¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?

Homilía para la Solemnidad de la Ascensión de Señor - C

Primera: Hech 1, 1-11; Segunda: Heb 9, 24-28Evangelio: Lc 24, 46-53

Sagrada Escritura:
Primera: Hech 1, 1-11;
Segunda: Heb 9, 24-28
Evangelio: Lc 24, 46-53


Nexo entre las lecturas
En la solemnidad de la Ascensión el conjunto de la liturgia parece decirnos: Misión cumplida, pero no terminada. En el evangelio Lucas resalta el cumplimiento de la misión: misterio pascual y evangelización universal.

La narración del libro de los Hechos se fija principalmente en la tarea no terminada: seréis mis testigos...hasta los confines de la tierra; este Jesús...volverá...

Finalmente, la carta a los Hebreos sintetiza en el Cristo glorioso, sumo sacerdote del santuario celeste, la misión cumplida (entró en el santuario de una vez para siempre), pero no terminada (intercede ante el Padre en favor nuestro...vendrá por segunda vez...a los que le esperan para su salvación).

Mensaje doctrinal
1. Jesucristo puede irse tranquilo. La Ascensión no es ningún momento dramático ni para Jesús ni para los discípulos. La Ascensión es la despedida de un fundador, que deja a sus hijos la tarea de continuar su obra, pero no dejándolos abandonados a su suerte, sino siguiendo paso a paso las vicisitudes de su fundación en el mundo mediante su Espíritu.

Cristo puede irse tranquilo, porque se han cumplido las Escrituras sobre él, y los discípulos comienzan a comprenderlo. Cristo puede irse tranquilo, no porque sus hombres sean unos héroes, sino porque su Espíritu los acompañará siempre y por doquier en su tarea evangelizadora.

Puede irse tranquilo Jesucristo, porque los suyos, poseídos por el fuego del Espíritu, proclamarán el Evangelio de Dios, que es Jesucristo, a todos los pueblos, generación tras generación, hasta el confín de la tierra y hasta el fin de los tiempos.

Cristo puede irse tranquilo, porque ha cumplido su misión histórica, y ha pasado la estafeta a su Espíritu, que la interiorizará en cada uno de los creyentes.

Cristo puede irse tranquilo, porque los discípulos proclamarán el mismo Evangelio que él ha predicado, harán los mismos milagros que él ha realizado, testimoniarán la verdad del Evangelio igual que él la testimonió hasta la muerte en cruz.

Puedes irte tranquilo, Jesús, porque tu Iglesia, en medio de las contradicciones de este mundo, y a pesar de las debilidades y miserias de sus hijos, te será siempre fiel, hasta que vuelvas.

2. Irse de este mundo quedándose en él. Todo hombre siente en su interior, a la vista de la muerte, el deseo intenso de quedarse en el mundo, de dejar en él algo de sí mismo, de marcharse quedándose.

Dejar unos hijos que le prolonguen y le recuerden, dejar una casa construida por él, un árbol por él plantado, dejar una obra -no importa si grande o pequeña- de carácter científico, literario, artístico... Jesucristo, en su condición de hombre y Dios, es el único que puede satisfacer plenamente este ansia del corazón humano.

Él se va, como todo ser histórico. Pero también se queda, y no sólo en el recuerdo, no sólo en una obra, sino realmente. Él vive glorioso en el cielo, y vive misterioso en la tierra.

Vive por la gracia en el interior de cada cristiano; vive en el sacrificio eucarístico, y en los sagrarios del mundo prolonga su presencia real y redentora.

Vive y se ha quedado con nosotros en su Palabra, esa Palabra que resuena en los labios de los predicadores y en el interior de las conciencias.

Se ha quedado y se hace presente en el papa, en los obispos, en los sacerdotes, que lo representan ante los hombres, que lo prolongan con sus labios y con sus manos.

Se ha quedado Jesús con nosotros, construyendo con su Espíritu, dentro de nosotros, el hombre interior, el hombre nuevo, imagen viviente suya en la historia.

La presencia y permanencia de Jesucristo en el mundo es muy real, pero también muy misteriosa, oculta, sólo visible para quienes tienen su mirada brillante como una esmeralda e iluminada por la fe.

Sugerencias pastorales
1. Cristo se ha quedado con nosotros. En la vida humana tenemos necesidad de una presencia amiga, incluso cuando estamos solos.

Una presencia real: la esposa, los hijos, un pariente, un compañero de trabajo, un vecino de casa...O al menos una presencia soñada, imaginaria: el recuerdo de la madre, la imagen del amigo del alma, el pensamiento del hijo que vive en otra ciudad o en otro país...

Esa presencia real o soñada nos conforta, nos consuela, nos da paz, nos motiva. Cristo se ha quedado con cada uno y con todos nosotros. La suya es una presencia real y eficaz, bien que no visible y palpable.

Una presencia de amigo que sabe escuchar nuestros secretos e intimidades con cariño, con paciencia, con bondad, con misericordia y con amor; que sabe igualmente escuchar nuestras pequeñas cosas de cada día, aunque sean las mismas, aunque sean cosas sin importancia; que sabe incluso escuchar nuestras rebeliones interiores, nuestros desahogos de ira, nuestras lágrimas de orgullo, nuestros desatinos en momentos de pasión...

Cristo se ha quedado contigo, a tu lado, para escucharte. La presencia de Cristo es también una presencia de Redentor, que busca por todos los medios nuestra salvación. Está a nuestro lado en la tentación, para darnos fuerza y ayudarnos a vencerla.

Es nuestro compañero de camino cuando todo marcha bien, cuando el triunfo corona nuestro esfuerzo, cuando la gracia va ganando terreno en nuestra alma. Está con nosotros en el momento de la caída, en la desgracia del pecado, para ayudarnos a recapacitar, para echarnos una mano al momento de alzarnos.

Cristo se ha quedado contigo para salvarte. ¿Piensas de vez en cuando en esa

presencia estupenda de Cristo amigo y Redentor?

2. La liturgia de la vida diaria. Cristo, como sacerdote de la Nueva Alianza, ha ofrecido su vida día tras día sobre el altar de la cotidianidad, hasta consumar su ofrenda en la liturgia de la cruz.

Con la Ascensión, nuestro sumo sacerdote ha partido de este mundo. Nosotros, los cristianos, pueblo sacerdotal, asumimos su misma tarea de consagrar el mundo a Dios en el altar de la historia.

Para el cristiano cada acto es un acto litúrgico, cada día es una liturgia de alabanza y bendición de Dios. No hay ninguna actividad de la vida diaria de los hombres que no pueda convertirse en hostia santa y agradable a Dios.

Por tanto, nos dice la constitución dogmática sobre la Iglesia del Vaticano II, todos los discípulos de Cristo, en oración continua y en alabanza a Dios, han de ofrecerse a sí mismos como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios (cf Rom 12,1) (LG 10).

Por el bautismo, que nos introdujo en el pueblo sacerdotal, estamos llamados a confesar delante de los hombres la fe que recibimos de Dios por medio de la Iglesia. En cuanto miembro del pueblo sacerdotal confieso mi fe en casa, ante mis hijos o ante mis padres.

Con mi postura y con mi palabra confieso mi fe en una reunión de amigos o de trabajo. Como partícipe del sacerdocio bautismal, pongo mi fe por encima y por delante de todo, y hago de ella el metro único de mis decisiones y comportamientos. ¿Es ya mi vida una liturgia santa y agradable a Dios? ¿Es éste mi deseo más íntimo y mi más firme propósito?

Fiesta de la Ascensión, verdadera esperanza

Cristo no sube solo, somos parte suya, y por lo tanto, algo nuestro ya está en la casa el Padre.

Los niños de hoy están acostumbrados a oír de los viajes espaciales, a naves que viajan a velocidades que escapan a la imaginación y que tocan países insospechados con otras costumbres y otras formas de vida. Por eso podrían quedarse con la impresión de que Cristo en su Ascensión a los cielos, se hubiera adelantado al tiempo, subiendo en su propia nave hasta desplazarse hasta el mismísimo cielo.

Tenemos que decir entonces de entrada que el cielo y el espacio de las estrellas, los astros, los asteroides y los cometas, un mundo vastísimo, es otro totalmente distinto del que nos presentan los evangelistas que afirman que Cristo subió al cielo, donde “Dios habita en una luz inaccesible” (1 Tim 6.16), lo cual quiere decir que nosotros mismos estaremos invitados a subir con Cristo pero no precisamente a un espacio o a un lugar sino a una situación nueva si vivimos en el amor y en la gracia de Dios.

La fiesta de la Ascensión del Señor es entonces la fiesta de la Verdadera esperanza para los cristianos y en general para todos los hombres, pues cuando Cristo envía a sus apóstoles al mundo, quiere hacer que su mensaje llegue precisamente a todos los hombres, rotas ya las barreras y todas las fronteras, hasta hacer de la humanidad una sola familia salvada por la Sangre de Cristo. Cristo no sube solo, somos parte suya, y por lo tanto, algo nuestro ya está en la casa el Padre, esperando la vuelta de todos para sentarnos con Cristo a ese banquete que se ofrece a todos los que fueron dignos de entrar al Reino de los cielos.

La fiesta en cuestión comenzó a celebrarse hasta el siglo VI pues los siglos anteriores se consideraba como una sola festividad tanto la Resurrección de Cristo como su misma Ascensión, pero se pensó en celebrar ésta última como la plena glorificación de Cristo, su exaltación a los cielos, el sentarse a la diestra de Dios Padre, su constitución como Juez y Señor de vivos y muertos y por lo tanto con poder para enviar a su Iglesia al mundo a hacerlo presente en sus sacramentos, en su Eucaristía, descubriéndole en los pobres y los marginados del mundo, comprometiéndose seriamente con ellos como él lo hizo con cada uno de los actos de su vida, pero sobre todo con su muerte en lo alto de la cruz.

La Ascensión tiene lugar en Galilea, donde Jesús comenzó su ministerio público pero no fue tanto un dato meramente geográfico, sino para hacerles entender a sus apóstoles que Jerusalén ya no era el centro de religiosidad y de culto, sino que desde ahora él se constituía en Aquél por el que se podía tener libre acceso al Padre. Galilea sería como un símbolo de una humanidad que vive una nueva esperanza y una nueva acogida por el Buen Padre Dios, invitándonos a romper toda esclavitud, pues él ya no quiere más sirvientes sino hijos.

Cristo tuvo mucho cuidado antes de su subida de darles poder a sus Apóstoles para hacerlo presente en el mundo, pero también afirmó, y con un verbo en presente que él estaría con ellos siempre, hasta el fin de los tiempos. Esa es la gran alegría de los cristianos, poder unirse desde ahora al Salvador sin tener que esperar hasta el momento final, y hacerlo como discípulos del único Maestro, que quiere a la humanidad unida en su Amor.

Papa: con la Ascensión el Señor nos recuerda que la meta es el Cielo

"Con su Ascensión el Señor Resucitado atrae nuestra mirada al Cielo, para mostrarnos que la meta de nuestro camino es el Padre"

Y dicho esto, fue levantado en presencia de ellos, y una nube le ocultó a sus ojos. Estando ellos mirando fijamente al cielo mientras se iba, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco que les dijeron: ‘Galileos, ¿qué hacen ahí mirando al cielo? Este que les ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así tal como lo han visto subir al cielo’” (Hechos 1, 9-11)

El jueves de la sexta semana de Pascua se celebra la solemnidad de la Ascensión en la Ciudad del Vaticano y en algunos países, mientras en Italia y en otras naciones, el calendario la desplaza al domingo siguiente. Estamos en el tiempo de la Pascua, es decir, de la alegría, de la liberación de la muerte y del pecado gracias a la Resurrección, en el tiempo de la promesa de la salvación. Jesús, por lo tanto, regresa para despedirse de los apóstoles que ahora están listos para esta separación, como hijos adultos. La separación, sin embargo, sólo es aparente, porque el Señor, aunque invisible, continúa trabajando en la Iglesia y es temporal, porque un día volverá.

Fuentes históricas y orígenes de esta solemnidad

Los Evangelios hablan poco de la Ascensión: Mateo y Juan terminan el relato con las apariciones de Jesús después de la Resurrección. Marcos le dedica la última frase del texto, mientras Lucas le da más amplitud, especialmente en los Hechos de los Apóstoles.

Aquí precisa que cuarenta días después de la Pascua – un número muy simbólico en toda la Biblia – Jesús conduce a los apóstoles a Betania y una vez que llega al Monte de los Olivos (también llamado Monte de la Ascensión) los bendice y les habla antes de subir al cielo y regresar al Padre. En este discurso Jesús confirma la promesa de la venida del Espíritu que no los dejará solos y anuncia su segunda venida, al final de los tiempos.

“¿Qué hacen ahí mirando al cielo? Este que les ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así tal como lo han visto subir al cielo ”

La celebración de la Ascensión tiene orígenes ancestrales, tal como lo demuestra Eusebio de Cesara  y se ve influenciada por la tradición judía, por ejemplo, en la imagen de la "ascensión" a Dios, no sólo física – si bien las catedrales y los monasterios se sitúan a menudo en posiciones elevadas – sino también espiritual, entendida como purificación y recogimiento para escuchar la Palabra. Inicialmente se celebraba en Belén precisamente para subrayar que desde allí todo había comenzado, y constituía una unidad con la fiesta de Pentecostés, celebrada la tarde del mismo día, pero de la que ya se había separado entre los siglos V y VI, como lo demostraron San Juan Crisóstomo y San Agustín, quienes a la Ascensión dedicaron homilías enteras.

Significado de la Ascensión

Al volver al Padre, Jesús cierra un círculo, que ha atravesado su existencia humana para volver al cielo, aun permaneciendo vivo y presente en la Iglesia. Pero es precisamente gracias al momento de la Ascensión que se supera esta dicotomía entre el cielo y la tierra: Jesús se va, pero sólo precede, como un hermano, como un rey y como el Hijo amado, a todos los hombres, en el paraíso, allí donde está Dios. Como un hombre, Jesús bajó al infierno para salvar a Adán y así, con la Ascensión, reafirma una vez más que el cielo es el destino al que el hombre debe aspirar, la santidad, resumiendo el significado del misterio de la Encarnación y el fin último de la salvación.

La glorificación de la naturaleza humana, encarnada por el Verbo en toda su pobreza y por Él, después, elevada hasta el cielo, se explica mejor aún en las diversas oraciones pertenecientes a la tradición bizantina en la que se supera la disputa, precisamente, entre el cielo y la tierra.

"A la derecha del Padre"

Hay muchos puntos dentro de los Evangelios en que Jesús prefigura lo que sucederá en la Ascensión. Por ejemplo, durante la Última Cena, anuncia "voy al Padre". Y el lugar a la derecha del Padre es, de hecho, el lugar de honor, el del Hijo predilecto que por amor se hizo carne, murió y resucitó y así ha salvado a la humanidad. Ese lugar siempre ha sido suyo, porque antes de ser hombre Jesús es el Hijo del Padre y tiene gloria estable con Él. Jesús, pues, asciende al cielo para dar inicio al reino que no tiene fin, pero también para preparar nuestro lugar en el cielo. Si Jesús no volviera al Padre en el cielo, no habría redención ni salvación para el hombre: sólo así, de hecho, Él completa de alguna manera su Resurrección enviando, después, al Consolador al mundo.

La Ascensión en el Arte

Muchos de los significados de esta fiesta se pueden entender aún mejor analizando la iconografía. La Ascensión del Señor está a menudo representada por una escena dividida en dos partes, que representan el cielo y la tierra. En el cielo está Cristo, representado en el gesto del Pantocrátor, es decir, el Señor de todas las cosas, mientras que en su mano izquierda tiene el rollo de la Ley. Lleva las vestiduras de la Resurrección, los colores dominantes son los reales, el blanco y el rojo, todo está lleno de luz e incluso los cielos se doblan para ser su trono. Abajo, en cambio, en la tierra, permanece la humanidad, pero es una humanidad renovada: de las rocas áridas, en efecto, surgen cuatro arbustos exuberantes, es decir, los cuatro rincones de la Tierra que serán vivificados por la Palabra, por los Cuatro Evangelios.

Incluso los apóstoles se visten a menudo de verde, el color de la liberación a través de la gracia, y su actitud es ahora de esperanza en la promesa, no más de consternación por lo que ha sucedido. En primer plano, con frecuencia, están Pedro y Pablo, pero en la escena también está María, a que suele ir acompañada por dos ángeles y ellos tres son los únicos seres que llevan la aureola. María está en eje con su Hijo, cuya misión humana ha compartido, y es, en la práctica, la conjunción entre los dos mundos. La suya ya no es una expresión de dolor, sino una actitud de oración: la de la Iglesia y de toda la humanidad, en espera del fin de los tiempos. 

La Visitación

Fiesta Litúrgica, 31 de mayo

Fiesta de la Visitación de la Bienaventurada Virgen María, con motivo de su viaje al encuentro de su prima Isabel, que estaba embarazada de un hijo en su ancianidad, y a la que saludó. Al encontrarse gozosas las dos futuras madres, el Redentor que venía al mundo santificó a su precursor, que aún estaba en el seno de Isabel, y al responder María al saludo de su prima, exultante de gozo en el Espíritu Santo, glorificó a Dios con el cántico de alabanza del Magníficat.
Después del anuncio del ángel, María se pone en camino (“de prisa” dice san Lucas) para ir a visitar a su parienta Isabel y prestarle un servicio. Uniéndose probablemente a una caravana de peregrinos que se dirigen a Jerusalén, atraviesa la Samaría y llega a Ain-Karim (en Judea), en donde vive la familia de Zacarías.

Es fácil imaginar los sentimientos que invadían su espíritu al meditar el misterio que le había anunciado el ángel. Son sentimientos de humilde agradecimiento con la grandeza y bondad de Dios, que María expresará en su encuentro con la prima con el himno del Magnificat, la expresión del amor jubiloso “que canta y alaba al amado” (san Bernardino de Siena): “Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se regocija...”.

La presencia del Verbo encarnado en María es causa de gracia para Isabel, que, inspirada, descubre los grandes misterios que se han obrado en la joven prima, su dignidad de Madre de Dios, su fe en la palabra divina y la santificación del precursor, que salta de alegría en el seno de la madre. María se queda con Isabel haste el nacimiento de Juan Bautista, esperando probablemente ocho días más para el rito de la imposición del nombre. Aceptando este cómputo del período transcurrido con la parienta Isabel, la fiesta de la Visitación, de origen franciscano (los frailes Menores la celebraban ya en el 1263), se celebraba el 2 de julio, es decir, al final de la visita de María. Hubiera sido más lógico colocarlo después del 25 de marzo, fiesta de la Anunciación, pero se quiso evitar que cayera en el período cuaresmal.

Después el papa Urbano VI extendió la fiesta a toda la Iglesia latina para pedir por intercesión de María la paz y la unidad de los cristianos divididos por el gran cisma de Occidente. El sínodo de Basilea, en la sesión del 1 de julio de 1441, confirmó la festividad de la Visitación, que al principio no habían aceptado los Estados que estaban de parse del antipapa.

El actual calendario litúrgico, sin tener en cuenta la cronología según la narración evangélica, abandonó la fecha tradicional del 2 de julio (antiguamente la Visitación se conmemoraba también en otras fechas) y estableció la memoria para el último día de mayo.

Recibir y dar amor

Santo Evangelio según San Lucas 1, 39-56. La Visitación de la Virgen

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, que yo sepa escuchar lo hoy lo que esperas de mí y ayúdame a cumplirlo con prontitud.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 1, 39-56

En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea, y entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la creatura saltó en su seno.

Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo, y levantando la voz, exclamó: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor”.

Entonces dijo María: “Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava.

Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones, porque ha hecho en mí grandes cosas el que todo lo puede. Santo es su nombre y su misericordia llega de generación en generación a los que lo temen.

Él hace sentir el poder de su brazo: dispersa a los de corazón altanero, destrona a los potentados y exalta a los humildes. A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide sin nada.

Acordándose de su misericordia, vino en ayuda de Israel, su siervo, como lo había prometido a nuestros padres, a Abraham y a su descendencia, para siempre”.

María permaneció con Isabel unos tres meses, y luego regresó a su casa.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

María va a ayudar a su prima santa Isabel porque sabe que la necesita, pero también porque siente la inspiración del Espíritu Santo a dar de sí misma. Así, no se queda en el recibir el don, sino que hace en ella que se dé el cumplimiento de la obra del Espíritu; la fuerza que viene de Dios se hace presente en el actuar de María.

Al momento del encuentro, la alegría del Señor llena a las dos mujeres por la noticia del nacimiento de Jesús y Juan, ya que ellas se abrieron al plan de Dios y lo aceptaron. María se convierte en el modelo de la aceptación de la voluntad divina y su cumplimiento. Dios nos da una misión en nuestra vida, pero para María significa más y por esto es capaz de donarse a los demás. La misión que tenía de ser la madre de Dios no se quedó encerrada en ella, sino que salió al encuentro de las personas que la necesitaban.

«"Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi salvador, porque él miró con bondad la pequeñez de su servidora”. Así comienza el canto del Magníficat y, a través de él, María se vuelve la primera “pedagoga del evangelio”: nos recuerda las promesas hechas a nuestros padres y nos invita a cantar la misericordia del Señor. María nos enseña que, en el arte de la misión y de la esperanza, no son necesarias tantas palabras ni programas, su método es muy simple: caminó y cantó. María caminó. Así nos la presenta el evangelio después del anuncio del Ángel. Presurosa —pero no ansiosa— caminó hacia la casa de Isabel para acompañarla en la última etapa del embarazo; presurosa caminó hacia Jesús cuando faltó vino en la boda; y ya con los cabellos grises por el pasar de los años, caminó hasta el Gólgota para estar al pie de la cruz: en ese umbral de oscuridad y dolor, no se borró ni se fue, caminó para estar allí.»

(Homilía de S.S. Francisco, 12 de diciembre de 2018).

Amor es Donación

En el amor es más importante el dar que el recibir

“Lo contrario a amar no es odiar, es usar, es utilizar a la persona”. La mejor manera de definir al amor es: donación, donación y entrega.  Buscar solo el bien de sí mismo en la relación de pareja es un error, eso es egoísmo, mientras que desear, buscar y trabajar por el bien del otro, eso es amor.

Generalmente se dice que hay que buscar a una persona que te haga bien en tu vida, una pareja que te ayude a ser una mejor persona, lo cual es muy bueno, pero para nada suficiente. Es necesario reflexionar y pensar en la contraparte, el bien que nosotros podemos hacer a nuestra pareja y lo que estamos dispuestos a hacer (o dejar de hacer) para lograrlo, incluso sin esperar nada a cambio.

El desear el bien del otro es algo bueno, podríamos decir que es el primer paso o el primer escalón de la escalera; hay que ir más allá. En el amor no solo se desea el bien, sino que se busca hacer el bien a la persona amada, es decir; no bastan buenas intenciones sino que implica un acto de la voluntad, acciones concretas, constantes y sonantes, como diría el poeta Pablo Neruda “El amor no se mira, se siente”.

Se ama con obras, no solo con palabras. Dicta el dicho popular que “del dicho al hecho hay mucho trecho”, es una realidad, hablar cuesta menos trabajo que actuar, ahí es donde radica lo loable de la persona que ama, en los actos de donación que concretiza, pasando del mundo de las ideas al mundo de las acciones.

Además de hacer, también hay que dejar de hacer. La donación implica en sí misma una renuncia, pero en este caso no es una renuncia que limite o lastime a la persona, por el contrario, resulta positiva y enriquecedora. En el amor autentico se renuncia a lo que puede resultar un obstáculo para donarse y entregarse al ser amado en búsqueda de su bien, de su felicidad, lo cual resulta paradójico porque, en el amor, buscando la felicidad del otro se obtiene la propia plenitud y felicidad. De tal manera que la lógica del amor parece diferir a lo que estamos acostumbrados, ya que aquí no obtenemos más si buscamos acaparar más, obtenemos más en la medida en que nos entregamos, así es el amor, el amor es donación.

En el amor es más importante el dar que el recibir. Una de las frases más representativas dentro de la película mexicana “El estudiante” (2009) dice que “pensamos que amar es tener derechos, pero la ironía del amor es que se funda en renuncias. Pensamos que amar nos legitima a tener, nos olvidamos que amor es ceder, darse”. ¿Y tú qué tanto te donas en tu relación? o podría reformularse la pregunta, ¿y tú estás amando realmente a tu pareja?

El cristal en el ojo

Para superar el modo negativo de ver las cosas hemos de comprender lo que hemos sufrido y hecho sufrir inútilmente, lo ingratos e injustos que hemos sido con nuestros pensamientos

Uno de los cuentos de Andersen comienza con la historia de un espejo mágico construido por unos duendes perversos. El espejo tenía una curiosa particularidad. Al mirar en él, sólo se veían las cosas malas y desagradables, nunca las buenas. Si se ponía ante el espejo una buena persona, se veía siempre con aspecto antipático. Y si un pensamiento bueno pasaba por la mente de alguien, el espejo reflejaba una risa sarcástica. Pero lo peor es que la gente creía que gracias a aquel maldito espejo podía ver las cosas como en realidad eran.

Un día el espejo se rompió en infinidad de pedazos, pequeños como partículas de polvo invisible, que se extendieron por el mundo entero. Si uno de aquellos minúsculos cristalillos se metía en el ojo de una persona, empezaba a ver todo bajo su aspecto malo. Y eso es lo que sucedió a un chico llamado Kay. Estaba una noche mirando por la ventana y de repente se frotó un párpado. Notó que se le había metido algo. Su amiga Gerda, que estaba con él, intentó limpiarle el ojo, pero no vio nada.

Sin embargo, a partir de entonces Kay ya no era el mismo de siempre. Cambió su carácter. Sus juegos ahora eran distintos. Aparentaban ser muy juiciosos, pero su actitud era siempre crítica, ácida, distante. Veía ridículo todo lo positivo y bueno. Le gustaba resaltar lo malo, poner de relieve los defectos de todo. Y aquel odioso cristal, que tanto había cambiado su modo de ver las cosas, se fue deslizando desde el ojo hasta llegar al corazón, que se enfrió tanto como su mirada y se convirtió en un témpano de hielo. Y entonces ya no le dolía.

El chico acabó recluido en un frío castillo, y allí vivía, persuadido de que era el mejor lugar del mundo. Su amiga lo buscó de un lugar a otro durante un año. Tuvo que superar muchas dificultades hasta que al fin lo encontró. Vio entonces cómo el chico se entretenía coleccionando trocitos de hielo y componiéndolos con diseños muy ingeniosos. Era el gran rompecabezas helado de la inteligencia.

Quizá en la vida ordinaria a bastantes personas les ha pasado algo parecido. En determinado momento, su mirada cambió. Empezaron a ver todo con peores ojos, a fijarse siempre en lo negativo. Fueron seducidos por una dialéctica turbia y peligrosa que les llevaba a asomarse a todos los abismos. Pensaban que con eso superaban una ingenuidad anterior, y les sucedió como a los que miraban en aquel maldito espejo: estaban seguros de que ahora tenían una visión más madura, de que veían las cosas tal como en realidad eran.

Y al cambiar su mirada, cambió también su corazón. Empezaron a ver a las personas por sus defectos en vez de por sus cualidades. Empezaron a ser envidiosos, a pensar mal, a sufrir con los éxitos ajenos, a ser victimistas. Muchos de ellos volcaron esa visión negativa también sobre sí mismos, y eso les llevó a agigantar sus defectos, a infravalorarse y autoempequeñecerse.

Con el tiempo, quizá han advertido que ese proceso les atormenta y les consume, pero les cuesta controlar sus pensamientos. Saben que deberían reconducir esas ideas que se han adueñado de su cabeza, pero hay algo que congela sus recuerdos y emociones, como sucedía a Kay durante su cautiverio en el castillo.

Para superar ese modo negativo de ver las cosas -que en alguna medida nos afecta a todos-, hemos de comprender lo equivocado de ese dolor, lo que hemos sufrido y hecho sufrir inútilmente, lo ingratos e injustos que hemos sido con nuestros pensamientos. Cuando lamentemos de verdad todo eso, cuando dejemos reponerse al corazón y empecemos a ver las cosas con los ojos de antes, volveremos a ver la realidad tal como es.

Quizá el problema es que el corazón está ya un poco frío y apenas nos duele, como le pasaba a Kay. Pero no por eso deja de tener y necesitar arreglo. Es un cambio difícil, pero posible. En el cuento, fueron las lágrimas de Gerda las que se abrieron camino hasta el corazón de su amigo, que también comenzó a llorar, y lo hizo de tal modo que el maldito cristal salió flotando entre sus lágrimas. También a nosotros nos puede ayudar mucho una mano amiga, una persona que supere los obstáculos que sean necesarios hasta hacernos comprender lo triste de nuestra actitud. Porque la vida a veces es dura y difícil, pero lo es sobre todo por ese cúmulo de prejuicios que nos ha entrado por la mirada y ha ido descendiendo hasta el corazón. Y sólo ese llanto del alma nos hará valorar el error y superarlo.

El Papa llega a Bucarest

Es el 30º viaje durante su pontificado. Ha sido recibido por las autoridades y por el pueblo húngaro

Veinte años después de Juan Pablo II, el Papa regresa a Rumania. Francisco visitará no sólo Bucarest, como sucedió con Wojtyla, sino también diferentes regiones, cada una con su propia historia y cultura, donde conocerá a las diferentes comunidades católicas. Un país de mayoría ortodoxa, donde los católicos representan alrededor del 7%.

Francisco fue recibido por el Presidente de Rumania, Klaus Werner Iohannis, de una antigua familia sajona de Transilvania, y su esposa. Estos primeros momentos estarán marcados por la ceremonia de bienvenida en el complejo del Palacio Presidencial, el Palacio Cotroceni, la visita de cortesía al Presidente, el encuentro con la Primera Ministra de Rumanía, Vasilica Viorica Dancila y, posteriormente, con las autoridades, la sociedad civil y el Cuerpo Diplomático.

La alegría de la Iglesia Ortodoxa

El ecumenismo será una de las características esenciales del día de hoy y entrará en la vida después del almuerzo, cuando el Papa irá al Patriarcado Ortodoxo Rumano, donde Juan Pablo II estuvo también con los teoctistas. Un acontecimiento que quedó en el corazón y en la historia, hasta el punto de que una placa lo recuerda. El Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rumana, Daniel, un estimado teólogo, que también estudió en Estrasburgo y Friburgo, dará la bienvenida a Francisco.

A continuación se celebró el encuentro con el Sínodo permanente, uno de los más altos órganos de decisión de la Iglesia Ortodoxa Rumana. Un momento importante, también para los fieles, será la oración del Padre Nuestro en la nueva catedral ortodoxa, la Catedral de la Salvación del Pueblo, inaugurada el pasado mes de noviembre y aún no concluida, con imponentes medidas y un espléndido iconostasio en su interior.

El Patriarcado hizo una fuerte invitación a todos a participar en el evento, como lo confirmó Ionut Mavrichi, arquidiocesano y subdirector de la oficina de prensa del Patriarcado Ortodoxo, "El Papa es bienvenido en Rumania", dijo, enfatizando que la Iglesia Ortodoxa comparte la alegría de la Iglesia Católica en la visita de Francisco y recordando que el mensaje cristiano de paz y unidad, que Europa necesita, puede contribuir al futuro de la sociedad.

El abrazo de la comunidad católica

El día terminará con un encuentro con la comunidad católica en la catedral de San José, construida a mediados del siglo XIX. En su interior, las reliquias del Beato Vladimir Ghika, sacerdote y mártir, y de San Juan Pablo II. El abrazo con los fieles católicos pondrá fin a este primer día intenso de Francisco en Rumania, el "jardín de la Madre de Dios", como lo llamó también Juan Pablo II, tan querido por el pueblo rumano. Hoy el pueblo rumano recibe de nuevo al Papa, que llega como peregrino "para caminar junto con los hermanos de la Iglesia Ortodoxa rumana y con los fieles católicos".

Durante el viaje

Francisco dijo que le conmovió la historia de Rocío y reiteró a Valentina Alazraki la importancia del compromiso de poner fin a la violencia contra las mujeres.

Antes de saludar a cada uno de los reporteros uno por uno, el Papa dijo: "Buenos días y gracias por la compañía. En este viaje me dicen que el tiempo no va a ser bueno, con lluvia... pero esperamos que sea igual que en Bulgaria: dijeron lo mismo y fue bien! Gracias por su trabajo y su compañía.

A continuación, Francisco regaló un rosario blanco a la periodista de Radio Francia, Mathilde Imberty, en su último vuelo papal: regresará a Francia y será corresponsal de Lyon.

La periodista española Eva Fernández, autora de un libro sobre el Papa que se publicará próximamente, entregó al Papa una pequeña escultura preparada por los jóvenes que trabajan en el texto de la exhortación apostólica Christus vivit. El periodista de una cadena de televisión rumana donó a Francisco el libro dedicado a uno de los obispos mártires que el Papa beatificará durante el viaje, mientras que un reportero húngaro ofreció un dibujo realizado por los niños gitanos de Hungría.

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