«Somos unos servidores sin importancia»

Me has acogido

Has abierto la puerta. Me has abrazado y casi sin darme cuenta la maleta ya estaba en tus manos. "¿Quieres ducharte?" Sí, muchas gracias, el viaje ha sido muy largo, hemos estado cinco horas parados en Frankfurt y decían si deberíamos cambiar de avión ... Eres muy amable.

Al cabo de un rato cenábamos. Qué mantel más limpias, y como habías preparado la cena: ensalada, pescado fresco del día con judías verdes, vino blanco pescador y manzanas al horno ... ¿Cómo lo sabías, que me gustan tanto? ¿Qué detalles!

Me animando y es que me viene tan a gusto hablar en catalán !! Te cuento cómo ha ido el trabajo, el estilo de trabajar de los orientales, como ahorran metros en las habitaciones pequeñas de los hoteles ... y tantas otras cosas. Parece que ya me animo y ahora quiero saber de ti. "He encontrado trabajo en un despacho de arquitectos. De momento parece que nos han pedido un proyecto para construir unos bloques en Singapur ... etc. Ir a descansar, mañana seguiremos, debes estar hecho polvo. Ya sé que son, estos viajes. "

Ahora, en la habitación de tu casa, me he quedado medio dormido en el sofá intentando leer un poco el diario de hoy; no el del avión, sino el de aquí, en catalán. Gracias, buen amigo! Me has acogido como un verdadero hermano.

Desde el momento que entré me invadido un tipo de clima cordial, cariñoso y sencillo.

Era lo que necesitaba después de tantos ruidos, objetivos, correos y órdenes ... Qué bien que estoy aquí. Estás, y tus detalles eran las señales de nuestra amistad de tantos años. Gracias.

Jesús, Señor, volviendo de un largo viaje un día me acogió en su casa. Venía cansado de tantas vueltas, paradas, listas de espera, comprobaciones y pasaportes. Cuando me abrió la puerta todo empezó a cambiar. Ropa limpia, la cena, el pan y el vino, la conversación, tu mirada tan amable, las preguntas, el descanso; y en tu amistad se fue amasando la fe, este abandono en Ti.

Dios acogedor, que has ido buscando la oveja perdida, y cuando lo has rescatada has preparado la casa, la fiesta, la música y sobre todo la acogida de tu corazón ... Gracias.

Yo también quisiera ser como tú y poder acoger a todos. Hay tanto ruido, tanta tensión, tanta injusticia, tanta soledad y fuga ... que tengo muy claro que quiero al menos ir convirtiéndose como una pequeña y humilde sombra tuya.


Evangelio según San Lucas 17,7-10. 

El Señor dijo: «Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando este regresa del campo, ¿acaso le dirá: 'Ven pronto y siéntate a la mesa'? 

¿No le dirá más bien: 'Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después'? ¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó? Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: 'Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber'.» 

San Ambrosio (c. 340-397), obispo de Milán y doctor de la Iglesia 
Sobre el Evangelio de San Lucas 8, 31-32

«Somos unos servidores sin importancia»

Que nadie se gloríe de lo que hace, puesto que es, en la más simple justicia, que debemos al Señor nuestro servicio... Mientras vivimos, debemos trabajar para  el Señor.

Reconoce, pues, que eres un servidor dedicado a muchos servicios. No te pavonees de ser llamado «hijo de Dios» (1Jn 3,1): reconozcamos esta gracia, pero no olvidemos nunca nuestra naturaleza. No te envanezcas de haber servido bien, porque no has hecho más que lo que debías hacer. El sol cumple su función, la luna obedece, los ángeles hacen su servicio. San Pablo, «instrumento escogido por Dios para los paganos» (Hch 9,15), escribe: «No merezco ser llamado apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios» (1Co 15,9). Y si en otra parte muestra que no tiene conciencia de falta alguna, añade seguidamente: «Pero no por eso quedo absuelto» (1 Co 4,4). Tampoco nosotros no pretendamos ser alabados por n

San Martín de Tours, obispo

Memoria de san Martín, obispo, en el día de su sepultura. Nacido en Panonia, de padres gentiles, siendo soldado en las Galias y aún catecúmeno, cubrió con su manto a Cristo en la persona de un pobre, y luego, recibido el bautismo, dejó las armas e hizo vida monástica en un cenobio fundado por él mismo en Ligugé, bajo la dirección de san Hilario de Poitiers. Después, ordenado sacerdote y elegido obispo de Tours, teniendo ante sus ojos el ejemplo del buen pastor, fundó en distintos pueblos otros monasterios.

El gran san Martín, gloria de las Galias y lumbrera de la Iglesia de Occidente en el siglo IV, nació en Sabaria de Panonia, en la actual Hungría. Sus padres, que eran paganos, fueron más tarde a establecerse a Pavía. Su padre era un oficial del ejército, que había empezado como soldado raso. Es curioso notar que san Martín ha pasado a la historia como «santo militar». Como era hijo de un veterano, a los quince años, tuvo que alistarse en el ejército contra su voluntad. Aunque no era todavía cristiano bautizado, vivió algunos años más como monje que como soldado. Cuando se hallaba acuartelado en Amiens, tuvo lugar el incidente que ha hecho tan famoso al santo en la historia y en el arte. Un día de un invierno muy crudo, se encontró en la puerta de la ciudad con un pobre hombre casi desnudo, que temblaba de frío y pedía limosna a los transeúntes.

Viendo Martín que las gentes ignoraban al infeliz mendigo, pensó que Dios le ofrecía la oportunidad de socorrerle; pero, como lo único que llevaba eran sus armas y su uniforme, sacó su espada, partió su manto en dos y regaló una de las mitades al mendigo, guardando la otra para sí. Algunos de los presentes se burlaron al verle vestido en forma tan ridícula, pero otros quedaron avergonzados de no haber socorrido al mendigo. Esa noche, Martín vio en sueños a Jesucristo vestido con el trozo del manto que había regalado al mendigo y oyó que le decía: «Martín, aunque sólo eres catecúmeno, me cubriste con tu manto». Sulpicio Severo, discípulo y biógrafo del santo, afirma que Martín se había hecho catecúmeno a los diez años por iniciativa propia, y que, en cuanto tuvo la visión que acabamos de describir, «voló a recibir el bautismo». Sin embargo, no abandonó inmediatamente el ejército. Pero después de la invasión de los bárbaros, cuando se presentó ante su general Julián César con sus compañeros para recibir su parte del botín, se negó a aceptarla y le dijo: «Hasta ahora te he servido como soldado. Déjame en adelante servir a Jesucristo. Reparte el botín entre los que van a seguir luchando; yo soy soldado de Jesucristo y no me es lícito combatir». El general se enfureció y le acusó de cobardía. Martín replicó que estaba dispuesto a marchar al día siguiente a la batalla en primera fila y sin armas en el nombre de Jesucristo. Julián César le mandó encarcelar, pero pronto se llegó a un armisticio con el enemigo, y Martín fue dado de baja en el ejército. Inmediatamente se dirigió a Poitiers, donde san Hilario era obispo, y el santo doctor le acogió gozosamente entre sus discípulos (Sobre este punto, la narración de Sulpicio Severo ofrece considerables dificultades cronológicas). 

Una noche, mientras dormía, recibió Martín la orden de partir a su patria. Cruzó los Alpes, donde logró escapar de unos bandoleros en forma extraordinaria, llegó a Panonia y allí convirtió a su madre y a algunos otros parientes y amigos, pero su padre persistió en la infidelidad. En la Iliria se opuso con tal celo a los arrianos, que fue flagelado públicamente y expulsado de la región.

En Italia se enteró de que los arrianos triunfaban también en la Galias y habían desterrado a san Hilario, de suerte que se quedó en Milán. Pero el obispo arriano, Auxencio, le expulsó de la ciudad. Entonces, el santo se retiró, con un sacerdote, a la isla de Gallinaria, en el Golfo de Génova, y ahí permaneció hasta que san Hilario pudo volver a Poitiers, el año 360. Como Martín se sintiese llamado a la soledad, san Hilario le cedió unas tierras en el actual Ligugé. Pronto fueron a reunirse con él otros ermitaños. La comunidad (según la tradición, fue la primera comunidad monástica de las Galias) se convirtió, con el tiempo, en un gran monasterio que existió hasta 1607; en 1852, lo ocuparon los benedictinos de Solesmes. San Martín pasó allí diez años, dirigiendo a sus discípulos y predicando en la región, donde se le atribuyeron muchos milagros. Hacía el año 371, los habitantes de Tours decidieron elegirle obispo. Como él se negase a aceptar el cargo, los habitantes de Tours le llamaron con el pretexto de que fuese a asistir a un enfermo y aprovecharon la ocasión para llevarle por la fuerza a la iglesia. Algunos de los obispos a quienes se había convocado para la elección, arguyeron que la apariencia humilde e insignificante de Martín le hacía inepto para el cargo, pero el pueblo y el clero no hicieron caso de tal objeción.

San Martín siguió viviendo como hasta entonces. Al principio, fijó su residencia en una celda de las cercanías de la iglesia, pero como los visitantes le interrumpiesen constantemente, acabó por retirarse a lo que fue más tarde la famosa abadía de Marmoutier. El sitio, que estaba entonces desierto, tenía por un lado un abrupto acantilado y por el otro, un afluente del Loira. Al poco tiempo, habían ya ido a reunirse con san Martín ochenta monjes y no pocas personas de alta dignidad. La piedad, los milagros y la celosa predicación del santo, hicieron decaer el paganismo en Tours y en toda la región. San Martín destruyó muchos templos, árboles sagrados y otros objetos venerados por los paganos. En cierta ocasión, después de demoler un templo, mandó derribar también un pino que se erguía junto a él. El sumo sacerdote y otros paganos aceptaron derribarlo por sí mismos, con la condición de que el santo, que tanta confianza tenía en el Dios que predicaba, aceptase colocarse junto al árbol en el sitio que ellos determinasen. Martín accedió y los paganos le ataron al tronco. Cuando estaba a punto de caer sobre él, el santo hizo la señal de la cruz y el tronco se desvió. En otra ocasión, cuando demolía un templo en Antun, un hombre le atacó, espada en mano. El santo le presentó el pecho, pero el hombre perdió el equilibrio, cayó de espaldas y quedó tan aterrorizado, que pidió perdón al obispo. Sulpicio Severo narra éstos y otros hechos milagrosos, algunos de los cuales son tan extraordinarios, que el propio Sulpicio Severo dice que, ya en su época, no faltaban «hombres malvados, degenerados y perversos» que se negaban a creerlos. El mismo autor refiere algunas de las revelaciones, visiones y profecías con que Dios favoreció a san Martín. Todos los años, solía el santo visitar las parroquias más lejanas de su diócesis, viajando a pie, a lomo de asno o en barca. Según su biógrafo, extendió su apostolado desde la Turena hasta Chartres, París, Antun, Sens y Vienne, donde curó de una enfermedad de los ojos a san Paulino de Nola. En cierta ocasión en que un tiránico oficial imperial llamado Aviciano llegó a Tours con un grupo de prisioneros y se disponía a torturarlos al día siguiente, san Martín partió apresuradamente de Marmoutier para interceder por ellos. Llegó cerca de la medianoche e inmediatamente fue a ver a Aviciano, a quien no dejó en paz sino hasta que perdonó a los prisioneros.

En tanto que san Martín conquistaba almas para Cristo y extendía pacíficamente su Reino, los priscilianistas, que constituían una secta gnóstico-maniquea fundada por Prisciliano, empezaron a turbar la paz en las Galias y en España.

Prisciliano apeló al emperador Máximo la sentencia del sínodo de Burdeos (348), pero Itacio, obispo de Ossanova, atacó furiosamente al hereje y aconsejó al emperador que le condenase a muerte. Ni san Ambrosio de Milán ni san Martín, estuvieron de acuerdo con la actitud de Itacio, quien no sólo pedía la muerte de un hombre, sino que además mezclaba al emperador en los asuntos de la jurisdicción de la Iglesia. San Martín exhortó a Máximo a no condenar a muerte a los culpables, diciéndoles que bastaba con declarar que eran herejes y estaban excomulgados por los obispos. Pero Itacio, en vez de aceptar el parecer de san Martín, le acusó de estar complicado en la herejía. Sulpicio Severo comenta a este propósito que esa era la táctica que Itacio solía emplear contra todos aquéllos que llevaban una vida demasiado ascética para su gusto. Máximo prometió, por respeto a san Martín, que no derramaría la sangre de los acusados; pero, una vez que el santo obispo partió de Tréveris, el emperador acabó por ceder y dejó en manos del prefecto Evodio la decisión final. Evodio, por su parte, viendo que Prisciliano y algunos otros eran realmente culpables de algunos de los cargos que se les hacían, los mandó decapitar. San Martín volvió más tarde a Tréveris a interceder tanto por los priscilianistas españoles, que estaban bajo la amenaza de una sangrienta persecución, como por dos partidarios del difunto emperador Graciano. Eso le puso en una situación muy difícil, en la que le pareció justificado mantener la comunión con el partido de Itacio, pero más tarde tuvo ciertas dudas sobre si se había mostrado demasiado suave al proceder así (san Siricio, papa, censuró tanto al emperador como a Itacio por su actitud en el asunto de los priscilianistas. Fue ésa la primera sentencia capital que se impuso por herejía, y el resultado fue que el priscilianismo se difundió por España). 

San Martín tuvo una revelación acerca de su muerte y la predijo a sus discípulos, los cuales le rogaron con lágrimas en los ojos que no los abandonase. Entonces el santo oró así: «Señor, si tu pueblo me necesita todavía, estoy dispuesto a seguir trabajando. Que se haga tu voluntad». Cuando le sobrecogió la última enfermedad, san Martín se hallaba en un rincón remoto de su diócesis. Murió el 8 de noviembre del año 397. El 11 de noviembre es el día en que fue sepultado en Tours. Su sucesor, san Bricio, construyó una capilla sobre su sepulcro; más tarde, fue sustituida por una magnífica basílica. La Revolución Francesa destruyó la siguiente basílica que se construyó allí. La actual iglesia se levanta en el sitio en que se hallaba el santuario saqueado por los hugonotes en 1562. Hasta esa fecha, la peregrinación a la tumba de san Martín era una de las más populares de Europa. En Francia hay muchas iglesias dedicadas a san Martín y lo mismo sucede en otros países. La más antigua iglesia de Inglaterra lleva el nombre de este santo: se trata de una iglesia en las afueras de Canterbury, y Beda dice que fue la primera que se construyó durante la ocupación romana. De ser cierto esto, debió tener otro nombre al principio, y recibió el de san Martín cuando san Agustín y sus monjes tomaron posesión de ella. Un historiador ha contado en Francia 3.667 parroquias dedicadas a él y 487 pueblos que llevan su nombre. Un buen número hay también en Alemania, Italia y España. 

La literatura y la iconografía sobre el santo es inmensa. La fuente principal, sin embargo, es Simplicio Severo, quien visitó a san Martín en Tours, y cuyos relatos son mucho más importantes que cualquiera de los documentos posteriores. Cuando murió san Martín, Sulpicio ya había terminado su biografía. Algún tiempo después, revisó su obra e introdujo en ella el texto de tres largas cartas que había escrito en el intervalo; en la última de ellas describía la muerte y los funerales del santo. Entre tanto, había escrito también una crónica general, en cuyo capítulo 50 del libro II trata de la actuación de san Martín en la controversia priscilianista. Finalmente, el año 404 compuso un diálogo con algunos otros materiales, donde compara a san Martín con los ascetas primitivos y cuenta algunas anécdotas. Casi un siglo y medio después de la muerte de san Martín, su sucesor en la sede de Tours, san Gregorio, hizo otra importante contribución a la historia de su venerado predecesor. Desgraciadamente, las cronologías de Sulpicio y de Gregorio son diferentes con frecuencia. En la literatura el personaje de san Martín está muy presente, y en particular seguramente recordarán los de tradición hispana el fragmento del Quijote en el que el héroe explica a Sancho el caso de la capa:

«Descubrió [una talla] el hombre, y pareció ser la de San Martín puesto a caballo, que partía la capa con el pobre; y apenas la hubo visto don Quijote, cuando dijo:

-Este caballero también fue de los aventureros cristianos, y creo que fue más liberal que valiente, como lo puedes echar de ver, Sancho, en que está partiendo la capa con el pobre y le da la mitad; y sin duda debía de ser entonces invierno, que, si no, él se la diera toda, según era de caritativo.

-No debió de ser eso -dijo Sancho-, sino que se debió de atener al refrán que dicen: que para dar y tener, seso es menester.»

(2ª parte, Cap LVIII). Aunque es patrono de muchos oficios y muchas ciudades, e incluso san Gregorio de Tours lo proclama como «patrono especial del mundo entero», me gustaría contar la anécdota de uno solo de esos patronazgos, el de la ciudad de Buenos Aires: dice una antigua tradición que a poco de fundar la ciudad (por segunda vez) en 1580, se reunieron los miembros del Cabildo para la elección del patrono. La suerte recayó en san Martín de Tours, pero algunos vecinos se opusieron por ser francés -preferían mnás bien uno español- así que repitieron la elección, y volvió a recaer en san Martín de Tours, y aun una tercera vez, y volvió a salir el mismo papel, por lo que dedujeron que se trataba de la voluntad de Dios que el santo francés fuera el patrono de tan hispánica ciudad. Lo cierto es que muchos lugares en la historia de la ciudad aluden a san Martín no por el Gral. Don José de San Martín, libertador patrio, sino por el santo patrono. 

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

El influjo de San Martín fue decisivo para la evangelización de la zona de Francia que se extiende al sur del Loira: Toulouse, Poitou, Saintonge, Auvernia y Berry, y aun para la de París. Sin duda que la fe en Jesucristo había avanzado por las vías romanas desde los tiempos de San Ireneo (finales del siglo II), pero el cristianismo apenas si había alcanzado más que a las ciudades, cuando Martín, un soldado húngaro convertido, se une a la escuela de San Hilario (339) y funda en Ligugé, cerca de Poitiers, el primer monasterio de todo Occidente (360). Martín había de ser el apóstol de la campiña galo-romana.   Antes de recibir el bautismo, había compartido ya sus vestiduras con un mendigo en Amiens; una vez convertido al cristianismo, no le fue posible quedar indiferente ante la pobreza esencial de los campesinos, a quienes nadie había hablado todavía de Cristo. Consagrado obispo de Tours (372), reunió de nuevo en torno a sí a algunos compañeros deseosos de vivir como hombres de oración, aun cuando quiso convertir a sus monjes en misioneros. El monasterio de Marmoutiers, a la entrada de Tours, se convirtió en un verdadero centro de evangelización. El obispo daba, por lo demás, ejemplo por sí mismo, siempre itinerante anunciando el evangelio, arrancando los árboles sagrados y destruyendo los ídolos. Murió en Candes, no lejos de Tours el 397, v su culto se extendió por toda la Galia desde el siglo V.

Oremos: Renueva, Señor, en nosotros las maravillas de tu gracia, para que, al celebrar hoy la memoria de San Martín de Tours, obispo, que te glorificó, tanto con su vida como con su muerte, nos sintamos de tal modo fortalecidos, que ni la vida ni la muerte puedan separarnos de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

CUMPLEAÑOS DE MI MAMA EULALIA EN SU CELEBRACION DE 98 Y EN ALEGRIA
               



El Papa, en la capilla de Santa Marta

Esun escándalo decir que eres cristiano y vivir como un pagano"
Francisco: "No dar escándalo jamás, destruye la fe"
"La lógica humana te lleva a no perdonar, a la venganza; te lleva al odio, a la división"

Sin la fe no se puede vivir sin escandalizar y siempre perdonando. Solamente la luz de la fe, de aquella fe que nosotros hemos recibido

(RV).- Todo cristiano, cualquiera que sea su vocación, debe saber perdonar siempre y no dar jamás escándalo, porque el "escándalo destruye la fe". Son palabras del Papa

Francisco comentando las lecturas bíblicas de la Misa matutina, celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta.
Mejor arrojarse al mar con una piedra atada al cuello. Jesús, prefiere una imagen cruda a cualquier otra expresión endulzada, cuando dice a sus discípulos que cosa piensan de quienes dan escándalo a los otros, especialmente si son indefensos. El Papa Francisco estructura su homilía centrándose en el pasaje del Evangelio de Lucas, enunciando tres palabras claves: escándalo, perdón y fe.

"Ay de aquellos que escandalizan", afirma perentorio Cristo, mientras en el pasaje de la Carta a Tito, San Pablo da indicaciones precisas sobre cómo debe ser el estilo de vida de un sacerdote - no violento, sobrio - en una palabra "irreprensible", mejor dicho lo contrario al escándalo. Pero esto, afirma el Papa, vale para todos los cristianos. Escándalo, agrega el Pontífice, "es decir y profesar un estilo de vida - ‘soy cristiano' - y luego vivir como pagano, que no cree en nada". Esto da escándalo "porque falta el testimonio", mientras "la fe confesada - subraya el Papa Francisco - es vida vivida":

"Cuando un cristiano o una cristiana, que va a la iglesia, que va a la parroquia, no vive así, escandaliza. Pero cuantas veces hemos escuchado: ‘Pero yo no voy a la Iglesia - hombres y mujeres - porque es mejor ser honesto en casa y no ir como aquel o aquella que van a la Iglesia y luego hacen esto, esto, esto...' ¡El escándalo destruye, destruye la fe! Y por esto Jesús es tan fuerte: ‘!Estén atentos! !Estén atentos!'. Y esto nos hará bien repetirlo hoy: !Estén atentos a ustedes mismos!. Todos nosotros somos capaces de escandalizar".

Del mismo modo y al contrario, todos deberíamos saber perdonar. Y perdonar "siempre", insiste el Papa haciendo eco de las palabras de Cristo, que invita a hacerlo incluso "siete veces en un día" si quien nos ha hecho una falta nos los pide arrepentido. Jesús, observa el Papa Francisco, "exagera para hacernos entender la importancia del perdón", porque "un cristiano que no es capaz de perdonar, escandaliza: no es cristiano":

"Debemos perdonar, porque somos perdonados. Y esto está en el Padre nuestro: Jesús nos lo ha enseñado ahí. Y esto no se entiende en la lógica humana, la lógica humana te lleva a no perdonar, a la venganza; te lleva al odio, a la división. Cuántas familias divididas por no perdonarse: ¡cuántas familias! Hijos alejados de sus padres, marido y mujer alejados... es tan importante pensar en esto: si yo no perdono no tengo, parece que no tengo derecho - parece - de ser perdonado o no he entendido que cosa significa que el Señor me haya perdonado. Esta es la segunda palabra, perdón".

Se entiende entonces, concluye el Papa Francisco, "porque los discípulos, escuchando estas cosas, le dijeron al Señor: ‘Auméntanos la fe'":

"Sin la fe no se puede vivir sin escandalizar y siempre perdonando. Solamente la luz de la fe, de aquella fe que nosotros hemos recibido. De la fe en un Padre misericordioso, de un Hijo que ha dado su vida por nosotros, de un Espíritu que está dentro de nosotros y nos ayuda a crecer, la fe en la Iglesia, la fe en el pueblo de Dios, bautizado, santo. Y esto es un don, la fe es un regalo. Ninguno con los libros, asistiendo a conferencias, puede tener la fe. La fe es un regalo de Dios que te dan y por esto los apóstoles pedían a Jesús: ‘Auméntanos la fe'".

11 novembre 2014 Martes St. Martín de Tours Is 61, 1-3

El que sigue de verdad el espíritu de la fe no puede hacer otra cosa que lo que nos dice el texto: «El Espíritu del Señor Dios está sobre mí, porque el Señor me ha ungido, me ha enviado para dar la Buena Nueva a los pobres, a vendar los corazones desgarrados ... »No hay que seguir, fácilmente recordamos el texto en boca de Jesús mismo cuando iniciaba su tarea pastoral. Lo que anuncia Isaías, a ti, ¿qué te sugiere? Señor, me invitas a participar de tu gracia, que siempre sepa hacer dignamente lo que Tú quieres de mí.

FIESTA DE LA DEDICACION DE LA BASILICA DE SAN JUAN DE LETRAN   -Jn 2,13-22

Entre las señales y los diálogos que siguen en el prólogo de san Juan, hoy, el episodio de la purificación del templo nos lleva, en la fiesta de la dedicación de la Basílica de Letrán, un doble enseñanza:

Jesús es el santuario verdadero de Dios, y los discípulos de Jesús estamos también llamados a serlo en él.

Cuando el evangelista nos hablaba de la expulsión de los mercaderes del templo ha hecho servir para indicar el lugar de la palabra griega que significa templo, pero cuando se ha referido a Jesús ha utilizado deliberadamente una palabra diferente, que mejor quiere decir: santuario, palabra reservada al lugar central del templo donde está la gracia de la fidelidad y del amor de Dios. Allí estaba el “Santo de los Santos” que guardaba el arca de la alianza que contenía las tablas de la ley, un vaso con manná – el pan de los israelitas en el desierto, y la vara granada de Aharon que acreditaba la exclusividad sacerdotal de su familia.

Así, cuando Jesús responde a los judíos diciéndoles que destruyan este santuario que él reconstruirá en tres días, y lo hace no tanto aludiendo a la construcción arquitectónica sino refiriéndose a su cuerpo, el evangelista nos introduce en el misterio del Mesías que pasará por el sufrimiento y la muerte pero que llegará a la gloria con su resurrección. Así lo entendieron los discípulos que después de Pascua, recordaron que él decía esto y creyeron en la Escritura y en esta palabra de Jesús. Esta es la fe de la Iglesia, esta es nuestra fe. Jesús es el verdadero santuario de Dios, y como tal contiene en él, ya no las tablas de la Ley, sino su plenitud que se encuentra en la Gracia y la Verdad, para nosotros fuente de esperanza y de vida. El pan celestial del nuevo Israel, ya no será el maná antiguo sino la carne y la sangre del Hijo del Hombre de los que el pan y el vino de la eucaristía son la realidad material.

Y consagrado como verdadero y único sacerdote de la nueva alianza en la pasión con su propia sangre, el Señor nos obtiene para todos la posibilidad real de una vida vivida con plenitud, capaz de borrar el pecado en nosotros y de imprimir nuevamente en nuestros corazones los valores de eternidad. Y a todos nos ofrece, no ya la vara granada que designaba la casta intocable de una dinastía sino el árbol de la cruz que une a todos los bautizados a su único sacerdocio, el sacerdocio de Cristo. Sacerdocio de vida solidaria en la verdad, de oración de intercesión por todos los hombres en la caridad. Este es el verdadero santuario de toda la comunidad cristiana y de cada iglesia particular hecho visible en la vida fraterna. En su casa de oración, que son las iglesias, brilla especialmente este misterio en la liturgia y en los sacramentos como realidad y anuncio del cielo nuevo y de la tierra nueva. El aniversario de la dedicación de la primera casa de oración después de las persecuciones, la catedral de Roma, celebra el núcleo de esta realidad más allá de cualquier edificio, y nos une católicamente con la comunidad que es cabeza y madre de todas las demás Iglesias porque guarda con especial solicitud la fe del apóstol san Pedro sobre la que el Señor continúa edificando en los creyentes a su Iglesia. Alrededor de este santuario que es el Cristo Resucitado es necesario conservar libre de cualquier mercadeo el templo que somos todos los fieles. Debemos sentir adentro como Jesús el celo por la casa de Dios, y como él sentir indignación por todo lo que aparta o dificulta a las personas de vivir en su amor, sentir indignación de todo aquello que desprecia la dignidad humana ni que sea bajo apariencia de religiosidad y actuar en consecuencia en la libertad y la caridad que vienen de la fe. Como Jesús estamos llamados a devenir, en todo momento y para todos, un lugar de encuentro de la gracia de Dios, de su misericordia portadora siempre de paz, de esperanza y de alegría.

Como los árboles de la visión de Ezequiel, arraigados al borde del agua viva que nacía del lugar santo, cuidamos que nuestra vida espiritual esté arraigada dentro de la corriente de vida de Jesucristo que nos da singularmente en la oración y en los sacramentos, para poder ofrecer a nuestra sociedad los frutos maduros de su evangelio caminando, como dice el Obispo Pedro en su visita espiritual a la Virgen, en la hermandad del Cristo, fieles a la Casa Solariega de la Tierra, seguros de la Casa Solariega del Cielo.

Siervos inútiles ante el Señor

Lucas 17, 7-10. Tiempo Ordinario. Todo lo que tenemos, procede de Dios, como un inmenso e inexplicable regalo. 

Oración introductoria
Jesús, creo en Ti, mi Creador y Señor. Te hiciste hombre por mí y me has dado todo lo que tengo. Me has perdonado mi infidelidad, mi tibieza. No merezco tanto amor… Guía mi oración para que descubra cómo debo corresponder a tu amor, a tu perdón, a tu cercanía.

Petición
Te suplico tu gracia y tu misericordia para ser humilde y digno de presentarme ante Ti en esta oración.

Meditación del Papa Francisco
Porque la fe es un encuentro con Jesús, y nosotros debemos hacer lo mismo que hace Jesús: encontrar a los demás. Vivimos una cultura del desencuentro, una cultura de la fragmentación, una cultura en la que lo que no me sirve lo tiro, la cultura del descarte. Pero sobre este punto os invito a pensar —y es parte de la crisis— en los ancianos, que son la sabiduría de un pueblo, en los niños... ¡la cultura del descarte! Pero nosotros debemos ir al encuentro y debemos crear con nuestra fe una “cultura del encuentro”, una cultura de la amistad, una cultura donde hallamos hermanos, donde podemos hablar también con quienes no piensan como nosotros, también con quienes tienen otra fe, que no tienen la misma fe. Todos tienen algo en común con nosotros: son imágenes de Dios, son hijos de Dios. Ir al encuentro con todos, sin negociar nuestra pertenencia» (S.S. Francisco, 18 de mayo de 2013).

Reflexión
Jesús no aprueba ese trato abusivo y arbitrario del amo, sino que se sirve de una realidad muy cotidiana para las gentes que le escuchaban, e ilustra así cuál debe ser la disposición de la criatura ante su Creador: desde nuestra propia existencia hasta la bienaventuranza eterna que se nos promete.

Todo lo que tenemos, todo lo que gozamos y todo lo que poseemos, procede de Dios, como un inmenso e inexplicable regalo. Por esto, siempre debemos agradecerle, ya que estamos en deuda con Él. Debemos tener una actitud humilde de siervos ante Dios, lejos del orgullo, pues Él no nos exige nada que no seamos capaces de hacer. Por más que hagamos en su nombre, siempre nos quedamos cortos en comparación a todos sus dones.

Aunque esta exigencia nos parezca dura y lejana, no debemos perder de vista que Dios es Amor, y cuanto pide no es más que una muestra de ese amor, el cual, aceptado con paciencia, no es esclavitud y sacrificio, sino liberación y una carga que nos da alas.

Propósito
Mostrar siempre a los demás un rostro alegre, natural, servicial, digno, noble.

Diálogo con Cristo
Exigir con altanería «mis derechos», querer acaparar siempre la atención, buscar ser servido, son manifestaciones de mi orgullo. Señor, ayúdame a recordar siempre que sólo los humildes y los sencillos de corazón son los que están cerca de Ti y pueden poseerte. Jesús, haz mi corazón semejante al tuyo.

¿Podemos sacar "copias" de Jesucristo?

Cuando amamos a una persona queremos parecernos a ella en todo, en la manera de pensar, hablar, expresarse, de actuar.

Uno de los fenómenos más comunes entre las personas que se aman es aquel que podríamos llamar mimetismo. O sea, el afán por asemejarse a la persona querida. Se le quiere imitar en todo: en la manera de pensar, de hablar, de expresarse, de actuar. Se tiende a hacer siempre lo mismo que ella.

Este hecho, comprobado tantas veces, tiene una aplicación muy grande en el orden espiritual de la fe.

Desde el momento que nuestra religión se centra en Jesucristo conocido, amado, vivido, todo el afán del cristiano es asemejarse lo más posible a Él. La ilusión más grande es salir una copia perfecta de Nuestro Señor Jesucristo. De ahí ha nacido la expresión tan cristiana de la Imitación de Cristo, que ha dado incluso el título al libro mejor que ha nacido en el seno de la Iglesia.

Aquellos dos jóvenes artistas eran ciertamente muy ambiciosos, y se hicieron una apuesta: uno debía pintar la Mona Lisa de Vinci y el otro las Meninas de Velázquez, obras cumbres de la pintura universal. Las copias habrían de resultar tan fieles que fuera después imposible distinguirlas de los cuadros originales.

Otro estudiante ya había conseguido eso mismo en literatura: de tal manera imitó a Teresa de Ávila, que los miembros del jurado colegial hubieron de repasar las obras de la gran Doctora, para comprobar que el escrito del discípulo no había sido un plagio. Esta nota curiosa de los tres muchachos atrevidos, los dos pintores y el literato, se convierte en un signo bello de la principal tarea cristiana.

¿Quién es un cristiano? La respuesta es clara si examinamos el plan de Dios, el cual nos eligió para ser en todo iguales a su Hijo, el Señor Jesucristo. San Pablo es en esto terminante: Pues, a los que había previsto, los eligió a ser copias exactas de la imagen que es el tipo, o modelo, su Hijo, Cristo Jesús.
Aquí observamos una diferencia esencial entre el concurso de Dios y los concursos artísticos en la sociedad.

En una exposición de pintura, de fotografía, de escultura..., en un certamen de literatura, de poesía..., en un desfile de modas..., no se admiten imitaciones. Quien es sorprendido en un plagio, no solamente es descalificado, sino acusado y multado por robo a la propiedad intelectual de otro. Las obras deben ser plenamente originales. Esta es la razón de ser de esos avisos al pie de tantas publicaciones:

- Prohibida la reproducción total o parcial. Cualquier infracción será castigada según la ley.

En el concurso convocado por Dios ocurre todo lo contrario, porque en él no caben las originalidades.

El primer premio del certamen se lo llevará aquel que resulte la copia más fiel de Jesucristo, que es el tipo, la imagen, el modelo propuesto por Dios a toda la Humanidad redimida.

Tanto es así, que cuando Pablo les invita a los primeros cristianos a imitarle en todo lo bueno que hayan visto en su persona pues les dice: imitadme a mí, se encarga muy bien de añadir: como yo imito a Cristo. El prototipo no es Pablo, sino Jesucristo.

En los concursos de Dios, el aviso a los ladrones de copias sería muy diferente. Podría Dios formularlo de esta manera: - Permiso, autorización, y hasta mandato, de sacar cuantas más y mejores copias se puedan. Grandes premios a las reproducciones más fieles...

Es el caso de los que llamamos Santos por antonomasia, los reconocidos y proclamados tales por la Iglesia, y venerados en los altares. Son hombres y mujeres como nosotros, pero que fueron unos imitadores perfectos de Jesucristo.

Se puede recordar, por ejemplo, a un San Vicente de Paúl, el cual, ante cualquier cosa que había de hacer, se detenía unos instantes, y se preguntaba: - ¿Qué haría Cristo aquí y ahora, en mi lugar?

Como es natural, Vicente resultó una copia perfecta del Señor.

Si somos buenos observadores cuando se nos dirige en la Iglesia la Palabra de Dios, habremos notado que la predicación de la Iglesia, notablemente mejorada en comparación de épocas pasadas, se dirige a esto: a presentarnos al Jesucristo del Evangelio como el único modelo a quien imitar.

¿La vida de familia? Como la de Jesús con su Madre y con José.
¿La oración? Como la de Jesús, constante, confiada, ininterrumpida.
¿El trabajo? Como el de Jesús por los campos y en el taller de Nazaret.
¿El trato con los demás, el amor, la comprensión? Como los de Jesús, de una exquisitez, delicadeza y elegancia como del Hombre más perfecto...

Esta tarea tan interesante y tan hermosa es de todos, y no de unos privilegiados. El día en que nuestro trabajo, nuestra plegaria, nuestra relación con los demás y todo nuestro quehacer en la vida sean como los de Jesucristo y estén animados por sus mismos sentimientos, quedaríamos mejor clasificados como cristianos que los valientes alumnos de Teresa, de Vinci y de Velázquez como literatos o pintores....

Histórico. El estudiante, Daniel Ruiz Bueno, fue después traductor de clásicos en la BAC. - Rom. 8,29. 1Cor. 11,1. 

 

Martín de Tours, Santo

Obispo, 11 de noviembre

Obispo. Conocido también como San Martín Caballero

Martín de Tours es uno de aquellos hombres que han hecho hablar de sí a muchas generaciones por haber sido protagonista de episodios aptos para despertar la fantasía popular. Es frecuente la narración del episodio de San Martín que, cabalgando envuelto en su amplio manto de guardia imperial, encontró a un pobre que tiritaba de frío, con gesto generoso cortó su manto y le dio la mitad al pobre. Por la noche, en sueños, vio a Jesús envuelto en la mitad de su manto, sonriéndole agradecido.

Martín, hijo de un tribuno romano, nació en Sabaria, en Panonia, hacia el 315. A los quince años ya vestía el uniforme militar. El episodio del manto hay que colocarlo en este periodo, porque a los 18 años recibió el bautismo y abandonó la milicia para seguir a San Hilario de Poitiers, su maestro. Después de un breve noviciado de vida eremítica en la Isle Galinaria, Martín fundo dos monasterios: Ligugé, el más antiguo de Europa, y Marmoutier, que se convertiría en un gran centro de vida religiosa.

Después del paréntesis contemplativo, siguió el activo: Martín, elegido obispo de Tours, se convirtió en el grande evangelizador de Francia. Había sido, como se dice, soldado sin quererlo, monje por elección y obispo por deber. En los 27 años de vida episcopal se ganó el amor entusiasta de los pobres, de los necesitados y de cuantos sufrían injusticias, pero no era bien visto por los de su clero que querían vivir tranquilamente. De hecho fue acusado por un sacerdote llamado Bricio. Su respuesta fue proverbial: “¿Si Cristo soportó a Judas, por qué no debería yo soportar a Bricio?”

Murió el 8 de noviembre del 397 en Candes, durante una visita pastoral. Sus funerales, que tuvieron lugar tres días después, fueron una verdadera apoteosis; en ese día, el 11, se conmemora su memoria. Se puede considerar como el primer santo no mártir con fiesta litúrgica. Esa fecha quedó también como punto de referencia en los contratos de arrendamientos, de terrenos, de compraventas, en el mundo agrícola: “el nuevo vino se bebe en San Martín”, se dice todavía hoy en muchas regiones de Italia y de Francia.

La mitad del manto que – según la leyenda – San Martín compartió con el pobre de Amiens, se conserva celosamente en una capilla. Al custodio de la capilla se llama “capellán”, sin ser lo, porque es el protector de la “capa” del Obispo de Tours.

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