La Palabra era la luz verdadera...

El arte de la vida interior

Todo arte se aprende, todo oficio se enseña. Existe un arte de vivir como existe un arte de amar, y por lo mismo un arte de la vida interior. Este arte tiene sus guías. Entre ellos el más precioso se encuentra en el interior de uno mismo. Poco importa el nombre que se le de. Se puede, con Agustín, llamarlo el «Maestro interior». Pero debe de ser descubierto. Los otros maestros no tendrán otra función más que la de favorecer este encuentro de uno mismo con el Si-mismo supremo, el elemento más vivo del ser.

El arte de la vida interior es sutil. Va desde el conocimiento de uno mismo hasta la iluminación pasando por la ascesis, la concentración, la meditación y la oración. Comporta el aprendizaje de la pobreza interior, del perfecto renunciamiento. Desemboca en el vacío. En el fondo del fondo de la dimensión interior se encuentra un lugar que la mayoría de los hombres no visitan. Se puede nacer, vivir mucho tiempo y morir ignorándolo. Se puede creer tocarlo pero él retrocede a medida que uno se le aproxima, porque él siempre es algo a conquistar, salvo para los perfectos de los cuales él es el lugar esencial. Es el centro de la rueda que permita a esta moverse. Este vacío se llama así porque no sabríamos darle un nombre.

EL REINO ESTA DENTRO DE VOSOTROS

«Buscar primero el reino de Dios». A esta frase de san Mateo (6, 33) sigue esta de san Lucas (17,21): «El reino de Dios está dentro de vosotros». Así, el cristiano está informado de que debe buscar antes que nada el reino y que este se encuentra en él. Estos dos textos engloban la vida cristiana. Es a partir de ellos que la aventura cristiana comienza y se despliega.

Respondiendo a esta invitación, el hombre de buena voluntad se pregunta: ¿dónde situar este «dentro»? ¿cómo alcanzarlo? ¿cuál es la vía más corta para descubrir este reino? Que el hombre se extienda en preguntas múltiples y ociosas y helo aquí perdido. Lo importante es ponerse manos a la obra y buscarlo. Antes que nada el buscador descubre su amplitud, la siente confusamente sin poder llegar a circunscribirla. Una tal visión es justa, ya que la interioridad está privada de límites. Que él ceda al vértigo nacido de la consciencia de esta «vastedad» y se encontrará dando vueltas alrededor de si mismo sin poder llegar a penetrar al interior de su inmensidad. «La belleza de la hija del rey está dentro» le enseña el salmista (Sal. 45,14). El reino es belleza, y el buscador, quedando enamorado de esta belleza que él ignora todavía, pero que se sitúa en él, va a coger el camino del amor. Es la vía más corta, y su amor podrá transformarse poco a poco en conocimiento.

Pero antes que nada el hombre experimenta su ignorancia que es trágica y desesperada: él constata que no se conoce. No posee en efecto ninguna experiencia de su propia realidad. Antes de emprender su viaje al interior, le es importante saber quien es él.

EL CONOCIMIENTO DE SI

El conocimiento de si es comparable a una apertura, en el sentido musical del término: es por eso que ese conocimiento penetra a cualquier otro.

Según Platon (Apol., 1,28), «No vive verdaderamente quien no se interroga sobre si mismo». El cristianismo, heredero en sus primeros siglos de la filosofía griega, da una extrema importancia al conocimiento de si. Es por eso que se verá en particular a los Padres griegos recomendar la reflexión sobre uno mismo, sobre su origen y su destino. De ahí el termino «socratismo cristiano» propuesto por Etienne Gilso.

Conocerse, es descubrir en si la imagen divina en el sentido del texto del Génesis: «Dios creo al hombre a su imagen y semejanza». Esta imagen es comparada a un germen divino, infinitamente pequeño y frágil. Esta semilla es equivalente a un grano de mostaza o de arroz. Su función es la de crecer y dar su fruto, como un grano de trigo echado a un surco y que debe crecer y portar una espiga.

La vida interior tiene como función despertar esta simiente a la manera de una hembra cubriendo su huevo. Toda criatura es «mujer», la simiente es divina, conviene calentarla para hacerla eclosionar: tal será la obra de la vida interior. Lo importante nunca perder el contacto con la fuente de su ser, hacerla crecer como un agua viva con el fin de beber en ella. Esta simiente divina es llamada «reino», «perla», «tesoro». Ella se encuentra en el fondo del fondo del ser: es por eso que un ahondamiento es necesario.

LA EXPLORACION INTERIOR

La interioridad se descubre como una Tierra prometida, conviene ir a su encuentro. Por otra parte, ella misma se acerca y se dirige hacia el que la busca, ofreciéndose a su mirada. En el itinerario interior, no hay punto de referencia. Creer descubrirlo sería ilusorio. No existe ningún agarradero ni sensible, ni mental, ni voluntario. Nada: dice Juan de la Cruz. La vida interior es más un desprendimiento que una adquisición. La fuente está obstruida, conviene desatascarla.

El viaje interior, un viaje de solitario

En un tal caminar, se avanza a mar abierto: un mar sin orillas que el ojo pueda distinguir. No hay huellas tras de si, no hay camino trazado por delante. Ningún puerto tranquilo para refugiarse, tampoco ancla para fijarse, las amarras se han roto. Se puede sentir el miedo del naufragio. Hay que superarlo, porque toda inquietud te vuelve esclavo. Solamente la libertad, la independencia, la confianza en la gracia provocan la transparencia: la opacidad desaparece y el agua se hace poco a poco translúcida. La descripción de los senderos recorridos por los demás anima. Uno se encuentra con que tiene compañeros de viaje, y poco importa la época en la cual han vivido. De todas maneras, ser retenido por ellos y por su experiencia impediría el seguir su propio camino. El viaje interior es aquel de un navegante solitario. Este se ha entrenado antes de comenzar su periplo aventurero; posee en su barco las rutas de navegación. Pero le es necesario hacer frente a situaciones imprevistas y prevenirse contra los peligros por un simple sentido común y una clara intuición.

Diversos caminos, un solo objetivo

Es así para aquel que emprende el viaje del interior. Puede consultar especialistas, proveerse de libros relatando las exploraciones análogas a la suya, pero deberá efectuar él solo su propia investigación interior; esta soledad puede pesarle como un fardo.

En realidad, es ella el precio de su libertad y de su fidelidad a su vocación personal. En el descubrimiento de la vida interior, se presentan tantas vías diferentes como individuos. No obstante, los caminos diversos conducen a un objetivo idéntico. El hombre es una masa compacta, le hace falta levadura. A falta de descubrir en uno mismo esta levadura, tiene él tendencia a buscarla fuera. Es ese un error pernicioso, que le hace perder tiempo, energías y le distrae de lo esencial. Volver a uno mismo, es decir vivir dentro, habitar consigo mismo, tal es el secreto comunicado por los hombres de luz.

En la vida interior, el hombre no está nunca abandonado. Físicamente, puede sucumbir a la fatiga y al hambre, a la soledad, encontrar transeúntes que le miran y que sin embargo no le ayudan. En el interior, es suficiente con que clame su miseria, su desnudamiento, con que pida ayuda, con que ore: las ayudas le son enviadas en seguida. El beneficiario ignora de donde provienen, pero están allí y le salvan no de las pruebas, sino de las trampas y de los peligros. Es por eso que el hombre exterior puede atesorar por prudencia humana, el hombre interior recibe cotidianamente su ración de luz, y ese es su «pan de cada día».

Uno puede preguntarse como se pone en camino el hombre hacia su interioridad. Esta búsqueda responde a una nostalgia de belleza, de terminación, de inmortalidad, y también a un amor del cual experimenta su realidad desde el momento en que se recoge en su espacio ilimitado, privado de toda frontera, más vasto que el universo. El buscador, que, semejante a un nuevo Cristóbal Colon, se aventura en la vida interior, visita un continente del que no podrá nunca volver. Los descubrimientos se suceden, y él va de asombro en asombro, de maravillamiento en maravillamiento. Ciertamente, encuentra obstáculos, pruebas que son otros tantos exámenes de paso que hay que aprobar necesariamente, o volver a comenzar. En la vida interior, el viajero no salta de estación, por lo mismo que la naturaleza es fiel a un ritmo estacional. Para marchar rápido, le es necesario abandonar sus equipajes, deslastrarse, llegar a una total desnudez, mantenerse libre con el fin de favorecer su empresa. De ahí la necesidad de la ascesis.

LA ASCESIS: PRELUDIO A TODA VIDA INTERIOR

Toda búsqueda concerniente a la vida interior comienza y prosigue por la ascesis. Sin ascesis, el hombre interior está condenado a la inautenticidad. No es la ascesis un objetivo, sino un medio. Contentarse con una ascesis exterior concerniente solamente al cuerpo es insuficiente. ¿Para que bueno privarse de alimentos si el corazón no ayuna, si los pensamientos se multiplican en su movilidad disipando el espíritu? La ascesis tiende a cortar las raíces del narcisismo, o mejor todavía a desenraizarlo perpetuamente ya que –como la hidra de siete cabezas– cuando una se corta, otra crece. Los yoes son numerosos: cuando uno de ellos parece muerto, otro surge. Para el hombre moderno, la ascesis exige también una constante puesta en duda. No se trata de alimentar dudas e inquietudes, sino de poner signos de interrogación que no encuentran respuesta más que en la profundización. La ascesis es un perpetuo desapego que necesita una disciplina en la manera de vivir, de nutrirse, de dormir y también de divertirse, de trabajar, de leer, de pensar y de comportarse con los demás. La ascesis del intelecto permite no confundir lo esencial con lo accesorio, no dispersarse en parloteo en aquello que no solo escapa a la razón sino también a la inteligencia. Así, la ascesis continua tiene como resultado un perfecto dominio.

Para el cristiano, se acompaña de una oración constante. Esta es una perpetua liturgia en el interior. Esta liturgia hace uso de palabras; en su cumbre se vuelve silenciosa. Es disposición a recibir la «gracia» sin la cual ningún paso en la vida interior podría efectuarse. La oración no es solamente llamada, es también alabanza, gratitud, confianza y abandono. La oración se dirige a una Presencia a la que se llama comúnmente Dios.

La educación del cuerpo

El cuerpo se educa. Aquí se requiere la comprensión más que la violencia como tal. Al comienzo, el esfuerzo puede experimentarse en su dureza. En la medida en la que la espontaneidad se vuelve un estado, la conducta prosigue sin tensión. Para el hombre interior, la educación del cuerpo no cesa de perseguirse.

Abandonarlo por el hecho de su pesadez y de sus exigencias sería exponerse a encontrarlo, un día u otro, como un obstáculo. Aislándolo y menospreciándolo, el hombre se divide y, dividiéndose, se pierde. Los ejercicios de relajación y de respiración, la presencia atenta a los órganos para animarlos en su buen funcionamiento, aseguran su vitalidad. Tener confianza en el cuerpo es una buena actitud –sin apegarse desmesuradamente a él. El cuerpo está «de paso», hay que tratarlo bien sin por otra parte ser su esclavo. No se cambia de cuerpo como se cambia de montura. La cuerda de un arco tiene que ser tensada para vibrar, pero sin llegar a una tensión que la rompería.

El hombre parece reducirse al cuerpo para la mayoría de los individuos, y la actividad del sexo ya no es solamente placer, sino valor comercial expuesto en el teatro y en el cine. La vida interior respeta el cuerpo; no obstante, durante mucho tiempo ha tenido tendencia a despreciarlo. Este se venga actualmente de haber sido el mal-querido volviéndose ahora el único-querido. La ascesis da al cuerpo su lugar a la vez que le enseña a mantenerse al servicio del espíritu.

La agonía del yo

A causa de un calentamiento progresivo producido por la ascesis, la oración, la meditación, la calma del cuerpo, del intelecto y del corazón, el ego comienza a fundirse, después se derrite. El sujeto ya no está preocupado por si mismo; helo aquí privado de proyectos y de deseos. Atraviesa así «la noche» descrita por Juan de la Cruz. Nada le atrae y todo le parece insípido. La necesidad de asistir a la agonía de su yo puede parecer dolorosa; sin embargo los autores espirituales recomiendan no vacilar durante esta muerte. Esta agonía es esta muerte conducen a la pobreza, al desapego y sobre todo al abandono de la voluntad propia. Cuando el hombre abandona su yo, o más bien sus yoes, la alegría surge.

EL NECESARIO MAESTRO ESPIRITUAL

¿El hombre que inicia una investigación interior tiene necesidad de guía? Antaño, en los Padres del Desierto y también en las escuelas iniciáticas orientales, el discípulo vivía cerca de su maestro. La existencia en común era preferible para que la enseñanza fuera justamente adaptada a la capacidad de aquel que la recibía. Ver vivir, observar el comportamiento del alumno rompe las ilusiones que se podrían tener al respecto.

El discípulo se conoce mal y lo que él expresa es raramente adecuado; se confunde sobre si mismo por falta de discernimiento y también de lealtad. Solo un sujeto ya formado es capaz de revelar lo esencial a aquel que le conduce. En razón de las reacciones más o menos previsibles del sujeto, el maestro espiritual correría el riesgo de perturbar a su discípulo e incluso perturbarlo profundamente guiándole sin verle de vez en cuando. Ciertamente, un buen maestro puede seguir a distancia a su alumno, pero tales casos son poco frecuentes, ya que raros son los verdaderos maestros y raros los buenos discípulos.

En nuestra época, al menos en Occidente, la raza de los directores espirituales se rarifica mientras que los seudo-maestros se multiplican. Mas vale estar solo que guiado por alguien que conduce a callejones sin salida o esteriliza la vocación interior. No obstante, al comienzo y durante el recorrido, sería preferible ser iniciado a la vida interior, si no tenemos el riesgo de tomar falsos caminos, de vivir en la ilusión y en una falta total de lucidez. El encuentro con un ser de luz es a veces el estímulo necesario para provocar el viaje de la interioridad. Cuando un discípulo ha penetrado realmente en su dimensión de profundidad, incluso en su ausencia, el maestro espiritual se le hace presente.

La elección de las lecturas

A falta de maestro, el discípulo recurrirá a los autores expertos en la investigación interior. El peligro, aquí, es de dispersarse y leer inútilmente. Sería suficiente con mantenerse firmemente en un solo guía sin picotear al azar. Si, por ejemplo, un buscador tomara las obras de Maestro Eckhart para ayudarse en su vida interior, podría cómodamente consagrar varios años de su vida a la meditación de sus obras, pero no estaría sin embargo cerrado a la lectura de los Padres de la Iglesia, en particular de los Capadocios (Basilio, Gregorio de Niza y Gregorio Nacianceno), de los Padres del Desierto, de los autores cartujos, cistercienses de la Edad Media y también de la escuela renana.

Es preferible leer directamente los textos o a través de traducciones mejor que recurrir a sus comentadores. La vida interior no tiene fecha, poco importa si los autores son antiguos y se expresan en el estilo de su época. Además, el verdadero lenguaje espiritual nunca es mermado por el tiempo.

La Biblia

Para un cristiano, la mejor enseñanza se encuentra en la Biblia. Es a través del Antiguo y el Nuevo Testamento como el sujeto es conducido a su interioridad. La lectura asidua del Génesis, de los Salmos, de los Profetas, de la Sabiduría, del Eclesiastés y de los Proverbios será particularmente mantenida junto a los libros del Nuevo Testamento. No se trata solamente de leer, sino de profundizar, de «rumiar», y la Palabra divina se volverá actuante en el alma, el corazón y el espíritu.

En las escuelas monásticas (benedictinas, cartujas, cistercienses), la primacía es dada siempre a la Biblia tanto en el oficio como en la lectio divina. Hoy en día, los benedictinos y los cistercienses abren gustosamente sus abadías a las personas de fuera, favoreciendo así los retiros silenciosos. Algunos podrán encontrar allí asilos de paz y de enriquecimiento. Sin embargo, vivir en el mundo o residir de por vida en una comunidad religiosa presenta objetivos muy diferentes. Incluso en los claustros, teniendo los monjes carencia de formadores, los verdaderamente contemplativos son excepcionales. Además no sería justo que personas del exterior vinieran a perturban la vida de silencio de hombres o de mujeres que han elegido el claustro para mejor dedicarse a «lo único necesario»: el encuentro y la unión con la Deidad. Una enfermedad del alma puede conllevar transferencias y mantener el dirigido y al director en un sicologísmo de mala ley, puesto que no es liberador. Y esto tanto más cuanto que los monasterios –al margen de las cartujas cerradas a toda exterioridad– se encuentra ellos mismos en búsqueda desde el último concilio y están por ello en pleno período de mutación. Existen no obstante fundaciones nuevas de espíritu contemplativo y sin embargo abiertas y acogedoras, permitiendo así a aquellos que lo desean aprender a orar y penetrar en su dimensión de profundidad.

El silencio interior

Lo más importante en el orden de la vida interior es que el buscador de su interioridad se mantenga a la escucha del interior de si mismo y tome, en la medida que pueda, momentos de silencio, de recogimiento y de retiro. Según la intensidad de su escucha, será conducido, guiado, formado, a condición de mantenerse en perpetuo estado de vigilia, con una vigilancia tanto más intensa en cuanto que no habrá nadie fuera para observarle, reprenderle o animarle.

Actualmente, el cristiano se entrega gustoso al yoga y al zen. Son estos métodos preciosos capaces de favorecer su investigación interior a condición de que él no abandone sin embargo su opción cristiana, si de todas maneras le conviene mantenerse en ella. La mayoría de los cristianos ignoran la verdadera tradición cristiana y piensan que no existen métodos en el interior del cristianismo para abordar y profundizar la vida interior. Sin embargo, hay una vía observada, sobre todo en los monasterios ortodoxos, que hoy en día ha hecho entrada en la mayoría de los conventos cristianos; es practicada no solamente por los monjes sino por aquellos que viven fuera de los claustros: se trata del hesicasmo.

El hesicasmo es un método de interiorización que conduce a un perfeccionamiento que desemboca en la deificación. El hesicasmo reposa en la práctica de la hesyquia. Este termino, que significa reposo, tranquilidad, quietud, no pertenece únicamente al lenguaje religioso; se conoce su empleo en el griego profano. La adquisición de la calma y de esta tranquilidad concierne al cuerpo (ayuno, vigilia, trabajo) después a la psyche (el alma) y finalmente al espíritu por el despertar de sus energías latentes. La importancia se da a los pensamientos que pueden empañar el corazón y perturbarlo. El hesicasmo rechaza los discursos interiores, las interrogaciones inútiles, los falsos problemas que dispersan de la actividad del intelecto. Aún más, rechaza todas las ideas sobre Dios que corren el riesgo de abrir una distancia entre el sujeto y la divinidad reduciendo esta a un objeto exterior es decir a un ídolo. El reposo al cual desemboca la práctica de la hesyquia no es estático sino profundamente dinámico. Se le puede ver como una reunión de las diversas energías, como la conquista de la perfecta unidad entre el cuerpo, el alma y el espíritu.

La oración ininterrumpida

Establecido en su corazón considerado como el centro de si mismo (según la tradición oriental), el hesicasta se entrega a la Oración de Jesús basada en la respiración. El la repite incansablemente como un mantra. Es en el lugar del corazón donde se fija la presencia de Cristo. Esta oración devenida perpetua es denominada la Oración pura, ella conviene al corazón llegado a ser libre por la liberación de los pensamientos errantes y puro en tanto que espejo perfectamente limpio. La célebre Oración de Jesús consiste así en la repetición ininterrumpida de las palabras: «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mi». Esta oración está en el centro de los textos reunidos bajo el nombre de Filocalia.

EL FONDO SECRETO DEL ALMA

El viaje interior conduce al descubrimiento del fondo del alma. «Hay en el alma un fondo secreto de donde» surgen el conocimiento y el amor; ese «algo» no conoce y no ama; son las potencias del alma las que conocen y aman (Maestro Eckhart, Tratados y Sermones). Ese fondo secreto no tiene ni pasado ni futuro. Desde el momento en que el hombre penetra en él, se sitúa fuera del tiempo y del espacio. Es así como el itinerario de la vida interior desemboca en la eternidad, ahí donde no hay nada que alcanzar y nada que añadir, nada que ganar y nada que perder. «Ese fondo secreto ha comprendido en que reposa la beatitud» (Eckhart)

Llegar a ese fondo, tal es el la apuesta de la vida interior y de alguna manera su secreto. Estamos así muy lejos de los aspectos dogmáticos y morales de los que a veces se ha sobrecargado el cristianismo. La ley, por ejemplo la que está presente en los mandamientos, se ofrece como un cuadro, por lo tanto una exterioridad, y no concierne a la vida interior misma. Pero es evidente que aquel que se encamina hacia el fondo de su ser ha dominado sus pasiones y sus codicias, o, más exactamente, ellas se han desprendido de él.

El hombre interiorizado sabe que él no tiene que abandonar, él es abandonado por las dispersiones. Cuando un niño crece, deja sus juegos, o más bien los juegos le dejan. Más todavía, la mariposa olvida que ha sido larva, reptando como una serpiente; vuela, y esa es su dicha resultante de su vocación de mariposa. Así, cuando el hombre toca su fondo, se metamorfosea. Está ahí el milagro producido por la vida interior.

EXPERIENCIA, ILUMINACION, DEIFICACION

En la medida en que la experiencia se afina, se transforma en experiencia sutil. Al comienzo, el hombre es consciente de lo que descubre. Mientras posee esa consciencia clara, su descubrimiento carece de profundidad. Se puede solamente hablar de una aproximación, ya que el verdadero descubrimiento, la captación, es transconsciente en su penetración. El místico no sabe que ora, y tampoco sabe que conoce, de la misma manera que el sol resplandece, y calienta e ilumina. Así, el amor es únicamente amor; nada más y nada menos.

En la experiencia sutil de la vida interior, el estado de desconocimiento le lleva a la consciencia del conocimiento. El puro conocimiento es de orden extático, ya que es indiferenciado; no podría producirse al nivel de los sentidos exteriores e interiores. Es más allá donde se produce la iluminación. Esta surge súbitamente, inesperadamente. Así, la iluminación sobrepasa un estado personal. Ciertamente, el sujeto experimenta una experiencia que le es propia, pero no la retiene como un «tener», puesto que ya no tiene ningún deseo de posesión. La iluminación deviene un estado no sometido a alternativas, ya que en su plenitud sobrepasa al sujeto que la recibe o, más exactamente, el sujeto no intenta retenerla como un bien propio. Esta iluminación se extiende en el cosmos de una manera difusa; ella es luminosidad, amor pleno de ternura.

Todos aquellos que están hambrientos de interioridad pueden de esta manera recibir una mano anónima que descubren independientemente del lugar donde se encuentren. El tiempo y el espacio no podrían intervenir. El hombre iluminado se mantiene en un vacío supramental que le permite asistir como espectador al desarrollo de su propia existencia. Privado de deseos y de proyectos, se sitúa más allá del sufrimiento, de las dispersiones y del fraccionamiento; la muerte misma es sobrepasada, con todas las angustias que la acompañan.

El hombre transfigurado se ha vuelto silencioso

Llega un momento en el que todos los estados sucesivos están tras de si: ya no existe otra cosa que la transfiguración. La unidad es beatitud indecible, pero es también perfecta simplicidad y no distinción, porque se expresa en una perfecta libertad. Así, el hombre transfigurado no es visible, es decir reconocible, más que por aquellos que realizan una búsqueda idéntica.

Cuando el hombre es iluminado y transfigurado, ya no hay para él caminos, problemas o cuestiones, ni incluso imágenes alegóricas o simbólicas; recurre a ellas únicamente para expresarse. Todo se ha vuelto lugar silencioso. Deificado, él deifica porque proyecta en el cosmos simientes de metamorfosis. Así, por su vida interior, el hombre muerto y resucitado prolonga la obra de Cristo en el universo. Ni siquiera habla de Dios, porque se ha vuelto un vivo testimonio de la vida divina. Se nombra a un ausente, una presencia no tiene necesidad de ser evocada: ella está ahí.

La influencia sobre el mundo exterior

Los «acontecimientos se desarrollan en la realidad del espíritu antes de manifestarse en la realidad exterior de la historia. Todo lo que ocurre en el mundo tiene una fuente interior espiritual». Este comentario de Nicolas Berdiaev es significativo. Precisa la importancia de la vida interior y de su impacto sobre el mundo. La polución que hace estragos en el aire, en el agua y sobre la tierra, es el resultado de una polución en el interior mismo del hombre. Una tal polución significa su agonía.

Nada estará perdido mientras existan hombres que se han vuelto vivos gracias a la plenitud de su vida interior. Ellos hacen don de esa plenitud al universo y lo salvan transfigurándolo.

Ambrosio, Santo

Memoria Litúrgica, 7 de diciembre

Obispo y Doctor de la Iglesia

Martirologio Romano: Memoria de san Ambrosio, obispo de Milán, y doctor de la Iglesia, que descansó en el Señor el día cuatro de abril, fecha que en aquel año coincidía con la vigilia pascual, pero que se le venera en el día de hoy, en el cual, siendo aún catecúmeno, fue escogido para gobernar aquella célebre sede, mientras desempeñaba el oficio de Prefecto de la ciudad. Verdadero pastor y doctor de los fieles, ejerció preferentemente la caridad para con todos, defendió valerosamente la libertad de la Iglesia y la recta doctrina de la fe en contra de los arrianos, y catequizó el pueblo con los comentarios y la composición de himnos. († 397).

Breve Biografía

El joven prefecto de Liguria y de Emilia, Ambrosio, nació en Tréveris hacia el año 340 de una familia romana. Todavía era catecúmeno, cuando por aclamación del pueblo fue elegido a la sede episcopal de Milán, el 7 de diciembre del 374. En cuestión de religión cristiana tenía que aprender casi todo, y se dedicó sobre todo al estudio de la Biblia con tanto empeño que pronto la aprendió a fondo.

Pero Ambrosio no era un intelectual puro; era sobre todo un óptimo administrador de su comunidad cristiana. Fue un verdadero padre espiritual de los jovencitos emperadores Graciano y Valentiniano II y del temible Teodosio I, a quien no dudó en reprochar duramente, exigiéndole una penitencia pública como expiación por haber hecho asesinar al pueblo de Tesalónica para acabar con una revuelta. Ambrosio es el símbolo de la Iglesia que renace después de los duros años del ocultamiento y de las persecuciones. Por medio de él la Iglesia de Roma trató sin nada de servilismos con el poder político.

Sus cualidades personales fueron las que le atrajeron la devota atención de todos. La actividad cotidiana de Ambrosio estaba dedicada a la dirección de su propia comunidad, y cumplía sus compromisos pastorales predicando a su pueblo más de una homilía semanal. San Agustín, quien fue un asiduo oyente de los sermones de San Ambrosio, nos cuenta en sus Confesiones que el prestigio de la elocuencia del obispo de Milán era muy grande y muy eficaz el tono de este apóstol de la amistad.

Sus libros publicados que han llegado hasta nosotros son las rápidas transcripciones y reutilizaciones de sus discursos, poco o nada revisados. Sus famosos Comentarios exegéticos, antes de ser reunidos en volúmenes, habían sido predicados a la comunidad cristiana de Milán. En ellos se nota el tono familiar del pastor que se dirige con amable sencillez a sus fieles. En ellos se siente palpitar el corazón de un gran obispo, que logra suscitar conmovedora emoción en sus oyentes con argumentos llenos de emotividad y de interés. Como buen pastor le gusta enseñar cantos litúrgicos a su pueblo. Por eso compuso un buen número de himnos, algunos son todavía familiares en la liturgia ambrosiana. Fue él quien introdujo en occidente el canto alternado de los salmos.

Entre sus escritos que no tienen relación directa con su predicación, recordamos el De officiis ministrorum, porque, recalcando el conocido texto ciceroniano y acogiendo todos sus elementos, demuestra que el cristianismo puede asimilar sin peligro de alterar el significado de la buena noticia esos valores morales naturales que el mundo pagano y romano en particular supo expresar. Ambrosio murió en Milán el 4 de abril del 397.

El buscador buscado

Santo Evangelio según San Mateo 27, 29-31. Viernes I de Adviento.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Jesús, gracias por este tiempo para estar contigo. Gracias por morir por mí en la cruz, por resucitar, y por llamarme a una vida tan feliz y tan plena, que ni me puedo imaginar. Concédeme las gracias que necesito para confiar en Ti y dejarte que me guíes en mi camino. María, madre mía, acompáñame en este tiempo de intimidad con el Señor.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Dice el Evangelio que los ciegos siguieron a Jesús. Parece que son ellos los que están buscando una solución a su ceguera. Sin embargo, es el Padre quien los atrae a su Hijo, porque los conoce, los ama y les quiere regalar una vida nueva. Jesús mismo nos dice, "Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió." (Jn 6,44) El Padre conoce nuestra hambre de amor infinita y quiere, no sólo regalarnos la vista o hacernos un favor, sino darnos a su Hijo, y en Él, felicidad verdadera y vida eterna.

Decimos que Dios es amor... Pero, al principio de este pasaje, parece que Jesús ignora a los ciegos. Imaginemos la escena: ellos lo van siguiendo por Cafarnaúm, gritando detrás de Él. ¡Y Jesús ni se inmuta! ¿Dónde quedó el gran amor de Dios por los que sufren, por los pobres?

Uno diría que Dios mismo abandona a nuestros dos ciegos. Que no le importan. En nuestras vidas hay días en los que nos parece ser como estos ciegos: buscamos a Dios para que nos ayude y salve, y la respuesta nada más no llega. Uno puede llegar a decir: Señor, ¿te importo o no?

¡Qué engañosas son las apariencias, y qué poco conocemos los caminos del amor de Dios! La realidad es que Él nos va preparando de manera misteriosa para recibirle con un corazón sencillo y humilde.

Gracias a Dios, la vida no es pura espera. Dios responde siempre a nuestras oraciones. ¡Siempre! A veces dice:sí, ahora mismo. Otras: sí, pero ahora no estás listo para recibirlo. Otras, como nos conoce tan bien, nos dice: "Sabes, eso no es lo que quieres de verdad. Lo que quieres es esto otro." Y siempre, siempre, añade: "Y no sólo te doy lo que me pides, sino algo mejor..." Dios es un Padre tan bueno y generoso, que siempre nos da más de lo que nos atrevemos a pedir. Como dice san Pablo,nadie vio ni oyó y ni siquiera pudo pensar, aquello que Dios preparó para los que lo aman.(1 Cor. 2, 9) Jesús no sólo cura a los ciegos, sino que les cambia la vida. No pueden seguir siendo los mismos, tienen que compartir lo que han vivido. Reflexiona sobre tu vida: ¿Qué le has pedido a Dios? ¿Cómo te ha respondido? Agradécele todo lo que te ha dado, y pídele su gracia para confiar en Él, tu Padre bueno.

El Reino de los cielos está entre ustedes -nos dice- está allí donde nos animemos a tener un poco de ternura y compasión, donde no tengamos miedo a generar espacios para que los ciegos vean, los paralíticos caminen, los leprosos sean purificados y los sordos oigan y así todos aquellos que dábamos por perdidos gocen de la Resurrección. Dios no se cansa ni se cansará de caminar para llegar a sus hijos. A cada uno. ¿Cómo encenderemos la esperanza si faltan profetas? ¿Cómo encararemos el futuro si nos falta unidad? ¿Cómo llegará Jesús a tantos rincones, si faltan audaces y valientes testigos?

(Homilía de S.S. Francisco, 21 de enero de 2018).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy voy a visitar a Jesús en la Eucaristía para agradecerle tantas muestras de su amor y para renovar mi confianza en Él.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Dejarme encontrar por Cristo

Necesito permir que entre en mi vida, dejarle las puertas abiertas para que pueda decirme lo mucho que me ama.

Cristo recorre los caminos del mundo. Busca hoy, como lo hizo hace 2000 años, corazones heridos, corazones hambrientos, corazones necesitados, corazones vacíos. Ofrece amor, regala paz, resucita entregas, provoca santidades. Limpia, sana, dignifica a hombres y mujeres zarandeados por la vida, hundidos en el pecado, abatidos por la tristeza, marginados o rechazados por sociedades llenas de egoísmo y vacías de esperanza.

También a mí me tiende una mano, me persigue con “lazos de amor” (Os 11,4), me libra del poder del maligno, me viste con una túnica blanca, me invita al banquete del Reino.
Necesito dejarme encontrar por Cristo, permitirle entrar en mi vida, dejarle las puertas abiertas para que pueda decirme lo mucho que me ama.
Lo necesito de veras, desde lo más profundo de mi alma. Porque “lo que el mundo necesita es el amor de Dios, encontrar a Cristo y creer en Él” (Benedicto XVI, “Sacramentum caritatis” n. 84). Porque Cristo “no sólo es un ser humano fascinante... es mucho más: Dios se hizo hombre en Él y, por tanto, es el único Salvador” (Benedicto XVI, discurso a los jóvenes en Asís, 17 de junio de 2007).

Cristo recorre los caminos del mundo. Hoy puedo abrir los ojos para descubrirle, para sentir su mirada de Amigo bueno. Hoy puedo escuchar su voz serena, profunda, divina, que me repite: “No te condeno... porque he venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido...” (cf. Jn 8,11; Lc 19,10).
Hoy me susurra con cariño eterno: “Sí, vengo pronto”. Desde lo más profundo de mi alma le respondo, con la fuerza de los santos de la Iglesia santa: “¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22,20).

La piedra representa la Señor

Papa Francisco: ¿Construyes tu vida sobre la roca de Dios o sobre la arena?

En la homilía que pronunció esta mañana en la Misa en la Casa Santa Marta en el Vaticano, el Papa Francisco alentó a los fieles a preguntarse si construyen su vida sobre la roca de Dios o sobre la arena de la mundanidad, el orgullo y la vanidad.

El Santo Padre planteó tres preguntas que un católico puede hacerse en este tiempo de Adviento: “¿Soy un cristiano del decir o del hacer?”, “¿Construyo mi vida sobre la roca de Dios o sobre la arena de la mundanidad y la vanidad?” y “¿Soy humilde, busco andar siempre abajo, sin orgullo y así servir al Señor?”.

Meditando en el Evangelio de Mateo en la que Jesús habla del hombre que construyó su casa sobre la roca, el Pontífice resaltó que la piedra representa al Señor, mientras que la arena “no es sólida” y lleva a una vida construida “sin fundamentos”.

“Es Él la fuerza. Pero muchas veces quien confía en el Señor no aparece, no tiene éxito, está escondido, pero está en equilibrio. No tiene su esperanza en el decir, en la vanidad, en el orgullo, en los poderes efímeros de la vida. El Señor es la roca”, dijo el Papa, según señala Vatican News.

La concreción de la vida cristiana nos hace ir adelante y construir sobre esa roca que es Dios, que es Jesús, sobre lo sólido de la divinidad y no sobre las apariencias o sobre la vanidad, el orgullo, las recomendaciones, no. La verdad”.

Francisco también cuestionó a los cristianos que viven su vida confiados en el “decir” antes que en el “hacer”.

“El decir es un modo de creer, pero muy superficial, a mitad de camino: yo digo que soy cristiano pero no hago las cosas del cristiano. Es un poco –por decirlo simplemente– maquillarse como cristiano: decir las cosas solamente es un truco, decir sin hacer”, aseguró.

“La propuesta de Jesús es concreción, siempre concreto. Cuando alguno se acercaba y pedía consejo, siempre cosas concretas. Las obras de misericordia son concretas”, precisó el Pontífice.

La tercera comparación que propuso el Santo Padre fue la de alto y bajo, que podría entenderse mejor como los orgullosos y vanidosos en contraposición con los humildes.

El Señor, explicó Francisco, “ha derribado a los que viven en lo alto, ha derrocado la ciudad exaltada, la derrocó hasta la tierra, la arrasó hasta el suelo. Los pies la pisotean: son los pies de los oprimidos, los pasos de los pobres”.

“Este pasaje del profeta Isaías nos recuerda el canto de la Virgen, del Magnificat: el Señor levanta a los humildes, a quienes están en lo concreto de cada día, y abate a los soberbios, a los que han construido su vida sobre la vanidad, el orgullo, estos no duran”, destacó.

La maravillosa verdad que esconde el saludo del Ángel Gabriel

Al conocer el real significado del saludo del Ángel es más sencillo entender el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María

Es probable que todos hemos leído el pasaje de la Biblia (Lucas 1, 28) donde el Ángel Gabriel se presenta ante la Virgen María para anunciar que ella concebiría a Jesús.

Pero la primera parte del saludo del Ángel ha sido traducida al español de muchas maneras, aunque las más conocidas son las siguientes:

  • Alégrate, llena de gracia.
  • Salve, muy favorecida.
  • Alégrate, muy favorecida.
  • Salve, llena de Gracia.

Estas traducciones tienen pequeñas diferencias, todas tienen algo en común, ninguna llega a expresar totalmente la intención de Lucas al escribir ese pasaje del evangelio en griego.

No existe una sola palabra en nuestro idioma que sirva para traducir con exactitud el saludo del Ángel:  (Jaire, Kejaritomene).

les ha causado muchos dolores de cabeza a los traductores serios.

El complejo significado de  (Kejaritomene)

Kejaritomene significa “Llena de gracia desde siempre y para siempre porque alguien te creó en esa condición”.

Es verdaderamente complejo poder traducir en español algo que signifique lo mismo o algo parecido, por ejemplo San Jerónimo de Estridón vivió esta dificultad, pues fue el primero en traducir la Biblia completa del griego al latín y optó por usar la expresión Gratia Plena (llena de Gracia), la cual no transmite el carácter eterno de Kejaritomene, pero al menos deja clara la plenitud de Gracia en María.

Al conocer el real significado del saludo del Ángel es más sencillo entender el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, los católicos creemos que María fue concebida sin pecado original y eso es compatible con la riqueza de la palabra  (Kejaritomene).

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