La Anunciación del Señor

La Anunciación del Ángel a la Virgen María

Solemnidad Litúrgica, 25 de marzo

Martirologio Romano: Solemnidad de la Anunciación del Señor, cuando, en la ciudad de Nazaret, el ángel del Señor anunció a María: Concebirás y darás a luz un hijo, y se llamará Hijo del Altísimo. María contestó: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra. Y así, llegada la plenitud de los tiempos, el que era antes de los siglos el Unigénito Hijo de Dios, por nosotros los hombres y por nuestra salvación, se encarnó por obra del Espíritu Santo de María, la Virgen, y se hizo hombre.

Breve Reseña

La última fase de toda la apoteosis salvadora comenzó en Nazaret. Hubo intervenciones angélicas y sencillez asombrosa. Era la virgen o pártenos del Isaías viejo la destinataria del mensaje. Todo acabó en consuelo esperanzador para la humanidad que seguía en sus despistes crónicos e incurables. Los anawin tuvieron razones para hacer fiesta y dejarse por un día de ayunos; se había entrado en la recta final.

La iconografía de la Anunciación es, por copiosa, innumerable: Tanto pintores del Renacimiento como el veneciano Pennacchi la ponen en silla de oro y vestida de seda y brocado, dejando al pueblo en difusa lontananza. Gabriel suele aparecer con alas extendidas y también con frecuencia está presente el búcaro con azucenas, símbolo de pureza. Devotas y finas quedaron las pinturas del Giotto y Fra Angélico, de Leonardo da Vinci, de fray Lippi, de Cosa, de Sandro Botticelli, de Ferrer Bassa, de Van Eyck, de Matthias Grünewald, y de tantos más.

Pero probablemente sólo había gallinas picoteando al sol y grito de chiquillos juguetones, estancia oscura o patio quizá con un brocal de pozo; quizá, ajenos a la escena, estaba un perro tumbado a la sombra o un gato disfrutaba con su aseo individual; sólo dice el texto bíblico que "el ángel entró donde ella estaba".

Debió narrar la escena la misma María a san Lucas, el evangelista que la refiere en momento de intimidad.

Así fue como lo dijo Gabriel: "Salve, llena de gracia, el Señor es contigo". Aquel doncel refulgente, hecho de claridad celeste, debió conmoverla; por eso intervino "No temas, María, porque has hallado gracia ante de Dios; concebirás en tu seno y darás a luz un Hijo a quien pon-drás por nombre Jesús. Éste será grande: se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará por los siglos sobre la casa de Jacob y su reino no tendrá fin". La objeción la puso María con toda claridad: "¿Cómo será esto, pues no conozco varón?" No hacía falta que se entendiera todo; sólo era precisa la disposición interior. "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que nacerá será llamado santo, Hijo de Dios".

Luego vino la comunicación del milagro operado en la anciana y estéril Isabel que gesta en su sexto mes, porque "para Dios ninguna cosa es imposible".

Fiesta de Jesús que se encarnó -que no es ponerse rojo, sino que tomó carne y alma de hombre-; el Verbo eterno entró en ese momento histórico y en ese lugar geográfico determinado, ocultando su inmensidad.

Fiesta de la Virgen, que fue la que dijo "Hágase en mí según tu palabra". El "sí" de Santa María al irrepetible prodigio trascendental que depende de su aceptación, porque Dios no quiere hacerse hombre sin que su madre humana acepte libremente la maternidad.

Fiesta de los hombres por la solución del problema mayor. La humanidad, tan habituada a la larguísima serie de claudicaciones, cobardías, blasfemias, suciedad, idolatría, pecado y lodo donde se suelen revolcar los hombres, esperaba anhelante el aplastamiento de la cabeza de la serpiente.

Los retazos esperanzados de los profetas en la lenta y secular espera habían dejado de ser promesa y olían ya a cumplimiento al concebir del Espíritu Santo, justo nueve meses antes de la Navidad.

¡Cómo no! Cada uno puede poner imaginación en la escena narrada y contemplarla a su gusto; así lo hicieron los artistas que las plasmaron con arte, según les pareció.

25 de marzo de 2019

Hágase en mí según tu palabra

Santo Evangelio según San Lucas 1, 26-38. La Anunciación del Señor

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor Jesús, en este rato de oración quiero encontrarme contigo y escuchar lo que esperas de mí. Ayúdame a aceptar tu voluntad, a ejemplo que tu Santísima Madre quién supo decir sí a todo lo que le pedías.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 1, 26-38

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de la estirpe de David, llamado José. La virgen se llamaba María.

Entró el ángel a donde ella estaba y le dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” Al oír estas palabras, ella se preocupó mucho y se preguntaba qué querría decir semejante saludo.

El ángel le dijo: “No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios. Vas a concebir y a dar a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y él reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reinado no tendrá fin”.

María le dijo entonces al ángel: “¿Cómo podrá ser esto, puesto que yo permanezco virgen?” El ángel le contestó: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso, el Santo, que va a nacer de ti, será llamado Hijo de Dios. Ahí tienes a tu parienta Isabel, que a pesar de su vejez, ha concebido un hijo y ya va en el sexto mes la que llamaban estéril, porque no hay nada imposible para Dios”. María contestó: “Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho”. Y el ángel se retiró de su presencia.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

¿Y si en este preciso momento se me apareciera el arcángel san Miguel y me dijese: «Oye, Papá quiere que su Hijo se encarne otra vez, y necesita que tú lo cuides hasta que tenga treinta años y esté listo para salir a predicar… No hay problema, ¿verdad?»

Ya sabemos que es un ejemplo algo tonto, pero puede ayudarnos a reflexionar sobre la gran disposición que tuvo nuestra madre María para aceptar la más grande misión de toda la historia de la humanidad. Así como suena, lo creas exagerado o no.

Nuevamente el Evangelio nos recuerda que no puede haber santidad sin la imprescindible virtud de la humildad, sin aquel deseo simple, y magnánimo a la vez, de cumplir en toda situación la voluntad de Dios: recordemos todas aquellas ocasiones en las que hemos tenido que tomar una importante decisión… algunas veces han sido acertadas y consultadas delante de Dios, y en otras, quizá, nos hemos dejado llevar por nuestro egoísmo. Lo importante es pedir la gracia, como María, de no fallarle al que todo lo ha dado por nosotros cuando nos voltee los planes y nos pida un favor…

¿Estaríamos dispuestos a responder al ángel con las mismas palabras de María?

«Heme aquí, es la palabra clave de la vida. Marca el pasaje de una vida horizontal, centrada en uno mismo y en las propias necesidades, a una vida vertical, elevada hacia Dios. Heme aquí, es estar disponible para el Señor, es la cura para el egoísmo, el antídoto de una vida insatisfecha, a la que siempre le falta algo. Heme aquí es el remedio contra el envejecimiento del pecado, es la terapia para permanecer jóvenes dentro. Heme aquí, es creer que Dios cuenta más que mi yo. Es elegir apostar por el Señor, dócil a sus sorpresas. Por eso decirle heme aquí es la mayor alabanza que podemos ofrecerle. ¿Por qué no empezar los días así? Sería bueno decir todas las mañanas: ‘Heme aquí, Señor, hágase hoy en mí tu voluntad.»

(Ángelus de S.S. Francisco, 8 de diciembre de 2018).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Dedicaré el tiempo necesario para un buen examen de conciencia, sobre lo que Dios me ha estado pidiendo y cómo he respondido a esas inspiraciones del Espíritu Santo. Lo iniciaré diciendo: «Heme aquí, hágase hoy en mí tu voluntad».

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.

Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

La oración del "Hágase"

La oración es pedir pero sobre todo acoger como María. Es un estar en la presencia de Dios con la disponibilidad del corazón y de la voluntad para dejarse hacer por Él

Elegir la mejor parte en la oración

La oración es pedir pero sobre todo acoger como María. Es un estar en la presencia de Dios con la disponibilidad del corazón y de la voluntad para dejarse hacer por Él, dejarse caminar por su Palabra, y dejarse amar por el Espíritu de Amor.

Muchas veces buscamos el protagonismo, nos preocupamos de los sentimientos, de las dificultades y distracciones. Queremos recoger frutos concretos, salir contentos de la oración. Pero no es lo más importante de la oración. Lo que realmente transforma en la oración es la acción de Dios. Él es el verdadero protagonista y por lo mismo, elegir la "mejor parte" es ceder a Él el protagonismo del encuentro.

Hágase en mí tu presencia

Vivo en medio de un mar de ruidos, de personas, de actividad y no encuentro el silencio de tu presencia. Siento una soledad que no sé expresar en palabras. Lo tengo todo, pero no tengo nada. No tengo nada y quiero tenerlo todo. Necesito de tu presencia más que el sol y la luz del día.

Hágase en mi tu presencia, aquí está tu esclavo y esclava. Quiero tener mis ojos fijos en tus manos (Sal. 122, 2), quiero estar atento a tus gestos. Hágase en mi tu presencia, yo no me pudo presentar, me siento indigno, por eso te pido que tu presencia se haga en mí, se descubra, se desvele en lo más profundo de mi corazón. Con María, ¡hágase en mí tu presencia!

Hágase en mí tu amor

Mi corazón camina como peregrino por este mundo en busca de la tierra prometida. Siento el calor y el frío del desierto. Siento el hambre y el cansancio. Me cuesta caminar, me pesa mi infidelidad. No sé amar y no sé si alguna vez aprenderé a amar con pureza. Quisiera que este corazón de piedra (Ez. 11, 19) se volviese de carne como el tuyo y entonces sí podría amar, sí sabría amar, si quisiera amar. Con María, ¡hágase en mí tu amor!

Hágase en mí tu ternura

Te pienso cada día, te admiro, te adoro, te alabo Señor. Mi experiencia tuya es tan limitada. Leo el Evangelio y siento envidia. Tantos personas que sintieron tu mano tocando la suya, ojos que contemplaron el cielo al ver los tuyos. Oídos que escucharon la música de tus palabras de vida eterna. Quiero sentirme seguro en tu regazo, en tu barca. Aunque duermas y haya tormenta (Mt. 8, 24), quiero sentir tu presencia tierna que me vela, me protege y me acompaña cada día y cada noche. Con María, ¡hágase en mí tu ternura!

Hágase en mí tu fuerza

La debilidad es compañera y recuerdo de que estamos de paso en esta vida. Me siento desfallecer ante tantos retos, luchas, desánimos. Necesito que seas mi sostén, que salgas en mi búsqueda. Que pueda pastar en los campos del mundo con confianza porque Tú, Buen Pastor, saldrás en mi búsqueda (Mt. 18, 12) y tu cayado será mi fortaleza. Mi debilidad necesita un sostén. Mis límites piden un Redentor, una seguridad, una roca donde estar firme (Sal 31, 4). Con María, ¡hágase en mí tu fuerza!

Hágase en mí tu humildad

La vida me enseña que el camino de la fortaleza pasa por la debilidad (2 Co. 12, 10), que la humildad no sólo es una necesidad sino que es camino de vida. El campo de mi vida tiene que estar sembrado por semillas de humildad para poder dar fruto de vida eterna (Mt, 13, 3-9). Tu vida fue un someterse voluntariamente y amorosamente a la Voluntad del Padre. Tu encarnación fue un acto de humildad por amor a los hombres. Nos enseñaste que tu Corazón es humilde y manso (Mt. 11, 29). Quiero ser yo también imagen tuya para el mundo, debilidad que dé fruto y santifique. Con María, ¡hágase en mí tu humildad!

Hágase en mí tu dolor

Tu vida fue un ascenso continuo hacia la cruz. Deseabas ardientemente recibir ese bautismo (Lc. 12, 50) porque sabías que era para borrar nuestros pecados. Tú dolor fue mi dolor porque tomaste sobre tus hombros lo que me correspondía. Tu dolor es mi dolor porque al ver tanto amor en tu Corazón y tanta ingratitud en el mío sufro. Pero este sufrimiento todavía no es puro, necesita ser tocado por el tuyo más profundamente, más intensamente, más amorosamente. Desde lo alto de la cruz nos perdonaste (Lc. 23, 34). Desde ese lugar privilegiado te dejaste robar el Corazón por un ladrón que reconoció tu inocencia y tu dolor redentor (Lc. 23, 39-43). Desde tu trono de gloria, miraste a tu Madre y nos la donaste como tu última voluntad. Con María, de rodillas, yo te pido, ¡hágase en mí tu dolor!

Y a ti María...

Y a ti María, Madre del amor más hermoso, Madre del Redentor y Madre mía, te pido que se haga en mí según tú palabra y tu vida. Que mi corazón sea un reflejo del tuyo; que me enseñes tus actitudes y tus virtudes. Pero si tengo que pedirte algo, es que me enseñes a pronuncia cada día, desde mi dolor, silencio y vacío: ¡HÁGASE EN MÍ SEGÚN TU PALABRA!

¿Por qué la Anunciación del Señor no se celebró el 25 de marzo en el año 2018?

En el 2018 la Solemnidad de la Anunciación se celebró el 9 de abril

Usualmente la Iglesia celebra la Anunciación del Señor el 25 de marzo, sin embargo este 2018 dicha fecha coincide con el Domingo de Ramos y por tanto la solemnidad fué trasladada para el  9 de abril.

Esto se debe a que el año litúrgico depende de los calendarios solar y lunar. El calendario solar se utiliza para determinar la celebración de la Navidad (25 de diciembre), y de solemnidades como San Pedro y San Pablo (29 de junio), la Inmaculada Concepción (8 de diciembre), o la Anunciación del Señor (25 de marzo).

Sin embargo, también se usa el calendario lunar para determinar la Pascua.

Ello hace que en ocasiones alguna fiesta o solemnidad, como el anuncio del Arcángel Gabriel a la Virgen María, coincida con la Semana Santa; y por ello su celebración deba ser trasladada para otra fecha.

Esto se debe a una tabla de precedencias elaborada por la Iglesia para determinar qué celebración es de mayor grado. Esta tabla a su vez está dividida en tres grupos, dentro de los cuales también hay una numeración que establece la prevalencia.

En el caso de la Anunciación y la Semana Santa, ambas están en el primer grupo. Sin embargo, la Semana Santa -que incluye el Domingo de Ramos- y los días de la Octava de Pascua tienen número 2, mientras que las solemnidades del Señor y de la Virgen María tienen el número 3. Por ello, la celebración de estas últimas deben ser trasladadas para una fecha posterior.

¿Por qué el 9 de abril? Porque otra regla de la Iglesia indica que si un año una solemnidad coincide con una celebración de mayor grado, la solemnidad debe celebrarse en el día siguiente que no esté impedido.

Por ejemplo, en el 2018 la fecha en que habitualmente se celebra la Anunciación del Señor cayó en Domingo de Ramos. Por eso, debió trasladarse al día siguiente en que no hubo impedimento, que fué el 9 de abril, lunes de la segunda semana de Pascua.

 

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