Vio de lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno
- 21 Marzo 2019
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Serapión el Escolástico, Santo
Obispo, 21 de marzo
Obispo de Thmuis
Martirologio Romano: En Egipto, san Serapión, anacoreta († c.370).
Etimológicamente: Serapión = “perteneciente a la divinidad de Serapis”. Viene de la lengua griega.
Breve Biografía
A este monje egipcio se le conoce también como Serapión de Thmuis.
La fecha de su muerte se sitúa más o menos entre los años 365 y 370.
Las características que mejor lo definen son, sin duda, su penetrante inteligencia y su elocuencia. Gracias a ellas tuvo en la Iglesia un papel relevante.
Estudió en la célebre escuela catequética de Alejandría. Después se dedicó a la vida eremítica. En este campo tuvo un maestro excepcional, san Antonio. A nivel intelectual, encontró en san Atanasio un amigo sincero. Lo recuerda con cariño en su libro “Vida de san Antonio. Al separase, le dejó su túnica.
Lo nombraron obispo de Thmuis en el delta del Nilo. Se le reconoció en seguida por su carácter de dirigente en los asuntos eclesiásticos y por su clara y transparente oposición al arrianismo.
El propio san Jerónimo lo eligió como confesor. Por su vida pastoral como cabeza de la diócesis rondaba la idea de escribir un libro magnífico contra los maniqueos. Defiende en contra de ellos la doctrina de que nuestros cuerpos son instrumentos para el bien o para el mal. Todo depende de la disposición del corazón.
Los maniqueos sostienen que el alma es obra de Dios, pero nuestros cuerpos lo son del diablo.
También escribió varias cartas y un libro basado en los títulos de los Salmos, pero no queda ninguno.
En el año 1899 se descubrió el libro más conocido sobre los santos, llamado Eucologio. Es una colección litúrgica de oraciones que él mismo empleó cuando era obispo.
Es interesante para conocer la adoración y la fe de los primeros cristianos egipcios.
Frecuentemente repetía esta expresión llena de contenido:"La mente se purifica por el conocimiento, las pasiones espirituales del alma con la caridad y los apetitos desordenados con la abstinencia y la penitencia.."
Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas
Santo Evangelio según San Lucas 16, 19-31. Jueves II de Cuaresma
Por: H. Pedro Cadena Díaz, L.C. | Fuente: www.somosrc.mx
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, gracias por este momento de calma e intimidad contigo. Ábreme los ojos, para que pueda verte y servirte siempre que vienes a mi encuentro en mis hermanos. María, que amaste a cada persona porque estabas llena del amor de Dios, acompáñame en este momento de oración.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 16, 19-31
En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: “Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y telas finas y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo, llamado Lázaro, yacía a la entrada de su casa, cubierto de llagas y ansiando llenarse con las sobras que caían de la mesa del rico. Y hasta los perros se acercaban a lamerle las llagas.
Sucedió, pues, que murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abraham. Murió también el rico y lo enterraron. Estaba éste en el lugar de castigo, en medio de tormentos, cuando levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham y a Lázaro junto a él.
Entonces grito: ‘Padre Abraham, ten piedad de mí. Manda a Lázaro que moje en agua la punta de su dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas’. Pero Abraham le contestó: ‘Hijo, recuerda que en tu vida recibiste bienes y Lázaro, en cambio, males. Por eso él goza ahora de consuelo, mientras que tú sufres tormentos. Además, entre ustedes y nosotros se abre un abismo inmenso, que nadie puede cruzar, ni hacia allá ni hacia acá’. El rico insistió: ‘Te ruego, entonces, padre Abraham, que mandes a Lázaro a mi casa, pues me quedan allá cinco hermanos, para que les advierta y no acaben también ellos en este lugar de tormentos’. Abraham le dijo: ‘Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen’. Pero el rico replicó: ‘No, padre Abraham. Si un muerto va a decírselo, entonces sí se arrepentirán’. Abraham repuso: ‘Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso, ni aunque resucite un muerto’”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
¿Cuántos «Lázaros» nos encontramos cada día? Ellos son gente que conocemos, que vemos camino al trabajo, en la escuela o universidad. Tal vez son miembros de nuestra familia. Todo hombre o mujer que sufre hambre material o de amor, es Lázaro. Todo aquel que tiene heridas, en su cuerpo o en su alma, está echado a la puerta de nuestro corazón. ¿Queremos ser como el rico del Evangelio que ignora a su hermano que sufre? ¿O como el buen samaritano, que «al pasar junto a él, lo vio y se conmovió?» (Lc 10,33)
Cada día Jesús nos regala oportunidades nuevas de amarlo. Él mismo dijo que «En verdad les digo que, cuando lo hicieron [las obras de misericordia] con alguno de los más pequeños de estos mis hermanos, me lo hicieron a mí» (Mt 25, 40). Cada persona necesitada es Cristo que nos ofrece una ocasión de hacerle un bien, y de hacernos un bien. De hacerlo feliz, y de hacernos felices, pues «La felicidad está más en dar que en recibir» (Hch. 20, 35). Amando, le damos gloria, y somos hombres y mujeres plenos. Del amor salen sólo bienes. «De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia» (Jn 1,16).
¿Qué vamos a elegir hoy? Jesús, tú sabes que mi corazón está hecho para amar, pero también está herido por el pecado. Dame fe, para ver tu rostro en mis hermanos. Lléname de tu amor ahora, para que yo pueda dártelo de vuelta. Hazme un poco más como tú. Que perdone a mis hermanos, que te sirva, que te dé con generosidad mi tiempo y mis bienes.
«Es el grito de tantos Lázaros que lloran, mientras que unos pocos epulones banquetean con lo que en justicia corresponde a todos. La injusticia es la raíz perversa de la pobreza. El grito de los pobres es cada día más fuerte pero también menos escuchado. Cada día ese grito es más fuerte, pero cada día se escucha menos, sofocado por el estruendo de unos pocos ricos, que son cada vez menos pero más ricos.
Ante la dignidad humana pisoteada, a menudo permanecemos con los brazos cruzados o con los brazos caídos, impotentes ante la fuerza oscura del mal. Pero el cristiano no puede estar con los brazos cruzados, indiferente, ni con los brazos caídos, fatalista: ¡no! El creyente extiende su mano, como lo hace Jesús con él.
El grito de los pobres es escuchado por Dios.»
(Homilía de S.S. Francisco, 18 de noviembre de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
-Hoy voy a visitar a Jesús en la Eucaristía y estaré con Él en silencio unos minutos, para dejar que me llene de su amor para así crecer en la misericordia hacia los demás.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Los mandamientos se resumen en dos
Primero: amarás a Dios sobre todas las cosas. Segundo: y al prójimo como a ti mismo
Por: Jorge Loring | Fuente: Para Salvarte
74.- Los mandamientos de la ley de Dios se resumen en dos:
Primero: amarás a Dios sobre todas las cosas.
Segundo: y al prójimo como a ti mismo 28 .
1. Esto es lo que significan los siguientes magníficos consejos:
«Cumple siempre todos los mandamientos».
«Por nada del mundo cometas un pecado grave».
«Procura agradar a Dios en todas las cosas».
«No hagas tú a los otros lo que no quieras que los otros te hagan a ti».
«Pórtate tú con los demás como quieras que los demás se porten contigo».
2. Hay personas que reducen sus prácticas religiosas al servicio del prójimo. Eso está bien, pero no basta. Hay acciones humanas que ni benefician ni perjudican al prójimo, en cambio agradan o desagradan a Dios: como el asistir a Misa o el decir blasfemias.
Hoy somos muy sensibles a la justicia social. El remedio no está en cambiar las estructuras, que seguirán siendo injustas si no cambiamos a los hombres. Si cambiamos a los hombres las estructuras serán mejores y habrá más justicia. El mejor modo es la norma de Cristo: «pórtate tú con los demás como quieres que los demás se porten contigo» 29 .
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28 Deuteronomio, 6:5; Levítico, 19:18; Evangelio de SAN MATEO, 22:37-40; de SAN LUCAS, 10:27; de SAN MARCOS, 12:28-31
29 Evangelio de SAN MATEO, 7:12
30 Concilio Vaticano II: Lumen Gentium: Constitución Dogmática sobre la Iglesia, nº 42
Rezar, y sobre todo que recen por ti, es la mayor aspiración que uno puede tener en la vida
Rezar es una conversación con los que ya no están, el recuerdo de los que te antecedieron y la oración para seguir su ejemplo. Rezar es pedir por ellos. Y también pedirles a ellos por los que estamos aquí. Es el momento de más calma del día, y, en mi caso, el de primera hora de la mañana, poco más de las seis, y el agua de la ducha caliente cayendo despacio sobre los hombros. Rezar es una fotografía en sepia, un regreso a la casa de tus abuelos y al tiempo sin tiempo de tu infancia. Es pasar por la Iglesia de San Pedro, de camino al colegio, y rezarle al Cristo de Burgos un Padre Nuestro para que te ayude en los exámenes. Es el refugio del frío, y el silencio acogedor. Rezar es tener memoria.
Rezar es lo que va antes del trabajo o después del trabajo, y lo que nunca lo suplanta, porque ya lo dice el refrán: a Dios rogando y con el mazo dando. Es lo único que puedes hacer cuando ya no puedes hacer más, y es la forma de comprometerse de quien no tiene otro medio de hacerlo, como cuando rezamos por un enfermo que se va a operar y ya está todo en manos del cirujano (y de Dios). Rezar no hace milagros, o sí los hace, eso nunca lo sabremos, pero ofrece consuelo al que reza y a aquel por quien se reza. Rezar nunca es inútil, porque siempre conforta.
Rezar es decir rezaré por ti y, también, reza por mí. Y es, por tanto, lo contrario a la vanidad. Rezar es la aceptación de tus limitaciones. Es aprender a resignarse cuando lo que pudo ser no ha sido. Es vivir sin rencor, aprender a olvidar, aceptar la derrota con dignidad y celebrar el triunfo con humildad. Rezar es resignación cuando procede, pero también arrebato y pundonor cuando toca. Es buscar las fuerzas si no se tienen y confiar en que las cosas van a ser como deberían ser. Rezar es optimismo, no dar nada por perdido, luchar y resistir, como en la canción, erguido frente a todo, y es mi padre antes de morir. Rezar es fragilidad y entereza.
Rezar es curar las heridas, restañar los arañazos, superar el daño que te han hecho. Pasar página y empezar de cero. Perdonar las ofensas y también pedir perdón. Y sobre todo tener gratitud. Rezar es dar las gracias por vivir y por lo que la vida te ha dado. Es despertarse con las ilusiones renovadas. Aferrarse desesperadamente a lo inmaterial. Acordarse de lo que de verdad importa, y relativizar todo lo demás. Es establecer las prioridades, poner en orden los papeles de tu mesa, buscar la trascendencia, pensar a lo grande.
Rezar es desconectar y apagar el móvil. Es introspección en la sociedad del exhibicionismo. Es relajarse y calmar los nervios. Y prepararse mentalmente para lo que ha de venir. No es solo buscar el coraje, sino también la inspiración, la idea, el enfoque, la luz, el claro en medio de la espesura. Rezar es razonar, aunque parezca lo más irracional que haya. Es la mente funcionando como cuando juegas un partido de tenis. Es planificar y anticipar las jugadas. Es abstracción en los tiempos de lo concreto y lo material. Es pausa en un mundo excitado. Es calma cuando todo es ansiedad. Y es aburrido en la dictadura de lo divertido.
Rezar es una forma extrema de independencia, una actividad casi contracultural, lo más punki que se puede hacer una tarde de domingo. Es la forma más radical de practicar mindfullness, tan pasada de moda que cualquier día se volverá extraordinariamente cool. Rezar podría computar como horas de trabajo para los empleados públicos, pero no sirve porque es una práctica “antisistema”, sin reconocimiento alguno del establishment. Tan políticamente incorrecta que la gente oculta que reza como esconde la tripa para la foto. Rezar es un placer oculto, que se reserva para la intimidad. Un acto privado, y casi a escondidas, que, cuando se hace acompañado, necesita cierta oscuridad y mucha, mucha, confianza.
Rezar es desnudarse y abrir tu alma a la persona con la que rezas. Y es una declaración de amor por la persona que tienes en tus rezos. Es derramar tu cariño sobre los que más quieres y sentir el cariño de los que rezan por ti. Rezar es tener a otros en tus oraciones y estar en las oraciones de otros, que es mucho más que estar solo en su memoria. Rezar, y sobre todo que recen por ti, es la mayor aspiración que uno puede tener en la vida. Un privilegio inmenso. Es querer tanto a alguien como para rezar por él, y que alguien te quiera tanto como para rezar por ti. ¿Cabe mayor orgullo? ¿Existe mayor plenitud que la de saber que hay una madre, un hermano, un hijo o un amigo que quiere que Dios te proteja, y te dé salud, y te ilumine, y te ayude, y te acompañe, y esté siempre contigo?
Rezar es tener fe. Tener fe en la vida, en las personas, en tus amigos, en tus hijos, en tus padres, en Dios. Rezar es la maestría de niños y abuelos. Y es un súper poder que nos predispone al bien. Rezar es creer y ser practicante de un mundo mejor.
¿Todos somos hijos de Dios?
¿Como no se puede ser hijo de Dios si Él es nuestro padre creador?
Por: Fray Nelson Medina, OP | Fuente: fraynelson.com
Pregunta:
Buenas tardes Fray Nelson, tengo una inquietud y quisiera que usted me ayudara a entender. Yo siempre he creído que todos somos hijos de Dios independientemente de uestras creencias, sin embargo en diálogos con amistades protestantes les escuché decir que solo son hijos de Dios los que lo aceptan en su corazón, cosa que debatí con solo fé y pocos argumento de peso. Hoy en la homilía el padre hablándole a los catecúmenos dijo que se era hijo de Dios al recibir el sacramento del bautismo, y que aquellos no bautizados no eran aún hijos de Dios. Yo quedé más confundida de lo que estaba, pues aunque creo y viví firmemente los sacramentos, no entiendo como no se puede ser hijo de Dios si Él es nuestro Padre Creador, qué pasa entonces con los que son de religiones diferentes, los que nunca se bautizan, etc. Gracias de antemano por su ayuda. Dios y la Virgen lo guarden. --SC
Respuesta:
Las palabras tienen un sentido estricto, que es formal y preciso, y un sentido laxo o amplio, que es el propio de las metáforas. Así por ejemplo, la palabra "pan," en sentido estricto, se refiere a un cierto tipo de alimento pero de manera amplia puede significar todo lo que es requerido para la vida humana.
Apliquemos esa distinción al caso de la palabra "hijo." En sentido ESTRICTO, como nos enseña Santo Tomás, un hijo es aquel ser que recibe y participa de la naturaleza de quien es su padre. Por eso, el hijo de un león es león, y el descendiente de un caracol es un caracol. La idea clave es: participar de la misma naturaleza.
En sentido AMPLIO, puede llamarse "hijo" a aquello que tiene su origen o tiene un parecido con otro ser. Así por ejemplo un escritor puede decir que ha dado a luz una nueva obra, o que quiere a tal libro como a un hijo. Pero tal "hijo" no tiene la misma naturaleza de su "padre."
Si pensamos en sentido "amplio" puede decirse que todo ser humano es hijo de Dios, porque viene de Dios como Creador, y porque todos somos imagen y semejanza de Dios, y porque todos potecialmente estamos llamados a participar de su vida propia. Pero en sentido "propio" no hay una participación de naturaleza que venga simplemente del hecho de ser creación. Entonces en sentido estricto no todos somos hijos de Dios.
En sentido estricto entonces sólo llegamos a ser hijos de Dios por la participación del Espíritu Santo que se da como don propio de la fe. Esa es la fe propia de los sacramentos, empezando por el bautismo. Entonces propiamente han de llamarse hijos de Dios los bautizados en plena comunión con la Iglesia.