«Al ver a la viuda, el Señor Jesús...le dijo: 'No llores'»
- 02 Noviembre 2014
- 02 Noviembre 2014
- 02 Noviembre 2014
Francisco, durante la misa en el cementerio romano
El Papa denuncia la "industria de la destrucción", fruto de "un sistema que divide y descarta"
Francisco: "Los hombres somos capaces de devastar la Tierra, y lo estamos haciendo"
"El pueblo que tanto sufre hoy por el egoísmo de nuestros hermanos devastadores irá hacia adelante"
Durante esta celebración, que congregó especialmente a gran cantidad de fieles romanos, se expusieron para la veneración de los fieles, las reliquias de los dos Papas canonizados recientemente: Juan XXIII y Juan Pablo II.
(Jesús Bastante).- Destrucción, víctimas... y Dios. Francisco retomó esta tarde una tradición que procedía del pontificado de Juan Pablo II, y que Benedicto XVI había dejado de realizar. En el día de Todos los Santos, Bergoglio se desplazó hasta el cementerio monumental de Campo Verano de Romapara celebrar una Eucaristía en memoria de todos los fallecidos. Varios centenares de personas acompañaron al Papa en una ceremonia sobria y sencilla, marcada por el silencio y el recogimiento.
En una homilía prácticamente improvisada -Francisco apenas bajó la vista para leer el texto oficial- el Papa denunció cómo "los hombres somos capaces de devastar la Tierra, y lo estamos haciendo". "Devastar lo creado, devastar la vida, devastar la cultura, los valores, la esperanza (...). En cuanto prescindimos del amor y de la fuerza del Señor, sacamos nuestra capacidad de destrucción", proclamó Bergolio, mostrando la indignidad de destruir "las cosas tan bellas que Él nos ha dado para que lo hiciéramos crecer y que dieran fruto".
"El hombre, es capaz de todo si se cree Dios. Se cree Dios, se cree el Rey. Y las guerras, las guerras que continúan, no precisamente van a germinar granos de vida, destruyen", prosiguió Francisco, quien denunció "la industria de la destrucción. Es un sistema que divide, que cuando las cosas no sirven, se descartan: se descartan los niños, los ancianos, los jóvenes sin trabajo. Esta devastación es a lo que nos lleva esta cultura del descarte".
"Las personas somos finitas y descartadas, y esto no es historia antigua. Sucede hoy. Ahora En todas partes, sucede hoy", dijo el Papa, quien reclamó "por favor, trabajo. Jóvenes con la dignidad de poder trabajar, y seguridad para los que son perseguidos por su fe".
"Sin exagerar -prosiguió- hoy, día de Todos los Santos, os pido que recordéis que hay santos entre nosotros, pecadores como nosotros, que son destruidos. Gente que viene de la gran tribulación", pues "la mayor parte del mundo está en dificultades".
Tras la devastación y las víctimas, el Papa simbolizó una tercera imagen: Dios. "Somos hijos de Dios. Lo veremos: esta es nuestra esperanza", proclamó Francisco, quien subrayó que "tenemos esperanza de que Dios tendrá piedad de su pueblo, de aquellos que viven en la gran tribulación, y que tenga piedad de los destructores, y se conviertan".
"El camino nos llevará problemas, persecuciones, pero nos hará seguir adelante. Y así el pueblo que tanto sufre hoy por el egoísmo de los devastadores, de nuestros hermanos devastadores, este pueblo irá hacia adelante con la santidad y la esperanza de encontrar a Dios, y ser santos en el momento de encontrarnos definitivamente con Él", aseguró Francisco, pese a la "exclusión de valores, de paz. Tengamos la gracia de caminar con la esperanza de encontrarse con Dios-hombre".
En el discurso no pronunciado, informa Radio Vaticana, el Papa definió como "personas que pertenecen totalmente a Dios" a todos aquellos, la mayor parte desconocidos hombres y mujeres que, en lo escondido, han vivido el ideal de las Bienaventuranzas: han sido pobres de espíritu, es decir humildes; han sentido la aflicción por sus males y por el de los demás; se han comprometido a construir la paz y la concordia, comenzando por sus propios ambientes de vida; han practicado con alegría la misericordia y la caridad; han conservado la pureza del corazón; han sabido elegir con valentía, a costo de ser ridiculizados, incomprendidos, marginados. Dios los recuerda uno por uno, nombre por nombre. "La santidad consiste en una vida filial, a imagen de Jesús", observó también el Papa, puntualizando que "ser santos y ser hijos es la misma cosa".
Durante esta celebración, que congregó especialmente a gran cantidad de fieles romanos, se expusieron para la veneración de los fieles, las reliquias de los dos Papas canonizados recientemente: Juan XXIII y Juan Pablo II. Se dirigieron oraciones especiales por los cristianos perseguidos por causa de la fe y una vez más por los pobres, los sufrientes y los que no tienen esperanza. Al final de la liturgia, el Papa pronunció una oración de bendición de las tumbas.
En las manos de Dios
Los hombres de hoy no sabemos qué hacer con la muerte. A veces, lo único que se nos ocurre es ignorarla y no hablar de ella. Olvidar cuanto antes ese triste suceso, cumplir los trámites religiosos o civiles necesarios y volver de nuevo a nuestra vida cotidiana.
Pero tarde o temprano, la muerte va visitando nuestros hogares arrancándonos nuestros seres más queridos. ¿Cómo reaccionar entonces ante esa muerte que nos arrebata para siempre a nuestra madre? ¿Qué actitud adoptar ante el esposo querido que nos dice su último adiós? ¿Que hacer ante el vacío que van dejando en nuestra vida tantos amigos y amigas?
La muerte es una puerta que traspasa cada persona en solitario. Una vez cerrada la puerta, el muerto se nos oculta para siempre. No sabemos qué ha sido de él. Ese ser tan querido y cercano se nos pierde ahora en el misterio insondable de Dios. ¿Cómo relacionarnos con él?
Los seguidores de Jesús no nos limitamos a asistir pasivamente al hecho de la muerte. Confiando en Cristo resucitado, lo acompañamos con amor y con nuestra plegaria en ese misterioso encuentro con Dios. En la liturgia cristiana por los difuntos no hay desolación, rebelión o desesperanza. En su centro solo una oración de confianza: “En tus manos, Padre de bondad, confiamos la vida de nuestro ser querido” ¿Qué sentido pueden tener hoy entre nosotros esos funerales en los que nos reunimos personas de diferente sensibilidad ante el misterio de la muerte? ¿Qué podemos hacer juntos: creyentes, menos creyentes, poco creyentes y también increyentes?
A lo largo de estos años, hemos cambiado mucho por dentro. Nos hemos hecho más críticos, pero también más frágiles y vulnerables; somos más incrédulos, pero también más inseguros. No nos resulta fácil creer, pero es difícil no creer. Vivimos llenos de dudas e incertidumbres, pero no sabemos encontrar una esperanza. A veces, suelo invitar a quienes asisten a un funeral a hacer algo que todos podemos hacer, cada uno desde su pequeña fe. Decirle desde dentro a nuestro ser querido unas palabras que expresen nuestro amor a él y nuestra invocación humilde a Dios:
“Te seguimos queriendo, pero ya no sabemos cómo encontrarnos contigo ni qué hacer por ti. Nuestra fe es débil y no sabemos rezar bien. Pero te confiamos al amor de Dios, te dejamos en sus manos. Ese amor de Dios es hoy para ti un lugar más seguro que todo lo que nosotros te podemos ofrecer. Disfruta de la vida plena. Dios te quiere como nosotros no te hemos sabido querer. Un día nos volveremos a ver”. José Antonio Pagola. Conmemoración de los difuntos. Marcos 5, 33-39; 16,1-6.
CONMEMORACIÓN DE LOS FIELES DIFUNTOS
La Iglesia, con entrañas de madre, desplaza en la liturgia el ritmo de las lecturas dominicales, para hacer memoria agradecida y orante de los fieles difuntos. Todo ser humano tiene ante sí el hecho insoslayable de la muerte, que a medida que pasan los años la sufre en seres muy queridos, con la posible experiencia de despojo, de dolor, cabe que de nostalgia y de ausencia, hasta es posible que de miedo.
Todas las religiones aspiran de algún modo a una relación con los seres queridos que nos han precedido. En el cristianismo se conmemora a los fieles difuntos y se invita de manera especial a orar por ellos. La clave cristiana es la contemplación de la muerte de Cristo, que padeció, murió y resucitó. La sociedad actual con su cultura presentista, se escabulle, a veces, con una pirueta evasiva, de la realidad de la muerte, y convierte en mueca lo que no soporta, engañándose y llegando así a un muro infranqueable. Son muchas las reacciones posibles ante la verdad y la realidad de lo pasajero de nuestra existencia en este mundo. Los filósofos han reaccionado con pensamientos más o menos estoicos; los ascetas, ante el hecho de tener que morir, han podido anticipar en su cuerpo los rigores del despojo y hasta el desprecio de lo corpóreo.
Hoy parece que no es estética la muerte, ni correcto pensar en ella, a pesar de que todos los días nos llegan noticias de la muerte de personas conocidas, o de accidentes estremecedores, y de violencias exterminadoras. Una reacción actual ante los hechos más dramáticos, que pueden ser de genocidios o de epidemias mortales, es convertirlos en espectáculo, en dialéctica, hasta en piedra arrojadiza contra lo que se siente adverso o amenazador. Los santos han vivido la realidad de la muerte con serenidad, y de su meditación han sacado sabiduría. Han resuelto vivir como quien va de paso. San Francisco de Asís, en el cántico de las criaturas, se atreve a decir: “Y por la hermana muerte, loado mi Señor”. Sam Ignacio de Loyola invita en los Ejercicios Espirituales a meditar sobre las postrimerías, en concreto sobre la muerte: “No querer pensar en cosas de placer ni alegría, como de gloria, resurrección, etc.; porque para sentir pena, dolor y lágrimas por nuestros pecados impide cualquier consideración de gozo y alegría; mas tener delante de mí quererme doler y sentir pena, trayendo más en memoria la muerte, el juicio” (EE 76). Es lapidaria la frese del duque de Gandía, San Francisco de Borja, sucesor de San Ignacio de Loyola, quien al ver muerta a la emperatriz a la que tanto había amado, resolvió “no servir más a señor que se me pueda morir”.
Santa Teresa de Jesús, como pedagogía y disposición adecuadas, ante el paso que todos deberemos dar de dejar esta vida, nos enseña a vivir desasidos: “¡Oh, si no estuviésemos asidos a nada ni tuviésemos puesto nuestro contento en cosa de la tierra, cómo la pena que nos daría vivir siempre sin Él (Cristo) templaría el miedo de la muerte con el deseo de gozar de la vida verdadera!” (Vida 21, 6).
Evangelio según San Mateo 25,31-46.
Jesús dijo a sus discípulos: "Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: 'Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver'. Los justos le responderán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber?
¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?'. Y el Rey les responderá: 'Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo'. Luego dirá a los de su izquierda: 'Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron'. Estos, a su vez, le preguntarán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?'. Y él les responderá: 'Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo'. Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna".
San Braulio de Zaragoza (c.590-651), obispo. Carta 19; PL 80, 665
«Al ver a la viuda, el Señor Jesús...le dijo: 'No llores'» (Lc 7,13)
Cristo, esperanza de los creyentes, no da el nombre de muertos a los que han dejado ya este mundo sino dormidos, cuando dice; «Lázaro, nuestro amigo, se ha dormido» (Jn 11,11); el apóstol Pablo, a su vez, no quiere que estemos «afligidos a causa de los que se han dormido» (1Tes 4,13). Por eso, si nuestra fe cree que «todos los que creen» en Cristo, según dice el Evangelio «no morirán jamás» (Jn 11,26), sabemos que él mismo no ha muerto y que nosotros tampoco moriremos. Porque «a la orden dada por la voz de un arcángel y por la trompeta de Dios, el mismo Señor bajará del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán» (1Tes 4,16). Así pues, que la esperanza de la resurrección nos llene de valentía, puesto que volveremos a ver a los que hemos perdido. Es importante que creamos firmemente en él, es decir, que obedezcamos sus preceptos, porque pone todo su supremo poder en levantar a los muertos lo que hace más fácilmente que nosotros despertar a los que duermen.
Esto es lo que decimos, y sin embargo, yo no sé por qué sentimiento, nos refugiamos en las lágrimas, y el sentimiento de dolor debilita nuestra fe.
Desgraciadamente ¡cuán penosa es la condición del hombre, y cuán vana nuestra fe sin Cristo! Pero tú, muerte, que eres cruel hasta llegar a romper la unión de los esposos y separar a los que la amistad ha unido, desde ahora tu fuerza ha sido aplastada. Desde ahora tu yugo despiadado ha sido roto por aquel que te amenazó por las palabras del profeta Oseas: «Oh muerte, yo seré tu muerte» (Os 13,14 Vulg). Por eso, con el apóstol Pablo lanzamos este desafío: «Oh muerte ¿dónde está tu victoria? Oh muerte, ¿dónde está tu aguijón venenoso?» (1C 15,55). Nos ha rescatado el que te ha vencido, entregó su amada alma a manos de los impíos, para hacer de ellos sus amados.
Sería demasiado largo recordar lo que en las santas Escrituras nos puede traer a todos la consolación. Que nos sea suficiente esperar en la resurrección y levantar nuestras miradas hacia la gloria donde está nuestro Redentor, porque es en él que estamos ya resucitados, que es como nos lo hace pensar nuestra fe, según la palabra del apóstol: «Si hemos muerto con Cristo creemos que también viviremos con él» (2Tes 2,11).
SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS Ap 7, 2-4.9-14: 1Jn 3, 1-3; Mt 5, 1-12
"Hosanna a nuestro Dios y al Cordero", grita con todas sus fuerzas la inmensa multitud los santos que hoy celebramos. Glorifican el Padre y Jesucristo inmolado y resucitado - porque él es el Cordero al que hace referencia el libro del Apocalipsis, en la primera lectura que hemos escuchado. Glorifican el Padre y Jesús, el Señor, movidos por el Espíritu Santo que les ha llevado al conocimiento de la verdad completa (cf. Jn 16, 13). Hoy, hermanos y hermanas, celebramos la inmensa multitud de los santos, hombres y mujeres, de todas las edades, de todas las lenguas y culturas, de todas las condiciones sociales, de todos los continentes. Son los que han vivido con amor el espíritu de las bienaventuranzas, que constituyen la quintaesencia del Evangelio.
Celebramos todos los hombres y mujeres, conocidos o desconocidos, que ya disfrutan de la vida para siempre en Dios. "Hosanna a nuestro Dios y al Cordero". Es bien justo que los santos glorifiquen Jesucristo, el Cordero sacrificado en la cruz. Porque han llegado a participar de la gloria de Dios por el hecho de haber procurado vivir intensamente el espíritu de las bienaventuranzas, aunque en algunos pueda haber sido sólo al final de su vida o en la opción póstuma antes de entregar el último aliento. Lo han podido hacer porque se han abierto a la fuerza de la gracia de Jesucristo, capaz de transformar la oscuridad en luz, la debilidad humana en vigor espiritual, el pecado en camino de santidad.
"Hosanna a nuestro Dios y al Cordero". Dios Padre, que ama todas las cosas que ha llamado a la existencia, se mira siempre la humanidad unida a Jesucristo, ya cada uno de los sus miembros nos ha dado la vocación de ser imagen del Hijo de Dios hecho hombre y de compartir la grandeza de su filiación divina. Vino a ser uno más, hombre entre los hombres, para incorporar a él toda la humanidad y salvarla .. Los santos, todos los hombres y mujeres de Dios que hoy veneramos, son los que han llevado a buen término esta vocación de convertirse en semejantes a Jesucristo. Por ello, han vivido las bienaventuranzas, que, además ser el retrato espiritual de Cristo, son el camino de la plena realización humana. son el camino que lleva, a través de llevar la propia cruz, a la alegría perfecta, según la expresión de San Francisco (cf. Florecillas, 8), y encontrarse con Dios Padre. las bienaventuranzas marcan el camino de la humildad que lleva a la sencillez de espíritu, a la compasión de corazón, a trabajar por la paz y para que la bondad y la justicia vayan alcanzando la primacía en el mundo. Quien recorre este camino de las bienaventuranzas, encuentra consuelo del Espíritu Santo en los momentos de duelo, en los momentos de incomprensión, de calumnia y de persecución. Y encuentra una joya inexpresable en los momentos de intensidad espiritual, que de una manera u otra hace brotar en lo más íntimo de uno mismo el grito: "Hosanna a nuestro Dios y al Cordero".
Al contemplar hoy la gloria de los santos y el camino fundamental que les ha llevado en las circunstancias más diversas, nos damos cuenta del riesgo que es querer vivir para nosotros mismos con una vida cómoda y fácil, con una vida cerrada a las necesidades de otros, porque es camino de infelicidad y aleja de Dios, por decirlo con palabras de san Benito (cf. RB 72, 1). Y, en cambio, nos damos cuenta de la joya que nace en el propio interior si procuramos vivir el espíritu de las bienaventuranzas, que es vivir para Jesucristo y como Jesucristo. Dada nuestra debilidad y sujetos al pecado como todavía estamos, el Espíritu Santo viene a ayudarnos a recorrer el camino de las bienaventuranzas, que conduce a la intimidad con Jesucristo, que hace vivir un amor pacífico a la verdad, y el celo para buscar el bien de los hermanos. Cada uno debe hacerlo desde su condición de vida, monjes, sacerdotes, diáconos, religiosos, casados, solteros, viudos, intelectuales, trabajadores, amas de casa, estudiantes, monaguillos, etc. También los políticos y los servidores de la cosa pública, si lo hacen desinteresadamente y con voluntad de servicio, rehuyendo la tentación fácil de aprovecharse del cargo y de caer en la corrupción. Todos tenemos delante el camino segurísimo para llegar a la honestidad de vida, a la unión con Cristo, a la santidad, a ser hijos de Dios en plenitud (cf. Rm 8, 14). Si nosotros procuramos ser fieles a Jesucristo en esta vida, él también nos será ahora y nos llevará después a la vida de la gloria (cf. 2 Tm 2, 13). Cuanto más nos dejamos impregnar por la santidad, más avanzaremos en la caridad, en la paz y en la alegría. Por eso, ya ahora nuestra vida debe ser, tanto en lo íntimo de corazón como en los actos, una alabanza guiados por el Espíritu, un "Hosanna a nuestro Dios ya del Cordero ". Los cristianos que todavía peregrinamos en la tierra, cuando dejamos que Jesucristo transforme nuestro interior, nos sentimos atraídos hacia la gloria de Dios donde están los santos, nos sentimos atraídos porque Dios nos llama desde lo más íntimo de nosotros mismos. Y saber la felicidad de la que gozan los santos, después de su trabajo espiritual, nos conforta en nuestro combate de cada día para renovar constantemente nuestro corazón y por transformar nuestro entorno según el espíritu de las bienaventuranzas. Los santos son fruto de la victoria de Cristo y unidos a él interceden por la Iglesia, por la humanidad. una Iglesia que abarque la humanidad, destinada a estar íntimamente unida a Jesucristo, como una esposa al esposo enamorado hasta que él la pueda hacer a manos del Padre sin mácula, toda santa y gloriosa (Ef 5, 25-27). La Eucaristía nos une a la multitud de los santos que celebramos como corona de Jesucristo, el primero de los cuales es Santa María, la Madre del Señor. Por eso, uniendo las nuestras voces a las de ellos gracias al Espíritu Santo, podemos cantar el himno de la gloria de Dios: "Hosanna a nuestro Dios y al Cordero", "Hosanna en el cielo".
MUCHEDUMBRE INMENSA
Apocalipsis 7,2-4. 9-14; Sal 23, 1-2. 3-4ab. 5-6; Juan 3, 1-3; Mateo 5, 1-12a
“Después de esto apareció en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar,” (…) “Éstos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero.” Hoy celebramos la fiesta de todos los santos. Este día en que la Iglesia celebra a la multitud de intercesores, conocidos y desconocidos, que piden por nosotros ante Dios y le alaban por la eternidad. Es una realidad consoladora, el saber que tantos y tantos piden por nosotros. Mártires, confesores de la fe, niños, madres de familia, padres abnegados, jóvenes generosos, ancianos piadosos, y todo el largo etcétera que podamos pensar. Son los que pueden decir con San Juan: “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!” y les gustaría que nos enterásemos en esta vida de una manera definitiva y radical.
Yo quiero estar en ese grupo. No me gusta lo que ahora llaman la “noche de Halloween,” en que la gente se disfraza de muertos, monstruos o de E.T. Tendría que ser la noche de los santos. Noche que, tal vez pasada en oración, nos decidiésemos a ser santos de verdad. Que podamos decir, con las bienaventuranzas: “Somos dichosos.” Seguramente tengamos penas, seamos pobres, nos falte justicia a nuestro alrededor, luchemos por tener el corazón limpio y la paz brille por su ausencia. Pero sabemos que es una realidad posible, con la gracia de Dios y que lo será, por su misericordia, en el reino de los cielos. Los cristianos no miramos el futuro con temor si tenemos el corazón enamorado. Si nuestro amor es tacaño, raquítico, esquelético o intentamos engañarnos a nosotros mismos y a Dios, tendremos miedo de encontrarnos con Dios; pero como confío en que no es así, miramos el presente con la ilusión de servir a Dios, de seguir “lavando y blanqueando nuestras vestiduras” que tantas veces el pecado mancha, y con la confianza de tener un Padre-Dios que jamás nos olvida. Será una maravilla esperar la resurrección de la carne, volver a encontrar a los eres queridos, y querer en Dios a todos los seres. No seremos otros, una recreación de nosotros mismos, seremos tu y yo que por la misericordia de Dios nos encontraremos en el cielo. Pero para eso no basta ser bueno, hay que querer ser santo. El dogma de la Asunción de la Virgen en cuerpo y alma a los cielos repatea a tantos pues no quieren reconocer el cariño especialísimo que Dios tiene por cada uno, y en especial por su Madre. Pídele a ella que te de grandes deseos de ser santo. Sí Dios quiere y nosotros nos dejamos, nos veremos en el cielo.
Vengan, benditos de mi Padre
Mateo 25, 31-46. Fieles Difuntos. Venid: la invitación personal a acercarnos sin temor; venid a mi amor.
Del santo Evangelio según san Mateo 25, 31-46
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Cuando venga el Hijo del hombre, rodeado de su gloria, acompañado de todos sus ángeles, se sentará en su trono de gloria. Entonces serán congregadas ante él todas las naciones, y él apartará a los unos de los otros, como aparta el pastor a las ovejas de los cabritos, y pondrá a las ovejas a su derecha y a los cabritos a su izquierda.
Entonces dirá el rey a los de su derecha: ‘Vengan, benditos de mi Padre; tomen posesión del reino preparado para ustedes desde la creación del mundo; porque estuve hambriento y me dieron de comer, sediento y me dieron de beber, era forastero y me hospedaron, estuve desnudo y me vistieron, enfermo y me visitaron, encarcelado y fueron a verme’. Los justos le contestarán entonces: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o encarcelado y te fuimos a ver?’ Y el rey les dirá: ‘Yo les aseguro que, cuando lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron’.
Entonces dirá también a los de la izquierda: ‘Apártense de mí, malditos; vayan al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles; porque estuve hambriento y no me dieron de comer, sediento y no me dieron de beber, era forastero y no me hospedaron, estuve desnudo y no me vistieron, enfermo y encarcelado y no me visitaron’.
Entonces ellos le responderán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de forastero o desnudo, enfermo o encarcelado y no te asistimos?’ Y él les replicará: ‘Yo les aseguro que, cuando no lo hicieron con uno de aquellos más insignificantes, tampoco lo hicieron conmigo’. Entonces irán éstos al castigo eterno y los justos a la vida eterna”.
Oración introductoria
Señor, conmemorar a los difuntos me recuerda lo pasajero de mi vida. Por eso inicio mi oración pidiendo perdón por mis caídas, por dejarme atrapar tan fácilmente por los espejismos del mundo. Deseo vivir con el apremio de hacer rendir el tiempo que me concedes para amarte más, a Ti y a los demás.
Petición
Jesús, ayúdame a que esta meditación me recuerde que la vida es para llegar al día del juicio con las manos llenas de obras de misericordia.
Meditación del Papa Francisco
209. Jesús, el evangelizador por excelencia y el Evangelio en persona, se identifica especialmente con los más pequeños. Esto nos recuerda que todos los cristianos estamos llamados a cuidar a los más frágiles de la tierra. Pero en el vigente modelo “exitista” y “privatista” no parece tener sentido invertir para que los lentos, débiles o menos dotados puedan abrirse camino en la vida.
210. Es indispensable prestar atención para estar cerca de nuevas formas de pobreza y fragilidad donde estamos llamados a reconocer a Cristo sufriente, aunque eso aparentemente no nos aporte beneficios tangibles e inmediatos: los sin techo, los toxico dependientes, los refugiados, los pueblos indígenas, los ancianos cada vez más solos y abandonados, etc. Los migrantes me plantean un desafío particular por ser Pastor de una Iglesia sin fronteras que se siente madre de todos. (S.S. Francisco, Exhortación apostólica Evangelii gaudium, n. 209-210).
Reflexión
Las palabras más bellas que pueda Dios decir a una criatura son ésas: ‘Venid’: la invitación personal a acercarnos sin temor; venid a mi mesa, venid a mi huerto, entrad en mi amistad.
Benditos de mí Padre: Tener la bendición de Dios en la vida es la máxima seguridad, porque esa bendición transforma tu vida entera en una amorosa felicidad.
A tomar posesión del Reino de los Cielos: Te daré la mitad de mi Reino, te doy mi Reino, se nos dice aquí; el Reino de Dios, ¡qué grande es, qué hermoso es, qué tuyo es! Aquí tienes la llave, pequeño príncipe del gran Reino. Te sonaba muy exigente el precio, porque te hablaban de cruz y renuncia, y ahora que eres dueño del castillo, ¿qué opinas? ¿Barato, muy caro, inefable? "Juego de niños", dijo uno del precio, cuando se lo mostraron, aunque lo maltrataron como a un mártir, y apostó por ese Reino; nadie se lo pudo arrebatar.
¿Por qué luchas en la vida? ¿Por qué te matas y trabajas y oras? ¡Qué rico eres y qué rico vas a ser, cuando te entreguen las llaves de un Reino eterno! Tienes que saber esperar y luchar y morir por ese Reino.
Tienes que estar en pie de lucha, debes funcionar con metas, estar hecho de urdimbre de guerrero.
Disfruta de la lucha también en las artes de la paz, y pelea por la santidad lo mismo que por ganar almas para Dios.
La vida bien entendida es lucha, aventura apasionante, en la que se debe escalar la alta cima con lo mejor del propio esfuerzo, con todo lo que dé el alma y las uñas y el corazón.
En marcha pues, luchador; ármate de valor y fuego, de hambre de Dios y de cumbres: las cumbres te esperan.
Dios te dice desde arriba: Te espero, te he esperado muchos siglos; aquí te quiero ver, herido, rasguñado, enflaquecido por el esfuerzo, pero entero el corazón, para darte el eterno abrazo de la victoria. En marcha, luchador, te esperan las cumbres.
Has caído en mil batallas y ésa es la brecha abierta en tus murallas, pero hoy es tu fe más grande que todas las derrotas sufridas, y debes surgir de tus cenizas como el Ave Fénix.
¿Puedes? Si crees, puedes, apoyado en el Dios de los ejércitos.
Propósito
Está visto que para llegar a santo tienes que pelear mil batallas pequeñas y grandes, y admitir en el presupuesto también polvo y derrotas; no será fácil, nunca lo ha sido; por eso solo unos pocos se arriesgan. ¿Quieres ser de esos pocos?, ¿quieres pagar el precio y correr la aventura de Dios, la sagrada aventura de los grandes hombres? Te animan otros que tan pobres como tú, tan miserables como tú, tan nada como tú, supieron llegar. Tú llegarás como ellos.
Francisco, en el Angelus de hoy
El Papa pide "acordarse de aquellos a los que nadie recuerda" en el día de difuntos
Francisco clama por "las víctimas de las guerras y la violencia, y los pequeños que mueren de hambre"
Bergoglio recuerda a los asesinados "por ser cristianos" y quienes dan su vida "por servir a los demás"
"La muerte es un sueño del cual Jesús nos despierta. Es bonito pensar que será Jesucristo quien nos despertará
(Jesús Bastante).- En el día de difuntos, hay que acordarse "de aquellos a los que nadie recuerda". Esta fue la base del Angelus de este domingo, en el que Francisco, ante una abarrotada plaza de San Pedro, clamó por "las víctimas de las guerras y la violencia, los pequeños que mueren víctimas del hambre" y "los hermanos y hermanas muertos por ser cristianos y cuantos han sacrificado su vida por servir a los demás".
Lucía el sol en todo su esplendor, en un día en el que Francisco quiso saludar especialmente a un grupo que trabaja con terapias de la risa en hospitales. "La alegría y las lágrimas, íntimamente unidas en estas dos jornadas", apuntó el Papa recordando Todos los Santos y Día de Difuntos, "en una síntesis que fundamentan la fe y la esperanza".
Quiso el Papa agradecer "al Padre que nos libera del sufrimiento y de la muerte", y recordó la tradición de visitar a los familiares muertos y cuidar los cementerios. "La muerte es un sueño del cual Jesús nos despierta. Es bonito pensar que será Jesucristo quien nos despertará", abundó Francisco.
"La tradición de la Iglesia siempre ha exhortado a rezar por los difuntos, particularmente ofreciendo por ellos la celebración eucarística", señaló Bergoglio, haciendo especial hincapié "en los más abandonados".
Este fue el resumen de Radio Vaticana:
En la Solemnidad de Todos los Fieles Difuntos, el Papa Francisco rezó el Ángelus dominical junto a miles de fieles romanos y peregrinos procedentes de Italia y de diversos países que se dieron cita en la Plaza de San Pedro para escuchar sus palabras y recibir su bendición.
Recordando la celebración de Todos los Santos en el día de ayer, el Obispo de Roma destacó el vínculo que une estas dos solemnidades, unidas entre ellas como "la alegría y las lágrimas encuentran en Jesucristo una síntesis que es fundamento de nuestra fe y de nuestra esperanza".
Jesús mismo nos ha revelado que la muerte del cuerpo es como un sueño del cual Él nos despierta, y con esta fe, constató el Papa, nos detenemos también espiritualmente ante las tumbas de nuestros seres queridos.
Pero hoy, subrayó el Obispo de Roma, estamos llamados a recordar a todos, también aquellos que nadie recuerda: las víctimas de las guerras y de las violencias, tantos pequeños del mundo aplastados por el hambre y por la miseria. Los hermanos y hermanas asesinados por ser cristianos y cuantos han sacrificado su vida por servir a los demás.
Invitando a confiar al Señor a quienes nos han dejado en el curso de este último año, el Papa recordó la tradición de la Iglesia que exhorta a rezar por los difuntos ofreciendo, en particular, la Celebración Eucarística. Y destacó que el fundamento de la oración del sufragio se encuentra en la comunión del Cuerpo Místico.
El recuerdo de los difuntos, el cuidado de los sepulcros y los sufragios , agregó el Pontífice, son testimonio de una confiada esperanza, radicada en la certeza que la muerte no es la última palabra sobre el destino humano, porque el hombre no está destinado a una vida sin límites, que tiene su raíz y su cumplimiento en Dios.
Finalmente, la invitación a dirigirnos con "esta fe en el destino supremo del hombre" a la Virgen, para que ella, Puerta del cielo, nos ayude a comprender siempre más el valor de la oración de sufragio por los difuntos y a no perder jamás de vista la meta última de la vida que es el Paraíso.