La ternura de Dios hacia los pequeños
- 18 Agosto 2018
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¿Por qué amo a la Iglesia Católica corrupta y llena de delitos?
El odio por la Iglesia Católica viene desde todos los frentes y uno de estos ataques, el que dice que la Iglesia Católica es corrupta, inmoral y plagada de delitos, es el más típico.
El odio por la Iglesia Católica viene desde todos los frentes y uno de estos ataques, el que dice que la Iglesia Católica es "corrupta, inmoral y plagada de delitos", es el más típico.
Mis tweets deben haberse retwitteado a una audiencia poco comprensiva porque luego apareció una respuesta que decía que cualquier persona que tuviera conciencia debería dejar de pertenecer a la "Iglesia católica corrupta, inmoral y llena de delitos".
Me parece curioso que en esta ola anti-católica los nuevos ateos y los viejos fundamentalistas recurran a muchos de los mismos ataques a la religión católica. El odio por la Iglesia Católica viene desde todos los frentes y uno de estos ataques, el que dice que la Iglesia católica es "corrupta, inmoral y plagada de delitos", es el más típico.
Nadie se detiene a pensar que ningún católico entendido discute que haya inmoralidad, delitos y corrupción en la Iglesia Católica. Lo hemos sabido siempre. De hecho, el mismo Señor Jesucristo dijo que las ovejas y las cabras estarían mezcladas y que el trigo y la paja crecerían en el mismo terreno. De hecho, entre los santos apóstoles hubo algunos que eran menos que santos. Judas fue un traidor que vendió al Señor y su alma por una bolsa de dinero y que luego se ahorcó. Pedro fue un traidor elocuente, Tomás, un escéptico timorato, Pablo, un hombre violento e ignorante y un cómplice de asesinato. La lista podría continuar.
Claro que hay inmoralidad, corrupción y delito en la Iglesia Católica. ¿Qué esperaban? ¿Una secta rigurosa de blancos hacedores de buenas obras, sonrientes, de prolijo peinado, con zapatos lustrados y corbata, repartiendo folletos del Evangelio? ¿Qué esperaban? ¿Un grupo de agradables ancianas que hornean galletas y administran un comedor de beneficencia? ¿Qué esperaban? ¿Un grupo de activistas sinceros que bregan por un mundo políticamente más correcto para todas las personas por las que se debería sentir lástima? Seguramente encontrarán grupos de hacedores de buenas obras como esos, pero no será la Iglesia Católica, sino más bien una suerte de secta aterradora en la que no querrían participar si tuvieran la oportunidad.
Por el contrario, en la Iglesia Católica -como en cualquier grupo de seres humanos- encontrarán a los buenos y a los malos todos mezclados. Encontrarán la agonía y el éxtasis -la alegría y la pena-, al pecador y al santo, y ¿acaso no es eso lo que esperarían encontrar si estuvieran en la búsqueda de una religión auténtica? ¿No es eso lo que encuentran cuando leen el Antiguo Testamento? ¿No es eso lo que encuentran cuando leen la historia de la humanidad? ¿No es eso lo que encuentran cuando estudian su propio árbol genealógico? ¿No es eso lo que encuentran cuando se miran al espejo?
Entonces, no me preocupa realmente si la Iglesia católica está llena de delitos y corrupción y de una buena cantidad de pecadores, sino que me hace sentir como en casa.
La razón por la que amo a la 'Iglesia Católica corrupta y llena de delitos' es, en primer lugar, que todos admitimos que es así; segundo, que lamentamos que sea así; y tercero, que estamos intentando hacer algo al respecto. La Iglesia Católica puede ser corrupta y estar llena de delitos, pero la Iglesia Católica también es la única institución que puede hacer algo al respecto. Claro está que la Iglesia Católica está llena de pecadores del mismo modo que un hospital está lleno de enfermos. El Señor no llama a los rectos, sino a los pecadores para que se arrepientan, y por ser esto así, deberíamos esperar que sean los pecadores los que respondan a la llamada, que entren a casa para resguardarse del frío y pregunten qué se necesita para que las cosas mejoren.
No estamos todos contentos con el delito, el pecado y la corrupción que hay en la Iglesia católica, pero no podemos imaginar ninguna otra iglesia distinta. Los católicos somos una obra en curso y los que reconocemos que somos pecadores nos sentimos cómodos con las otras personas que también continúan trabajando en ello. Como un grupo de alcohólicos anónimos: "Hola, mi nombre es Dwight. Soy un pecador". Entonces, no me preocupa realmente si la Iglesia Católica está llena de delitos y corrupción y de una buena cantidad de pecadores, sino que me hace sentir como en casa. Los que me preocupan son aquellos que tienen pretensiones de superioridad moral y que culpan a la Iglesia por eso. ¿Piensan realmente que son tanto mejores que los demás? ¡Caramba! Esas son las personas que me ponen los pelos de punta y no los tristes pecadores que se sientan en los bancos de la Iglesia semana tras semana. Al menos ellos saben que necesitan ayuda. ¿Y los que pisan que no necesitan ayuda? Sí, esos son limpísimos zombis que me dan escalofríos.
Celebrado El 18 de agosto
Santa Elena, reina
En Roma, en la vía Labicana, santa Elena, madre del emperador Constantino, que, entregada con singular empeño a ayudar a los pobres, acudía piadosamente a la iglesia mezclada entre los fieles, y habiendo peregrinado a Jerusalén para descubrir los lugares del nacimiento de Cristo, de su Pasión y Resurrección, honró el pesebre y la cruz del Señor con basílicas dignas de veneración.
Por lo que se puede conjeturar, santa Elena nació en Drepano de Bitinia. Probablemente era hija de un posadero. El general romano Constancio Cloro la conoció hacia el año 270 y se casó con ella, a pesar de su humilde origen. Cuando Constancio Cloro fue hecho césar, se divorció de Elena y se casó con Teodora, hijastra del emperador Maximiano. Algunos años antes, en Naissus (Nish, en Servia), Elena había dado a luz a Constantino el Grande, que llegó a amar y venerar profundamente a su madre, a la que le confirió el título de «Nobilissima Femina» (mujer nobilísima) y cambió el nombre de su ciudad natal por el de Helenópolis. Alban Butler afirma: «La tradición unánime de los historiadores británicos sostiene que la santa emperatriz nació en Inglaterra»; pero en realidad, la afirmación tan repetida por los cronistas medievales de que Constancio Cloro se casó con Elena, «quien era hija de Coel de Colchester», carece de fundamento histórico. Probablemente, dicha leyenda, favorecida por ciertos panegíricos de Constantino, se originó en la confusión con otro Constantino y otra Elena, a saber: la Elena inglesa que se casó con Magno Clemente Máximo, quien fue emperador de Inglaterra, Galia y España, de 383 a 388; la pareja tuvo varios hijos, uno de los cuales se llamó Constantino (Custennin). Esta Elena recibió el título de «Luyddog» (hospitalaria). Dicho título empezó, más tarde, a aplicarse también a santa Elena, y un documento del siglo X dice que Constantino era «hijo de Constrancio (sic) y de Elena Luicdauc, la cual partió de Inglaterra en busca de la cruz de Jerusalén y la trasladó de dicha ciudad a Constantinopla».
Algunos historiadores suponen que las iglesias dedicadas a Santa Elena en Gales, Cornwall y Devon, derivan su nombre de Elena Luyddog. Otra tradición afirma que santa Elena nació en Tréveris, ciudad que pertenecía también a los dominios de Magno Clemente Máximo.
Constancio Cloro vivió todavía catorce años después de repudiar a santa Elena. A su muerte, ocurrida el año 306, sus tropas, que se hallaban entonces estacionadas en York, proclamaron césar a su hijo Constantino; dieciocho meses más tarde, Constantino fue proclamado emperador. El joven entró a Roma el 28 de octubre de 312, después de la batalla del Puente Milvio. A principios del año siguiente, publicó el Edicto de Milán, por el que toleraba el cristianismo en todo el Imperio. Según se deduce del testimonio de Eusebio, santa Elena se convirtió por entonces al cristianismo, cuando tenía ya cerca de sesenta años, en tanto que Constantino seguiría siendo catecúmeno hasta la hora de su muerte: «Bajo la influencia de su hijo, Elena llegó a ser una cristiana tan fervorosa como si desde la infancia hubiese sido discípula del Salvador». Así pues, aunque conoció a Cristo a una edad tan avanzada, la santa compensó con su fervor y celo su larga temporada de ignorancia y Dios quiso conservarle la vida muchos años para que, con su ejemplo, edificase a la Iglesia que Constantino se esforzaba por exaltar con su autoridad. Rufino califica de incomparables la fe y el celo de la santa, la cual supo comunicar su fervor a los ciudadanos de Roma. Elena asistía a los divinos oficios en las iglesias, vestida con gran sencillez, y ello constituía su mayor placer. Además, empleaba los recursos del Imperio en limosnas generosísimas y era la madre de los indigentes y de los desamparados. Las iglesias que construyó fueron muy numerosas. Cuando Constantino se convirtió en el amo de Oriente, después de su victoria sobre Licinio, en 324, santa Elena fue a Palestina a visitar los lugares que el Señor había santificado con su presencia corporal.
Constantino mandó arrasar la explanada y el templo de Venus que el emperador Adriano había mandado construir sobre el Gólgota y el Santo Sepulcro, respectivamente, y escribió al obispo de Jerusalén, san Macario, para que erigiese una iglesia «digna del sitio más extraordinario del mundo». Santa Elena, que era ya casi octogenaria, se encargó de supervisar la construcción, movida por el deseo de descubrir la cruz en que había muerto el Redentor. Eusebio dice que el motivo del viaje de santa Elena a Jerusalén, fue simplemente agradecer a Dios los favores que había derramado sobre su familia y encomendarse a su protección; pero otros escritores lo atribuyen a ciertas visiones que la santa había tenido en sueños, y san Paulino de Nola afirma que uno de los objetivos de la peregrinación era, precisamente, descubrir los Santos Lugares. En su carta al obispo de Jerusalén, Constantino le mandaba expresamente que hiciese excavaciones en el Calvario para descubrir la cruz del Señor. Hay algunos documentos que relacionan el nombre de santa Elena con el descubrimiento de la Santa Cruz.
El primero de esos documentos es un sermón que predicó San Ambrosio el año 395, en el que dice que, cuando la santa descubrió la cruz, «no adoró al madero sino al rey que había muerto en él, llena de un ardiente deseo de tocar la garantía de nuestra inmortalidad». Varios otros escritores de la misma época afirman que santa Elena desempeñó un papel importante en el descubrimiento de la cruz; pero es necesario advertir que San Jerónimo vivía en Belén y no dice una palabra sobre ello (ver más detalles en el artículo dedicado a la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz).
Como quiera que haya sido, santa Elena pasó, ciertamente, sus últimos años en Palestina. Eusebio dice: «Elena iba constantemente a la iglesia, vestida con gran modestia y se colocaba con las otras mujeres. También adornó con ricas decoraciones las iglesias, sin olvidar las capillitas de los pueblos de menor importancia». El mismo autor recuerda que la santa construyó la basílica «Eleona» en el Monte de los Olivos y otra basílica en Belén. Era bondadosa y caritativa con todos, especialmente con las personas devotas, a las que servia respetuosamente a la mesa y les ofrecía agua para el lavamanos. «Aunque era emperatriz del mundo y dueña del Imperio, se consideraba como sierva de los siervos de Dios». Durante sus viajes por el Oriente, santa Elena prodigaba toda clase de favores a las ciudades y a sus habitantes, sobre todo a los soldados, a los pobres y a los que estaban condenados a trabajar en las minas; libró de la opresión y de las cadenas a muchos miserables y devolvió a su patria a muchos desterrados.
El año 330, el emperador Constantino mandó acuñar las últimas monedas con la efigie de Flavia Julia Elena, lo cual nos lleva a suponer que la santa murió en ese año. Probablemente la muerte la sobrecogió en el Oriente, pero su cuerpo fue trasladado a Roma. El Martirologio Romano conmemora a santa Elena el 18 de agosto.
En el Oriente se celebra su fiesta el 21 de mayo, junto con la de su hijo Constantino, cuya santidad es más que dudosa. Los bizantinos llaman a santa Elena y a Constantino «los santos, ilustres y grandes emperadores, coronados por Dios e iguales a los Apóstoles»
La principal fuente de información sobre santa Elena es la biografía de Constantino escrita por Eusebio (Vita Constantini), cuyos principales pasajes pueden verse en Acta Sanctorum, agosto, vol. III. Ver también M. Guidi, Un Bios di Constantino (1908). J. Maurice publicó una interesante obrita sobre santa Elena en la colección L´Art et les Saints (1929).
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Esta gran santa se ha hecho famosa por haber sido la madre del emperador que les concedió la libertad a los cristianos, después de tres siglos de persecución, y por haber logrado encontrar la Santa Cruz en Jerusalen.
Nació en el año 270 en Bitinia (sur de Rusia, junto al Mar Negro). Era hija de un hotelero, y especialmente hermosa. Y sucedió que llegó por esas tierras un general muy famoso del ejército romano, llamado Constancio Cloro y se enamoró de Elena y se casó con ella. De su matrimonio nació un niño llamado Constantino que se iba hacer célebre en la historia por ser el que concedió libertad a los cristianos.
Pero al morir Constancio Cloro, fue proclamado emperador por el ejército el hijo de Elena, Constantino, y después de una fulgurante victoria obtenida contra los enemigos en el puente Milvio en Roma (antes de la cual se cuenta que Constantino vio en sueños que Cristo le mostraba una cruz y le decía: « con éste signo vencerás» ), el nuevo emperador decretó que la religión Católica tendría en adelante plena libertad (año 313) y con éste decreto terminaron tres siglos de crueles y sangrientas persecuciones que los emperadores romanos habían hecho contra la Iglesia de Cristo.
Constantino amaba inmensamente a su madre Elena y la nombró Augusta o Emperatriz, y mandó hacer monedas con la figura de ella, y le dio pleno poderes para que empleara el dinero del gobierno en las obras buenas que ella quisiera. Elena que se había convertido al cristianismo, se fue a Jerusalén, y allá, con los obreros, que su hijo, el emperador, le proporcionó, se dedicó a excavar en el sitio dónde había estado el monte Calvario y allá encontró la cruz en la cual habían crucificado a Jesucristo (por eso la pinta con una cruz en la mano).
En Tierra Santa hizo construir tres templos: uno en el Calvario, otro en el Monte de los Olivos, y el tercero en Belén. Gastó su vida en hacer buenas obras por la religión y los pobres, y ahora reina en el cielo y ruega por nosotros que todavía sufrimos en la tierra.
Santo Evangelio según San Mateo 19, 13-15. Sábado XIX de Tiempo Ordinario.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, que quisiste que los niños se acercaran a Ti, haz que mi corazón esté ansioso de Ti, como dijo san Agustín: "Nos hiciste Señor, para Ti; y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti".
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
De pequeños, más de alguno nos hemos preguntado: ¿Qué pasaría si los niños fuesen grandes y los grandes niños? Aparecen muchas respuestas que coinciden en dos cosas: la primera se resumiría en "lo mismo", que quiere decir, darle amor como el que recibo o regañarle como me regaña; la segunda me sorprende mucho, "le daría más amor"… en todos los sentidos, sea malos o sean buenos; si reciben mal, los niños no piensan en devolver más mal, en su sentido de justicia devolverán al menos el mismo, pero las respuestas que generalmente escucho son de dar más amor a los padres, pues saben que los aman.
Señor mío, hoy me pides que sea como un niño, particularmente me invitas a reconocer todo lo que he recibido. No me puedo quedar como la mayoría de los hombres, pensando en mi beneficio y en hacer más mal; en lugar de ello me llamas a amar con todo el corazón, a pesar de lo que yo haya recibido, mucho, poco o nada de amor me llamas a amar como un niño… sí, como un niño, que sea capaz de agradecer con una sonrisa, con los ojos pedir perdón, con la lengua hacer reír, con la boca alabarte, con el corazón puro, libre de todo lo que no te agrada, saber amarte y con mi inteligencia y voluntad saber decir "Permiso, gracias y perdón".
Es una cosa bellísima la vida matrimonial y tenemos que custodiarla siempre, custodiar a los hijos. Algunas veces yo he dicho aquí que una cosa que ayuda tanto en la vida matrimonial son tres palabras. No sé si ustedes recuerdan las tres palabras. Tres palabras que se deben decir siempre, tres palabras que tienen que estar en casa: "Permiso, gracias, disculpa". Las tres palabras mágicas, Permiso, para no ser invasivo en la vida de los cónyuges. ¡Gracias! Agradecer al cónyuge: "Gracias por aquello que hiciste por mí, gracias por esto". La belleza de dar las gracias. Y como todos nosotros nos equivocamos, aquella otra palabra que es difícil de decir, pero que es necesario decirla: "Perdona".
(Catequesis del Papa Francisco, 14 de abril de 2014)
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy buscaré que mis actividades incluyan las tres palabras que dijo el Papa Francisco: permiso, perdón y gracias, de manera especial con aquella persona con la que no tengo trato fácil ni frecuente.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Es una gracia que Jesús nos mire como niños.
Había una pequeña capilla a la que solía acudir cuando vivía en Colón. Quedaba enfrente de mi casa.
Me encantaba porque celebraban misa a las seis de la mañana y podía asistir antes de ir al colegio.
Cruzaba la calle simplemente, y la felicidad inundaba mi alma de niño.
Sabía con certeza que Jesús estaba allí. Esto era algo que sobrecogía el alma. Una de las cosas que más me gustaban, además de esto, era que estaba seguro de que María también se encontraba en la capilla. Y que al visitar a Jesús, podía también visitar a su madre.
Disfrutaba mucho pensando en ello. Recuerdo la banca donde me sentaba y desde allí me maravillaba ante estos misterios.
Hace poco he vuelto a Colón y visité la capilla. Entré como un hombre, pero a medida que caminaba, me hacía otra vez un niño. Y me senté en la misma banca, como el niño Claudio que solía ir a visitar a Jesús.
Es una gracia que Jesús nos mire como niños, pensé. Por eso le dije, "Déjame tener nuevamente el corazón puro, del niño aquél que se sentaba en esta banca y cuya alegría mayor era estar contigo. Jesús, cuando me mires, mírame como a un niño".
Fue una hermosa experiencia. Volver a estar ante Jesús sin complicaciones, hablarnos con ternura, tener la certeza de que me escuchaba, que estaba allí, esperándome a través de los años.
Tengo la costumbre de salir de paseo con mis hijos. Han crecido. Hace apenas unas semanas que lo comprendí. Cuando vamos a salir de algún lugar suelo decirles, "vamos niños". Pero la última vez que lo hice, los miré y pensé, ya no son niños. Y asombrado me dije, "desde hoy tendré que decirles, "vamos muchachos". Pero para mí siguen siendo niños.
Sólo niños…
Hoy encontré una reflexión del Cardenal Roger Etchegaray. Me encantó porque revivió mi experiencia. Nunca dejamos de ser niños a los ojos de nuestra madre.
"Quién es el más grande en el reino de los cielos? Llamando a un niño, Jesús lo puso entre ellos y dijo: ‘El que se haga pequeño como este niño, ese será el más grande en el reino de los cielos’" (Mateo 18,1-5) Así, cuando le preguntan por lo grande, Jesús responde con lo pequeño.
Pero, ¿quién puede ayudarnos a hacernos como niños, si no es María, madre de Dios y madre de los hombres? Sea cual sea nuestra edad, ante nuestra madre nos hacemos, o más bien, nunca dejamos de ser pequeños"
SAN ALBERTO HURTADO
Sacerdote Jesuita Chileno
Martirologio Romano: En Santiago de Chile, beato Alberto Hurtado Cruchaga, presbítero de la Compañía de Jesús, que fundó una obra para que los pobres que carecen de techo y los vagabundos, sobre todo niños, pudieran encontrar un verdadero y familiar hogar (†1952).
Fecha de canonización: 23 de octubre de 2005, por el Santo Padre, Papa Benedicto XVI.
Breve Biografía
UN SANTO DE NUESTRO TIEMPO
Muchos artículos escribió el Padre Alberto Hurtado, grande fue y es su obra, su trabajo fue tan impresionante como su legado, pues lo que dejó y transmitió a sus sucesores y a su pueblo, es una tarea de amor total, es así como me es difícil tomar una decisión sobre que escrito mostrar para hacer ver como pensó este santo de nuestro tiempo, porque cada cosa que leo, artículos, pensamientos, cada hecho o suceso, cada instante de su vida y obra, es camino de santidad.
En uno de sus tantos artículos escribió: “Sería peligroso sin embargo, bajo el pretexto de guardar contacto con Dios, refugiarnos en una pereza soñolienta, en una quietud inactiva. Entra en el plan de Dios el ser estrujado... La caridad nos urge de tal manera que no podemos rechazar el trabajo; consolar un triste, ayudar un pobre, un enfermo que visitar, un favor que agradecer, una conferencia que dar; dar un aviso, hacer una diligencia, escribir un artículo, organizar una obra, y todo esto añadido a las ocupaciones de cada día, a los deberes cotidianos. Si alguien ha comenzado a vivir para Dios en abnegación y amor a los demás, todas las miserias se darán cita en su puerta. Si alguien ha tenido éxito en el apostolado, las ocasiones de apostolado se multiplicarán para él.
Si alguien ha llevado bien las responsabilidades ordinarias, ha de estar preparado para aceptar las mayores. Así nuestra vida y el celo por la gloria de Dios nos echan a una marcha rápidamente acelerada, que nos desgasta, sobre todo porque no nos da el tiempo para reparar nuestras fuerzas físicas o espirituales... y un día llega en que la máquina se para o se rompe. ¡Y donde nosotros creíamos ser indispensables se pone otro en nuestro lugar!”
“Con todo esto, ¿podríamos rehusar? ¿No era el amor de Cristo la que nos urgía? y darse a los hermanos ¿no es acaso darse a Cristo?”
“Mientras más amor hay, más se sufre: el deseo de hacer el bien, siempre el bien, de socorrer a los desgraciados, de siempre enseñar y siempre adaptar la verdad eterna, todo esto no se puede realizar sino en ínfima medida. Aun rehusándonos mil ofrecimientos, imponiéndose una línea de frecuentes rechazos, queda uno desbordado y no nos queda el tiempo de encontrarnos a nosotros mismos y de encontrar a Dios. Doloroso conflicto de una doble búsqueda: la del plan de Dios que hemos de realizar en nuestros hermanos y la búsqueda del mismo Dios que deseamos contemplar y amar; conflicto doloroso que no puede resolverse sino en el amor que es indivisible.”
BIOGRAFIA
Valparaíso, es la segunda provincia en importancia de mi país, esta larga y angosta faja de más de 5.000 kilómetros, que nace por el oriente al pie de la cordillera de los Andes, la que en muchos lugares llega hasta el mismo mar, Océano Pacifico, dejando algunos valles entre mar y cordillera. Junto al mar, en la misma ciudad donde nací, Viña del Mar, pero 49 años antes, nace Alberto Hurtado Cruchaga nació el 22 de enero de 1901, hijo de Ana y Alberto, luego hermano también de Miguel, otro de los hijo del matrimonio.
El padre de Alberto murió cuatro años después que el hubo nacido, se dice que por asuntos económicos, luego su madre vendió las propiedades familiares y emigró a Santiago, la capital donde vivió como allegada, el espíritu solidario de su familia y su madre fue una característica que llego a marcar y formar a Alberto "Las manos juntas para orar, pero abiertas para dar", quien de nacer en un hogar acomodado, hace luego una infancia que lo acerca a la vida humilde y a la pobreza.
Así fue, como a los ocho años de edad, Alberto ingresa a estudiar en el colegio San Ignacio de Santiago como alumno becado, donde se destaca por cumplir con sus obligaciones, reflejado en sus calificaciones, su natural inclinación por hacer el bien, su incondicional entrega a sus compañeros y amigos, sin dejar de ser un muchacho muy alegre y juguetón, lo que atrae con admiración a sus compañero de curso y sus maestros.
Por ser una escuela católica el Colegio San Ignacio, Alberto recibió una educación sólida y reforzada en la fe, es así como con tan sólo 15 años él manifestó sus inquietudes por ingresar a la Compañía de Jesús, siendo motivado a completar previamente su Bachillerato, del que egresó con el premio en Apologética y mención honrosa en todas las materias posteriormente, ya en 1918, ingresó a la Escuela de Derecho de la Universidad Católica.
Por el año 1920, el país sufría algunas crisis laborales en el área minera, principal fuente de riqueza hasta el día de hoy, como así mismo la más importante fuente laboral, y no habiendo otros recursos de trabajos Santiago, la capital, recibía gran cantidad de emigrantes que quedaban marginados en la pobreza, habitando en miserables albergues. En esa realidad, Alberto, quien se destacaba por su espíritu solidario, siendo estudiante , luego de las clases universitarias, visitaba asiduamente a los trabajadores desamparados a fin de ofrecer su apoyo moral y espiritual, esta tarea la hacia motivando a otros amigos para que lo acompañaran.
No descanses mientras haya un dolor que mitigar, era un bello lema del Joven Alberto, quien desde temprana edad adolescente fue inquieto luchador por los más necesitados. Su labor inicial la hizo apoyada desde el Patronato de Andacollo, ubicado en un sector marginal de Santiago, barrio de Mapocho. Allí su acción y su entrega a favor de lucha contra la miseria, le permitió ejercer una loable actividad, motivando su apostolado de carácter social.
Alberto siente un natural impulso de aliviar el dolor de los demás, es así como este Joven de profunda espiritualidad, y de gran servicio a su prójimo, comienza a manifestar una bella actitud solidaria y samaritana en los pobres y sufridos hombres, abandonados a su suerte experimentando una espiritualidad muy profunda y de gran servicio. Es así, como en una ciudad fría, de cemento, inclemente, con una sociedad donde la aristocracia no se la juega por los pobres, y con grandes problemas de cesantía, Alberto, con un gesto valiente, solidario, inspirado en el amor de Cristo, su amigo y líder, vuelca todo su amor y muestra su adhesión y presta su apoyo a una causa ajena, en situaciones difíciles, llevando palabras de aliento y el mensaje de la Iglesia en cada albergue que visita.
El ejemplar comportamiento de vida y el respeto por la vida institucional de Alberto, se muestra también en el cumplimiento de su deber patriótico, y lo hace ingresado a cumplir con sus obligaciones militares como cualquier estudiante responsable en este deber.
Del mismo modo el vio la necesidad de no dejar de participar en los debates contingentes de la época en asuntos sociales a través de las organizaciones estudiantiles.
Dentro de toda su actividad, Alberto no descuida la oración, no deja de lado el ejercicio espiritual, participa en retiros, lo que indica que su buena enseñanza católica del Colegio san Ignacio, su buena educación en la familia, su grupo de amigos, es y sigue siendo algo muy importante en su fe cristiana, adoptando como forma de vida, las enseñanzas de Cristo y su incondicional amor por El, algo que refleja en sus actitud permanente con su prójimo y consigo mismo.
De esta manera, con esta actitud solidaria y comprometida con Cristo y sin entrar aún a la Compañía de Jesús, Alberto Hurtado concluye sus estudios de Derecho, con distinción unánime en la Universidad Católica de Chile.
Pero no era su carrera como abogado lo que el deseaba en su corazón, y es así como el 14 de agosto de 1923, ingresa a la Compañía de Jesús, con sus estudios en el Noviciado de Chillán, distante a poco mas de 400 Km. de su casa al sur de Chile, en ese lugar estaría dos años, después viaja a Argentina, ciudad de Córdoba, lugar donde continua con su etapa inicial preparatoria. En su caminar continua trasladándose por el año 1927 al Colegio Máximo de Sarriá de Barcelona, en España, hasta el año 1931, para cursar por tres años filosofía y teología y a continuación como consecuencia de la realidad política española de la época con la instauración de la República, se ve obligado a viajar a Bélgica, donde continua estudiando en la Universidad de Lovaina, allí cursa otras materia relacionadas con la pedagogía y psicología.
Por que así Dios lo quiso, así fue en el Plan de Vida de Alberto, es ordenado sacerdote en Lovaina, el 24 de agosto de 1933, luego continuando con su brillante formación recibe el grado de doctor en Pedagogía de la Universidad de Lovaina, finalizando su etapa de estudios jesuitas.
Así es, como en una de sus cartas escrita en le año 1933, refleja su inmensa alegría de ser sacerdote, expresándose así "¡Ya me tiene de sacerdote del Señor! Bien comprenderá mi felicidad y con toda sinceridad puedo decirte que soy plenamente feliz”, luego, tres años mas tarde, regresa a su país natal que es Chile a ejercer su tarea encomendada divinamente. Sus primeras tareas, como educador y formador, la hace impartiendo clase en la misma escuela que lo formó, el Colegio san Ignacio, en la misma Universidad Católica de Chile y en el Seminario Pontificio Mayor.
Sin embargo, el país no había experimentado grandes cambios y los problemas sociales continuaban, como país subdesarrollado, pobre, marginal, clasista y racista, donde los que tenía buena situación económica se autoproclamaban aristócratas, formando una clase separatista en categoría Alta, que se mostraba indiferente a los afligido. En esa realidad, el Padre Alberto Hurtado, siente la enorme necesidad de acudir a los desamparados, viendo en cada pobre el rostro sufriente de Jesús.
Pero como el Plan de Dios en los hombres ha de cumplirse, en el año 1937, la gran formadora de este Jesuita, doña Ana Cruchaga, madre de Alberto, se encamina al encuentro con el Señor, cuando ella muere, Alberto estaba en esos momento en sus Ejercicios Espirituales, y a pesar del dolor por la partida de su madre, se siente reconfortado porque su convicción de la vida eterna en la manos de Dios es dueña de su corazón.
El Padre Alberto, hombre de gran carisma, atrae a personas de toda edad, es feliz trabajando con los jóvenes, es feliz oyendo a cada necesitado, y con mucho entusiasmo invita a enloquecerse por Cristo, lo que el llamada con alegría motivadora el "chiflarse" por Cristo.
Entonces observando y sintiendo la triste realidad social del país, se empeña en llevar a cada rincón del territorio una palabra de aliento y esperanza, es así, como en este ambiente el ve la necesidad permanente de la Iglesia de aumentar las vocaciones sacerdotales, entonces esta la oportunidad de captar nuevos servidores y los exhorta a seguir el bello camino del servicio, con su ejemplo de vida la motivación siempre estaba en buenas manos. Es así como impartió Ejercicios Espirituales y dirigió espiritualmente a un grupo de jóvenes, que mas tarde dio como resultado a buenos hombres de fe y servicio social.
Por el año 1941, es nombrado asesor de la Juventud de la Acción Católica, que a partir de ese instante y a través de su conducción, el movimiento cobra gran auge, debiendo viajar constantemente por distintos lugares del país. El además se caracteriza por ser buen escritor, excelente crítico social, buen observador de las cosas cotidianas, buen analista de la realidad social de país, todo inspirado en su gran amor a Cristo, su irrenunciable fe, su amor al prójimo, su espíritu de servicio, su gran preocupación por la comunidad y principalmente los pobres.
El Padre Hurtado, conciente de lo que llamaba la “injusticia social trae más males que los que puede reparar la caridad", se transforma en un buen obrero luchador por la transformación de una sociedad más justa, las tristes y pobres condiciones en las cuales viven los marginados socialmente en chile, la situación de los obreros, le causa un gran dolor, y una gran motivación para dedicarse a ellos, es tan vehemente, que busca, piensa y expresa todo los que puede ser de ayuda a los sufridos trabajadores, bajo el único concepto de justicia y amor que habita en su corazón, que es el espíritu de Cristo. Es así como él se hace presente en muchos sectores laborales, pala en mano se hace presente en las minas salitreras o de carbón en Chile.
En su incansable preocupación por los asuntos sociales, este notable solidario con sus hermanos, viaja a otros lugares como Paris en busca de elementos de juicio que aporten a su causa, llega a entrevistarse hasta con el Papa S.S.Pío XII, en Roma, a quien expone y presenta la realidad religiosa, social y política de su país Chile, haciéndole notar temas tan urgentes como llevar la doctrina social de la Iglesia al mundo sindical y hacer presente el espíritu cristiano en los trabajadores. También pasa por Bélgica, donde se ordeno sacerdote, para estudiar la liga de los campesinos católicos y los sindicatos cristianos.
En el año 1944 se involucra en lo que sería su proyecto más importante y de gran reconocimiento hoy en todo el País. Este comienza en una noche fría y lluviosa en una fecha que no es tradicional para la estación primaveral, en el mes de octubre, cuando es interceptado por un hombre de condición económica pobre que le solicita ayuda porque no tiene un lugar en donde dormir. Alberto con su gran corazón, se estremece, al verlo, desamparado y enfermo, y ve en aquel hombre pobre al mismo Cristo desolado.
Absolutamente conmovido, mas tarde cuenta su experiencia a un grupo de señoras de la congregación del Apostolado Popular que se encontraba en un retiro, con una gran respuesta, porque ellas también se conmovieron y sintieron el llamado de Cristo y decidieron entregar sus joyas y bienes que tenían a mano para dar impulso a una gran obra de caridad, así el 21 de diciembre de ese mismo año, el Padre Alberto Hurtado coloca la primera piedra del Hogar de Cristo.
El Hogar de Cristo es una de las obras de caridad mas grande y talvez la de mayor reconocimiento en el país, en ella el chileno expresa su solidaridad, en ella se refugian los pobres de Chile, en ella encuentran paz, descanso, comida y la presencia espiritual del Padre Alberto Hurtado. Esta obra surge de la espiritualidad del Padre Alberto, y de su gran concepto de lo que es ser solidario en Cristo, viéndolo a El en el rostro del desolado, el desamparado, el marginado y el hambriento hombre en busca de refugio.
“Dar al que lo necesita hasta que duela”, es una expresión acuñada en el corazón de muchos chilenos por el Padre Alberto Hurtado. También fue la invitación que ha sido acogida por sacerdotes y laicos que han estado dispuestos a trabajar por los más pobres, en un hogar que mucho amor, respeto y consideración se respira un aroma de autentica caridad para niños, adulto y ancianos, enfermos y sanos, chicos vagabundos, que habían hecho su hogar junto al Río, debajo de un puente, en una humilde choza de cartón, quienes en principio fueron recogidos por una típica camioneta de los años cincuenta que aún se conserva en excelentes condiciones.
Pero también, preocupado por la suerte del obrero chileno y sus paupérrimas condiciones, el Padre Alberto, se introdujo en el mundo del trabajo creando además la Acción Sindical y Económica Chilena (ASICH) en 1947, ocupando el cargo de Capellán. Allí en la (ASICH), formó dirigentes cristianos y organizó los servicios jurídicos y sociales para defender sus derechos. Cabe destacar el reconocimiento y la afiliación de esta organización a la Confederación Internacional de Sindicatos Cristianos e integrada a organismos internacionales como la ONU, UNESCO y la Organización Internacional del Trabajo.
También es el creador de la revista Mensaje, que público su primer número en octubre de 1951, revista con la cual se hicieron presente los valores de solidaridad, el servicio, la justicia social, y el Evangelio.
Así fue, como el 18 de agosto de 1952, a los cincuenta y dos años de edad, y estando enfermo de cáncer, fue llamado por Dios, del cual tenemos la convicción total, que fue recibido amorosamente, como uno de sus predilectos hijos, que se entregó por entero a vivir y trabajar en el espíritu del amor de Cristo como uno mas de sus apóstoles.
El Padre Alberto Hurtado Cruchaga, fue beatificado en Roma en 1994 y es el segundo de los chilenos, después de la carmelita Teresita de los Andes, y muy pronto también la joven Laurita Vicuña, que tiene un puesto de honor junto a todos los santos de Dios. Canonizado el 23 de octubre de 2005, por el Santo Padre, Papa Benedicto XVI.
"EN EL ANIVERSARIO DE SU MUERTE TENEMOS LA RESPONSABILIDAD DE RECORDAR QUE ES POSIBLE OTRA IGLESIA"
Pablo VI: un papa muy criticado y no debidamente apreciado
"Permitió que un cierto aire fresco entrara en la Iglesia propiciando otra forma de comunidad cristiana"
Pablo VIAgencias
El pontificado de Pablo VI estuvo presidido por tres grandes objetivos: la renovación de la Iglesia, la promoción de la justicia y la evangelización del mundo
(Jesús Martínez Gordo, teólogo).- El pasado 6 de agosto se han cumplido cuarenta años de la muerte del papa Pablo VI (1978). A él le tocó liderar un tiempo eclesial complicado, pero, a la vez, creativo y esperanzador. Tras la muerte de Juan XXIII, y una vez finalizada la primera sesión conciliar (1963), se inicia su pontificado, teniendo que finalizar la recién iniciada Asamblea Episcopal y, sobre todo, proceder a su aplicación.
Su pontificado es objeto -cuando menos- de dos valoraciones: la que entiende que es quien pone las bases -por su comportamiento ambivalente, incluso en la misma aula conciliar- para una lectura involutiva del Vaticano II y la que considera que activa -tímidamente, por supuesto- una cierta renovación de la Iglesia que será frenada en los siguientes pontificados.
Los participantes en el XXI Congreso de Teología celebrado en Madrid del 8 al 11 de septiembre de 2011 tuvieron la oportunidad de escuchar el sincero y conmovedor testimonio de Giovanni Franzoni sobre su participación en el Vaticano II y, en palabras suyas, la penosa historia de su traición a manos de Pablo VI sin, siquiera, haber sido clausurado. La recepción involutiva del Vaticano II no arrancó, como habitualmente se suele entender, con el pontificado de Juan Pablo II y auxiliado por J. Ratzinger, sino en el aula conciliar, siendo el papa Montini el sucesor de Pedro. Con palabras del mismo G. Franzoni: "fue el mismo Pablo VI quien puso las premisas para que el Concilio pudiera ser, al menos en parte, 'domesticado' y el postconcilio 'enfriado'". Y un poco más adelante abunda en la misma tesis: el papa Montini "tomó decisiones que amputaron el Concilio en sus potencialidades, y puso las premisas para una interpretación reductiva de los documentos del Vaticano II".
Avalaban esta conclusión, cuando menos, siete polémicas intervenciones suyas a lo largo de los trabajos conciliares y también en el tiempo inmediatamente posterior a la clausura de la Asamblea Episcopal:
1.- La famosa "Nota explicativa previa" a la Lumen Gentium (concretamente, al capítulo tercero) que va al final del documento conciliar, aguando -cuando no, disolviendo- la colegialidad episcopal.
2.- La proclamación de María -siguiendo al episcopado polaco- como "Madre de la Iglesia" y desoyendo el parecer mayoritario de los padres conciliares que la veían como "Madre en la Iglesia", es decir, como discípula de Jesús y no "sobre" la Iglesia.
3.- La reserva papal de la cuestión del celibato de los presbíteros ante la petición de algunos padres conciliares para que se ordenaran hombres maduros, (los que serán llamados más adelante, "viri probati"), es decir, padres de familia y con una vida profesional asentada.
4.- La reserva sobre la cuestión de los medios moralmente lícitos para regular la natalidad.
5.- La asignación de una responsabilidad meramente consultiva a los Sínodos de Obispos, dejando al Papa libre para acoger o rechazar sus propuestas. En realidad, semejante decisión obedecía a una estrategia que -alimentada, una vez más, por la curia vaticana- pasaba por "de-potenciar" el Concilio y, particularmente, la colegialidad episcopal.
6.- El desinterés por dotar a la Iglesia de las instituciones adecuadas en las que visibilizar y concretar la afirmación conciliar de la Iglesia como "pueblo de Dios". Podría haber erigido algo así como un senado de la Iglesia católica en el que estuvieran representados obispos, sacerdotes, monjes, monjas, religiosos, religiosas, laicos, hombres y mujeres, para debatir los grandes problemas. Nada de eso vio la luz.
7.- Finalmente, su negativa a que las mujeres pudieran acceder al sacerdocio.
Franzoni entendió que la gran mayoría de estas intervenciones papales obedecieron a una bienintencionada preocupación por evitar la ruptura de la comunión, sobre todo, entre la minoría y la mayoría conciliar. Sin embargo, le resultaba incontestable que su "obra de mediación terminó por limitar o cancelar la libertad del Concilio y, sobre todo, difirió al futuro problemas que más tarde reventarían, provocando consecuencias desastrosas. Montini estaba obsesionado por la búsqueda de una unanimidad moral sobre todos los textos conciliares: noble propósito, que sólo habría adormecido, más no cancelado, tensiones punzantes". Es cierto que este severo juicio no le impidió reconocer también algunos puntos positivos en su pontificado tales como su inequívoco compromiso en favor de la paz y la justiciaen el mundo o la renuncia a la tiara papal, símbolo arrogante del poder temporal (también político) del papado; aunque semejante renuncia no supusiera el abandono de un modelo de gobierno absolutista, heredado de la historia.
Sin negar los hechos reseñados por G. Franzoni, no comparto su valoración del pontificado de Pablo VI porque entiendo que lo poco que se ha podido experimentar de lo mucho y bueno que hay en el Vaticano II -al menos, hasta Francisco- se lo debemos a él. Éste es un importante punto que G. Franzoni no tuvo debidamente en cuenta ni, por ello, lo resaltó como era debido. Muy probablemente porque los testigos directos de determinados acontecimientos -en este caso, de relevancia mundial- tienen dificultades para marcar distancias y valorar una gestión con perspectiva histórica. Tal fue la situación (o, si se quiere, el contexto vital), así lo entiendo, de la inestimable aportación de G. Franzoni.
A diferencia de él, creo que el pontificado de Pablo VI estuvo presidido por tres grandes objetivos que el mismo papa Montini explicitó en sendos documentos de indudable calado y que siguen marcando (para bien) nuestro actual momento eclesial: la renovación de la Iglesia ("Ecclesiam suam", 1964); la promoción de la justicia ("Populorum progressio", 1967) y la evangelización del mundo ("Evangelii nuntiandi", 1975). Y, en consonancia con tales objetivos, tomó relevantes decisiones en diferentes campos. Retengo algunas de las referidas a la renovación de la Iglesia, a pesar de la psicología hamletiana que, al decir de sus críticos, le caracterizaba: la reforma litúrgica que va propiciando desde el año 1963 hasta 1969; la institución del Sínodo de los Obispos (1965); el reconocimiento de la plenitud de poderes episcopales (1966); el Directorio Pastoral para los Obispos (1973), probablemente el texto más logrado de su pontificado desde el punto de vista jurídico y pastoral; una reforma -cierto que muy limitada- de la curia Vaticana (1967); la creación de la Comisión Teológica Internacional (1969); la renovación de la vida religiosa (1966) y, sin ánimo de ser exhaustivo, el gran impulso que experimenta el ecumenismo en su pontificado. Estas decisiones de indudable calado van acompañadas de la creación de instituciones tales como el Consejo del Presbiterio, el Consejo Pastoral y los vicarios episcopales. Además, limita la edad en el ejercicio ministerial a los 75 años y, sobre todo, pone en marcha las Conferencias Episcopales, dotándolas de un estatuto. Es cierto que el papel de las Conferencias Episcopales resulta todavía muy modesto, pero nadie cuestiona que presenta un considerable interés ya que favorece el desarrollo de una conciencia de iglesia regional -abierta a desempeñar el día de mañana un papel semejante al desarrollado por los patriarcados- y permite expresar con mayor eficacia la comunión eclesial en el seno de la catolicidad. Su limitada capacidad para incidir en el gobierno de la Iglesia va a ser objeto de muchos recelos y tensiones, sobre todo, a partir de las reacciones que provoca la publicación de la encíclica "Humanae Vitae" sobre el control de la natalidad (1968). Merecen un tratamiento menos elogioso sus reservas -como ya se ha expuesto antes de ahora- al control artificial de la natalidad, así como su negativa a que las mujeres pudieran acceder al presbiterado; un cierre provisional, a la espera de estudios mejor fundados; por tanto, no "definitivo", como así sucederá con Juan Pablo II.
Es cierto que Pablo VI llegó a sostener en alguna ocasión que el humo de Satanás se había infiltrado en la Iglesia. Sin embargo, también lo es que se trató de una referencia más ocasional, y casi anecdótica, en los últimos (y tristes) años de su pontificado. Lo cierto es que puso en marcha -insisto, tímidamente- el concilio Vaticano II. Y eso fue un enorme trabajo, no siempre valorado en la importancia que tiene. El papa Montini dejó entreabiertas -al menos, institucionalmente- las puertas que había abierto de par en par Juan XXIII. Al proceder de esta manera, permitió que un cierto aire fresco y primaveral entrara en la Iglesia propiciando -por supuesto, que con dudas y reticencias- otra forma de comunidad cristiana y de gobierno eclesial
No es una mera anécdota que siga siendo todavía en nuestros días, sobre todo, para los sectores más involucionistas, el principal responsable de una supuesta disolución de la Iglesia en el postconcilio y, por tanto, un pontificado que superar y olvidar cuanto antes. En general, las suyas fueron reformas que, a pesar de la moderación desplegada, reconducirá Juan Pablo II con la ayuda del Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, J. Ratzinger, posteriormente Benedicto XVI.
En esto radica mi mayor distancia con la valoración de G. Franzoni: donde él vio al primer muñidor de la involución eclesial yo percibo a un papa tímidamente reformador, a la vez que angustiado por una posible ruptura de la comunión. Entiendo que es este temor -juntamente con su horror a propiciar una reforma excesivamente rupturista con los pontificados anteriores al de Juan XXIII- lo que le hizo ser excesivamente complaciente con la minoría conciliar. Pero también creo que semejantes cautelas no le impidieron poner en marcha muchas iniciativas reformadoras que hoy nos parecen, en su fragilidad, admirables; sin dejar de ser, por ello, tímidas y, a veces, hasta timoratas. Ni le bloquearon en su relación con el mundo, una relación impregnada -así lo entiendo- de "empatía crítica" y, por ello, muchas veces nada complaciente, no sólo en lo relativo a la sexualidad, sino también, y de manera particular, en todo lo referente a la promoción de la justicia y la paz.
En este verano de 2018 en el que conmemoramos el cuarenta aniversario de su fallecimiento, creo que tenemos la responsabilidad de recordar que es posible otra Iglesia. Y es posible, no porque se fundamente en las fantasías de algunos teólogos, sino porque ya lo fue, aunque tímidamente, durante la celebración del Vaticano II y en una buena parte del pontificado de Pablo VI.