María se puso, rápidamente, en camino hacia un pueblo de la montaña de Judea
- 21 Diciembre 2018
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El momento decisivo
Papa Francisco: La Anunciación fue el momento
Durante la homilía de la Misa en la Casa Santa Marta de este jueves, el Papa Francisco remarcó que el misterio de la Anunciación es el momento “decisivo” en el cual la historia del hombre cambió completamente.
El Santo Padre explicó este 20 de diciembre el pasaje de la Anunciación del Arcángel San Gabriel a la Virgen María narrado en el Evangelio de San Lucas en el que el “Dios de las sorpresas” cambió el destino del hombre.
Fue un “momento decisivo de la historia, el más revolucionario”, dijo el Papa, y agregó que en la Anunciación “todo cambia”.
“Y cuando en Navidad o en el día de la Anunciación profesamos la fe para decir este misterio nos hincamos. Es el momento en el que todo cambia, todo, desde la raíz”, remarcó.
En este día, explicó el Santo Padre, “Dios baja, Dios entra en la historia y lo hace con su estilo original: una sorpresa. El Dios de las sorpresas nos sorprende (de nuevo) una vez”.
Por último, el Papa Francisco leyó nuevamente una parte de este pasaje del Evangelio y lo describió como “difícil de predicar”.
“El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también a Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril: ‘nada es imposible para Dios’. Y entonces María dijo: ‘He aquí la esclava del Señor: ‘hágase en mí según su palabra’. Y el ángel dejándola se fue”, concluyó.
Cristo, plenitud de la Revelación.
La Revelación es cristológica, ya que se identifica, en último término, con la encarnación, Cristo es la revelación de Dios.
La Revelación encuentra su fundamento principal en la persona de Jesucristo, síntesis del mensaje salvífico de Dios, plenitud y manifestación máxima de Dios al hombre.
1.- La Revelación de Dios en la historia.
1.1 Antiguo Testamento. Dios se revela en el Antiguo Testamento en los hechos de la historia del pueblo de Israel. A través de los diversos eventos históricos, Dios, de manera gratuita y amorosa, se comunica libremente y se da a conocer a la humanidad, manifestando su plan salvífico y liberador.
Esta autocomunicación de Dios fue siguiendo un lento proceso lleno de una gran pedagogía con la cual El, en la medida en que iba revelándose, tenía en cuenta la posibilidad de ser reconocido como Aquel que, interviniendo en la historia, era el Salvador, el Liberador, el Creador, el Padre amoroso que llamaba a una vida de comunión con El y de relación justa y fraterna con los demás.
1.2.- Rasgos principales de la revelación del AT. La revelación es esencialmente interpersonal: es la manifestación de Dios al hombre. Allí, es Yavé el sujeto y el objeto de esa revelación, ya que es el Dios que revela y que se revela. A través de ella el hombre es llamado a entrar en comunicación de vida con Él:
1. En todo el AT podemos observar como la manifestación de Dios ha partido de una iniciativa suya. Es Él quien desea revelarse y darse a conocer. El es quien elige, y sella la alianza.
2. La Palabra escuchada es la que da unidad a la economía veterotestamentaria. La comunicación de Dios es principalmente a través de la Palabra, lo que exige al hombre una mayor atención, e implica el respeto de Dios por la libertad humana.
3. La palabra trae como exigencias al hombre la fe y el cumplimiento.
4. Y el AT está enmarcada en la esperanza de la salvación que está por venir. Todo acontecimiento alude a uno posterior.
1.3.- Cristo, revelador y revelación del Padre
Cristo Jesús es la máxima manifestación del amor del Padre, el cumplimiento de las promesas divinas y el centro de la historia de la salvación:
"... la Iglesia busca que las culturas sean renovadas, elevadas y perfeccionadas por la presencia activa del Resucitado, centro de la historia y de su Espíritu. (EN 18, 20, 23. GS 58d; 61a)..."
Él es el culmen y la plenitud de la revelación. En Él, Dios ha puesto en la historia un acontecimiento determinante capaz de hacerla sensata mediadora de la revelación.
2.- Cristo, plenitud de la revelación
De acuerdo, con el dato escriturístico que obtenemos en el NT: Sinópticos, Hechos, Juan, Pablo y Hebreos, Cristo no es uno de los mediadores de la revelación de Dios, sino que es el Mediador absoluto porque es la Palabra del Padre, el Hijo de Dios hecho hombre (cf. 1 Tim 2,5) que irrumpe en la historia para traer la salvación (cf. Hb 1, 1-4). En el se ha revelado definitiva e irrevocablemente la voluntad salvífica universal de Dios a través de un hecho único e irrepetible: la encarnación del Logos (Palabra) divino:
"Este designio divino, que en bien de los hombres y para la gloria de la inmensidad de su amor, concibió el padre en su hijo antes de crear el mundo (Ef 1,9), nos lo ha revelado conforme al proyecto misterioso que Él tenía de llevar la historia humana a su plenitud, realizando por medio de Jesucristo la unidad del universo, tanto lo terrestre como de lo celeste."
En Jesucristo, no solamente esas revelaciones (hechas por los profetas) se totalizan, sino que la revelación de Dios es total. De Dios en cuanto él es el principio y el término de la relación religiosa de la alianza. Si el cometido de los profetas es poner los acontecimientos de la historia y la situación del hombre bajo la luz del propósito de Dios, Jesús cumple perfectamente la función profética: Él no manifiesta un elemento del designio de Dios, sino el Designio total, lo absoluto de la relación de alianza, el "misterio".
2.1.- La encarnación, misterio de la plenitud reveladora
La encarnación da realidad al acontecimiento revelador por excelencia, porque ella es el encuentro de Dios con el hombre y del hombre con Dios, con base en la unión que hay entre divinidad y humanidad en el misterio de Cristo:
"... En Cristo y por Cristo, Dios Padre se une a los hombres. El Hijo de Dios asume lo humano y lo creado restablece la comunión entre su Padre y los hombres. El hombre adquiere una altísima dignidad y Dios irrumpe en la historia humana, vale decir, en el peregrinar de los hombres hacia la libertad y la fraternidad..."
Él, el Hijo de Dios hecho hombre, es la perfecta revelación puesto que viene a hablar, a predicar, a enseñar y a atestiguar lo que ha visto y oído. De esta manera, la encarnación es la vía elegida por Dios para revelar y revelarse, a través de la cual hace posible a nivel humano el conocimiento de Dios y de su designio salvífico.
Y llevando al nivel humano la manifestación de Dios (su propia encarnación), Jesucristo, revela el misterio del Padre. Es decir, revelando al Padre como misterio, se revela también el misterio propio del hijo: la revelación es autorrevelación.
En Jesucristo, por lo tanto, llegan a su absoluto punto culminante tanto la llamada de Dios, como la respuesta del hombre, al identificarse en la unidad de su persona. En cuanto hombre, Cristo es la perfecta respuesta humana a la palabra y autocomunicación de Dios. En su obediencia, Él conduce de nuevo la humanidad hacia la unión con Dios y la hace partícipe de la vida eterna. En Cristo encontramos la relación de comunión, de diálogo, de docilidad y de amor que el hombre debe tener para con Dios. Así la revelación es completa aun desde este punto de vista, porque encuentra en el hombre el término y la respuesta que hacen plenamente eficaz el designio del amor de Dios.
2.2.- Cristo, sujeto y objeto de la revelación
Porque el Verbo de Dios es por sí mismo, desde la eternidad, la expresión viva y completa del Padre, que posee la misma naturaleza del Padre, Cristo es el Dios revelante. Él es causa y autor de la revelación como lo es también el padre y el Espíritu Santo. Él ha sido enviado por el Padre para comunicar la plenitud de la manifestación divina.
Pero es también el Dios revelado: el Dios verdadero que anuncia y testimonia de sí mismo, porque es Dios, el Verbo de Dios. Cristo, entonces, nos hace conocer el misterio de sí mismo. Él, como Verbo eterno, es la misma verdad que
Él anuncia y revela. De igual modo, es también el medio por el que se revela la Verdad y se comunica la Vida (Jn 14, 5-6), es decir, el mismo es el camino accesible al hombre para conocer la Verdad y lograr la comunión de vida con Dios. A través de la naturaleza humana de Jesús, Dios se hace accesible al hombre.
La Revelación es cristológica, ya que se identifica, en último término, con la encarnación, Cristo es la revelación de Dios.
San Pedro Canisio
Celebrado el 21 de Diciembre
San Pedro Canisio, presbítero y doctor de la Iglesia
San Pedro Canisio, presbítero de la Orden de la Compañía de Jesús y doctor de la Iglesia, que, enviado a Alemania, se dedicó con ahínco a defender la fe católica y a confirmarla con la predicación y los escritos, entre los que sobresale el Catecismo, y encontró el reposo de sus trabajos en Friburgo, población de Suiza.
Se ha llamado a san Pedro Canisio el segundo apóstol de Alemania, comparándole con san Bonifacio, que fue el primero. También se le venera como uno de los creadores de la prensa católica. Además, fue el primero del numeroso ejército de escritores jesuitas. Nació en 1521, en Nimega de Holanda, que dependía entonces de la arquidiócesis alemana de Colonia. Era el hijo mayor de Jacobo Kanis, quien recibió un título de nobleza por haber desempeñado el oficio de tutor de los hijos del duque de Lorena y fue nueve veces burgomaestre de Nimega. Aunque Pedro tuvo la desgracia de perder a su madre cuando era todavía pequeño, su madrastra fue para él una segunda madre. El joven creció en el temor de Dios. Cierto que él mismo se acusa de haber perdido el tiempo, de niño, en juegos inútiles; pero, dado que a los dicienueve años obtuvo el grado de Maestro en Artes, en Colonia, resulta difícil creer que haya sido muy perezoso.
Por complacer a su padre, que deseaba darle una carrera de abogado, Pedro estudió algunos meses el derecho canónico en Lovaina; pero, al caer en la cuenta de que ésa no era su verdadera vocación, desechó el matrimonio, hizo voto de castidad y volvió a Colonia a enseñar teología. La predicación del beato Pedro Fabro había despertado gran interés en las ciudades del Rin. Fabro era el primer discípulo de san Ignacio de Loyola. Bajo su dirección, hizo Canisio los Ejercicios de San Ignacio, en Mainz y durante la segunda semana, prometió a Dios ingresar en la Compañía de Jesús. Fue admitido en el noviciado y pasó varios años en Colonia, consagrado a la oración, al estudio, a visitar a los enfermos y a instruir a los ignorantes. El dinero que recibió como herencia a la muerte de su padre, lo dedicó en parte a los pobres y en parte al mantenimiento de la comunidad. Canisio había empezado ya a escribir. Su primera publicación había sido la edición de las obras de san Cirilo de Alejandría y san León Magno (no se ha probado que él haya sido el editor de los sermones de Juan Taulero, publicados en Colonia en 1543). Después de su ordenación sacerdotal, comenzó a distinguirse en la predicación. Había asistido a dos sesiones del Concilio de Trento como delegado: una en Trento y otra en Bolonia. De allí le llamó san Ignacio a Roma, donde le retuvo cinco meses, en los que Canisio dio pruebas de ser un religioso modelo, dispuesto a ir a cualquier parte y a desempeñar cualquier oficio. Fue enviado a Mesina a enseñar en la primera escuela de los jesuitas de la que la historia guarda memoria, pero al poco tiempo volvió a Roma a hacer su profesión religiosa y a desempeñar un cargo más importante.
Recibió la orden de volver a Alemania, pues había sido elegido para ir a Ingolstadt con otros dos jesuitas, ya que el duque Guillermo de Baviera había pedido urgentemente algunos profesores capaces de contrarrestar las doctrinas heréticas que invadían las escuelas. No sólo tuvo éxito Canisio en la reforma de la Universidad, de la que fue nombrado primero rector y luego vicecanciller, sino que, con sus sermones, consiguió la renovación religiosa, en la que también colaboró con su catequesis y su campaña contra la venta de libros inmorales. Grande fue el duelo general cuando el santo partió a Viena, en 1552, a petición dcl rey Fernando, para emprender una tarea semejante. La situación en Viena era peor que en Ingolstadt. Muchas parroquias carecían de atención espiritual, y los jesuitas tenían que llenar las lagunas y enseñar en el colegio recientemente fundado. En los últimos veinte años no hubo una sola ordenación sacerdotal; los monasterios estaban abandonados; las gentes se burlaban de los miembros de las órdenes religiosas; el noventa por ciento de la población había perdido la fe y los pocos católicos que quedaban, practicaban apenas la religión.
San Pedro Canisio empezó por predicar en iglesias casi vacías, quizás por el desinterés general, o bien porque su alemán del Rin resultaba muy duro para los oídos de los vieneses. Pero, poco a poco, fue ganándose el cariño del pueblo por la generosidad con que atendió a los enfermos y agonizantes durante una epidemia. La energía y espíritu de empresa del santo eran extraordinarios; se ocupaba de todo y de todos, lo mismo de la enseñanza en la universidad, que de visitar en las cárceles a los criminales más abandonados. El rey, el nuncio y el mismo Papa hubiesen querido nombrarle arzobispo de la sede vacante de Viena, pero san Ignacio sólo permitió que administrase la diócesis durante un año, sin el título ni los emolumentos de arzobispo. Por aquella época, san Pedro empezó a preparar su famoso catecismo o «Resumen de la Doctrina Cristiana», que apareció en 1555. A esa obra siguieron un «Catecismo Breve» y un «Catecismo Brevísimo», que alcanzaron enorme popularidad. Dichas obras serían para la Contrarreforma Católica lo que los catecismos de Lutero habían sido para la Reforma Protestante. Fueron reimpresos más de doscientas veces y traducidos a quince idiomas (incluyendo el inglés, el escocés de Braid, el hindú y el japonés) en vida del autor. El santo no despertó, ni en ésas ni en sus otras obras, la hostilidad de los protestantes contra las verdades que sostenía, ya que nunca los atacó violentamente.
En Praga, a donde había ido a fundar un colegio, se enteró con gran pena de que había sido nombrado provincial de una nueva provincia, que comprendía el sur de Alemania, Austria y Bohemia. Inmediatamente escribió a san Ignacio: «Carezco absolutamente del tacto, la prudencia y la decisión necesarias para gobernar. Soy orgulloso y apresurado por temperamento, y mi falta de experiencia me hace totalmente inepto para el oficio de provincial». Pero san Ignacio sabía lo que hacía.
En los dos años que pasó en Praga, Pedro Canisio devolvió la fe a gran parte de la ciudad, y el colegio que fundó era tan bueno, que aun los protestantes enviaban a él a sus hijos. En 1557, fue invitado a Worms a tomar parte en la discusión entre los teólogos católicos y protestantes. Asistió a dicha conferencia, aunque estaba convencido de que ese tipo de reuniones provocaban disputas que no hacían más que ensanchar el abismo que separaba a los cristianos. Es imposible, dado el reducido espacio de que disponemos, seguir al santo en los numerosos viajes de su provincialato y en sus múltiples actividades. El P. Brodrick calcula que, entre 1555 y 1558, recorrió diez mil kilómetros a pie y a caballo y que, en treinta años, anduvo cerca de treinta mil kilómetros. Para responder a quienes le criticaban por trabajar demasiado, el santo solía decir: «Quien tenga demasiado qué hacer será capaz de hacerlo todo con la ayuda de Dios».
Además de los colegios que fundó o inauguró, dispuso la fundación de muchos otros. En 1559, a instancias del rey Fernando, fue a residir a Augsburgo durante seis años. Ahí reavivó una vez más la llama de la fe, alentando a los fieles, tendiendo la mano a los caídos y convirtiendo a muchos herejes. Además, convenció a las autoridades para que abriesen de nuevo las escuelas públicas, que habían sido destruidas por los protestantes. Al mismo tiempo que hacía todo lo posible por impedir la divulgación de los libros inmorales y heréticos, divulgaba en cuanto podía los libros buenos, ya que comprendía, por intuición, la importancia que la prensa tendría con el tiempo. En aquella época recopiló y editó una selección de las cartas de san Jerónimo, el «Manual de los Católicos», un martirologio y una revisión del Breviario de Augsburgo. Durante mucho tiempo se siguió rezando en Alemania los domingos la oración general compuesta por el santo. Al fin de su provincialato, San Pedro residió en Dilinga de Baviera, donde los jesuitas tenían un colegio y dirigían la universidad. Además, allí residía también el cardenal Otón de Truchsess, que desde hacia largo tiempo era íntimo amigo del santo.
Allí se dedicó sobre todo a la enseñanza, a oír confesiones y a escribir los primeros libros de una colección que había comenzado por orden de sus superiores. Dicha obra tenía por fin responder a una historia del cristianismo, muy anticatólica, que habían publicado recientemente los escritores protestantes, conocidos con el nombre de «Centuriadores de Magdeburgo». Alguien ha dicho que se trataba de «la primera y la peor de las historias de la Iglesia escritas por los protestantes». Canisio continuó su obra mientras desempeñaba el cargo de capellán de la corte en Innsbruck y sólo la interrumpió en 1577, a causa de su mala salud. Sin embargo, seguía tan activo como siempre, pues predicaba, daba misiones, acompañaba al provincial en sus visitas y aun desempeñó, durante algún tiempo, el puesto de viceprovincial.
En 1580 se hallaba en Dilinga, cuando recibió la orden de ir a Friburgo de Suiza. Dicha ciudad, que se hallaba situada entre dos regiones muy protestantes, quería que se fundase desde hacía tiempo un colegio católico, pero, además de otros obstáculos que se oponían a la empresa se carecía de fondos suficientes para realizarla. En pocos años, venció san Pedro Canisio esos obstáculos y consiguió dinero, eligió el sitio y supervisó la erección del espléndido colegio que es en la actualidad la Universidad de Friburgo, aunque nunca fue rector ni profesor en él (no debe confundirse el cantón suizo de Friburgo y su universidad con la ciudad alemana de Friburgo de Brisgovia, cuya universidad es no menos famosa que la suiza). Además del interés con que seguía los progresos del colegio, su principal actividad, durante los ocho años que pasó en Friburgo, fue la predicación; los domingos y días de fiesta predicaba en la catedral y, entre semana, visitaba los pueblos del cantón. Se puede afirmar sin temor a equivocarse, que a san Pedro Canisio se debe el que Friburgo haya conservado la fe en una época tan crítica. La debilidad obligó al santo a renunciar a la predicación. En 1591, un ataque de parálisis le puso a las puertas de la muerte, pero se rehizo lo suficiente para seguir escribiendo, con la ayuda de un secretario, hasta poco antes de su muerte, que aconteció el 21 de diciembre de 1597.
San Pedro Canisio fue canonizado y declarado doctor de la Iglesia en 1925. Una de las principales lecciones de su vida es el espíritu y el estilo de sus controversias religiosas. El mismo san Ignacio había insistido en la necesidad de dar «ejemplo de caridad y moderación cristianas en Alemania». San Pedro Canisio advertía que era un error «citar en una conversación los temas que antipatizan a los protestantes ... , como la confesión, la satisfacción, el purgatorio, las indulgencias, los votos monásticos y las peregrinaciones, pues, como algunos enfermos, tienen el paladar estragado, son incapaces de apreciar esos manjares. Necesitan leche, como los niños; sólo poco a poco es posible llevarles a aceptar los dogmas sobre los que no estamos de acuerdo con ellos». San Pedro Canisio se mostraba duro con los que propagaban la herejía y, como la mayor parte de sus contemporáneos, estaba dispuesto a emplear la fuerza para impedírselo. Pero su actitud era muy diferente con quienes habían nacido en el luteranismo o habían sido arrastrados a él. El santo pasó toda su vida oponiéndose a la herejía y tratando de restaurar la fe y la vida católicas. Sin embargo decía, hablando de los alemanes: «Es cierto que muchísimos de ellos abrazan las nuevas sectas y yerran en la fe, pero su manera de proceder demuestra que lo hacen más por ignorancia que por malicia. Yerran, lo repito, pero sin intención, sin deseo y sin obstinación». Según san Pedro Canisio, no había que enfrentarse ni siquiera a los más conscientes y peligrosos de los herejes «con aspereza y descortesía, pues ello no sólo es el reverso del espíritu de Cristo, sino que equivale a quebrar la rama desquebrajada y a apagar la mecha que humea todavía».
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Santo Evangelio según San Lucas 1, 39-45. Viernes III de Adviento.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, te doy gracias por el gran regalo que me has dado, que ha sido la Virgen Santísima. Dame la gracia de creer firmemente, de esperar sin desconfiar y de amar sin condiciones.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Dios tiene un sueño para cada uno de nosotros, que es donde vamos a ser plenamente nosotros mismos. Esa misión se nos va revelando día a día, cuando escuchamos su voz. Cuando uno acepta la voluntad de Dios en su vida, cuando quiere realizar el sueño de Dios, todo toma color y comienza a vivir de verdad.
Este cambio de color en nuestra vida nos impulsa a una sola cosa, manifestar el amor de Dios a los demás. La Virgen María lo demuestra acudiendo a la casa de Isabel, aunque tuvo que recorrer más de 100 km. El amor por el prójimo nos enloquece y nos hace hacer grandes cosas solo para manifestar el gran amor de Dios.
También el aceptar la voluntad de Dios en nuestra vida, nos hace ser más humildes. Esta humildad se ve clara en María e Isabel. Por un lado, María, siendo la Madre de Dios, acude a Isabel. María sabe que es la esclava de Dios y por ende sirve a los demás. Ella se sabe pequeña, siendo la más grande de todas las creaturas. Por otro, lado está Isabel, que reconoce a la Madre de Dios y se siente indigna ante grande visita.
Que en nuestra vida podamos acoger con gran alegría y humildad la voluntad de Dios. Hagamos realidad el sueño de Dios en nosotros. Seamos plenamente nosotros mismos, haciendo lo que Dios tiene pensado para nosotros. La pregunta es, ¿cómo saber que estamos haciendo la voluntad de Dios? La respuesta es muy sencilla: veamos si estamos amando, cuánto estamos amando y cómo estamos amando. Que sea el amor nuestra medida.
Donde podamos amar más, es donde Dios nos ha soñado. Esto no quiere decir que todo debe de ser color de rosas. El amor verdadero florece en el sufrimiento, en la cruz. No busquemos escaparnos ante el sufrimiento, pues es allí donde Dios nos pide amar más y donde seremos plenamente felices. En el sufrimiento es donde Dios está más cerca de nosotros y quien nos ayuda a salir adelante.
El Evangelio es una constante invitación a la alegría. Desde el inicio el Ángel le dice a María: “Alégrate”. Alégrense, le dijo a los pastores; alégrate, le dijo a Isabel, mujer anciana y estéril...; alégrate, le hizo sentir Jesús al ladrón, porque hoy estarás conmigo en el paraíso. El mensaje del Evangelio es fuente de gozo: “Les he dicho estas cosas para que mi alegría esté en ustedes, y esa alegría sea plena”. Una alegría que se contagia de generación en generación y de la cual somos herederos. Porque somos cristianos.
(Homilía de S.S. Francisco, 18 de enero de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Buscar un tiempo para estar con Jesús Eucaristía para recordar todo su amor por mí y pedirle perdón por las veces en que he rechazado su amor.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Navidad, locura del amor de Dios al hombre
Si queremos que haya Navidad en nuestro corazón tenemos que abrir el corazón y aceptar esa invasión del amor de Dios.
Sí, locura de Cristo:
Siendo Dios Omnipotente, fuerte, Majestad...se hace bebé, débil, necesitado, pobre, indefenso, digno de compasión, con ojos para llorar y reír, con manos para trabajar, con cuerpo para sufrir, con corazón para compadecerse de nosotros, los hombres. ¿No es esto locura? Si locura es exceso de algo, desconcierto, el salirse uno de sus casillas...aquí en Belén Dios salió de sus casillas divinas para tropezarse con la choza, pobre y necesitada, del hombre.
Locura precisamente porque cuando el mundo estaba en grave descomposición, en grave crisis moral (libertinaje), en grave degeneración, en un auténtico colapso espiritual (basta leer el inicio de la carta a los romanos para darnos cuenta de cómo estaba el mundo antes de que Cristo viniese por vez primera), es en ese momento cuando aparece en nuestra pobre historia humana el sol naciente que venía a enterrar ese ocaso ya descompuesto y en putrefacción. Y no sólo crisis moral, sino también social (ociosidad: en las mañanas se dedicaban a recibir visitas, a hablar de todo y de nada), gimnasia, sauna o baño y una comida de lujo); crisis económica (auténtica bancarrota, debido al placer y al lujo).
Locura también porque viniendo como Médico divino a sanar a un gran enfermo, la Humanidad...este enfermo no le abre las puertas, no le acepta en su mesón, no quiere saber nada de El, y prefiere que el cáncer que le carcome por dentro siga galopando hasta matarle el alma.
Locura porque viniendo el Mesías por tanto tiempo esperado, nadie le reconoce, pues se presentó en ropa de pordiosero.
Locura porque siendo Rey, viene en plan de mendigo, pidiendo un trozo de tierra para nacer, un latido de mujer, unos brazos que le sostengan, unos labios que le besen...y nace en un pesebre, posada ésta indigna para un Dios, pero al parecer más digna que el corazón de los hombres.
Locura porque siendo Pastor amoroso, encuentra que sus ovejas no sólo están dispersas, sino que siguen la voz de otros pastores que son ladrones y salteadores que les han manchado y robado el alma, pero que les han prometido paraísos de muerte.
Locura porque viniendo como Luz verdadera, los hombres prefirieron las tinieblas para seguir haciendo sus perversas obras.
Locura porque viniendo como Manjar y alimento, los hombres disfrutaron de los alimentos corruptibles que les dejaban más hastiados.
Locura porque precisamente cuando el hombre vivía en su más atroz egoísmo, personificado en el tirano Herodes y en los ingratos posaderos de Jerusalén y en la inconsciencia de casi todos los humanos...Dios viene a darnos su corazón, pedazo tras pedazo. Pedazo en Belén; el primer latido del Hijo de Dios. Pedazos en Nazaret. Pedazos en la vida pública. Y el último latido en el Calvario.
El único motivo que movió a Dios a hacerse hombre fue el amor. No, no pudo ser el pecado, porque de una causa tan horrible (el pecado) no podía brotar un efecto tan extraordinario y generoso (la Encarnación del Hijo de Dios). La causa fue el amor; y la ocasión para que Dios manifestara una vez más ese amor que le desbordaba su corazón fue el pecado de los hombres. Quiso, por puro amor, sin estar obligado a nada, salir a la reconquista del hombre, pues El había venido a llamar a los pecadores.
Y ese amor de Cristo en la Encarnación y durante toda su vida fue:
1. Incomparable y único porque nos ama con todo su corazón. No ama como hacemos los mortales, "a ratos". Incomparable, porque nada hay que se pueda comparar con este misterio: un Dios que se hace pequeño. Único, porque como Dios nadie puede amarnos nunca.
2. Amor sanante porque viene a cubrir nuestras miserias, a condescender con nuestras fragilidades, a perdonar nuestros más hondos pecados. A pesar de que había una distancia infinita entre Dios y el hombre, entre el ser y la nada, entre la santidad y el pecado...sin embargo, para el amor no hay distancias ni obstáculos invencibles. Tanto se abajó el Hijo de Dios al hacerse hombre que san Pablo no vacila en llamar a este misterio no sólo destrucción sino auténtico aniquilamiento: "exinanivit, formam servi accipiens": tomando la forma de siervo.
3. Amor elevante porque no sólo limpia, sino que diviniza; no sólo perdona, sino que da la fuerza para auparnos a besar a Dios, a abrazarle, a acunarle. Sabemos por la sana filosofía que el amor cuando nace tiende irresistiblemente hacia la unión espiritual con el amado; y ese amor, cuando se consuma no es otra cosa que esa misma unión. Ahora bien, como el hombre no podía elevarse por sí mismo hacia Dios y abrazarle, entonces tuvo que ser el mismo Dios quien se agachó a nosotros, como contaba el filósofo chino. Pero al agacharse, Dios no perdió nada ("Siendo El de condición divina...", Fp 2,6).
Navidad: desbordamiento del amor de Dios al hombre. Locura del amor de Dios. Si queremos que haya Navidad en nuestro corazón no tenemos otra cosa que hacer que abrir el corazón y aceptar esa invasión del amor de Dios. Ojalá que también nuestro amor a El y a nuestros hermanos tenga algo de locura, porque nos damos sin medida, sin tasa, sin regateos, sin tacañerías.
Pidamos la locura del amor. Tenemos que incendiar este mundo y hacer de él un inmenso manicomio espiritual donde sólo tengan visado los apasionados y locos por Cristo y por el Reino.
¡Celebremos auténticamente la Navidad!
Durante estas festividades, ¿estamos dispuestos a compartir sinceramente?
Desde siempre he tenido en mente los días previos a la Navidad, se podría decir que en casa de mis padres existía todo un ritual: debíamos primero guardar la imagen de Cristo Rey que se exhibía en la ventana de nuestra casa junto a las banderas de la ciudad y del Ecuador. Luego empezábamos a desempolvar todos los cartones con los arreglos navideños, con el árbol y las luces incluidas. Entretanto mis hermanos y yo nos disponíamos a pasar un fin de semana en familia con este “proyecto” liderado por mi papá a cargo del árbol de Navidad y mi mamá del Nacimiento. Era realmente un tiempo pedagógico, desarrollábamos habilidades de paciencia, organización, colaboración y apreciación estética por decirlo menos… porque debía quedar hermosa la escena de Belén.
Un tiempo para guardar en el corazón
¿Qué es lo que más recuerdo y aprecio de esas épocas? Pues indudablemente estar junto a mi padre, imitando sus movimientos y esmeros por enderezar el árbol y reemplazar cada foquito quemado o flojo de la guirnalda de luces. Realmente eran horas de trabajo, con mucho polvo y calor incluido, pero estábamos felices en familia, con nuestros hermanos y a veces hasta con los vecinos. Lo mismo pasaba con mamá y su compra del musgo para el nacimiento (que hoy lo considerarían antiecológico). Cómo penetraba por la nariz ese olor de humedad que anunciaba que llegaban las fiestas de Navidad, que coincidía con las primeras lluvias y los primeros brotes de los guayacanes.
No había espacio para la discordia, a lo sumo opiniones diversas sobre el lugar donde armaríamos el árbol, que se difuminaban en la alegría al comprar un nuevo juego de luces, ¡todo era tan sencillo! Días después se pensaba en la cena navideña, en cómo presentar al Niño en la Misa de Gallo y qué regalo recibiríamos de la carta al Niño Dios.
¿Y el espíritu navideño?
Nada más distante a lo que vemos, escuchamos y sentimos hoy en las proximidades de las fiestas. No es solo que ya nadie habla de Cristo Rey, sino que hasta tenemos que soportar los monstruos y fantasmas de Halloween, en medio de un sincretismo comercial-religioso que anticipa la decoración navideña y confunde especialmente a los niños que ya no alcanzan a distinguir su significado.
Este escenario se complica cuando las ofertas de Black Friday invaden los medios de comunicación y no permiten apreciar el verdadero carácter de esta celebración religiosa. No podemos darnos el lujo de desperdiciar un tiempo tan hermoso para hablar, abrazar, cantar y sonreír junto a nuestra familia. No nos inundemos de cintas de colores y papel de regalo, que acaban en la basura o de juguetes tan diversos y costosos, que a la semana termina novedad.
De la misma manera echamos nuestros sentimientos y vivencias familiares, al tacho de basura. No recordamos el regalo de amor que nos hace Jesús (sin entrar en detalles teológicos), basta con comprobar la paz y el amor que se respira en los hogares cuando viven de corazón la Navidad. Este es un tiempo de preguntarnos si lo estamos aprovechando o no, no por falsa piedad ni folclor, sino por nuestra familia y la oportunidad de amarnos nuevamente en la sencillez del Niño que se nos regala.
Nuestra Señora de la O
Nuestra Señora de la Buena Esperanza
En esta tercera semana de Adviento, es imposible preparar la Navidad prescindiendo de la contemplación del indecible gozo esperanzado que poseyó Santa María por el futuro próximo inmediato de su parto. Eso es lo que se quiere expresar con "La Expectación del Parto", o "El día de Santa María" como se le llamó también en otro tiempo, o "Nuestra Señora de la O" como popularmente también se le denomina hoy.
HISTORIA:
Fue en España, concretamente en Toledo, en el X concilio que se celebró en el año 656. La razón de su institución la dan los padres del concilio: no todos los años se puede celebrar con el esplendor conveniente la Anunciación de la Santísima Virgen, al coincidir con el tiempo de Cuaresma o la solemnidad pascual, en cuyos días no siempre tienen cabida las fiestas de santos ni es conveniente celebrar un misterio que dice relación con el comienzo de nuestra salvación. Por esto, “speciali constitutione sancitur, ut ante octavum diem, quo natus est Dominus, Genitricis quoque eius dies habeatur celeberrimus, et praeclarus”(Se establece por especial decreto que el día octavo antes de la Natividad del Señor se tenga dicho día como celebérrimo y preclaro en honor de su santísima Madre).
En este decreto se alude a la celebración de tal fiesta en "muchas otras Iglesias lejanas" y se ordena que se retenga esta costumbre; aunque, para conformarse con la Iglesia romana, se celebrará también la fiesta del 25 de marzo.
La intuición del pueblo denominando a la expectante Doncella joven "Virgen de la O" está basada en la directa contemplación de las obras pictóricas o esculturales que presentan piadosamente la natural redondez abultada de la Virgen grávida.
El origen del título es no obstante más espiritual, más fino, más litúrgico y menos somático. Tiene su origen en que las antífonas marianas del rezo de vísperas comienzan con la O: “O Sapientia, O Adonai, O Enmanuel... veni!”.
En efecto, en los días próximos a la Navidad la Iglesia por boca de sus sacerdotes y de otras personas reza en Vísperas siete antífonas, una cada día del 17 al 23 inclusives, que comienzan con la palabra ¨O¨ de una letra; es una interjección de la lengua latina -que es como antes se rezaba- igual a nuestra admiración ¨¡Oh!¨. Oh Sabiduría, oh Sol, oh Rey... Ven y sálvanos. Exclamaciones que expresan la esperanza o el deseo cada vez más creciente de la venida de Cristo, el Mesías. Anhelo grande como la O de su comienzo. Y esa venida se realizó por María. Ella es Ntra. Sra. del Adviento, de la Esperanza , de la O.