Santísimo Nombre de Jesús

El santísimo Nombre de Jesús, a cuyo solo nombre toda rodilla se dobla, en el cielo, en la tierra y en el abismo, para gloria de la Divina Majestad.

Honramos el Nombre de Jesús no porque creamos que existe un poder intrínseco escondido en las letras que lo componen, sino porque el nombre de Jesús nos recuerda todas las bendiciones que recibimos a través de Nuestro Santo Redentor.

Para agradecer estas bendiciones reverenciamos el Santo Nombre, así como honramos la Pasión de Cristo honrando Su Cruz (Colvenerius, "De festo SS. Nominis", ix). Descubrimos nuestras cabezas y doblamos nuestras rodillas ante el Santísimo Nombre de Jesús.

Él da sentido a todos nuestros afanes, como indicaba el emperador Justiniano en su libro de leyes: "En el Nombre de Nuestro Señor Jesús empezamos todas nuestras deliberaciones". El Nombre de Jesús, invocado con confianza:

> Brinda ayuda a necesidades corporales, según la promesa de Cristo: "En mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien" (Marcos 16, 17-18). En el Nombre de Jesús los Apóstoles dieron fuerza a los lisiados (Hechos 3, 6; 9, 34) y vida a los muertos (Hechos 9, 40). 

> Da consuelo en las aflicciones espirituales. El Nombre de Jesús le recuerda al pecador al padre del Hijo Pródigo y del Buen Samaritano; le recuerda al justo el sufrimiento y la muerte del inocente Cordero de Dios. 

>  Nos protege de Satanás y sus engaños, ya que el Demonio teme el Nombre de Jesús, Quien lo ha vencido en la Cruz. 

> En el nombre de Jesús obtenemos toda bendición y gracia en el tiempo y la eternidad, pues Cristo dijo: "lo que pidáis al Padre os lo dará en mi nombre." (Juan 16, 23). Por eso la Iglesia concluye todas sus plegarias con las palabras: "Por Jesucristo Nuestro Señor", etc. 

Así se cumple la palabra de San Pablo: "Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos." (Fil 2, 10).

Un especial devoto del Santísimo Nombre fue San Bernardo, quien habla de él con especial ardor en muchos de sus sermones.

Pero los promotores más destacados de esta devoción fueron San Bernardino de Siena y San Juan Capistrano.

Llevaron consigo en sus misiones en las turbulentas ciudades de Italia una copia del monograma del Santísimo Nombre, rodeado de rayos, pintado en una tabla de madera, con el cual bendecían a los enfermos y obraban grandes milagros. Al finalizar sus sermones mostraban el emblema a los fieles y les pedían que se postraran a adorar al Redentor de la humanidad.

Les recomendaban que tuviesen el monograma de Jesús ubicado sobre las puertas de sus ciudades y sobre las puertas de sus viviendas (cf. Seeberger, "Key to the Spiritual Treasures", 1897, 102). Debido a que la manera en que San Bernardino predicaba esta devoción era nueva, fue acusado por sus enemigos y llevado al tribunal del Papa Martín V. Pero San Juan Capistrano defendió a su maestro tan exitosamente que el papa no sólo permitió la adoración del Santísimo Nombre, sino que asistió a una procesión en la que se llevaba el Santo Monograma. La tabla usada por San Bernardino es venerada en Santa María en Ara Coeli en Roma.

El emblema o monograma que representa el Santísimo Nombre de Jesús consiste de las tres letras: IHS. En la mal llamada Edad Media el Nombre de Jesús se escribía: IHESUS; el monograma contiene la primera y la última letra del Santísimo Nombre.

Se encuentra por primera vez en una moneda de oro del siglo VIII: DN IHS CHS REX REGNANTIUM (El Señor Jesucristo, Rey de Reyes). Algunos equivocadamente sostienen que las tres letras son las iniciales de "Jesús Hominum Salvator" (Jesús Salvador de los Hombres). 

Los jesuitas hicieron de este monograma el emblema de su Sociedad, añadiéndole una cruz sobre la H y tres clavos bajo ella. Consecuentemente se inventó una nueva explicación del emblema, pretendiendo explicar que los clavos eran originalmente una "V", y que el monograma significaba "In Hoc Signo Vinces" (En Esta Señal deben Conquistar), palabras que, de acuerdo a un registro muy antiguo, vio Constantino en los cielos bajo el signo de la Cruz antes de la batalla en el puente Milvian (312)-

También se sostiene que Urbano IV y Juan XXII concedieron una indulgencia de treinta días a aquellos que añadieran el nombre de Jesús al Ave María o se hincaran, o por lo menos hicieran una venia con las cabezas al escuchar el Nombre de Jesús (Alanus, "Psal. Christi et Mariae", i, 13, and iv, 25, 33; Michael ab Insulis, "Quodlibet", v; Colvenerius, "De festo SS. Nominis", x).

Esta afirmación puede ser cierta; pero fue gracias a los esfuerzos de San Bernardino que la costumbre de añadir el Nombre de Jesús al Ave María fue difundida en Italia, y de ahí a la Iglesia Universal. Pero hasta el siglo XVI era desconocida en Bélgica (Colven., op. Cit., x), mientras que en Bavaria y Austria los fieles aún añaden al Ave María las palabras: "Jesús Christus" (ventris tui, Jesús Christus).

Sixto V (2 de julio de 1587) concedió una indulgencia de cincuenta días a la jaculatoria: "¡Bendito sea el Nombre del Señor!" con la respuesta "Ahora y por siempre", o "Amén". En el sur de Alemania los campesinos se saludan entre ellos con esta fórmula piadosa. Sixto V y Benedicto XIII concedieron una indulgencia de cincuenta días para todo aquél que pronuncie el Nombre de Jesús reverentemente, y una indulgencia plenaria al momento de la muerte.

Estas dos indulgencias fueron confirmadas por Clemente XIII, el 5 de septiembre de 1759. Tantas veces como invoquemos el Nombre de Jesús y de María ("¡Jesús!", "¡Maria"!) podremos ganar una indulgencia de 300 días, por decreto de Pío X, el 10 de octubre de 1904.

Es también necesario, para ganar la indulgencia papal al momento de la muerte, pronunciar aunque sea mentalmente el Nombre de Jesús.

Testigo del Amor

Santo Evangelio según San Juan 1, 29-34. Feria del tiempo de Navidad

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, concédeme la fuerza para dar testimonio de tu Amor.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 1, 29-34

Al día siguiente, vio Juan el Bautista a Jesús, que venía hacia él, y exclamó: "Este es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo he dicho: 'El que viene después de mí, tiene precedencia sobre mí, porque ya existía antes que yo'. Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua, para que él sea dado a conocer a Israel".

Entonces Juan dio este testimonio: "Vi al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y posarse sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: 'Aquel sobre quien veas que baja y se posa el Espíritu Santo, ése es el que ha de bautizar con el Espíritu Santo'. Pues bien, yo lo vi y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios".

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

La liturgia de hoy te invita a dar testimonio y también a que reconozcas esos momentos en que lo has dado. Juan al ver a Jesús dijo: Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Éste es Aquel de quien yo dije: «Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo…» Piensa en cuántas veces tú has visto a alguien y has dicho ahí viene x o y persona y lo dicho ha sido positivo; piensa cuántas veces de ti han dicho lo mismo, personas que cuando te ven no dudan en decir aquí viene o allá va, es una gran persona se nota que es hijo de… observa cómo con estas simples expresiones se expresa el testimonio que das de los demás o que también puedes descubrir en los demás; ahora reflexiona y hazte la pregunta:

¿Qué testimonio doy de Cristo? ¿Actúo conforme sus enseñanzas o conforme a mis criterios? ¿Las palabras que expreso en mis pensamientos o digo reflejan mi caridad o mis debilidades y vicios?

Muchas otras preguntas podrías hacerte, lo importante es que te sientas amado por Cristo y que, sin importar tus debilidades, aceptes la invitación que Él te hace de dar testimonio de su gran amor por ti; que aprendas a expresar la bondad y belleza que sin duda puedes encontrar en los otros y que no tengas miedo a brillar ante los demás dando testimonio del amor de Dios en tu vida.

Que san José y la santísima Virgen María te guíen en este valle de lágrimas dando testimonio del amor de Dios en tu vida y que Dios te bendiga.

«Es verdad que el testimonio de la fe tiene muchas formas, como en un gran mural hay variedad de colores y de matices; pero todos son importantes, incluso los que no destacan. En el gran designio de Dios, cada detalle es importante, también el pequeño y humilde testimonio tuyo y mío, también ese escondido de quien vive con sencillez su fe en lo cotidiano de las relaciones de familia, de trabajo, de amistad».

(SS Papa Francisco, homilía, 14 de abril de 2013).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.


Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Haré un breve examen de conciencia para revisar si estoy dando un auténtico testimonio de Cristo a los demás.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

El amor al prójimo es amor a Dios

Somos llamados a ser testigos de nuestro cristianismo en este mundo, ante todos los hombres.

Mateo 5, 13-16
Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres. " Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.

Reflexión
“Vosotros sois la sal de la tierra”. “Vosotros sois la luz del mundo”. El Señor dirige hoy estas palabras a todos los cristianos, a cada uno de nosotros.

Somos llamados a ser testigos de nuestro cristianismo en este mundo, ante todos los hombres.
Y este testimonio debe realizarse no tanto en muchas palabras, sino sobre todo en nuestras acciones y obras. Porque el mundo moderno quiere que las palabras se traduzcan en hechos; los principios, en efectos; la fe y la caridad, en obras.

El mundo actual no se convertirá nunca a Dios, si no encuentra en nosotros, en nuestras vidas cristianas, un signo y testimonio de la presencia de Dios. Sabemos que después de su ascensión, Cristo no tiene ya más que una aparición posible, la nuestra. El único rostro que Él puede mostrar a nuestros contemporáneos, para llamarlos y convertirlos, es el nuestro, el de nuestras familias, el de nuestras comunidades y grupos.

Entonces, ¿cómo podemos ser luz del mundo? ¿Cómo podemos dar testimonio de Cristo en medio de los hombres?

El signo característico del cristiano auténtico es el amor, el amor a Dios y el amor a los hermanos.
Seremos sal de la tierra, luz del mundo en la medida en que seamos testigos fieles del amor sin límites de Jesucristo, en nuestra propia vida.

Es la única prueba convincente de que Él sigue vivo: que nuestra comunidad cristiana, nuestras familias, cada uno de nosotros vivamos con tanto amor y entrega servicial, que los demás sientan ganas de unirse a nosotros. Que ellos sólo puedan explicarse nuestra entrega cristiana, admitiendo que Cristo se ha hecho vivo de nuevo en nosotros.

Y sabemos: El amor al prójimo es amor a Dios.

Porque a partir de la encarnación de Cristo, el segundo mandamiento es semejante, es igual al primero. ¡No separemos pues el amor a Dios del amor a los hermanos!

San Juan Crisóstomo nos explica: “Quien acepta uno de los dos preceptos, observa también el otro. Ni un alma sin cuerpo, ni un cuerpo sin alma pueden constituir un hombre. Así, pues, no se puede hablar de amor a Dios, si no se tiene como compañero el amor al prójimo.”

Cuando, por eso, amamos a nuestros hermanos, estamos amando a Dios de un modo auténtico y directo. Y, además, la prueba de que amamos a Dios es que nos amamos los unos a los otros. Cristo ha revelado que tenemos las mismas relaciones con Dios que con cualquiera de nuestros hermanos. Estamos tan cerca de Dios, como de cualquiera de nuestros prójimos.

San Juan nos explica en su primera carta: “El que dice que ama a un Dios, a quien no ve, sin amar a su hermano, a quien ve, es un mentiroso” (4.20). El amor a Dios se presta a muchas ilusiones, a mucha imaginación. Pero el amor a nuestros hermanos es extraordinariamente realista.

Podemos saber en cualquier momento en que punto nos encontramos. Así nuestro amor a los demás es nuestra manera concreta de entrar en el amor a Dios. El prójimo es Cristo al alcance de nuestro amor. No amamos verdaderamente a Cristo, si no lo amamos en el hermano.

Ese amor fraternal es el gran signo del cristiano, el único testimonio que aceptan los demás, la única invitación convincente para los de afuera.

Así ya ocurrió con los cristianos de la primera hora, tal como nos cuentan los Hechos de los Apóstoles: “La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma, y nadie llamaba propia, cosa alguna de cuantas poseía, sino que tenían en común todas las cosas”. Por eso “no había entre ellos indigentes” (Hech 4, 32ss). Este testimonio de amor no podía explicarse más que porque Cristo seguía viviendo en cada uno de ellos.

Esa misma actitud la exige también el profeta Isaías en la primera lectura de hoy: “Comparte tu pan con el hambriento y recibe en tu casa a los pobres sin techo; cubre al que veas desnudo y no te desentiendas de tu hermano. Entonces irrumpirá tu luz como la aurora.” Con ese amor generoso actúa aquel que quiere ser testigo fecundo de Cristo en este mundo.

Queridos hermanos, tratemos, pues, que esta Eucaristía ahonde en nosotros ese amor a Dios en los hermanos, y nos haga descubrir y superar todos los obstáculos para que sea más pleno. De este modo, seremos testigos del amor que en este sacramento se vive, y nuestra vida será cada vez más sal de la tierra y luz del mundo.

¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

El Santísimo y Dulce nombre de Jesús

Hoy celebramos el Santísimo nombre de Jesús

Por: Varios | Fuente: sicutoves.blogspot.com.es / www.magnificat.ca / www.funjdiaz.net 

El nombre de Jesús --dice Baur-- es un nombre inventado en el Cielo y traído de allí por el Ángel Gabriel, para comunicárselo a la Virgen en el instante de la Anunciación: Darás a luz un Hijo y le pondrás por nombre Jesús. Ahora bien, los nombres impuestos por el Cielo siempre significan un don gratuito otorgado por Dios. Siendo en Cristo este don de la gracia. La salvación de los hombres, con toda propiedad se le impuso el nombre de Jesús, que quiere decir Salvador." (Santo Tomás de Aquino). 

Y, ciertamente, "ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo por el cual podamos salvarnos" (Epist.). La devoción al nombre de Jesús es una preciosa herencia que recibimos de Nuestro Padre Santo Domingo de Guzmán. El Beato Jordán de Sajonia, el Beato Enrique Susón, Santa Catalina de Siena y el Beato Juan de Vicenza, fueron apasionados devotos de este Santo Nombre. 

La Iglesia, pero especialmente algunos de los primeros Padres que crearon su doctrina, insistió en la veneración al "dulcísimo" o "sacrosanto" nombre de Jesús. De hecho, aunque el día 1 de enero se celebraba ya esa fiesta, La Iglesia ha dispuesto se celebre esta fiesta al día siguiente de la octava de la Epifanía, a fin de honrar por modo especial el nombre de Jesús, que es:

Nombre verdaderamente divino, que sólo Dios pudo imponer al Salvador del mundo. Nombre venerable, que hace doblar la rodilla a todas las grandezas de la tierra. Nombre sacrosanto, que pone en fuga a los espíritus diabólicos. Nombre omnipotente, en cuya virtud se han obrado los mayores milagros. Nombre salutífero, de quien reciben en cierto modo toda su eficacia los Sacramentos de la Nueva Ley. Nombre propicio, pues todo lo puede con Dios, y por respeto al nombre Jesús oye benigno nuestras oraciones. Nombre glorioso, extendido por el celo de los apóstoles a todos los gentiles y a todos !os reyes de la tierra. Nombre augusto, por cuya confesión los santos mártires se gloriaron en sufrir cruelísimos tormentos. Nombre, en fin, incomparable, pues no hay otro debajo, del Cielo en cuya virtud podamos ser salvos. Alabémosle, pues, y bendigámosle en todo tiempo.

San Bernardo, San Juan Crisóstomo, San Gregorio Niceno, Orígenes o San Agustín son algunos de los escritores sagrados que insisten en la importancia del nombre: "Quid est Jesus, nisi Salvator?", dice San Agustín, y San Bernardo lo llama "óleo saludable" que sana cuando la devoción lo aplica, denominándolo también alimento, fuente, medicina y luz, según recuerda Santiago de Vorágine en su Leyenda Dorada.

Gregorio X, en 1274, confió a la Orden de Predicadores, en la persona del Maestro General, Beato Juan de Vercelli, "la predicación de la devoción que derrama dulzura sobre los corazones." Se erigieron Cofradías en las iglesias de la Orden, y tan florecientes, que alguna de las actuales, como en los EE. UU. pasa de tres millones y medio el numero de hombres asociados. El fin de la Cofradía es propagar la devoción y culto del Nombre de Jesús contra la blasfemia y profanación de los días festivos. (Tomado del Misal de la Orden de Predicadores, editado en Valencia en 1958.)

BREVE CRONOLOGÍA DE LA HISTORIA DE LA DEVOCIÓN AL DULCE NOMBRE DE JESÚS

Durante el Concilio de Lyon, año 1274, el Papa Gregorio X dictó una Bula encaminada a desagraviar los insultos que se manifestaban contra el Nombre de Jesús. Las órdenes de los Dominicos y los Franciscanos fueron las encargadas de custodiar y extender dicha devoción por toda Europa. Así, Gregorio X escribió una carta a Juan de Vercelli, el entonces Superior General de los Dominicos, donde declaraba, "Nos, hemos prescrito a los fieles… reverenciar de una manera particular ese Nombre que está por encima de todos los nombres…".

Este acto resultó en la fundación de la Sociedad del Santo Nombre. Se decía que el Nombre de Jesús estaba en la boca de San Francisco "como la miel en el panal" y San Francisco mismo escribió, "ningún hombre es digno de decir Tu Nombre". Luego, San Bernardo escribió sermones enteros sobre el Nombre de Jesús y dijo: "Jesús es miel en la boca, melodía en el oído, un canto de delicia en el corazón". San Buenaventura exclama, "Oh, alma, si escribes, lees, enseñas, o haces cualquier otra cosa, que nada tenga sabor alguno para ti, que nada te agrade excepto el Nombre de Jesús".

Con el nombre “Sociedad del Santo Nombre de Dios” es fundada en 1430, por Fray Diego de Vitoria en el Convento de San Pablo de la ciudad de Burgos la primera Cofradía del Dulce Nombre de Jesús de España mediante la Bula "Salvatoris et Nómini Nostri Iesu Christi".

INDULGENCIA PLENARIA AL PRONUNCIAR EL DULCE NOMBRE DE JESÚS

Es Tradición Católica que en la hora de la muerte, pronunciar con los labios o el corazón el Dulcísimo Nombre de Nuestro Salvador, nos puede alcanzar la muy necesaria Indulgencia Plenaria; para ello, debemos cumplir las siguientes disposiciones:

- Primero, las mismas condiciones requeridas para ganar cualquier indulgencia: es decir, la persona debe estar en estado de gracia cuando se gane la indulgencia y debe tener la intención de ganar la indulgencia.

- Segundo, debe resignarse completamente a la voluntad de Dios al estar muriendo.

- Tercero, debe pronunciar el Santo Nombre de Jesús con sus labios, si es posible, y si no fuere capaz de hablar, al menos debe invocar el Santo Nombre de Jesús en su corazón.

Subráyese especialmente esta última condición de pronunciar el Santísimo Nombre de Jesús. La Congregación de Indulgencias la pidió el 22 de septiembre de 1892 para ganar la indulgencia plenaria in articulo mortis. Es algo que fácilmente se pasa por alto, y por ello, le damos especial atención.

Papa Francisco propone vivir las Bienaventuranzas

Primera Audiencia General de 2019

El Papa Francisco presidió la primera Audiencia General de 2019 en el Aula Pablo VI del Vaticano para continuar con las catequesis sobre la oración del Padre Nuestro, y recordó que en las Bienaventuranzas se encuentran los aspectos fundamentales del mensaje de Jesús.

Al comenzar su catequesis, el Papa deseó también un feliz año y aseguró que el Evangelio de Mateo coloca el texto del Padre Nuestro “en un punto estratégico, al centro del discurso de la montaña”, en donde Jesús entregó esta oración a “una gran muchedumbre de rostros anónimos”. Una asamblea grande y “heterogénea”, dijo.

En este discurso de la montaña, narrado en el capítulo 5 del Evangelio de San Mateo, “Jesús condensa los aspectos fundamentales de su mensaje” con las Bienaventuranzas, subrayó el Papa.

El Santo Padre explicó que “Jesús corona de felicidad a una serie de categorías de personas que en su tiempo -y también en el nuestro- no eran muy consideradas. Bienaventurados los pobres, los mansos, los misericordiosos, las personas humildes de corazón”. “Esta es la revolución del Evangelio”, indicó.

“Todas las personas capaces de amor, los operadores de paz que hasta entonces habían terminado al borde de la historia, son en cambio los constructores del Reino de Dios”, aseguró el Santo Padre quien añadió que es como si Jesús dijera “adelante ustedes que llevan el corazón el misterio de un Dios que ha revelado su omnipotencia en el amor y en el perdón”.

Por ello, el Papa subrayó que en ese pasaje “surge la novedad del Evangelio”. “La Ley no debe ser abolida sino que necesita una nueva interpretación, lo que lo conduce de nuevo a su sentido original. Si una persona tiene un corazón bueno, predispuesto al amor, entonces entiende que cada palabra de Dios debe encarnarse hasta sus últimas consecuencias”, dijo.

De este modo, el Santo Padre aseguró que “el amor no tiene límites: uno puede amar al cónyuge, al amigo e incluso al enemigo con una perspectiva completamente nueva” como Jesús mismo dijo: “ama a tus enemigos y ora por aquellos que te persiguen”.

“He aquí el gran secreto que está a la base de todo el discurso de la montaña: sean hijos de su Padre que está en los cielos” destacó el Papa quien añadió que “el cristiano no es uno que se compromete a ser más bueno de los otros, sino que sabe ser pecador como todos”.

En esta línea, el Pontífice explicó que Jesús enseñó la oración del Padre Nuestro tomando distancia de dos grupos de su tiempo: los hipócritas y los paganos. Y alertó a los cristianos a vivir la fraternidad y a evitar los escándalos.

“Cuántas veces nosotros, vemos el escándalo de aquellas personas que van a la Iglesia, están todo el día allí o van todos los días, pero después viven odiando a los otros o hablando mal de la gente, esto es un escándalo. Mejor no ir a la Iglesia, vive así como ateo, pero si tú vas a la Iglesia vive como hijo, como hermano, y da un verdadero testimonio, no un anti-testimonio”, señaló.

Al finalizar, el Papa invitó a realizar la oración “desde el corazón, desde el interior”. “¡Qué bello pensar que nuestro Dios no necesita sacrificios para conquistar su favor!”, exclamó. “En la oración nos pide solo que tengamos abierto un canal de comunicación con Él para descubrirnos siempre sus hijos amadísimos. Y Él nos ama tanto”, concluyó.

Durante los saludos en diferentes idiomas, un grupo de artistas del Circo de Cuba presentaron un breve espectáculo con bailarines y malabaristas.

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