Él mismo estaba allí, en medio de ellos, y les dijo: ‘La paz sea con ustedes

Marcos, Santo

Memoria Litúrgica, 25 de abril

Evangelista

Martirologio Romano: Fiesta de san Marcos, evangelista, que primero acompañó en Jerusalén a san Pablo en su apostolado, y después siguió los pasos de san Pedro, quien lo llamó su hijo. Es tradición que en Roma recogió en su Evangelio la catequesis de Pedro a los romanos y que fue él quien instituyó la Iglesia de Alejandría, en el actual Egipto. ( c.68)

Etimológicamente: Marco = Aquel que es recio como un martillo, o nombre relativo al dios Marte, es de origen latino

Breve Biografía

Patrón de los abogados, notarios, artistas de vitrales, cautivos, de Egipto, Venecia, contra la impenitencia y las picadas de insectos.

San Marcos es judío de Jerusalén, acompañó a San Pablo y a Bernabé, su primo, a Antioquia en el primer viaje misionero de estos (Hechos 12, 25); también acompañó a Pablo a Roma. Se separó de ellos en Perga y regresó a su casa. (Hechos 13,13). No sabemos las razones de esa separación pero si sabemos que causó una separación posterior entre San Pablo y Bernabé, cuando San Pablo rehusó aceptar a San Marcos. Bernabé se enojó tanto que rompió su asociación misionera con San Pablo y se fue a Chipre con Marcos (Hechos 15,36-39). Años mas tarde San Pablo y San Marcos volvieron a unirse en un viaje misionero.

Fue discípulo de San Pedro e intérprete del mismo en su Evangelio, el segundo Evangelio canónico (el primero en escribirse). San Marcos escribió en griego con palabras sencillas y fuertes. Por su terminología se entiende que su audiencia era cristiana. Su Evangelio contiene historia y teología. Se debate la fecha en que lo escribió, quizás fue en la década 60-70 AD.

Juntos con Pedro fue a Roma. San Pedro por su parte se refería a San Marcos como "mi hijo" (1P 5,13).

A veces el Nuevo Testamento lo llama Juan Marcos (Hechos 12,12).

Evangelizó y estableció a la Iglesia en Alejandría, fundando allí su famosa escuela cristiana.

Murió mártir aprox. el 25 de abril del 68 AD en Alejandría y sus reliquias están en la famosa catedral de Venecia.

Su símbolo es el león alado. Tanto este símbolo como el de los otros tres evangelistas (Apoc. 4, 7-8), son muy antiguos. De ellos hablan San Jerónimo y San Agustín, explicando que San Marcos, en su primer capítulo, habla de Juan el Bautista en el desierto y el león es el rey del desierto (Mc. 1,3).

En Venecia se veneran, en la preciosa catedral de su mismo nombre, los restos mortales del evangelista, cuyo traslado de Alejandría se remonta al siglo IX.

La Resurrección en mi vida

Santo Evangelio según San Lucas 24, 35-48. San Marcos, evangelista

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Que en estos inicios de la pascua pueda yo, Señor, continuar amándote con mi pequeña entrega de amor. Especialmente ahora, que me dispongo para hablar contigo, concédeme la gracia de no desear nada más que encontrarte a Ti… ¡Concédeme la gracia de participar del gozo de tu resurrección!

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 24, 35-48

Cuando los dos discípulos regresaron de Emaús y llegaron al sitio donde estaban reunidos los apóstoles, les contaron lo que les había pasado en el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan.

Mientras hablaban de esas cosas, se presentó Jesús en me¬dio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes". Ellos desconcertados y llenos de temor, creían ver un fantasma. Pero él les dijo: "No teman; soy yo. ¿Por qué se espantan? ¿Por qué surgen dudas en su interior? Miren mis manos y mis pies. Soy yo en persona. Tóquenme y convénzanse: un fantasma no tiene ni carne ni huesos, como ven que tengo yo". Y les mostró las manos y los pies. Pero como ellos no acababan de creer de pura alegría y seguían atónitos, les dijo: "¿Tienen aquí algo de comer?". Le ofrecieron un trozo de pescado asado; él lo tomó y se puso a comer delante de ellos.

Después les dijo: "Lo que ha sucedido es aquello de que les hablaba yo, cuando aún estaba con ustedes: que tenía que cumplirse todo lo que estaba escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos".

Entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras y les dijo: "Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de esto".

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior?
Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona.


La certeza de la resurrección de Cristo es el llamado directo de Dios a la vida de fe, de esperanza y de amor, un gozo que derriba absolutamente todas nuestras preocupaciones y angustias, una bofetada al pecado y una mano salvadora que te saca del pozo para llevarte a tierra firme, a una vida nueva llena de luz y de Verdad.

El número 655 del catecismo explica el fundamento de nuestro gozo: La Resurrección de Cristo —y el propio Cristo resucitado— es principio y fuente de nuestra resurrección futura: "Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron [...] del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo" (1 Co15, 20-22). En la espera de que esto se realice, Cristo resucitado vive en el corazón de sus fieles. En Él los cristianos "saborean [...] los prodigios del mundo futuro" (Hb 6,5) y su vida es arrastrada por Cristo al seno de la vida divina (cf. Col 3, 1-3) para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos" (2 Co 5, 15).

¡Salgamos de nosotros mismos y exclamemos a los sordos: «Hermanos, Cristo ha resucitado!»

«El Evangelio dice también una cosa interesante: era tanta la alegría que tenían dentro que esta alegría no podían creerla: ¡No puede ser! ¡No puede ser así! ¡Tanta alegría no es posible! Y Jesús, para convencerles, les dice: “¿Tenéis aquí algo de comer?”. Ellos le ofrecen un pez asado; Jesús lo toma y lo come frente a ellos, para convencerles. La insistencia de Jesús en la realidad de su Resurrección ilumina la perspectiva cristiana sobre el cuerpo: el cuerpo no es un obstáculo o una prisión del alma. El cuerpo está creado por Dios y el hombre no está completo sino es una unión de cuerpo y alma. Jesús, que venció a la muerte y resucitó en cuerpo y alma, nos hace entender que debemos tener una idea positiva de nuestro cuerpo. Este puede convertirse en una ocasión o en un instrumento de pecado, pero el pecado no está provocado por el cuerpo, sino por nuestra debilidad moral. El cuerpo es un regalo maravilloso de Dios, destinado, en unión con el alma, a expresar plenamente la imagen y semejanza de Él. Por lo tanto, estamos llamados a tener un gran respeto y cuidado de nuestro cuerpo y el de los demás. Cada ofensa o herida o violencia al cuerpo de nuestro prójimo, es un ultraje a Dios creador.»

(Homilía de S.S. Francisco, 15 de abril de 2018).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Poner especial atención a los signos de amor de Dios en este día.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

¡Cristo, Rey nuestro! ¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

La Resurrección de la Carne y la Vida Perdurable

El Fin de la Vida y del Mundo

Vivimos y nos esforzamos durante pocos o muchos años, y luego morimos. Esta vida, bien lo sabemos, es un tiempo de prueba y de lucha; es el terreno de pruebas de la eternidad. La felicidad del cielo consiste esencialmente en la plenitud del amor. Si no entramos en la eternidad con amor a Dios en nuestro corazón, seremos absolutamente incapaces de gozar de la felicidad de la gloria.

Nuestra vida aquí abajo es el tiempo que Dios nos da para adquirir y probar el amor a Dios que guardamos en nuestro corazón, que debemos probar que es más grande que el amor hacia cualquiera de sus bienes creados, como el placer, la riqueza, fama o amigos. Debemos probar que nuestro amor resiste la embestida de los males hechos por el hombre, como la pobreza, el dolor, la humillación o la injusticia. Estemos altos o bajos, en cualquier momento debemos decir "Dios mío, te amo", y probarlo con nuestras obras. Para algunos el camino será corto; para otros, largo.

Para algunos, suave; para otros, abrupto. Pero acabará para todos. Todos moriremos.

La muerte es la separación del alma del cuerpo. Por la erosión de la vejez, la enfermedad o por accidente, el cuerpo decae, y llega un momento en que el alma ya no puede operar por él. Entonces lo abandona, y decimos que tal persona ha muerto.

El instante exacto en que esto ocurre raras veces puede determinarse. El corazón puede cesar de latir; la respiración, pararse, pero el alma puede aún estar presente. Esto se prueba por el hecho que algunas veces personas muertas aparentemente reviven por la respiración artificial u otros medios. Si el alma no estuviera presente sería imposible revivir. Esto permite que la Iglesia autorice a sus sacerdotes dar la absolución y extremaunción condicionales hasta dos horas después de la muerte aparente, por si el alma estuviera aún presente. Sin embargo, una vez que la sangre ha empezado a coagularse y aparece el rigor motriz, sabemos con certeza que él alma ha dejado el cuerpo.

¿Y qué pasa entonces? En el momento mismo en que el alma abandona el cuerpo es juzgada por Dios. Cuando los que están junto al lecho del difunto se ocupan aún de cerrar sus ojos y cruzarle las manos, el alma ha sido ya juzgada; sabe ya cuál va a ser su destino eterno. El juicio individual del alma inmediatamente después de la muerte se llama Juicio Particular. Es un momento terrible para todos, el momento para el que hemos vivido todos estos años en la tierra, el momento al que toda la vida ha estado orientada. Es el día de la retribución para todos.

¿Dónde tiene lugar ese Juicio Particular? Probablemente en el sitio mismo en que morimos, humanamente hablando. Tras esta vida no hay "espacio" o "lugar" en el sentido ordinario de estas palabras. El alma no tiene que "ir" a ningún lugar para ser juzgada. En cuanto a la forma que este Juicio Particular adopta, sólo podemos hacer conjeturas: lo único que Dios nos ha revelado es que habrá Juicio Particular. Su descripción como un juicio terreno, en que el alma se halla de pie ante el trono de Dios, con el diablo a un lado como fiscal y el ángel de la guarda al otro como defensor, no es más que una imagen poética, claro está. Los teólogos especulan que lo que probablemente ocurre es que el alma se ve como Dios la ve, en estado de gracia o en pecado, con amor a Dios o rechazándole, y, consecuentemente, sabe cuál será su destino según la infinita justicia divina. Este destino es irrevocable. El tiempo de prueba y preparación ha terminado. La misericordia divina ha hecho cuanto ha podido; ahora prevalece la justicia de Dios.

¿Y qué ocurre luego? Bien, acabemos primero con lo más desagradable. Consideremos la suerte del alma que se ha escogido a sí misma en vez de a Dios, y ha muerto sin reconciliarse con El; en otras palabras, del alma que muere en pecado mortal. Al alejarse deliberadamente de Dios en esta vida, al morir sin el vínculo de unión con El que llamamos gracia santificante, se queda sin posibilidad de restablecer la comunicación con Dios.Lo ha perdido para siempre. Está en el infierno. Para esta alma, muerte, juicio y condenación son simultáneos.

¿Cómo es el infierno? Nadie lo sabe con seguridad, porque nadie ha vuelto de allí para contárnoslo. Sabemos que en él hay fuego inextinguible porque Jesús nos lo ha dicho.

Sabemos también que no es el fuego que vemos en nuestros hornos y calderas: ese fuego no podría afectar a un alma, que es espíritu. Todo lo que sabemos es que en el infierno hay una "pena de sentido", según la expresión de los teólogos, que tiene tal naturaleza que no hay forma mejor de describirla en lenguaje humano que con la palabra «fuego».

Pero lo más importante no es la «pena de sentido», sino la «pena de daño». Es esta pena -separación eterna de Dios- la que constituye el peor sufrimiento del infierno. Imagino que, dentro del marco de las verdades reveladas, todo el mundo se imagina el infierno a su modo. Para mí, lo que más me estremece cuando pienso en él es su tremenda soledad.

Me veo de pie, desnudo y solo, en una soledad inmensa, llena exclusivamente de odio, odio a Dios y a mí mismo, deseando morir y sabiendo que es imposible, sabiendo también que éste es el destino que yo he escogido libremente a cambio de un plato de lentejas, resonando continuamente, llena de escarnio, la voz de mi propia conciencia: «Es para siempre... sin descanso... sin alivio... para siempre... para siempre... ». Pero no existen palabras o pincel que puedan describir el horror del infierno en su realidad. ¡Líbrenos Dios a todos de él!

Seguramente, muy pocos hay tan optimistas que esperen que el Juicio Particular los coja libres de toda traza de pecado, lo que representaría estar limpios no sólo de pecados mortales, sino también de todo castigo temporal aún por satisfacer, de toda deuda de reparación aún no pagada a Dios por los pecados perdonados.
Nos cuesta pensar que podamos morir con el alma inmaculadamente pura, y, sin embargo, no hay razón que nos impida confiar en ello, pues con este fin se instituyó el sacramento de la unción de los enfermos: limpiar el alma de las reliquias del pecado; con este fin se conceden las indulgencias, especialmente la plenaria para el momento de la muerte, que la Iglesia concede a los moribundos con la Ultima Bendición.

Supongamos que morimos así: confortados por los últimos sacramentos, y con una indulgencia plenaria bien ganada en el momento de morir. Supongamos que morimos sin la menor mancha ni traza de pecado en nuestra alma. ¿Qué nos esperará? Si fuera así, la muerte, que el instinto de conservación hace que nos parezca tan temible, será el momento de nuestra más brillante victoria. Mientras el cuerpo se resistirá a desatar el vínculo que lo une al espíritu que le ha dado su vida y su dignidad, el juicio del alma será la inmediata visión de Dios.

"Visión beatífica" es el frío término teológico que designa la esplendorosa realidad que significa, una realidad que sobrepasa cualquier imaginación o descripción humana. No es sólo una "visión" en el sentido de "ver" a Dios, designa también nuestra unión con Él.

Dios que toma posesión del alma, y el alma que posee a Dios, en una unidad tan completamente arrebatadora que supera sin medida la del amor humano más perfecto.

Mientras el alma "entra" en el cielo, el impacto del Amor Infinito que es Dios es una sacudida tan fuerte que aniquilaría al alma si el mismo Dios no le diera la fuerza necesaria para sostener el peso de la felicidad que es Dios. Si fuéramos capaces por un instante de apartar nuestro pensamiento de Dios, los sufrimientos y pruebas de la tierra nos parecerían insignificantes; el precio que hayamos pagado por esa felicidad arrebatadora, deslumbrante, inagotable, infinita, ¡qué ridículo nos aparecerá! Es una felicidad, además, que nada podrá arrebatarnos. Es un instante de dicha absoluta que jamás terminará. Es la felicidad para siempre: así es la esencia de la gloria.

Habrá también otras dichas, otros gozos accidentales que se verterán sobre nosotros.

Tendremos la dicha de gozar de la presencia de nuestro glorificado Redentor Jesucristo y de nuestra Madre María, cuyo dulce amor tanto admiramos a distancia. Tendremos la dicha de vernos en compañía de los ángeles y los santos, entre quienes veremos a miembros de nuestra familia y amigos que nos precedieron en la gloria. Pero estos gozos serán como tintinear de campanillas ante la sinfonía abrumadora que será el amor de Dios vertiéndose en nosotros.

Pero ¿qué ocurrirá si, al morir, el Juicio Particular nos encuentra ni separados de Dios por el pecado mortal ni con la perfecta pureza de alma que la unión con el Santo de los santos requiere? Lo más probable es que sea éste nuestro caso, si nos hemos conformado con un mediocre nivel espiritual: cicateros en la oración, poco generosos en la mortificación, en apaños con el mundo. Nuestros pecados mortales, si los hubiera, estarían perdonados por el sacramento de la Penitencia (¿no decimos en el Símbolo de los Apóstoles "creo en el perdón de los pecados"?); pero si la nuestra ha sido una religión cómoda, ¿no parece lo más razonable que, en el último momento, no seamos capaces de hacer ese perfecto y desinteresado, acto de amor de Dios que la indulgencia plenaria exige? Y henos ya en el Juicio: no merecemos el cielo ni el infierno, ¿qué será de nosotros?

Aquí se pone de manifiesto lo razonable que resulta la doctrina sobre el purgatorio.

Aunque esta doctrina no se nos hubiera transmitido por la Tradición desde Cristo y los Apóstoles, la sola razón nos dice que debe haber un proceso de purificación final que lave hasta la imperfección más pequeña que se interponga entre el alma y Dios. Esa es la función del estado de sufrimiento temporal que llamamos purgatorio.
En el purgatorio, igual que en el infierno, hay una "pena de sentido", pero, del mismo modo que el sufrimiento esencial del infierno es la perpetua separación de Dios, el sufrimiento esencial del purgatorio será la penosísima agonía que el alma tiene que sufrir al demorar, incluso por un instante, su unión con Dios. El alma, recordemos, ha sido hecha para Dios. Como el cuerpo actúa en esta vida (podríamos decir) como aislante del alma, ésta no siente la tremenda atracción hacia Dios. Algunos santos la experimentan ligeramente, pero la mayoría de nosotros casi nada o nada. Sin embargo, en el momento en que el alma abandona el cuerpo, se halla expuesta a la fuerza plena de este impulso, que le produce un hambre tan intensa de Dios que se lanza contra la barrera de las imperfecciones aún presentes, hasta que, con la agonía de esta separación, purga las imperfecciones, cae la barrera y se encuentra con Dios.

Es consolador recordar que el sufrimiento de las almas del purgatorio es un sufrimiento gozoso, aunque sea tan intenso que no podamos imaginarlo a este lado del Juicio. La gran diferencia que hay entre el sufrimiento del infierno y el del purgatorio reside en la certeza de la separación eterna contra la seguridad de la liberación. El alma del purgatorio no quiere aparecer ante Dios en su estado de imperfección, pero tiene el gozo en su agonía de saber que al fin se reunirá con El.

Es evidente que nadie sabe «cuánto tiempo» dura el purgatorio para un alma. He puesto tiempo entre comillas porque, aunque hay duración más allá de la muerte, no hay "tiempo" según lo conocemos; no hay días o noches, horas o minutos. Sin embargo, tanto si medimos el purgatorio por duración o intensidad (un instante de tortura intensa puede ser peor que un año de ligera incomodidad), lo cierto es que el alma del purgatorio no puede disminuir o acortar sus sufrimientos.
Los que aún vivimos en la tierra sí podemos ayudarle con la misericordia divina; la frecuencia e intensidad de nuestra petición, sea para un alma determinada o para todos los fieles difuntos, dará la medida de nuestro amor.

Si de una cosa estamos seguros es de desconocer cuándo acabará el mundo. Puede que sea mañana o dentro de un millón de años. Jesús mismo, según leemos en el capítulo XXIV del Evangelio de San Juan, ha señalado algunos de los portentos que precederán al fin del mundo. Habrá guerras, hambres y pestes; vendrá el reino del Anticristo; el sol y la luna se oscurecerán y las estrellas caerán del cielo; la cruz aparecerá en el firmamento.

Sólo después de estos acontecimientos "veremos al Hijo del Hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y majestad" (Mt 24,30). Pero todo esto nos dice bien poco: ya ha habido guerras y pestes. La dominación comunista fácilmente podría ser el reino del Anticristo, y los espectáculos celestiales pudieran suceder en cualquier momento. Por otro lado, las guerras, hambres y pestes que el mundo ha conocido pudieran ser nada en comparación con las que precederán al final del mundo. No lo sabemos. Solamente podemos estar preparados.

Durante siglos, el capítulo XX del Apocalipsis de San Juan (Libro de la Revelación para los protestantes) ha sido para los estudiosos de la Biblia una fuente de fascinante material. En él, San Juan, describiendo una visión profética, nos dice que el diablo estará encadenado y prisionero durante mil años, y que en ese tiempo los muertos resucitarán y reinarán con Cristo; al cabo de estos mil años el diablo será desligado y definitivamente vencido, y entonces vendrá la segunda resurrección. Algunos, como los Testigos de Jehová, interpretan este pasaje literalmente, un modo siempre peligroso de interpretar las imágenes que tanto abundan en el estilo profético. Los que toman este pasaje literalmente y creen que Jesús vendrá a reinar en la tierra durante mil años antes del fin del mundo se llaman "milenaristas", del latín "millenium", que significa "mil años". Esta interpretación, sin embargo, no concuerda con las profecías de Cristo, y el milenarismo es rechazado por la Iglesia Católica como herético.

Algunos exegetas católicos creen que "mil años" es una figura de dicción que indica un largo período antes del fin del mundo, en que la Iglesia gozará de gran paz y Cristo reinará en las almas de los hombres. Pero la interpretación más común de los expertos bíblicos católicos es que este milenio representa todo el tiempo que sigue al nacimiento de Cristo, cuando Satanás, ciertamente, fue encadenado. Los justos que viven en ese tiempo tienen una primera resurrección y reinan con Cristo mientras permanecen en estado de gracia, y tendrán una segunda resurrección al final del mundo. Paralelamente, la primera muerte es el pecado, y la segunda, el infierno.

Nos hemos ocupado ahora en este breve comentario del milenio porque es un punto que puede surgir en nuestras conversaciones con amigos no católicos. Pero tienen mayor interés práctico las cosas que conocemos con certeza sobre el fin del mundo.
Una de ellas es que, cuando la historia de los hombres acabe, los cuerpos de todos los que vivieron se alzarán de los muertos para unirse nuevamente a sus almas. Puesto que el hombre completo, cuerpo y alma, ha amado a Dios y le ha servido, aun a costa de dolor y sacrificio, es justo que el hombre completo, alma y cuerpo, goce de la unión eterna con Dios, que es la recompensa del Amor.

Y puesto que el hombre completo rechaza a Dios al morir en pecado, impenitente, es justo que el cuerpo comparta con el alma la separación eterna de Dios, que todo el hombre ha escogido.

Nuestro cuerpo resucitado será constituido de una manera que estará libre de las limitaciones físicas que le caracterizan en este mundo. No necesitará ya más alimento o bebida, y, en cierto modo, será «espiritualizado». Además, el cuerpo de los bienaventurados será «glorificado»; poseerá una belleza y perfección que será participación de la belleza y perfección del alma unida a Dios.

Como el cuerpo de la persona en que ha morado la gracia ha sido ciertamente templo de Dios, la Iglesia ha mostrado siempre gran reverencia hacia los cuerpos de los fieles difuntos. Así, los sepulta con oraciones llenas de afecto y reverencia en tumbas bendecidas especialmente para este fin. La única persona dispensada de la corrupción de la tumba ha sido la Madre de Dios. Por el especial privilegio de su Asunción, el cuerpo de la Bienaventurada Virgen María, unido a su alma inmaculada, fue glorificado y asunto al cielo. Su divino Hijo, que tomó su carne de ella, se la llevó consigo al cielo. Este acontecimiento lo conmemoramos el 15 de agosto, fiesta de la Asunción de María.

El mundo acaba, los muertos resucitan, luego vendrá el Juicio General. Este Juicio verá a Jesús en el trono de la justicia divina, que reemplaza a la cruz, trono de su infinita misericordia. El Juicio Final no ofrecerá sorpresas en relación con nuestro eterno destino.

Ya habremos pasado el Juicio Particular; nuestra alma estará ya en el cielo o en el infierno. El objeto del Juicio Final es, en primer lugar, dar gloria a Dios, manifestando su justicia, sabiduría y misericordia a la humanidad entera. El conjunto de la vida -que tan a menudo nos parece un enrevesado esquema de sucesos sin relación entre sí, a veces duros y crueles, a veces incluso estúpidos e injustos- se desenrollará ante nuestros ojos.

Veremos que el titubeante trozo de vida que hemos conocido casa con el magno conjunto del plan magnífico de Dios para los hombres. Veremos que el poder y la sabiduría de Dios, su amor y su misericordia, han sido siempre el motor del conjunto. «¿Por qué permite Dios que suceda esto?», nos quejamos frecuentemente. «¿Por qué hace Dios esto o aquello?», nos preguntamos. Ahora conoceremos las respuestas. La sentencia que recibimos en el Juicio Particular será ahora confirmada públicamente. Todos nuestros pecados -y todas nuestras virtudes- se expondrán ante las gentes. El sentimental superficial, que afirma «yo no creo en el infierno; Dios es demasiado bueno para permitir que un alma sufra eternamente», verá ahora que, después de todo, Dios no es un abuelito complaciente. La justicia de Dios es tan infinita como su misericordia. Las almas de los condenados, a pesar de ellos mismos, glorificarán eternamente la justicia de Dios, como las almas de los justos glorificarán para siempre su misericordia. Para lo demás, abramos el Evangelio de San Mateo en su capítulo XXV (versículos 34,36), y dejemos que el mismo Jesús nos diga cómo prepararnos para aquel día terrible.

Y así termina la historia de la salvación del hombre, esa historia que la tercera Persona de la Santísima Trinidad, el Espíritu Santo, ha escrito. Con el fin del mundo, la resurrección de los muertos y el juicio final acaba la obra del Espíritu Santo. Su labor santificadora comenzó con la creación del alma de Adán. Para la Iglesia, el principio fue el día de Pentecostés. Para ti y para mí, el día de nuestro bautizo. Al acabarse el tiempo y permanecer sólo la eternidad, la obra del Espíritu Santo encontrará su fruición en la comunión de los santos, ahora un conjunto reunido en la gloria sin fin.

Papa Francisco: Si tú no perdonas, Dios no te perdonará

Afirmo Papa Francisco durante la Audiencia General de este 24 de marzo

Durante la Audiencia General de este 24 de marzo, miércoles de la Octava de Pascua, el Papa Francisco continuó su predicación sobre la oración del Padre Nuestro y animó a perdonar siempre al prójimo para poder recibir también el perdón de Dios.

“Si tú no perdonas, Dios no te perdonará. Pensemos ahora que estamos aquí, si nosotros perdonamos, si somos capaces de perdonar. Si tú no lo consigues, pide al Señor que te dé la fuerza para conseguirlo: Señor ayúdame a perdonar”, exclamó el Papa ante miles de personas reunidas en la Plaza de San Pedro del Vaticano.

En su catequesis, el Santo Padre destacó que “el hombre es deudor ante Dios: de Él hemos recibido todo, en términos de naturaleza y gracia. Nuestra vida no solo fue querida, sino también amada.” Por ello, “realmente no hay espacio para la presunción cuando unimos nuestras manos para rezar”.

“Quien reza aprende a decir ‘gracias’ y nosotros nos olvidamos muchas veces de decir gracias, somos egoístas”, advirtió el Papa quien recordó que “Dios nos ama infinitamente más de cuanto nosotros lo amamos”.

En esta línea, el Pontífice señaló que “nuestra identidad se construye a partir del bien recibido, el primero, la vida” y dijo que “por más que nos esforcemos en vivir según las enseñanzas cristianas, en nuestra vida habrá siempre algo por lo cual pedir perdón”

Dios perdona siempre.

De este modo, el Papa insistió en que “todo cristiano sabe que existe el perdón de los pecados. Esto lo sabemos todos, que Dios perdona todo, perdona siempre” y aseguró que “no hay nada en los Evangelios que deje sospechar que Dios no perdona los pecados de quien está bien dispuesto y pide volver a ser abrazado”.

Por ello, el Santo Padre resaltó la importancia del perdón fraterno porque “quien ha recibido tanto debe aprender a dar tanto”.

“Esto es fuerte. Pienso en las ocasiones cuando he escuchado a gente que dice: ‘yo no perdonaré nunca a esa persona, lo que me han hecho no lo perdonaré nunca’ -y añadió- si tú no perdonas, Dios no te perdonará, tú cierras la puerta. Pensemos si somos capaces de perdonar”, animó el Papa quien advirtió que “si no te esfuerzas en perdonar, no serás perdonado; si no te esfuerzas en amar, ni siquiera serás amado”.

En este sentido, el Santo Padre destacó que “Jesús inserta el poder del perdón en las relaciones humanas” porque “en la vida no todo se resuelve con la justicia”, aseguró

.“Jesús sustituye la ley del talión -lo que me hiciste, te lo devuelvo- con la ley del amor: lo que Dios ha hecho por nosotros, nosotros lo hacemos por nuestro prójimo”, explicó el Papa quien invitó a preguntarnos: “¿soy capaz de perdonar?” Y añadió que: “Si no me siento capaz, pedirle al Señor que me de la gracia de perdonar, porque es una gracia”.

Al finalizar, Francisco aseguró que “Dios le da a cada cristiano la gracia de escribir una historia de bien en la vida de sus hermanos, especialmente en aquellos que han hecho algo desagradable e incorrecto” para transmitir “lo más valioso que hemos recibido: el perdón”. Por lo que animó a que “seamos capaces de dar también el perdón a los demás”.

La fe no duda un segundo, aunque la evidencia le diga que no lo va a lograr

La fe hay que actuarla también en las cosas que pedimos en la oración. Cuántas oraciones están llenas de todo menos de fe.

A cada idea negativa, -y son tantas las que diariamente nos golpean- hay que saber enfrentar una positiva, a modo de martillazo. Una idea positiva, una idea de que va a salir, una idea de que creo en el poder de Dios. Una idea positiva de fe. A veces hacer un verdadero acto de fe, cuesta mucho trabajo porque existe una idea anti-fe; muy arraigada. Todos o casi todos, dicen: "que no se puede". Algunos sienten la obligación moral de aconsejar a los pobres incautos, idealistas; y demás de que no se puede, "que ellos ya lo han intentado, que está todo bien calculado y medido; no se puede".

Yo creo que esa expresión es demasiado fea, y demasiado mala. Si yo, por ejemplo, no he logrado algo, no tengo ningún derecho a decir a los que vienen detrás, "que eso no se puede". Una cosa es que yo no pude y otra cosa es que ellos no van a poder hacerlo. Yo les puedo decir yo no lo logré quizás porque me equivoqué, me faltó fe, pero al mismo tiempo decirles: "!Ánimo, es probable que ustedes sí lo logren!" Eso es más caritativo y más humano.

Hablo de martillazos de fe, esa sería la expresión, porque cada vez que llega una idea negativa de no puedo, martillazo, golpe, sí puedo. Habrá que luchar a veces contra todo y contra todos: contra los propios pensamientos que a veces son los más difíciles de expulsar. Luchar además contra otras personas que sin mala intención concluyen que no se puede; y a veces, los encontramos demasiado cerca de nosotros, en la propia familia, en algunos de nuestros amigos que, además, van con la sana idea de ayudar y te repiten; y te dicen, y hasta se enojan sí tu pretendes decirles que tal vez sí se pueda. Se enojan y te retan: "ya verás", "te lo dije".

Para ser eficaz en lograr un meta apoyada por la fe, hay que buscar que esas metas sean concretas, precisas, aferrables, que se puedan contar, medir; porque si es una meta genérica, medio nebulosa, no se puede.

Hay que decir, además, que la fe funciona de distinta manera a la razón, como en zigzag. La razón usa la evidencia, mide, calcula; y en base a eso, saca sus conclusiones. La fe en cambio, se agarra, se aferra a una certeza de lograr una meta aunque parezca muy difícil. Y no duda un segundo, aunque la evidencia le diga que no lo va a lograr. Sigue luchando y sin saber cómo, atrapa la meta.

Por eso, los que no tienen fe, al final preguntan, ¿cómo le hizo? Yo varias veces he tenido que decir: Fe y saliva. No basta creer por un rato, hay que seguir creyendo sin darse jamás por vencido. Mucha gente es capaz de hacer un acto de fe al inicio un poco a prueba casi para luego convencerse de que "ya ve", "no sale", "se lo dije", "lo teníamos ya calculado, no sale". El hombre de fe no reacciona de esa manera, él sabe que va a lograr la meta. Sigue creyendo, cuando casi evidentemente se ve que no. Y de pronto, sin que otros lo crean, salió el resultado. ¿Cómo le hizo? Así preguntan los que no tienen fe, porque ante la evidencia de que salió, los pobres no pueden decir, "no sale".

Preguntan "¿cómo le hizo?" La fe hay que actuarla también en las cosas que pedimos en la oración: "Todo lo que pidiereis sin dudar, creed que ya lo habéis recibido, y se os dará".

Cuántas oraciones están llenas de todo menos de fe. Entre todas esas palabras, y llanto y lágrimas; digamos: Creo que puedes, creo que quieres. Hay en el evangelio oraciones de este tipo que a Cristo le fascinaron, que le arrancaron los milagros a la primera. Un leproso que se le acerca de rodillas y le dice esta oración tan breve y tan profunda: "Señor, sí quieres puedes curarme". Respuesta: "Quiero, queda limpio".

Incluso aquella mujer que ni le dijo una palabra, tenía una grave enfermedad, unas hemorragias, había gastado todo su dinero y no había servido de nada. Ella hizo este acto de fe: "Basta que toque su manto y quedaré curada". Efectivamente, tocó su manto y quedó curada en el acto.

Un centurión romano es decir, una persona que era pagana, tuvo más fe que ninguno. Le pidió a través de unos amigos a Jesús que curara a su siervo que estaba muy enfermo. Y Jesús dijo: "Cómo no, voy a su casa y lo curaré". Cuando él se dio cuenta que venía a su casa, mandó a decirle: "no, no, por favor, no vengas a mi casa, no necesitas venir". Fíjense la fe cómo es: "no necesitas venir, basta con que lo mandes tú".

De la misma manera, así se argumentaba así mismo, "que yo que soy un centurión tengo cien soldados a mis órdenes, le digo a éste: Haz esto; y lo hace, y a mi siervo: tráeme tal cosa, y me la trae".

Y Jesús públicamente no se aguantó las ganas de decir estas palabras: "No he encontrado una fe tan grande en todo Israel". Eso es tan hermoso, que incluso en la misa a la hora de la comunión, se pronuncia la frase que dijo el centurión: "No soy digno de que vengas a mi casa". Esas palabras fueron dichas por un pagano que tenía fe.

En cambio, pongamos otro caso, el de un hombre muy educadito, muy modosito que tenía un hijo enfermo, y había ido con los apóstoles a que le curaran, y no pudieron. Se ve que también les faltó fe a los mismos apóstoles. Y entonces medio desesperado va con Jesús. "Mi pobre hijo enfermo... fui con tus apóstoles y no pudieron". Subrayando: "no pudieron", "sí tú puedes hacer algo", no le dijo: "tú puedes", sino "si tú puedes". La duda. Muy educadito pero sin fe. Y Jesús, como que severamente le dice, "¿Puedes tu creer?" El otro entendió la indirecta y dijo: "Sí, señor, ayuda mi incredulidad". Lo curó como a regañadientes, no muy a gusto. Porque cuando había fe, Cristo muy a gusto curaba.

Y hoy día, cuando hay un hombre o una mujer de fe, muy a gusto le presta su omnipotencia para que realice las cosas. A los hombres de fe, Dios les presta, repito, su omnipotencia. Por eso no se explica humanamente hablando, cómo es que una persona que tiene fe saca las cosas adelante. La gente no se lo explica, no lo entiende. En cambio Él sí sabe por qué suceden las cosas, porque se fía de esas palabras de Jesús.

Alguien dijo, refiriéndose solo a la fe humana, esto de lo que estoy totalmente persuadido: "Todo lo que la mente de un hombre llegue a creer, esa misma mente lo realizará." ¿Será una ley espiritual? Creo que sí.

Quiero recordar una poesía, creo que es del Dr. Bernard, que a mí realmente me inspira mucho; y que no cabe duda que la siguen los hombres de fe, sean atletas, sean realizadores, en el campo profesional, en el campo espiritual, el que sea. La poesía dice así:

Sí piensas que estas vencido, lo estás.
Sí piensas que no te atreves, no lo harás;
sí piensas que te gustaría ganar, pero que no puedes, no lo lograrás.
Sí piensas que perderás, ya estás perdido,
Porque en el mundo encontrarás
que el éxito comienza con la voluntad del hombre,
todo está en el estado mental, es decir, en la fe.
Porque muchas carreras se han perdido
antes de haberse corrido
y muchos cobardes han fracasado
antes de haber su trabajo empezado.

Piensa en grande y tus hechos crecerán,
piensa en pequeño, y quedarás atrás,
piensa que puedes; y podrás.
Todo está en el estado mental, EN TU FE.
Sí piensas que estas aventajado, los estás.
Tienes que pensar bien para elevarte. 


(Y termina de esta manera, que es como el resumen.)

Tienes que estar seguro de ti mismo
antes de intentar ganar un premio.
La batalla de la vida no siempre la gana
el hombre más fuerte o el más ligero,
porque tarde o temprano el hombre que gana
es aquél que CREE QUE PUEDE HACERLO.


Quisiera repetir al final lo más importante y es, el reto que nos lanza Jesús, en Marcos 11, 22-24. Tened fe en Dios, yo os aseguro que quien diga a este monte, quítate y arrójate al mar; y no vacile en su corazón, sino que crea que va a suceder lo que dice, lo obtendrá. Por eso os digo, todo cuanto pidáis en la oración creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis.

En la relación a esto, la frase más hermosa que alguien me pudo decir en la vida fue ésta: "Usted me enseñó a creer".

Ojalá que no solo sea una persona, sino muchas las que puedan decir, tú entre ellas: "Usted me enseñó a creer", porque de esa manera te enseñaré también a triunfar en la vida.

¿Por qué eres católico?

Para ser un autentico católico cristiano se necesita una verdadera convicción nacida del conocimiento y del amor.

“Hay padres que luego de bautizar a sus hijos se desaparecen y no los vuelven a traer a la iglesia hasta su Primera Comunión, advirtió el Papa Francisco durante el encuentro con las familias en Ostia (Italia), al recordar que luego de este primer sacramento es importante seguir llevando a los niños a las parroquias y continuar el acompañamiento en su camino de fe”. “Es la mejor herencia que podemos dar a los niños: la luz de la fe. Junto con el testimonio cristiano”.  (“VATICANO, 04 May. 15 / 04:10 pm (ACI/EWTN Noticias).

Ser católico cristiano por herencia, no está mal. Pero esa herencia debe ir acompañada de un autentico testimonio (congruencia, ejemplo)  S. S. Juan Pablo II nos decía: “El mundo se resiste a creer palabras que no van    acompañadas de un testimonio de vida”. 

Debemos evitar ser católicos cristianos por simple costumbre (rutina), tradición familiar, herencia,  o por imposición. La religión católica no se debe vivir por simple costumbre, como una tradición familiar, como una sucesión de posesiones materiales (herencia), o lo que es peor…por imposición.

Reflexionemos en una hermosa cita: “Creen pero no practican, no aman su religión porque no la conocen y no están convencidos, son solo fieles tradicionalistas y “pasan por alto los mandatos de Dios” (Mc. 7.9), no se comprometen a la conversión ni al testimonio

Para ser un autentico católico cristiano se necesita una verdadera convicción nacida del conocimiento y del amor. Además de una sincera conversión.  Convertirse significa: cambiar de dirección en el camino de la vida: pero no con un pequeño ajuste, sino con un verdadero cambio de sentido. Conversión es ir contracorriente, donde la «corriente» es el estilo de vida superficial, incoherente e ilusorio que a menudo nos arrastra, nos domina y nos hace esclavos del mal, o en cualquier caso prisioneros de la mediocridad moral.San Agustín nos dice: Creo para comprender, y comprendo para creer mejor.  Hoy nuestro tiempo nos pide razón, reflexión y el conocimiento que nos lleve a creer. “La fe y la razón (Fides et ratio) son como dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad     
                                                                                               
Evitemos ser católicos cristianos improvisados. En la formación moral y religiosa no se improvisa. Porque improvisar es hacer algo de pronto, de prisa, sin preparación ni entendimiento.

¿Cuántas veces criticamos a nuestros hijos porque no saben orar ni rezar?... ¿Los padres sabemos rezar y orar? ¿Nosotros como padres les enseñamos a orar o rezar gradualmente? ¿Oramos o rezamos juntamente con ellos? ¿Cómo padres participamos piadosa, consciente y activamente y en familia en la celebración eucarística?  

Cuando los niños, adolescentes, jóvenes y muchos adultos no logran entender (Tener idea clara de las cosas, conocer el ánimo o la intención de algo o alguien, tener amplio conocimiento). Cuando no logran comprender (Entender, alcanzar, penetrar) algo por la falta de capacidad, indiferencia o comodismo de los adultos, simplemente se alejan, pierden interés, esto surge también cuando no se les toma en cuenta ni se les motiva a la participación, cuando no se les prepara y compromete a ser parte activa. Lo superficial, lo externo, lo que no les compromete, lo que no les convence, motiva e impulsa, les aburre. Y más aun si a esto le añadimos la incongruencia, las divisiones y los conflictos como consecuencia de la ignorancia religiosa en los adultos.  

Observemos las posturas y el comportamiento de los feligreses en la misa dominical en nuestra parroquia, nadie se saluda, nadie se conoce, todo es individualismo, solo a la hora de la paz,  o en las misas de ceremonias. El templo se ha convertido en un salón de fiesta y vanidad, o en estudio televisivo, para actos cortesanos, galanteos y lujos consumistas. A veces parecen afiches de anuncios. Se llega tarde a la celebración y se tiene prisa por terminar, parece aburrir. No se organiza, se improvisa, se realiza por rutina, con nerviosismo, cuidando sólo la validez. Los fieles participan poco consciente y activamente, porque van a criticar, se distraen, posan para las fotos, no entienden, están sin devoción. Los signos inventados suplantan y oscurecen los signos sacramentales.

La mayoría de asistentes son bautizados indiferentes, con una fe mediocre e insuficiente. No se sienten vinculados a la comunidad ni siguen un proceso de acompañamiento en la fe. Piden ritos, más que sacramentos, pues les falta fe. Su ritmo, su sentido de pertenencia, sus intereses y símbolos, son distintos.

Amor y conocimiento de la verdad

“En esta situación, ¿puede la fe cristiana ofrecer un servicio al bien común indicando el modo justo de entender la verdad? Para responder, es necesario reflexionar sobre el tipo de conocimiento propio de la fe. Puede ayudarnos una expresión de san Pablo, cuando afirma: « Con el corazón se cree » (Rm 10,10). En la Biblia el corazón es el centro del hombre, donde se entrelazan todas sus dimensiones: el cuerpo y el espíritu, la interioridad de la persona y su apertura al mundo y a los otros, el entendimiento, la voluntad, la afectividad. La fe transforma toda la persona, precisamente porque la fe se abre al amor.

Esta interacción de la fe con el amor nos permite comprender el tipo de conocimiento propio de la fe, su fuerza de convicción, su capacidad de iluminar nuestros pasos. La fe conoce por estar vinculada al amor, en cuanto el mismo amor trae una luz. La comprensión de la fe es la que nace cuando recibimos el gran amor de Dios que nos transforma interiormente y nos da ojos nuevos para ver la realidad”. (CARTA ENCÍCLICA LUMEN FIDEI DEL SUMO PONTÍFICE FRANCISCO)

“Recuperar la conexión de la fe con la verdad es hoy aun más necesario, precisamente por la crisis de verdad en que nos encontramos. En la vida de san Agustín encontramos un ejemplo significativo de este camino en el que la búsqueda de la razón, con su deseo de verdad y claridad. Comprender que Dios es luz dio a su existencia una nueva orientación, le permitió reconocer el mal que había cometido y volverse al bien”. (CARTA ENCÍCLICA LUMEN FIDEI DEL SUMO PONTÍFICE FRANCISCO)

Los sacramentos y la transmisión de la fe

Como afirma el Concilio ecuménico Vaticano II, « lo que los Apóstoles transmitieron comprende todo lo necesario para una vida santa y para una fe creciente del Pueblo de Dios; así la Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las edades lo que es y lo que cree »[35].

Fe, oración y decálogo

Además, es también importante la conexión entre la fe y el decálogo. La fe, como hemos dicho, se presenta como un camino, una vía a recorrer, que se abre en el encuentro con el Dios vivo. Por eso, a la luz de la fe, de la confianza total en el Dios Salvador, el decálogo adquiere su verdad más profunda, contenida en las palabras que introducen los diez mandamientos: « Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto » (Ex 20,2).

El decálogo no es un conjunto de preceptos negativos, sino indicaciones concretas para salir del desierto del « yo » autorreferencial, cerrado en sí mismo, y entrar en diálogo con Dios, dejándose abrazar por su misericordia para ser portador de su misericordia

Fe y familia

En la familia, la fe está presente en todas las etapas de la vida, comenzando por la infancia: los niños aprenden a fiarse del amor de sus padres. Por eso, es importante que los padres cultiven prácticas comunes de fe en la familia, que acompañen el crecimiento en la fe de los hijos. Sobre todo los jóvenes, que atraviesan una edad tan compleja, rica e importante para la fe, deben sentir la cercanía y la atención de la familia y de la comunidad eclesial en su camino de crecimiento en la fe. La fe no es un refugio para gente pusilánime, sino que ensancha la vida. Hace descubrir una gran llamada, la vocación al amor, y asegura que este amor es signo de fe, que vale la pena ponerse en sus manos, porque está fundado en la fidelidad de Dios, más fuerte que todas nuestras debilidades.

Luz para la vida en sociedad

Asimilada y profundizada en la familia, la fe ilumina todas las relaciones sociales. Como experiencia de la paternidad y de la misericordia de Dios, se expande en un camino fraterno.

En la « modernidad » se ha intentado construir la fraternidad universal entre los hombres fundándose sobre la igualdad. Poco a poco, sin embargo, hemos comprendido que esta fraternidad, sin referencia a un Padre común como fundamento último, no logra subsistir.

La fe, además, revelándonos el amor de Dios, nos hace respetar más la naturaleza, pues nos hace reconocer en ella una gramática escrita por él y una morada que nos ha confiado para cultivarla y salvaguardarla (CARTA ENCÍCLICA LUMEN FIDEI DEL SUMO PONTÍFICE FRANCISCO)

El Santo Padre ha señalado que "la fe lleva siempre al testimonio. La fe es un encuentro con Jesucristo, con Dios, y de allí nace y te lleva al testimonio. Y esto que el apóstol quiere decir: una fe sin obras, una fe que no te implique, que no te lleve al testimonio, no es fe. Son palabras y nada más que palabras".

Ser cristiano no es una apariencia o una conducta social, no es maquillarse un poco el alma para que resulte un poco más bonita. Ser cristianos es hacer aquello que ha hecho Jesús, servir”. (Papa Francisco VATICANO, 30 Abr. 15)

“El hábito no hace al monje”

La apariencia, lo exterior, las palabras y las costumbres no hacen al monje, pero si nos hacen falsos católicos. No basta con predicar. Si no hay que practicar lo que se predica.

Lo que en verdad hace a un monje y a un católico, verdadero monje y verdadero católico, es lo interior: las buenas obras, el ejemplo, el convencimiento, la alegría, la participación, el compromiso, la congruencia, el evitar la doble personalidad y el individualismo.

“Todos los cristianos estamos llamados a comunicar el Evangelio, no solo con palabras, sino en la realización de obras que manifiesten la coherencia entre lo que creemos y predicamos. Este año, en el que el tema de la familia es motivo de estudio y profundización para la Iglesia, el Papa Francisco ha querido tomarlo como punto de referencia, ya que es “la familia el primer lugar donde aprendemos a comunicar”. (La familia, modelo de comunicación en el amor / de Rogelio Cabrera López Arzobispo de Monterrey)

Es importante tener en cuenta lo siguiente: todo católico es cristiano (aceptar a Cristo hecho hombre), pero no todo cristiano es católico (aceptar al Papa como

Vicario de Cristo en la tierra. De aquí las diversas confesiones - protestantes, ortodoxos, anglicanos, lefebrianos - que son cristianos, pero no son católicos.

¿Qué es un católico verdadero?

Ser católico verdadero es vivir y practicar, dentro de nuestra debilidad humana, los mandamientos de la Ley de  Dios y de la Iglesia. Y Rechazar los siete pecados capitales que hemos tomado como modo de vida.

Lo que practicamos, se supone, es porque lo conocemos. Veamos si esto es verdad con los pecados capitales. Congruencia y no solo parte de un árbol y de sus hojas sino ante todo dar frutos.

¿Qué es un pecado? Un pecado es la rebeldía contra Dios

¿Cuántos católicos cristianos habrá, hombres y mujeres, autosuficientes, independientes, rebeldes a toda norma o mandamiento y que para ellos solo vale lo que opinan, y lo que quieren, sólo ellos tiene su "propia verdad", han hecho sus propios mandamientos, su propia religión a sus conveniencias, no están dispuestos a obedecer a Dios y quieren ser como dioses?

Esto sin contar los católicos practicantes del sincretismo, esoterismo, espiritismo, shamanismo y santerismo, vías al satanismo, todo por la indiferencia, apatía e ignorancia religiosa (DP 78).

“El cristianismo empieza despertando en la persona la conciencia de pecado. Empezar a ser buen cristiano es siempre tomar conciencia de que la vida, tal como la estamos viviendo, no nos lleva a ningún éxito espiritual" (Evangelio explicado No. 2 pág. 131  P. Eliécer Sálesman).

Ser católico verdadero  - es aquel que tiene interés por prepararse, conocer, cumplir, y vivir su religión.  El católico cristiano debe ser difusivo y contagioso empezando en su iglesia doméstica y continuando en su entorno laboral y social.

"Un cristiano que no es difusivo y contagioso, no es un verdadero cristiano" (Evangelio explicado No. 2 pág. 133  P. Eliécer Sálesman).

Tenemos que tomar conciencia de que todos somos responsables de la construcción de un mundo nuevo. El fruto será bueno o malo según lo hagamos nosotros. Para los católicos cristianos nuestra misión es construir un mundo mejor, necesitamos superarnos, romper la cáscara de nuestro egoísmo, comodidad y conveniencia, desarrollar nuestras cualidades, hacer uso de nuestros talentos, ser consientes de que nosotros somos los que vamos a construir el futuro, familiar y de la iglesia.

“Católico cristiano es el que se deja guiar por el Espíritu Santo, que al Igual que Jesús, entiende que ser misericordioso es más importante que todos los sacrificios, el que busca el Reino de Dios y su justicia, que trata de amar y servir a ejemplo de Cristo que no vino a ser servido sino a servir y a dar la vida por los demás. Ser cristiano católico es el resultado de ser poseído por el Espíritu de Cristo, vivir inmerso en el perdón y el amor de Dios, que goza con la Palabra del Señor y busca dar testimonio en el mundo de esta alegre noticia” (P. Valentín Treviño, parroquia Ntra. Sra. De Zapopan, Monterrey N.L.)

“Que compartas tu pan con el hambriento y recibas en tu casa al pobre sin techo; en que vistas al que no tiene ropa y no dejes de socorrer a tus semejantes, entonces brillará tu luz como el amanecer y tus heridas sanarán pronto. Tu rectitud ira delante de ti y mi gloria te seguirá. Entonces, si me llamas, yo te responderé; si gritas pidiendo ayuda, yo te diré: ‘Aquí estoy’ Si haces desaparecer toda opresión, si no insultas a otros ni les levantas calumnias, si te das a ti mismo en servicio del hambriento, si ayudas al afligido en su necesidad, tu luz brillará en la oscuridad, tus sombras se convertirán en luz de mediodía.”  (Is. 58, 7 – 10) 

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