El que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido
- 30 Marzo 2019
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Fundador, 30 de marzo
Martirologio Romano: En Turín, Italia, san Leonardo Murialdo, presbítero, que fundó la Pía Sociedad de San José, para educar en la fe y la caridad cristianas a los niños abandonados († 1900).
Fecha de beatificación: 3 de noviembre de 1963 por S.S. Pablo VI Fecha de canonización: 3 de mayo de 1970 por S.S. Pablo VI
Breve Biografía
Leonardo Murialdo no es un hombre lejano: nace en Turín (Italia) el 26 de octubre de 1828 y muere en la misma ciudad el 30 de marzo de 1900. Es una persona dulce y noble, un hermano que se entrega todo a otros hermanos que no tienen casa y familia, que están solos y sin cariño, que non conocen a Dios.
A los 17 años, después de una crisis religiosa, decide consagrarse a Dios y en 1851 recibe la ordenación sacerdotal. Es el cura de los barrios pobres, el apóstol de los pequeños limpiachimeneas, de los chicos de la calle, de los encarcelados, de los jóvenes obreros.
Piensa en la formación profesional de los jóvenes, en su capacitación para el mundo adulto y obrero. En 1866 acepta dirigir el colegio "Artesanitos", una institución para chicos pobres y huérfanos.
Dócil a la voluntad de Dios y para dar continuidad a su misión educativa, el 19 de marzo de 1873 dio vida a la Congregación de San José (Josefinos de Murialdo), formada por sacerdotes y laicos.
La pedagogía de san Leonardo se puede resumir "en el espíritu de dulzura, de paciencia y de familiaridad, porque éste es el secreto para realizar el bien entre los niños y los jóvenes". Este estilo educativo encuentra su fuente en el amor misericordioso de Dios que Murialdo experimentó desde su juventud. Todo esto se puede resumir en el vivir con los niños y jóvenes como "amigo, hermano y padre".
Hoy los Josefinos de Murialdo continúan en la Iglesia su amor hacia los niños y los jóvenes en los centros juveniles, colegios, casa-hogar, parroquias, misiones... Están presentes en varios países de América Latina, de Europa y de Africa.
El 3 de mayo de 1970 Leonardo Murialdo es proclamado santo por el Papa Pablo VI. Su fiesta se celebra el 30 de Marzo, los salesianos lo festejan el 18 de Mayo.
Todo es por gracia de Dios
Santo Evangelio según San Lucas 18, 9-14. Sábado III de Cuaresma
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios) Padre, concédeme la gracia de sentirme hijo tuyo y sentir al mismo tiempo que Tú eres mi Padre.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 18, 9-14
En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola sobre algunos que se tenían por buenos y despreciaban a los demás: “Dos hombres subieron al templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ‘Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos y adúlteros; tampoco soy como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todas mis ganancias’. El publicano, en cambio, se quedó lejos y no se atrevía a levantar los ojos al cielo. Lo único que hacía era golpearse el pecho, diciendo: ‘Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador’. Pues bien, Yo les aseguro que éste bajó a su casa justificado y aquél no; porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Muchas veces cuando entro a la capilla, me gusta hacer este gesto que hizo el publicano, me quedo hasta atrás y le digo al Señor: Padre, perdóname por todas las veces en las que no te he amado y he preferido mis propios gustos a los tuyos. Sólo quien en la vida se sabe pequeño Dios le hará grande; quien se sabe comportar como hijo, el Padre le dará su herencia; quien es dócil, Dios le enseñará los caminos más seguros. Es ésta, una gracia realmente maravillosa y debemos pedir incesantemente, a Dios nuestro Señor, no ser arrogantes por los dones recibidos, sino sencillos y que nos ayude a comprender que estos regalos nos los da, aunque nosotros le hayamos ofendido con nuestros pecados.
Es cierto que muchas veces nos comportamos como el fariseo, arrogante, erguido por ser un hombre con «tantas cualidades y dones», pero es tanto su egoísmo, que se permite hacer el ayuno, no por Dios, sino por él, para que le vean; paga el diezmo, pero no con pureza de corazón; no roba, no es adúltero, no es injusto… pero se ha olvidado de una cosa, que Cristo vino por los enfermos del alma y los pecadores, y no por los sanos y los que no necesitan de cura espiritual.
Queridos hermanos, nosotros no tenemos que hacer nada para sentirnos más o menos amados por Dios, puesto que Él ya nos ha amado desde toda la eternidad; solo quien se sabe amado y pequeño, puede corresponder con amor y grandeza de lo que es, un hijo de Dios.
«La Biblia también nos da testimonio de oraciones inoportunas, que al final son rechazadas por Dios: basta con recordar la parábola del fariseo y el publicano. Solo este último, el publicano, regresa a casa del templo justificado, porque el fariseo era orgulloso y le gustaba que la gente le viera rezar y fingía rezar: su corazón estaba helado. Y dice Jesús: éste no está justificado “porque el que se ensalza será humillado, el que se humilla será ensalzado”. El primer paso para rezar es ser humildes, ir donde el Padre y decir: “Mírame, soy pecador, soy débil, soy malo”, cada uno sabe lo que tiene que decir. Pero se empieza siempre con la humildad, y el Señor escucha. La oración humilde es escuchada por el Señor.» (Audiencia de S.S. Francisco, 5 de diciembre de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación. Que pueda hoy hacer un acto de humildad delante de Dios Padre, sabiendo que soy su hijo.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Estudio bíblico sobre la relación entre fe y buenas obras.
Durante los últimos días hemos visto aparecer en la opinión pública debates muy interesantes a propósito de enfrentamientos entre católicos y protestantes. Por una parte por la violencia utilizada en nuestra contra y en contra, incluso, imágenes veneradas de la Excelsa Madre de Dios o de Nuestro Señor Jesucristo. Por otra, la falsa noción sobre el acercamiento que la Iglesia intenta de los protestantes: no se trata de cambiar nuestra fe sino de sentar bases sobre lo que en común sostenemos para dialogar.
¿Qué es "Sola Fide"?
Es la creencia de que estamos salvados ÚNICAMENTE por nuestra fe en Jesucristo, y que, como la salvación viene sólo por la fe, no estamos obligados a las obras buenas, o, como mínimo, no representan nada para salvarnos. En otras palabras, perfectamente podemos faltar a la caridad - por ejemplo abandonando al prójimo en su sufrimiento - y aún así salvarnos. Quienes creen en la sola fe no luchan contra el mal, sino que se combate con fuerza a quienes tratan de oponérsele. Obstinados, sólo se empeñan en defenderse.
La primera consecuencia de este error tremendo es que, por sentido común, permite que la gente sea mala, que peque como desee ya que mientras tenga fe en que Cristo la salvó alcanzará la vida eterna. ¿Y la coherencia en el bien, la unidad entre lo que digo, siento, pienso y actúo? No existe, o mejor aún, no importa. La Verdad, la verdad plena y auténtica, sólo permite y exige con fuerza el triunfo de la Justicia y de la pureza.
Suplantando al Espíritu Santo
Si es tan absurda y perversa esta idea, ¿en qué se basa para ser defendida con tanto fanatismo? Podemos recordar brevemente las persecuciones, las matanzas y las guerras que movilizaron a los protestantes contra los católicos en nombre de esta idea. Entonces, ¿será que la Biblia lo enseña y la Iglesia fundada por Cristo se apartó de ella?
No. Eso nunca, jamás, podría ocurrir, porque es Su cabeza y porque la sucesión apostólica ha sido ininterrumpida, porque el Espíritu Santo al conforta y asiste, porque el Santo padre es infalible en materias de fe y de moral, y ante todo, porque el error, la mentira, tiene que imitar a la verdad.
¿Qué tiene que ver esto último con lo que trabajamos? En que los protestantes se apoyan y argumentan con un versículo del Santo Evangelio. Si el lector nos hace un favor y toma un ejemplar de las Sagradas Escrituras podrá leer en la epístola de San Pablo a los Gálatas, 3:11:
"El justo vivirá por la fe".
¿Pero qué decimos? Dice:
"El justo vivirá por la fe sola".
¿Tienen razón, entonces, en que es por la fe sola que nos salvamos?
Absolutamente NO. Porque Lutero, como autodenominado ‘corrector’ del Espíritu Santo AGREGÓ la palabra ‘sola’ a esa epístola. Así podía coincidir lo que él quería que dijese para apoyar sus ideas con lo que, a partir de entonces, podía leerse en las Escrituras Sagradas. El nuevo texto, ‘corregido’ a su gusto, lo apoyaba irrebatiblemente. De hecho, si se revisan otras traducciones no protestantes o anteriores a las de Lutero, puede leerse siempre la misma frase original de San Pablo, porque ha sido considerado el texto primitivo o ha sido removido definitivamente. Leemos, entonces, al Apóstol verdadero sin el agregado adulterador de Lutero.
Sin embargo, algunos se confunden y oros se cierran ciegamente creyendo que la sola fe es el único camino de salvación.
Revisando el origen
Los días extraordinarios que contemplaron al Verbo Encarnado sobre la tierra presenciaron además el amanecer de la Cristiandad. Los primeros hombres eran hombres de fe, muy fieles a su religión original, que creyeron en el mesías esperado. Y se entregaron en cuerpo y alma a la Buena Nueva.
Y los gentiles y paganos conocieron con lágrimas de alegría la Noticia y fueron instruidos en la fe. Como aceptaron y creyeron, fueron bautizados e ingresaron a la Iglesia de Cristo. Es decir, primero creían y luego se bautizaban. Deseaban adherir a todo y pertenecer al Pueblo Santo. La buena nueva (evangelio) corría por la tierra y quienes se enteraban se convertían de corazón.
Nosotros no tenemos que creer para ser bautizados. Somos bautizados, accedemos a la salvación inmediatamente y luego somos predicados, formados en la fe e instruidos en ella.
En este sentido, podemos decir que los primeros cristianos (cuyos padres y antecesores no poseían la fe cristiana) tenían que creer antes de bautizarse y sólo en ese sentido podemos decir que su fe los salvaba, porque por ella accedían al bautismo y por él a la salvación. Nosotros, en cambio, fuimos salvados por la fe de nuestros padres, que tuvieron la prudencia y caridad de bautizarnos desde pequeños.
El sentido común y las Sagradas Escrituras
Como mencionamos arriba, es la misma Biblia que ellos interpretan antojadizamente la que los contradice abundantemente. Como si la palabra de Dios no fuese suficiente para ellos, el sentido común más elemental puede contestarles.
Examinemos más de cerca la carta de San Pablo a los Gálatas:
3:9 "De modo que los que toman el camino de la fe reciben la bendición junto con el creyente Abraham". 3:10 " Al contrario, pesa una maldición sobre los que quieren practicar la Ley, pues está escrito: Maldito sea el que no cumple siempre todo lo que está escrito en la Ley".
3:11 "Por el camino de la Ley, nadie llega a ser justo a los ojos de Dios, pues ya fue escrito: El justo vivirá por la fe".
La profundidad de su contenido exige más detenimiento. El versículo 3:11 es una cita tomada del libro de Habacuq (2:4). Observemos bien: no es una idea simple o un simple decir. Se trata, evidentemente, de una cita bíblica, o no diría "ya fue escrito".
Esto es, en realidad, bellísimas y contundentes palabras de apoyo para los justos que tengan fe en Dios Nuestro Señor, y confirmación de condenación eterna de los injustos. En su contexto real, el versículo 3:11 es un mensaje del Apóstol de Gentiles a la Iglesia naciente contra aquellos que aún creían que era necesario cumplir con la ley de Moisés para salvarse. Nuestros amigos protestantes probablemente insistirán en este punto, alegando que en consecuencia aquellos que crean en Jesús serán salvados así nada más, sólo por eso y sin importar nada más.
Pero las mismas Escrituras Sagradas son espada de doble filo contra aquellos que intentan manipularlas aún a costa de agregar o suprimir palabras. ¿Qué golpe le dan a los protestantes? Un argumento simple, rotundo y final: el versículo 3:11 no dice
"el hombre vivirá por la fe",
sino que dice exactamente y aún en sus imitaciones de Biblia lo reconocen:
"el JUSTO vivirá por la fe"
Es algo fatigoso y limitante vivir la fe desde la interpretación literal o antojadiza de las Escrituras, pero para quienes la viven actualmente así es importante exponerla desde esta forma.
El versículo en cuestión nos dice que creemos, es verdad, pero si nuestros actos demuestran que no tenemos amor, entonces nuestra fe de nada nos sirve. Es como la higuera maldita porque no dio frutos.
El ardiente apóstol Santiago nos dice en 2:26:
"Así como el cuerpo sin espíritu está muerto, del mismo modo la fe que no produce obras está muerta"
¿Podrían las Escrituras ser más claras y concluyentes?
Al parecer si, porque el mismo San Pablo (porque podría ser que alguna escuela protestante o evangelista niegue a Santiago porque lo contradice) se encarga de recalcar el asunto que enseña en toda su obra. Leamos la carta a los Corintios:
1Cor 13:1 "Si yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, y me faltara el amor, no sería más que bronce que resuena y campana que toca." 13:2 " Si yo tuviera el don de profecías, conociendo las cosas secretas con toda clase de conocimientos, y tuviera tanta fe como para trasladar los montes, pero me faltara el amor, nada soy."
13:13 "Ahora tenemos la fe, la esperanza y el amor, los tres. Pero el mayor de los tres es el amor."
La pregunta es vergonzosa: si según San Pablo (como los protestantes quieren que sea) dice que somos salvados sólo por la fe, ¿por qué el mismo Apóstol sigue afirmando que el amor es el más grande, en lugar de la fe? ¿Y por qué nos sigue alentando para que hagamos el bien? (2-Tes 3:13) Y el mismo Pablo recalca el punto insistiendo en que hay gente peor que aquellos que no creen y que aquellos que después de creer, regresan al pecado.
Podría ser, si no media la buena voluntad y el deseo sincero de comprender la Verdad, que aún persistan las dudas. Recurramos entonces a la primera carta a Timoteo donde nos dice:
1:18 "... tienes que pelear el buen combate con la fuerza que te da la fe y la buena conciencia. Algunos rechazaron esta buena conciencia hasta que naufragó su fe." 5:8 "... Quien no se preocupa de los suyos, especialmente de los que viven con él, ha renegado de la fe y es peor que el que no cree."
Y aún el mismo San Pedro, en su segunda carta, nos previene contra los maestros falsos: 2:15 "Abandonaron el camino recto y siguieron a Balaam, hijo de Bosor, que se perdió para ganar dinero haciendo el mal. Este, sin embargo, fue reprendido por su torpeza..." 2:17 "Ellos son fuentes sin agua, nubes empujadas por el huracán, que corren hacia densas tinieblas..."
2:20 "En efecto, después de haberse librado de los vicios del mundo por el conocimiento del Señor y Salvador Cristo Jesús, vuelven a esos vicios y se dejan dominar por ellos; y resulta que su estado actual es peor que el primero." ¿Qué significa esto, entonces? Simplemente, que aunque creamos, nuestra fe puede morir por nuestra falta de amor hacia nuestros semejantes. En sus epístolas, Santiago Apóstol nos dice más sobre la fe y las obras de una manera inequívoca y radicalmente opuesta a la tesis protestante.
2:14 "Hermanos, ¿qué provecho saca uno cuando dice que tiene fe, pero no la demuestra con su manera de actuar? ¿Acaso lo puede salvar su fe?"
2:15 "Si a un hermano o hermana les falta ropa y el pan de cada día," 2:16 "y uno de ustedes les dice: "Que les vaya bien; no sientan frío ni hambre", sin darles lo que necesitan, ¿de qué les sirve?" 2:17 "Así pasa con la fe si no se demuestra por la manera de actuar: está completamente muerta."
El lector a esta altura con seguridad se estará preguntando ¿cómo es posible que precisamente la gente que más se ufana de conocer las Escrituras no conozca estas otras afirmaciones tan contrarias a ese único versículo adulterado en que basan su fe?
Leamos en San Mateo sobre quienes están en peores condiciones y su justo castigo:
Mateo 25:42-45 "´Porque tuve hambre y no me dieron de comer, porque tuve sed y no me dieron de beber; era forastero y no me recibieron en su casa; no tenía ropa y no me vistieron; estuve enfermo y encarcelado y no me visitaron.´
Aquellos preguntarán también: ´Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento, desnudo o forastero, enfermo o encarcelado, y no ayudamos?´
Y el Rey [Dios] les responderá: ´En verdad les digo que siempre que no lo hicieron con alguno de estos más pequeños, que son mis hermanos, conmigo no lo hicieron.´ Y éstos [aquellos a la izquierda de Dios] irán al suplicio eterno y los buenos a la vida eterna."
Sigamos ahora, con la epístola de Santiago:
2:18-19 "Y será fácil rebatir a cualquiera: ´Tú tienes la fe y yo hago el bien, ¿dónde está tu fe que no produce nada? Yo por mi parte te mostraré mi fe por el bien que hago.´ ¿Crees que hay un solo Dios? Muy bien. No olvides que también los demonios creen y, sin embargo, tiemblan."
2:21 "Acuérdate de Abraham, nuestro padre. ¿No fue reconocido justo por sus obras, sacrificando a su hijo Isaac en el altar? Y ya ves: la fe inspiraba sus obras, y por las obras su fe llegó a ser perfecta."
Es impresionante que exista gente que aprenda de memoria las Escrituras y no medite o relacione su contenido, ¿verdad? Porque hasta los demonios creen, nos dice le Apóstol. Para los lectores más ardientes recomendamos leer completos los pasajes: Mateo 25: 31-46, y Santiago 2:14-26.
¿Dónde quedan sus objeciones?
El problema queda entonces resuelto, pero abiertas más preguntas: si aún pensamos que creemos en Jesucristo Nuestro Señor, debemos probarlo, no a otros, sino más bien a NOSOTROS MISMOS. El mismo Divino Redentor dijo a sus apóstoles que aquel que cree en El haría cosas más grandes que El, mientras les pedía que creyeran en El por sus propias obras (Juan 14:10)
"... Créanme:" 14:11 " Yo estoy en el Padre, y el Padre está en mí. Al menos créanmelo por mis obras." 14:12 "En verdad, el que cree en mí hará las mismas cosas que yo hago, y aún hará cosas mayores que éstas".
Acerquémonos a nuestros amigos protestantes y con confianza plena en que Dios desea convertir esos corazones orgullosos o convertidos preguntémosles:
"Y tú, ¿crees en Cristo? ¿Crees en el amor? Quizá, querido amigo, te gustaría rebatirme, diciendo que el libro de Santiago es sólo paja, algo insignificante, y que lo que dice el apóstol Santiago tampoco importa mucho y que San Mateo evangelista tampoco tiene mucha importancia. "Deberíamos seguir a Pablo en vez de Santiago", me dices con la Biblia en la mano. Pero escucha, hermano querido, San Pablo también está a favor de las obras para PERMANECER salvados. Te escucho hablar interrumpiéndome y decirme: "Cortaron las ramas para injertarme a mí". Muy bien colega. Fueron cortadas porque no creyeron, y tú te sostienes sólo por la fe. Pero no te creas tanto, sino que más bien ten cuidado. Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, tampoco te perdonará a ti"
"Fíjate a la vez en la bondad y en la severidad de Dios: fue severo con los que cayeron, y bueno contigo, pero con tal de que sigas siendo bueno. De lo contrario, tú también serás cortado. Lee en tu Biblia querida Romanos 11:19-22 "
Así pues, no se requiere sólo la Fe para ser salvado. Tienes que dar FRUTOS para PERMANECER salvado. Recuerda lo que Jesús le dijo a aquellos que NO practican la palabra de Dios (eso es, no hacen nada en favor de sus prójimos): "¿Por qué me llaman Señor, Señor, y no hacen lo que yo digo? Les voy a decir a quién se parece el que viene a escuchar mis palabras y las practica. Se parece a un hombre que, al construir su casa, cavó bien profundamente y puso los cimientos sobre la roca. Vino una inundación y la corriente se precipitó sobre su casa, pero no pudo removerla porque estaba bien construida. Por el contrario, el que escucha mi palabra, pero no la práctica, se parece a un hombre que construye su casa sobre la tierra, sin cimientos. La corriente se precipitó sobre ella y en seguida se desmoronó, siendo grande el desastre de esa casa." Lc 6:46-49
Si sigues pensando que en ninguna parte de la Biblia se menciona que tienes que ser bueno para ser salvado, lee este pasaje:
Yo soy la Vid verdadera, y mi Padre el viñador. Si alguna de mis ramas no produce fruto, él la corta; y limpia toda rama que produce fruto para que dé más. El que no se quede en mí, será arrojado afuera y se secará como ramas muertas: hay que recogerlas y echarlas al fuego, donde arden. Si guardan mis mandamientos, permanecerán en mi amor, así como yo permanezco en el amor de mi Padre, guardando sus mandatos. Yo les he dicho todas estas cosas para que participen en mi alegría y sean plenamente felices. Ahora les doy mi mandamiento: Ámense unos con otros, como yo los amo a ustedes.
A esto es a lo que se refería San Pablo cuando hablaba en Romanos 11. Permanecer en Cristo. Y ¿cómo sabemos si permanecemos en Él? Siendo buenos, Y ADEMÁS amando a nuestros prójimos. Si no amamos a nuestros prójimos, entonces NO estamos en Cristo, y seremos echados al fuego, donde arderíamos.
¿Entonces es esto suficiente para creer que necesitas obedecer los mandamientos de Cristo (amarnos los unos a los otros como El nos amó), hacer obras buenas (dar frutos) para permanecer en El (la viña) y no ser quemados (en el infierno)?
Perdón si esto te asusta querido amigo, pero yo sólo repito lo que Jesús dijo. Y esto es necesario para que seas completamente feliz, en la compañía de Jesús."
Últimas objeciones
Entonces, te escucho preguntar asfixiado por los argumentos e intentando no ya tanto refutarme con la Biblia sin ridiculizando mis palabras: "¿qué significa lo que dijo San Pablo en su epístola a los Romanos, sobre salvados por la Fe? ¿Y por qué Santiago nos dice que tenemos que tener obras buenas? ¿No se contradice la Biblia?"
No. En absoluto. Claro que la fe ES necesaria para ser salvados. Cuando el dulcísimo Redentor se presenta a nuestras vidas, lo aceptamos como a Nuestro Señor y Salvador, y eso es lo que nos salva (por el momento). Pero si dejas de ser bueno, y te olvidas de tu prójimo, ya no estás en Él. Y la fe no ayudará.
Digamos esto más claramente: Primero es la fe. Y ENTONCES, se necesitan las obras. No estamos salvado sólo por las obras. Estamos salvados porque creímos, y mientras estamos en la gracia de Jesucristo seguiremos dando frutos. Los frutos de la fe Y nuestros trabajos.
Pero ¿vamos a pecar porque hemos pasado de la Ley [Judía] al reino de la gracia? Claro que no. Desde el momento en que se entregaron a alguien para ser sus servidores y cumplir sus órdenes, deben hacerle caso y obedecerlo. Si ese dueño es el pecado, irán a la muerte, pero si obedecen a la fe llevarán una vida santa.
Otra pregunta bella para hacerle a nuestros hermanos extraviados es la siguiente: "Cuando ustedes eran los esclavos del pecado, no sentían ninguna obligación respecto al bien, pero ¿qué provecho sacaron de las cosas que ahora les dan vergüenza? El resultado final es la muerte. Pero ahora ustedes están libres del pecado y sirven a Dios; su oficio es hacerse santos y tendrán por premio la vida eterna. Pues el salario del pecado es la muerte; pero el don gratuito de Dios es la vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor. (Rom 6:15-16, 20-23) ¿Ven ahora? No pueden dar frutos si no están en Cristo, sino que son esclavos del pecado. Cuando aceptaron a Jesucristo como su Señor y Salvador, no fue sólo una palabra que no cumplirán. TIENEN que cumplir esa palabra. Y eso es dejar que Jesucristo Nuestro Señor sea realmente el Señor de sus vidas. ¿De qué sirve decirle que es Señor, si en vez de hacer lo que El quiere, hacemos lo que nos da la gana? Es como decirle a alguien: Mira, ten. Esto es mi tesoro. Pero en vez de dárselo lo escondemos en una caja fuerte para nosotros mismos. ¿No era Señor de nuestras vidas? Entonces, ¿Por qué no lo dejamos que USE ese derecho que le dimos? En otras palabras, si creemos en Cristo, esa fe no nos salvará si no nos dejamos salvar por Él. Si nos dejamos llevar por el pecado, entonces, obviamente seguimos siendo esclavos del pecado. Nuestra conducta probará de quién somos servidores.
La cuestión se reduce a este punto: ¿a quién sirvo? ¿A Jesucristo, nuestro Salvador? ¿O a Satanás, que nos tiene inmersos en el pecado?
Conclusión
Del punto anterior se nos presenta algo que es absurdo negar u omitir: la importancia de la Gracia. Si no nos preocupamos por hacer oración, no podremos salir del pecado. Sólo Dios nos puede sacar, pero nos corresponde a nosotros llamarlo para que El nos haga libres.
Para hablar de acuerdos entre protestantes y católicos debemos pensar lo mismo respecto a la misma cosa, pero si coincidimos en este o aquel punto y en lo esencial o en sus consecuencias diferimos hasta arriesgar la salvación, no podemos en absoluto decir que coincidimos en ese punto doctrinario. Creemos que si, que la salvación es efectivamente un regalo. Pero un regalo que implica responsabilidades.
Recordemos la parábola de los Talentos: vemos claramente como los Talentos son un regalo, que es la salvación.
Un hombre de gran familia se dirigió a un país lejano para ser nombrado rey y volver en seguida. Llamó a diez empleados suyos, les entregó a cada uno una moneda de oro y les dijo: Trabajen este dinero hasta que yo vuelva. Pero sus compatriotas lo odiaban y mandaron detrás de él una comisión encargada de decir: Nosotros no lo queremos por rey.
Cuando volvió, había sido nombrado rey. Entonces hizo llamar a los empleados a los que había entregado dinero, para averiguar cuánto había ganado cada uno. Se presentó el primero y dijo: "Señor, tu moneda produjo otras diez." El le contestó: "Está bien, servidor bueno, ya que fuiste fiel en lo poco, recibe el gobierno de diez ciudades".
Vino el segundo y dijo: "Señor, tu moneda produjo otras cinco". El rey contestó igualmente a éste: "También tú gobierna cinco ciudades". Vino el tercero y dijo: "Señor, aquí tienes tu moneda. La guardé envuelta en un pañuelo, porque tuve miedo de ti. Eres un hombre exigente, reclamas lo que no has depositado y cosechas lo que no has sembrado".
Contestó el rey: "Servidor malo, te juzgo por tus propias palabras. Sabías que soy hombre exigente, que reclamo lo que no he depositado y que cosecho lo que no he sembrado; entonces, ¿por qué no pusiste mi dinero en el banco? A mi regreso yo lo habría cobrado con intereses." Y dijo el rey a los que estaban presentes: "quítenle la moneda y désenla al que tiene diez".
"Pero señor, le contestaron, ya tiene diez monedas".
Yo les declaro que a todo hombre que tenga se le dará, pero al que no tenga se le quitará aún lo que tiene.
En cuanto a mis enemigos, que no me quisieron por rey, tráiganlos para acá y mátenlos en mi presencia." (Lc 19:12-27)
Este pasaje nos enseña muchas cosas: Primero, tenemos que usar nuestras ´monedas´, esto es, nuestra Gracia, para santificarnos y santificar al próximo, para procurar su salvación.
Y es que mientras no estemos trabajando para Cristo, esto es, escuchando Sus divinas palabras y no haciendo nada, los enemigos de Dios, esto es, los sirvientes del demonio, estarán tratando de arrastrar a todos los que caminan en la duda.
Por eso es que tenemos que trabajar para Dios, no sólo para NUESTRA salvación, sino para la salvación de OTROS. Es por eso que Sola Fide se queda corta en esto. No sirve, favorece en su restricción a la actuación de Satanás. Si no trabajamos y acercamos a la gente a la Verdad, a la Verdadera y Santa Iglesia fundada por Cristo para nuestra salvación, pero tuviésemos posibilidad, seremos culpables de dejar que esa gente se pierda. Y el día del Juicio en que compareceremos ante Dios, nuestro justo Juez, todas y cada una de esas almas se presentarán ante nosotros para presentar testimonio en contra nuestra. Nos señalarán y seremos responsables por nuestra inacción, por nuestra omisión o por nuestros pecados que los escandalizaron.
El juez que cometió el crimen más monstruoso de la Historia, Poncio Pilatos, lo hizo al no hacer nada, al marginarse del asunto. De la misma manera, somos culpables de que otras gentes se pierdan por no hacer nada al respecto.
Si Pilatos aún pudiera excusarse en que no creía en el Divino Redentor (cosa dudosa, en vista de testimonio del Evangelio), nosotros no, porque creemos en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Entonces, tenemos más responsabilidades que los no creyentes. ¿Acaso no tenemos Fe? ¿No amamos a nuestros hermanos? Bien, usemos, pues, nuestra fe, ¡y demos fruto! Debemos salvar a nuestros prójimos, y darles amor.
Los criminales más ruines, los traficantes de niños, de mujeres, de armas o de drogas, los abortistas o los enemigos de Dios o de la civilización cristiana también creen, como los demonios también creen. Su destino es horrible, según el mismo Evangelio. Y las mismas cosas les pasarán a los que creen en Jesús de palabras, pero no lo aceptan en sus corazones: Serán cortados y echados al fuego.
Como buenos cristianos los evangelistas y protestantes saben que no es por miedo que basamos nuestra fe, sino por amor. Pero la realidad de los novísimos debe, nos obliga a hacernos pensar. El Juicio, el Purgatorio, el cielo y el Infierno son realidades que no pueden negarse aunque lo queramos. El que nada debe, nada teme. Ese es un proverbio muy sabio. Si amas a tu prójimo, daremos fruto. Esa es la promesa que el Divino Redentor nos hizo a todos.
Por amor, daremos frutos así como por los frutos conoceremos el árbol, según el Evangelio. "Obras son amores y no buenas razones" dice el refrán popular. Por amor obramos y la fe sin obras es como guitarra sin cuerdas.
Si acaso nuestros hermanos en Cristo siguen oponiéndose en sus corazones a aceptar la multitud de citas evangélicas y de la simple razón, podemos recomendarle, además, que mediten los siguientes pasajes que prueban que son imprescindibles las obras para la salvación:
1.La higuera que no dio frutos (Lucas 13:1-9)
2.La lámpara que debe alumbrar (Lucas 8:16-18)
3.El buen samaritano (Lucas 10:25-37)
4.Renunciar a las riquezas para poder entrar al Cielo (Mateo 19:16 ss.; Marcos 10:17 ss)
5.Permanecer fiel (la parábola de las diez jóvenes (Mateo 25:1-13)
6.No quitarles la fe a los pequeños, y alejarse de la tentación (Marcos 9:42-48
Aprende a apreciar el esfuerzo
Un hijo debe aprenda a apreciar el esfuerzo y tener la experiencia de la dificultad y aprender la habilidad de trabajar con los demás
Aprende a apreciar el esfuerzo
Un joven fue a solicitar un puesto importante en una empresa grande. Pasó la entrevista inicial e… iba a conocer al director para la entrevista final. El director vio su CV, era excelente. Y le preguntó: ” ¿Recibió alguna beca en la escuela?” el joven respondió “no”.
“¿Fue tu padre quien pagó tus estudios? “
” Si.”-respondió.
“¿Dónde trabaja tu padre? “
“Mi padre hace trabajos de herreria.”
El director pidió al joven que le mostrara sus manos. El joven mostró un par de manos suaves y perfectas.
“¿Alguna vez has ayudado a tu padre en su trabajo? “
“Nunca, mis padres siempre quisieron que estudiara y leyera más libros. Además, él puede hacer esas tareas mejor que yo.
El director dijo:
“Tengo una petición: cuando vayas a casa hoy, ve y lava las manos de tu padre, y luego ven a verme mañana por la mañana.”
El joven sintió que su oportunidad de conseguir el trabajo era alta.
Cuando regresó a su casa le pidió a su padre que le permitiera lavar sus manos.
Su padre se sintió extraño, feliz pero con sentimientos encontrados y mostró sus manos a su hijo. El joven lavó las manos poco a poco. Era la primera vez que se daba cuenta de que las manos de su padre estaban arrugadas y tenían tantas cicatrices. Algunos hematomas eran tan dolorosos que su piel se estremeció cuando él la tocó.
Esta fue la primera vez que el joven se dio cuenta de lo que significaban este par de manos que trabajaban todos los días para poder pagar su estudio. Los moretones en las manos eran el precio que tuvo que pagar por su educación, sus actividades de la escuela y su futuro.
Después de limpiar las manos de su padre, el joven se puso en silencio a ordenar y limpiar el taller. Esa noche, padre e hijo hablaron durante un largo tiempo.
A la mañana siguiente, el joven fue a la oficina del director.
El director se dio cuenta de las lágrimas en los ojos del joven cuando le preguntó: “¿Puedes decirme qué has hecho y aprendido ayer en tu casa?”
El joven respondió: -“lavé las manos de mi padre y también terminé de asear y acomodar su taller”
“Ahora sé lo que es apreciar, reconocer. Sin mis padres, yo no sería quien soy hoy. Al ayudar a mi padre ahora me doy cuenta de lo difícil y duro que es conseguir hacer algo por mi cuenta. He llegado a apreciar la importancia y el valor de ayudar a la familia.
El director dijo: “Esto es lo que yo busco en mi gente. Quiero contratar a una persona que pueda apreciar la ayuda de los demás, una persona que conoce los sufrimientos de los demás para hacer las cosas, y una persona que no ponga el dinero como su única meta en la vida”. “Estás contratado”.
Un niño que ha sido protegido y habitualmente se le ha dado lo que él quiere, desarrolla una “mentalidad de tengo derecho” y siempre se pone a sí mismo en primer lugar. Ignoraría los esfuerzos de sus padres.
Si somos este tipo de padres protectores ¿realmente estamos demostrando el amor o estamos destruyendo a nuestros hijos?
Puedes dar a tu hijo una casa grande, buena comida, clases de computación, ver en una gran pantalla de televisión. Pero cuando estás lavando el piso o pintando una pared, por favor que también él lo experimente. Después de comer que lave sus platos junto con sus hermanos y hermanas. No es porque no tengas dinero para contratar quien lo haga, es porque quieres amarlos de la manera correcta. No importa cuán rico seas, lo que quieres es que entienda. Un día tu pelo tendrá canas, igual que la madre de ese joven.
Lo más importante es que tu hijo aprenda a apreciar el esfuerzo y tenga la experiencia de la dificultad y aprenda la habilidad de trabajar con los demás para hacer las cosas.
Predicación De Cuaresma Del P. Cantalamessa © Vatican Media
Padre Raniero Cantalamessa: “In te ipsum redi” (“Entra dentro de ti”)
Tercera Predicación de Cuaresma
MARZO 29, 2019 19:23
RANIERO CANTALAMESSA ESPIRITUALIDAD Y ORACIÓN
(ZENIT – 29 marzo 2019).- Esta viernes, 29 de marzo de 2019, a las 9 horas, en la Capilla Redemptoris Mater, el Predicador de la Casa Pontificia, el Reverendo Padre. Raniero Cantalamessa, franciscano capuchino, ha pronunciado el tercer sermón de Cuaresma.
El tema de las meditaciones de Cuaresma es el siguiente: “In te ipsum redi” (Entra dentro de ti, San Agustín).
Los próximos sermones se pronunciarán los viernes 5 y 12 de abril.
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La idolatría, antítesis del Dios viviente
Cada mañana, al despertar, experimentamos algo singular, a lo cual no hacemos caso casi nunca. Durante la noche, las cosas en torno a nosotros existían, eran como las habíamos dejado la noche anterior: la cama, la ventana, la habitación. Quizás fuera ya brilla el sol, pero no lo vemos porque tenemos los ojos cerrados y las cortinas cerradas. Sólo ahora, al despertar, las cosas empiezan o vuelven a existir para mí, porque tomo conciencia de ello, me doy cuenta de ellas. Antes era como si no existieran.
Sucede lo mismo con Dios. Él está siempre; «en él vivimos, nos movemos y existimos», decía Pablo a los atenienses (Hch 17,28); pero normalmente esto sucede como en el sueño, sin que nos demos cuenta. Es necesario, también para el espíritu un despertar, un sobresalto de conciencia. Por eso, la Escritura nos exhorta a menudo a levantarnos del sueño: «Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz» (Ef 5,14). «¡Ya es tiempo de despertarse del sueño!» (Rom 13,11).
La idolatría antigua y nueva
El Dios «vivo» de la Biblia está así definido para distinguirlo de los ídolos que son cosas muertas. Es la batalla que une a todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento. Basta con abrir casi por casualidad una página de los profetas o de los salmos para encontrar allí los signos de esta épica lucha en defensa del Dios único de Israel. La idolatría es exactamente la antítesis del Dios vivo. De los ídolos, un salmo dice:
Sus ídolos, en cambio, son plata y oro, hechura de manos humanas. Tienen boca, y no hablan, tienen ojos, y no ven, tienen orejas, y no oyen, tienen nariz, y no huelen, tienen manos, y no tocan, tienen pies, y no andan; no tiene voz su garganta (Sal 114,3-7).
Del contraste con los ídolos, el Dios vivo aparece como un Dios que «obra lo que quiere», que habla, que ve, que huele, ¡un Dios «que respira»! El aliento de Dios también tiene un nombre en la Escritura: se llama la Ruah Jahwe, el Espíritu de Dios.
La batalla contra la idolatría lamentablemente no terminó con el fin del paganismo histórico; está siempre en acción. Los ídolos han cambiado de nombre, pero están más presentes que nunca. También dentro de cada uno de nosotros, veremos, hay uno que es el más temible de todos. Vale la pena por eso detenernos una vez sobre este problema, como problema actual, y no sólo del pasado.
Quien hizo de la idolatría el análisis más lúcido y más profundo es el Apóstol Pablo. Por él nos dejamos conducir al descubrimiento del «becerro de oro» que anida dentro de cada uno de nosotros. Al comienzo de la carta a los Romanos leemos estas palabras:
«La ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres, que tienen la verdad prisionera de la injusticia. Porque lo que de Dios puede conocerse les resulta manifiesto, pues Dios mismo se lo manifestó. Pues lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, son perceptibles para la inteligencia a partir de la creación del mundo a través de sus obras; de modo que son inexcusables, pues, habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como Dios ni le dieron gracias; todo lo contrario, se ofuscaron en sus razonamientos, de tal modo que su corazón insensato quedó envuelto en tinieblas» (Rom 1,18-21).
En la mente de aquellos que han estudiado teología, estas palabras están vinculadas casi exclusivamente a la tesis de la cognoscibilidad natural de la existencia de Dios a partir de las criaturas. Por eso, una vez resuelto este problema, o después de que ha dejado de ser actual como en el pasado, sucede que muy raramente estas palabras son recordadas y valoradas. Pero lo de la cognoscibilidad natural de Dios es, en el contexto, un problema totalmente marginal. Las palabras del Apóstol tienen mucho más que decirnos; contienen uno de esos «truenos de Dios» capaces de partir incluso los cedros del Líbano.
El Apóstol está atento a demostrar cuál es la situación de la humanidad antes de Cristo y fuera de él; en otras palabras, desde donde parte el proceso de la redención. Él no parte desde cero, de la naturaleza, sino desde bajo cero, del pecado. Todos han pecado, nadie está excluido. El Apóstol divide el mundo en dos categorías: griegos y judíos, es decir, paganos y creyentes, y comienza su requisitoria precisamente por el pecado de los paganos. Identifica el pecado fundamental del mundo pagano en la impiedad y en la injusticia. Dice que es un atentado a la verdad; no a esta o a aquella verdad, sino a la verdad originaria de todas las cosas.
El pecado fundamental, el objeto primario de la ira divina, es identificado en la asebeia, es decir, en la impiedad. En qué consiste exactamente esta impiedad, el Apóstol lo explica enseguida, diciendo que consiste en el rechazo de «glorificar» y «dar gracias a Dios». En otras palabras, rechazar reconocer a Dios como Dios, al no tributarle la consideración que le es debida. Consiste, podríamos decir, en «ignorar» a Dios, donde, sin embargo, ignorar no significa tanto «no saber que existe», cuanto «hacer como si no existiera».
En el Antiguo Testamento oímos a Moisés que clama al pueblo: «¡Reconoced que Dios es Dios!» (cf. Dt 7,9) y un salmista recoge dicho grito, diciendo: «¡Reconoced que el Señor es Dios: Él nos ha hecho y somos suyos!» (Sal 100,3). Reducido a su núcleo germinativo, el pecado es negar ese «reconocimiento»; es el intento, por parte de la criatura, de anular la infinita diferencia cualitativa que existe entre la criatura y el Creador, negándose a depender de él. Dicho rechazo ha tomado cuerpo, concretamente, en la idolatría, por la cual se adora a la criatura en lugar del Creador (cf. Rom 1,25). Los paganos, prosigue el Apóstol, «alardeando de sabios, resultaron ser necios y cambiaron la gloria del Dios inmortal por imágenes del hombre mortal, de pájaros, cuadrúpedos y reptiles» (Rom 1,22-23).
El Apóstol no quiere decir que todos los paganos, indistintamente, hayan vividos subjetivamente en este tipo de pecado (más adelante hablará de paganos que se hacen queridos a Dios siguiendo la ley de Dios escrita en sus corazones, cf. Rom 2,14s); solo quiere decir cuál es la situación objetiva del hombre ante Dios tras el pecado. El hombre, creado «recto» (en sentido físico de erguido y en lo moral de justo), con el pecado se ha hecho «curvo», es decir, replegado sobre sí mismo, y «perverso», es decir orientado hacia sí mismo, en lugar de hacia Dios.
En la idolatría, el hombre no «acepta» a Dios, sino que se hace un dios. Las partes aparecen invertidas: el hombre se convierte en el alfarero, y Dios la vasija que él modela a su antojo (cf. Rom 9,20ss). Hay en todo ello una referencia, al menos implícita, al relato de la creación (cf. Gén 1,26-27). Allí se dice que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza; aquí se dice que el hombre ha cambiado por Dios la imagen y la figura de hombre corruptible. En otras palabras, Dios hizo al hombre a su imagen, ahora el hombre hace a Dios a su imagen. Puesto que el hombre es violento, he aquí que hará de la violencia un dios, Marte; puesto que es lujurioso, hará de la lujuria una diosa, Venus, y así sucesivamente. Hace de Dios la proyección de sí mismo.
«¡Tú eres ese hombre!»
Sería fácil demostrar que ésta es también la situación en la que, por cierto lado, nos hemos encontrado, en occidente, desde el punto de vista religioso y del que ha comenzado el ateísmo moderno con la célebre máxima de Feuerbach: «No es Dios quien ha creado al hombre a su imagen, sino que es el hombre quien crea a Dios a su imagen». ¡En cierto sentido hay que admitir que esta afirmación es verdadera! Sí, dios es realmente un producto de la mente humana. Sin embargo, el problema es saber de qué dios se trata. Ciertamente no del Dios vivo de la Biblia, sino sólo de un sucedáneo suyo.
Imaginemos que hoy un desequilibrado la toma a martillazos con la estatua del David, de Miguel Ángel, que se encuentra al aire libre, delante del Palazzo della Signoria en Florencia, y luego se pone a gritar con aire de triunfo: «¡He destruido el David de Miguel Ángel! ¡Ya no existe el David! ¡Ya no existe el David!» No sabe, pobre iluso, que era sólo una imitación, una copia para turistas con prisa, porque el verdadero David de Miguel Ángel, tras un atentado de este tipo ocurrido en el pasado, fue retirado de la circulación y puesto a salvo en la Galería de la Academia. Es lo que le sucedió a Nietzsche cuando, por boca de un personaje suyo, proclamó: «¡Hemos matado a Dios!»[1]. No se daba cuenta de que no había matado al verdadero Dios, sino una copia de «escayola».
Basta una simple observación para convencerse de que el ateísmo moderno no ha tenido que ver con el Dios de la fe cristiana, sino con una idea deformada de él. Si se hubiera mantenido viva en teología la idea del Dios Uno y Trino (en lugar de hablar de un vago «Ser supremo»), no habría sido tan fácil para Feuerbach hacer triunfar su tesis de que Dios es una proyección que el hombre hace de sí mismo y de la propia esencia. ¿Qué necesidad tendría el hombre de desdoblarse en tres: Padre, Hijo y Espíritu Santo? Es el vago deísmo lo que es derribado por el ateísmo moderno, no la fe en Dios uno y trino.
Pero pasemos a otra cosa. Nosotros no estamos aquí para refutar el ateísmo moderno o para un curso de teología pastoral; estamos aquí para hacer un camino de conversión personal. ¿Qué parte tenemos nosotros —entiendo ahora «nosotros» en el sentido de nosotros que estamos aquí, nosotros los creyentes—, en la tremenda requisitoria de la Biblia contra la idolatría? Según lo dicho hasta aquí, parecería, en efecto, que nosotros tenemos, más que otra cosa, un papel de acusadores. Pero escuchemos bien lo que sigue en la Carta de Pablo a los Romanos. Después de haber arrancado la máscara del rostro del mundo, en ella el Apóstol arranca la máscara también por nuestro rostro y veamos cómo.
«Por ello, tú que te eriges en juez, sea quien seas, no tienes excusa, pues, al juzgar aotro, a ti mismo te condenas, porque haces las mismas cosas, tú que juzgas. Sabemos que el juicio de Dios contra los que hacen estas cosas es según verdad. ¿Piensas acaso, tú que juzgas a los que hacen estas cosas pero actúas del mismo modo, que vas a escapar del juicio divino?» (Rom 2,1-3).
La Biblia narra esta historia. El rey David había cometido un adulterio; para cubrirlo había hecho morir en la guerra al marido de la mujer, de modo que, en ese punto, tomarla como mujer podía parecer incluso un acto de generosidad por parte del rey, respecto del soldado muerto luchando por él. Una verdadera cadena de pecados. Se acercó entonces a él el profeta Natán, enviado por Dios, y le contó una parábola (pero el rey no sabía que era una parábola). Había —dijo—, en la ciudad, un hombre rico que tenía rebaños de ovejas y había también un pobrecillo que tenía una sola oveja muy querida para él, de la cual obtenía su sustento y que dormía con él. Llegó al rico un huésped y él, conservando sus ovejas, tomó para sí la ovejita del pobre y la hizo matar por preparar la mesa al huésped. Al oír esta historia, la ira de David se desencadenó contra ese hombre y dijo: «¡Quien ha hecho esto merece la muerte!» Entonces Natán, abandonando de golpe la parábola y apuntando con el dedo hacia él, dijo a David: «¡Tú eres ese hombre!» (cf. 2 Sam 12,1ss).
Es lo que hace con nosotros el Apóstol Pablo. Después de habernos arrastrado detrás de sí en una justa indignación y horror por la impiedad del mundo, pasando por el capítulo primero al capítulo segundo de su Carta, como si se dirigiera de golpe hacia nosotros, nos repite: «¡Tú eres ese hombre!». La reaparición, en este punto, del término «inexcusable» (anapologetos), usado anteriormente para los paganos, no deja dudas sobre las intenciones de Pablo. Mientras juzgabas a los demás —viene a decir—, tú te condenabas a ti mismo. El horror que has concebido por la idolatría es hora de dirigirlo contra ti.
El «juez», a lo largo del capítulo segundo, se revela que es el judío que aquí, sin embargo, es tomado, más que otra cosa, como tipo. «Judío» es el no-griego, el no-pagano (cf. Rom 2,9-10); es el hombre piadoso y creyente que, firme en sus principios y en posesión de una moral revelada, juzga al resto del mundo y, juzgando, se siente seguro. «Judío» es, en este sentido, cada uno de nosotros. Orígenes decía incluso que, en la Iglesia, con quienes se las toma estas palabras del Apóstol son los obispos, presbíteros y diáconos, es decir, los guías, los maestros[2].
Pablo ha experimentado él mismo este shock, cuando, como fariseo, se hizo cristiano, y por eso puede hablar ahora con tanta seguridad y señalar a los creyentes el camino para salir del fariseísmo. Él desenmascara la ilusión extraña y frecuente de las personas piadosas y religiosas de considerarse al abrigo de la cólera de Dios, sólo porque tienen una clara idea del bien y del mal, conocen la ley y, si fuera necesario, la saben aplicar a los demás, mientras que, en cuanto a sí mismos, piensan que el privilegio de estar del lado de Dios o, de todos modos, la «bondad» y la «paciencia» de Dios, que conocen bien, harán una excepción para ellos.
Imaginemos esta escena. Un padre está reprochando a uno de sus hijos por alguna transgresión; otro hijo, que ha cometido la misma culpa, creyendo ganarse la simpatía del padre y escapar al reproche, se pone a gritar también él, en voz alta, el hermano, mientras que el padre se esperaba otra cosa, es decir, que, oyendo que reprochar al hermano y viendo su bondad y paciencia hacia él, él corriera a arrojarse a los pies, confesando que él también era reo de la misma culpa y prometiéndole enmendarse.
«¿O es que desprecias el tesoro de su bondad, tolerancia y paciencia, al no reconocer que la bondad de Dios te lleva a la conversión? Con tu corazón duro e impenitente te estás acumulando cólera para el día de la ira, en que se revelará el justo juicio de Dios» (Rom 2,4-5).
¡Qué terremoto el día que te das cuenta de que la palabra de Dios está hablando de este modo precisamente a ti y que ese «tú» eres tú! Ocurre como cuando un jurista está concentrado en analizar una famosa sentencia de condena emitida en el pasado y que sentó jurisprudencia cuando, de repente, observando mejor, se da cuenta de que esa sentencia se aplica también a él y está todavía en pleno vigor: cambia de golpe el estado de ánimo y el corazón deja de estar seguro de sí mismo. Aquí la palabra de Dios está comprometida en un auténtico tour de force; debe revertirse la situación de aquel que la está tratando. Aquí no hay escapatoria: hay que «colapsar» y decir como David: «¡He pecado!» (2 Sam 12,13), o se produce un endurecimiento ulterior del corazón y se refuerza la impenitencia. De la escucha de esta palabra de Pablo se sale o convertidos o endurecidos.
Pero, ¿cuál es la acusación específica que el Apóstol dirige contra los «piadosos»? La de hacer —dice— «las mismas cosas» que juzgan en los demás. ¿En qué sentido «las mismas cosas»? ¿En el sentido de materialmente las mismas? También esto (cf. Rom 2,21-24); pero sobre todo las mismas cosas, en cuanto a la sustancia, que es la maldad y la idolatría. El Apóstol lo destaca mejor durante el resto de su Carta, cuando denuncia la pretensión de salvarse con las propias obras y así hacer de sí mismos los acreedores y de Dios, el deudor. Si tú, viene a decir, observas la ley y haces todo tipo de buenas obras, pero para afirmar tu justicia, te pones a ti mismo en el lugar de Dios. Pablo no hace más que repetir con otras palabras lo que Jesús, en el Evangelio, había tratado de decir con la parábola del fariseo y del publicano en el templo y en otros infinitos modos.
Aplicamos el todo a nosotros cristianos, puesto que, como decíamos, el objetivo de Pablo no son tanto los judíos como pueblo, cuanto el hombre religioso en general y, en el caso específico, los llamados «judeo-cristianos». Hay una idolatría escondida que insidia al hombre religioso. Si idolatría es «adorar la obra de sus manos» (cf. Is 2,8; Os 14,4), si idolatría es «poner la criatura en lugar del Creador», yo soy idolatra cuando pongo la criatura —mi criatura, la obra de mis manos— en lugar del Creador. Mi criatura puede ser la casa o la iglesia que construyo, la familia que creo, el hijo que he traído al mundo (¡cuántas mamás, también cristianas, sin darse cuenta, hacen de su hijo, especialmente si es único, su Dios!); puede ser el instituto religioso que he fundado, el cargo que desempeño, el trabajo que realizo, la escuela que dirijo, para mí que os hablo esta misma charla que estoy dando.
En el fondo de toda idolatría está la autolatría, el culto de sí, el amor propio, el ponerse a sí mismo en el centro y en el primer puesto en el universo, sometiendo todo a él. Basta que aprendamos a escucharnos mientras hablamos para descubrir cómo se llama nuestro ídolo, pues, como dice Jesús, «de la abundancia del corazón habla la boca » (Mt 12,34). Nos daremos cuenta de cuántas frases nuestras comienzan con la palabra «yo».
El resultado es siempre la impiedad, el no glorificar a Dios, sino siempre y sólo a sí mismos, el hacer servir el bien, también el servicio que prestamos a Dios —¡también Dios!—, al propio éxito y a la propia afirmación personal. Muchos árboles de tronco alto tienen raíz fusiforme, una raíz madre que desciende perpendicularmente bajo el tronco y hace que la planta esté firme e inquebrantable. Mientras no se pone el hacha en esa raíz, se pueden cortar todas las raíces laterales, pero el árbol no cae. Ese lugar es muy estrecho, no hay lugar para dos: o está mi yo, o está Cristo.
Quizás, entrando en mí mismo, estoy dispuesto, en este momento, a reconocer la verdad, es decir, que hasta ahora he vivido «para mí mismo», que también estoy implicado en el misterio de la impiedad. El Espíritu Santo me ha «convencido de pecado».
Comienza para mí el milagro siempre nuevo de la conversión. Si el pecado, como nos explicó Agustín, consistió en un repliegue sobre sí mismos, la conversión más radical consiste en «enderezarnos» y re-dirigirnos a Dios. No podemos hacerlo en el transcurso de una predicación, o de una Cuaresma; pero podemos al menos tomar la decisión seria de hacerlo, y es ya en cierto modo, para Dios, como haberlo hecho.
Si me alineo con todo mí yo en la parte de Dios, contra mi «yo», me hago su aliado; somos dos en luchar contra el mismo enemigo y la victoria está asegurada. Nuestro yo, como un pez sacado fuera de su agua, puede deslizarse aún y menearse un poco, pero está destinado a morir. Pero no es un morir, sino un nacer. «Quien quiere salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mi causa, la encontrará» (Mt 16,25). En la medida en que muere el hombre viejo, nace en nosotros «el hombre nuevo, creado según Dios en justicia y en la verdadera santidad» (Ef 4,24). El hombre o la mujer que todos secretamente queremos ser.
Dios nos ayude a realizar cada vez más la verdadera empresa de la vida que es nuestra conversión.