanas de San Vicente de Paúl; pero la superiora la disuadió a causa de su salud. Es entonces cuando, desilusionada, hizo esta oración: “Dios mío, ya que no soy digna de ser tu esposa, me casaré para cumplir tu Santa Voluntad. Entonces, te ruego darme muchos hijos y que todos te sean consagrados”. Y por inspiración de la Virgen María, se dedicó a la costura y puso su propio taller en Alencon. No le gustaban las mundanidades y rechazó incluso viajes a París. Ella sabía que Dios le tenía reservado el escogido para la vida de santidad que deseaba.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Pidamos la gracia que deseamos obtener por la intercesión de los santos Luis y Zelia y rezamos la oración final.
DÍA TERCERO: Noviazgo y matrimonio.
Una de las clientes más asiduas del taller de Zelia era la mamá de Luis Martín; y esta señora, prendada de las muchas virtudes de la joven, rezaba mucho para que ambos se pudieran conocer y casar. Un día, Zelia pasaba por el puente de San Leonardo y se cruzó con un hombre joven, lleno de dignidad, y se impresionó. Una voz interior le susurró que “Este es el hombre que preparé para ti”. Se trataba de Luis Martín. Entretanto, y por la intervención de la madre de Luis, los dos jóvenes se conocieron y no tardaron en apreciarse y amarse. A los tres meses de conocerse ya eran novios, y se casaron el 13 de Julio de 1858 en una ceremonia de gran sencillez e intimidad. Luis le hizo saber a Zelia sus deseos de santidad, de ser como San José y la Virgen María, y ella aceptó la invitación renunciando a su deseo de tener muchos hijos.
Pero después de varios meses de vida casta en común, un sacerdote amigo de ellos se enteró de esto y les hizo ver que su santidad matrimonial estaba precisamente en lo contrario, y les animó a ser santos en la generosidad. Ambos lo entendieron y se dedicaron a cumplir la Voluntad de Dios en la procreación generosa para tener hijos santos y que fueran consagrados a Dios. Nuestro Señor les bendijo con nueve hijos.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Pidamos la gracia que deseamos obtener por la intercesión de los santos Luis y Zelia y rezamos la oración final.
DÍA CUARTO: Los hijos.
Aceptar una familia numerosa era, en aquellos tiempos como en los actuales, una vocación al heroísmo; y los esposos Martín no se echaron para atrás frente a esta perspectiva. Tenían profunda fe en que los hijos son un don de Dios y que El los ayudaría a sacarlos adelante. Los hijos nacían y ellos los acogían como una bendición del Cielo. Luego, se las arreglaban para alimentarlos, vestirlos, educarlos y prepararlos para enfrentar la vida, lo cual requería mucho esfuerzo y sacrificio, pero a la vez era la fuente de su alegría. En las cartas de Zelia se percibe la alegría de ser madre. No tenía miedo de los embarazos. Lo manifiesta claramente cuando al saber que una mujer había tenido trillizos, dijo: “¡Oh, feliz madre... si yo tuviera aunque fuera mellizos! Pero no conoceré esa felicidad. Me gustan los niños hasta la locura. Es tan lindo dedicarse a los niñitos”. Después de cada nacimiento, Zelia hacía la siguiente oración: “Señor, concédeme la gracia de que este niño te sea consagrado y que nada venga a empañar la pureza de su alma. Si ha de perderse, prefiero que Tú te lo lleves enseguida”. También supieron de la cruz y el dolor por los hijos... sobre todo el más grande: verlos morir. De los nueve hijos se le murieron cuatro. Nos cuenta Zelia en una carta cómo fue el fallecimiento de su primera hija, Elena, a los cinco años de edad, por causa de una enfermedad que duró solo un día: “Yo la miraba tristemente, sus ojos estaban sin vida. Y me largué a llorar... Entonces ella me rodeó con sus bracitos y me consoló, y todo el día no dejaba de repetir: 'mi pobre mamacita, que ha llorado'. A la noche, tras tomar su medicina, su cabecita cayó sobre mis hombros y sus ojos se cerraron... El dolor profundo embargó mi corazón. Luego, la ofrecimos al Señor...”
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Pidamos la gracia que deseamos obtener por la intercesión de los santos Luis y Zelia y rezamos la oración final.
DÍA QUINTO: La educación de los hijos.
“Nuestra madre -dice Celina- se preocupaba activamente de nuestra educación. Yo recuerdo que nos ayudaba a hacer las oraciones de la mañana y de la noche. Vigilaba constantemente sobre nosotras, alejando la sombra del mal. Nos enseñaba a obedecer por amor, para dar gusto a Jesús, haciendo pequeños sacrificios. Cuidaba nuestra imagen, quería que fuéramos decentes, usando los vestidos por debajo de las rodillas. Reprimía en nosotras la menor tendencia defectuosa. Y le gustaba vernos alegres y animosas, e incluso se divertía gustosa con nosotras, con el riesgo de tener que prolongar su jornada de trabajo hasta pasada la medianoche”.
Cuando María salió del internado, no quiso buscarle amistades mundanas y se negó a dejarla participar en pequeñas estas bailables. Y no dejaba de enseñar a las hijas a practicar la caridad con los desdichados y a respetarlos.
Se veían frecuentemente pobres en su casa, a los cuales ella daba alimentos y vestidos. El día de la Primera Comunión de Leonia, quiso vestir de blanco a una niña pobre y hacerle participar de la comida familiar en un lugar de honor.
“Papá no permitía una palabra grosera -nos cuenta Celina-. Era implacablemente prohibida. En la mesa exigía una postura correcta, y no le gustaban las muecas o tonterías semejantes. En la comida, no nos dejaba ser regodeonas, y nos decía: “Cuando no se come la sopa, no hay segundo”. Nos enseñaba a no postergar para mañana lo que se debía hacer hoy y a ser puntuales. No soportaba que nos endeudáramos. Deseaba vernos siempre ocupadas, buscando desarrollar nuestros talentos. Si no teníamos buenas notas mostraba su descontento y teníamos pena de causarle tristeza”.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Pidamos la gracia que deseamos obtener por la intercesión de los santos Luis y Zelia y rezamos la oración final.
DÍA SEXTO: Amor conyugal.
“La unión de mis padres -dirá una de sus hijas- era perfecta, incluso si ocurría que sobre un punto sus opiniones eran diferentes. Nuestra madre tenía para con mi padre tanta admiración como cariño, y lo dejaba ejercer plenamente una autoridad verdaderamente patriarcal. Mis hermanas afirmaron varias veces que su unión era sin falla, y los escritos de mi madre dan testimonio de esto”. Las cartas que Zelia escribe a su marido están llenas de afecto amoroso; dice que no puede vivir lejos de él, y las terminaba a menudo con frases como ésta, el eco de sus sentimientos: “Tu esposa que te ama más que a su vida”. Y le escribirá a una de sus hijas, Paulina, lo siguiente: “Tu padre me comprende siempre y me consuela de la mejor manera, pues tiene los mismos gustos míos. Nuestro cariño recíproco aumenta día a día, nuestros sentimientos están siempre al unísono, y es para mí el consuelo y el apoyo”.
La enfermedad y muerte de Zelia los unió, si cabe, aún más, y Luis fue el soporte firme y seguro para la esposa, pese a tener destrozado el corazón por el dolor. Zelia no quería contar su gravedad para no preocuparlo a él, y él no quería mostrar su dolor para no preocuparla a ella. Pero las hijas lo veían y lo percibían, y se amaban tanto que hizo exclamar a su hija Teresita: “Dios nos regaló unos padres más dignos del Cielo que de la tierra”. Tras la muerte de Zelia, Luis siempre la nombraba ante las hijas como “su santa madre”. En ellos dos se hicieron realidad las palabras del consentimiento matrimonial: fueron fieles en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y la pobreza, en lo favorable y lo adverso, hasta que la muerte... los unió más.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Pidamos la gracia que deseamos obtener por la intercesión de los santos Luis y Zelia y rezamos la oración final.
DÍA SÉPTIMO: Vida de fe y piedad.
“Mis padres tenían una vida de profunda piedad -comenta una de las hijas-. Cada mañana se les veía a los dos en la Misa de las 5h30 de la mañana donde juntos recibían la Santa Comunión; lo mismo el Domingo, donde nos reuníamos para ir a Misa y rezar Vísperas, y no les preocupaba tener que interrumpir visitas u otras ocupaciones con tal de no faltar y llegar puntuales. Mamá fue a Misa durante toda su enfermedad, a veces prácticamente arrastrándose, y sólo dejó de ir cuando ya no podía más”. Seguían al pie de la letra los mandamientos de la Iglesia, y hasta evitaban comprar en Domingo y hacer viajes. Se preocupaban de aliviar las penas de las almas del Purgatorio haciendo celebrar Misas para los difuntos. El amor a la Iglesia los llevaba a cooperar con la obra de la propagación de la fe, por la cual hacían generosas ofrendas. Igualmente se preocupaban de la caridad con los pobres y ayudaban diariamente a los necesitados, tanto en forma económica como espiritual, orientándolos hacia Dios. Para atraer las almas a Dios, Zelia contaba primero con la eficacia de la gracia que pedía en la oración. Su arma personal era la irradiación de su bondad y alegría, que desarmaba a la gente. Asistían a todas las manifestaciones públicas de la fe católica, y se indignaban cuando veían los esfuerzos de la masonería para desacreditar con falsedades la fe y la actividad de la Iglesia. Su gran deseo era dar un hijo sacerdote al Señor y que fuera misionero. Dios les cumplió su deseo de una forma singular: haciendo que su última hija, Teresita, fuese proclamada Patrona de las Misiones. Vivían en el mundo, pero no eran del mundo: nos cuenta su hija María que la mamá siempre decía: “La verdadera felicidad no es de este mundo: uno pierde su vida buscándola aquí. Jamás el corazón que busca algo fuera de Dios queda satisfecho”. Decepcionada de los bienes de la tierra, se compadecía de los que se aferran a las cosas del mundo. Ella contaba que una señora a la cual quería mucho, después de haberse casado con hombre de buena posición, ya no la miró más; y decía: “Esto me desprende cada vez más del mundo, tan falso, y no quiero apegarme a nadie más que a Dios y a mi familia” . El alma ardiente de Zelia exclamaba con frecuencia: “¡Dios mío, qué triste una casa sin religión!”.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Pidamos la gracia que deseamos obtener por la intercesión de los santos Luis y Zelia y rezamos la oración final.
DÍA OCTAVO: El trabajo.
Los dos trabajaban duro tanto en el taller de relojería como en el de los encajes. Los clientes amaban a los dos cónyuges ya que siempre eran atendidos con amabilidad y honestidad y eran cumplidores estrictos de la Ley. Pese a que el día domingo era el mejor para los negocios, no abrían al público para dar ese día a Dios y a la familia. Ambos se ayudaban en la contabilidad, en las compras de material, en las entregas a los clientes... Todo se hacía en total colaboración, con orden, honradez y conciencia profesional. Además, la asistencia a Misa cada mañana les enseñaba a centrar en Dios todo su deber de estado y a transformarlo en auténtica oración. Esta honradez, esta conciencia profesional dio sus frutos de prosperidad y aportó lo necesario para el hogar. La felicidad de esta familia no dependía de los bienes materiales; estos eran un medio para asegurar a sus hijos una buena educación. Pero sabían que la mejor educación es la que se da en la casa, y eso no se consigue con dinero, sino con fe y amor. Y eso les sobraba. Además, en el presupuesto estaba contemplada la parte de los pobres y también otras obras de misericordia. Por otro lado, si bien el derroche le repugnaba, no restringía gastos cuando estaba por medio el bien espiritual de las hijas. Decía: “El dinero no es nada cuando se trata de la santificación y la perfección de un alma”. Y no dudaba en mandar a sus hijas a retiros o charlas espirituales que tanto bien les hacían. Zelia era muy activa, y podía llevar a la vez su negocio, los trabajos hogareños, la atención al marido, el cuidado de las hijas, la contabilidad, etc. Ponía su confianza en Dios, y así podía con todo.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Pidamos la gracia que deseamos obtener por la intercesión de los santos Luis y Zelia y rezamos la oración final.
DÍA NOVENO: La Virgen María.
La familia Martín tenía una gran devoción a la Santísima Virgen, en especial a una imagen que Luis había recibido como regalo cuando aún estaba soltero. Zelia le contaba a su hermano que “tengo motivos para tener confianza en la Santísima Virgen, pues he recibido de Ella favores que solamente yo conozco”. Por eso, la estatua de la Inmaculada -aquella que iba a sonreír a Teresita y lograr el milagro de su curación-, estaba rodeada de honor. A los pies de esta Virgen la Sra. Martín hacía rezar a sus hijas. Toda la familia asistía al mes de María en la Iglesia, y Zelia lo hacía igualmente en la casa. El día 8 de Diciembre era la primera en levantarse y acudir a la Iglesia, prendía una vela a los pies de la Virgen y le contaba todos sus deseos.
La hija Celina nos cuenta una situación especial: “Después de la muerte de nuestra hermanita Elena, de cinco años, mi madre se reprochaba amargamente no haberla llevado a confesar una falta leve que había cometido, temiendo que la expíe en el Purgatorio. Sucedió que, cuando estaba en oración delante de la Virgen confiándole esta angustia, una voz celestial le susurró con dulzura infinita: 'Está aquí, cerca de mí'. Con esta respuesta de la divina Madre, una alegría inexpresable eliminó su angustia”.
Era devotísima del rezo diario del Santo Rosario -todavía se conserva el rosario con el que ella rezaba-, y supo inculcar en sus hijas este amor tierno a la Madre del Cielo. Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Pidamos la gracia que deseamos obtener por la intercesión de los santos Luis y Zelia y rezamos la oración final.
SE CUMPLEN CINCO AÑOS DE SU HISTÓRICA VISITA A LA ISLA DE LAMPEDUSA
Francisco celebra este viernes una misa en San Pedro por los migrantes muertos en el Mediterráneo
Bergoglio denunció ante todo el mundo la "vergüenza" de "la globalización de la indiferencia"
Jesús Bastante, 04 de julio de 2018 a las 12:26
Francisco, en LampedusaAgencias
Será un momento de oración por los difuntos, por los supervivientes y por todos aquellos que asisten. Se prevé la asistencia de unas doscientas personas, entre refugiados y cuidadores
(Jesús Bastante).- Hace cinco años, nadie les hacía caso, y morían por miles en ese Mediterráneo que se había convertido en un gran cementerio. En su primer viaje fuera de Roma, Francisco llegó a Lampedusa, lloró con inmigrantes y refugiados y clamó contra la "vergüenza" de una Europa que había caído en la "globalización de la indiferencia".
"Nos hemos acostumbrado al sufrimiento de los demás", denunció entonces el Papa. Pocas cosas han cambiado desde entonces. Inmigrantes y refugiados siguen muriendo en el mar ante la mirada impasible de Occidente. La situación ha empeorado en Italia, con la llegada del neofascista Salvini y sus puertas cerradas a la migración. Pero Francisco sigue luchando por cambiar la realidad.
Así, este viernes, a las 11 de la mañana, según acaba de anunciar el portavoz de la Santa Sede, Greg Burke, el Papa Francisco celebrará una misa por los migrantes en el Altar de la Cátedra de la basílica de San Pedro. La Eucaristía, enfatizó Burke, coincide con el quinto aniversario de la histórica visita a Lampedusa, el 8 de julio de 2013"Será un momento de oración por los difuntos, por los supervivientes y por todos aquellos que asisten. Se prevé la asistencia de unas doscientas personas, entre refugiados y cuidadores", señaló el portavoz, quien añadió que la participación estará reservada a las personas invitadas.
"Buscaban una vida mejor, y han encontrado la muerte", denunciaba entonces el Papa, con la hoy famosa cruz en forma de barca, hecha con maderos de cayucos rotos en la costa de Lampedusa. "Que sus voces lleguen hasta Dios".
¡Señor mío y Dios mío!
La resurrección tiene el presupuesto de la cruz.
Santo Tomás, Apóstol
Efesios 2, 19-22: “Ustedes han sido edificados sobre el cimiento de los apóstoles”
Salmo 116: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio”
San Juan 20, 24-29: “¡Señor mío y Dios mío!”
Célebres sean hecho las palabras de Santo Tomás: “Yo hasta no ver, no creer”. Pero quizás la más grande enseñanza sería precisamente lo contrario: “Después de haber visto, creer firmemente y con compromiso”.
La señal que exige Tomás de meter sus dedos en “la llaga de los clavos y su mano en el costado” tiene una respuesta en Jesús que está dispuesto a ofrecer las pruebas con tal de que Tomás pueda estar seguro de que Cristo está vivo y resucitado. Una vez visto, Tomás se compromete en serio y con humildad reconoce a Jesús como su Dios y Señor. Se hace fiel servidor del Evangelio y, como apóstol verdadero, lleva su mensaje por todas las partes. Esa es la misma misión del discípulo de Jesús: experimentar la resurrección del Señor y llevar el evangelio a todos los rincones.
La resurrección tiene el presupuesto de la cruz. Las llagas, que pide tocar Tomás, nos hacen comprender que el que está vivo, es el mismo que fue crucificado. Hoy en un mundo escéptico y pragmático, se necesitan también las pruebas de que Cristo está resucitado y nosotros podemos ofrecerlas. Nosotros tenemos que ser los hombres y mujeres de fe que se atrevan a desafiar las dudas de una sociedad que no quiere creer en nada y que sin embargo en su interior necesita seguridades que la sostengan. Nosotros hemos creído pero nuestra fe se hará creíble si logramos meter nuestra mano y nuestros dedos en las llagas del Cristo que ahora está sufriendo, en los dolores que brotan de la pobreza y de la miseria, en el compromiso serio de quien tiene la certeza de que Jesús ha resucitado.
Nuestra sociedad necesita fe para salir del bache de crisis en que ha caído por confiar demasiado en sus fuerzas y en los bienes materiales; nuestra sociedad necesita fe para superar las graves consecuencias de las luchas fratricidas que la tienen al borde de la desesperación. Y esa fe la podemos ofrecer quienes confiamos en Cristo Resucitado pero no será escudándonos en ella y aislándonos para no comprometernos, será metiendo las manos en las llagas de dolor que hoy atenazan a los más pequeños. Que también hoy sean nuestras las palabras de Tomás: ¡Señor mío y Dios mío! Y que lo reconozcamos en los dolores de nuestra sociedad.