A ver si dará fruto»: imitar la paciencia de Dios
- 24 Marzo 2019
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Catalina de Suecia, Santa
Virgen, 24 de marzo
Martirologio Romano: En Vástena, en Suecia, santa Catalina, virgen, hija de santa Brígida, que casada contra su voluntad, con consentimiento de su cónyuge conservó la virginidad y, al enviudar, se entregó a la vida piadosa. Peregrina en Roma y en Tierra Santa, trasladó los restos de su madre a Suecia y los depositó en el monasterio de Vástena, donde ella misma tomó el hábito monástico († 1381).
Etimológicamente: Catalina = Aquella que es pura y casta, es de origen griego.
Fecha de canonización: Culto confirmado por el Papa Inocencio VIII el año 1784.
Breve Biografía
A Catalina de Suecia o de Vadstena nació alrededor del año 1331 del matrimonio formado por el príncipe Ulf Gudmarsson y Brigitta Birgesdotter; fue la cuarta de ocho hermanos. La educaron, como era frecuente en la época, al calor del monasterio; en este caso lo hicieron las monjas de Riseberga.
Contrajo matrimonio con el buen conde Egar Lyderson van Kyren con quien acordó vivir su matrimonio en castidad; ambos influyeron muy positivamente en los ambientes nobles plagados de costumbres frívolas y profanas.
Brígida, su madre, ha tenido la revelación de fundar la Orden del Santísimo Salvador que tenga como fin alabar al Señor y a la Santísima Virgen según la liturgia de la Iglesia, reparar por las ofensas que recibe de los hombres, propagar la oración contemplativa -preferentemente de la Pasión- para la salvación de las almas.
Madre e hija se encuentran juntas en Roma. Cuando Catalina tiene planes de regresar a su casa junto al esposo, Brígida comunica a su hija otra revelación sobrenatural de Dios: ha muerto su yerno. Esto va a determinar el rumbo de la vida de Catalina desde entonces. Ante el lógico dolor y la depresión anímica que sufre, es sacada de la situación por la Virgen. Es en estas circunstancias cuando muestra ante su madre la firme disposición interna a pasar toda suerte de penalidades y sufrimientos por Jesucristo. Las dos juntas y emprenden una época de oración intensa, de mortificación y pobreza extrema; sus cuerpos no conocen sino el suelo duro para dormir; visitan iglesias y hacen caridad. La joven viuda rechaza proposiciones matrimoniales que surgen frecuentes, llegando algunas hasta la impertinencia y el acoso. Peregrinan a los santuarios famosos y organizan una visita a Tierra Santa para empaparse de amor a Dios en los lugares donde padeció y murió el Redentor.
En el año 1373 han regresado, muere en Roma Brígida y Catalina da sepultura provisional en la Ciudad Eterna al cadáver de su madre en la iglesia de san Lorenzo. El traslado del cuerpo en cortejo fúnebre hasta Suecia es una continua actividad misionera por donde pasa. Catalina habla de la misericordia de Dios que espera siempre la conversión de los pecadores; va contando las revelaciones y predicciones que Dios hizo a su santa madre.
Söderkoping es el lugar patrio que recibe la procesión en 1374 como si fuera un acto triunfal. Se relatan conversiones y milagros que se suceden hasta depositar los restos en el monasterio de Vadstena, donde entra y se queda Catalina, practicando la regla que vivió durante veinticinco años con su madre.
Un segundo viaje a Roma durará cinco años; tendrá como meta la puesta en marcha del proceso de canonización de la futura santa Brígida y la aprobación de la Orden del Santísimo Salvador. A su regreso a Vadstena, muere el 24 de marzo de 1381.
Aparte de las revelaciones que tuvo y de las predicciones sobrenaturales que hizo la santa, se cuenta de ella la finura de alma que le llevó a la confesión diaria durante veinticinco años -no por ser escrupulosa- y que consiguió la confesión arrepentida de impenitentes a punto de morir. También se habla de luces que rodean el cuerpo inerte después de su muerte, de una estrella que pudo verse por un tiempo señalando el lugar del reposo y de luminosidades que refulgían junto al sarcófago. No es extraño que la leyenda haya querido dejar su huella intentando hacer que los sentidos descubran la magnanimidad de su alma que sólo es perceptible por lo externo. Por eso dijeron que nunca mamó la leche de la nodriza mundana mientras buscaba el pecho de su madre santa y de otras mujeres honestas. Igualmente contaron que libró a Roma de inundación entrando sus pies en el Tiber y hablaron de la liberación de una posesa.
De todos modos, los santos de ayer y de hoy, siempre han sido puntos de inflexión de la gracia para el bien de todos los hombres.
Santo Evangelio según San Lucas 13, 1-9. Domingo III (C) de Cuaresma
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, concédeme el día de hoy crecer en la convicción de que mi vida solo tiene sentido si está cimentada y arraigada en Ti. Mi vida es un don, que he recibido de manos de un Padre que me ama. ¿Para qué vivo?, ¿por qué he recibido este don? La vida es un don que es necesario descubrir. Tiene un inicio y un fin que alcanzar. Hay un valor que debo descubrir y esto solo se logra entrando en lo más íntimo de mi ser. ¿Cuál es el valor de mi vida?
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 13, 1-9
En aquel tiempo, algunos hombres fueron a ver a Jesús y le contaron que Pilato había mandado matar a unos galileos, mientras estaban ofreciendo sus sacrificios. Jesús les hizo este comentario: “¿Piensan ustedes que aquellos galileos, porque les sucedió esto, eran más pecadores que todos los demás galileos? Ciertamente que no; y si ustedes no se convierten, perecerán de manera semejante. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿piensan acaso que eran más culpables que todos los demás habitantes de Jerusalén? Ciertamente que no; y si ustedes no se arrepienten, perecerán de manera semejante”.
Entonces les dijo esta parábola: “Un hombre tenía una higuera plantada en su viñedo; fue a buscar higos y no los encontró. Dijo entonces al viñador: ‘Mira, durante tres años seguidos he venido a buscar higos en esta higuera y no los he encontrado. Córtala. ¿Para qué ocupa la tierra inútilmente?’ El viñador le contestó: ‘Señor, déjala todavía este año; voy a aflojar la tierra alrededor y a echarle abono, para ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortaré’”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
En el Evangelio, centrándonos en la parábola, vemos como el dueño de una viña va en busca de los frutos de su higuera y no los encuentra. Desea arrancarla, pues no es la primera vez que sucede esto y es inútil que ocupe el terreno estérilmente, pero hay alguien que interviene y busca darle una oportunidad más, cavará a su alrededor y echará abono. En esta parábola que el Señor nos da, podemos descubrir el valor de nuestra vida y que hay que dar fruto.
Nuestra vida es como esa semilla que fue sembrada y que creció hasta convertirse en un arbusto, pero no basta eso, debe de dar frutos. Vivimos para dar frutos para el cielo, para la eternidad, lo que se traduce en el lenguaje del amor, de la caridad, del perdón, de la alegría, etc. El pecado, los criterios del mundo y las asechanzas del enemigo buscan secar la tierra en la que estamos plantados, pero Cristo, al hacerse hombre, ha venido para liberarnos y abonar, con su amor y entrega en la cruz, nuestra tierra, para que nuestra vida esté cimentada en la verdad y dé mucho fruto.
En esta Cuaresma descubramos el valor de nuestra vida. Dejemos que el Señor nos llene de su gracia y haga de nosotros una higuera que dé mucho fruto, pero, sobre todo, buen fruto. Que el llamado a la conversión sea un llamado a dar fruto y no solo a cambiar.
«Todo esto nos lleva a mirar hacia nuestras raíces, a lo que nos sostiene a lo largo del tiempo, nos sostiene a lo largo de la historia para crecer hacia arriba y dar fruto. Las raíces. Sin raíces no hay flores, no hay frutos. Decía un poeta que “todo lo que el árbol tiene de florido le viene de lo que tiene de soterrado”, las raíces. Nuestras vocaciones tendrán siempre esa doble dimensión: raíces en la tierra y corazón en el cielo. No se olviden esto. Cuando falta alguna de estas dos, algo comienza a andar mal y nuestra vida poco a poco se marchita, como un árbol que no tiene raíces, marchita.»
(Homilía de S.S. Francisco, 20 de enero de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Voy aprovechar este tiempo de Cuaresma para revisar qué tengo que hacer para dar más frutos.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Comentario a la Liturgia III Domingo TC C
La liturgia de hoy nos habla del encuentro de Moisés con el Señor en el Horeb en un zarzal ardiente
Seguimos en este tiempo de conversión que nos concede la Iglesia conocido como la cuaresma. En este periodo los cristianos hacen un camino progresivo de regreso a Dios. Se sirven de los medios que les ofrece la Iglesia para volver la mirada a Dios y encontrar en Él la salvación tan deseada.
La liturgia de hoy nos habla del encuentro de Moisés con el Señor en el Horeb en un zarzal ardiente. Este texto nos puede ayudar a comprender cómo Dios sale al encuentro de nuestras vidas. Lo primero que nos dice el texto es que Moisés estaba pastoreando el rebaño. Es decir, él se dedicaba a aquello que hacía normalmente. No estaba haciendo algo extraordinario cuando el Señor le salió al encuentro. Esta primera enseñanza es sencilla pero cierta. A veces esperamos momentos extraordinarios u ocasiones fuera de lo común para encontrarnos con el Señor. Pero Dios sale a nuestro encuentro sobre todo en lo cotidiano de la vida. En la sencillez del día a día. Incluso en la cuaresma, tiempo que todos nos esforzamos por estar cerca del Señor, se nos puede olvidar y meternos de lleno a nuestro trabajo. Pero Dios vuelve a salir a nuestro encuentro en lo cotidiano.
Lo segundo es la llama que salía de zarzal sin quemarla. Cosa que le llena de asombro a Moisés y le provoca curiosidad y se acerca a ella. Esto nos recuerda cómo Dios se hace presente en la vida de cada uno a su manera. A veces hay circunstancias en nuestra vida que no son comprensibles con nuestra inteligencia. No entendemos del todo por qué Dios está permitiendo ciertas cosas o incluso de qué manera puede estar Dios presente en situaciones adversas. Acordarse de la llama en un zarzal que no lo consume nos permite aceptar que Dios es Dios. Su modo de actuar es muy distinto al nuestro. Su manera de pensar muy distinta a la nuestra. Solo podemos contemplar maravillados y asombrados esa llama en el zarzal que no lo quema.
Lo tercero es la voz de Dios que le dice a Moisés: «¡No te acerques! Quítate las sandalias, porque el lugar que pisas es tierra sagrada». Ante el asombro de un fenómeno que sobrepasa la capacidad del hombre de comprender lo único que queda es descalzarse. Esto es quitarse de uno mismo la pretensión de entender del todo a Dios. La inmensidad de Dios supera al hombre y por lo tanto la actitud del hombre es quitarse la seguridad de pisar firme, sobre sus propias sandalias, para pisar sobre el suelo que es Dios. Ante la adversidad y la no comprensión de la realidad, el hombre está llamado a confiar, abandonarse, quitarse su seguridad y aferrarse a Dios como la única seguridad.
Por último, habiendo comprendido que Dios nos sale al encuentro en lo cotidiano. Que lo hace a su manera, cosa que a veces nos parece incomprensible. Y que nos implica un descalzarnos de nuestras seguridades para entrar en contacto con Dios. Es necesario descubrir quién es ese Dios en el cual estamos poniendo nuestra confianza. Y el texto mismo nos lo dice: «Mi nombre es Yo-soy». Esto quiere decir que él es el Dios que está presente. El origen de toda la existencia. Quien mantiene en sí a todo lo creado. Aquel que no tiene ni principio ni fin. Hacia el cual confluyen todas las cosas. El Dios en el que somos lo que somos. Y esto nos llena de confianza. En los momentos de adversidad, en donde no comprendemos a Dios ni su acción, solo podemos repetir una y otra vez: «Tu eres, eso me basta». Saber que Dios es nos llena de confianza.
Terminemos esta breve reflexión con una oración: «Señor, Dios de nuestros padres, en esta cuaresma sal a nuestro encuentro. Haznos comprender que en la cotidianidad te haces presente de modos a veces sorpresivos. Que nuestra mente no quiera siempre comprender sino que acepte que tu eres Dios y se descalce ante ti. Que sepamos confiar en ti, el Dios que es, que fue y que será siempre en nosotros. Amén.»
Segunda Predicación De Cuaresma De P. Cantalamessa, 22 De Marzo De 2019 © Vatican Media
Cuaresma: En un mundo de “disipación”, el P. Cantalamessa invita a encontrar “la interioridad”
Segunda meditación de Cuaresma
MARZO 22, 2019 16:06 REDACCIÓNROMA
(ZENIT 22 marzo 2019).- “La disipación es el nombre de la enfermedad mortal que nos amenaza a todos”, advirtió el predicador de la Casa Pontificia, p. Raniero Cantalamessa, en su segunda meditación de Cuaresma, el 22 de marzo de 2019. Por el contrario, enfatizó las virtudes de la “interioridad”, que “conduce a una vida auténtica”.
Todos los viernes por la mañana durante la temporada de Cuaresma, el capuchino realiza una meditación sobre el tema “Entra en ti”. Desde la capilla Redemptoris Mater del Vaticano, en presencia del Papa Francisco, invitó a las personas a reflexionar sobre “el lugar donde cada uno de nosotros entra en contacto con el Dios vivo”: “En un sentido universal y sacramental, este” lugar “, Es la Iglesia, pero en un sentido personal y existencial, es nuestro corazón. ”
- Cantalamessa invitó a redescubrir la interioridad, “un valor en crisis” hoy en un mundo liderado por “la ola de externalidad”. Se trata de encontrar “la” célula interior “que cada uno lleva consigo y en la que siempre es posible retirarse en el pensamiento, renovar un contacto vivo con la Verdad que vive en nosotros”.
AK
«¡Entra en ti mismo!»
Segunda predicación, Cuaresma 2019
San Agustín lanzó un llamamiento que a distancia de tantos siglos conserva intacta su actualidad: «In te ipsum redi. In interiore homine habitat veritas»:«Entra en ti mismo. En el hombre interior habita la verdad»[1] . En un discurso al pueblo, con insistencia aún mayor, exhorta:
«¡Entrad de nuevo en vuestro corazón! ¿Dónde queréis ir lejos de vosotros? Yendo lejos os perderéis. ¿Por qué os encamináis por carreteras desiertas? Entrad de nuevo desde vuestro vagabundeo que os ha sacado del camino; volved al Señor. Él está listo. Primero entra en tu corazón, tú que te has hecho extraño a ti mismo, a fuerza de vagabundear fuera: no te conoces a ti mismo, y ¡busca a aquel que te ha creado! Vuelve, vuelve al corazón, sepárate del cuerpo… Entra de nuevo en el corazón: examina allí lo que quizá percibiste de Dios, porque allí se encuentra la imagen de Dios; en la interioridad del hombre habita Cristo, en tu interioridad eres renovado según la imagen de Dios»[2].
Continuando el comentario iniciado en Adviento sobre el versículo del Salmo «Mi alma tiene sed del Dios vivo», reflexionemos sobre el «lugar» en que cada uno de nosotros entra en contacto con el Dios vivo. En sentido universal y sacramental este «lugar» es la Iglesia, pero en sentido personal y existencial es nuestro corazón, lo que la Escritura llama «el hombre interior», «el hombre escondido en el corazón»[3]. A esta elección nos impulsa también el tiempo litúrgico en que nos encontramos. Jesús en estos cuarenta días está en el desierto, y es allí donde lo debemos alcanzar. No todos pueden ir a un desierto exterior; pero todos podemos refugiarnos en el desierto interior que es nuestro corazón. «En la interioridad del hombre habita Cristo», nos ha dicho Agustín.
Si queremos una imagen plástica, o un símbolo que nos ayude a aplicar esta conversión hacia el interior, nos la ofrece el Evangelio con el episodio de Zaqueo.
Zaqueo es el hombre que quiere conocer a Jesús y, para hacerlo, sale de casa, va entre la multitud, sube a un árbol… Lo busca fuera. Pero hete aquí que Jesús al pasar lo ve y le dice: «Zaqueo, baja enseguida porque hoy tengo que quedarme a tu casa» (Lc 19,5). Jesús lleva a Zaqueo a su casa y allí, en secreto, sin testigos, ocurre el milagro: conoce verdaderamente quién es Jesús y encuentra la salvación.
Nos parecemos a menudo a Zaqueo. Buscamos a Jesús y lo buscamos fuera, por las calles, entre la multitud. Y es el mismo Jesús quien nos invita a entrar en nuestra casa en nuestro propio corazón, donde él desea encontrarse con nosotros.
Interioridad, un valor en crisis
La interioridad es un valor en crisis. La «vida interior» que en un tiempo era casi sinónimo de vida espiritual, ahora, en cambio, tiende a ser mirada con sospecha. Hay diccionarios de espiritualidad que omiten totalmente las voces «interioridad» y «recogimiento» y otros que las llevan, pero no sin expresar algunas reservas. Por ejemplo, se destaca que, después de todo, no hay ningún término bíblico que corresponda exactamente a estas palabras; que podría haber habido, en este punto, un influjo determinante de la filosofía platónica; que podría favorecer el subjetivismo y así sucesivamente.
Un síntoma revelador de este descenso del gusto y estima de la interioridad es la suerte que ha tocado a la Imitación de Cristo que es una especie de manual de introducción a la vida interior. De libro más amado entre los cristianos, después de la Biblia, ha pasado, en pocas décadas, a ser un libro olvidado.
Algunas causas de esta crisis son antiguas e inherentes a nuestra propia naturaleza. Nuestra «composición», es decir, el estar constituidos de carne y espíritu, hace que seamos como un plano inclinado; inclinado, sin embargo, hacia lo exterior, lo visible y lo múltiple. Como el universo, tras la explosión inicial (el famoso Big Bang), también nosotros estamos en fase de expansión y de alejamiento del centro. «No se sacia el ojo de mirar, ni el oído se sacia nunca de oír», dice la Escritura (Qo 1,8). Estamos perennemente en «salida», a través de esas cinco puertas o ventanas que son nuestros sentidos.
Otras causas son, en cambio, más específicas y actuales. Una es la emergencia de lo «social» que es ciertamente un valor positivo de nuestros tiempos, pero que, si no se reequilibra, puede acentuar la proyección hacia lo exterior y la despersonalización del hombre. En la cultura secularizada y laica de nuestros tiempos el papel que desempeñaba la interioridad cristiana fue asumido por la psicología y el psicoanálisis, las cuales se detienen, sin embargo, en el inconsciente del hombre y en su subjetividad, prescindiendo por su íntimo vínculo con Dios.
En el campo eclesial, la afirmación, con el Concilio, de la idea de una «Iglesia para el mundo» ha hecho que al ideal antiguo de la fuga del mundo, se haya sustituido a veces el ideal de la fuga hacia el mundo. El abandono de la interioridad y la proyección hacia lo externo es un aspecto —y entre los más peligrosos— del fenómeno del secularismo.
Hubo incluso un intento de justificar teológicamente esta nueva orientación que ha tomado el nombre de teología de la muerte de Dios, o de la ciudad secular. Dios —se dice— nos ha dado él mismo el ejemplo. Al encarnarse, él se ha vaciado, ha salido de sí mismo, de la interioridad trinitaria, se ha «mundanizado», es decir, dispersado en lo profano. Se ha convertido en un Dios «fuera de sí».
La interioridad en la Biblia
Como siempre, a la crisis de un valor tradicional, se debe responder en el cristianismo haciendo una recapitulación, es decir, retomando las cosas en su principio para llevarlas a un nuevo cumplimiento. En otras palabras, se trata de partir de nuevo desde la palabra de Dios y, a su luz, encontrar, en la misma Tradición, el elemento vital y perenne, liberándolo de los elementos caducos de los que se ha revestido a lo largo de los siglos. Es lo que el concilio Vaticano II siguió como método en todos sus trabajos. Igual que en la naturaleza, en primavera, se poda el árbol de las ramas de la temporada anterior para hacer posible que el tronco florezca de nuevo, así hay que hacer también en la vida de la Iglesia.
Ya los profetas de Israel lucharon para trasladar el interés del pueblo desde las prácticas exteriores de culto y del ritualismo, a la interioridad de la relación con Dios. «Este pueblo —leemos en Isaías— se acerca a mí solo con palabras y me honra con los labios, mientras que su corazón está lejos de mí y el culto que me rinde es un aprendizaje de costumbres humanas» (Is 29,13). El motivo es que «el hombre mira las apariencias, pero Dios escudriña el corazón» (1 Sam 16,7). «Rasgaos el corazón, no las vestiduras, —se lee en otro profeta» (Jl 2,13).
Es el tipo de reforma religiosa que Jesús retomó y llevó a cabo. Uno que analice la actuación de Jesús y sus palabras, fuera de preocupaciones dogmáticas, desde un punto de vista de la historia de las religiones, nota sobre todo una cosa: que él quiso renovar la religiosidad judía, terminada a menudo en lo seco del ritualismo y del legalismo, poniendo en el
centro de ella una relación con Dios intima y vivida. Él no se cansa de apelar a ese ámbito «secreto», el «corazón», donde se opera el verdadero contacto con Dios y con su voluntad viva y del que depende el valor de toda acción (cf. Mt 15,10ss). El llamamiento a la interioridad encuentra su motivación bíblica más profunda y objetiva en la doctrina de la inhabitación de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, en el alma del bautizado[1].
Con el paso del tiempo, en la visión bíblica de la interioridad cristiana algo se había ofuscado, contribuyendo a la crisis de la que he hablado anteriormente. En ciertas corrientes espirituales, como en algunos de los místicos renanos, se había ofuscado el carácter objetivo de esta interioridad. Insisten en volver al «fondo del alma» mediante lo que ellos llaman «introversión». Pero no siempre resulta claro si este «fondo del alma» pertenece a la realidad de Dios o a la del yo, o, peor aún, si es ambas cosas juntas, fusionadas de manera panteísta.
En los últimos siglos el aspecto del método había acabado por prevalecer sobre el contenido de la interioridad cristiana, reduciéndola a veces a una especie de técnica de concentración y de meditación, más que en el encuentro con Cristo vivo en el corazón, aunque no han faltado en ninguna época espléndidas realizaciones de la interioridad cristiana. Santa Isabel de la Trinidad está en la línea de la más pura interioridad objetiva, cuando escribe: «Yo he encontrado el paraíso en la tierra, porque el paraíso es Dios y Dios está en mi corazón».
Regreso a la interioridad
Pero volvamos al presente. ¿Por qué es urgente volver a hablar de interioridad y redescubrir el gusto sobre ella? Vivimos en una civilización toda proyectada hacia lo exterior. Ocurre en el ámbito espiritual lo que se observa en el ámbito físico. El hombre envía sus sondas hasta la periferia del sistema solar, fotografía lo que hay en planetas lejanos; ignora, en cambio, lo que se agita a pocos miles de metros bajo la corteza terrestre y no consigue, por eso, prever terremotos y erupciones volcánicas. También nosotros sabemos, ahora en tiempo real, lo que sucede en el otro extremo del mundo, pero ignoramos lo que se agita en el fondo de nuestro corazón. Vivimos como en una centrifugadora en acción a toda velocidad.
Evadirse, es decir, salir fuera, es una especie de palabra de orden. Incluso hay una literatura de evasión, espectáculos de evasión. La evasión está, por así decirlo, institucionalizada. El silencio da miedo. No se logra vivir, trabajar, estudiar sin alguna
voz o música alrededor. Hay una especie de horror vacui, de miedo del vacío, que impulsa a aturdirse.
Tuve ocasión de entrar una vez en una discoteca, invitado a hablar a los jóvenes allí reunidos. Me bastó para hacerme una idea de lo que reina allí: la orgía del barullo, el ruido ensordecedor como droga. Se han hecho investigaciones entre los jóvenes a la salida de la discoteca y a la pregunta: «¿Por qué os reunís en este lugar?»; algunos han respondido: «¡Para no pensar!». Pero es fácil imaginar a qué manipulaciones se exponen los jóvenes que han renunciado ya a pensar.
«Imponedles un trabajo pesado y que lo cumplan y no hagan caso de palabras engañosas» [de Moisés], fue la orden del faraón de Egipto a sus ministros para con los Israelitas (cf. Éx 5,9). La orden tácita, pero no menos perentoria, de los faraones modernos es: «¡Imponed el ruido sobre estos jóvenes, que se aturdan con él, de modo que no piensen, no hagan elecciones libres, sino que sigan la moda que nos conviene, compren lo que decimos nosotros, piensen como nosotros queremos!» Para un sector muy influyente de nuestra sociedad, el del espectáculo y la publicidad, los individuos cuentan solo en cuanto que son «espectadores», números que hacen subir las «audiencias» de los programas.
Hay que oponerse con un rotundo «¡no!» a este vaciamiento. Los jóvenes son también los más generosos y dispuestos a rebelarse contra las esclavitudes y, de hecho, hay multitud de jóvenes que reaccionan a este asalto y, en lugar de huir, buscan lugares y tiempos de silencio y contemplación para reencontrarse de vez en cuando consigo mismos y, en sí mismos, con Dios. Son muchos, aunque nadie habla de ello. Algunos han fundado casas de oración y adoración eucarística perpetua y a través de la Red dan la posibilidad a muchos para que se unan a ellos.
La interioridad es la vía para una vida auténtica. Se habla mucho hoy de autenticidad y se hace de ello el criterio de éxito o fracaso de la vida. El filósofo quizá más conocido del siglo pasado, Martin Heidegger, puso este concepto en el centro de su sistema. Para el cristiano la autenticidad verdadera no se alcanza más que viviendo «coram Deo», en la presencia de Dios.
«Un vaquero —escribe Kierkegaard— el cual, si esto fuera posible, es un yo delante de sus vacas, es un yo muy inferior; un soberano que fuese un yo frente a sus esclavos, lo mismo. En el fondo ninguno de los dos es un yo, en ambos casos falta la medida… Pero, ¡qué acento infinito adquiere el yo cuando adquiere conciencia de existir ante Dios,
convirtiéndose en un yo humano cuya medida es Dios! […] Se habla muchos de vidas desperdiciadas. Pero desperdiciada es sólo la vida de aquel hombre que nunca se dio cuenta, porque no tuvo nunca, en el sentido más profundo, la impresión de que existe un Dios y que él, precisamente él, su yo, está ante este Dios»[1].
El Evangelio nos narra la historia de uno de estos «vaqueros». Había huido de la casa paterna y había gastado sus bienes y su juventud, viviendo disolutamente. Pero un día «entró en sí mismo». Pasó revista a su vida, preparó las palabras que tenía que decir y se puso en camino hacia la casa paterna (cf. Lc 15,17). Su conversión se realizó en este momento, antes de moverse, mientras estaba solo en medio de una piara de puercos. Se realizó en el momento en que «entró dentro de sí». A continuación no hizo más que ejecutar lo que había deliberado. La conversión externa fue precedida por la interior y recibió de esta su valor. ¡Cuánta fecundidad en aquel «entrar en sí mismo!».
No son solo los jóvenes los que son arrollados por la oleada de exterioridad. También lo son las personas más comprometidas y activas en la Iglesia. ¡También los religiosos! Disipación es el nombre de la enfermedad mortal que nos acecha a todos. Se termina por ser como un vestido del revés, con el alma expuesta a los cuatro vientos. En un discurso dirigido a los superiores de una orden religiosa contemplativa, san Pablo VI dijo:
«Hoy estamos en un mundo que parece enfrascado en una fiebre que se infiltra incluso en el santuario y la soledad. Ruido y estruendo han invadido casi todo. Las personas no logran ya recogerse. Víctimas de mil distracciones, disipan habitualmente sus energías detrás de las diversas formas de la cultura moderna. Periódicos, revistas, libros invaden la intimidad de nuestras casas y de nuestros corazones. Es más difícil que antes encontrar la oportunidad para ese recogimiento en el cual el alma logra estar plenamente ocupada en Dios».
Santa Teresa de Jesús escribió una obra titulada El castillo interior que es ciertamente uno de los frutos más maduros de la doctrina cristiana de la interioridad. Pero existe, por desgracia, también un «castillo exterior» y hoy constatamos que es posible estar encerrados también en este castillo. Encerrados fuera de casa, incapaces de entrar de nuevo en ella. ¡Presos de la exterioridad! San Agustín describe así su vida antes de la conversión:
«Tú estabas dentro de mí y yo estaba fuera y te buscaba aquí abajo, lanzándome deforme, sobre estas formas de belleza que son tus criaturas. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo. Me retenían lejos de ti esas criaturas que no existirían tampoco si no fuera por ti que las haces existir»[1].
¡Cuántos de nosotros deberían repetir esta amarga confesión: «Tú estabas dentro de mí, pero yo estaba fuera!» Hay algunos que sueñan con la soledad, pero la sueñan solamente. La aman, siempre que se mantenga en el sueño y no se traduzca nunca en la realidad. En realidad, rehúyen de ella, tienen miedo de ella. La desaparición del silencio es un síntoma grave. Han sido eliminados casi en todas partes esos carteles típicos que en cada pasillo de las casas religiosas reclamaban en latín: Silentium! Yo creo que en muchos ambientes religiosos se impone una elección: ¡O silencio o muerte! O se reencuentra un clima y tiempos de silencio y de interioridad o es el vaciamiento espiritual progresivo y total. Jesús define el infierno como «las tinieblas exteriores» (cf. Mt 8,12) y esta designación es altamente significativa.
No hay que dejarse engañar por la objeción habitual: pero a Dios se le encuentra fuera, en los hermanos, en los pobres, en la lucha por la justicia; se le encuentra en la Eucaristía, en la Palabra de Dios… Todo cierto. Pero, ¿dónde «encuentras» realmente al hermano y al pobre, si no en tu corazón? Si los encuentras sólo fuera, no es un yo, una persona a la que encuentras, sino una cosa; te chocas más que encontrarlo. ¿Dónde encuentras al Jesús de la Eucaristía si no en la fe, es decir, dentro de ti? Un verdadero encuentro entre personas no puede tener lugar más que entre dos conciencias, dos libertades, es decir, entre dos interioridades.
Es erróneo, por lo demás, pensar que la insistencia en la interioridad pueda perjudicar al compromiso activo por el reino y la justicia; pensar, en otras palabras, que afirmar la primacía de la intención pueda perjudicar a la acción. La interioridad no se opone a la acción, sino a un cierto modo de realizar la acción. Lejos de disminuir la importancia del actuar para Dios, la interioridad la fundamenta y la preserva.
El eremita y su eremitorio
Si queremos imitar lo que Dios ha hecho al encarnarse, imitémosle verdaderamente hasta el fondo. Es cierto que él se vació, salió de sí mismo, de la interioridad trinitaria, para venir al mundo. Sin embargo, sabemos cómo ha sucedido esto: «Lo que era permaneció, lo que no era lo asumió», dice un antiguo aforismo a propósito de la Encarnación. Sin abandonar el seno del Padre, el Verbo vino en medio de nosotros. También nosotros vamos hacia el mundo, pero sin salir nunca del todo de nosotros mismos. «El hombre interior —dice la Imitación de Cristo— se recoge espontáneamente porque no se dispersa nunca del todo en las cosas exteriores. A él no le perjudica la actividad exterior y las ocupaciones a su tiempo necesarias, pero sabe adaptarse a las circunstancias»[1].
Pero tratemos de ver también cómo hacerlo, concretamente, para recuperar y conservar la costumbre de la interioridad. Moisés era un hombre muy activo. Pero se lee que se hizo construir una tienda portátil y en cada etapa del éxodo fijaba la tienda fuera del campamento y regularmente entraba en ella para consultar al Señor. Allí, el Señor hablaba con Moisés «cara a cara, como habla un hombre con otro» (Éx 33,11).
Esto no siempre se puede hacer. No siempre se puede uno retirar a una capilla o a un lugar solitario para recuperar el contacto con Dios. San Francisco de Asís sugiere otra astucia más al alcance de la mano. Al enviar a sus frailes por las calles del mundo, decía: Nosotros tenemos siempre un eremitorio con nosotros dondequiera que vayamos y cada vez que lo queramos podemos, como eremitas, entrar en esta ermita. «Hermano cuerpo es la ermita y el alma el eremita que habita dentro de él para orar a Dios y meditar»[2]. Es la misma recomendación que santa Catalina de Siena expresaba con la imagen de la «celda interior», que cada uno lleva consigo y a la que siempre es posible retirarse con el pensamiento, para reanudar un contacto vivo con la Verdad que habita en nosotros. Es a esta celda interior, no delimitada por paredes, dice S. Ambrosio, que Jesús nos invita diciendo: «Tú, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto». (Mt 6,6) [3]
Hemos escuchado al inicio el apremiante llamamiento de san Agustín a reentrar en el corazón; terminamos escuchando otro llamamiento igualmente apremiante en la misma dirección, lo que san Anselmo de Aosta dirige al lector al comienzo de su Proslogion:
¡Venga, pues, desgracia humana, huye un momento de tus ocupaciones, apártate por un instante de tus tumultuosos pensamientos! Deshazte de las preocupaciones que te agobian y pospón tus laboriosos quehaceres. Entrégate un poco a Dios y descansa un instante en Él. ¡«Entra en el aposento» de tu espíritu, ahuyenta todo excepto a Dios y lo que te ayude a hallarle y, «una vez cerrada la puerta», búscale! ¡Ahora di «corazón mío», di todo entero ahora a Dios: «Busco tu rostro, Señor; tu rostro es lo que busco»! (Sal 27,8).
Con estos deseos y propósitos iniciamos nuestra jornada de trabajo al servicio de la Iglesia.
[1] S. Agustín, De vera rel. 39, 72: PL 34,154.
[2] S. Agustín, In Ioh. Ev., 18, 10: CCL 36, 186.
[3] Cf. Rom 7,22; 2 Cor 4,16; 1 Pe 3,4.
[4] Cf. Jn 14,17.23; Rom 5,5; Gál 4,6.
[5] S. Kierkagaard, La malattia mortale, II, en Opere [Ed. C. Fabro] (Florencia 1972) 662-663 [trad. esp. Enfermedad mortal (Alba Libros, Madrid 2005)].
[6] S. Agustín, Confesiones, X, 27.
[7] Imitación de Cristo, II, 1.
[8] Leyenda Perugina, 80: Fuentes Franciscanas, n. 1636.
[9] S. Ambrosio, De Cain et Abel, I, 9, 38 (CSEL 32,1, p. 372).
© Traducido del original italiano por Pablo Cervera Barranco
Audiencia general: “Dios siempre toma la iniciativa para salvarnos”
Resumen de la catequesis en español
MARZO 20, 2019 20:50 ROSA DIE ALCOLEA AUDIENCIA GENERAL
(ZENIT – 20 marzo 2019).- El Papa Francisco ha reflexionado sobre la tercera invocación del ‘Padre Nuestro’, “Háganse en mí según tu palabra”, esta mañana, 20 de marzo de 2019, en la audiencia general, celebrada en la plaza de San Pedro, a las 9:30 horas.
“Dios siempre toma la iniciativa para salvarnos, y nosotros lo buscamos en la oración, y descubrimos que Él ya nos estaba esperando. Esa es la voluntad de Dios y es lo que pedimos para que se cumpla su plan de salvación”, ha explicado el Santo Padre a los visitantes y peregrinos.
Continuando con la catequesis sobre el Padrenuestro, el Papa ha indicado que la invocación «Hágase tu voluntad» se une a las dos primeras de este tríptico: «Sea santificado tu nombre» y «Venga tu Reino».
Como nos dice la primera carta a Timoteo –ha señalado– Dios quiere que todos los hombres se salven. Por tanto, cuando pedimos a Dios «hágase tu voluntad» quiere decir que no nos resignamos a un destino que no conocemos ni compartimos, sino que confiamos en Él, como nuestro Padre, que desea para nosotros el bien y la vida.
“Las insidias del mundo, que llenan de obstáculos ese proyecto, son vencidas por la fuerza de una oración que pide, como el profeta, cambiar las espadas en arados y las lanzas en podaderas”, ha aclarado Francisco.
Así, el Pontífice ha continuado: “Si rezamos es porque creemos que estas realidades de destrucción y muerte, pueden ser transformadas en instrumentos para generar fecundidad y vida. Dios tiene un proyecto para cada uno de nosotros, y confiando en Él, nos abandonamos en sus manos también en el momento de la prueba, seguros de que escucha nuestro grito y nos hará justicia sin tardar”.
Fieles En La Plaza De San Pedro Se Unen Al Papa Para Rezar El Ángelus. Captura De Pantalla
Ángelus: La paciencia y la misericordia de Dios
Palabras del Papa antes del Ángelus MARZO 24, 2019 14:45
(ZENIT 24 marzo 2019).- A las 12 del mediodía de hoy tercer domingo de Cuaresma, el Santo Padre Francisco apareció en la ventana del estudio del Palacio Apostólico Vaticano para recitar el Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en Plaza de San Pedro.
Palabras del Papa antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este tercer domingo de Cuaresma (ver Lc 13: 1-9) nos habla de la misericordia de Dios y de nuestra conversión. Jesús cuenta la parábola de la higuera estéril. Un hombre ha plantado un higuera en su propio viñedo, y con gran confianza todos los veranos va a buscar sus frutos, pero no encuentra ninguno, porque ese árbol es estéril. Impulsado por esa decepción que se repite durante tres años, piensa en cortar la higuera para plantar otra. Luego llama al agricultor que está en el viñedo y expresa su insatisfacción, ordenándole que corte el árbol, para que no explote el suelo innecesariamente. Pero el viñador le pide al dueño que sea paciente y le solicita una prórroga de un año, durante la cual él mismo se encargará de cuidar la higuera con más cuidado y delicadeza para estimular su productividad. Esta es la parábola.
Y, ¿qué representa esta parábola?. ¿Qué representan los personajes de esta parábola?. El dueño representa a Dios Padre y el viñador es la imagen de Jesús, mientras que la higuera es un símbolo de la humanidad indiferente y árida. Jesús intercede ante el Padre en favor de la humanidad y le ruega que la espere y le dé un poco más de tiempo para que los frutos del amor y la justicia broten en ella. La higuera que el dueño de la parábola quiere erradicar representa una existencia estéril sin frutos, incapaz de dar, incapaz de hacer el bien. Es el símbolo de quien vive solo para sí mismo, satisfecho y tranquilo, en su propia comodidad, incapaz de dirigir sus ojos, la mirada y su corazón hacia quienes están a su lado y que están en estado de sufrimiento, en condiciones de pobreza, de dificultad. Esta actitud de egoísmo y esterilidad espiritual contrasta con el gran amor del viñador por la higuera: tiene paciencia, sabe esperar, le dedica su tiempo y su trabajo. Prometió a su amo que cuidaría especialmente de ese árbol infeliz.
Esta semejanza del viñador manifiesta la misericordia de Dios, que nos deja un tiempo para la conversión. Todos nosotros necesitamos convertirnos, dar un paso hacia delante y la paciencia de Dios y la misericordia nos acompañan en esto.
A pesar de la esterilidad, que a veces marca nuestra existencia, Dios tiene paciencia y nos ofrece la posibilidad de cambiar y avanzar en el camino del bien. Pero la extensión implorada y otorgada mientras se espera que el árbol finalmente fructifique, también indica la urgencia de la conversión. El viñador le dice al dueño: “Déjalo este año” (v. 8). La posibilidad de conversión no es ilimitada; por eso hay que aprovecharse de ello de inmediato; De lo contrario se perdería para siempre.
Nosotros podemos pensar en esta Cuaresma: ¿Qué debo hacer yo para acercarme más al Señor, para convertirme, para cortar con aquellas cosas que no van?. “No, no esperaré a la próxima Cuaresma”. ¿Estarás vivo en la próxima Cuaresma?. Pensemos cada uno de nosotros: ¿Hoy que cosa debo hacer ante esta misericordia de Dios que me espera y siempre perdona?. ¿Qué debo hacer?. Nosotros podemos confiar mucho en la misericordia de Dios, pero sin abusar de ella. No debemos justificar la pereza espiritual sino aumentar nuestro compromiso, de responder prontamente a esta misericordia con sinceridad de corazón.
En el tiempo de Cuaresma el Señor nos invita a la conversión, cada uno de nosotros debe sentirse interpelado por esta llamada corrigiendo algo en la propia vida, en la propia manera de pensar, actuar y vivir relaciones con los demás.
Al mismo tiempo, debemos imitar la paciencia de Dios que confía en la capacidad de todos para poder “levantarse” y reanudar el camino. Dios es Padre Él no apaga la llama débil, sino que acompaña y cuida a los débiles para que puedan fortalecerse y lleven su contribución de amor a la comunidad.
Que la Virgen María nos ayude a vivir estos días de preparación para la Pascua como un tiempo de renovación espiritual y de confianza abierta a la gracia de Dios y a su misericordia.