San Esteban, el primero en seguir los pasos de Cristo
- 26 Diciembre 2018
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LA SUPERIORA Y COMUNIDAD DE MISIONERAS DE PAX VOBIS LE DESEA A USTED Y SU FAMILIA UNAS FIESTAS NAVIDEÑAS CON UNA BENDICION PARA EL AÑO NUEVO CON EL AMOR DE JESUS MARIA Y SAN JOSE PARA QUE EL CIELO DERRAME SOBRE USTEDES TODAS LAS GRACIAS Y PLENA SALUD DE ALMA Y CUERPO POR TODOS LOS QUE AMA
FELICES FIESTAS DE NAVIDAD Y AÑO NUEVO
CON AMOR SISTER CECILIA Y COMUNIDAD DE PAX VOBIS.
Esteban, Santo
Fiesta Litúrgica, 26 de diciembre
Protomártir
Martirologio Romano: Fiesta de san Esteban, protomártir, varón lleno de fe y de Espiritu Santo, que fue el primero de los siete diáconos que los apóstoles eligieron como cooperadores de su ministerio, y también fue el primero de los discípulos del Señor que en Jerusalén derramó su sangre, dando testimonio de Cristo Jesús al afirmar que veía al Señor sentado en la gloria a la derecha del Padre, al ser lapidado mientras oraba por los perseguidores. († s.I)
Breve Biografía
Se le llama "protomartir" porque tuvo el honor de ser el primer mártir que derramó su sangre por proclamar su fe en Jesucristo.
Después de Pentecostés, los apóstoles dirigieron el anuncio del mensaje cristiano a los más cercanos, a los hebreos, despertando el conflicto por parte de las autoridades religiosas del judaísmo.
Como Cristo, los apóstoles fueron inmediatamente víctimas de la humillación, los azotes y la cárcel, pero tan pronto quedaban libres, continuaban la predicación del Evangelio. La primera comunidad cristiana, para vivir integralmente el precepto de la caridad fraterna, puso todo en común, repartían todos los días cuanto bastaba para el sustento. Cuando la comunidad creció, los apóstoles confiaron el servicio de la asistencia diaria a siete ministros de la caridad, llamados diáconos.
Entre éstos sobresalía el joven Esteban, quien, a más de desempeñar las funciones de administrador de los bienes comunes, no renunciaba a anunciar la buena noticia, y lo hizo con tanto celo y con tanto éxito que los judíos “se echaron sobre él, lo prendieron y lo llevaron al Sanedrín.
Después presentaron testigos falsos, que dijeron: Este hombre no cesa de proferir palabras contra el lugar santo y contra la Ley; pues lo hemos oído decir que este Jesús, el Nazareno, destruirá este lugar y cambiará las costumbres que nos transmitió Moisés”.
Esteban, como se lee en el capítulo 7 de Los Hechos de los apóstoles, “lleno de gracia y de fortaleza”, se sirvió de su autodefensa para iluminar las mentes de sus adversarios. Primero resumió la historia hebrea desde Abrahán haste Salomón, luego afirmó que no había blasfemado contra Dios ni contra Moisés, ni contra la Ley o el templo. Demostró, efectivamente, que Dios se revela aun fuera del templo, e iba a exponer la doctrina universal de Jesús como última manifestación de Dios, pero sus adversarios no lo dejaron continuar el discurso, porque “lanzando grandes gritos se taparon los oídos...y echándolo fuera de la ciudad, se pusieron a apedrearlo”.
Doblando las rodillas bajo la lluvia de piedras, el primer mártir cristiano repitió las mismas palabras de perdón que Cristo pronunció en la cruz: “Señor, no les imputes este pecado”. En el año 415 el descubrimiento de sus reliquias suscitó gran conmación en el mundo cristiano.
¿Por qué no dejamos de pecar?
No hago lo que quiero y hago las cosas que detesto (Rm 7, 15)
Cuando hemos ofendido o lastimado a alguien que queremos, al ser conscientes del daño que ocasionamos, seguramente que no nos quedarán ganas de volverlo a hacer. Incluso, hasta buscamos la forma de reparar el daño y así demostrar cuánto es que nos pesó cometer tal acción. Así también, debería ser nuestra actitud cada que acudimos al sacramento de la confesión y, el sacerdote, al darnos la absolución, nos impone una penitencia.
De hecho, después de que nos hemos confesado, decimos el acto de contrición que dice así: “Dios mío, me arrepiento de todo corazón de todo lo malo que he hecho y de lo bueno que he dejado de hacer; porque pecando te he ofendido a ti, que eres el sumo bien y digno de ser amado sobre todas las cosas. Propongo firmemente, con tu gracia, cumplir la penitencia, nunca más pecar y evitar las ocasiones de pecado. Amén”.
Dentro de esa oración me llama la atención cuando decimos: Propongo firmemente, […] nunca más pecar y evitar las ocasiones de pecado”. ¿Es posible dejar de pecar? Y, si no, entonces ¿Por qué lo decimos?
En definitiva, por nuestra debilidad humana es imposible dejar de pecar. Sabemos que volveremos a hacerlo y todo por consecuencia del pecado original y por nuestra fragilidad. San Pablo era consciente de esto, cuando dijo: “Sabemos que la Ley es espiritual, pero yo soy hombre de carne y vendido al pecado. No entiendo mis propios actos: no hago lo que quiero y hago las cosas que detesto” (Rm 7, 14-15).
Por más que lo queramos, no dejaremos de pecar, pues siempre volveremos a caer, aunque esto no deberá ser una excusa para no luchar ni esforzarnos por ser mejores. Por lo tanto, cuando expresamos en el acto de contrición “nunca más pecar”, no damos por hecho que así pasará, pues nadie puede tener esa certeza, ya que, como seres humanos, somos débiles y presa fácil del pecado.
Pero cuidado, no por ser propensos al pecado significa que debamos decir: “Para qué me esfuerzo en no pecar, si al fin y al cabo, seguiré cayendo más veces”. No caigamos en ese extremo, ya que esa actitud de indiferencia sólo nos aleja del verdadero arrepentimiento y del dolor por haber pecado; es como si nos anestesiaran y no sentimos nada por haber pecado. Y es muy triste saber que hay muchos católicos que piensan así y que no se acercan a la confesión.
Cuando hemos pecado, debería pasarnos como cuando hemos ofendido a un ser querido. A quien nos duele ver sufrir por nuestra ofensa, y por ello, nos esforzamos lo más posible para no volverlo a hacer. Así también, con el pecado debemos desear no volverlo a cometer, porque nos duele saber el daño que cometimos.
Hay que estar decididos a no volver a pecar, aún a sabiendas de que podemos cometerlo otra vez. Y para lograrlo debemos evitar las ocasiones que sabes que te pueden hacer caer en el pecado. Algunos de los medios concretos con los que contamos para alejarnos del pecado son: la oración sincera a Dios, fortalecer nuestra voluntad y, por último, como dice aquella frase: “evita la ocasión y evitarás el pecado”.
El Santo Cura de Ars decía: “Piensan que no tiene sentido recibir la absolución hoy, sabiendo que mañana cometerán nuevamente los mismos pecados. Pero Dios mismo olvida en ese momento los pecados de mañana, para darles su gracia hoy”.
En el clima de la alegría navideña.. ¿el martirio de San Esteban?
En la óptica de la fe, la fiesta de san Esteban está en plena sintonía con el significado profundo de la Navidad.
Por: SS Papa Francisco | Fuente: Catholic.net
Duante la octava de Navidad, en la alegría de la Navidad se inserta la fiesta de san Esteban, el primer martir de la Iglesia. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos lo presenta como "un hombre lleno de fe y de Espíritu Santo", elegido con otros seis para dar servicio a las viudas y a los pobres en la primera comunidad de Jerusalén. Y nos cuenta su martirio, cuando después de un fogoso discurso que suscitó la ira de los miembros del Sanedrín, fue arrastrado afuera de las murallas de la ciudad y lapidado.
Esteban murió como Jesús, pidiendo perdón por sus asesinos. En el clima de la alegría navideña, esta conmemoración podría parecer fuera de contexto. De hecho la Navidad es la fiesta de la vida y nos infunde sentimientos de serenidad y de paz. ¿Por qué entonces turbar su encanto con el recuerdo de una violencia tan atroz? En realidad en la óptica de la fe, la fiesta de san Esteban está en plena sintonía con el significado profundo de la Navidad.
En el martirio, de hecho, el amor derrota a la violencia, la vida a la muerte. La Iglesia ve en el sacrificio de los martires su "nacimiento al cielo". Celebramos por lo tanto hoy la "navidad" de Esteban, que en profundidad se desprende de la Navidad de Cristo. ¡Jesús transforma la muerte de quienes lo aman en aurora de vida nueva!
En el martirio de Esteban se reproduce la misma lucha entre el bien y el mal, entre el odio y el perdón, entre la mansedumbre y la violencia, que tuvo su culminación en la cruz de Cristo. La memoria del primer mártir acaba así con una falsa imagen de la Navidad: ¡una imagen de fábula y duzurosa, que en el evangelio no existe!
La liturgia nos trae el sentido auténtico de la Encarnación, relacionando Belén al Calvario y recordándonos que la salvación divina implica que la lucha al pecado, pasa por la puerta estrecha de la cruz.
Este es el camino que Jesús ha indicado claramente a sus discípulos: "Serán todos odiados a causa de mi nombre. Pero quién habrá perseverado hasta el final será salvado".
Por eso hoy rezamos de manera particular por los cristianos que sufren discriminación a causa del testimonio que dan de Cristo y del evangelio. Estamos cerca de estos hermanos y hermanas que como san Esteban, son acusados injustamente y objeto de violencias de varios tipos.
Estoy seguro que, lamentablemente, son más numerosos hoy que en los primeros tiempos de la Iglesia y que son tantos. Esto sucede especialmente en los lugares en donde la libertad religiosa no está todavía garantizada o no está plenamente realizada. Sucede también en países y ambientes que en sus papeles tutelan la libertad y los derechos humanos, pero donde de hecho los creyentes, especialmente los cristianos, encuentran limitaciones y discriminaciones.
A un cristiano esto no lo maravilla, porque Jesús lo ha anunciado como ocasión propicia para dar testimonio. Entretanto en el plano civil, la injusticia va denunciada y eliminada. Que María Reina de los Mártires nos ayude a vivir este tiempo de Navidad con aquel ardor de fe y de amor que refulge en san Esteban y en todos los mártires de la Iglesia.
Y el Hijo se hizo hombre en Navidad
¡Gracias, Señor, por venir en forma humana a sacarme de la tormenta!
Érase una vez un hombre que no creía en Dios. Su mujer, en cambio, era creyente y criaba a sus hijos en la fe en Dios y en la práctica de las virtudes cristianas. Una Nochebuena, la esposa se disponía a llevar a los hijos a la Misa del Gallo de la iglesia más cercana al campo donde vivían. Le pidió al marido que los acompañara, pues estaba empezando a nevar y hacía mucho frío, pero él se negó.
-¡Qué tonterías! -arguyó-. ¿Por qué Dios se iba a rebajar a descender a la Tierra adoptando la forma de hombre? ¡Qué ridiculez!
Los niños y la esposa se marcharon. Pocos minutos después, el viento comenzó a soplar con mayor intensidad y se desató una tormenta muy fuerte de nieve. El marido, que se había quedado sentado junto a la chimenea fumándose una pipa, oyó que algo había golpeado la ventana. Un minuto después oyó un segundo golpe. Cuando empezó a amainar la tormenta de nieve, salió para averiguar lo que había golpeado la ventana.
Como el frío era muy intenso, se cubrió el cuerpo con un buen abrigo y se puso un gorro de lana y guantes antes de salir de la casa. Nada más abrir la puerta, oyó el graznido de una bandada de gansos no muy lejos de donde ellos vivían. Atraído por lo extraño del suceso y la poca frecuencia con la que estas aves se dejaban ver por esa zona, se dispuso a averiguar de dónde habían salido. Aterido por el frío, pero movido más por la curiosidad, se fue acercando poco a poco hacía el origen de donde procedía toda esa algarabía. Llegando a un campo cercano, descubrió una bandada de gansos salvajes que habían sido sorprendidos por la tormenta de nieve y no habían podido seguir. Daban aletazos y volaban bajo en círculos, cegados por la borrasca, sin seguir un rumbo fijo. El agricultor dedujo que un par de aquellas aves habían sido las que chocaron contra su ventana. Sintió lástima de los gansos y quiso ayudarlos.
-Sería ideal que se quedaran en el granero –pensó-. Ahí estarán al abrigo y a salvo durante la noche mientras pasa la tormenta.
Dirigiéndose al establo, abrió las puertas de par en par. Luego, observó y aguardó, con la esperanza de que las aves advirtieran que estaba abierto y entraran. El hombre intentó llamar la atención de las aves, pero solo consiguió asustarlas y que se alejaran más. Entró a la casa y salió con algo de pan. Lo fue partiendo en pedazos y dejando un rastro hasta el establo. Sin embargo, los gansos no entendieron.
Después de varios intentos y movido también por el fuerte frío que hacía, nuestro hombre empezó a sentir frustración. Corrió tras ellos tratando de ahuyentarlos en dirección al granero; pero lo único que consiguió fue asustarlos más. Reflexionando por unos instantes, cayó en la cuenta de que las aves no seguirían a un ser humano.
–Si yo fuera uno de ellos, entonces sí que podría salvarlos -dijo en voz alta.
Entró al establo, agarró un ganso doméstico de su propiedad y lo llevó en brazos, paseándolo entre sus congéneres salvajes. A continuación, lo soltó. Su ganso voló entre los demás y se fue directamente al interior del establo. Una por una, las otras aves lo siguieron hasta que todas estuvieron a salvo.
El campesino se quedó en silencio por un momento, mientras las palabras que había pronunciado hacía unos instantes aún le resonaban en la cabeza. Reflexionó luego en lo que le había dicho a su mujer aquel día.
De pronto, todo empezó a cobrar sentido. Entendió que eso era precisamente lo que había hecho Dios. Hizo que Su Hijo se volviera como nosotros a fin de indicarnos el camino y salvarnos. Llegó a la conclusión de que ese había sido ni más ni menos el objeto de la Navidad. De pronto comprendió el sentido de la Navidad y por qué había venido Cristo a la Tierra. Junto con aquella tormenta pasajera, se disiparon años de incredulidad.
Hincándose de rodillas en la nieve, elevó su primera plegaria:
-“¡Gracias, Señor, por venir en forma humana a sacarme de la tormenta!
Y mientras hacía esa sencilla, pero conmovida oración, el sonido lejano de las campanas de la torre de la Iglesia repicaban para la Misa de Nochebuena; el viento había amainado y las primeras estrellas de la noche comenzaban a titilar anunciando el nacimiento del Mesías.
Aunque desde el punto de vista teológico las razones de la Encarnación de Jesucristo fueron muchas más, incluso más profundas, el haberse hecho hombre para ser modelo de vida para nosotros fue una de ellas. Los gansos salvajes se salvaron por seguir a aquél que el campesino les había puesto como guía.
Dios se vale de muchos modos para llamar nuestra atención, despertar nuestra fe y volvernos al buen camino. ¡Ojalá que este sencillo cuento de Navidad te haya ayudado a ti también para ponerte a salvo, y te haya dado suficientes razones para, en medio de la fuerte tormenta que nos rodea, encontrar un cobijo seguro junto a Él. ¡Feliz Navidad!
FRANCISCO RECLAMA "EL DON DE LA FORTALEZA QUE CURA NUESTROS MIEDOS, NUESTRAS DEBILIDADES"
"Seamos hombres y mujeres capaces de perdonar"
El Papa pone el ejemplo de San Esteban, el primer mártir, que murió perdonando a sus ejecutores
Jesús Bastante, 26 de diciembre de 2018 a las 12:23
El Papa pone el ejemplo de San Esteban, el primer mártir, que murió perdonando a sus ejecutoresRD
El perdón ensancha el corazón, genera el compartir, da serenidad y paz
(Jesús Bastante).- Fiesta de San Esteban, el primer mártir de la Iglesia. Una jornada para unir el nacimiento y la muerte, la vida misma de Jesús, el Cristo. Así lo reivindicó Francisco durante el rezo del Angelus, señalando que "estamos llamados a aprender a perdonar, siempre: el perdón ensancha el corazón, genera compartir, da serenidad y paz".
"Puede parecer extraño acercarse a la memoria de San Esteban en el nacimiento de Jesús, porque el contraste entre la alegría de Belén y el drama de Esteban, apedreado en Jerusalén en la primera persecución contra la Iglesia naciente", apuntó Bergoglio.
"En realidad no es así, porque el Niño Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre, que salvará a la humanidad muriendo en la cruz", recordó Francisco. "Ahora lo contemplamos envuelto en pañales en la cuna; Después de su crucifixión será envuelto de nuevo, con vendajes, y colocado en un sepulcro". La muerte y la vida, tan unidas en la vida y el mensaje del Evangelio.
"San Esteban fue el primero en seguir los pasos del Maestro divino con el martirio; él, como Jesús, confió su vida a Dios y perdonó a sus perseguidores", al mismo estilo de Jesús. "La actitud de Esteban, que imita fielmente el gesto de Jesús, es una invitación dirigida a cada uno de nosotros para dar la bienvenida con lo que la vida nos ofrece como positivo, y también como negativo", añadió Francisco.
Y es que "nuestra existencia está marcada no solo por circunstancias felices, sino también por momentos de dificultad y pérdida. Pero la confianza en Dios nos ayuda a aceptar los tiempos difíciles y a vivirlos como una oportunidad para crecer la fe y la construcción de nuevas relaciones con los hermanos".
Como Jesús, Esteban perdonó a los que lo mataron. "Él no maldice a sus perseguidores, sino que ora por ellos", recordó Francisco, quien apuntó que "estamos llamados a aprender a perdonar, siempre", porque "el perdón ensancha el corazón, genera el compartir, da serenidad y paz".
"El protomártir Esteban nos muestra el camino a seguir en nuestras relaciones, en la familia, en la escuela y del trabajo, en la parroquia y en las comunidades", culminó el Papa, quien insistió en que "la lógica del perdón y de la misericordia siempre gana, y abre horizontes de esperanza. Pero el perdón se cultiva con la oración".
"A través de la oración, Esteban tuvo la fuerza para sufrir el martirio", resaltó Bergoglio, quien añadió que "el Espíritu Santo nos da el don de la fortaleza que cura nuestros miedos, nuestras debilidades, nuestras pequeñas cosas". Esta es la actitud: "ser hombres y mujeres capaces de perdonar"
En el día de #SanEsteban el #Papa recuerda que “el perdón ensancha el corazón, genera compartir, da serenidad y paz” y que “la lógica del perdón y de la misericordia siempre vence y abre horizontes de esperanza”.#Ángelus @COPE
“Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado” (Is 9).
Esta noche, la Palabra de Dios es reincidente, la liturgia machacona. Nos llaman la atención sobre algo que parece impropio que nos lo tengan que decir. A ninguna madre le tienen que avisar de que le ha nacido un hijo.
Además, se nos advierte en primera persona del plural, haciéndonos comunitariamente razón del acontecimiento: “Hoy nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor”. (Antífona del Salmo). El aleluya entona el motivo de alegría: “Os traigo una buena noticia, una gran alegría: nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor.” El ángel certifica, además, la identidad del Niño: «No temáis, os traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor.”
¿Qué nos pasa que nos tienen que decir algo tan propio? La humanidad ha dado a luz al Mesías. Somos beneficiados de una maternidad colectiva. La Virgen da a luz un hijo y le pone por nombre Emmanuel, que significa: “Dios con nosotros”.
Pero ¿por qué esta contundencia en el anuncio de un hecho que nos afecta tanto? El acontecimiento, que proclama el profeta, canta el salmista, y anuncian los ángeles, no se refiere a uno de nuestro pueblo, porque lo han condecorado, o le han dado un premio. No es que uno de nuestro país ha ganado una medalla olímpica. Nos ha sucedido a nosotros, en nuestra propia carne.
Un hijo afecta las entrañas, conmueve el corazón, se convierte en punto de encuentro, llama toda la atención, se olvida toda otra preocupación, se convierte en el centro de la familia, polariza las miradas, atrae el cariño y la ternura, sensibiliza… El nacimiento de Jesús, el Niño de María, nos transforma. Por este nacimiento, la humanidad ya no estéril, la creación ya no es maldecida. Si del cielo llueve la justicia, y de la tierra nace un Salvador, podemos reconocer que la tierra ha dado su fruto, nos bendice el Señor, nuestro Dios. Lo hemos pedido en Adviento: “Cielos lloved vuestra justicia, ábrete tierra, haz germinar al Salvador”. Del seno de una Virgen nos nace el Redentor, por este Hijo somos redimidos, divinizados, destinados a la gloria.
Ahora comprendemos la profecía: “El desierto y el yermo se regocijarán, | se alegrará la estepa y florecerá, germinará y florecerá como flor de narciso, | festejará con gozo y cantos de júbilo. | Le ha sido dada la gloria del Líbano, | el esplendor del Carmelo y del Sarón. | Contemplarán la gloria del Señor, | la majestad de nuestro Dios.” (Isa 35, 1-2). Lo que nos pertenece es acudir corriendo a ver eso que nos han dicho los ángeles.
Si cuando nació un compañero mío, su padre, volviendo corriendo del campo, porque le habían avisado del nacimiento de un niño, al oír tocar las campanas, se dijo: “Mi hijo va a ser sacerdote”, y así ha sido. ¿Quién es el que al nacer, no solo tocan las campanas, sino que cantan los ángeles, se conmueve el cielo, y la tierra se llena de alegría? Es el Salvador del mundo; el Hijo de Dios, el Mesías, el Señor, el hijo de Santa María, Dios con nosotros, el Hijo de David, el esperado de las naciones.
Dios cumple su Palabra: “Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, | y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra, | de fecundarla y hacerla germinar, | para que dé semilla al sembrador | y pan al que come, así será la palabra, que sale de mi boca: | no volverá a mí vacía, | sino que cumplirá mi deseo | y llevará a cabo mi encargo.” (Is 55, 10-11). Y la Palabra se hizo carne y puso su tienda en nuestro campamento.