No he venido a abolir la Ley sino a darle plenitud

La esencia de la Cuaresma en cinco preguntas con respuesta

La cuaresma ha sido siempre el tiempo litúrgico más caracterizado del cristianismo. Es un conjunto de cuarenta días, cuya razón de ser originaria fue la de imitar el ayuno previo del Señor

1.- ¿Cuál es su origen?

"La cuaresma nació como desarrollo pedagógico de un aspecto central del misterio cristiano celebrado en el triduo pascual. Destaca la perspectiva que se refiere a la muerte de Jesucristo.

La duración de este tiempo está fundada en el simbolismo de la cuarentena bíblica: Moisés, Elías y Jesucristo estuvieron cuarenta días por las montañas; cuarenta fueron también los años que pasó el pueblo de Israel en el desierto.

La cuaresma ha sido siempre el tiempo litúrgico más caracterizado del cristianismo. Es un conjunto de cuarenta días, cuya razón de ser originaria fue la de imitar el ayuno previo del Señor al comienzo de su ministerio apostólico. De este modo, el cristiano y la comunidad cristiana se preparan a las fiestas de la pascua. En la Iglesia de la Edad Antigua, el tiempo de cuaresma era aprovechado además para la intensificación de la iniciación y preparación doctrinal y moral de los candidatos al bautismo, que precisamente recibían este sacramento en la noche santa de la gran vigilia pascual".

2.- ¿Cuáles son sus notas litúrgicas?

Constitución

Número 109: "Puesto que el tiempo cuaresmal prepara a los fieles, entregados más intensamente a oír la Palabra de Dios y la oración, para que celebren el misterio pascual, sobre todo mediante el recuerdo o la preparación del bautismo y mediante la penitencia, dése particular relieve en la liturgia y en la catequesis litúrgica al doble carácter de dicho tiempo. Por consiguiente:

a) Se use con mayor abundancia los elementos bautismales propios de la liturgia cuaresmal, y, según las circunstancias, restáurense ciertos elementos de la tradición anterior.

b) Dígase lo mismo de los elementos penitenciales. Y en cuanto a la catequesis, incúlquese a los fieles, junto con las consecuencias sociales del pecado, la naturaleza propia de la penitencia, que detesta el pecado en cuanto es ofensa de Dios; no se olvide tampoco la participación de la Iglesia en la acción penitencial y encarézcase la oración por los pecadores.

Número 110: “La penitencia del tiempo cuaresmal no debe ser sólo interna e individual, sino también externa y social. Foméntese la práctica penitencial de acuerdo con las posibilidades de nuestro tiempo y de los diversos países y condiciones de los fieles".

"Los formularios litúrgicos de la cuaresma tienen un claro sentido bautismal y penitencial. La revisión cristiana ha de hacerse siempre alrededor de un punto de referencia: la opción bautismal en la que orientamos nuestra vida según la palabra de Dios. Si hubiéramos roto esa opción, no tendríamos otro camino que volver a recomponerla por la penitencia realizada en la Iglesia. El camino de la conversión es siempre camino penitencial".

Cada día de este tiempo cuenta con formularios litúrgicos propios, riquísimos en contenido. Por ello van desfilando todos los acontecimientos de la historia de la salvación, desde la creación hasta la pasión de Cristo, pasando por el pueblo de Israel, el éxodo, la peregrinación por el desierto, la alianza, el exilio, el profetismo

3.- ¿Cúal es su sentido?

"La cuaresma está pensada para intensificar ese aspecto de la vida que exige superación, esfuerzo, reconstrucción, purificación, transformación. Imágenes de la cuaresma son el camino, la soledad, la prueba, la austeridad, el desprendimiento, la oración, el ayuno… Y todo ello para facilitar el encuentro transformador y transfigurador con Dios a través de Jesucristo, el auténtico cuaresmal.

Para ello, la Iglesia nos propone recorrer durante la cuaresma el camino de la propia conversión. Todos los días del año y especialmente en estos días de cuaresma, Cristo nos interpela desde los acontecimientos, desde nuestra propia conciencia, desde la vida cotidiana, desde la Palabra de Dios, desde los hombres nuestros hermanos: “¡Convertios! ¡Haced penitencia! ¡Cambiad de vida! Está cerca el Reino de Dios".

4.- ¿Cuáles son sus símbolos?

"Toda la liturgia de la cuaresma, tanto en sus aspectos rituales como en la misma liturgia de la palabra, está transida de hermosísimos símbolos que ayuden y hagan visible el camino cristiano de la conversión. Estos símbolos son:

– Desierto. Con toda su carga simbólica y metafórica de sequedad, soledad, austeridad, rigor, peligros, tentaciones. El desierto es protagonismo escénico en los evangelios el I domingo de cuaresma

– Luz, como se pone de evidencia, por ejemplo, en el evangelio del ciego de nacimiento (Jn. 9, 1-41. Domingo IV ciclo A). Es el tránsito de las tinieblas a la luz. Jesucristo es la luz del mundo.

– Salud. Este símbolo se evidencia en textos como la curación del paralítico (Jn. 5, 5-10. Martes de la IN Semana) o la sanación del hijo del centurión (Jn. 4,43-54).

– Liberación, Triunfo. Algunas figuras bíblica, que sufren graves peligros y vencen en la prueba, son José -Gn. 37-, la casta Susana -Dan. 13, 1 y ss.-, Ester -Est. 14, 1-14- o Jesús, tentado y transfigurado.

– Agua. De la sed al agua viva: el agua de Moisés al pueblo de Israel o de Jesús a la mujer samaritana.

– Perdón. La historia de Jonás y de Nínive y, sobre todo, la parábola del hijo pródigo, son ejemplos de ello.

– Cruz. Signo y presencia permanente durante la cuaresma. Prefigurada en el Antiguo Testamento y patentiza por Jesucristo como condición de cargar con ella para el seguimiento.

– Resurrección. Es la luz definitiva del camino cuaresmal. La escena de la transfiguración de Jesús, siempre presente en el evangelio del II domingo de cuaresma. Es la verificación de aquella máxima "por la cruz a la luz".

5.- ¿Quénes son sus personajes de referencia?

– José hijo de Jacob, Ester, la casta Susana, Jeremías, el ciego de nacimiento, el hijo pródigo, el padre del hijo pródigo, la samaritana, la mujer adúltera y arrepentida, Zaqueo, el buen ladrón… y, sobre todo, Jesús de Nazaret.

Guntrano (Gontrán), Santo

Rey de Borgoña y Orleáns.

Martirologio Romano: En Chálon-sur-Saóne, en Burgundia, en Francia, sepultura de san Guntrano, rey de los francos, que distribuyó sus tesoros entre las iglesias y los pobres (593).

Breve Biografía

Era nieto de Santa Clotilde. Hermano de los reyes Charibert y Sigebert.

Sus primeros pasos del monarca no fueron los de un santo precisamente. Repudió a su primera esposa, Veneranda, luego de haberle dado sólo un heredero que murió a edad temprana. La segunda esposa, Merestrude no tuvo mejor suerte, murió poco después de su parto junto con el niño. Austrechilde, la tercera esposa, le dio dos niños que murieron jóvenes.

Guntrano, luego de estas vivencias, llegó a la conclusión de que su luto era consecuencia de los pecados cometidos, se comprometió a no caer en la tentación de cambiar de esposa en la búsqueda de un heredero, adoptando a su sobrino Chieldeberto, huérfano de uno de sus hermanos.

En su conversión al cristianismo superó así con remordimiento los actos anteriores de su vida, consagrando su energía y fortuna a construir la Iglesia.

Pacificador, protector de los oprimidos, atendía a los enfermos, tierno con sus súbditos, generoso en sus limosnas, especialmente en épocas de hambre o plaga. Obligaba al correcto cumplimiento de la ley sin favoritismos, perdonó incluso ofensas contra él incluyendo a dos que intentaron asesinarlo.

Murió el 28 de Marzo de 592, fue enterrado en la Iglesia de San Marcelo que él habia fundado, su craneo ahora se conserva en una urna de plata.

Fue declarado santo casi inmediatamente después de su muerte por sus súbditos.

Dios te busca, déjate encontrar

Santo Evangelio según San Mateo 5, 17-19. Miércoles III de Cuaresma

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Gracias, Señor, por este nuevo día en que puedo entrar en contacto contigo, acercarme a Ti y escucharte. Que hoy pueda, con la ayuda de tu gracia, hacer con fidelidad lo que me pidas.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 5, 17-19

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “No crean que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolirlos, sino a darles plenitud. Yo les aseguro que antes se acabarán el cielo y la tierra, que deje de cumplirse hasta la más pequeña letra o coma de la ley. Por lo tanto, el que quebrante uno de estos preceptos menores y enseñe eso a los hombres, será el menor en el Reino de los cielos; pero el que los cumpla y los enseñe, será grande en el Reino de los cielos”.
Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Hoy en día hay mucho respeto por las diferentes religiones. Todas ellas expresan la búsqueda de la trascendencia por parte del hombre, la búsqueda del más allá, de las realidades eternas. En cambio, en el cristianismo, que tiene sus raíces en el judaísmo, este fenómeno es lo contrario: es el mismo Dios que busca al hombre, es Él quien lo llama a estar a su lado y el hombre no hace más que dar una respuesta a este llamado.

Como recordaba san Juan Pablo II, Dios desea acercarse al hombre, Dios quiere dirigirle su palabra, mostrarle su rostro, porque busca la intimidad con Él. Esto se hace realidad en el pueblo de Israel, un pueblo elegido por Dios para recibir sus palabras; ésta es la experiencia que tiene Moisés cuando dice: «De hecho, ¿qué gran nación tiene a los dioses tan cerca de él, como el Señor nuestro Dios, está cerca de nosotros cada vez que lo invocamos?». Y, de nuevo, el salmista canta que Dios «anuncia a Jacob su palabra, sus decretos y sus juicios a Israel. Así no hizo con ninguna otra nación, ni les dieron a conocer sus juicios» (Sal 147:19-20).

Jesús, por lo tanto, con su presencia cumple el deseo de Dios de acercarse al hombre. Por eso dice que «no creáis que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolir, sino a dar pleno cumplimiento» (Mt 5,17). Él viene a enriquecerlos, a iluminarlos para que los hombres puedan conocer el verdadero rostro de Dios y puedan entrar en intimidad con Él.

En este sentido, despreciar las indicaciones de Dios, por insignificantes que sean, manifiesta un conocimiento raquítico de Dios y, por lo tanto, aquellos que se encuentran en tales condiciones serán considerados pequeños en el Reino de los Cielos. Y es que, como decía san Teófilo de Antioquía: «Dios es visto por los que le ven; sólo ellos deben haber abierto los ojos del espíritu (...) pero algunos hombres los han oscurecido».

Aspiremos, pues, a seguir con gran fidelidad, en la oración, todas las indicaciones del Señor. De esta manera llegaremos a una gran intimidad con Él y seremos, por lo tanto, considerados grandes en el Reino de los Cielos.

«Ir a lo esencial es más bien ir a lo profundo, a lo que cuenta y tiene valor para la vida. Jesús enseña que la relación con Dios no puede ser un apego frío a normas y leyes, ni tampoco un cumplimiento de ciertos actos externos que no llevan a un cambio real de vida. Tampoco nuestro discipulado puede ser motivado simplemente por una costumbre, porque contamos con un certificado de bautismo, sino que debe partir de una viva experiencia de Dios y de su amor. El discipulado no es algo estático, sino un continuo camino hacia Cristo; no es simplemente el apego a la explicitación de una doctrina, sino la experiencia de la presencia amigable, viva y operante del Señor, un permanente aprendizaje por medio de la escucha de su Palabra.»

(Homilía de S.S. Francisco, 9 de septiembre de 2017).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Estar en constante vigilancia, buscando en cada momento de mi día escuchar la voz de Dios y actuar en modo positivo tratando de cumplir su voluntad.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
¡Cristo, Rey nuestro! ¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia. Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Déjate encontrar por Cristo, es la gracia de las gracias

No eres tú el que le busca, es Él quien se te quiere revelar.

En Jesús, penetras en la plenitud de Dios y profundizas tu verdad de hombre. Es preciso pues ir a él como al fundamento y fuente de tu existencia. En todas las edades de tu vida, tienes que redescubrir a Cristo como una persona viva que polariza y unifica tus deseos, da un sentido a tu historia. Cuando no se busca con todas las fuerzas de su ser a Cristo vivo, la vida se hace insoportable. Como Pablo, debes poder decir: "Para mí, vivir, es Cristo". ¿Es Jesús el sujeto de tu propia vida? ¿Tienes sed de verle, de hablarle, de estar unido a él, en una palabra de encontrarte con él cara a cara? Mientras exista en tu vida una parte, por mínima que sea, que no haya sido incendiada por Jesús, no serás evangelizado.

Debes encontrarle y tratar con él a todas horas para que llegues a ser un mismo ser con Él. Jesús no es un personaje histórico, ni un acontecimiento del pasado; por su resurrección, se ha convertido en un misterio vivo que puedes experimentar espiritualmente. No hagas desesperados esfuerzos para alcanzarle en algún espacio interestelar, está muy cerca de ti, en ti, pues habita en tu corazón por la fe.

Puedes hacer la experiencia personal de Jesús presente y vivo en ti. Por más que te lo describa, que comente el Evangelio, que te hable de su psicología, si no lo has encontrado en un contacto vivo e íntimo, mis palabras no son más que bronce que suena. Hay demasiados apóstoles que hablan de Jesucristo sin vivirlo y experimentarlo por dentro. No te quedes fuera del suceso relatado por el Evangelio, en el centro de la narración está siempre la persona de Jesús y su misterio.

No te imagines que vas a encontrar a Cristo si no aceptas el consagrar largos ratos a contemplarle en oración silenciosa. Que sea él el único objeto de tu atención y de tu corazón.

Enfoca tu cámara sobre la persona de Jesús para tratar de discernir, más allá de su rostro y de sus palabras, el secreto de su misterio. No eres tú el que le busca, es él quien se te quiere revelar. A la pregunta del ciego de nacimiento que quiere conocer al Hijo de Dios, Jesús responde: "Le has visto; el que está hablando contigo, ése es". No te pongas a competir con él en el afecto, déjate amar por él.

Jesús se dirige a ti en lo más secreto de tu persona; te desvela su gloria y te plantea una sola pregunta: "¿Quién soy yo para ti?" Tú no le puedes responder a ella sin una acción profunda del Espíritu Santo que se afana dentro de ti para revelarte a Cristo. Por eso devuélvele su pregunta y dile: "¿Quién eres tú, Señor?". En esa mirada que viene hacia ti, se descubrirá el rostro de Cristo y entonces nacerá esa relación de amistad en la que dos hermanos se miran cara a cara.

Debes llegar a un conocimiento de Cristo sin intermediarios ni mediadores. Lo que pides aquí en la oración, no es un conocimiento externo fruto del trabajo de la inteligencia o del esfuerzo de la voluntad, sino la invasión de Jesús en ti. El conocimiento que de ella se sigue es el de un ser conocido y amado desde el interior, más allá de las palabras y de las cosas.

A través de una relación de amistad, san Juan ha hecho esta experiencia personal de Jesús. Pídele esa misma gracia saboreando estas palabras: "Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, ...os lo anunciamos" (1 Jn 1, 13).

Dejándote encontrar por Jesús, gustarás su presencia y su amistad, pero no te retendrá para él pues él está orientado totalmente al Padre. Y ahí está la paradoja del encuentro con Jesús: cuanto más íntimo y familiar te haces a él, más te realiza él en cuanto hombre y más te arrastra al seno del Padre. No has terminado de sondear sus abismos. El encuentro con Jesús te lanza también hacia los demás. "Vé a tus hermanos", para anunciarles la Buena Noticia que has experimentado y que es lo único que puede llenar el corazón de los hombres.

La fuerza de la debilidad

En la medida que reconoces tu flaqueza, en esa misma medida actúa en ti la fuerza de lo alto

La fuerza de la debilidad

“El poder de Dios que salva”] como llamaba Juan Pablo II al Evangelio, ese mensaje que los ángeles ansían contemplar (1Pe 1,12), está plagado de paradojas, o sea, de aparentes contradicciones. Y esto es así porque el Evangelio es la expresión más sublime de la sabiduría Divina, que a tal punto supera la nuestra que parece contradecirla; de ahí aquel, también paradójico, destruiré la sabiduría de los sabios, e inutilizaré la inteligencia de los inteligentes (1Cor 1,19).

“En el Evangelio está contenida una fundamental paradoja: para encontrar la vida, hay que perder la vida; para nacer, hay que morir; para salvarse, hay que cargar con la Cruz. Ésta es la verdad esencial del Evangelio, que siempre y en todas partes chocará contra la protesta del hombre[2]”. (Juan Pablo II)

Una de las paradojas que siempre me ha llamado la atención es aquella de San Pablo:cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte (2Cor 12,10). Lo que está diciendo el apóstol de los gentiles es que en la medida que reconoce su flaqueza, en esa misma medida actúa en él la fuerza de lo alto.

Esta verdad supone aquella otra de que nada podemos, en el orden sobrenaturalsin el auxilio de Dios y, además, que todo lo bueno que tenemos del mismo Dios procede.

En cuanto a esa total dependencia, podría leerse con mucho fruto el capítulo 15 del evangelio de San Juan donde Nuestro Señor, con diáfana claridad y adaptándose a nuestro sencillo modo de entender, nos muestra cómo nosotros somos los sarmientos (las ramas) y Él la vid (el árbol) y así como las ramas no pueden vivir fuera del árbol, tampoco nosotros podemos vivir –menos obrar– sin Él. Y por si nos quedase alguna duda, al interpretar el texto, con frase lapidaria y concisa afirma: sin mi nada podéis hacer (Jn 15,5), donde “nada” significa “nada”… o sea, carencia absoluta, negación total, imposibilidad omnia barcante, inaptitud suprema… and so on.

Y con respecto a que todo lo bueno que tenemos viene de Dios, digamos con el mismo San Pablo: ¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿a qué gloriarte cual si no lo hubieras recibido? (1Cor 4,7) y agreguemos: Si alguno piensa que es algo, se engaña, pues nada es (Gal 6,3). De ahí que, a pesar de sus grandiosas obras se supiera siervo inútil (Lc 17,10) y vasija de barro (2Cor 4,7), y afirmara por la gracia de Dios soy lo que soy (1Cor 15,10).

Santo Tomás, hablando de la virtud de la humildad dirá:

“Pueden considerarse, en el hombre, dos cosas: lo que es de Dios y lo que es del hombre. Es del hombre todo lo defectuoso, mientras que es de Dios todo lo perteneciente a la salvación y a la perfección[3].

Ya hablamos en un post anterior[4] sobre la importancia de la virtud de la humildad, pero no creo que venga mal escribir algunas líneas más sobre algo tan fundamental:

“La humildad es nuestra perfección”[5]. (San Agustín)

“El progreso del alma se identifica con el progreso en la humildad”. (San Benito)

“La humildad es la que lo alcanza todo”[6]. “Progresará rápidamente el que tiene mucha humildad[7]”. (Santa Teresa de Jesús)

“Dios para prendarse de un alma, no se fija en su grandeza, sino en la profundidad de su humildad y en lo despreciada que está”. (San Juan de la Cruz)

“Si me preguntares cuál es el camino del cielo, responderte he que la humildad: y si tercera vez, responderte he lo mismo; y si mil veces me lo preguntares, mil veces te responderé que no hay otro camino sino la humildad” [8]. (San Agustín)

A lo que tenemos que apuntar, en definitiva, es a acercarnos a un auto-conocimiento lo más parecido al que Dios tiene de nosotros, del cual dice San Pablo, hablando del cielo:conoceré como soy conocido (1Cor 13,12). ¡En esto consiste nuestra fuerza! “La grandeza de un hombre está en saber reconocer su propia pequeñez”, decía Blaise Pascal.

Para llegar a esto habrá, sin duda, muchos caminos y modos, pero quería destacar puntualmente cuatro:

En primer lugar pedir y suplicar con insistencia[9] a Dios que nos dé esa gracia. Como solía repetir a manera de jaculatoria San Agustín: “Señor, que me conozca y que os conozca”. El último santo en ser nombrado doctor de la Iglesia nos enseña:

 “Y sea lo primero pedirla con perseverancia al Dador de todos los bienes, porque esta humildad es un muy particular don suyo que a sus escogidos da. Y aún el conocer que es don de Dios no es poca merced. Los tentados de soberbia conocen bien que no hay cosa más lejos de nuestras fuerzas que esta verdadera y profunda humildad, y que muchas veces acaece, con los remedios que ellos ponen para alcanzarla, huir ella más; y aun del mismo humillarse suele nacer su contrario, que es la soberbia”[10]. (San Juan de Ávila)

Prueba de que el doctor en cuestión pidió y alcanzó esta virtud, además del “san” que ponemos antes de su nombre, es uno de sus últimos diálogos; lo cuenta San Alfonso María de Ligorio:

“El venerable Juan de Ávila, que llevó desde su más tierna juventud una santa vida, hallándose en el lecho de la muerte, el sacerdote que le asistía le iba diciendo cosas sublimes, le trataba como santo y como un distinguido sabio; mas el venerable Padre de Ávila le dijo: ‘Yo os ruego, padre mío, que me hagáis la recomendación del alma como se hace a un malhechor condenado a muerte, pues yo no soy otra cosa”[11].

En segundo término, no es poco importante hacer lo de San Pablo. El apóstol comienza aclarando que si bien ha recibido muchos dones de Dios, en cuanto a mí, solo me gloriaré de mis flaquezas (1Cor 12,5) por cuanto no son suyos, sino de Dios.

Ejemplo claro: cuando se refiere a uno de esos dones -quizás no dado a otro mortal en toda la historia como es el ser arrebatado hasta el tercer cielo–, hace de cuenta que se trata de otra persona.

A renglón seguido aclara que para que no se ensoberbezca, le ha sido dado un aguijón a su carne. Si bien no es seguro a qué se está refiriendo, una de las interpretaciones posibles es aplicar esto a la debilidad de la carne en cuanto inclinada al pecado luego de la culpa original, el conocido “fomes peccati”[12]. Tres veces pidió al Señor que lo liberara y Él le respondió: Te basta mi gracia, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza (v. 9).

El apóstol tenía tentaciones y de ellas tomaba fuerzas, las fuerzas del Señor. Nosotros, que también las tenemos –y que podemos agregar probable y lamentablemente también pecados a esas tentaciones–, debemos hacer lo mismo. A la par de hacer todo lo que esté de nuestra parte para no ofender a Dios, tenemos que hacer como San Pablo quien, luego de recibir esa revelación, con más fuerza se apoya en su “nada”: con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas (v. 9). Apoyarse en “nada” es contradictorio… sí, paradójico.

Sucede que nuestra “nada” es lo único que tenemos, y por tanto, es la dura pero hermosa realidad. Dura porque no es para nada fácil digerir lo que somos; hermosa en cuanto que es real y, por el hecho de serlo, es mucho más bella que lo que no existe (o existe sólo en la imaginación).

Afirmarnos ahí, en esa especie de “no-ser”, es la única manera de vivir según lo que somos y permitir así que sea el Señor quien con su amor nos sostenga, quien pelee por nosotros y quien nos dé la victoria. Y notemos que lo primero es condición de lo segundo… con sumo gusto –dice el apóstol– seguiré gloriándome de mis flaquezas para que habite en mí la fuerza de CristoPodríamos decirlo al revés: “si no me glorío de mis flaquezas, no habitará en mi la fuerza de Cristo”; o sea, si creo que puedo algo por mí mismo, no podré absolutamente nada…

“Cuando tú deseabas poder por tus solas fuerzas, Dios te ha hecho débil, para darte su propio poder, porque tú no eres más que debilidad”[13]. (San Agustín)

Y no dejemos de notar que no sólo se trata de reconocer nuestra debilidad, sino degloriarnosjactarnos, “enorgullecernos” (entiéndase bien), y todo eso, no así nomás, sino con sumo gusto, complaciéndonos, alegrándonos… ¿quién puede llegar hasta tales fondos de su propia insignificancia y reaccionar así? Solo el humilde… o mejor, el muy humilde. Aquel que llegó a hacer suyo el consejo de Santa Teresita: “Amad vuestra pequeñez”.

“No me acuerdo haberme hecho (el Señor) merced muy señalada, de las que adelante diré, que no sea estando deshecha de verme tan ruin”[14]. (Santa Teresa)

“Cuanto más afligida, despojada y humillada profundamente está el alma, más conquista, con la pureza, la capacidad para las alturas. La elevación de la que se hace capaz se mide por la profundidad del abismo en la que tiene sus raíces y sus cimientos”[15]. (Santa Ángela de Foligno)

“Cuando el hombre considera en el fondo de sí mismo, con ojos encendidos de amor, la inmensidad de Dios… cuando el hombre, al volver en seguida su mirada hacia sí mismo, cuenta sus atentados contra el inmenso y fiel Señor… no conoce desprecio suficientemente profundo para darse satisfacción… Cae en un asombro extraño, asombro de no poder despreciarse con suficiente profundidad… Se resigna entonces a la voluntad de Dios… y, en su abnegación íntima, encuentra la verdadera paz, invencible y perfecta, la que nada turbará. Porque se ha precipitado en un abismo tal que nadie irá a buscarle allí… Me parece, a pesar de ello, que estar sumergido en la humildad es estar sumergido en Dios, porque Dios es el fondo del abismo, por encima y debajo de todo, supremo en altura y supremo en profundidad; porque la humildad, como la caridad, es capaz de crecer siempre… La humildad es de tal valor, que alcanza las cosas más elevadas para enseñarlas; consigue y posee lo, que no logra la palabra”[16]. (Beato Juan Ruysbroeck)

En tercer lugar, y desprendiéndolo de lo anterior, yo colocaría la misericordia. Creo que uno de los mayores dones que Dios puede darnos, es decir, una de las mercedes más exquisitas de Su misericordia, es nuestro propio conocimiento. Y ¡¿qué mejor que la misericordia para hallar misericordia?! Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia (Mt 5,7). En este sentido agradezco a Dios y a mis superiores, darme la oportunidad de vivir en un hogar de discapacitados[17] (estoy aquí hace un mes) y pido al Señor me enseñe a ser misericordioso con estos sus representantes, y tenga así también Él misericordia de mí. 

De todos modos, no hace falta vivir en un hogar de discapacitados para tener misericordia de los demás; a cada paso hay quienes pueden ser objeto de nuestra misericordia. Como decía el P. Hurtado: “Si alguien ha comenzado a vivir para Dios en abnegación y amor a los demás, todas las miserias se darán cita en su puerta”.

Por último, como poniendo nuestro grano de arena, tratemos de hacer un plan de trabajo vs. la soberbia. Como decía el Beato Allamano: “Cuando no sabéis sobre qué hacer el examen de conciencia particular, nunca os equivocaréis si lo hacéis sobre la humildad o sobre la soberbia”[18].

En el libro El examen particular de conciencia y el defecto dominante de la personalidad, el P. Miguel Fuentes trae un ejemplo de este trabajo, que puede iluminar mucho (clic aquí para leerlo).

El beato Ruysbroeck, luego de decir que nuestros pecados son fuentes de humildad, agrega este lúcido párrafo que hacemos nuestro para terminar, como siempre, nombrándoLa y alabándoLa:

“Nuestros pecados… se convierten para nosotros en fuentes de humildad y de amor. Pero es importante no ignorar una fuente de humildad mucho más elevada que ésta.La Virgen María, concebida sin pecado, tiene una humildad más sublime que Magdalena. Ésta fue perdonada; aquélla estuvo sin mancha. Ahora bien, esta inmunidad absoluta, más sublime que todo perdón, hizo subir de la tierra al cielo una acción de gracias más excelsa que la conversión de Magdalena”[19].

Que Ella, la ancillae Domini, nos alcance la Gracia del conocimiento propio.

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Lectura recomendada

  • Benedicto XVI, Audiencia general, miércoles 13 de junio de 2012. Comentario al cap. 12 de la Segunda Carta a los Corintios. (Ver Aquí)
  • Miguel Ángel Contreras C., Conocerse a sí mismo. (Ver Aquí)

Ver todas las lecturas recomendadas, AQUÍ.

[1] Juan Pablo II, Jornada Mundial de la Juventud, Toronto 2002, 28/7.

[2] Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la Esperanza, PLAZA & JANES, Chile (19942), p. 117.

[3] Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, II-II 141,3.

[4] ¿Qué nos distingue de ellos?

[5]  San Agustín, In Psalmo XXX, 14.

[6] Santa Teresa de Jesús, Camino de perfección, cap. XXXIV.

[7] Santa Teresa de Jesús – Castillo3º morada, cap. II.

[8] Citado por San Juan de Ávila, Audi filia, cap. 63.

[9] Pueden servir a estos fines, las Letanías de la humildad del Cardenal Merry del Val.

[10] San Juan de Ávila, Audi filia, 64.

[11] San Alfonso María de Ligorio, Prácticas de Amor a Jesucristo, cap. XI: ‘Charitas non inflatur’

[12] “En 2 Cor 12,9 se dice: La virtud se perfecciona en la flaqueza; y se habla de la flaqueza del ‘fomes’, a causa de la cual

Sufría el Apóstol el aguijón de la carne (v.7)”. Santo Tomás, Suma Teológica, III, 27, arg 3.

[13] San Agustín, Confesiones, 19, 5.

[14] Vida 22, 11.

[15] Santa Ángela de Foligno, trad. de Helio, c. 19.

[16] Ruysbroeck; trad. francesa de Helio, libro III, La Humildad.

[17] Hogar “Sagrado Corazón”

[18] Citado en: Miguel Á. Fuentes, Naturaleza y educación de la humildad, Ediciones del Verbo Encarnado, San Rafael, 2010, p. 5.

Cuatro poderosas armas contra el Demonio

Desde la Fe nos presenta herramientas para poder luchar contra el demonio

En una  entrevista para Radio Vaticano, el presidente de la Asociación Internacional de Exorcistas, el P. Francesco Bamonte, compartió algunos consejos sobre las mejores armas para hacer frente al Diablo, pues advirtió que no es suficiente saber que los demonios existen, sino que es preciso conocer cómo actúan para no caer en sus trampas.

Explicó el sacerdote que los demonios actúan en la historia personal y comunitaria de los hombres, tratando de propagar entre ellos la elección del mal. Recordó: “El Papa ha descrito a menudo cómo actúan los demonios a través de la tentación para separar a los hombres de Cristo. De hecho, quieren que seamos como ellos; no quieren la santidad de Cristo en nosotros, no quieren nuestro testimonio cristiano, no quieren que seamos discípulos de Jesús”.

Dijo que el Papa también ha subrayado varias veces que los demonios se disfrazan de ángeles de luz para hacerse atractivos y engañar mejor a los hombres.

Por ello, consideró que la presencia de un sacerdote exorcista en la diócesis es importantísima, pues de lo contrario, muy a menudo la gente se dirige a magos, hechiceros, lectores de cartas y del futuro, sectas.

“El exorcista –agregó– es ante todo un evangelizador, un sacerdote, por lo que sea cual sea el origen del mal que padece quien acude a él, sea o no sea una auténtica forma de acción extraordinaria del Demonio, el sacerdote exorcista se esfuerza por infundir serenidad, paz, confianza en Dios y esperanza en su gracia”.

En septiembre del 2013, el Papa Francisco envió un mensaje a los exorcistas italianos, expresando su aprecio por el servicio eclesial que realizan con el ministerio del exorcismo, ejerciendo una forma de caridad en beneficio de personas que sufren y necesitan liberación y consuelo.

Las cuatro armas que propone el P. Francesco Bamonte a los fieles para luchar contra el Demonio, son: 

  1. La Palabra de Dios.“Esta es el arma más poderosa, como dice el Papa Francisco, quien nos invita a llevar siempre en el bolsillo un Evangelio. En nuestro interior, esta Palabra, cuando entra, vive, actúa y nos llena de la gracia del Espíritu Santo”.
  2. El Rosario.“Le sigue el rezo del Santo Rosario, el encomendarse a la Virgen, a quien el Demonio odia especialmente”. 
  3. La Confesión. “Es importantes reconocernos pecadores humildemente, confesar nuestros pecados y pedir a Dios la fuerza para no pecar más”.
  4. La Santa Misa.“La participación en la Santa Misa los días festivos, y también la lucha contra nuestros vicios, contra lo que el pecado original ha dejado en nosotros, para que triunfe el hombre nuevo en Cristo”.
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