Luz que alumbra a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel
- 02 Febrero 2019
- 02 Febrero 2019
- 02 Febrero 2019
La bidireccionalidad de la vida religiosa femenina
La vida religiosa femenina siempre es bidireccional. Las causas siempre tienen dos vías.
De los hechos innegables que no podemos soslayar ni darles su importancia debida se pasa a la explicación de las causas, éstas múltiples y variadas. Si queremos dar un resumen de todas ellas, podemos englobarlas sumariamente bajo el siguiente discurso: La vida religiosa activa, especialmente la vida religiosa femenina, realiza su labor apostólica en el mundo. Este actuar no es unidireccional, es decir que no sólo el actuar apostólico de la mujer religiosa influye en el mundo que debe transformar: hacer presente el evangelio, la persona de Cristo. Sino que el mundo también deja su huella en la mujer consagrada: el laicismo, la pérdida del sentido de Dios influyen, querámoslo o no, en quien trabaja por la santificación de las realidades terrenas.
De aquí que la crisis de la vida religiosa se juega en la interacción que existe entre las comunidades religiosas y el contexto sociocultural en el que desarrollan su trabajo apostólico.1 Y como algunos autores han individuado el origen de la fase crítica que estamos viviendo en un cambio de paradigma, en un pasaje de un mundo sencillo a un mundo complejo2, este mundo está afectando también a la vida religiosa femenina, puesto que ésta no vive fuera del mundo y sufre los embates de este mundo que cambia. Al no poder permanecer ajena al mundo, al no poder retraerse del mundo, queda, permítaseme esta imagen, "salpicada" del mundo y por lo tanto costrita a adaptarse a las nuevas exigencias del mundo, so pena de quedar desfasada, anticuada o anacrónica.
Impulsado por el Espíritu, fue al templo
Santo Evangelio según San Lucas 2, 22-40. La Presentación del Señor
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Espíritu Santo, Tú que me guías siempre, dame la fortaleza para abandonarme totalmente en tu providencia para poder seguir tus inspiraciones.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 2, 22-40
Transcurrido el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, ella y José llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley: Todo primogénito varón será consagrado al Señor, y también para ofrecer, como dice la ley, un par de tórtolas o dos pichones.
Vivía en Jerusalén un hombre llamado Simeón, varón justo y temeroso de Dios, que aguardaba el consuelo de Israel; en él moraba el Espíritu Santo, el cual le había revelado que no moriría sin haber visto antes al Mesías del Señor. Movido por el Espíritu, fue al templo, y cuando José y María entraban con el niño Jesús para cumplir con lo prescrito por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios, diciendo:
“Señor, ya puedes dejar morir en paz a tu siervo, según lo que me habías prometido, porque mis ojos han visto a tu Salvador, al que has preparado para bien de todos los pueblos; luz que alumbra a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel”.
El padre y la madre del niño estaban admirados de semejantes palabras. Simeón los bendijo, y a María, la madre de Jesús, le anunció: “Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones. Y a ti, una espada te atravesará el alma”.
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana. De joven, había vivido siete años casada y tenía ya ochenta y cuatro años de edad. No se apartaba del templo ni de día ni de noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones.
Ana se acercó en aquel momento, dando gracias a Dios y hablando del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Una vez que José y María cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con él.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Hoy celebramos la presentación del Señor, y al mismo tiempo, recordamos el encuentro de Jesús con Simeón y con Ana. Estos dos ancianos tenían algo en común: ambos sabían escuchar al Espíritu Santo. El Espíritu Santo, que es la tercera persona de la Santísima Trinidad, siempre está actuando en nosotros: inspirándonos buenos pensamientos, impulsándonos a obrar el bien e incluso ayudándonos a perdonar en los momentos en que no nos sentimos capaces. Por ello, debemos aprender a buscar tiempo para estar a solas con Él; a hacer silencio, pues sólo así podremos escuchar y comprender la voz del Señor en lo más íntimo de nuestro corazón. Dios quiere que todos seamos santos, que podamos llegar un día a ser felices con Él para siempre. El Espíritu Santo quiere ser el guía que nos conduzca a la santidad. ¿Quiero ser feliz para toda la eternidad? ¿Estoy dispuesto a dejarme guiar por el Espíritu Santo? «Solo Dios es el Señor de la historia individual y familiar; todo nos viene por Él. Cada familia está llamada a reconocer tal primado, custodiando y educando a los hijos para abrirse a Dios que es la fuente de la misma vida. Pasa por aquí el secreto de la juventud interior, testimoniado paradójicamente en el Evangelio por una pareja de ancianos, Simeón y Ana. El viejo Simeón, en particular, inspirado por el Espíritu Santo dice a propósito del niño Jesús: “Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel y para dar señal de contradicción […] a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones”. Estas palabras proféticas revelan que Jesús ha venido para hacer caer las falsas imágenes que nos hacemos de Dios y también de nosotros mismos; para “rebatir” las seguridades mundanas sobre las que pretendemos apoyarnos; para hacernos “resurgir” hacia un camino humano y cristiano verdadero, sobre los valores del Evangelio.» (Ángelus de S.S. Francisco, 31 de diciembre de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación. Voy a dedicar diez minutos, antes de dormir, para hablar con el Señor sobre cómo viví mi día.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
¡Cristo, Rey nuestro! ¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia. Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
La presentación del Señor en el templo
La presentación del Señor y la purificación de la Virgen María en el Templo
A los cuarenta días de su nacimiento, siguiendo lo prescrito por la ley mosaica, Jesús fue presentado en el Templo, al mismo tiempo que su Madre realizaba la ceremonia de su purificación. Es por tanto una fiesta tanto del Señor como de su Madre. Se celebraba ya en Jerusalén a finales del siglo IV. Desde allí se extendió a Oriente y a Occidente.
Una de las fiestas más antiguas
Es una de las fiestas más antiguas. El "Itinerarium" de Eteria (390) habla de esta fiesta con el nombre genérico de "Quadragésima de Epiphanía". La fecha de la celebración no era el 2, sino el 14 de febrero, es decir 40 días después de la Epifanía. Después pasó a celebrarse el 2, por ser a los cuarenta dias de la Navidad, 25 de diciembre. En el siglo V se empezaron a usar las velas para subrayar las palabras del Cántico de Simeón, "Luz para alumbrar a las naciones", y darle mayor colorido ala celebración.
A esta fiesta se le llamó de la Purificación de María, recordando la prescripción de Moisés, que leemos en levítico 12, 1-8. Con el Concilio Vaticano II se le cambió de nombre, poniendo al centro del acontecimiento al Niño Dios, que es presentado al Templo, conforme a la prescripción que leemos en Ex 13, 1-12. El Evangelio de San Lucas (2, 22-38) funde dos prescripciones legales distintas, ya citadas arriba, que se refieren a la purificación de la Madre y a la consagración del primogénito. En esta celebración la Iglesia da mayor realce al ofrecimiento que María y José hacen de Jesús. Ellos reconocen que este niño es propiedad de Dios y salvación para todos los pueblos. La presencia profética de Simeón y Ana es ejemplo de vida consagrada a Dios y de anuncio del misterio de salvación.
La bendición de las velas es un símbolo de la luz de Cristo que los asistentes se llevan consigo. Prender estas velas o veladoras en algunos momentos particulares de la vida, no tiene que interpretarse como un fenómeno mágico, sino como un ponerse simbólicamente ante la luz de Cristo que disipa las tinieblas del pecado y de la muerte.
"Una espada traspasará tu alma"
Una vez cumplido el rito de ofrecer los cinco siclos legales después de la ceremonia de la purificación, la Sagrada Familia estaba dispuesta para salir del templo cuando se realizó el prodigio del encuentro con Simeón, primero, y con la anciana Ana, después.
San Lucas nos cuenta con riqueza de detalles aquel encuentro: "Ahora, Señor, ya puedes dejar irse en paz a tu siervo, porque han visto mis ojos al Salvador... al que viene a ser luz para las gentes y gloria de tu pueblo Israel..." Y le dijo a la Madre: "Mira, que este
Niño está puesto para caída y levantamiento para muchos en Israel... Y tu propia alma la traspasará una espada...".
Contraste de la vida. El mismo Jesús está llamado para ser: Luz y gloria y a la vez escándalo y roca dura contra la que muchos se estrellarán. ¡Pobre María, la espada que desde entonces atravesó su Corazón! . . .
Bien podemos hoy cantar como la Iglesia lo hace en Laudes: "Iglesia santa, esposa bella, sal al encuentro del Señor, adorna y limpia tu morada y recibe a tu Salvador...".
Presentación del Señor - Virgen de la Candelaria
Cristo estaba exento de la ley, como el Hijo de Dios. Sin embargo quería darnos ejemplo de humildad, obediencia y devoción al renovar públicamente la propia oblación al Padre.
Lucas 2,22-40: Mis ojos han visto a tu Salvador
Transcurrido el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, ella y José llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley: Todo primogénito varón será consagrado al Señor, y también para ofrecer, como dice la ley, un par de tórtolas o dos pichones.
Vivía en Jerusalén un hombre llamado Simeón, varón justo y temeroso de Dios, que aguardaba el consuelo de Israel; en él moraba el Espíritu Santo, el cual le había revelado que no moriría sin haber visto antes al Mesías de Señor. Movido por el Espíritu, fue al templo, y cuando José y María entraban con el niño Jesús para cumplir con lo prescrito por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios, diciendo: "Señor, ya puedes dejar morir en paz a tu siervo, según me lo habías prometido, porque mis ojos han visto a tu Salvador, al que has preparado para bien de todos los pueblos, luz que alumbra a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel".
El padre y la madre del niño estaban admirados de semejantes palabras. Simeón los bendijo, y a María, la madre de Jesús, le anunció: "Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones. Y a ti, una espada te atravesará el alma. Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana. De joven, había vivido siete años casada y tenía ya ochenta y cuatro años de edad. No se apartaba del templo ni de día ni de noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Ana se acercó en aquel momento, dando gracias a Dios y hablando del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel. Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con él.
Reflexión
La Iglesia celebra hoy la fiesta de la presentación del Señor, o - como solemos decir nosotros – la Virgen de la Candelaria. El Evangelio de hoy que acabamos de escuchar sucede algunos días después del nacimiento de Jesús. Es cuando María y José van con el niño al templo de Jerusalén para cumplir con las obligaciones de la ley judía. Se trata de la purificación de María y la presentación de Jesús en el templo.
En esta fiesta se recuerdan algunos misterios en cuyo centro están Jesús y María:
1. El primer misterio: la purificación de María. La ley de Moisés decía que la mujer, después del parto, continuaba legalmente, en un estado que la ley llamada “impuro”. Ordenaba que durante ese periodo no debía mostrarse en público ni tocar nada consagrado a Dios.
Cuarenta días después del nacimiento de un hijo varón (80 de una hija), la madre debía purificarse en el templo y dejar allí su ofrenda. Debía dejar en el templo un cordero y una paloma: el cordero simbolizaba el reconocimiento de la soberanía de Dios y se ofrendaba en acción de gracias por el feliz nacimiento. El ave se ofrecía para purificación del pecado…
Consumado el sacrificio, la mujer quedaba limpia de la impureza legal. En el caso de la gente pobre, no se exigía el cordero, sino dos palomas o tórtolas. Sabemos que Cristo fue concebido sin mancha de pecado y que sus Madre permanecía Virgen. Por eso, a ella evidentemente no le correspondía esta disposición de la ley. Sin embargo, a los ojos del mundo, le obligaba el mandato. Y entonces, con toda humildad, como María es obediente en todo al Dios de su pueblo, se somete a esta ceremonia tradicional y hace la ofrenda de los pobres: dos palomas.
2. Presentación de Jesús. Una segunda ley ordenaba ofrecerle a Dios al hijo varón primogénito. Desde la salida de Egipto, todo primogénito era propiedad de Dios. Y tenía que ser rescatado, mediante cierta suma de dinero. María cumplió también estrictamente con todas estas ordenanzas. En la misma oportunidad, María presentó a Jesús en el templo, por manos del sacerdote, a su Padre Celestial, lo rescató con cinco “shekels”, monedas de plata y lo recibió de nuevo en sus brazos – hasta que el Padre volviera a reclamarlo. Pienso que Ella intuye un gran misterio en esta ceremonia. Sabe que, si todo primogénito es propiedad de Dios, este hijo suyo lo es más que ninguno. Siente que este hijo no será “suyo”, que será infinitamente más grande que ella. Por supuesto, Cristo estaba exento de esa ley, ya que es el Hijo de Dios. Sin embargo quería darnos ejemplo de humildad, obediencia y devoción al renovar públicamente la propia oblación al Padre. Y aquí podríamos preguntarnos: ¿en qué medida consideramos a nosotros mismos y a nuestros hijos regalos de Dios, personas que pertenecen a Dios, que son de Dios? ¿Y hasta qué punto actuamos y tratamos también a los demás como propiedad de Dios?
3. El encuentro con Simeón y Ana. Al realizar los ritos previstos en el templo, se encuentran con dos personas fuera de lo común: Simeón y Ana. Los dos son ancianos de años, pero jóvenes de alma. Son personas sabias y piadosas, llenas del Espíritu Santo - con otras palabras: profetas. Forman parte del “resto de Israel”, es decir, del pequeño círculo de verdaderos israelitas que están aguardando los tiempos mesiánicos. Son los que siguen confiando con todo su corazón en las promesas sobre el Mesías y que por eso lo están esperando con ansias como el gran Salvador de su pueblo. No es difícil imaginar el inmenso gozo de estos dos ancianos, que antes de morir pueden ver y tocar al Mesías. El bendito Simeón recibió en sus brazos al anhelado y alabó a Dios por la felicidad de contemplar al Mesías. Predijo el dolor de María y anunció que se salvarían todos los que creyeran por medio de Cristo. La profetisa Ana también compartió el privilegio de reconocer y adorar al recién nacido Redentor del mundo. Éste no podía ocultarse a los que lo buscaban con sencillez, humildad y fe ardiente. Sus palabras proféticas le hacen comprender a María y a José el gran destino de este niño recién nacido. Ellos no sabían todo desde el comienzo. Paso a paso, Dios les revela todo lo que tienen que saber sobre Jesús. Sólo paulatinamente se les abren los ojos sobre el misterio de Él. Y Simeón y Ana son unos de los primeros instrumentos para ello.
4. ¿Cuál es el mensaje, la profecía que el anciano Simeón les entregaba? “Mis ojos han visto al Salvador”. Jesús es el Salvador, el Mesías esperado. Su misión será salvar a todos los hombres de la servidumbre del pecado. Y entonces Simeón distingue dos clases de hombres, según la costumbre de aquel tiempo: los paganos y los judíos: Este niño va a ser “luz para alumbrar a los gentiles”, es decir, va a ser el Salvador no sólo de los judíos, sino también de los paganos. Decir esto y además en el templo mismo de los judíos, fue como un escándalo. Y en segundo lugar, este niño será también “gloria del pueblo Israel”. Gloria, honor porque el Salvador de todos los pueblos proviene de Israel.
5. Después Simeón revela las consecuencias que trae la misión de ese niño, su misión de Salvador: “Será causa tanto de caída como de resurrección para muchos”, “será como una bandera discutida”. Muchos judíos esperan a un Mesías político que los libere de la opresión política de los Romanos. Por eso no podrán aceptar a un Salvador religioso que querrá liberarlos del pecado.
Jesús va a separar los espíritus en su propio pueblo. Va a ser causa de caída para los que no le creen, los que no quieren seguirle, los que no le hacen caso. Eso vale también para todos nosotros: también de cada uno de nosotros se exige una decisión a favor o en contra del Señor.
Para los que creen en Él, será causa de resurrección, de salvación y de felicidad eterna. Así en Cristo realmente se separan los espíritus, se dividen los hombres. Con el nacimiento del Mesías se acercan tiempos transcendentales, tiempos de decisión para Israel y todos los pueblos.
6. Finalmente agrega una palabra dirigida directamente a la Sma. Virgen: “A ti una espada te traspasará el alma”. Su destino estará unido íntimamente con el de su Hijo. Estará a su lado, como compañera y colaboradora de Jesús. Y llegará un momento culminante, en esa lucha de su Hijo por cumplir su gran misión: un momento que llenará su alma maternal de dolor y de sufrimiento, como una espada le atravesará.
Simeón le anuncia aquí la hora del Calvario que Ella sufrirá al pie de la cruz de su Hijo.
Pienso que después de este encuentro con los dos ancianos, María y José salieron del templo y habrán vuelto silenciosos, ensimismados y hasta preocupados. Al mirar al niño ya no ven sólo su rostro feliz, sino también su misión tan grande y pesada: será el Salvador no sólo de Israel, sino de todos los hombres y de todos los pueblos.
Pero será también un signo de contradicción: salvación y resurrección para unos, ruina y condenación para otros. E intuyen también que ese destino lo llevará necesariamente a sufrir mucho por sus hermanos. Y se dan cuenta de que también ellos mismos han de sufrir con Él.
Y todo esto iba a ser como una espada en el alma de María. Veían la espada en el horizonte, una espada enorme y ensangrentada, segura como la maldad de los hombres, segura como la voluntad de Dios. Y con esos presentimientos vuelven a Nazaret.
El nacimiento del Mesías no sólo es alegría y gozo. Es también anuncio de lucha y muerte contra el enemigo de Dios, contra la debilidad y la resistencia del hombre. Y, finalmente el anuncio de la cruz, que, es humanamente un gran fracaso, pero en realidad se convertirá en la victoria definitiva de Cristo sobre el pecado, el diablo y la muerte.
¡Qué así sea! En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.