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San Fidel de Sigmaringa

Celebrado El 24 De Abril

Presbítero y mártir (1578-1622)    El martirio es una gracia permanente en la Iglesia. La sangre cristiana corrió con abundancia a lo largo de los primeros siglos como testimonio de la nueva fe, y más tarde seria derramada, en tiempos modernos, por las Iglesias jóvenes de Extremo Oriente y del Nuevo Mundo.    Pero, durante la Reforma protestante y el Anglicanismo el martirio cobró una forma nueva, la más dolorosa: en nombre de la fidelidad al Evangelio, unos cristianos llevaban al martirio a otros. Así fue como entregó Fidel su vida por la fe católica.    Marcos Rey, nacido en Sigmaringen (Alemania) en 1578, hijo del burgomaestre de Sigmaringa, era un joven muy inteligente que ya cursando sus estudios de Leyes en Friburgo de Brisgovia llamaba la atención de todos por sus dotes intelectuales.

Recibe el sacerdocio a los treinta y cinco años, el 4 de octubre de 1612. Al imponerle el nombre, el P. Guardián, como queriendo jugar con el significado del nombre, le recordó la frase del Apocalipsis: "Sé fiel - Fidel - hasta la muerte y te daré la corona de la vida".    Se entregó de lleno a su formación teológica pero, sobre todo, a su formación ascética y piadosa: Pasaba horas en la oración y castigaba su cuerpo con rigurosas penitencias. Como superior sucesivamente de varios conventos, se señaló por un amor abrasador y puso sus dotes de orador al Servicio del Evangelio en numerosas misiones populares.    Se le encomendaron misiones de predicación en tierras de protestantes - Suiza, Austria, sur de Alemania -, fue elegido guardián de los conventos de Feldkirch y Friburgo, tuvo rasgos de abnegado heroísmo durante una epidemia de peste, y convirtió a muchos calvinistas con una caridad que desarmaba a sus adversarios.

El Papa Gregorio XV había fundado aquellos días - 1622 - la Sagrada Congregación de Propaganda Fide para extender el conocimiento de la doctrina de Jesús por todos los países del mundo.   El domingo 24 de Abril de 1622 , los herejes Grisones mientras estaba predicando la palabra de Dios, descargaron una espada contra él, pudo ponerse de rodillas y exclamó: "Jesús, María, valedme" y expiró.   Es el Protomártir de la Sagrada Congregación de Propaganda Fide

¿Qué valor tiene para mí la Eucaristía?

Santo Evangelio según San Lucas 24, 13-35. Miércoles de la octava de Pascua

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, concédeme la gracia de poder palpar con los ojos de la fe, la grandeza y profundidad que se esconde en la Eucaristía. Que, al contemplarte ahí, ocultamente, experimente la fuerza de tu amor, la alegría de tu esperanza y la plenitud de la fe.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 24, 13-35

El mismo día de la resurrección, iban dos de los discípulos ha¬cia un pueblo llamado Emaús, situado a unos once kilómetros de Jerusalén, y comentaban todo lo que había sucedido.

Mientras conversaban y discutían, Jesús se les acercó y comenzó a caminar con ellos; pero los ojos de los dos discípulos estaban velados y no lo reconocieron. Él les preguntó: "¿De qué cosas vienen hablando, tan llenos de tristeza?".

Uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: "¿Eres tú el único forastero que no sabe lo que ha sucedido estos días en Jerusalén?". Él les preguntó: "¿Qué cosa?". Ellos les respondieron: "Lo de Jesús el Nazareno, que era un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo. Cómo los sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él sería el libertador de Israel, y sin embargo, han pasado ya tres días desde que estas cosas sucedieron. Es cierto que algunas mujeres de nuestro grupo nos han desconcertado, pues fueron de madrugada al sepulcro, no encontraron el cuerpo y llegaron contando que se les habían aparecido unos ángeles, que les dijeron que estaba vivo. Algunos de nuestros compañeros fueron al sepulcro y hallaron todo como habían dicho las mujeres, pero a él no lo vieron".

Entonces Jesús les dijo: "¡Qué insensatos son ustedes y qué duros de corazón para creer todo lo anunciado por los profetas! ¿Acaso no era necesario que el Mesías padeciera todo esto y así entrara en su gloria?". Y comenzando por Moisés y siguiendo con todos los profetas, les explicó todos los pasajes de la Escritura que se referían a él.

Ya cerca del pueblo a donde se dirigían, él hizo como que iba más lejos; pero ellos le insistieron, diciendo: "Quédate con nosotros, porque ya es tarde y pronto va a oscurecer". Y entró para quedarse con ellos. Cuando estaban a la mesa, tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero él se les desapareció. Y ellos se decían el uno al otro: "¡Con razón nuestro corazón ardía, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras!".

Se levantaron inmediatamente y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, los cuales les dijeron: "De veras ha resucitado el Señor y se le ha aparecido a Simón". Entonces ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Hasta el día de hoy, todas las generaciones que a lo largo de la historia nos han precedido dentro de la Iglesia, somos reunidos ante un misterio profundo e inagotable en el que se encuentra resumida nuestra historia de salvación y redención, nuestra fe. Historia de amor que nos ha liberado de la esclavitud y oscuridad del pecado. Este misterio es la Eucaristía.

En el Evangelio contemplamos cómo los dos discípulos caminaban tristes. En ese camino en el que se les acercó el Señor de modo desconocido, su corazón comenzó a vibrar al escucharle, pero le reconocieron sólo en el momento en que el Señor ofreció el pan. Fue ahí donde comprendieron que su muerte en la cruz no había sido una pérdida, sino una victoria. Su ánimo triste, con el que caminaban, se convirtió en alegría. Sus ojos se les abrieron, su fe fue transformada y su amor confirmado. ¿Qué significado y valor tiene para mí la Eucaristía? Hoy, en la alegría de la pascua, descubramos la verdad, la fuerza, la felicidad, escondidas en la Eucaristía. Contemplemos, en ese misterio desbordante de amor, a nuestro Señor que nos habla, que nos acompaña y que nos guía en cada momento y circunstancia de nuestra vida. Gocemos de su presencia y compañía. Encontremos a Jesús nuestro Señor y Salvador oculto en ese trozo de pan, en el que se encuentra toda la razón y sentido de nuestro ser, existir y vivir: su amor hasta el extremo.

Te adoro devotamente verdad oculta, que bajo estas formas verdaderamente te escondes; a ti todo el corazón se somete, porque al contemplarte todo él desfallece. Jesús a quien velado ahora contemplo, ¿cuándo se cumplirá aquello que tanto deseo? Que, viéndote con el rostro desvelado, sea bienaventurado al contemplar tu gloria.

«Cuando nosotros nos acercamos al sacramento de la penitencia es para ser renovados, para rejuvenecer. Y esto lo hace Jesucristo. Es Jesús resucitado quien hoy está en medio de nosotros: estará aquí sobre el altar; está en la Palabra... Y sobre el altar estará así: ¡resucitado! Es Cristo que quiere defendernos, el abogado, cuando nosotros hemos pecado, para rejuvenecernos.

Hermanos y hermanas, pidamos la gracia de creer que Cristo está vivo, ¡ha resucitado! Esta es nuestra fe, y si nosotros creemos esto, las demás cosas son secundarias. Esta es nuestra vida, esta es nuestra verdadera juventud. La victoria de Cristo sobre la muerte, la victoria de Cristo sobre el pecado. Cristo está vivo. “Sí, sí, ahora recibiré la comunión…”. Pero cuando tú recibes la Comunión, ¿estás seguro de que Cristo está vivo ahí, ha resucitado? “Sí, es un poco de pan bendecido...”. No, ¡es Jesús! Cristo está vivo, ha resucitado en medio de nosotros y si nosotros no creemos esto, no seremos nunca buenos cristianos, no podremos serlo.»

(Homilía de S.S. Francisco, 15 de abril de 2018).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy trataré de ir a misa para confesarme, si lo necesito, para recibir a Jesús en la Eucaristía y agradeceré el inmenso amor que me tiene.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

¿Por qué es importante la Eucaristía?

Preguntas y respuestas basadas en la encíclica “Ecclesia de Eucaristía” en la que se abordan las características fundamentales de este sacramento de amor

¿Qué es la Eucaristía?

«El Señor Jesús, la noche en que fue entregado», (1 Co 11, 23), instituyó el Sacrificio eucarístico de su cuerpo y de su sangre. Las palabras del apóstol Pablo nos llevan a las circunstancias dramáticas en que nació la Eucaristía. En ella está inscrito de forma indeleble el acontecimiento de la pasión y muerte del Señor. No sólo lo evoca sino que lo hace sacramentalmente presente. Es el sacrificio de la Cruz que se perpetúa por los siglos.

¿Recibimos este sacramento de manos de Cristo?

La Iglesia ha recibido la Eucaristía de Cristo, su Señor, no sólo como un don entre otros muchos, aunque sea muy valioso, sino como el don por excelencia, porque es don de Sí mismo, de su Persona en su santa humanidad y, además, de su obra de salvación. Ésta no queda relegada al pasado, pues todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos.

¿Es un sacramento de amor?

Misterio grande, Misterio de misericordia. ¿Qué más podía hacer Jesús por nosotros? Verdaderamente, en la Eucaristía nos muestra un amor que llega «hasta el extremo», (Jn 13, 1), un amor que no conoce medida.

¿Por qué es importante la Eucaristía?

Con razón ha proclamado el Concilio Vaticano II que el Sacrificio eucarístico es «fuente y cima de toda la vida cristiana». «La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida, que da la vida a los hombres por medio del Espíritu Santo». Por tanto la mirada de la Iglesia se dirige continuamente a su Señor, presente en el Sacramento del altar, en el cual descubre la plena manifestación de su inmenso amor.

¿Qué relación tiene con la Iglesia?

Del misterio pascual nace la Iglesia. Precisamente por eso la Eucaristía, que es el sacramento por excelencia del misterio pascual, está en el centro de la vida eclesial. Se puede observar esto ya desde las primeras imágenes de la Iglesia que nos ofrecen los Hechos de los Apóstoles: «Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones» (2, 42). La «fracción del pan» evoca la Eucaristía. Después de dos mil años seguimos reproduciendo aquella imagen primigenia de la Iglesia.

¿Cómo llega hasta nuestros días?

El acontecimiento pascual y la Eucaristía que lo actualiza a lo largo de los siglos tienen una «capacidad» verdaderamente enorme, en la que entra toda la historia como destinataria de la gracia de la redención. Este asombro ha de inundar siempre a la Iglesia, reunida en la celebración eucarística.

La Misa es, a la vez e inseparablemente, el memorial sacrificial en que se perpetúa el sacrificio de la cruz, y el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor.

¿Está realmente Cristo presente en este sacramento?

Recordemos la doctrina siempre válida del Concilio de Trento: «Por la consagración del pan y del vino se realiza la conversión de toda la sustancia del pan en la sustancia del cuerpo de Cristo Señor nuestro, y de toda la sustancia del vino en la sustancia de su sangre. Esta conversión, propia y convenientemente, fue llamada transubstanciación por la Iglesia Católica».

Verdaderamente la Eucaristía es un misterio que supera nuestro pensamiento y puede ser acogido sólo en la fe. «No veas —exhorta san Cirilo de Jerusalén— en el pan y en el vino meros y naturales elementos, porque el Señor ha dicho expresamente que son su cuerpo y su sangre: la fe te lo asegura, aunque los sentidos te sugieran otra cosa».

¿Cómo descubrimos a Cristo en la Eucaristía?

Contemplar a Cristo implica saber reconocerle dondequiera que Él se manifieste, en sus multiformes presencias, pero sobre todo en el Sacramento vivo de su cuerpo y de su sangre. La Iglesia vive del Cristo eucarístico, de Él se alimenta y por Él es iluminada. La Eucaristía es misterio de fe y, al mismo tiempo, «misterio de luz». Cada vez que la Iglesia la celebra, los fieles pueden revivir de algún modo la experiencia de los dos discípulos de Emaús: «Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron», (Lc 24, 31).

¿Y qué pasa cuando comulgamos?

La eficacia salvífica del sacrificio se realiza plenamente cuando se comulga recibiendo el cuerpo y la sangre del Señor. De por sí, el sacrificio eucarístico se orienta a la íntima unión de nosotros, los fieles, con Cristo mediante la comunión: le recibimos a Él mismo, que se ha ofrecido por nosotros; su cuerpo, que Él ha entregado por nosotros en la Cruz; su sangre, «derramada por muchos para perdón de los pecados», (Mt 26, 28). La Eucaristía es verdadero banquete, en el cual Cristo se ofrece como alimento.

¿Cómo debemos recibir la comunión?

El Catecismo de la Iglesia Católica establece: «Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar». El Concilio de Trento ha concretado que, para recibir dignamente la Eucaristía, «debe preceder la confesión de los pecados, cuando uno es consciente de pecado mortal».

¿Cómo nos ayuda en nuestra vida cristiana?

Una consecuencia significativa propia de la Eucaristía es que da impulso a nuestro camino... poniendo una semilla de viva esperanza en la dedicación cotidiana de cada uno a sus propias tareas (y así) contribuir con la luz del Evangelio a la edificación de un mundo plenamente conforme al designio de Dios.

¿Fuera de la Misa cómo debemos encontrarnos con la Eucaristía?

El culto que se da a la Eucaristía fuera de la Misa es de un valor inestimable en la vida de la Iglesia. La presencia de Cristo bajo las sagradas especies que se conservan después de la Misa, deriva de la celebración del Sacrificio y tiende a la comunión sacramental y espiritual. (Hay que) animar el culto eucarístico, particularmente la exposición del Santísimo Sacramento y la adoración de Cristo presente bajo las especies eucarísticas.

¿Cómo visitar el Santísimo Sacramento?

Es hermoso estar con Él y, reclinados sobre su pecho como el discípulo predilecto, palpar el amor infinito de su corazón. Si el cristianismo ha de distinguirse en nuestro tiempo sobre todo por el «arte de la oración», ¿cómo no sentir una renovada necesidad de estar largos ratos en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el Santísimo Sacramento?

María y la Eucaristía

Si queremos descubrir en toda su riqueza la relación íntima que une Iglesia y Eucaristía, no podemos olvidar a María, Madre y modelo de la Iglesia. Efectivamente, Ella puede guiarnos hacia este Santísimo Sacramento porque tiene una relación profunda con él.

Vivir en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo implica también recibir continuamente este don. Significa tomar con nosotros —a ejemplo de Juan— a quien una vez nos fue entregada como Madre.

Significa asumir, al mismo tiempo, el compromiso de conformarnos a Cristo, aprendiendo de su Madre y dejándonos acompañar por ella. María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas.

En el humilde signo del pan y el vino, transformados en su cuerpo y en su sangre, Cristo camina con nosotros como nuestra fuerza y nuestro viático y nos convierte en testigos de esperanza para todos.

Si ante este Misterio la razón experimenta sus propios límites, el corazón, iluminado por la gracia del Espíritu Santo, intuye bien cómo ha de comportarse, sumiéndose en la adoración y en un amor sin límites. 

Papa Francisco regala 6 mil Rosarios a estos jóvenes

Con este gesto, el Santo Padre pide a los jóvenes tenerlo presente en la oración, encomendándolo especialmente a la Virgen María

El Papa Francisco regaló este 23 de abril -día de su onomástico, fiesta de San Jorge- 6 mil Rosarios de Tierra Santa a jóvenes de la Arquidiócesis de Milán que realizan una peregrinación a Roma.

A través de la Limosnería Apostólica, el Pontífice obsequió a cada joven un Rosario que había sido preparado para la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) de Panamá.

Este martes, los 6 mil jóvenes participaron a una Misa en la Basílica de San Pedro presidida por el Arzobispo de Milán, Mario Delpini, y asistirán a la Audiencia General del Papa Francisco en la Plaza de San Pedro del 24 de abril.

“Con este gesto, el Santo Padre pide a los jóvenes tenerlo presente en la oración, encomendándolo especialmente a la Virgen María, a pocos días del inicio del mes de mayo, dedicado a ella”, informó la Oficina de Prensa de la Santa Sede.

La peregrinación a Roma de estos jóvenes se enmarca en el camino del año pastoral de la Iglesia ambrosiana que tiene como lema “Crece su vigor durante el camino”.

El Papa Francisco visitó Milán el 25 de marzo de 2017 en donde almorzó con detenidos en la prisión de San Vittore, se encontró con el clero y los religiosos en la Catedral, celebró la Misa en el Parque de Monza y se reunió con jóvenes confirmados en el estadio Meazza-San Sirio de Milán.

¿Nos creemos lo que rezamos en Misa?

Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme...

En no pocas ocasiones participamos de la Misa, yo el primero, sin poner demasiada atención a lo que dice el sacerdote y a lo que respondemos nosotros. Convertimos la mayor fuente de gracia en un ritual cansino, en el que no ponemos toda el alma. Y sin embargo, es la Santa Misa, la liturgia, el lugar donde todos manifestamos la fe que profesamos, tanto a nivel personal como comunitario.

Vayamos por partes. Tras la antífona de entrada, llega el acto penitencial. Dice el sacerdote:

Hermanos: Para celebrar dignamente estos sagrados misterios, reconozcamos nuestros pecados.

Paremos un momento. ¿Somos conscientes de que no celebraremos dignamente la Misa si no reconocemos nuestra condición pecadora? Incluso aunque por gracia estemos libres de pecado mortal, y salvo que acabemos de confesarnos, es seguro que acarreamos pecados veniales que dificultan nuestra plena comunión con Dios. Y si en ese momento concreto no es así, lo será en muchas otras ocasiones.

A los fieles nos toca confesar lo siguiente.

Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante vosotros hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión.

¿Y bien? ¿eso lo decimos por decir o porque de verdad lo creemos? No decimos “he cometido algún pecadillo sin importancia“, no. Decimos “he pecado MUCHO” de las diferentes formas en que he podido pecar. Sigue:

Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.

No por la culpa de la esposa, los hijos, la familia, los amigos, las circunstancias sociales, personales o lo que sea. No, pecamos por nuestra culpa. Y no cualquier culpa. Es una GRAN culpa. ¿Por qué es una gran culpa? Porque bien sabemos, o deberíamos saber, que:

No os ha sobrevenido ninguna tentación que supere lo humano, y fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas; antes bien, con la tentación, os dará también el modo de poder soportarla con éxito

1ª Cor 10,13

Por tanto, no hay excusa que valga. No hay culpa ajena. Seguimos diciendo:

Por eso ruego a Santa María, siempre Virgen, a los ángeles, a los santos y a vosotros, hermanos, que intercedáis por mí ante Dios nuestro Señor.

Gran cosa, gran gracia es la comunión de los santos. Sí, nos reconocemos pecadores, pero pedimos la intercesión de todos nuestros hermanos en la fe, empezando por nuestra Madre y la corte celestial. Y lo hacemos sabiendo que esa intercesión está fundamentada y tiene su eficace en la única mediación de Jesucristo ante Dios Padre.

Entonces el sacerdote dice:

Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.

Y nosotros respondemos:

Amén.

Si hemos pedido perdón de verdad, si hemos pedido la intercesión de los santos, si hemos rogado que Dios nos lleve a la vida eterna, ¿ignorará Dios nuestra petición? Quien envió a su Hijo unigénito para dar su vida por nosotros, ¿nos negará esa vida si de verdad le imploramos el perdón? Pero ha de ser de verdad, no como quien repite la tabla de multiplicar. Y bien sabemos que esa confesión como comunidad no nos exime de la confesión particular ante un sacerdote. Pero lo que como pueblo de Dios confesamos es preludio de nuestra confesión comom miembros de ese pueblo y como hijos en el Hijo.

Llega el Kyrie:

Señor ten piedad.

- Señor ten piedad.

Cristo ten piedad.

- Cristo ten piedad.

Señor ten piedad.

- Señor ten piedad.

Recordemos el pasaje del evangelio en el que Cristo ponía como ejemplo a seguir no el del fariseo que presumía de su justicia sino el publicano que reconocía su pecado y pedía piedad al Señor:

Pero el publicano, quedándose lejos, ni siquiera se atrevía a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: «Oh Dios, ten compasión de mí, que soy un pecador».

Luc 18,13

Ese es el espíritu en el que debemos implorar la piedad divina. Nuevamente en la certeza de que Dios oye nuestro clamor.

Cuando en las Misas de los domingos y fiestas de precepto rezamos el gloria, volvemos a pedir piedad.

Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre; tú que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros; tú que quitas el pecado del mundo, atiende nuestra súplica; tú que estás sentado a la derecha del Padre, ten piedad de nosotros;

Si reconocemos que Cristo quita el pecado del mundo, ¿no creeremos que es capaz de quitar el pecado de nuestras vidas? Y si no empieza por quitarlo de nuestras vidas, ¿cómo lo va a quitar del mundo? El pecado no se quita solo mediante el perdón, que en realidad lo que hace es anular el pago que merece dicho pecado, sino librando al hombre redimido de estar esclavizado de todo aquello que le aleja de Dios. Ten piedad, Señor, atiende nuestras súplicas Señor y libéranos por el perdón y la santificación del poder del pecado en nuestras almas.

Llega la lectura de la Palabra. Cuando toca la hora de anunciar el evangelio, el sacerdote -o en su caso el diácono- deben pronunciar en voz baja ante el altar las siguientes palabras:

Purifica mi corazón y mis labios, Dios todopoderoso, para que anuncie dignamente tu Evangelio.

Bien sabe el sacerdote que es pecador como los fieles que asisten a Misa. Por eso pide que Dios purifique su corazón y sus labios. De esa manera reconoce dos cosas: su condición personal y la capacidad del Señor de hacerle digno de anunciar su palabra. Bien haríamos los fieles en rogar en silencio a Dios que purifique nuestros corazones y nuestro oídos para que el evangelio encuentre un campo bien abonado en nuestras almas para asi producir buen fruto.

Cuando llega la presentación de las ofrendas antes de la consagración, todos sabemos lo que el sacerdote dice públicamente y nuestra respuesta. Pero es que además, también ocurre lo siguiente

El sacerdote, inclinado, dice en secreto:
Acepta, Señor, nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde; que éste sea hoy nuestro sacrificio y que sea agradable en tu presencia, Señor, Dios nuestro.

Mientras el sacerdote se lava las manos, dice en secreto:
Lava del todo mi delito, Señor, limpia mi pecado.

¿Nos damos cuenta que todo gira alrededor de nuestra condición pecadora y la petición de misericordia, perdón y purificacón a Dios? Si el sacerdote pide que el Señor acepte nuestro corazón contrito, habremos de estar contritos de verdad, y no meramente de palabra. He ahí nuestro sacrificio, he ahí nuestra alabanza. Porque alaba a Dios el alma que reconoce la necesidad del perdón y la autoridad divina para apiadarse de ella

Una vez que hemos hecho todo eso bien, y una vez que proclamamos que Dios es santo, santo, santo, podemos en verdad decir que tenemos nuestro corazón levantado ante el Señor, al cual damos gracias porque es justo y necesario, es nuestro deber y salvación. Y es así como asistimos al milagro de nuestra redención mediante la consagración y la actualización del sacrificio de Cristo en la cruz. Hemos preparado el alma para el perdón, hemos implorado la misercordia y ahora asistimos, por la acción del Espíritu Santo y las palabras del sacerdote que obra en la persona de Cristo, a la ofrenda al Padre de la víctima propiciatoria que nos salva.

Las plegarias eucarísticas, a cual más bella, podrían ser objeto de un post cada una de ellas. Una vez consumado el sacrifico eucarístico, rezamos el padrenuestro, en el que nuevamente pedimos perdón a Dios así como nos mostramos dispuestos a perdonar. Y además, le rogamos que nos nos deje caer en la tentación. Es decir, no se trata solo de que nos limpie de pecado pasados sino de que también nos libere de cometer otros en el futuro. Sí, sabemos que mientras estemos en esta vida seguiremos pecando, pero por eso mismo debemos implorar la gracia del Señor para que cada vez pequemos menos.

De hecho, ¿qué, sino eso, es lo que pide a continuación el sacerdote?

Líbranos de todos los males, Señor y concédenos la paz en nuestros días, para que ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo.

Ayudados por la misericordia de Dios viviremos libres de pecado. ¿Se entiende por qué se equivocan aquellos que pretenden que la misericordia de Dios no tiene como uno de sus mejores frutos la conversión del que la recibe? ¿o acaso lo que dicen los sacerdotes en Misa es un simple desideratum que no se corresponde con la realidad?

Tras adorar todos al Señor atribuyéndole el poder y la gloria, llega el rito de la paz. ¿Y qué vuelve a decir el sacerdote?

Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles: ‘La paz os dejo, mi paz os doy’, no tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia y, conforme a tu palabra, concédele la paz y la unidad. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.

No tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia. Otra vez imploramos la misericordia divina y apelamos a la fe que Dios nos ha regalado. Y de nuevo volvemos a dirigirnos a aquel que quita el pecado del mundo:

- Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros.
- Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros.
- Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, danos la paz.

No nos engañemos. No habrá paz si previamente no hemos dejado por gracia que el Señor nos libre de los pecados. Ni la habrá en el mundo ni la habrá en nuestras vidas. Es condición indispensable nuestra purificación y santificación para alcazar la verdadera paz con Dios y nuestros hermanos.

A continuaciòn el sacerdote reza en secreto la oración para la comunión:

Señor Jesucristo, la comunión de tu Cuerpo y de tu Sangre no sea para mí un motivo de juicio y condenación, sino que, por tu piedad, me aproveche para defensa de alma y cuerpo y como remedio saludable. O bien:

Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que por voluntad del Padre, cooperando el Espíritu Santo, diste con tu muerte la vida al mundo, líbrame, por la recepción de tu Cuerpo y de tu Sangre, de todas mis culpas y de todo mal. Concédeme cumplir siempre tus mandamientos y jamás permita que me separe de ti.

Si todos los fieles en general estamos llamados a la santidad, ¿qué no decir de los sacerdotes en particular? Observemos, por otra parte, que en esa oración del sacerdoteya se advierte la posibilidad de que la comunión del Cuerpo y la Sangre de Cristo sea motivo de condenación en vez de salvación. Ya lo dijo san Pablo:

Así pues, quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Examínese, por tanto, cada uno a sí mismo, y entonces coma del pan y beba del cáliz; porque el que come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación.

1ª Cor 11,27-29

No nos acerquemos, pues, a comulgar, estando en pecado mortal. No nos salvaremos. Nos condenaremos aún más.

Llega el el momento de la comunión. El sacerdote dice: - Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor.

Y, juntamente con el pueblo, añade:- Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.

No, no somos dignos de recibir a Cristo en nuestra alma, pero Él nos hace dignos. Él nos sana. Él nos hace libres. Él llama a la puerta porque quiere entrar y cenar con nosotros. Él nos ama. Él quiere quedarse con nosotros. Él quiere darnos a sí mismo, el verdadero maná que alimenta nuestro ser.

Lo que ocurre después de comulgar, estimado hermano, es ya cosa entre tú y el Señor.

Paz y bien,

Audiencia General, 24 De Abril 2019 © Vatican Media

Audiencia general: Jesús introduce la fuerza del perdón para “amar más allá de lo necesario”

Palabras del Papa en español

ABRIL 24, 2019 11:29

(ZENIT – 24 abril 2019).- En la audiencia general de este miércoles, 24 de abril de 2019, el Papa Francisco ha resaltado la necesidad del amor en la vida y su vínculo con el perdón: “Jesús introduce en las relaciones humanas la fuerza del perdón, para que podamos amar ‘más allá de lo necesario’ y no permitir a la venganza del mal propagarse hasta asfixiar al mundo entero”.

La audiencia general ha sido celebrada en la plaza de San Pedro y el Santo Padre ha dedicado la catequesis a la quinta petición del Padrenuestro que dice: “como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.

Dios nos ama y nos perdona

El Santo Padre ha recordado que el perdón es fruto del amor infinito que Dios nos tiene a cada uno de nosotros, todo lo que tenemos lo hemos recibido de Él.  Nos hemos de reconocer como pecadores que siempre tienen que pedir perdón, pero, igualmente, al sabernos amados por Dios “tenemos también la seguridad de que nos perdona”, ha señalado el Papa.

Perdonar a los demás

El Pontífice ha explicado que fruto de este perdón de Dios, surge el perdón que debemos al prójimo, el Señor nos motiva a ser buenos con los demás: “Si ‘amor con amor se paga’ también el perdón que recibimos del Señor nos compromete a perdonar a los demás, porque si no nos esforzamos en perdonar, no seremos perdonados; y si no nos esforzamos en amar, tampoco seremos amados”.

La ley del amor

Por último, el Papa Francisco ha subrayado el papel de Jesús como instaurador del amor en el mundo, reemplazando la “ley del talión” por la ley del amor que nos conduce a hacer por los demás lo que Dios ha hecho por nosotros, amando más allá de lo necesario.

“El mal sofoca el mundo si no se interrumpe con el perdón”

Durante la Audiencia general, el Papa Francisco explicó que «no todo se resuelve con la justicia» y para frenar el mal «alguien debe amar más de lo debido»

El Papa Francisco durante la Audiencia general en la Plaza San Pedro

Pubblicato il 24/04/2019

Ultima modifica il 24/04/2019 alle ore 16:16

IACOPO SCARAMUZZI

CIUDAD DEL VATICANO

«En la vida no todo se resuelve con la justicia. Sobre todo, allí en donde hay que frenar al mal, alguien debe amar más de lo debido, para volver a comenzar una historia de gracia. El mal conoce sus venganzas, y, si no se interrumpe, corre el riesgo de extenderse sofocando al mundo entero». Lo dijo el Papa Francisco durante la Audiencia general en la Plaza San Pedro, durante la que subrayó que todos estamos en deuda con Dios (en la Iglesia no existen los «self made men»), «pero la gracia de Dios, tan abundante, es siempre exigente», porque pide a los hijos perdonados por el Padre que perdonen a sus hermanos.

Francisco prosiguió con su ciclo de catequesis dedicado al Padre Nuestro, reflexionando sobre la expresión «Así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden», que sigue a la invocación «Perdona nuestras ofensas». «No existen en la Iglesia “self made men”, hombres que se hayan constituido solos. Todos somos deudores con Dios y con tantas personas que nos han regalado condiciones de vida favorables», y «por cuanto nos empeñemos en vivir según las enseñanzas cristianas, en nuestra vida habrá siempre algo por lo que pedir perdón: pensemos en los días que hemos pasado flojamente, en los momentos en los que el rencor ha ocupado nuestro corazón, y así…».

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«Son estas experiencias, desgraciadamente no raras, las que nos hacen implorar: “Señor, Padre, perdona nuestras ofensas”. Pidamos perdón a Dios», expresión que Jesús, no casualmente y mediante una «conjunción despiadada», funde con la segunda expresión: «como nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Dios «perdona todo y perdona siempre», pero «la gracia de Dios, tan abundante, es siempre exigente. Quien ha recibido tanto, debe aprender a dar tanto y no a quedarse para sí lo que ha recibido».

«Yo –dijo Jorge Mario Bergoglio– pienso algunas veces que he escuchado a gente decir: “Yo no perdonaré nunca a esa persona, nunca perdonaré lo que me han hecho”. Pero Dios, si tú no perdonas, no te perdonará, tú cierras la puerta; pensemos si somos capaces de perdonar. Un sacerdote, cuando estaba en la otra diócesis me contó, angustiado, que había dado los últimos sacramentos a una anciana que estaba por morir. La pobre señora no podía hablar. “¿Usted se arrepiente?”, y ella respondió que sí. “¿Usted perdona a los demás?”, y la señora que estaba por morir respondió que no. Se quedó angustiado el sacerdote. Pensemos si somos capaces de perdonar: “Padre, yo no puedo, porque esa gente me hizo tanto daño”, pero, si tú no puedes, pide al Señor que te dé la fuerza para perdonar».

«Amor llama amor, perdón llama perdón», subrayó el Papa Francisco, recordando la parábola del siervo que pretende su pequeña deuda después de que el rey condonó su gran deuda y, por esto, al final, es condenado, «porque si no te esfuerzas por perdonar, no serás perdonado; si no te esfuerzas por amar, tampoco serás amado. Jesús mete en las relaciones humanas la fuerza del perdón. En la vida no todo se resuelve con la justicia. Sobre todo, allí en donde hay que frenar al mal, alguien debe amar más de lo debido, para volver a comenzar una historia de gracia. El mal conoce sus venganzas, y, si no se interrumpe, corre el riesgo de extenderse sofocando al mundo entero».

«A la ley del talión (lo que me has hecho a mí te lo devuelvo a ti)», dijo el Papa acompañando sus palabras con un gesto, «Jesús sustituye la ley del amor: ¡lo que Dios me ha hecho a mí, yo lo restituyo a ti! Pensemos hoy, en esta semana de Pascua tan bella, si soy capaz de perdonar y, si no me siento capaz, pido al Señor que me dé la gracia de perdonar. Dios dona a cada cristiano la gracia de escribir una historia de bien en la vida de sus hermanos, especialmente de los que han hecho algo desagradable y equivocado. Con una palabra, un abrazo, una sonrisa, podemos transmitir a los otros lo más precioso que hemos recibido: el perdón».

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