He venido a llamar no a los justos sino a los pecadores

Evangelio según San Mateo 9,9-13. 

Jesús, al pasar, vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: "Sígueme". El se levantó y lo siguió. 

Mientras Jesús estaba comiendo en la casa, acudieron muchos publicanos y pecadores, y se sentaron a comer con él y sus discípulos. 

Al ver esto, los fariseos dijeron a los discípulos: "¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?". 

Jesús, que había oído, respondió: "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. 

Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores". 

Santa María Goretti

Santa María Goretti, virgen y mártir Memorialitúrgica  país: Italia - n.: 1890 - †: 1902

María nació el 16 de octubre de 1890, en Corinaldo, provincia de Ancona, Italia. Hija de Luigi Goretti y Assunta Carlini, tercera de siete hijos de una familia pobre de bienes terrenales pero rica en fe y virtudes, cultivadas por medio de la oración en común, rosario todos los días y los domingos Misa y sagrada Comunión. Al día siguiente de su nacimiento fue bautizada y consagrada a la Virgen. A los seis años recibirá el sacramento de la Confirmación. Después del nacimiento de su cuarto hijo, Luigi Goretti, por la dura crisis económica por la que atravesaba, decidió emigrar con su familia a las grandes llanuras de los campos romanos, todavía insalubres en aquella época.   Se instaló en Ferriere di Conca, poniéndose al servicio del conde Mazzoleni, es aquí donde María muestra claramente una inteligencia y una madurez precoces, donde no existía ninguna pizca de capricho, ni de desobediencia, ni de mentira. Es realmente el ángel de la familia.

Tras un año de trabajo agotador, Luigi contrajo una enfermedad fulminante, el paludismo, que lo llevó a la muerte después de padecer diez días. Como consecuencia de la muerte de Luigi, Assunta tuvo que trabajar dejando la casa a cargo de los hermanos mayores. María lloraba a menudo la muerte de su padre, y aprovecha cualquier ocasión para arrodillarse delante de su tumba, para elevar a Dios sus plegarias para que su padre goce de la gloria divina.

Junto a la labor de cuidar de sus hermanos menores, María seguía rezando y asistiendo a sus cursos de catecismo. Posteriormente, su madre contará que el rosario le resultaba necesario y, de hecho, lo llevaba siempre enrollado alrededor de la muñeca. Así como la contemplación del crucifijo, que fue para María una fuente donde se nutría de un intenso amor a Dios y de un profundo horror por el pecado.   María desde muy chica anhelaba recibir la Sagrada Eucaristía. Según era costumbre en la época, debía esperar hasta los once años, pero un día le preguntó a su madre: -Mamá, ¿cuándo tomaré la Comunión?. Quiero a Jesús. -¿Cómo vas a tomarla, si no te sabes el catecismo? Además, no sabes leer, no tenemos dinero para comprarte el vestido, los zapatos y el velo, y no tenemos ni un momento libre. -¡Pues nunca podré tomar la Comunión, mamá! ¡Y yo no puedo estar sin Jesús! -Y, ¿qué quieres que haga? No puedo dejar que vayas a comulgar como una pequeña ignorante.

Ante estas condiciones, María se comenzó a preparar con la ayuda de una persona del lugar, y todo el pueblo la ayuda proporcionándole ropa de comunión. De esta manera, recibió la Eucaristía el 29 de mayo de 1902.   La comunión constante acrecienta en ella el amor por la pureza y la anima a tomar la resolución de conservar esa angélica virtud a toda costa. Un día, tras haber oído un intercambio de frases deshonestas entre un muchacho y una de sus compañeras, le dice con indignación a su madre: -Mamá, iqué mal habla esa niña! -Procura no tomar parte nunca en esas conversaciones. -No quiero ni pensarlo, mamá; antes que hacerlo, preferiría...Y la palabra morir queda entre sus labios. Un mes después, sucedería lo que ella sentenció.

Al entrar al servicio del conde Mazzoleni, Luigi Goretti se había asociado con Giovanni Serenelli y su hijo Alessandro. Las dos familias viven en apartamentos separados, pero la cocina es común. Luigi se arrepintió enseguida de aquella unión con Giovanni Serenelli, persona muy diferente de los suyos, bebedor y carente de discreción en sus palabras.

Después de la muerte de Luigi, Assunta y sus hijos habían caído bajo el yugo despótico de los Serenelli, María, que ha comprendido la situación, se esfuerza por apoyar a su madre: -Ánimo, mamá, no tengas miedo, que ya nos hacemos mayores. Basta con que el Señor nos conceda salud. La Providencia nos ayudará. ¡Lucharemos y seguiremos luchando!   Desde la muerte de su marido, Assunta siempre estuvó en el campo y ni siquiera tiene tiempo de ocuparse de la casa, ni de la instrucción religiosa de los más pequeños.

María se encarga de todo, en la medida de lo posible. Durante las comidas, no se sienta a la mesa hasta que no ha servido a todos, y para ella sirve las sobras. Su obsequiosidad se extiende igualmente a los Serenelli. Por su parte, Giovanni, cuya esposa había fallecido en el hospital psiquiátrico de Ancona, no se preocupa para nada de su hijo Alessandro, joven robusto de diecinueve años, grosero y vicioso, al que le gusta empapelar su habitación con imágenes obscenas y leer libros indecentes.

En su lecho de muerte, Luigi Goretti había presentido el peligro que la compañía de los Serenelli representaba para sus hijos, y había repetido sin cesar a su esposa: -Assunta, regresa a Corinaldo! Por desgracia Assunta está endeudada y comprometida por un contrato de arrendamiento.

Después de tener mayor contacto con la familia Goretti, Alessandro comenzó a hacer proposiciones deshonestas a la inocente María, que en un principio no comprende.   Más tarde, al adivinar las intenciones perversas del muchacho, la joven está sobre aviso y rechaza la adulación y las amenazas. Suplica a su madre que no la deje sola en casa, pero no se atreve a explicarle claramente las causas de su pánico, pues Alessandro la ha amenazado: -Si le cuentas algo a tu madre, te mato. Su único recurso es la oración.

La víspera de su muerte, María pide de nuevo llorando a su madre que no la deje sola, pero, al no recibir más explicaciones, ésta lo considera un capricho y no concede ninguna importancia a aquella reiterada súplica.   El 5 de julio, a unos cuarenta metros de la casa, están trillando las habas en la tierra. Alessandro lleva un carro arrastrado por bueyes.

Lo hace girar una y otra vez sobre las habas extendidas en el suelo. Hacia las tres de la tarde, en el momento en que María se encuentra sola en casa, Alessandro dice:   -"Assunta, ¿quiere hacer el favor de llevar un momento los bueyes por mí?" Sin sospechar nada, la mujer lo hace. María, sentada en el umbral de la cocina, remienda una camisa que Alessandro le ha entregado después de comer, mientras vigila a su hermanita Teresina, que duerme a su lado.  -"¡María!, grita Alessandro. -¿Qué quieres? -Quiero que me sigas. -¿Para qué? -¡sígueme!  -Si no me dices lo que quieres, no te sigo".   Ante semejante resistencia, el muchacho la agarra violentamente del brazo y la arrastra hasta la cocina, atrancando la puerta.

La niña grita, pero el ruido no llega hasta el exterior. Al no conseguir que la víctima se someta, Alessandro la amordaza y esgrime un puñal. María se pone a temblar pero no sucumbe. Furioso, el joven intenta con violencia arrancarle la ropa, pero María se deshace de la mordaza y grita:  -No hagas eso, que es pecado... Irás al infierno.  Poco cuidadoso del juicio de Dios, el desgraciado levanta el arma:  -Si no te dejas, te mato.  Ante aquella resistencia, la atraviesa a cuchilladas. La niña se pone a gritar:  -¡Dios mío! ¡Mamá!, y cae al suelo.

Creyéndola muerta, el asesino tira el cuchillo y abre la puerta para huir, pero, al oírla gemir de nuevo, vuelve sobre sus pasos, recoge el arma y la traspasa otra vez de parte a parte; después, sube a encerrarse a su habitación.   María recibió catorce heridas graves y quedó inconsciente. Al recobrar el conocimiento, llama al señor Serenelli: -¡Giovanni! Alessandro me ha matado... Venga. Casi al mismo tiempo, despertada por el ruido, Teresina lanza un grito estridente, que su madre oye. Asustada, le dice a su hijo Mariano: -Corre a buscar a María; dile que Teresina la llama.

En aquel momento, Giovanni Serenelli sube las escaleras y, al ver el horrible espectáculo que se presenta ante sus ojos, exclama: -¡Assunta, y tú también, Mario, venid! . Mario Cimarelli, un jornalero de la granja, trepa por la escalera a toda prisa.

La madre llega también: -¡Mamá!, gime María. -¡Es Alessandro, que quería hacerme daño! Llaman al médico ya los guardias, que llegan a tiempo para impedir que los vecinos, muy excitados, den muerte a Alessandro en el acto.

Al llegar al hospital, los médicos se sorprendieron de que la niña todavía no haya sucumbido a sus heridas, pues ha sido alcanzado el pericardio, el corazón, el pulmón izquierdo, el diafragma y el intestino. Al diagnosticar que no tiene cura, llamaron al capellán. María se confiesa con toda claridad. Luego, durante dos horas, los médicos la cuidaron sin dormirla.

María no se lamenta, y no deja de rezar y de ofrecer sus sufrimientos a la santísima Virgen, Madre de los Dolores. Su madre consiguió que le permitan permanecer a la cabecera de la cama. María aún tiene fuerzas para consolarla: -Mamá, querida mamá, ahora estoy bien... ¿Cómo están mis hermanos y hermanas?   En un momento, María le dice a su mamá: -Mamá, dame una gota de agua. -Mi pobre María, el médico no quiere, porque sería peor para ti. Extrañada, María sigue diciendo:   -¿Cómo es posible que no pueda beber ni una gota de agua? Luego, dirige la mirada sobre Jesús crucificado, que también había dicho ¡Tengo sed!, y entendió.

El sacerdote también está a su lado, asistiéndola paternalmente. En el momento de darle la Sagrada Comunión, le preguntó: -María, ¿perdonas de todo corazón a tu asesino? Ella le respondió: -Sí, lo perdono por el amor de Jesús, y quiero que él también venga conmigo al paraíso. Quiero que esté a mi lado... Que Dios lo perdone, porque yo ya lo he perdonado.

 Pasando por momentos análogos por los que pasó el Señor Jesús en la Cruz, María recibió la Eucaristía y la Extremaunción, serena, tranquila, humilde en el heroísmo de su victoria. Después de breves momentos, se le escucha decir: "Papá". Finalmente, María entra en la gloria inmensa de la Comunión con Dios Amor. Es el día 6 de julio de 1902, a las tres de la tarde.

En el juicio, Alessandro, aconsejado por su abogado, confesó: -"Me gustaba. La provoqué dos veces al mal, pero no pude conseguir nada. Despechado, preparé el puñal que debía utilizar". Por ello, fue condenado a 30 años de trabajos forzados. Aparentaba no sentir ningún remordimiento del crimen tanto así que a veces se le escuchaba gritar:   -"¡Anímate, Serenelli, dentro de veintinueve años y seis meses serás un burgués!".

Sin embargo, unos años más tarde, Mons. Blandini, Obispo de la diócesis donde está la prisión, decide visitar al asesino para encaminarlo al arrepentimiento. -"Está perdiendo el tiempo, monseñor -afirma el carcelero-, ¡es un duro!"   Alessandro recibió al obispo refunfuñando, pero ante el recuerdo de María, de su heroico perdón, de la bondad y de la misericordia infinitas de Dios, se deja alcanzar por la gracia. Después de salir el Prelado, llora en la soledad de la celda, ante la estupefacción de los carceleros.   Después de tener un sueño donde se le apareció María, vestida de blanco en los jardines del paraíso, Alessandro, muy cuestionado, escribió a Mons. Blandino: "Lamento sobre todo el crimen que cometí porque soy consciente de haberle quitado la vida a una pobre niña inocente que, hasta el último momento, quiso salvar su honor, sacrificándose antes que ceder a mi criminal voluntad.

Pido perdón a Dios públicamente, y a la pobre familia, por el enorme crimen que cometí. Confío obtener también yo el perdón, como tantos otros en la tierra". Su sincero arrepentimiento y su buena conducta en el penal le devuelven la libertad cuatro años antes de la expiración de la pena. Después, ocupará el puesto de hortelano en un convento de capuchinos, mostrando una conducta ejemplar, y será admitido en la orden tercera de san Francisco.

Gracias a su buena disposición, Alessandro fue llamado como testigo en el proceso de beatificación de María. Resultó algo muy delicado y penoso para él, pero confesó: "Debo reparación, y debo hacer todo lo que esté en mi mano para su glorificación. Toda la culpa es mía. Me dejé llevar por la brutal pasión. Ella es una santa, una verdadera mártir.

Es una de las primeras en el paraíso, después de lo que tuvo que sufrir por mi causa".   En la Navidad de 1937, Alessandro se dirigió a Corinaldo, lugar donde Assunta Goretti se había retirado con sus hijos.

Lo hace simplemente para hacer reparación y pedir perdón a la madre de su víctima. Nada más llegar ante ella, le pregunta llorando. -"Assunta, ¿puede perdonarme? -Si María te perdonó -balbucea-, ¿cómo no voy a perdonarte yo?" El mismo día de Navidad, los habitantes de Corinaldo se ven sorprendidos y emocionados al ver aproximarse a la mesa de la Eucaristía, uno junto a otro, a Alessandro y Assunta.

Oremos

Señor Dios, que eres fuerza de las almas inocentes y te complaces en los corazones limpios, tú que otorgaste a Santa María Goretti la palma del martirio en la edad juvenil, concédenos, por su intercesión, la constancia en tus mandamientos, así como a esta virgen le diste la victoria en el combate. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

San Juan Crisóstomo (c. 345-407), presbítero en Antioquía, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia 
Homilías sobre san Mateo

«He venido a llamar no a los justos sino a los pecadores» (Trad. ©Evangelizo.org)

¿Por qué Jesús no llamó a Mateo al mismo tiempo que a Pedro, a Juan y a los demás ?Así como vino sobre la tierra cuando sintió que los hombres estaban dispuestos a obedecerle, del mismo modo llamó a Mateo cuando supo que lo seguiría. Es por la misma razón que llamo a Pablo solamente después de la Resurrección (Ac 9). Pues, sondeando los corazones, penetrando a lo más íntimo del alma de cada uno, sabía bien a qué momento cada uno estaba dispuesto a seguirle. Si Mateo no fue llamado desde el principio, es que aún tenía duro el corazón; pero después los numerosos milagros, cuando el renombre de Jesús había crecido, estaba más dispuesto a escuchar al Maestro, y Jesús lo sabía. 

Conviene admirar también la virtud de este apóstol, que no disimula su vida pasada…Su profesión era vergonzosa, sin conciencia; el provecho que sacaba no tenía excusa alguna. Pese a todo esto, Jesús lo llamó. No se avergonzó en llamar a un publicano, como tampoco lo hizo al hablarle a una prostituta, a quién incluso le permitió que le besara los pies y que se los regara de lágrimas (Lc 7:36s). Pues si vino, no es solamente para sanar los cuerpos, sino también para sanar las almas. Es lo que acababa de hacer con el paralítico; después de haber mostrado claramente que tenía el poder de perdonar los pecados, vino hacia Mateo, a fin que las personas no se sorprendan al verlo escoger un publicano como discípulo. 

HOY CUMPLO 44 AÑOS DE SER SACERDOTE EN HUARAZ POR MONSEÑOR FERNANDO VARGAS RUIZ DE SOMOCURCIO QUE SIENDO ARZOBISPO DE AREQUIPA NOS VISITABA EN PAX CON SU AMOR EUCARISTICO.

DOY GRACIAS  AL PADRE DE LA GLORIA POR LA BENDICION DE JESUCRISTO Y EL ESPIRITU DE AMOR

María Goretti, Santa

Memoria Litúrgica. 6 de julio

Virgen y Mártir

Martirologio Romano: Santa María Goretti, virgen y mártir, que en el transcurso de una infancia difícil, ayudando a su madre en las labores de la casa, se distinguió ya por su piedad. Cuando no contaba más que doce años, murió en defensa de su castidad, a causa de las puñaladas que le asestó un joven que intentaba violarla cuando se hallaba sola en su casa, cercana a la localidad de Nettuno, en la región del Lacio, en Italia ( 1902).

Hoy celebramos a Santa María Goretti, una joven que vivió la virtud de la pureza hasta el heroísmo.
Una santa que prefirió morir antes que ofender a Dios.

Un poco de historia...

Santa María Goretti nació en 1890 en Italia. Su padre, campesino, enfermó de malaria y murió.

Una tarde, María estaba sentada en lo alto de la escalera de la casa, remendando una camisa. Aunque aún no cumplía los doce años, era ya una mujercita.

Alejandro, un joven de 18 años, subió las escaleras con intención de violar a la niña. María opuso resistencia y trató de pedir auxilio; pero como Alejandro la tenía agarrada por el cuello, apenas pudo protestar y decir que prefería morir antes que ofender a Dios. Al oír esto, el joven desgarró el vestido de la muchacha y la apuñaló brutalmente. Ella cayó al suelo pidiendo ayuda y él huyó.
María fue transportada a un hospital, en donde perdonó a su asesino de todo corazón, invocó a la Virgen y murió veinticuatro horas después.

Alejandro fue condenado a 30 años de prisión. Por largo tiempo, fue obstinado en no arrepentirse de su pecado, hasta que una noche, tuvo un sueño en el que vio a la niña María, recogiendo flores en un prado y luego ella se acercaba a él y se las ofrecía. A partir de ese momento, cambió totalmente y se convirtió en un prisionero ejemplar. Se le dejó libre al cumplir 27 años de su condena. Al salir de la cárcel, una noche de Navidad, la de 1938, pidió perdón a la mamá de María, y aquella noche, en la misa de Gallo, comulgaron juntos.
El caso de María Goretti se extendió por todo el mundo.

En 1947, el Papa Pío XII la beatificó y en 1950 la canonizó. En la ceremonia estuvieron presentes su madre, de 82 años, dos hermanas y un hermano. Y, aunque parezca increíble, también asistió Alejandro, el arrepentido asesino de la santa.

Santa María Goretti fue santa no por el hecho de tener una muerte injusta y violenta, sino porque murió por defender una virtud inculcada por la fe cristiana. A esta santa se la llama la “Mártir de la pureza”. Sus imágenes la representan como una campesina con un lirio en la mano, que es el símbolo de la virginidad, y con la corona del martirio.

María Goretti era una muchacha soltera que conocía el valor del matrimonio y de las relaciones sexuales. Sab que la complementariedad de los sexos se manifiesta plenamente en el acto sexual, en el cual el hombre y la mujer se unen íntima y totalmente en alma y cuerpo por el amor que existe entre ellos. Entendía que el acto sexual sólo puede efectuarse dentro del matrimonio ya que es una manifestación de amor entre los esposos y para la procreación de los hijos.

Los jóvenes podrán preguntarse: ¿Hasta el matrimonio? ¡Faltan “miles de años”! Y mientras... ¿qué? Pueden aprovechar el tiempo del noviazgo para conocerse, tratarse, vivir en amistad y hacerse felices el uno al otro. El noviazgo es una preparación para el futuro matrimonio.

¿Qué hacer para vivir esta virtud? 

Debes cuidar todo lo que ves y oyes. Y, recordar que tú eres una persona que tiene dignidad, inteligencia y voluntad y que eres diferente de los animales que tienen relaciones sexuales por puro instinto. La virtud de la castidad te dará fuerza para dominar y controlar tu impulso sexual.
Es más persona quien sabe dominarse, quien sabe controlarse, quien sabe guardarse íntegro para entregarse sin reservas a su futura esposa o esposo, que aquel cobarde y sin fuerzas de voluntad que entrega su cuerpo a cualquiera ante el primer estímulo que pasa frente a sus ojos.

¿Qué nos enseña la vida de María Goretti?

La principal enseñanza es la vivencia de la virtud de la pureza: pureza de alma y cuerpo.

A perdonar a nuestros enemigos, a pesar de que nos hayan causado un daño irreparable. Como también lo hizo el Papa Juan Pablo II, al perdonar a Alí Agca, quien tratara de asesinarlo en 1981.

María Goretti nos enseña a ser fuertes ante situaciones difíciles, confiando siempre en Dios.

Oración
Santa María Goretti, este día te pido que me ayudes a vivir la virtud de la pureza, para entender que la castidad es un medio para cultivar mi voluntad y así, lograr la santidad en el estado de vida al que Dios me llama.
Amén.

Un camino que se vive en el presente

Santo Evangelio según San Mateo 9, 9-13. Viernes XIII de Tiempo Ordinario.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, ayúdame a recordar y nunca olvidar..., a vivir en el presente.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

El recuerdo de la primera vez que nos encontramos con Cristo es un regalo que nos hace ver la propia vida a la luz de un antes y un después. Recordamos el momento, la hora y el lugar y, sin darnos cuenta, nuestra vida cambió: nos levantamos y le seguimos.

Y aquí nos encontramos hoy, siguiendo al Señor, siguiendo a Cristo que un día nos llamó. Cada uno con sus dificultades, con sus problemas..., cada uno con su vida.

Sabemos que nos hemos encontrado con Dios; un Dios que nos ha sanado; un Dios que nos ha perdonado y eso es lo que predicamos a los demás. No una historia sino un encuentro personal.

Sin embargo, a veces el seguir a Cristo es cansado, parecería ser rutinario. Aquel momento en el que nos encontramos con Él parecería haber quedado en el pasado..., ¿por qué pasa esto?

A veces podemos empezar a predicar el amor de Dios como algo que solamente se conjuga en el pasado: Dios me amó; Dios me sanó, Dios me perdonó. Y esto es verdad. Sin embargo, se nos olvida reconocer que seguimos estando enfermos, que seguimos estando necesitados de su amor y su perdón.

El seguimiento de Cristo comienza con un momento, un lugar, una hora...Sin embargo, es un camino que dura toda la vida, un camino que se vive en el presente.

Cuando leo esto me siento llamado por Jesús, y todos podemos decir lo mismo: Jesús ha venido por mí. Cada uno de nosotros.Este es nuestro consuelo y nuestra confianza: él siempre perdona, cura el alma siempre, siempre. "Pero yo soy débil, voy a tener una recaída...", Jesús te levantará, te curará siempre. Este es nuestro consuelo, Jesús vino por mí, para darme fuerzas, para hacerme feliz, para que tuviera la conciencia tranquila. No tengáis miedo. En los malos momentos, cuando uno siente el peso de tantas cosas que hicimos, de tantos resbalones en la vida, tantas cosas, y se siente el peso... Jesús me ama porque soy así.

(Homilía de S.S. Francisco, 7 de julio de 2017).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Dedicar un tiempo a lo largo del día para recordar, y dar gracias, por los dones que Dios me ha dado a lo largo de mi vida, desde el primer momento que me encontré con Él.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

La vocación de Mateo

¡Dios no juzga como los hombres! Escoge al que quiere, sin tener en cuenta las apreciaciones humanas. Meditación

LLAMADO A DEJAR POR UNA VIDA APOSTÓLICA UNA VIDA CÓMODA

" Al irse de ahí, Jesús vio a un hombre llamado Mateo, cobrador de impuestos, sentado ante su mesa, y le dijo: "Ven". Mateo, levantándose, lo siguió". (San Mateo IX-9).

JESÚS LLAMA A UN PUBLICANO
Al llamar a Mateo, Cristo agrega un publicano al grupo de sus discípulos. Los publicanos tenían mala reputación, eran mirados por los judíos fervientes como pecadores públicos con quienes habrían que evitar todo trato. Jesús no está de acuerdo con este prejuicio y no duda en llamar al corazón generoso de un publicano para atraerlo en su seguimiento. Esto revela la libertad absoluta de la elección divina de una vocación. ¡Dios no juzga como los hombres! Llama aún a individuos que parecen indignos. Escoge al que quiere, sin tener en cuenta las apreciaciones humanas.

EN EL MOMENTO QUERIDO POR DIOS
Su vocación puede llegar en el momento menos pensado. Mateo está sentado ante su mesa, donde recibe el pago de los impuestos. Aparentemente no piensa sino en cumplir bien su oficio y en sacarle jugo. No pudo prever el paso inesperado de Cristo que iba a cambiar su vida.

Con esto Dios muestra su soberanía en el llamado: no solamente llama a quién quiere, sino llama cuando quiere. Bajo este punto de vista se puede comparar el momento de la vocación al de la muerte. El Señor, por la muerte llama a cada hombre al más allá, en el instante que ha fijado, y que varía de individuo a individuo.

Igualmente varía el momento de la vocación. A menudo el llamado se dirige en los años de la juventud, aunque algunos llamados mas tarde, hasta en una edad muy avanzada.

VIDA TRANSFORMADA
Al decir "Ven", Cristo, desbarata la vida de Mateo. Hasta ese momento había sido una vida tranquila, cómoda, la vida de un hombre sentado en su despacho. Mas de pronto es arrojado a una aventura. Felizmente Mateo acepta de inmediato. Consiente en cambiar de vida. El Santo Evangelio señala muy bien el contraste: "levantándose le siguió". El que antes permanecía sentado se levanta y acompaña a Jesús en los caminos. Desde ahora Mateo no tendrá la vida cómoda que llevaba. Compartirá los riesgos, peligros e incomodidades de la vida de Cristo.

Así la vocación transforma una vida. El Maestro no teme descomponer los hábitos de comodidad a fin de llamar a una vida mas alta, mas grande. El lugar del oficio de cobrador de impuestos, asigna a Mateo la misión de apóstol. A todos los que hace llegar su llamado: "sígueme", les pide "que se levanten" para un trabajo atrevido y una intensa abnegación apostólica.

Alexia González-Barros y González, Venerable

Sus virtudes heróicas fueron aprobadas por el Papa Francisco el 5 de julio de 2018

Nace en Madrid, en una familia cristiana. Era la menor de siete hermanos.

Desde los cuatro hasta los trece años, cuando se declara su enfermedad, estudia en el Colegio “Jesús Maestro” de Madrid, de la Compañía de Santa Teresa de Jesús.

Hasta entonces, su vida es como la de cualquier otra chica de su edad: el colegio, sus amigas, sus aficiones (cine, deporte, lectura, música), su vida familiar.

Quienes la conocieron ponen de relieve su buen carácter, su alegría, la importancia que daba a la amistad y su profunda fe. También hablan del cariño que sentía por sus padres y hermanos y de cuánto agradecía la formación que había recibido de ellos.

Destaca en Alexia la devoción a su ángel de la guarda, al que trató siempre con una gran confianza, hasta el punto de ponerle nombre, porque no quería "llamarle Custodio como todo el mundo". Decide llamarle Hugo, porque, según afirmaba, "es un nombre perfecto para un custodio".

A partir de entonces, se sabe que lo invoca con frecuencia, y durante su enfermedad comenta a los que la rodean lo mucho que Hugo la acompaña y ayuda.

El 8 de mayo de 1979, coincidiendo con las Bodas de Plata de sus padres, hace la Primera Comunión en Roma, en la cripta de la Iglesia de Santa María de la Paz.

Al día siguiente, en la Plaza de San Pedro, al terminar la audiencia, Alexia se acerca a Juan Pablo II para entregarle una carta que le había escrito, y recibe del Santo Padre la señal de la cruz y un beso en la frente. Le quería mucho y rezaba frecuentemente por él.

Desde muy pequeña -y por propia iniciativa- cada vez que hacía una genuflexión ante el sagrario, decía: "Jesús, que yo haga siempre lo que Tú quieras".

Este deseo sincero le permite afrontar con espíritu cristiano la dura enfermedad que irrumpe en su vida, brusca e inesperadamente, en febrero de 1985, poco antes de cumplir 14 años: un tumor canceroso en las cervicales la deja en poco tiempo completamente paralítica.

Durante diez meses, sufre cuatro operaciones, una de ellas de diecisiete horas, soporta molestos aparatos ortopédicos, agotadoras sesiones de rehabilitación, tratamientos de radioterapia y quimioterapia, un importante dolor físico y la permanente inmovilidad.

A pesar de todo esto, Alexia no pierde la paz y la alegría, y así ofrece su alma al Señor, "muy feliz, de verdad, de verdad, muy feliz", en la Clínica Universitaria de Navarra el 5 de diciembre de 1985.

La adoración eucarística: Presencia real de Cristo en la Eucaristía (1)

Es grandemente admirable que Cristo haya querido hacerse presente en su Iglesia de esta singular manera

Mi abuelo era de la Adoración Nocturna.

–Gran obra de Dios. Y hoy, por designio de la Providencia, se van multiplicando las capillas de Adoración Perpetua.

En los anteriores artículos fui explicando los diferentes momentos de la Misa, el Mysterium fidei por excelencia. Y al tratar de la consagración, del acto máximo de la Eucaristía (275), no me detuve en considerar con amplitud el misterio de la transubstanciación, para contemplarlo ahora más detenidamente, pues él es el fundamento de la adoración eucarística.

–La presencia de Cristo en la Eucaristía es real, verdadera y substancial desde el momento en que sea realiza la consagración del pan y del vino. Y para exponer misterio tan grandioso prefiero ceder la palabra a la misma Iglesia, tal como lo confiesa concretamente en el Catecismo:

1373 «“Cristo Jesús que murió, resucitó, que está a la derecha de Dios e intercede por nosotros” (Rm 8,34), está presente de múltiples maneras en su Iglesia (LG 48): en su Palabra, en la oración de su Iglesia, “allí donde dos o tres estén reunidos en mi nombre” (Mt 18,20), en los pobres, los enfermos, los presos (Mt 25,31 46), en los sacramentos de los que él es autor, en el sacrificio de la misa y en la persona del ministro. Pero, “sobre todo, [está presente] bajo las especies eucarísticas” (SC 7).

1374 El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la eucaristía por encima de todos los sacramentos y hace de ella “como la perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos” (S. Tomás de A., SThIII, 73, 3). En el santísimo sacramento de la Eucaristía están “contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero” (Trento: Denz 1651). “Esta presencia se denomina `real’, no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen `reales’, sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente” (Pablo VI, enc. Mysterium fidei 39).

1375 Mediante la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre, Cristo se hace presente en este sacramento. Los Padres de la Iglesia afirmaron con fuerza la fe de la Iglesia en la eficacia de la Palabra de Cristo y de la acción del Espíritu Santo para obrar esta conversión maravillosa. Así, S. Juan Crisóstomo declara que:

No es el hombre quien hace que las cosas ofrecidas se conviertan en Cuerpo y Sangre de Cristo, sino Cristo mismo que fue crucificado por nosotros. El sacerdote, figura de Cristo, pronuncia estas palabras, pero su eficacia y su gracia provienen de Dios. Esto es mi Cuerpo, dice. Esta palabra transforma las cosas ofrecidas (Prod. Jud. 1,6).

S. Ambrosio dice respecto a esta conversión:

Estemos bien persuadidos de que esto no es lo que la naturaleza ha producido, sino lo que la bendición ha consagrado, y de que la fuerza de la bendición supera a la de la naturaleza, porque por la bendición la naturaleza misma resulta cambiada… La palabra de Cristo, que pudo hacer de la nada lo que no existía, ¿no podría cambiar las cosas existentes en lo que no eran todavía? Porque no es menos dar a las cosas su naturaleza primera que cambiársela (myst. 9,50.52).

1376 El Concilio de Trento resume la fe católica cuando afirma: Porque Cristo, nuestro Redentor, dijo que lo que ofrecía bajo la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido siempre en la Iglesia esta convicción, que declara de nuevo el Santo Concilio: por la consagración del pan y del vino se opera el cambio de toda la substancia del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la substancia del vino en la substancia de su sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transubstanciación» (Denz 1642).

1377 La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarísticas. Cristo está todo entero presente en cada una de las especies y todo entero en cada una de sus partes, de modo que la fracción del pan no divide a Cristo (Trento: Denz 1641)».

Ésta es la fe católica de la Iglesia, la misma que se confiesa en el Credo del Pueblo de Dios (1968, 24-26) o en la encíclica Mysterium fidei de Pablo VI.

* * *–Algunos profesores católicos de teología niegan hoy la fe de la Iglesia en la transubstanciación eucarística. Y debemos denunciarlos, porque hay una relación intrínseca entre la exposición de la verdad y la refutación de la falsedad. En ese sentido escribe Santo Tomás al comienzo de la Summa contra Gentiles, «mi boca medita en la verdad y mis labios aborrecerán al impío» (Prov 8,7).

Según el profesor Dionisio Borovio, al tratar de la transubstanciación en su obraEucaristía (BAC, Madrid 2000), la explicación de la presencia sacramental de Cristo «per modum substantiæ» es un concepto que, aunque contribuyó sin duda a clarificar el misterio de la presencia del Señor en la eucaristía, «condujo a una interpretación cosista y poco personalista de esta presencia» (286).

En la «concepción actual» de sustancia [¿cuántas «concepciones actuales» habrá de substancia?], en aquella que, al parecer, Borobio estima verdadera, «pan y vino no son sustancias, puesto que les falta homogeneidad e inmutablidad. Son aglomerados de moléculas y unidades accidentales. Sin embargo, pan y vino sí tienen una sustancia en cuanto compuestos de factores naturales y materiales, y del sentido y finalidad que el hombre les atribuye: “Hay que considerar como factores de la esencia tanto el elemento material dado como el destino y la finalidad que les da el mismo hombre” (J. Betz)» (285).

Si se parte de esta equívoca filosofía de la substancia, parece evidente que un cambio que afecte al destino y finalidad del pan y del vino en la Eucaristía (transfinalización-transignificación) equivale a una transubstanciación.

«Para los autores que defienden esta postura (v. gr. Schillebeeckx) es preciso admitir un cambio ontológico en el pan y el vino. Pero este cambio no tiene por qué explicarse en categorías aristotélico-tomistas (sustancia-accidente), sometidas a crisis por las aportaciones de la física moderna, y reinterpretables desde la fenomenología existencial con su concepción sobre el símbolo. Según esta concepción, la realidad material debe entenderse no como realidad objetiva independiente de la percepción del sujeto, sino como una realidad antro-pológica y relacional, estrechamente vinculada a la percepción humana. Pan y vino deben ser considerados no tanto en su ser-en-sí cuanto en su perspectiva relacional. El determinante de la esencia de los seres no es otra cosa que su contexto relacional. La relacionalidad constituye el núcleo de la realidad material, el en-sí de las cosas» (307).

Apoyándose, pues, en esta falsa metafísica, explica el profesor Borobio la transubstanciación del pan y del vino, y la presencia real de Cristo en la Eucaristía. En ella «las cosas de la tierra, sin perder su consistencia y su autonomía, devienen signo de esa presencia permanente», sin perder «nada de su riqueza creatural y humana» (266). El pan y el vino, por tanto, siguen siendo pan y vino, no pierden su realidad creatural, pero puede en la Eucaristía hablarse de una transubstanciación de tales elementos materiales porque han cambiado decisivamente su finalidad y significado.

Esta explicación de la Presencia eucarística real de Cristo no es conciliable con la fe de la Iglesia, tal como la expresa, por ejemplo, Pablo VI en la Mysterium fidei(1965), que en buena parte escribe precisamente esta encíclica para denunciar y rechazar éstos errores:

«Cristo se hace presente en este Sacramento por la conversión de toda la substancia del pan en su cuerpo, y de toda la substancia del vino en su sangre[…] Realizada la transubstanciación, las especies de pan y de vino adquieren sin duda un nuevo significado y un nuevo fin, puesto que ya no son el pan ordinario y la ordinaria bebida, sino el signo de una cosa sagrada. Pero adquieren un nuevo significado y un nuevo fin en tanto en cuanto contienen una “realidad” que con razón denominamos ontológica. Porque bajo dichas especies ya no existe lo que había antes, sino una cosa completamente diversa, y esto no únicamente por el juicio de fe de la Iglesia, sino por la realidad objetiva, puesto que, convertida la substancia o naturaleza del pan y del vino en el cuerpo y en la sangre de Cristo, no queda ya nada del pan y del vino, sino las solas especies. Bajo ellas, Cristo, todo entero, está presente en su “realidad” física, aun corporalmente, aunque no del mismo modo como los cuerpos están en un lugar».

La especulación filosófica-teológica que propone Borovio –siguiendo dócilmente a tantos otros autores modernos– sobre la presencia de Cristo en la Eucaristía no prescinde solamente, como él dice, de la explicación en clave aristotélico-tomista de ese misterio, sino que contradice abiertamente la doctrina católica, la de siempre, la que ha sido enseñada por los Padres, la Liturgia, las Catequesis antiguas más venerables, el concilio de Trento, la Mysterium fidei o el Catecismo de la Iglesia Católica. La que, por ejemplo, en el siglo IV, sin emplear las categorías aristotélico-tomistas, exponía San Cirilo de Jerusalén (+386).

«Habiendo pronunciado Él y dicho del pan: “éste es mi cuerpo”, ¿quién se atreverá a dudar en adelante? Y habiendo Él afirmado y dicho: “ésta es mi sangre”, ¿quién podrá dudar jamás y decir que no es la sangre de Él?… Con plena seguridad participamos del cuerpo y sangre de Cristo [en la comunión eucarística]. Porque en figura de pan se te da el cuerpo y en figura de vino se te da la sangre [de Cristo]… No los tengas, pues, por mero pan y mero vino, porque son el cuerpo y sangre de Cristo, según la afirmación del Señor. Pues aunque los sentidos te sugieran aquéllo, la fe debe convencerte. No juzgues en esto según el gusto, sino según la fe cree con firmeza, sin ningun duda, que has sido hecho digno del cuerpo y sangre de Cristo» (Catequesis mistagógica IV, 1-6).

Ahora bien, si en la celebración de la Eucaristía el pan y el vino se han transformado en el cuerpo y la grande de Cristo, y esta presencia suya es real, verdadera y substancial permanece después de celebrada la Misa, ¿cuál deberá ser la respuesta del pueblo cristiano a esta Presencia del Señor?… El Catecismo lo expresa:

* * *

1378 –«El culto de la Eucaristía. En la liturgia de la misa expresamos nuestra fe en la presencia real de Cristo bajo las especies de pan y de vino, entre otras maneras, arrodillándonos o inclinándonos profundamente en señal de adoración al Señor. “La Iglesia católica ha dado y continua dando este culto de adoración que se debe al sacramento de la Eucaristía no solamente durante la misa, sino también fuera de su celebración: conservando con el mayor cuidado las hostias consagradas, presentándolas a los fieles para que las veneren con solemnidad, llevándolas en procesión” (Mysterium fidei 56).

1379 El Sagrario [tabernáculo] estaba primeramente destinado a guardar dignamente la Eucaristía para que pudiera ser llevada a los enfermos y ausentes fuera de la misa. Por la profundización de la fe en la presencia real de Cristo en su Eucaristía, la Iglesia tomó conciencia del sentido de la adoración silenciosa del Señor presente bajo las especies eucarísticas. Por eso, el sagrario debe estar colocado en un lugar particularmente digno de la iglesia; debe estar construido de tal forma que subraye y manifieste la verdad de la presencia real de Cristo en el santo sacramento.

1380 Es grandemente admirable que Cristo haya querido hacerse presente en su Iglesia de esta singular manera. Puesto que [en la Ascensión] Cristo iba a dejar a los suyos bajo su forma visible, quiso darnos su presencia sacramental; puesto que iba a ofrecerse en la cruz por muestra salvación, quiso que tuviéramos el memorial del amor con que nos había amado «hasta el fin» (Jn 13,1), hasta el don de su vida. En efecto, en su presencia eucarística permanece misteriosamente en medio de nosotros como quien nos amó y se entregó por nosotros (cf. Ga 2,20), y se queda bajo los signos que expresan y comunican este amor:

«La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las faltas graves y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración» (Juan Pablo II, lit. Dominicae Cenae, 3).

1381 «La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de Cristo en este sacramento, “no se conoce por los sentidos, dice S. Tomás, sino solo por la fe , la cual se apoya en la autoridad de Dios”» (STh III, 75,1)…

«Habiendo aprendido estas cosas y habiendo sido plenamente asegurado de que lo que aparece pan no es pan, aunque así sea sentido por el gusto, sino el cuerpo de Cristo; y que le que aparece vino no es vino, aunque el gusto así lo crea, sino la sangre de Cristo… fortalece tu corazón participando de aquel pan como espiritual que es y alegra tú el rostro de tu alma.

«Ojalá que teniendo patente este tu rostro con la conciencia pura, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, crezcas de gloria en gloria en Cristo nuestro Señor, a quien sea el honor y el y el poder y la gloria por los siglos de los siglos. Amén» (ib. IV, 9)

Crece en la Iglesia el culto a la Eucaristía

El pueblo cristiano, con sus pastores al frente, al paso de los siglos, ha ido prestandoun culto siempre creciente a la eucaristía fuera de la Misa: oración ante el Sagrario, exposiciones en la Custodia, procesiones, Horas santas, visitas al Santísimo, asociaciones de Adoración nocturna o perpetua, las Cuarenta Horas, etc. Ese crecimiento en la Iglesia de la adoración eucarística se va realizando por obra del Espíritu Santo, que nos conduce «hacia la verdad plena» (Jn 14,26; 16,13). Ya dijo Cristo del Espíritu Santo: «Él me glorificará» (Jn 16,14)… Colaboremos, pues, con el Espíritu Santo para suscitar esta suprema devoción cristiana a Cristo en la Eucaristía. Así lo hacía el Santo Cura de Ars:

«En el púlpito, comenzaba a veces a tratar de diferentes materias, pero siempre volvía a Nuestro Señor presente en la Eucaristía. “Este atractivo por la presencia real [según testimonio de Catalina Lasagne] aumentó de una manera sensible hacia el fin de su vida… Se interrumpía y derramaba lágrimas; su figura aparecía resplandeciente y no se oían sino exclamaciones de amor”» (A. Trochou, El Cura de Ars, Palabra, Madrid 2003, 12ª ed., 631).

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