Vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día
- 04 Enero 2019
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Isabel Ana Bayley Seton, Santa
Fundadora, 4 de enero
Viuda y Fundadora
Martirologio Romano: En la ciudad de Emmitsburg, del estado de Maryland, en los Estados Unidos de Norteamérica, santa Isabel Ana Seton (Elisabeth Ann Bayley Seton), que al quedar viuda abrazó la fe católica y trabajó denodadamente para fundar la Congregación de las Hermanas de la Caridad de San José, con el fin de educar a niñas y atender a niños pobres (1821).
Fecha de canonización: 14 de septiembre de 1975 por el Papa Pablo VI
Breve Biografía
Nace Isabel Ana en Nueva York el 28 de agosto de 1774. Crece en el seno de la iglesia episcopaliana.
Contrae matrimonio con William Seton a la edad de veinte años y llega a tener cinco hijos. El 27 de diciembre de 1803 enviuda.
Años más tarde, el 14 de marzo de 1805 abraza el catolicismo, lo cual supone para ella múltiples pruebas, tanto interiores como exteriores, venidas de los parientes y amigos. Todas las supera con fe, amor y valentía.
Se aplica asiduamente a la vida espiritual. Educa con solicitud a sus hijos y, deseosa de entregarse a la actividad caritativa y educadora.
En 1809 en la diócesis de Baltimore funda el Instituto de Hermanas de la Caridad de San José, renovando la gesta de San Vicente de Paúl y Santa Luisa de Marillac. Dicho Instituto tiene por finalidad la formación de muchachas. Es la primera Congregación religiosa femenina en norteamérica.
Después de su muerte las Hermanas se unen a la Compañía de las Hijas de la Caridad de París, tal como fue su deseo desde los comienzos.
También funda la primera escuela parroquial católica en Estados Unidos.
Muere piadosamente en Emmitsburg, Maryland, el 4 de enero de 1821. Su beatificación tiene lugar el 17 de marzo de 1963, bajo el pontificado de Juan XXIII. El 14 de septiembre de 1975 es canonizada por el papa Pablo VI.
Dos grandes temas marcaron su vida espiritual: la fidelidad a la Iglesia y la eternidad de la gloria.
Es la primera santa de Estados Unidos de América. Su fiesta se celebra en el calendario de la iglesia el 4 de enero.
Santo Evangelio según San Juan 1, 35-42. Feria del tiempo de Navidad
Por: H. Pedro Cadena, L.C. | Fuente: www.missionkits.org
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, gracias por este tiempo para estar contigo. Haz mi corazón sencillo y humilde como el tuyo. Concédeme las gracias que necesito para confiar en Ti y dejarte que me guíes en mi camino.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 1, 35-42
En aquel tiempo, estaba Juan el Bautista con dos de sus discípulos, y fijando los ojos en Jesús, que pasaba, dijo: "Este es el Cordero de Dios". Los dos discípulos, al oír estas palabras, siguieron a Jesús. Él se volvió hacia ellos, y viendo que lo seguían, les preguntó: "¿Qué buscan?". Ellos le contestaron: "¿Dónde vives, Rabí?" (Rabí significa 'maestro'). Él les dijo: "Vengan a ver".
Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Eran como las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron lo que Juan el Bautista decía y siguieron a Jesús. El primero a quien encontró Andrés, fue a su hermano Simón, y le dijo: "Hemos encontrado al Mesías" (que quiere decir 'el ungido'). Lo llevó a donde estaba Jesús y éste, fijando en él la mirada, le dijo: "Tú eres Simón, hijo de Juan. Tú te llamarás Kefás" (que significa Pedro, es decir, 'roca').
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
¿Puede Jesús conquistar un corazón? En este Evangelio Jesús nos demuestra que sí, si lo dejamos. En concreto, hoy conquista a Juan y a su amigo Andrés. Ellos ven a Jesús, luego lo conocen, y finalmente, se vuelven apóstoles. Nos preguntamos, ¿por qué Jesús sí pudo conquistarlos a ellos, y a otros no? Tal vez la clave sea que Andrés y Juan le dieron una oportunidad. Ellos supieron arriesgarse a pasar una tarde con Jesús, con un corazón abierto. ¿El resultado? Jesús los transformó en pescadores de hombres. Apóstoles. Príncipes de su Reino. Hombres plenos.
Señor, ¿te he dado una oportunidad de hablarme al corazón? ¿He reservado tiempo para estar contigo en un retiro, o en un tiempo de oración después de Misa? ¿Tengo miedo de lo que pasará si te dejo conquistarme? Concédeme confiar en Ti, que sólo quieres mi bien y sabes mejor que yo cómo hacerme plenamente feliz.
El proceso de Juan y Andrés tiene tres pasos: ver a Jesús, experimentar su amor, salir a traer a mis hermanos a su presencia. Ver a Jesús: así comenzamos todos. Alguien nos enseña quién es Jesús, y nosotros, como los apóstoles del Evangelio de hoy, comenzamos a seguirlo, tal vez sin saber bien por qué. Sin embargo, después de algún tiempo, Jesús nos pregunta: ¿Qué buscáis? Ésta es la llamada a la fe adulta, que no puede seguir siendo mera tradición ni obediencia infantil. Hay que encontrar nuestras razones para seguir a Jesús, hay que conocerlo y amarlo de verdad. Y esto, ¿cómo? «Venid y veréis...» Jesús nos invita a su casa, como a Juan y Andrés, para estar una tarde con Él. ¿Qué casa? No la de Cafarnaúm, sino su casa que es la Iglesia. En ella, Jesús nos ayuda a conocerlo poco a poco. Para eso están los guías espirituales, la oración, la Biblia, los sacramentos, y nuestros hermanos.
¿Cómo es la experiencia de Jesús? Eso no se puede contar, y si se cuenta no tiene mucho sentido. La experiencia de Andrés no fue la de Juan, ni la de Juan la de Pedro. Una experiencia de Jesús no se puede contar. Hay que hacerla. Suena misterioso… Pero después de dos mil años, la Iglesia sigue enseñando con entusiasmo que el encuentro con Jesús es lo mejor que le puede pasar a uno. ¿Quiero hacer la experiencia de Jesús? ¿Cuándo empiezo a rezar? ¿Hoy? ¿A qué hora?
Una vez que conocemos a Jesús, es natural llevar a otros a Él. Si nuestra experiencia dice que no hay nada mejor que conocerlo y vivir con Él, no vamos a dejar que los demás se lo pierdan. Esto es lo que hizo que Andrés llevara con Jesús al primero que se encontró ese día, que fue su hermano Simón. Señor, ¡hazme un apóstol incansable de tu misericordia!
«Su invitación “Venid y veréis” se dirige hoy a todos nosotros, a las comunidades locales y a quienes acaban de llegar. Es una invitación a superar nuestros miedos para poder salir al encuentro del otro, para acogerlo, conocerlo y reconocerlo. Es una invitación que brinda la oportunidad de estar cerca del otro, para ver dónde y cómo vive. En el mundo actual, para quienes acaban de llegar, acoger, conocer y reconocer significa conocer y respetar las leyes, la cultura y las tradiciones de los países que los han acogido. También significa comprender sus miedos y sus preocupaciones de cara al futuro. Y para las comunidades locales, acoger, conocer y reconocer significa abrirse a la riqueza de la diversidad sin ideas preconcebidas, comprender los potenciales y las esperanzas de los recién llegados, así como su vulnerabilidad y sus temores.»
(Homilía de S.S. Francisco, 14 de enero de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Señor Jesús, gracias por llamarme a conocerte y amarte, a ser tu amigo. Tú conoces mi corazón, conoces mis deseos profundos y mis miedos escondidos. Quiero darte una oportunidad, Señor. Llévame a tu casa, la Iglesia, y déjame experimentar tu amor en los sacramentos, en tu Palabra, en la comunidad. Libérame de todo lo que me impide acercarme a ti. Rompe mis cadenas, cura mis heridas, y sáname con el bálsamo de tu misericordia. Transfórmame en un valiente apóstol de tu misericordia, que viva en la alegría de saberme hijo siempre amado del Padre. María, Virgen que te dejaste conquistar por el Señor y fuiste fiel a Él hasta el final, ruega por nosotros.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy voy a visitar a Jesús en la Eucaristía y estaré en silencio unos minutos para dejar que me hable al corazón.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
La palabra más bella que pueda Dios decirte es: ‘Venid’ La invitación personal a acercarnos sin temor a Él.
Venid, benditos de mí Padre, a tomar posesión del Reino de los Cielos.
Las palabras más bellas que pueda Dios decir a una criatura son ésas: ‘Venid’: la invitación personal a acercarnos sin temor; venid a mi mesa, venid a mi huerto, entrad en mi amistad.
“Benditos de mí Padre”: Tener la bendición de Dios en la vida es la máxima seguridad, porque esa bendición transforma tu vida entera en una amorosa felicidad.
“A tomar posesión del Reino de los Cielos”: Te daré la mitad de mi Reino, te doy mi Reino, se nos dice aquí; el Reino de Dios, ¡qué grande es, qué hermoso es, qué tuyo es! Aquí tienes la llave, pequeño príncipe del gran Reino. Te sonaba muy exigente el precio, porque te hablaban de cruz y renuncia, y ahora que eres dueño del castillo, ¿qué opinas? ¿Barato, muy caro, inefable? ‘Juego de niños’, dijo uno del precio, cuando se lo mostraron, aunque lo maltrataron como a un mártir, y apostó por ese Reino; nadie se lo pudo arrebatar.
¿Por qué luchas en la vida? ¿Por qué te matas y trabajas y oras? ¡Qué rico eres y qué rico vas a ser, cuando te entreguen las llaves de un Reino eterno! Tienes que saber esperar y luchar y morir por ese Reino.
Tienes que estar en pie de lucha, debes funcionar con metas, estar hecho de urdimbre de guerrero.
Disfruta de la lucha también en las artes de la paz, y pelea por la santidad lo mismo que por ganar almas para Dios.
La vida bien entendida es lucha, aventura apasionante, en la que se debe escalar la alta cima con lo mejor del propio esfuerzo, con todo lo que dé el alma y las uñas y el corazón.
En marcha pues, luchador; ármate de valor y fuego, de hambre de Dios y de cumbres: las cumbres te esperan.
Dios te dice desde arriba: Te espero, te he esperado muchos siglos; aquí te quiero ver, herido, rasguñado, enflaquecido por el esfuerzo, pero entero el corazón, para darte el eterno abrazo de la victoria. En marcha, luchador, te esperan las cumbres.
Has caído en mil batallas y ésa es la brecha abierta en tus murallas, pero hoy es tu fe más grande que todas las derrotas sufridas, y debes surgir de tus cenizas como el Ave Fénix.
¿Puedes? Si crees, puedes, apoyado en el Dios de los ejércitos.
Está visto que para llegar a santo tienes que pelear mil batallas pequeñas y grandes, y admitir en el presupuesto también polvo y derrotas; no será fácil, nunca lo ha sido; por eso solo unos pocos se arriesgan. ¿Quieres ser de esos pocos?, ¿quieres pagar el precio y correr la aventura de Dios, la sagrada aventura de los grandes hombres? Te animan otros que tan pobres como tú, tan miserables como tú, tan nada como tú, supieron llegar. Tú llegarás como ellos.
¿Escucha Dios nuestras oraciones?
Cuando pedimos, exigimos ver el resultado. ¿Cuál es entonces la imagen de Dios presente en este modo de orar?
Por: P. Miguel A. Fuentes, IVE | Fuente: TeologoResponde.org
Pregunta:
El Señor le bendiga. Desde hace más de siete años he pedido al Señor por una situación que existe en la familia, hasta la fecha no he recibido respuesta; me asalta la pregunta a qué se debe el no ser escuchada y no sólo eso sino varias peticiones y no soy escuchada. No soy perfecta, me falta mucho, pero procuro actuar como quiere el Señor, me gusta compartir lo que poseo, escudriño la Palabra de Dios, asisto a la Eucaristía, el Santo Rosario diario, con esto repito no quiero decir que sea buena, quisiera saber cuáles son mis fallas, sólo me pregunto para que será ,el tiempo pasa y no soy escuchada. A veces siento duda, se baja mi fe. Por favor oriénteme lo necesito.
Respuesta:
Estimada M. E.:
Le envío las hermosas reflexiones del Catecismo sobre lo que usted me pregunta (números 2735-2738):
1. Queja por la oración no escuchada
He aquí una observación llamativa: cuando alabamos a Dios o le damos gracias por sus beneficios en general, no estamos preocupados por saber si esta oración le es agradable. Por el contrario, cuando pedimos, exigimos ver el resultado. ¿Cuál es entonces la imagen de Dios presente en este modo de orar: Dios como medio o Dios como el Padre de Nuestro Señor Jesucristo?
¿Estamos convencidos de que ‘nosotros no sabemos pedir como conviene’ (Rm 8, 26)? ¿Pedimos a Dios los ‘bienes convenientes’? Nuestro Padre sabe bien lo que nos hace falta antes de que nosotros se lo pidamos, pero espera nuestra petición porque la dignidad de sus hijos está en su libertad. Por tanto es necesario orar con su Espíritu de libertad, para poder conocer en verdad su deseo.
‘No tenéis porque no pedís. Pedís y no recibís porque pedís mal, con la intención de malgastarlo en vuestras pasiones’ (St 4, 2-3).21 Si pedimos con un corazón dividido, ‘adúltero’ (St 4,4), Dios no puede escucharnos porque Él quiere nuestro bien, nuestra vida. ‘¿Pensáis que la Escritura dice en vano: Tiene deseos ardientes el espíritu que él ha hecho habitar en nosotros’ (St 4, 5)? Nuestro Dios está ‘celoso’ de nosotros, lo que es señal de la verdad de su amor. Entremos en el deseo de su Espíritu y seremos escuchados: ‘No te aflijas si no recibes de Dios inmediatamente lo que pides: es él quien quiere hacerte más bien todavía mediante tu perseverancia en permanecer con él en oración’ (Evagrio Póntico). ‘Él quiere que nuestro deseo sea probado en la oración. Así nos dispone para recibir lo que él está dispuesto a darnos’ (San Agustín) .
2. La oración es eficaz
La revelación de la oración en la Economía de la salvación enseña que la fe se apoya en la acción de Dios en la historia. La confianza filial es suscitada por medio de su acción por excelencia: la Pasión y la Resurrección de su Hijo. La oración cristiana es cooperación con su Providencia y su designio de amor hacia los hombres.
En san Pablo, esta confianza es audaz, basada en la oración del Espíritu en nosotros y en el amor fiel del Padre que nos ha dado a su Hijo único. La transformación del corazón que ora es la primera respuesta a nuestra petición.
La oración de Jesús hace de la oración cristiana una petición eficaz. Él es su modelo. Él ora en nosotros y con nosotros. Puesto que el corazón del Hijo no busca más que lo que agrada al Padre, ¿cómo el de los hijos de adopción se apegaría más a los dones que al Dador?
Jesús ora también por nosotros, en nuestro lugar y en favor nuestro. Todas nuestras peticiones han sido recogidas una vez por todas en sus Palabras en la Cruz; y escuchadas por su Padre en la Resurrección: por eso no deja de interceder por nosotros ante el Padre. Si nuestra oración está resueltamente unida a la de Jesús, en la confianza y la audacia filial, obtenemos todo lo que pidamos en su Nombre, y aún más de lo que pedimos: recibimos al Espíritu Santo, que contiene todos los dones.