DIA DE TODOS LOS SANTOS

La vida que no termina

San Juan de la Cruz fue un místico, pero no un hombre apocado y de vida pasiva, sino azarosa, con estancia en prisión incluida, de la que se fugó según el sistema tradicional: atando sábanas y descolgándose por una ventana. Hallándose en su lecho de muerte sonaron las doce en el campanario de una iglesia vecina y un hermano le informó: “Están tocando a maitines”. El santo contesta unas últimas palabras: “¡Gloria a Dios, que al Cielo los iré a decir!”, tras lo cual besó un crucifijo y expiró.

La fiesta de Todos los Santos nos coloca frente al testimonio de estos maestros de vida, y el día de los difuntos nos recuerda que también fueron maestros en el buen morir: con el pensamiento en el cielo, en Dios que, en su providencia amorosa, nos hace el don de la existencia y de todo cuanto somos y hacemos. Lo que define a un cristiano, es el seguimiento de Jesucristo, la consideración de hermandad con los demás y la creencia en la vida eterna. San Pablo escribió a los Corintios: “Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los más desgraciados de los hombres. ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos”. Este pensamiento, que a veces se predica en los funerales, no es solamente una manera de ofrecer consuelo a las personas que han perdido a alguien que amaban, sino que es una verdad de fe, enseñada por Jesucristo y que siempre ha mantenido la Iglesia. La vida no termina, sino que continúa, aunque de otro modo, misterioso para la experiencia humana, pero luminoso para Dios, creador y redentor. Desde los primeros siglos, los cristianos han rezado y ofrecido la santa misa por los difuntos, sabiendo que el sacrificio del altar tiene un valor inconmensurable. Ya en el Antiguo Testamento se citaba que Judas Macabeo organizó una colecta y envió mil dracmas de plata a Jerusalén para que se ofrecieran sacrificios que repararan los pecados de los hombres muertos en batalla.

La necesidad de ofrecer sacrificios es común a muchas civilizaciones, pero después de Cristo, la misa es el “sacrificio único y verdadero”, que se sobrepone a cualquier otro, porque es el Hijo de Dios el que se ofrece al Padre y el valor de su entrega es absoluto.
Son días pues para elevar nuestros ojos al Cielo, para rezar por los hermanos difuntos, y para decidirnos a vivir en la presencia habitual de Dios, en cuyas manos está nuestra vida.

Estrellas en el camino

Estrellas, color a tu vida

La fiesta de Todos los Santos está asociada a la imagen de muchas personas yendo a los cementerios con flores para dejar al lado del lugar donde, tiempo antes, enterraron las personas queridas. Pero, en realidad, la fiesta de Todos los Santos es la celebración de la VIDA. Conviene dar gracias porque a nuestro lado tengo tanta gente que me quiere, que me importa tanto, ya que importo mucho!

Te invito a seguir atentamente los siguientes pasos:
• primero, cierras los ojos e intentas fijarte en tu respiración.
• Segundo, empiezas a imaginarte que eres delante de muchas personas queridas. Y intentas recordar cosas buenas que cada día recibes de ellas.
• Y ... tercero! Puedes repetir y dirigir esta oración a Jesús.  

Señor Jesús, cada vez que miro una estrella en el cielo, recuerdo que hay personas que me marcan una dirección en la vida: los padres, abuelos, familia, amigos ... que sepa valorar todo lo que recibo de ellos y los pueda estimarse tanto como ellos me quieren a mí.

 La vida empieza pero no termina nunca

“Nada perece en el Universo: cuanto en él acontece no pasa de meras transformaciones”: Pitágoras.

La vida se nos da y la merecemos dándola: Rabindranath Tagore

Este mes de noviembre no deberíamos recordarlo como el mes de los difuntos, sino como el mes de los vivos de verdad porque la vida empieza, pero no termina nunca. Simplemente cambia la forma de vivirla. Nada desaparece, nada vuelve a la nada.

La idea de inmortalidad y el ansia de vivir para siempre, atraviesa toda la historia de la humanidad. Responde a la aspiración más profunda de todo ser vivo, y más aun de los que son víctimas de la desgracia, del sufrimiento de la impotencia, de las injusticias..., y los males de este mundo.

La idea de inmortalidad y de vida después de esta vida atraviesa toda la Biblia, y en Jesucristo adquiere su máxima concreción, manifestándola en dos dimensiones:

Inmanente, o compromiso con la vida en este mundo, para que todo ser humano pueda vivir y vivir dignamente. Toda la tarea concreta del día a día de Jesús fue mejorar las condiciones de vida de todas las personas que encontraba o acudían a El, curando enfermos, consolando a tristes, defendiendo a débiles, alimentando a hambrientos, liberando de ataduras a oprimidos por la religión o el poder. El mismo dice por qué y para qué lo hace: “Yo he venido para que todos tengan vida y la tengan en abundancia", (Juan 10,10)

Trascendente, abriendo el horizonte a una vida en plenitud y definitiva, mejor y más feliz que la de este mundo. Unas veces lo expresa de forma simbólica, comparándola con una gran cena, con un tesoro que llena de alegría a quien lo encuentra, con un banquete de bodas. Otras veces habla explícitamente de vida eterna, como en:

JUAN 3,16: ”Porque tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único, para que todo el que cree en El no perezca, sino que tenga vida eterna."
JUAN 3,36 - "El que cree en el Hijo tiene vida eterna"
JUAN 5,24 –“El que oye mi palabra y cree al que me ha enviado tiene vida eterna"

Otras veces plantea explícitamente la resurrección, como en: Juan 11, 25: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mi aunque haya muerto vivirá, y todo el que vive y cree en mi no morirá para siempre”. Juan 5,29: “Los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida”.

Lucas 14,12-14: “Cuando ofrezcas una comida o una cena, no invites a tus amigos o hermanos o parientes o a los vecinos ricos; porque ellos a su vez te invitarán y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, mancos, cojos y ciegos. Dichoso tú, porque ellos no pueden pagarte; pero te pagarán cuando resuciten los justos.

El mismo Jesús por tres veces anuncia que va a ser perseguido y condenado a muerte, pero siempre añade EXPLÍCITAMENTE que resucitará: Mateo 17,22 y 20,19; lo mismo en Marcos 9,30 y en Lucas 18,33. Así pues, la muerte no parte la vida en dos mitades, sino que es el paso de una orilla de la vida a la otra orilla. Es toda una misma y única vida. Jesús quiere vida para todos y para siempre, para aquí, y desde aquí para siempre. Por tanto, aquí estamos para luchar por la vida, vida lo más plena y gratificante posible para todos, y para toda la creación, como nos enseñan San Pablo “La creación entera esta aguardando la manifestación plena de los hijos de Dios para participar ella misma en su gloriosa libertad”; y San Juan en el Apocalipsis: “Y vi un cielo nuevo, y una tierra nueva: porque el primer cielo y la primera tierra han pasado... Y oí una gran voz del cielo que decía: esta es la morada de Dios con los hombres. Dios estará con ellos: enjugará las lágrimas de todos los ojos, y ya no habrá muerte, ni llanto, ni gritos, ni dolor, porque el primer mundo ha pasado, y mira que hago un universo nuevo”.
Conclusiones:

-Luchar porque todo ser humano tenga vida en abundancia: fuera injusticias, abusos, explotaciones, desigualdades, muertes injustas y prematuras. Al contrario: vida digna y gratificante para todos y toda la creación.

-Cuidar y cultivar la vida de toda la creación: los animales, las aves, los peces, los árboles, las plantas, las flores a las que Dios viste de gran belleza como nos enseña Jesús (Ver Lucas 12,27). Nunca utilizarlos ni jamás hacerles sufrir sin necesidad. Ver Génesis 2,15.

-No traficar con los seres humanos, ni con sus órganos, ni con sus cuerpos muertos o asesinados: Que nadie tenga que vender sus propios órganos como en la India, para poder comer. Nada de engordar a niños para matarlos, despiezarlos y vender sus órganos, como parece que hacen los Caballeros Templarios en México, o en China con los condenados a muerte. Muchos se enriquecen con los órganos humanos extraídos a los más pobres y desesperados, sobre todo niños pobres, de la calle, sin nombre a los que luego se liquida, incluso antes de que despierten de la anestesia. Los niños de la calle son la reserva de la mafia de órganos humanos. Son muchos los niños que desaparecen de repente, sobre todo en los países pobres como Nicaragua donde desaparecen cada año unos 400 niños, Vietnam, Costa Rica, Colombia o Mozambique, etc. La OMS calcula que el 10% de los más de 100.000 trasplantes anuales en el mundo se practican con órganos procedentes del comercio ilegal. Quien tiene dinero y poder se aprovecha de los pobres. Veamos lo que pasó en España: “un rico político libanés, Akouche, de 61 años y alcalde de la localidad libanesa de Kharayeb, ofreció 40.000 euros a inmigrantes irregulares en España por una parte de su hígado. Una ONG de Valencia denunció esta operación frustrada. Nueve personas estuvieron dispuestas a donar su hígado por 40.000 euros” (el País 12/03/14)

-Abolir la prostitución y el turismo sexual. Comerciar con el cuerpo de los demás es hacerlo con lo más sagrado de la persona.

-Seguir amando desde la otra orilla dando vida desde la nueva vida, haciendo donación de todos nuestros órganos y de nuestro cuerpo para la investigación médica. En España somos un gran ejemplo en este sentido, pues durante 2013, hubo más de 4.200 trasplantes, el más frecuente el renal, seguido del hepático.

-Admirar y agradecer a Dios la gran maravilla de la vida, incluso en nuestro propio cuerpo, pues permaneciendo siempre como persona única e irrepetible, adquirimos un esqueleto nuevo cada 3 meses, la piel se renueva cada mes, las células que recubren el estómago cada 4 días y las que están en contacto con la comida cada 5 minutos. Los 250 gramos de médula ósea que tenemos cada uno, son capaces de fabricar cada día 200.000 millones de células nuevas de glóbulos rojos, cada uno de los cuales contiene 280 millones de moléculas de hemoglobina. Sin embargo seguimos siendo la misma persona irrepetible durante toda la vida: ¿qué hay que da continuidad a nuestro ser personal durante tantos años y a través de tanta transformación? Realmente somos algo maravilloso. ¿Por qué estando tan bien hechos nos tratamos a veces tan mal a nosotros mismos y a los demás?

Hagamos nuestra la recomendación de Tagore: merecer la vida dándola a los demás como Jesús la dio por nosotros hasta el compromiso total, ganándola con la resurrección para siempre para El, para todos los seres humanos y para toda la creación.

Los hermanos, a los que no deberíamos llamar difuntos, sino vivos para siempre porque ya están en las manos de Dios y no necesitan nada de nosotros, lo único que nos piden es que pongamos pan en la boca del hambriento, agua en la lengua del sediento, ropa en el cuerpo del que tiene frío, cuidado en el que está enfermo, acogida en el inmigrante, compañía en el encarcelado. Es decir: justicia, igualdad, fraternidad, solidaridad, vida, esperanza, amor para todos y para todo, pues Dios no nos necesita para ellos, sino que nos necesita aquí y ahora para los vivos y necesitados de este mundo.

Lo que te dirían tus muertos - (¿O no crees en la infinita Misericordia?)

(Este año he perdido a mi amigo Ignacio a sus jóvenes 63 años. Un infarto fulminante le puso en pocos segundos en los brazos de ese Padre al que buscaba, por eso se lo encontró de bruces al salir de un ascensor.

También he perdido a mi amigo Justo con sus 70 años bien trabajados. Una enfermedad sin retorno le fue haciendo crecer en aceptación y entrega. Ya no podré jugar con él a eso de tú el "justo" y yo el "pecador". Pero seguirá leyendo las meditaciones del "pecador" con avaricia...
Así que no puedo por menos que dedicar la corregida edición de esta meditación a sus familias que han heredado mi cercanía, mi amistad y mi cariño. Ellos, mis amigos, ya están en el lado de la Paz y del Amor).

¿Podemos hacer algo por los difuntos? ¿Ellos pueden hacer algo por nosotros? 
He ahí otro tema de urgente profundización y purificación.

Deberíamos empezar por convencernos de que la muerte, para los cristianos, es una liberación, una meta, una pascua: el paso a la tierra prometida. NO un motivo de tristeza y, menos aún, de penitencia reparadora.

Puede que haya tristeza y llanto por la separación humana, por el dolor sensible, por la tragedia a veces. Pero todo eso debería estar arropado y consolado por la fe (segura confianza) en la felicidad eterna. Los que mueren, mueren para vivir. No sabemos el camino que aún tendrán que recorrer, pero estamos ciertos de que pasaron definitivamente a la orilla de la Vida.

Por tanto, los signos y oraciones deberían ser de esperanza y alegría por la etapa superada (en la forma posible a cada cual), por el desembarco en los brazos del Padre. En los símbolos litúrgicos debería dominar el blanco y no el morado penitencial que ya no tiene sentido.

Lo primero que podemos hacer por nosotros y por nuestros difuntos es "aceptar" su descanso en la paz. Ya entraron en la eternidad, para nosotros, inalcanzable eternidad. No puedes hacer nada más por ellos, como no puedes operarte de apendicitis por el que entró en el quirófano o como no puedes examinarte por tus hijos.

Esas "ánimas" por las que te preocupas tendrán que hacer, ellas solitas, su propia rehabilitación y su vuelta al Padre para poder ver su rostro. Nada puedes hacer y nada hay que temer porque están caminando bajo el impulso de la Misericordia infinita.

El único y universal remedio, lo que realmente puedes hacer "aquí y ahora" es: "Vencer el mal con abundancia de bien" (Rom 12,21) con el impulso y experiencia de los que partieron. Únicamente puedes ensanchar el bien que pugna por inundar tu vida. Te propongo estos tres avances bajo la sonrisa de tus difuntos:

1. Rectificar los malos funcionamientos que heredaste (parte del pecado original), muy sutiles a veces, porque suelen ser subconscientes y no nos hemos parado a concientizarlos.

2. Perdonar, perdonar de corazón las posibles heridas que te causaron, hasta que no quede ni rastro de resentimiento. No porque necesiten tu perdón, sino porque ese perdón es la medicina que necesitan tus heridas. Y recuerda: perdonar NO es apretar los dientes y olvidar el dolor de tus heridas. Perdonar es comprender. Comprendiendo tu propia fragilidad (conociéndote a ti mismo) entrarás en la comprensión de la limitación de los que te hirieron.

3. Seguir el buen ejemplo que te dejaron. Es la mejor forma de amar y honrar su memoria. Tiene sentido nombrarles en la santa Misa para sentirnos orando "CON ellos", pero NO "POR ellos", para seguir sintiendo su aliento y ejemplo de vida, para concientizar que pertenecen a tu misma Iglesia y siguen viviendo en ella.

Amar es admirar y admirar nos lleva a imitar lo que admiramos. Si admiramos (amamos), es que esa persona nos atrae. Si nos atrae, es porque ya tenemos en nosotros algo de eso que admiramos.

La "presencia interior" de tus difuntos (más que su recuerdo cerebral) estimulará eso que pugna por crecer en ti. Esa sería la gran finalidad de honrar a los muertos. ¿Qué admiraste y qué sigues amando en tus difuntos? Si no hay amor, solo queda sensiblería u obligación mental o rutina externa. Nada de su "vida" te ha quedado, solo recuerdos muertos.

Si lo que te queda es amor, es un disparate hacer cambalaches con el Cura o con Dios. Tus difuntos no necesitan estipendios. Ya han desembarcado en las manos del Padre. Dedica tus dineros a los pobres vivos o a las necesidades de la Iglesia caminante. Los que ya pasaron no lo necesitan.

Lo que ellos desean -con toda seguridad- es que aproveches bien su buen ejemplo y rectifiques sus errores, que sigas tu camino y despliegues todos tus dones. ¡Eso será para ellos aire fresco! ¡Eso es lo urgente, realista y espiritualmente eficaz! Lo otro, los negocios espirituales y el "dios negociador", son pura idolatría.

Otra cosa es que necesites apoyar el dolor de la ausencia en la ternura del Padre. Hazlo sin reservas. Puede, incluso, que sea un consuelo para ti poner a tus difuntos en la mesa del altar y oír sus nombres. Puede que eso te recuerde su buen ejemplo. Hazlo si es positivo para ti, pero sin pagar contraprestación alguna.

No olvides que la Eucaristía (acción de gracias) es totalmente gratuita, es puro don del Señor,invitación a imitarle: "Haced esto en memoria mía" (Lc 22,19). No hay culpas que pagar, ni sacrificios purificadores, ni méritos que aplicar para sacar a los muertos del "fuego".
Lo que intentamos vivir, bajo el signo de una "comida fraterna", es la vivificante presencia y ejemplo del Señor: amor, unión, paz, alegría… y motivación mutua para caminar hacia los brazos del Padre. Y el ejemplo de los que le siguieron antes que nosotros (nuestros santos y difuntos) nos puede ayudar sobremanera.

¿Todavía crees en el "avaro ídolo" que se queda con tu hambre o tu dinero para "compensar" las culpas de tus muertos? ¿Acaso no descubriste al Dios de los cristianos, todo perdón, todo misericordia, todo atracción, todo gratuidad? Repítelo muchas veces en tu interior: ¡El Dios verdadero es infinita gratuidad! Solo tu cerrazón y alejamiento podrán privarte de su abundancia derramada.

Procura saltar sobre las esperpénticas fórmulas canónicas: "acuérdate…" o "recuerda…". ¿Pero a qué "desmemoriado ídolo" rezamos? ¿Acaso has olvidado tú a tus difuntos? ¿Cómo puede haberlos olvidado su Padre? ¿No se sentiría ofendida una madre terrícola a la que suplicases: acuérdate de tu hijo fallecido? ¿Cómo podemos pronunciar esas necedades? "Guías ciegos…" (Mt 23,16).

Si alguien, desde fuera, observase nuestros rezos oficiales, tendría que concluir que oramos a un "dios con alzhéimer", al que hay que repetir y repetir que no olvide. No hemos leído la Escritura y no creemos en el Dios verdadero que jamás olvida a sus hijos: "Estoy a la puerta y llamo..." (Ap 3,20). "¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas? ¡Aunque ella se olvide, yo no te olvidaré!" (Is 49,15). "En la palma de mis manos te llevo tatuado" (Is 49,16). No sigo para no cansarte. Pero sigue tú leyendo, por ejemplo, "El Cantar de los Cantares"...

Me gusta imaginar a nuestros muertos eclosionando bajo la arena como tortuguitas marinas. Unos llegarán más crecidos y otros menos. Unos saldrán muy cerca del agua y otros muy lejos. Pero todos, absolutamente todos, tras la carrera de la última purificación por la arena, se sumergirán en la Inmensidad y encontrarán, por fin, su destino.

Unos lo habrán intuido y gozado ya en esta vida. Para otros será una sorpresa verse liberados de inconsciencias, errores, oscuridades y rebeldías. Se encontrarán con el Padre que negaron o ignoraron y empezarán a comprender…

Tal vez todo eso requiera el esfuerzo que no hicieron en vida, la rehabilitación necesaria para ser capaces de "ver" lo que no quisieron o pudieron ver en esta tierra. Pero cómo será esa rehabilitación pertenece al misterio y no se nos ha revelado. Lo que sabemos con certeza es que "Dios lo será todo en todos" (1Cor 15,28). Esa es nuestra fe, esa nuestra esperanza, esa la alegría de recordar a nuestros muertos.
Por eso, cuando pongas a tus seres queridos sobre el altar, piensa que ya caminan o han llegado a la Luz, sin posible retorno. Nada cambiará con tus rezos, ni el difunto, ni el Dios de la Misericordia que se derrama permanentemente sobre todos: sobre nosotros y sobre ellos.
Lo único que puede cambiar es tu corazón. Todavía estás en camino y puedes elegir. Todavía puedes cambiar e inundar tu vida de bien y paz, para desembarcar más cerca de la Felicidad cuando eclosiones en la ribera del Mar. Tu cambio, tu elección del bien, repercute en la Iglesia universal. Eso te están gritando desde el otro lado -estoy seguro- los que te quieren. Tu propio progreso no te costará un céntimo, solo algún esfuerzo. Pero merece la pena, ya lo verás. ¡Y cómo alegrarás a los que te esperan!

Las bienaventuranzas
Mateo 5, 1-12. Solemnidad de Todos los Santos. Debe ser para nosotros un día de paz y alegría. 

Del santo Evangelio según san Mateo 5, 1-12
Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.

Oración introductoria
Señor, dichoso soy porque hoy puedo dirigirme a Ti para que me ilumines y ayudes a vivir con alegría las bienaventuranzas, camino seguro para la salvación eterna y la felicidad en mi día a día.

Petición
Jesús, dinos cómo asemejarnos más a ti. ¡Parece que nada te turba! Dinos, Queremos ser santos, estar contigo en el Cielo.

Meditación del Papa Francisco
Siempre nos hace bien leer y meditar las Bienaventuranzas. Jesús las proclamó en su primera gran predicación, a orillas del lago de Galilea. Había un gentío tan grande, que subió a un monte para enseñar a sus discípulos; por eso, esa predicación se llama el “sermón de la montaña”. En la Biblia, el monte es el lugar donde Dios se revela, y Jesús, predicando desde el monte, se presenta como maestro divino, como un nuevo Moisés. Y ¿qué enseña? Jesús enseña el camino de la vida, el camino que Él mismo recorre, es más, que Él mismo es, y lo propone como camino para la verdadera felicidad. En toda su vida, desde el nacimiento en la gruta de Belén hasta la muerte en la cruz y la resurrección, Jesús encarnó las Bienaventuranzas. Todas las promesas del Reino de Dios se han cumplido en Él.Al proclamar las Bienaventuranzas, Jesús nos invita a seguirle, a recorrer con Él el camino del amor, el único que lleva a la vida eterna. No es un camino fácil, pero el Señor nos asegura su gracia y nunca nos deja solos. (S.S. Francisco, Mensaje para el XXIX Jornada Mundial de la Juventud).

Reflexión
La conmemoración de todos los santos debe ser para nosotros un día de paz y alegría; Cristo, que el día de su Ascensión regresó a la morada definitiva, no lo hizo solo. Fue el primero de un gran cortejo que por su gracia seguirían todos los santos.

Nosotros también somos miembros de ese honorable cortejo, somos Cuerpo Místico y herederos del tesoro de la Iglesia que es la Comunión de los Santos, a través de la cual queda establecido un vínculo constante y recíproco de amor entre los bienes que reciba cualquier miembro. ¡Cuántas gracias y dones nos alcanzarán los santos mediante su intercesión! ¡cuántos hermanos, algunos de ellos conocidos, y otros en el más absoluto anonimato, profundizaron en Cristo y caminaron junto a Él hacia la Patria! La misma senda que encontraron ellos ante sus pies, la encontramos nosotros en nuestros días, unas veces llana y otras empedrada.

Dispongámonos a emprender este viaje. El Camino es sólo uno, Cristo. No necesitamos equipaje, sólo unas instrucciones que Él mismo nos entregó allá en la montaña, donde nos subió, una vez más, para mostrarnos el corazón del Evangelio, el programa de vida de todo cristiano: las Bienaventuranzas.

Me pregunto si lo que escucharon los discípulos allá en lo alto del monte, era lo que esperaban oír. Cristo, que ya les había conquistado con sus enseñanzas y sus sanaciones, había despertado en ellos una especie de añoranza, añoranza de felicidad, de dicha, de paz, en definitiva, de Dios. "Jesús, dinos cómo asemejarnos más a ti. ¡Parece que nada te turba! Dinos, ¿dónde está ese Reino del que tanto nos hablas? ¿Cómo podemos encontrarlo? ¿Dónde se halla?"

Los que seguían a Cristo habían experimentado su amor y sentían la inquietud de buscar el Reino de Dios. Nosotros, detengámonos en este punto y preguntémonos: ¿cuánto conozco yo a Jesús? ¿Le sigo de modo que despierte en mí el deseo de buscar el Reino de Cristo? ¿Me maravillan su presencia, sus palabras, sus acciones? Para poder profundizar en las bienaventuranzas hay que subir primero la montaña siguiendo a Cristo. No se escoge un camino ascendente si no es porque realmente, en la cumbre, se espera alcanzar el éxito. Por eso, me imagino la sorpresa de sus discípulos al escuchar las pautas para alcanzar tan deseado éxito, ¡nada que ver con sus expectativas! Y es que el Reino de Cristo no es de este mundo; para hallarlo, tenemos que vencer al mundo. Cristo ya lo ha hecho y es el auténtico Bienaventurado.

Propósito
Hoy en especial, meditaré las bienaventuranzas, camino seguro para el Cielo y pediré a los santos, a todos, que me ayuden a seguir su ejemplo para ofrecer mi vida, sacrificios, alegrías, a Dios.

Diálogo con Cristo
Señor, ayúdame a meditar sobre la vida eterna. Mi humanidad no se siente atraída por las bienaventuranzas. Lo que ofreces es maravilloso, pero los espejismos del mundo fácilmente atrapan mi empeño. Quiero vivir con el espíritu de las bienaventuranzas para transformarme y renovar a mi familia y a mi entorno social, haz que no tenga otra ilusión que la de ser santo.

¿Te encontrarás un día entre los grandes?

Todos los Santos. Todavía hay tiempo de ganar un lugar, tu lugar, tu escaño vacío que te espera.

Fiesta de muchos, de muchos valientes, de muchos que ganaron a pulso un galardón eterno.

¡Cuántos son! ¡Qué buenos son! ¡Cómo quisieras ser como ellos! Pero del quisiera al quiero, media un trecho muy grande.

Quisieras ser escritor, quisieras hablar con gracia, quisieras hablar por televisión, quisieras... Por ahí andan millones llevando durante toda la vida sus quisieras en sus pupilas y en su imaginación, y los entierran así, con sus quisieras y unas palabras de tierra.

¡Cuánto quisieras tú encontrarte un día en esa fila de bienaventurados que van llenando los escaños de la gloria! ¿Será tan difícil obtener el boleto? ¿En este momento cómo andarán tus ganancias? ¿Te encontrarás un día entre los grandes?

Son de todas las edades, de todos los tiempos, y aún no concluyen las entradas; entre las que faltan está la tuya. Todavía hay tiempo de ganar un lugar, tu lugar, tu escaño vacío que te espera.

Ser santo fue desde tu infancia un sueño dorado y en tu edad madura es un sueño que no ha muerto, sigue siendo tu meta primera: A veces parece que muere, cuando te revuelcas en tu sangre con el ánimo destrozado, pero te levantas muchas veces, todas las que es necesario, y lo vuelves a intentar. Mientras duren los días, la esperanza está abierta y se puede.

Todos los Santos y el recuerdo de los difuntos

Hoy vivimos exageradamente al día. Tenemos poco tiempo para mirar atrás de vez en cuando y recordar. Los dos primeros días de noviembre nos ayudan a tener un momento de recuerdo para nuestros antepasados. Al principio de este mes celebramos la doble fiesta de Todos los Santos y la conmemoración de los difuntos.

Estas dos fiestas expresan la solidaridad esperanzada con aquellos hermanos nuestros que han atravesado el umbral oscuro de la muerte y han entrado en la condición definitiva de su historia. Esta solidaridad con nuestros antepasados ​​se convierte en un desafío crítico a la mentalidad de nuestro tiempo, que intenta olvidar a los muertos y apartarnos de la comunión con ellos.

La Iglesia es la comunión de los santos, según la expresión tradicional del Símbolo de la fe católica. Así lo decimos en la profesión de fe. Esta comunión, en sus elementos invisibles, existe no sólo entre los miembros de la Iglesia que peregrina en la tierra -que somos nosotros-, sino también entre ésta y todos aquellos que forman parte de la Iglesia celestial o que serán incorporados a ella después de su purificación. Existe una relación espiritual mutua entre todos, y de ahí la importancia de la intercesión de los santos y la oración por los difuntos. En esta fiesta, los cristianos de Oriente precedieron a los cristianos de Occidente en la celebración conjunta de todos los santos. Lo hacían ya en el siglo IV: la Iglesia siríaca, durante el tiempo pascual; la bizantina, inmediatamente después de Pentecostés. En Occidente, fue el papa Bonifacio IV quien en 610 inició la fiesta dedicada a "la Virgen y a todos los mártires". La fiesta de Todos los Santos pone de relieve la vocación universal de los cristianos a la santidad, como nos recordó el Concilio Vaticano II en su documento sobre la Iglesia. El apóstol Juan, en un género literario apocalíptico, nos hace ver esa "muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza y lengua, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritaban con voz potente: ¡La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!"

En esta multitud están todos los santos, no solamente los que han sido canonizados sino también los justos que mueren en gracia de Dios y llegan a la bienaventuranza eterna del cielo. Los santos ocupan un lugar preeminente en la Iglesia, ya que han sido siempre fuente y origen de renovación en las circunstancias más difíciles de la historia de la Iglesia. Así nos lo recordó el papa Francisco el 27 de abril pasado, en la canonización de sus predecesores Juan XXIII y Juan Pablo II. Los santos y santas ponen de relieve y manifiestan, a la vez, los méritos infinitos de la redención de Jesucristo como único salvador.

+ Lluís Martínez Sistach. Cardenal arzobispo de Barcelona

 

Texto de la homilía del Papa en la fiesta de Todos los Santos
Las beatitudes como brújula delante de una cultura de la devastación y del descarte

 Roma, (Zenit.org) Redacción

El santo padre Francisco celebró en el cementerio romano de 'Il Verano', la misa en la festividad de Todos los Santos. El Santo Padre ha comentado la lectura del apocalípsis y el Evangelio de las beatitudes, relacionándolas con la destrucción de lo creado, de la cultura del descarte y de la persecución que tantos sufren por ser cristianos.

A continuación las palabras del Santo Padre.

"Cuando en la primera lectura he escuchado esta voz del ángel que gritó a gran voz, a los cuatro ángeles a los cuales les había sido concedido de devastar la tierra y el mar, de destruir todo. No devasten la tierra, el mar ni las plantas y a mi me vino a la mente una frase que no está aquí pero que está en el corazón de todos nosotros: Los hombres son capaces de hacerlo mejor, somos capaces de devastar la tierra, mejor que los ángeles y esto lo estamos haciendo, esto lo hacemos, devastar lo creado, devastar la vida, devastar las culturas, devastar los valores, devastar la esperanza. Y cuanta necesidad tenemos de la fuerza del Señor, para que nos selle con su amor con su fuerza para detener esta loca carrera de destrucción.

Destrucción de lo que Él nos ha dado, de las cosas más hermosas que hizo para nosotros, para que nosotros las lleváramos adelante, las hiciéramos crecer, dar sus frutos. Cuando estando en la sacristía miraba las fotos de hace tantos años atrás, he pensado, esto que ha sido tan grave y doloroso, esto es nada en comparación de lo que hoy sucede.

El hombre se apropia de todo, se cree Dios, se cree el rey. Y las guerras, las guerras que siguen no a sembrar grano de vida pero a destruir. Es la industria de la destrucción, es un sistema de vida en el que cuando las cosas no se logran arreglar se descartan, se descartan, se descartan a los niños se descartan a los ancianos, se descartan a los jóvenes, sin trabajo. Ha hecho esta cultura del descarte, se descartan los pueblos.

Esta es la primera imagen que me vino cuando sentí esta Lectura.

La segunda imagen en la misma lectura, es esta multitud inmensa que nadie podía contar, de todas las naciones, tribus, pueblos e idiomas.

Los pueblos, la gente, ahora comienza el frío. Estos pobres que tienen que huir para salvar la vida, de sus casas, de sus pueblos al desierto y viven en carpas y sienten en frío, sin medicinas, hambrientos. Porque el dios hombre se ha apropiado de lo creado, de todo lo bonito que Dios hizo para nosotros

¿Pero quién paga la fiesta? Los pequeños, los pobres. Los que de personas terminaron en descarte. Y esto no es historia antigua, sucede hoy. ¡Pero padre esto es lejos! También aquí, sucede hoy.

Y diré aún más, parece que esta gente, que estos niños hambrientos, enfermos, parece que no cuenten, que sean de otra especie, no sean humanos. Esta multitud está delante de Dios y pide: Por favor, salvación; por favor, paz; por favor, pan; por favor trabajo; por favor hijos y abuelos; por favor jóvenes con la dignidad de poder trabajar.

Pero los perseguidos entre ellos, los perseguidos por la fe. 'Uno de los ancianos se dirigió a mi: Quienes son estos vestidos de blanco, quiénes son, de dónde vienen? Son aquellos que vienen de la gran tribulación y que lavaron sus vestiduras volviéndolos cándidos en la sangre del Cordero'.

Y hoy sin exagerar, hoy en el día de todos los santos querría que todos pensáramos a todos ellos, los santos desconocidos, pecadores como nosotros, peor que nosotros, pero destruidos.

A esta multitud de gente que viene de la gran tribulación, la mayor parte del mundo está en tribulación. El Señor santifica a este pueblo pecador como nosotros, lo santifica con la tribulación.

Y al final hay una tercera imagen, Dios. La primera la devastación, segunda las víctimas y tercero Dios.

Dios, nosotros desde ahora somos hijos de Dios, lo hemos escuchado en la segunda lectura, pero lo que seremos aún no ha sido revelado. Pero sabemos que cuando Él se habrá manifestado nosotros seremos similares a Él, porque lo veremos como Él es, o sea la esperanza. Y esta es la bendición del Señor que aún tenemos: la esperanza, la esperanza que tenga piedad de su pueblo, que tenga piedad de éstos que están en la gran tribulación, y también que tenga piedad de los destructores para que se conviertan.

Y así la santidad de la Iglesia va adelante, con esta gente, con esta gente, con nosotros, que veremos a Dios como Él es. Y cuál tienen que ser nuestra actitud si queremos entrar en este pueblo, nuestro, si queremos entrar en ese pueblo y caminar hacia el Padre, en este mundo de devastación, de guerras, de tribulación.

Nuestra actitud la hemos escuchado en el Evangelio, es la actitud de las beatitudes. Solamente ese camino nos llevará al encuentro con Dios. Solamente ese camino nos salvara de la destrucción de la devastación de la tierra, de lo creado, de la moral, de la historia, de la familia, de todo.

Solamente ese camino. Nos hará pasar cosas feas, nos traerá problemas y pasar persecuciones. Pero solamente ese camino nos llevará hacia adelante. Y así este pueblo que tanto sufre hoy por el egoísmo de los devastadores, de nuestros hermanos devastadores, ese pueblo va adelante con las beatitudes, con la esperanza de encontrar a Dios, de ver cara a cara al Señor. Con la esperanza de volvernos santos en ese momento del encuentro definitivo con Él

El Señor nos ayude, nos de la gracia de esta esperanza, y también la gracia del coraje de salir de todo lo que es destrucción, devastación, relativismo de vida, exclusión de los otros, exclusión de los valores, exclusión de todo lo que el Señor nos ha dado, exclusión de la paz. Nos libre de ésto y nos dé la gracia de caminar con la esperanza de encontrarnos y cara a cara con Él y esta esperanza, hermanos y hermanas, no desilusiona.  

PAXTV.ORG