Cuanto pidan al Padre en mi nombre, se lo concederá
- 01 Junio 2019
- 01 Junio 2019
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Fiesta de la Ascensión, verdadera esperanza
Cristo no sube solo, somos parte suya, y por lo tanto, algo nuestro ya está en la casa el Padre.
Los niños de hoy están acostumbrados a oír de los viajes espaciales, a naves que viajan a velocidades que escapan a la imaginación y que tocan países insospechados con otras costumbres y otras formas de vida. Por eso podrían quedarse con la impresión de que Cristo en su Ascensión a los cielos, se hubiera adelantado al tiempo, subiendo en su propia nave hasta desplazarse hasta el mismísimo cielo.
Tenemos que decir entonces de entrada que el cielo y el espacio de las estrellas, los astros, los asteroides y los cometas, un mundo vastísimo, es otro totalmente distinto del que nos presentan los evangelistas que afirman que Cristo subió al cielo, donde “Dios habita en una luz inaccesible” (1 Tim 6.16), lo cual quiere decir que nosotros mismos estaremos invitados a subir con Cristo pero no precisamente a un espacio o a un lugar sino a una situación nueva si vivimos en el amor y en la gracia de Dios.
La fiesta de la Ascensión del Señor es entonces la fiesta de la Verdadera esperanza para los cristianos y en general para todos los hombres, pues cuando Cristo envía a sus apóstoles al mundo, quiere hacer que su mensaje llegue precisamente a todos los hombres, rotas ya las barreras y todas las fronteras, hasta hacer de la humanidad una sola familia salvada por la Sangre de Cristo. Cristo no sube solo, somos parte suya, y por lo tanto, algo nuestro ya está en la casa el Padre, esperando la vuelta de todos para sentarnos con Cristo a ese banquete que se ofrece a todos los que fueron dignos de entrar al Reino de los cielos.
La fiesta en cuestión comenzó a celebrarse hasta el siglo VI pues los siglos anteriores se consideraba como una sola festividad tanto la Resurrección de Cristo como su misma Ascensión, pero se pensó en celebrar ésta última como la plena glorificación de Cristo, su exaltación a los cielos, el sentarse a la diestra de Dios Padre, su constitución como Juez y Señor de vivos y muertos y por lo tanto con poder para enviar a su Iglesia al mundo a hacerlo presente en sus sacramentos, en su Eucaristía, descubriéndole en los pobres y los marginados del mundo, comprometiéndose seriamente con ellos como él lo hizo con cada uno de los actos de su vida, pero sobre todo con su muerte en lo alto de la cruz.
La Ascensión tiene lugar en Galilea, donde Jesús comenzó su ministerio público pero no fue tanto un dato meramente geográfico, sino para hacerles entender a sus apóstoles que Jerusalén ya no era el centro de religiosidad y de culto, sino que desde ahora él se constituía en Aquél por el que se podía tener libre acceso al Padre. Galilea sería como un símbolo de una humanidad que vive una nueva esperanza y una nueva acogida por el Buen Padre Dios, invitándonos a romper toda esclavitud, pues él ya no quiere más sirvientes sino hijos.
Cristo tuvo mucho cuidado antes de su subida de darles poder a sus Apóstoles para hacerlo presente en el mundo, pero también afirmó, y con un verbo en presente que él estaría con ellos siempre, hasta el fin de los tiempos. Esa es la gran alegría de los cristianos, poder unirse desde ahora al Salvador sin tener que esperar hasta el momento final, y hacerlo como discípulos del único Maestro, que quiere a la humanidad unida en su Amor.
Papa: con la Ascensión el Señor nos recuerda que la meta es el Cielo
"Con su Ascensión el Señor Resucitado atrae nuestra mirada al Cielo, para mostrarnos que la meta de nuestro camino es el Padre"
Y dicho esto, fue levantado en presencia de ellos, y una nube le ocultó a sus ojos. Estando ellos mirando fijamente al cielo mientras se iba, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco que les dijeron: ‘Galileos, ¿qué hacen ahí mirando al cielo? Este que les ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así tal como lo han visto subir al cielo’” (Hechos 1, 9-11) El jueves de la sexta semana de Pascua se celebra la solemnidad de la Ascensión en la Ciudad del Vaticano y en algunos países, mientras en Italia y en otras naciones, el calendario la desplaza al domingo siguiente. Estamos en el tiempo de la Pascua, es decir, de la alegría, de la liberación de la muerte y del pecado gracias a la Resurrección, en el tiempo de la promesa de la salvación. Jesús, por lo tanto, regresa para despedirse de los apóstoles que ahora están listos para esta separación, como hijos adultos. La separación, sin embargo, sólo es aparente, porque el Señor, aunque invisible, continúa trabajando en la Iglesia y es temporal, porque un día volverá.
Fuentes históricas y orígenes de esta solemnidad
Los Evangelios hablan poco de la Ascensión: Mateo y Juan terminan el relato con las apariciones de Jesús después de la Resurrección. Marcos le dedica la última frase del texto, mientras Lucas le da más amplitud, especialmente en los Hechos de los Apóstoles. Aquí precisa que cuarenta días después de la Pascua – un número muy simbólico en toda la Biblia – Jesús conduce a los apóstoles a Betania y una vez que llega al Monte de los Olivos (también llamado Monte de la Ascensión) los bendice y les habla antes de subir al cielo y regresar al Padre. En este discurso Jesús confirma la promesa de la venida del Espíritu que no los dejará solos y anuncia su segunda venida, al final de los tiempos.
“ ¿Qué hacen ahí mirando al cielo? Este que les ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así tal como lo han visto subir al cielo ”
La celebración de la Ascensión tiene orígenes ancestrales, tal como lo demuestra Eusebio de Cesara y se ve influenciada por la tradición judía, por ejemplo, en la imagen de la "ascensión" a Dios, no sólo física – si bien las catedrales y los monasterios se sitúan a menudo en posiciones elevadas – sino también espiritual, entendida como purificación y recogimiento para escuchar la Palabra. Inicialmente se celebraba en Belén precisamente para subrayar que desde allí todo había comenzado, y constituía una unidad con la fiesta de Pentecostés, celebrada la tarde del mismo día, pero de la que ya se había separado entre los siglos V y VI, como lo demostraron San Juan Crisóstomo y San Agustín, quienes a la Ascensión dedicaron homilías enteras.
Significado de la Ascensión
Al volver al Padre, Jesús cierra un círculo, que ha atravesado su existencia humana para volver al cielo, aun permaneciendo vivo y presente en la Iglesia. Pero es precisamente gracias al momento de la Ascensión que se supera esta dicotomía entre el cielo y la tierra: Jesús se va, pero sólo precede, como un hermano, como un rey y como el Hijo amado, a todos los hombres, en el paraíso, allí donde está Dios. Como un hombre, Jesús bajó al infierno para salvar a Adán y así, con la Ascensión, reafirma una vez más que el cielo es el destino al que el hombre debe aspirar, la santidad, resumiendo el significado del misterio de la Encarnación y el fin último de la salvación. La glorificación de la naturaleza humana, encarnada por el Verbo en toda su pobreza y por Él, después, elevada hasta el cielo, se explica mejor aún en las diversas oraciones pertenecientes a la tradición bizantina en la que se supera la disputa, precisamente, entre el cielo y la tierra.
"A la derecha del Padre"
Hay muchos puntos dentro de los Evangelios en que Jesús prefigura lo que sucederá en la Ascensión. Por ejemplo, durante la Última Cena, anuncia "voy al Padre". Y el lugar a la derecha del Padre es, de hecho, el lugar de honor, el del Hijo predilecto que por amor se hizo carne, murió y resucitó y así ha salvado a la humanidad. Ese lugar siempre ha sido suyo, porque antes de ser hombre Jesús es el Hijo del Padre y tiene gloria estable con Él. Jesús,
pues, asciende al cielo para dar inicio al reino que no tiene fin, pero también para preparar nuestro lugar en el cielo. Si Jesús no volviera al Padre en el cielo, no habría redención ni salvación para el hombre: sólo así, de hecho, Él completa de alguna manera su Resurrección enviando, después, al Consolador al mundo.
La Ascensión en el Arte
Muchos de los significados de esta fiesta se pueden entender aún mejor analizando la iconografía. La Ascensión del Señor está a menudo representada por una escena dividida en dos partes, que representan el cielo y la tierra. En el cielo está Cristo, representado en el gesto del Pantocrátor, es decir, el Señor de todas las cosas, mientras que en su mano izquierda tiene el rollo de la Ley. Lleva las vestiduras de la Resurrección, los colores dominantes son los reales, el blanco y el rojo, todo está lleno de luz e incluso los cielos se doblan para ser su trono. Abajo, en cambio, en la tierra, permanece la humanidad, pero es una humanidad renovada: de las rocas áridas, en efecto, surgen cuatro arbustos exuberantes, es decir, los cuatro rincones de la Tierra que serán vivificados por la Palabra, por los Cuatro Evangelios.
Incluso los apóstoles se visten a menudo de verde, el color de la liberación a través de la gracia, y su actitud es ahora de esperanza en la promesa, no más de consternación por lo que ha sucedido. En primer plano, con frecuencia, están Pedro y Pablo, pero en la escena también está María, a que suele ir acompañada por dos ángeles y ellos tres son los únicos seres que llevan la aureola. María está en eje con su Hijo, cuya misión humana ha compartido, y es, en la práctica, la conjunción entre los dos mundos. La suya ya no es una expresión de dolor, sino una actitud de oración: la de la Iglesia y de toda la humanidad, en espera del fin de los tiempos.
En el amor es más importante el dar que el recibir
“Lo contrario a amar no es odiar, es usar, es utilizar a la persona”. La mejor manera de definir al amor es: donación, donación y entrega. Buscar solo el bien de sí mismo en la relación de pareja es un error, eso es egoísmo, mientras que desear, buscar y trabajar por el bien del otro, eso es amor.
Generalmente se dice que hay que buscar a una persona que te haga bien en tu vida, una pareja que te ayude a ser una mejor persona, lo cual es muy bueno, pero para nada suficiente. Es necesario reflexionar y pensar en la contraparte, el bien que nosotros podemos hacer a nuestra pareja y lo que estamos dispuestos a hacer (o dejar de hacer) para lograrlo, incluso sin esperar nada a cambio.
El desear el bien del otro es algo bueno, podríamos decir que es el primer paso o el primer escalón de la escalera; hay que ir más allá. En el amor no solo se desea el bien, sino que se busca hacer el bien a la persona amada, es decir; no bastan buenas intenciones sino que implica un acto de la voluntad, acciones concretas, constantes y sonantes, como diría el poeta Pablo Neruda “El amor no se mira, se siente”.
Se ama con obras, no solo con palabras. Dicta el dicho popular que “del dicho al hecho hay mucho trecho”, es una realidad, hablar cuesta menos trabajo que actuar, ahí es donde radica lo loable de la persona que ama, en los actos de donación que concretiza, pasando del mundo de las ideas al mundo de las acciones.
Además de hacer, también hay que dejar de hacer. La donación implica en sí misma una renuncia, pero en este caso no es una renuncia que limite o lastime a la persona, por el contrario, resulta positiva y enriquecedora. En el amor autentico se renuncia a lo que puede resultar un obstáculo para donarse y entregarse al ser amado en búsqueda de su bien, de su felicidad, lo cual resulta paradójico porque, en el amor, buscando la felicidad del otro se obtiene la propia plenitud y felicidad. De tal manera que la lógica del amor parece diferir a lo que estamos acostumbrados, ya que aquí no obtenemos más si buscamos acaparar más, obtenemos más en la medida en que nos entregamos, así es el amor, el amor es donación.
En el amor es más importante el dar que el recibir. Una de las frases más representativas dentro de la película mexicana “El estudiante” (2009) dice que “pensamos que amar es tener derechos, pero la ironía del amor es que se funda en renuncias. Pensamos que amar nos legitima a tener, nos olvidamos que amor es ceder, darse”. ¿Y tú qué tanto te donas en tu relación? o podría reformularse la pregunta, ¿y tú estás amando realmente a tu pareja?
El cristal en el ojo
Para superar el modo negativo de ver las cosas hemos de comprender lo que hemos sufrido y hecho sufrir inútilmente, lo ingratos e injustos que hemos sido con nuestros pensamientos
Uno de los cuentos de Andersen comienza con la historia de un espejo mágico construido por unos duendes perversos. El espejo tenía una curiosa particularidad. Al mirar en él, sólo se veían las cosas malas y desagradables, nunca las buenas. Si se ponía ante el espejo una buena persona, se veía siempre con aspecto antipático. Y si un pensamiento bueno pasaba por la mente de alguien, el espejo reflejaba una risa sarcástica. Pero lo peor es que la gente creía que gracias a aquel maldito espejo podía ver las cosas como en realidad eran.
Un día el espejo se rompió en infinidad de pedazos, pequeños como partículas de polvo invisible, que se extendieron por el mundo entero. Si uno de aquellos minúsculos cristalillos se metía en el ojo de una persona, empezaba a ver todo bajo su aspecto malo. Y eso es lo que sucedió a un chico llamado Kay. Estaba una noche mirando por la ventana y de repente se frotó un párpado. Notó que se le había metido algo. Su amiga Gerda, que estaba con él, intentó limpiarle el ojo, pero no vio nada.
Sin embargo, a partir de entonces Kay ya no era el mismo de siempre. Cambió su carácter. Sus juegos ahora eran distintos. Aparentaban ser muy juiciosos, pero su actitud era siempre crítica, ácida, distante. Veía ridículo todo lo positivo y bueno. Le gustaba resaltar lo malo, poner de relieve los defectos de todo. Y aquel odioso cristal, que tanto había cambiado su modo de ver las cosas, se fue deslizando desde el ojo hasta llegar al corazón, que se enfrió tanto como su mirada y se convirtió en un témpano de hielo. Y entonces ya no le dolía.
El chico acabó recluido en un frío castillo, y allí vivía, persuadido de que era el mejor lugar del mundo. Su amiga lo buscó de un lugar a otro durante un año. Tuvo que superar muchas dificultades hasta que al fin lo encontró. Vio entonces cómo el chico se entretenía coleccionando trocitos de hielo y componiéndolos con diseños muy ingeniosos. Era el gran rompecabezas helado de la inteligencia.
Quizá en la vida ordinaria a bastantes personas les ha pasado algo parecido. En determinado momento, su mirada cambió. Empezaron a ver todo con peores ojos, a fijarse siempre en lo negativo. Fueron seducidos por una dialéctica turbia y peligrosa que les llevaba a asomarse a todos los abismos. Pensaban que con eso superaban una ingenuidad anterior, y les sucedió como a los que miraban en aquel maldito espejo: estaban seguros de que ahora tenían una visión más madura, de que veían las cosas tal como en realidad eran.
Y al cambiar su mirada, cambió también su corazón. Empezaron a ver a las personas por sus defectos en vez de por sus cualidades. Empezaron a ser envidiosos, a pensar mal, a sufrir con los éxitos ajenos, a ser victimistas. Muchos de ellos volcaron esa visión negativa también sobre sí mismos, y eso les llevó a agigantar sus defectos, a infravalorarse y autoempequeñecerse.
Con el tiempo, quizá han advertido que ese proceso les atormenta y les consume, pero les cuesta controlar sus pensamientos. Saben que deberían reconducir esas ideas que se han adueñado de su cabeza, pero hay algo que congela sus recuerdos y emociones, como sucedía a Kay durante su cautiverio en el castillo.
Para superar ese modo negativo de ver las cosas -que en alguna medida nos afecta a todos-, hemos de comprender lo equivocado de ese dolor, lo que hemos sufrido y hecho sufrir inútilmente, lo ingratos e injustos que hemos sido con nuestros pensamientos. Cuando lamentemos de verdad todo eso, cuando dejemos reponerse al corazón y empecemos a ver las cosas con los ojos de antes, volveremos a ver la realidad tal como es.
Quizá el problema es que el corazón está ya un poco frío y apenas nos duele, como le pasaba a Kay. Pero no por eso deja de tener y necesitar arreglo. Es un cambio difícil, pero posible. En el cuento, fueron las lágrimas de Gerda las que se abrieron camino hasta el corazón de su amigo, que también comenzó a llorar, y lo hizo de tal modo que el maldito cristal salió flotando entre sus lágrimas. También a nosotros nos puede ayudar mucho una mano amiga, una persona que supere los obstáculos que sean necesarios hasta hacernos comprender lo triste de nuestra actitud. Porque la vida a veces es dura y difícil, pero lo es sobre todo por ese cúmulo de prejuicios que nos ha entrado por la mirada y ha ido descendiendo hasta el corazón. Y sólo ese llanto del alma nos hará valorar el error y superarlo.
El Papa llega a Bucarest
Es el 30º viaje durante su pontificado. Ha sido recibido por las autoridades y por el pueblo húngaro Veinte años después de Juan Pablo II, el Papa regresa a Rumania. Francisco visitará no sólo Bucarest, como sucedió con Wojtyla, sino también diferentes regiones, cada una con su propia historia y cultura, donde conocerá a las diferentes comunidades católicas. Un país de mayoría ortodoxa, donde los católicos representan alrededor del 7%.
Francisco fue recibido por el Presidente de Rumania, Klaus Werner Iohannis, de una antigua familia sajona de Transilvania, y su esposa. Estos primeros momentos estarán marcados por la ceremonia de bienvenida en el complejo del Palacio Presidencial, el Palacio Cotroceni, la visita de cortesía al Presidente, el encuentro con la Primera Ministra de Rumanía, Vasilica Viorica Dancila y, posteriormente, con las autoridades, la sociedad civil y el Cuerpo Diplomático. La alegría de la Iglesia Ortodoxa. El ecumenismo será una de las características esenciales del día de hoy y entrará en la vida después del almuerzo, cuando el Papa irá al Patriarcado Ortodoxo Rumano, donde Juan Pablo II estuvo también con los teoctistas. Un acontecimiento que quedó en el corazón y en la historia, hasta el punto de que una placa lo recuerda. El Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rumana, Daniel, un estimado teólogo, que también estudió en Estrasburgo y Friburgo, dará la bienvenida a Francisco. A continuación se celebró el encuentro con el Sínodo permanente, uno de los más altos órganos de decisión de la Iglesia Ortodoxa Rumana. Un momento importante, también para los fieles, será la oración del Padre Nuestro en la nueva catedral ortodoxa, la Catedral de la Salvación del Pueblo, inaugurada el pasado mes de noviembre y aún no concluida, con imponentes medidas y un espléndido iconostasio en su interior. El Patriarcado hizo una fuerte invitación a todos a participar en el evento, como lo confirmó Ionut Mavrichi, arquidiocesano y subdirector de la oficina de prensa del Patriarcado Ortodoxo, "El Papa es bienvenido en Rumania", dijo, enfatizando que la Iglesia Ortodoxa comparte la alegría de la Iglesia Católica en la visita de Francisco y recordando que el mensaje cristiano de paz y unidad, que Europa necesita, puede contribuir al futuro de la sociedad.
El abrazo de la comunidad católica. El día terminará con un encuentro con la comunidad católica en la catedral de San José, construida a mediados del siglo XIX. En su interior, las reliquias del Beato Vladimir Ghika, sacerdote y mártir, y de San Juan Pablo II. El abrazo con los fieles católicos pondrá fin a este primer día intenso de Francisco en Rumania, el "jardín de la Madre de Dios", como lo llamó también Juan Pablo II, tan querido por el pueblo rumano. Hoy el pueblo rumano recibe de nuevo al Papa, que llega como peregrino "para caminar junto con los hermanos de la Iglesia Ortodoxa rumana y con los fieles católicos".
Durante el viaje
Francisco dijo que le conmovió la historia de Rocío y reiteró a Valentina Alazraki la importancia del compromiso de poner fin a la violencia contra las mujeres.
Antes de saludar a cada uno de los reporteros uno por uno, el Papa dijo: "Buenos días y gracias por la compañía. En este viaje me dicen que el tiempo no va a ser bueno, con lluvia... pero esperamos que sea igual que en Bulgaria: dijeron lo mismo y fue bien! Gracias por su trabajo y su compañía.
A continuación, Francisco regaló un rosario blanco a la periodista de Radio Francia, Mathilde Imberty, en su último vuelo papal: regresará a Francia y será corresponsal de Lyon.
La periodista española Eva Fernández, autora de un libro sobre el Papa que se publicará próximamente, entregó al Papa una pequeña escultura preparada por los jóvenes que trabajan en el texto de la exhortación apostólica Christus vivit. El periodista de una cadena de televisión rumana donó a Francisco el libro dedicado a uno de los obispos mártires que el Papa beatificará durante el viaje, mientras que un reportero húngaro ofreció un dibujo realizado por los niños gitanos de Hungría.
Memoria Litúrgica, 1 de junio
Mártir
Martirologio Romano: Memoria de san Justino, mártir, que, como filósofo que era, siguió íntegramente la auténtica sabiduría conocida en la verdad de Cristo, la cual confirmó con sus costumbres, enseñando lo que afirmaba y defendiéndola con sus escritos. Al presentar al emperador Marco Aurelio, en Roma, su Apología en favor de la religión cristiana, fue conducido ante el prefecto Rústico y, por confesar que era cristiano, fue condenado a la pena capital († c. 165)
Etimológicamente: Justino = Aquel que obra con justicia, es de origen latino.
Breve Biografía
Filósofo cristiano y cristiano filósofo, como con razón fue definido, Justino (que nació a principios del siglo II en FIavia Neápolis—Nablus—, la antigua Siquem, en Samaria, de familia pagana) pertenece a ese gran número de pensadores que en todo período de la historia de la Iglesia han tratado de hacer una síntesis de la provisional sabiduría humana y de las inalterables afirmaciones de la revelación cristiana. El itinerario de su conversión a Cristo pasa a través de la experiencia estoica, pitagórica, aristotélica y neoplatónica. De aquí el desemboque casi inevitable, o mejor providencial, hacia la Verdad integral del cristianismo.
El mismo cuenta que, insatisfecho de las respuestas que le daban las diversas filosofías, se retiró a un lugar desierto, a orillas del mar, a meditar, y que un anciano al que le había confiado su desilusión le contestó que ninguna filosofía podía satisfacer al espíritu humano, porque la razón es incapaz por sí sola de garantizar la plena posesión de la verdad sin una ayuda divina.
Así fue como Justino descubrió el cristianismo a los treinta años; se convirtió en convencido predicador y, para proclamar al mundo este feliz descubrimiento, escribió sus dos Apologías. La primera se la dedicó en el año 150 al emperador Antonino Pío y al hijo Marco Aurelio, y también al Senado y al pueblo romano. Escribió otras obras, por lo menos unas ocho. Entre ellas la más importante es la titulada Diálogo con Trifón, y se la recuerda porque abre el camino a la polémica antijudaica en la literatura cristiana. Pero las dos Apologías siguen siendo el documento más importante, pues gracias a estos escritos sabemos cómo se explicaba el cristianismo en ese tiempo y cómo se celebraban los ritos litúrgicos, sobre todo la administración del bautismo y la celebración de la Eucaristía. Aquí no se encuentran argumentos filosóficos, sino testimonios conmovedores de vida en la primitiva comunidad cristiana, de la que Justino está feliz de pertenecer: “Yo, uno de ellos...”. Semejante afirmación podía costarle la vida. Y, en efecto, Justino pagó con la vida su pertenencia a la Iglesia.
Había ido a Roma, y allí fue denunciado por Crescencio, un filósofo con quien Justino había disputado mucho tiempo. El magistrado que lo juzgó, Rústico, también era un filósofo estoico, amigo y confidente de Marco Aurelio. Pero para el magistrado, Justino no era más que un cristiano, igual a sus compañeros, todos condenados a la decapitación por su fe en Cristo. Todavía hoy se conservan actas auténticas del martirio de Justino.
Pedir con manos de hijo
Santo Evangelio según San Juan 16, 23-28. Sábado VI de Pascua
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Abre mi corazón, Señor, para que pueda volver a escuchar tu palabra.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 16, 23-28
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Yo les aseguro: cuanto pidan al Padre en mi nombre, se lo concederá. Hasta ahora no han pedido nada en mi nombre. Pidan y recibirán, para que su alegría sea completa. Les he dicho estas cosas en parábolas; pero se acerca la hora en que ya no les hablaré en parábolas, sino que les hablaré del Padre abiertamente. En aquel día pedirán en mi nombre, y no les digo que rogaré por ustedes al Padre, pues el Padre mismo los ama, porque ustedes me han amado y han creído que salí del Padre. Yo salí del Padre y vine al mundo; ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Cuando era niño me distraía mucho en misa al escuchar a un niño llorar; pensaba muchas veces: «si no se les podía ocurrir dejar al bebé en casa con alguien más, o uno de los padres quedarse en casa mientras el otro iba a misa…». Con el tiempo me pregunté qué tenía que hacer un bebé en la iglesia, qué oración podía hacer. Parece ser que muchas veces esos niños que lloran, juegan o hacen otras cosas hacen más oración de lo que nos imaginamos, a veces más oración que nosotros. Cuando rezo por las intenciones de los niños, siempre me pregunto, ¿cuándo mi oración se hizo fría, por qué no es tan espontánea como la de esos niños? Leemos textos, escuchamos palabras, asistimos a misa… pero no hacemos oración, no pedimos como se debe, no damos la prioridad a Cristo, ¿qué hace que la oración de los niños sea verdadera, incluso la oración de los bebés que lloran?
Cristo nos invita a hacer oración pidiendo las cosas en su nombre, es por eso por lo que las lágrimas de esos bebés se transforman en oración, pues desde pequeños, esos niños se encuentran con Jesús, esos niños manifiestan la alegría de un Jesús que los quiere alegres. Lloremos con Dios, alegrémonos con Cristo; que la certeza de tener un hermano mayor que intercede ante el Padre nos haga confiar plenamente en Él y nos motive a no perder de vista que es en su nombre por quien hemos de hacer todo. «No lo olvidemos: el protagonista de toda oración cristiana es el Espíritu Santo. Nosotros no podríamos rezar nunca sin la fuerza del Espíritu Santo. Es él quien reza en nosotros y nos mueve a rezar bien. Podemos pedir al Espíritu Santo que nos enseñe a rezar, porque Él es el protagonista, el que hace la verdadera oración en nosotros. Él sopla en el corazón de cada uno de nosotros que somos discípulos de Jesús. El Espíritu nos hace capaces de orar como hijos de Dios, como realmente somos por el Bautismo. El Espíritu nos hace rezar en el «surco» que Jesús excavó para nosotros. Este es el misterio de la oración cristiana: la gracia nos atrae a ese diálogo de amor de la Santísima Trinidad. Jesús rezaba así.» (Audiencia General de S.S. Francisco, 22 de mayo de 2019).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación. Buscaré un momento del día para ir a una Iglesia o estar solo en la habitación, y recordar las primeras oraciones de la infancia, renovando la sencillez con la que las hacía.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
¡Cristo, Rey nuestro! ¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Echarle una mano a Dios
Pasamos la vida mirando al cielo y pedir a Dios que venga a resolver personalmente lo que es tarea nuestra mejorar y arreglar.
En una obra del escritor brasileño Pedro Bloch encuentro un diálogo con un niño que me deja literalmente conmovido.
— ¿Rezas a Dios? —pregunta Bloch.
— Sí, cada noche —contesta el pequeño.
— ¿Y que le pides?
— Nada. Le pregunto si puedo ayudarle en algo.
Y ahora soy yo quien me pregunto a mí mismo qué sentirá Dios al oír a este chiquillo que no va a Él, como la mayoría de los mayores, pidiéndole dinero, salud, amor o abrumándole de quejas, de protestas por lo mal que marcha el mundo, y que, en cambio, lo que hace es simplemente ofrecerse a echarle una mano, si es que la necesita para algo.
A lo mejor alguien hasta piensa que la cosa teológicamente no es muy correcta. Porque, ¿qué va a necesitar Dios, el Omnipotente? Y, en todo caso, ¿qué puede tener que dar este niño que, para darle algo a Dios, precisaría ser mayor que El?
Y, sin embargo, qué profunda es la intuición del chaval. Porque lo mejor de Dios no es que sea omnipotente, sino que no lo sea demasiado y que El haya querido «necesitar» de los hombres. Dios es lo suficientemente listo para saber mejor que nadie que la omnipotencia se admira, se respeta, se venera, crea asombro, admiración, sumisión. Pero que sólo la debilidad, la proximidad crea amor. Por eso, ya desde el día de la Creación, El, que nada necesita de nadie, quiso contar con la colaboración del hombre para casi todo. Y empezó por dejar en nuestras manos el completar la obra de la Creación y todo cuanto en la tierra sucedería.
Por eso es tan desconcertante ver que la mayoría de los humanos, en vez de felicitarse por la suerte de poder colaborar en la obra de Dios, se pasan la vida mirando hacia el cielo para pedirle que venga a resolver personalmente lo que era tarea nuestra mejorar y arreglar.
Yo entiendo, claro, la oración de súplica: el hombre es tan menesteroso que es muy comprensible que se vuelva a Dios tendiéndole la mano como un mendigo. Pero me parece a mi que, si la mayoría de las veces que los creyentes rezan lo hicieran no para pedir cosas para ellos, sino para echarle una mano a Dios en el arreglo de los problemas de este mundo, tendríamos ya una tierra mucho más habitable.
Con la Iglesia ocurre tres cuartos de lo mismo. No hay cristiano que una vez al día no se queje de las cosas que hace o deja de hacer la Iglesia, entendiendo por «Iglesia» el Papa y los obispos. «Si ellos vendieran las riquezas del Vaticano, ya no habría hambre en el mundo». «Si los obispos fueran más accesibles y los curas predicasen mejor, tendríamos una Iglesia fascinante». Pero ¿cuántos se vuelven a la Iglesia para echarle una mano?
En la «Antología del disparate» hay un chaval que dice que «la fe es lo que Dios nos da para que podamos entender a los curas». Pero, bromas aparte, la fe es lo que Dios nos da para que luchemos por ella, no para adormecernos, sino para acicatearnos.
«Dios —ha escrito Bernardino M. Hernando— comparte con nosotros su grandeza y nuestras debilidades». El coge nuestras debilidades y nos da su grandeza, la maravilla de poder ser creadores como El. Y por eso es tan apasionante esta cosa de ser hombre y de construir la tierra.
Por eso me desconcierta a mi tanto cuando se sitúa a los cristianos siempre entre los conservadores, los durmientes, los atados al pasado pasadísimo. Cuando en rigor debíamos ser «los esperantes, los caminantes». Theillard de Chardín decía que en la humanidad había dos alas y que él estaba convencido de que «cristianismo se halla esencialmente con el ala esperante de la humanidad», ya que él identificaba siempre lo cristiano con lo creativo, lo progresivo, lo esperanzado.
Claro que habría que empezar por definir qué es lo progresivo y qué lo que se camufla tras la palabra «progreso». También los cangrejos creen que caminan cuando marchan hacia atrás.
De todos modos hay cosas bastante claras: es progresivo todo lo que va hacia un mayor amor, una mayor justicia, una mayor libertad. Es progresivo todo lo que va en la misma dirección en la que Dios creó el mundo. Y desgraciadamente no todos los avances de nuestro tiempo van precisamente en esa dirección.
Pero también es muy claro que la solución no es llorar o volverse a Dios mendigándole que venga a arreglarnos el reloj que se nos ha atascado. Lo mejor será, como hacía el niño de Bloch, echarle una mano a Dios. Porque con su omnipotencia y nuestra debilidad juntas hay más que suficiente para arreglar el mundo.
José Luis Martín Descalzo, "Razones para vivir".
Sagrado Corazón de Jesús
Adoramos el Corazón de Cristo porque es el corazón del Verbo encarnado, del Hijo de Dios hecho hombre
Explicación de la fiesta
La imagen del Sagrado Corazón de Jesús nos recuerda el núcleo central de nuestra fe: todo lo que Dios nos ama con su Corazón y todo lo que nosotros, por tanto, le debemos amar. Jesús tiene un Corazón que ama sin medida.
Y tanto nos ama, que sufre cuando su inmenso amor no es correspondido.
La Iglesia dedica todo el mes de junio al Sagrado Corazón de Jesús, con la finalidad de que los católicos lo veneremos, lo honremos y lo imitemos especialmente en estos 30 días.
Esto significa que debemos vivir este mes demostrandole a Jesús con nuestras obras que lo amamos, que correspondemos al gran amor que Él nos tiene y que nos ha demostrado entregándose a la muerte por nosotros, quedándose en la Eucaristía y enseñándonos el camino a la vida eterna.
Todos los días podemos acercarnos a Jesús o alejarnos de Él. De nosotros depende, ya que Él siempre nos está esperando y amando.
Debemos vivir recordandolo y pensar cada vez que actuamos: ¿Qué haría Jesús en esta situación, qué le dictaría su Corazón? Y eso es lo que debemos hacer (ante un problema en la familia, en el trabajo, en nuestra comunidad, con nuestras amistades, etc.). Debemos, por tanto, pensan si las obras o acciones que vamos a hacer nos alejan o acercan a Dios.
Tener en casa o en el trabajo una imagen del Sagrado Corazón de Jesús, nos ayuda a recordar su gran amor y a imitarlo en este mes de junio y durante todo el año.
Origen de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús
Santa Margarita María de Alacoque era una religiosa de la Orden de la Visitación. Tenía un gran amor por Jesús. Y Jesús tuvo un amor especial por ella.
Se le apareció en varias ocasiones para decirle lo mucho que la amaba a ella y a todos los hombres y lo mucho que le dolía a su Corazón que los hombres se alejaran de Él por el pecado.
Durante estas visitas a su alma, Jesús le pidió que nos enseñara a quererlo más, a tenerle devoción, a rezar y, sobre todo, a tener un buen comportamiento para que su Corazón no sufra más con nuestros pecados.
El pecado nos aleja de Jesús y esto lo entristece porque Él quiere que todos lleguemos al Cielo con Él. Nosotros podemos demostrar nuestro amor al Sagrado Corazón de Jesús con nuestras obras: en esto precisamente consiste la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.
Las promesas del Sagrado Corazón de Jesús:
Jesús le prometió a Santa Margarita de Alacoque, que si una persona comulga los primeros viernes de mes, durante nueve meses seguidos, le concederá lo siguiente:
1. Les daré todas las gracias necesarias a su estado (casado(a), soltero(a), viudo(a) o consagrado(a) a Dios).
2. Pondré paz en sus familias.
3. Los consolaré en todas las aflicciones.
4. Seré su refugio durante la vida y, sobre todo, a la hora de la muerte.
5. Bendeciré abundantemente sus empresas.
6. Los pecadores hallarán misericordia.
7. Los tibios se harán fervorosos.
8. Los fervorosos se elevarán rápidamente a gran perfección.
9. Bendeciré los lugares donde la imagen de mi Corazón sea expuesta y venerada.
10. Les daré la gracia de mover los corazones más endurecidos.
11. Las personas que propaguen esta devoción tendrán su nombre escrito en mi Corazón y jamás será borrado de Él.
12. La gracia de la penitencia final: es decir, no morirán en desgracia y sin haber recibido los Sacramentos.
Oración de Consagración al Sagrado Corazón de Jesús
Podemos conseguir una estampa o una figura en donde se vea el Sagrado Corazón de Jesús y, ante ella, llevar a cabo la consagración familiar a su Sagrado Corazón, de la siguiente manera:
Señor Jesucristo, arrodillados a tus pies,
renovamos alegremente la Consagración
de nuestra familia a tu Divino Corazón.
Sé, hoy y siempre, nuestro Guía,
el Jefe protector de nuestro hogar,
el Rey y Centro de nuestros corazones.
Bendice a nuestra familia, nuestra casa,
a nuestros vecinos, parientes y amigos.
Ayúdanos a cumplir fielmente nuestros deberes, y participa de nuestras alegrías y angustias, de nuestras esperanzas y dudas, de nuestro trabajo y de nuestras diversiones.
Danos fuerza, Señor, para que carguemos nuestra cruz de cada día y sepamos ofrecer todos nuestros actos, junto con tu sacrificio, al Padre.
Que la justicia, la fraternidad, el perdón y la misericordia estén presentes en nuestro hogar y en nuestras comunidades.
Queremos ser instrumentos de paz y de vida.
Que nuestro amor a tu Corazón compense,
de alguna manera, la frialdad y la indiferencia, la ingratitud y la falta de amor de quienes no te conocen, te desprecian o rechazan.
Sagrado Corazón de Jesús, tenemos confianza en Ti.
Confianza profunda, ilimitada.
Sugerencias para vivir la fiesta:
Poner una estampa del Sagrado Corazón de Jesús, algún pensamiento y la oración para la Consagración al Sagrado Corazón de Jesús. Hacer una oración en la que todos pidamos por tener un corazón como el de Cristo.
Leer en el Evangelio pasajes en los que se podamos observar la actitud de Jesús como fruto de su Corazón.
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