Pedro arrastró la red hasta la orilla
- 26 Abril 2019
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Anacleto (Cleto), Santo
III Papa, 26 de abril
Martirologio Romano: En Roma, conmemoración de san Cleto, papa, el segundo que rigió la Iglesia Romana después de san Pedro. († 88)
En el martirologio anterior se lo recordaba el 13 de julio
Breve Biografía
¿Son dos o tan sólo uno?, por mucho tiempo se pensó que Anacleto y Cleto habían sido dos papas distintos del siglo primero. Después resultó claro que el segundo nombre era sólo una abreviación familiar del primero. Y así ha quedó registrado en la sucesión cronológica de los jefes de la iglesia de Roma: Anacleto o Cleto fue el tercero, después de Pedro y Lino. Tercero, entonces, en la serie de papas. Sobre su origen sobreviven incertidumbres, algunos historiadores piensan que era nacido en Roma, pero su nombre de origen claramente griego deja una sombra de dudas sobre este tema.
Relatos muy antiguos le atribuyen la construcción de un santuario sepulcral llamado «Memoria», en el sitio del entierro de Pedro, en los jardines del Vaticano, territorio que entonces pertenecía al dominio imperial y formado por jardines, campos y tierras sin cultivar. A Anacleto se le atribuye también la disposición que prohibía a los hombres de Iglesia usar los cabellos largos, lo que sería un primer ejemplo de tonsura eclesiástica.
Su pontificado se desarrolla en algunos años de paz, bajo el emperador Vespasiano (que reina del 69 al 79), y bajo su hijo mayor Tito (79 al 81). En tiempos de este último Italia conoce una de las más importantes catástrofes de su historia: la erupción del Vesubio en agosto del 79, con la destrucción de Herculano y Pompeya. Y poco después Roma verá surgir el edificio destinado a convertirse en su emblema: el anfiteatro Flavio (Coliseo) para los juegos públicos, sede de luchas mortales entre gladiadores y de suplicios para los cristianos. El mismo lugar que diecinueve siglos después sería elegido por los sucesores de Pedro, Lino y Anacleto para presidir el Vía Crucis con el que se rememora el calvario de Cristo en Viernes Santo.
Finaliza pronto el reinado de Tito, y con el arribo de su hermano Domiciano comienza la persecusión. Pero no sólo contra los cristianos. De hecho, las primeras víctimas son los judíos, forzados a derivar al Estado el tributo debido al templo de Jerusalén destruido por Tito. Una persecución por razones financieras: porque las grandes obras públicas han desangrado las finanzas imperiales; también los judeocristianos deberán pagar. Después la persecusión va a ensañarse a los cristianos en general, no sólo contra sus bienes. Contra ellos se lanza la acusación de “ateísmo”, es decir, de no adorar a los dioses del Estado, y esta acusación comporta la pena capital.
No sabemos cómo murió Cleto; la persecusión a los cristianos continuó luego de su muerte. No se conoce el lugar de su sepultura, aunque es presumible que haya sido en los jardines vaticanos.
Santo Evangelio según San Juan 21, 1-14. Viernes de la octava de Pascua
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, revísteme del hombre nuevo, creado conforme a Dios en justicia y santidad verdaderas.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 21, 1-14
En aquel tiempo, Jesús se les apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Se les apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás (llamado el Gemelo), Natanael (el de Caná de Galilea), los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: «Voy a pescar». Ellos le respondieron: «También nosotros vamos contigo». Salieron y se embarcaron, pero aquella noche no pescaron nada.
Estaba amaneciendo, cuando Jesús se apareció en la orilla, pero los discípulos no lo reconocieron. Jesús les dijo: «Muchachos, ¿han pescado algo?». Ellos contestaron: «No». Entonces Él les dijo: «Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán peces». Así lo hicieron, y luego ya no podían jalar la red por tantos pescados.
Entonces el discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: «Es el Señor». Tan pronto como Simón Pedro oyó decir que era el Señor, se anudó a la cintura la túnica, pues se le había quitado, y se tiró al agua. Los otros discípulos llegaron en la barca, arrastrando la red con los pescados, pues no distaban de tierra más de cien metros.
Tan pronto como saltaron a tierra, vieron unas brasas y sobre ellas un pescado y pan. Jesús les dijo: «Traigan algunos pescados de los que acaban de pescar».
Entonces Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red, repleta de pescados grandes. Eran ciento cincuenta y tres, y a pesar de que eran tantos, no se rompió la red. Luego les dijo Jesús: «Vengan a almorzar».
Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres?». Porque ya sabían que era el Señor.
Jesús se acercó, tomó el pan y se los dio y también el pescado.
Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
¡El Señor ha resucitado! Lo sabemos porque Él mismo ha querido nuevamente revelarse ante nosotros, sus discípulos. No caigamos en la tentación de decir estas palabras de forma irreflexiva y automática. Antes bien, que sean espejo transparente del gozo con que exulta nuestro corazón.
Quizás aún albergamos algo de duda. El mundo no parece haber cambiado mucho de como era antes del Viernes Santo. Por eso es que los apóstoles retornaban a sus faenas habituales. La aventura de ser pescadores de hombres parecía haber llegado a su fin. Volvían a ser pescadores comunes. Sin embargo, ¡vaya que todo es nuevo para el corazón de quien cree y ha visto al Señor!
Jesús los encuentra en su cotidianeidad. No da grandes discursos triunfantes, sino que pregunta inocentemente si tienen algo de comer. Quiere que ellos se den cuenta que el verdadero alimento es Aquel que los espera a la orilla.
Juan lo reconoce después de que muchos peces son atrapados en esa red que es la Iglesia, y que no se rompe por abundante que sea la carga que retiene. Y yo, ¿reconozco también a Cristo en la multitud de mis hermanos? ¿O es que quizás veo tan sólo rostros que pasan velozmente ante mí?
Pedro, siempre impulsivo, se viste y salta. Estaba desnudo, es decir, creía no tener ya dignidad. Ver a su maestro le devuelve la esperanza. Es Jesús quien nos reviste con la vestimenta del hombre nuevo, radiante y de una pieza, sin costura. ¿Con qué arrojo me dirijo hoy a Jesús? ¿Con qué salto me pongo en su presencia para que me atavíe con la túnica de santidad? Vayamos nadando presurosos a encontrarlo, y dejémonos sorprender por su amor casero, cercano, que nos aguarda para darnos de comer el Pan de Vida.
«Jesús, en definitiva, prepara para nosotros y nos pide que también nosotros preparemos. ¿Qué prepara Jesús para nosotros? Prepara un lugar y un alimento. Un lugar mucho más digno que la “habitación grande acondicionada” del Evangelio. Es nuestra casa aquí abajo, amplia y espaciosa, la Iglesia, donde hay y debe haber un lugar para todos. Pero nos ha reservado también un lugar arriba, en el paraíso, para estar con él y entre nosotros para siempre. Además del lugar nos prepara un alimento, un pan que es él mismo: “Tomad, esto es mi cuerpo”. Estos dos dones, el lugar y el alimento, son lo que nos sirve para vivir. Son la comida y el alojamiento definitivos. Ambos se nos dan en la Eucaristía. Alimento y lugar.
Jesús nos prepara un puesto aquí abajo, porque la Eucaristía es el corazón palpitante de la Iglesia, la genera y regenera, la reúne y le da fuerza. Pero la Eucaristía nos prepara también un puesto arriba, en la eternidad, porque es el Pan del cielo. Viene de allí, es la única materia en esta tierra que sabe realmente a eternidad.»
(Homilía de S.S. Francisco, 3 de junio de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Me esforzaré por identificar al Señor que espontáneamente viene a mi encuentro en las personas que me rodean.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Los efectos y frutos de la Eucaristía
Los efectos que produce la Eucaristía en el alma son consecuencia de la unión con Cristo.
Efectos
Cuando recibimos la Eucaristía, son varios los efectos que se producen en nuestra alma. Estos efectos son consecuencia de la unión íntima con Cristo. Él se ofrece en la Misa al Padre para obtenernos por su sacrificio todas las gracias necesarias para los hombres, pero la efectividad de esas gracias se mide por el grado de las disposiciones de quienes lo reciben, y pueden llegar a frustrarse al poner obstáculos voluntarios al recibir el sacramento.
Por medio de este sacramento, se nos aumenta la gracia santificante. Para poder comulgar, ya debemos de estar en gracia, no podemos estar en estado de pecado grave, y al recibir la comunión esta gracia se nos acrecienta, toma mayor vitalidad. Nos hace más santos y nos une más con Cristo. Todo esto es posible porque se recibe a Cristo mismo, que es el autor de la gracia.
Nos otorga la gracia sacramental propia de este sacramento, llamada nutritiva, porque es el alimento de nuestra alma que conforta y vigoriza en ella la vida sobrenatural.
Por otro lado, nos otorga el perdón de los pecados veniales. Se nos perdonan los pecados veniales, lo que hace que el alma se aleje de la debilidad espiritual.
Necesidad
Para todos los bautizados que hayan llegado al uso de razón este sacramento es indispensable. Sería ilógico, que alguien que quiera obtener la salvación, que es alcanzar la verdadera unión íntima con Cristo, no tuviera cuando menos el deseo de obtener aquí en la tierra esa unión que se logra por medio de la Eucaristía.
Es por esto que la Iglesia nos manda a recibir este sacramento cuando menos una vez al año como preparación para la vida eterna. Aunque, este mandato es lo menos que podemos hacer, se recomienda comulgar con mucha frecuencia, si es posible diariamente.
Ministro y Sujeto
Únicamente el sacerdote ordenado puede consagrar, convertir el pan el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, sólo él está autorizado para actuar en nombre de Cristo. Fue a los Apóstoles a quienes Cristo les dió el mandato de “Hacer esto en memoria mía”, no se lo dió a todos los discípulos. (Cfr. Lc. 22,).
Esto fue declarado en el Concilio de Letrán, en respuesta a la herejía de los valdenses que no aceptaban la jerarquía y pensaban que todos los fieles tenían los mismos poderes. Fue reiterado en Trento, al condenar la doctrina protestante que no hacía ninguna diferencia entre el sacerdocio ministerial y el sacerdocio de los fieles.
Los que han sido ordenados diáconos, entre sus funciones, está la de distribuir las hostias consagradas, pero no pueden consagrar. Actualmente, por la escasez de sacerdotes, la Iglesia ha visto la necesidad de que existan los llamados, ministros extraordinarios de la Eucaristía. La función de estos ministros es de ayudar a los sacerdotes a llevar la comunión a los enfermos y a distribuir la comunión en la Misa.
Todo bautizado puede recibir la Eucaristía, siempre que se encuentre en estado de gracia, es decir, sin pecado mortal. Haya tenido la preparación necesaria y tenga una recta intención, que no es otra cosa que, tener el deseo de entrar en unión con Cristo, no comulgar por rutina, vanidad, compromiso, sino por agradar a Dios.
Los pecados veniales no son un impedimento para recibir la Eucaristía. Ahora bien, es conveniente tomar conciencia de ellos y arrepentirse. Si es a Cristo al que vamos a recibir, debemos tener la delicadeza de estar lo más limpios posibles.
En virtud de que la gracia producida, “ex opere operato”, depende de las disposiciones del sujeto que la va a recibir, es necesaria una buena preparación antes de la comunión y una acción de gracias después de haberla recibido. Además del ayuno eucarístico, una hora antes de comulgar, la manera de vestir, la postura, etc. en señal de respeto a lo que va a suceder.
Frutos de la Eucaristía
El sacramento de la Eucaristía, como todo sacramento, es eficaz. Al recibirlo hay cambios reales en la persona que lo recibe y en toda la Iglesia aunque los cambios no se puedan palpar:
Acrecienta nuestra unión con Jesucristo.
Al comulgar recibimos a Jesucristo de una manera real y substancial. Es una unión real, no es un buen deseo o un símbolo. El sacramento de la Eucaristía es una unión íntima con Dios que nos llena de su Gracia.
"Quien come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en él"
(Jn, 6,56).
Nos perdona los pecados veniales.
Para recibir a Jesús, es indispensable estar en estado de gracia y al recibirlo, la presencia de Dios dentro de nosotros hace que se borren las pequeñas faltas que hayamos tenido contra Él y recibimos la gracia para alejarnos del pecado mortal.
Fortalece la caridad, que en la vida diaria tiende a debilitarse.
El pecado debilita la caridad y puede hacernos creer que vivir el amor como Jesús nos lo pide es muy difícil, casi inalcanzable.
Sin embargo, Jesús ya sabía que nos costaría trabajo y que nos sentiríamos sin fuerzas para lograrlo, por eso quiso quedarse con nosotros en la Eucaristía para alimentarnos y ayudarnos fortaleciendo nuestra caridad.
La Eucaristía, siendo el mayor ejemplo de amor que podemos tener, transforma el corazón llenándolo de amor, de tal manera que quien la recibe es capaz de vivir la caridad en cada momento de su vida.
"Que nunca os falte, queridos jóvenes, el Pan eucarístico en las mesas de vuestra existencia. ¡De este pan podréis sacar fuerza para dar testimonio de vuestra fe!"
(Juan Pablo II. Queridísimos jóvenes)
Nos preserva de futuros pecados mortales.
Una persona que vive de acuerdo a la caridad, difícilmente cometerá faltas graves de amor a Dios.
Da unidad al Cuerpo Místico de Cristo que es la Iglesia.
Cada persona que recibe a Jesús en la Eucaristía se une íntimamente a Él, que es la cabeza de su Cuerpo Místico del que todos los cristianos formamos parte.
De esta manera, el cristiano que se une a Cristo en la Eucaristía, se une al mismo tiempo al resto de los cristianos miembros de su Cuerpo Místico.
Por ésta razón, a la recepción de la hostia consagrada se le llama comunión, que significa común-unión o unión de toda la comunidad.
"Te pido que todos sean uno. Padre, lo mismo que tú estás en mí y yo en ti, que también ellos estén unidos a nosotros; de este modo, el mundo podrá creer que tú me has enviado.
Yo les he dado a ellos la gloria que tú me diste a mí, de tal manera que puedan ser uno, como lo somos nosotros".
(Juan 17, 21-22.)
Fortalece a toda la Iglesia.
Por la misma unidad de los cristianos en el Cuerpo Místico de Cristo sucede que al fortalecerse uno de sus miembros con las gracias de la Eucaristía, se fortalece la Iglesia entera.
Entraña un compromiso en favor de los demás.
Al estar más unido al Cuerpo Místico de Cristo, aquél que recibe la Eucaristía, se hará más consciente de las necesidades de los otros miembros.
Se identificará con los intereses de Cristo, sentirá el compromiso de ser apóstol, de llevar a Cristo a todos los hombres sin distinción y de ayudar en sus necesidades espirituales y materiales a los pobres, los enfermos y todos los que sufren.
¿Qué hay de verdad en el maleficio?
Comunmente se entiende por maleficio, la capacidad de una persona de realizar un mal sobre otra, en base a metodologías mágicas
Pregunta:
¿Qué hay de verdad en el maleficio?
Respuesta:
Estimado:
Puede serle de utilidad el siguiente artículo del Lic. José María Baamonde, de la Fundación SPES.
En muchas sectas y nuevos movimientos religiosos, como así también en varias de las disciplinas promovidas por la New Age o Nueva Era, puede observarse que subyace en mayor o menor medida, una concepción mágica.
Definición:
La palabra magia, deriva del vocablo persa mag, cuya una de sus ascepciones es el de sabiduría. La magia consiste en una concepción mecanicista basada en el convencimiento de que existiría una fuerza en la naturaleza, susceptible de ser captada merced a diversos rituales, y utilizada en beneficio o detrimento de los hombres.
En base a lo expuesto podemos sostener, de manera sencilla, que el concepto de la magia se asienta en la creencia paralela y recíproca de dos mundos (visible e invisible), con sus respectivas fuerzas y correspondencias. De tal manera que lo actuado en uno de estos mundos (visible), tendrá una correspondencia determinada en el otro (invisible), y viceversa.
Tipos de Magia
Si bien son muchas las posibles clasificaciones de la magia, popularmente se conocen dos variantes, especialmente en lo que hace a su metodología o formas de operación y sus fines.
En lo que respecta a la metodología se destacan las de carácter homeopático o analógico, y las de carácter transitivo o de contigüidad
La primera se basa en el principio de similitud o concepción de que lo semejante actúa sobre lo semejante. Un ejemplo de ella sería aquel ritual en el que para curar una afección cardíaca, se realiza un emplasto con una planta cuyas hojas tienen forma similar al corazón. Es importante destacar que el ejemplo dado en la magia homeopática o analógica, no debe ser confundido con aquellos tratamientos que, basados en una vieja sabiduría popular, reconoce el efecto terapéutico de los componentes de ciertos vegetales y que es denominado como fitoterapia.
Por su parte la segunda, se basa en el principio que sostiene que los elementos una vez en contacto, continúan operando uno sobre otro. Este es el tipo quizás, más popularmente conocido y un ejemplo sería cuando se confecciona una figura de arcilla a la que se anexa algún elemento u objeto de la persona sobre la que se quiere actuar (v.gr.: un cabello, una uña, una foto o un pañuelo). Estos elementos u objetos de la persona, por pertenecer a ella, la implicarían en su totalidad. De esta manera las acciones realizadas sobre la figura de arcilla (presionarla, clavarle alfileres, quemarla con fuego), producirían efectos similares sobre la persona de la que se ha tomado el elemento u objeto y puesto en contacto con la figura.
Finalmente y en lo que respecta a su fines, habría basicamente dos tipologías, conocidas como magia blanca y negra, aunque algunos autores sostienen que esta definición es artificiosa. La primera de ellas tendría fines positivos, mientras que la restante, sólo fines negativos y es la asociada a la brujería y los maleficios.
El Maleficio
Comunmente se entiende por maleficio, la capacidad de una persona de realizar un mal sobre otra, en base a metodologías mágicas.
En nuestra sociedad y no distinguiendo clases o niveles intelectivos, la pregunta de si existe la posibilidad del maleficio, surge de tanto en tanto. Esta pregunta suele venir convenientemente respaldada, de un folklore que hunde sus raíces en creencias populares, cuentos, películas, libros e historias, que han creado un campo fértil a la fantasía o la exageración y, siempre, a un sordo temor que se manifiesta en el dicho popular: ‘¡Las brujas no existen, pero que las hay, las hay!’
A esta pregunta debemos responder que, sin descartar la posibilidad de una intervención preternatural, sólo que esta ocurre en rarísimas ocasiones, sólo cuando es permitido por Dios y nunca con la asiduidad con que se cree, la concreción del maleficio debe ser generalmente descartada.
No obstante ello ciertas prácticas tienden a confundir a muchos, por los efectos que parecen derivar de ellas y que, ante el desconocimiento, fácilmente son atribuidas a consecuencias de un maleficio.
Tanto la Iglesia como la ciencia, sostienen un principio de economía, que al mismo tiempo es de prudencia y objetividad, y que estipula que ‘frente a un hecho extraordinario, nunca debe darse una respuesta de orden preternatural o sobrenatural, si puede ser explicado naturalmente’. Sólo cuando se acaban las posibilidades de una explicación natural, se puede empezar a pensar en la posibilidad, y no certeza, de una de orden no natural.
De esta manera podemos decir que el maleficio surte un efecto, entre otras razones, por autosugestión. Si uno cree en la posibilidad de un maleficio, es muy posible que le termine ocurriendo algo. O para decirlo de otra manera: todo lo malo que nos pasa a todos, todos los días, si creemos en el maleficio, se lo adjudicaremos a él.
Si una persona cree que han ejercido sobre ella un maleficio, aumentará su tensión nerviosa, manteniendo una situación de alerta constante, lo que repercutirá en una secreción mayor de lo habitual de adrenalina y un aceleración del ritmo cardiorespiratorio, contracciones musculares, gastritis, insomnio, angustia, ansiedad y demás disfunciones, que pueden llegar a provocar cuadros clínicos serios.
Otra de las formas por las que el maleficio suele surtir un efecto, es a raíz de algún engaño encubierto. En ocasiones los objetos que se utilizan, cuentan con sustancias tóxicas que al tomar contacto con la persona, producen una serie de efectos que fácilmente pueden ser adjudicados a lo preternatral, cuando las causas son perfectamente naturales.
Al respecto se suele mencionar como ejemplo cuando se colocan cánulas de bambú embadurnadas en curare, entre las plumas de algún gallo muerto. La persona a la que está destinada el maleficio, al tomar el gallo con sus manos se pincha con las cánulas de bambú, ingresando el curare a su organismo. El curare es un veneno que actúa sobre el sistema nervioso y puede producir la muerte por paro cardiorrespirtorio. En otras ocasiones, las sustancias tóxicas son preparadas en pócimas o infusiones que, sin conocimiento del afectado, se dan a beber produciendo diversos efectos.
Algunas consideraciones
La creencia popular en la magia y el temor atávico frente a la posibilidad de un maleficio, es explotado por numeros nuevos movimientos religiosos de características sectarias y los clasificados de los periódicos dan sobrada prueba de ello.
Movimientos relacionados con la New Age o Nueva Era y, especialmente, cultos afrobrasileños de lo más diversos que prometen solución a todos los problemas, laborales, familiares y sentimentales, recurren a la concepción mágica en su proselitismo.
¿Cuántas veces escuchamos a diario a personas que desesperadas por dificultades económicas y laborales, acuden a estos movimientos y por respuesta no reciben explicaciones relacionadas con la actual situación socio-económica, sino que les han hecho un maleficio y que, para deshacerlo, deben oblar sumas que van desde los doscientos a los cinco mil dolares o más? O, preocupados por la enfermedad propia o de algún familiar cercano, reciben igual respuesta, abandonando tratamientos médicos con graves consecuencias.
En el mejor de los casos sólo pierden el dinero, en otros, se puede perder también la vida del alma y del cuerpo
* Algunas referencias Bíblicas para el esclarecimiento: Dt.18,10; Jr. 27,9 y 29,8; Sab. 13,1-9; Is. 2,6 y 57,3; Os. 4,2; Mi. 5,11; Ml. 3,5; Hch. 8,9-25; 13,8-12 y 19,19.
* Algunas referencias del Catecismo: Adivinación y Magia: 2115, 2116 y 2117.
Bibliografía para profundizar
– CAPANNA, Pablo, ‘La Tentación de la Magia’, Ed. Claretiana. Trabajo donde de manera sencilla se introduce al tema de la magia, su psicología y el cristianismo frente a dicho fenómeno.
– VERNETTE, Jean, ‘Ocultismo, Magia y Hechicerías’, Ed. CCS. Interesante tabajo donde se tratan las materias enunciadas en el título, su resurgimiento con el movimiento de la New Age o Nueva Era y su incompatibilidad con la fe cristiana.
Lic. José María Baamonde
Fundación S.P.E.S.
Plenos y Felices: Sanando las Heridas del Corazón
El Espíritu Santo es el único médico capaz de curar el alma.
Hace dos años mi cuñada empezó a sufrir un abanico de síntomas extraños. De la nada, ya no tenía apetito, muchas comidas le caían mal, sufría ansiedad intensa y lo peor de todo, nadie sabía qué tenía. Estaba sufriendo tanto que incluso parecía que su personalidad había cambiado. Análisis tras análisis, resultó inútil. Parecía que no había solución hasta el diciembre pasado cuando finalmente le diagnosticaron con la enfermedad de Lyme. Después de dos años de pruebas médicas y sufrimiento, finalmente sabíamos qué era y cómo tratarla.
Nosotros cuidamos mucho nuestra salud. Es de las cosas más importantes para el bienestar. Pero cuando tienes un problema que nadie logra identificar y tratar, puedes perder la esperanza.
Curiosamente, así es también con el alma. Hay dos cosas que dañan la salud del alma, dos cosas que nos impiden ser felices. La primera son los ídolos. Podemos pensar que hoy en día nadie es tan ignorante como para adorar a los ídolos, pero de hecho, no es tan raro. Un ídolo es cualquier cosa que yo creo que me va a dar felicidad y seguridad. Digo cualquier cosa porque solo una persona nos puede dar la felicidad: Dios. Una jerarquía equivocada de valores saca toda mi vida de quicio. Ya no funciona como debe. Así nos lastiman nuestros pecados. Son las cosas que meten mi vida, la salud de mi alma, en desorden. Causan la diabetes espiritual o la efisema espiritual -- nos pueden incluso matar.
Pero luego hay una segunda cosa, mucho más difícil de detectar y tratar: las heridas en mi corazón. Quizá, como mi cuñada, tú estás bien, te cuidas, vives una vida sana. Pero de vez en cuando sale a flote una infelicidad más profunda--la insatisfacción, en anhelo de más. Uno se puede preguntar, “¿Por qué, si vivo una vida equilibrada, no tengo esa alegría y felicidad que deseo? ¡Soy un buen cristiano! Jesucristo promete darnos la vida en abundancia. ¿Y yo? ¿Por qué siento que no la tengo?” Los síntomas se pueden agraviar hasta llegar ser realmente dramáticos y las causas profundas se nos pueden pasar desapercibidas.
Todos nosotros llevamos heridas en el corazón, resultados de los pecados de otros, sobre todo de nuestros papás. Necesitamos sentirnos amados incondicionalmente. Necesitamos ser aceptados como somos. Pero a pesar de los mejores esfuerzos de nuestros papás y los que nos rodeaban en nuestra infancia, todos crecemos con actitudes y modos de ser que son el resultado de una búsqueda frustrada de amor. A lo mejor pensamos que tenemos que merecer el amor o ganar el afecto de los demás. A lo mejor rebelamos contra cualquier autoridad porque nuestra experiencia de autoridad nos lastimó. A lo mejor sentimos que nadie nos puede amar de verdad por cosas que hemos hecho o por cómo nos trataron. En el fondo, fondo de mi corazón, anhelo ser amado pero me cuesta experimentar que alguien realmente me quiere como soy, incondicionalmente. Esas son las heridas del corazón.
Y las heridas, como la enfermedad de Lyme, no se sanan por sí solas. Hace falta un tratamiento, quizá un tratamiento largo. En esta operación, el Espíritu Santo es el único médico capaz de curar el alma. Hace falta abrir el corazón a Él y pedirle con insistencia que te sane. No hay otra manera. No hay otra persona que puede hacer que te sientas amado incondicionalmente como tú necesitas. No hay otra persona que te puede liberar y regalar la alegría que buscas, que puede ser esa garantía absoluta que te deja ser tú.
El Espíritu de Dios está. Te quiere sanar. Pero para que Él actúe necesita nuestra colaboración: que nos hagamos pequeños, que nos reconozcamos necesitados y heridos, que nos abramos -- que seamos como niños. “De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt 18:3).
Yo llevo años de análisis tras análisis sin poder encontrar el tratamiento espiritual necesario. Sí, entendía estas frases del evangelio, pero solo con la cabeza no con el corazón. Apenas empiezo a vivir como niño, gracias a un día en que pedí con todo mi corazón que el Espíritu Santo me sanará, porque no podía más y a que otros rezaban por mí y conmigo. Dios me tocó y el tratamiento comenzó. La felicidad y la alegría del evangelio vienen de Él. Él sí nos sana, sí toca el corazón, sí libera del círculo cerrado de las propias expectativas. Él sí nos ama totalmente e incondicionalmente.
Muchos reconocemos el primer obstáculo a la felicidad pero pocos enfrentan el segundo. Ojalá que esta cuaresma tú también te hagas pequeño y pidas al Espíritu de Dios que te toque y te sane profundamente.