Fieles Difuntos
- 02 Noviembre 2018
- 02 Noviembre 2018
- 02 Noviembre 2018
Evangelio según San Mateo 25,31-46.
Jesús dijo a sus discípulos:
"Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso.
Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos,
y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda.
Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: 'Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo,
porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron;
desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver'.
Los justos le responderán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber?
¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos?
¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?'.
Y el Rey les responderá: 'Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo'.
Luego dirá a los de su izquierda: 'Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles,
porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber;
estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron'.
Estos, a su vez, le preguntarán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?'.
Y él les responderá: 'Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo'.
Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna".
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna
Santo Evangelio según San Juan 6, 51-58. Fiesta de los fieles difuntos.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Gracias, Señor, por darme un día más de vida. Ayúdame a valorar más este don y a disfrutar el tiempo que tengo con aquellos que amo. Haz, Señor, que descubra tu mano amorosa que nos guía y conduce hacia ti.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 6, 51-58
En aquel tiempo, Jesús digo a los judíos: "Yo soy el pan vivo, que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida".
Entonces los judíos se pusieron a discutir entre sí: "¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?"
Jesús les dijo: "Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes.
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Como el Padre, me ha enviado, posee la vida y yo vivo por él, así también el que me come vivirá para mí.
Éste es el pan que ha bajado del cielo: no es como el maná que comieron sus padres, pues murieron.
El que como de este pan vivirá para siempre".
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Muchas personas que amamos ya no están con nosotros. Si alguno todavía no ha experimentado la pérdida de un ser querido ha de saber que algún día lo hará. Nos parece injusto, e incluso incomprensible, el hecho de tener que soportar ese dolor. ¡Claro! Es que estamos hechos para la vida y no para la muerte.
Jesús, siendo Dios, lo sabe muy bien. Él es la Palabra que nos hizo y que conoce los deseos más ocultos de nuestro corazón. Es por eso que nos quiere salvar de la angustia de la muerte y darnos la alegría de la vida. Promete a todo aquel que coma su cuerpo y beba su sangre la vida, y el consuelo de saber que ésta durará para siempre.
Así es que, sólo con la fe en Él y sus palabras, podemos acoger realmente el misterio de la muerte, que no es el arrebato total de la vida sino la promesa de una que no tendrá fin.
Estas palabras remiten al sacrificio de Cristo en la cruz. Él aceptó la muerte para salvar a los hombres que el Padre le había entregado y que estaban muertos en la esclavitud del pecado. Jesús se hizo nuestro hermano y compartió nuestra condición hasta la muerte; con su amor rompió el yugo de la muerte y nos abrió las puertas de la vida. Con su cuerpo y su sangre nos alimenta y nos une a su amor fiel, que lleva en sí la esperanza de la victoria definitiva del bien sobre el mal, sobre el sufrimiento y sobre la muerte. En virtud de este vínculo divino de la caridad de Cristo, sabemos que la comunión con los muertos no es simplemente un deseo, una imaginación, sino que se vuelve real.
(Homilía de S.S. Francisco, 3 de noviembre de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Iré a la Iglesia y rezaré por mis familiares difuntos.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
La Eucaristía es prenda de inmortalidad. Quien comulga aquí en la tierra está ya alimentándose con el germen de la vida eterna.
En dos sentidos quiero enfocar mi reflexión: primero, la Eucaristía es prenda de inmortalidad; y segundo, en cada Eucaristía yo debo también morir con Cristo a mis tendencias malas para resucitar con Él a una vida nueva.
Primero, la Eucaristía es prenda de inmortalidad.
Nadie quiere morir. Todos queremos vivir. Por eso el hombre huye de la muerte. Es un instinto que tenemos.
La historia del hombre está definida y determinada por un comienzo y un fin. Lo mismo que el mundo, el hombre se comprende si examinamos su origen y su fin. Esta peregrinación debe tener un sentido que sólo se alcanza a la luz de la fe. “Mientras toda imaginación fracasa ante la muerte, la Iglesia, aleccionada por la Revelación divina, afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz situado más allá de las fronteras de la miseria terrestre” (Gaudium et spes, 49).
La muerte no admite excepciones: todos hemos de morir, pues todos nacimos manchados con el pecado original, autor de la muerte, como nos dice la carta a los Romanos 5, 12. Y un día nos tocará a nosotros, pues “lo mismo muere el justo y el impío, el bueno y el mal, el limpio y el sucio, el que ofrece sacrificios y el que no. La misma muerte corre para el bueno que para el que peca. El que jura, lo mismo que el que teme el juramento. De igual modo se reducen a pavesas y a cenizas hombres y animales” (San Jerónimo, Epístola 39). Todo acabará: cada cosa a su hora.
Pero el hombre se resiste a morir. No quiere morir.
A este deseo profundo de vivir siempre y eternamente ha venido a dar respuesta la Eucaristía. Cristo nos dijo: “El que coma mi carne vivirá para siempre y no morirá”.
La Eucaristía es prenda de inmortalidad. Quien comulga aquí en la tierra está ya alimentándose con el germen de la vida eterna. Su alma, que ya desde su creación Dios hizo inmortal, con la comunión se hace más transparente, más limpia, más fuerte, más brillante, para gozar de la eternidad de Dios cuando se tenga que separar del cuerpo con la muerte temporal.
Segundo, en cada Eucaristía yo tengo que morir a mí mismo.
Cristo instituyó la Eucaristía la víspera de su muerte, en la noche en que se entregó. Por eso, a la santa Misa se le llama con toda propiedad Santo Sacrificio, porque ahí Cristo renueva su sacrificio en la cruz, aunque de manera incruenta. Cristo vuelve a morir por la humanidad.
Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos la muerte del Señor hasta que él vuelva, nos dice san Pablo en 1 Corintios 11, 26.
Muerte mística de Cristo. En cuántas iglesias podemos percibir esta realidad. Ese altar es una tumba que encierra huesos de mártires. Encima preside una cruz, alumbrada con una lámpara, como en las tumbas. Envuelve la Santa Hostia el Corporal, nuevo sudario. Cuántas casullas que el sacerdote se pone al celebrar la santa Misa tienen por adelante y por atrás el signo de la cruz, símbolo de la muerte. Todo nos recuerda a ese Cordero inmolado por nuestros pecados y para nuestra salvación.
Y en la comunión consumimos ese sacrificio de Cristo, y con su muerte Él nos da su vida divina.
¿Por qué quiso Cristo establecer una relación tan íntima entre el sacramento de la Eucaristía y su muerte?
Primero, para recordarnos el precio que le costó su sacramento. La Eucaristía es el fruto de la muerte de Jesús. La Eucaristía es un testamento, un legado, que sólo tiene efecto por la muerte del testador. Jesús necesitó morir para convalidar su testamento.
Segundo, para volvernos a decir incesantemente cuáles deben ser los efectos de la Eucaristía en nosotros. En primer lugar, nos debe hacernos morir al pecado y a las inclinaciones viciosas; en segundo lugar, morir al mundo, crucificándonos con Jesús y exclamando con san Pablo: “Para mí el mundo está crucificado y yo para el mundo”. Finalmente, morir a nosotros mismos, a nuestros gustos, deseos y sentidos, para revestirnos de Jesús de tal forma que Él viva en nosotros y que nosotros seamos apenas sus miembros, dóciles a su Voluntad.
En tercer lugar, Cristo quiso establecer una relación íntima entre la Eucaristía y su muerte para hacernos partícipes de su resurrección gloriosa. Cristo mismo como que “se siembra él mismo” en nosotros con la comunión. Al Espíritu Santo cabe reanimar ese germen y darnos nuevamente la vida, Vida gloriosa que nunca tendrá fin.
Aquí están algunas de las razones que llevaron a Cristo a envolver en insignias de muerte este sacramento de la Eucaristía, sacramento de Vida verdadera, sacramento donde reina glorioso y triunfa su amor.
Cristo quiso ponernos incesantemente sobre los ojos cuánto le costamos y cuánto debemos hacer para corresponder a su amor.
Terminemos diciendo con toda la Iglesia:
“Oh Dios, que en este sacramento admirable nos dejaste el Memorial de tu Pasión, concédenos venerar de tal modo los sagrados misterios de tu Cuerpo y Sangre, que experimentemos constantemente en nosotros los frutos de tu Redención. Amén”.
Fieles difuntos
Memoria litúrgica, 2 de noviembre
Conmemoración de todos los fieles difuntos. La Santa Madre Iglesia, después de su solicitud en celebrar con las debidas alabanzas la dicha de todos sus hijos bienaventurados en el cielo, se interesa ante el Señor en favor de las almas de cuantos nos precedieron con el signo de la fe y duermen en la esperanza de la resurrección, y por todos los difuntos desde el principio del mundo, cuya fe sólo Dios conoce, para que, purificados de toda mancha del pecado y asociados a los ciudadanos celestes, puedan gozar de la visión de la felicidad eterna.
Un poco de historia
La tradición de rezar por los muertos se remonta a los primeros tiempos del cristianismo, en donde ya se honraba su recuerdo y se ofrecían oraciones y sacrificios por ellos.
Cuando una persona muere ya no es capaz de hacer nada para ganar el cielo; sin embargo, los vivos sí podemos ofrecer nuestras obras para que el difunto alcance la salvación.
Con las buenas obras y la oración se puede ayudar a los seres queridos a conseguir el perdón y la purificación de sus pecados para poder participar de la gloria de Dios.
A estas oraciones se les llama sufragios. El mejor sufragio es ofrecer la Santa Misa por los difuntos.
Debido a las numerosas actividades de la vida diaria, las personas muchas veces no tienen tiempo ni de atender a los que viven con ellos, y es muy fácil que se olviden de lo provechoso que puede ser la oración por los fieles difuntos. Debido a esto, la Iglesia ha querido instituir un día, el 2 de noviembre, que se dedique especialmente a la oración por aquellas almas que han dejado la tierra y aún no llegan al cielo.
La Iglesia recomienda la oración en favor de los difuntos y también las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia para ayudarlos a hacer más corto el periodo de purificación y puedan llegar a ver a Dios. "No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos".
Nuestra oración por los muertos puede no solamente ayudarles, sino también hacer eficaz su intercesión a nuestro favor. Los que ya están en el cielo interceden por los que están en la tierra para que tengan la gracia de ser fieles a Dios y alcanzar la vida eterna.
Para aumentar las ventajas de esta fiesta litúrgica, la Iglesia ha establecido que si nos confesamos, comulgamos y rezamos el Credo por las intenciones del Papa entre el 1 y el 8 de noviembre, “podemos ayudarles obteniendo para ellos indulgencias, de manera que se vean libres de las penas temporales debidas por sus pecados”. (CEC 1479)
Costumbres y tradiciones.
El altar de muertos
Es una costumbre mexicana relacionada con el ciclo agrícola tradicional. Los indígenas hacían una gran fiesta en la primera luna llena del mes de noviembre, para celebrar la terminación de la cosecha del maíz. Ellos creían que ese día los difuntos tenían autorización para regresar a la tierra, a celebrar y compartir con sus parientes vivos, los frutos de la madre tierra.
Para los aztecas la muerte no era el final de la vida, sino simplemente una transformación. Creían que las personas muertas se convertirían en colibríes, para volar acompañando al Sol, cuando los dioses decidieran que habían alcanzado cierto grado de perfección.
Mientras esto sucedía, los dioses se llevaban a los muertos a un lugar al que llamaban Mictlán, que significa “lugar de la muerte” o “residencia de los muertos” para purificarse y seguir su camino.
Los aztecas no enterraban a los muertos sino que los incineraban.
La viuda, la hermana o la madre, preparaba tortillas, frijoles y bebidas. Un sacerdote debía comprobar que no faltara nada y al fin prendían fuego y mientras las llamas ardían, los familiares sentados aguardaban el fin, llorando y entonando tristes canciones. Las cenizas eran puestas en una urna junto con un jade que simbolizaba su corazón.
Cada año, en la primera noche de luna llena en noviembre, los familiares visitaban la urna donde estaban las cenizas del difunto y ponían alrededor el tipo de comida que le gustaba en vida para atraerlo, pues ese día tenían permiso los difuntos para visitar a sus parientes que habían quedado en la tierra.
El difunto ese día se convertía en el "huésped ilustre" a quien había de festejarse y agasajarse de la forma más atenta. Ponían también flores de Cempazúchitl, que son de color anaranjado brillante, y las deshojaban formando con los pétalos un camino hasta el templo para guiar al difunto en su camino de regreso a Mictlán.
Los misioneros españoles al llegar a México aprovecharon esta costumbre, para comenzar la tarea de la evangelización a través de la oración por los difuntos.
La costumbre azteca la dejaron prácticamente intacta, pero le dieron un sentido cristiano: El día 2 de noviembre, se dedica a la oración por las almas de los difuntos. Se visita el cementerio y junto a la tumba se pone un altar en memoria del difunto, sobre el cual se ponen objetos que le pertenecían, con el objetivo de recordar al difunto con todas sus virtudes y defectos y hacer mejor la oración.
El altar se adorna con papel de colores picado con motivos alusivos a la muerte, con el sentido religioso de ver la muerte sin tristeza, pues es sólo el paso a una nueva vida.
Cada uno de los familiares lleva una ofrenda al difunto que se pone también sobre el altar. Estas ofrendas consisten en alimentos o cosas que le gustaban al difunto: dulce de calabaza, dulces de leche, pan, flores. Estas ofrendas simbolizan las oraciones y sacrificios que los parientes ofrecerán por la salvación del difunto.
Los aztecas fabricaban calaveras de barro o piedra y las ponían cerca del altar de muertos para tranquilizar al dios de la muerte. Los misioneros, en vez de prohibirles esta costumbre pagana, les enseñaron a fabricar calaveras de azúcar como símbolo de la dulzura de la muerte para el que ha sido fiel a Dios.
El camino de flores de cempazúchitl, ahora se dirige hacia una imágen de la Virgen María o de Jesucristo, con la finalidad de señalar al difunto el único camino para llegar al cielo.
El agua que se pone sobre el altar simboliza las oraciones que pueden calmar la sed de las ánimas del purgatorio y representa la fuente de la vida; la sal simboliza la resurrección de los cuerpos por ser un elemento que se utiliza para la conservación; el incienso tiene la función de alejar al demonio; las veladoras representan la fe, la esperanza y el amor eterno; el fuego simboliza la purificación.
Los primeros misioneros pedían a los indígenas que escribieran oraciones por los muertos en los que señalaran con claridad el tipo de gracias que ellos pedían para el muerto de acuerdo a los defectos o virtudes que hubiera demostrado a lo largo de su vida.
Estas oraciones se recitaban frente al altar y después se ponían encima de él. Con el tiempo esta costumbre fue cambiando y ahora se escriben versos llamados “calaveras” en los que, con ironía, picardía y gracia, hablan de la muerte.
La Ofrenda de Muertos contiene símbolos que representan los tres “estadios” de la Iglesia:
1) La Iglesia Purgante, conformada por todas las almas que se encuentran en el purgatorio, es decir aquéllas personas que no murieron en pecado mortal, pero que están purgando penas por las faltas cometidas hasta que puedan llegar al cielo. Se representa con las fotos de los difuntos, a los que se acostumbra colocar las diferentes bebidas y comidas que disfrutaban en vida.
2) La Iglesia Triunfante, que son todas las almas que ya gozan de la presencia de Dios en el Cielo, representada por estampas y figuras de santos.
3) La Iglesia Militante, que somos todos los que aún estamos en la tierra, y somos los que ponemos la ofrenda.
En algunos lugares de México, la celebración de los fieles difuntos consta de tres días: el primer día para los niños y las niñas; el segundo para los adultos; y el tercero lo dedican a quitar el altar y comer todo lo que hay en éste. A los adultos y a los niños se les pone diferente tipo de comida.
Cuida tu fe
Halloween o la noche de brujas: Halloween significa “Víspera santa” y se celebra el 31 de Octubre. Esta costumbre proviene de los celtas que vivieron en Francia, España y las Islas Británicas.
Ellos prendían hogueras la primera luna llena de Noviembre para ahuyentar a los espíritus e incluso algunos se disfrazaban de fantasmas o duendes para espantarlos haciéndoles creer que ellos también eran espíritus.
Podría distraernos de la oración del día de todos los santos y de los difuntos. Se ha convertido en una fiesta muy atractiva con disfraces, dulces, trucos, diversiones que nos llaman mucho la atención.
Puede llegar a pasar que se nos olvide lo realmente importante, es decir, el sentido espiritual de estos días.
Si quieres participar en el Halloween y pedir dulces, disfrazarte y divertirte, Cuídate de no caer en las prácticas anticristianas que esta tradición promueve y no se te olvide antes rezar por los muertos y a los santos.
Debemos vivir el verdadero sentido de la fiesta y no sólo quedarnos en la parte exterior. Aprovechar el festejo para crecer en nuestra vida espiritual.
Algo que no debes olvidar
La Iglesia ha querido instituir un día que se dedique especialmente a orar por aquellas almas que han dejado la tierra y aún no llegan al cielo.
Los vivos podemos ofrecer obras de penitencia, oraciones, limosnas e indulgencias para que los difuntos alcancen la salvación.
La Iglesia ha establecido que si nos confesamos, comulgamos y rezamos el Credo entre el 1 y el 8 de noviembre, podemos abreviar el estado de purificación en el purgatorio.
Oración
Que las almas de los difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz. Así sea.
Novena de oración por nuestros difuntos
Catholic.net ha organizado, juntamente con diversos conventos y casas de religiosos y religiosas, una novena de oraciones por todos los Fieles Difuntos, con adoraciones, oraciones, el rezo del rosario, y una intención especial en la Santa Misa el día 2 de noviembre celebrada por sacerdotes amigos de Catholic.net que se han sumado a nuestra primer Novena de los Fieles Difuntos.
Únase a nuestras oraciones, y envíenos los nombres de los difuntos a quienes usted desea que encomendemos. Tendremos un recuerdo especial para ellos durante los nueve días previos a la fiesta de los Fieles Difuntos el día 2 de noviembre. Si desea enviarnos los nombres y sus intenciones es muy sencillo, rellenando el formulario en nuestro sitio Novenas Catholic.net (click aquí) Nosotros enviaremos estos nombres e intenciones a los diversos conventos y casas de religiosos y religiosas, y sacerdotes diocesanos que se han sumado a esta Novena de los Fieles Difuntos.