No he venido a abolir la Ley sino a darle plenitud

León III, Santo

XCVI Papa, 12 de junio

Martirologio Romano: En Roma, en la basílica de San Pedro, san León III, papa, quien coronó como emperador romano al rey de los francos, Carlomagno, y se distinguió por su defensa de la verdadera fe y de la dignidad divina del Hijo de Dios ( 816).

Breve Biografía

Fecha de nacimiento desconocida; murió en 816. Fue elegido el mismo día que fue enterrado su predecesor (26 de diciembre de 795), y consagrado al día siguiente.

Es bastante probable que esta prisa fuera debida a un deseo de los romanos de evitar cualquier interferencia por parte de los francos en su libertad de elección. León era romano, hijo de Aciupio e Isabel. En el momento de su elección era cardenal de Santa Susana, y aparentemente también “vestiarius”, o sea jefe del tesoro pontificio (o guardarropa).

Junto con la carta dirigida a Carlomagno en la que le informaba de que había sido elegido papa por unanimidad, León le envió las llaves de la confesión de San Pedro y el estandarte de la ciudad. Esto lo hizo para mostrar que consideraba al rey franco el protector de la Santa Sede. A cambio recibió de Carlomagno cartas de felicitación y una parte considerable del tesoro que el rey había tomado a los ávaros. La adquisición de esta riqueza fue una de las causas que permitieron a León ser un gran benefactor de las iglesias e instituciones de caridad de Roma.

Empujados por los celos, por la ambición o por sentimientos de odio y venganza, un cierto número de parientes del Papa Adriano I urdieron un plan para hacer a León indigno de ejercer su sagrado oficio. Con ocasión de la procesión de las Grandes Letanías (25 de abril de 799), cuando el papa se dirigía hacia la Puerta Flaminia, fue repentinamente atacado por un grupo de hombres armados. Fue arrojado al suelo, donde intentaron arrancarle la lengua y sacarle los ojos. Después de un tiempo sangrando en la calle, fue trasladado por la noche al monasterio de San Erasmo, en el Celio. Allí, de una manera al parecer bastante milagrosa, recuperó el uso total de los ojos y la lengua. Huyendo del monasterio, se trasladó, acompañado de muchos romanos, a la corte de Carlomagno. Fue recibido por el rey franco con todos los honores en Paderborn, a pesar de que sus enemigos habían llenado los oídos del rey de maliciosas acusaciones contra él.

Después de unos meses de estancia en Alemania, el monarca franco le envió con una escolta de vuelta a Roma, donde fue recibido con gran demostración de júbilo por todo el pueblo, tanto naturales como extranjeros.

Los enemigos del papa fueron juzgados por los enviados de Carlomagno y, como no fueron capaces de probar la culpa de León ni la inocencia de ellos mismos, fueron enviados como prisioneros a Francia (Reino de los francos). Al año siguiente (800) Carlomagno en persona fue a Roma, y el papa y sus acusadores fueron puestos frente a frente. Los obispos reunidos declararon que no tenía derecho a juzgar al papa; pero León, por su propia voluntad, con el objetivo, como dijo, de disipar cualquier sospecha en las mentes de aquellos hombres, declaró bajo juramento que era totalmente inocente de los cargos que se habían presentado contra él.

A petición suya, la pena de muerte emitida contra sus principales enemigos fue conmutada por una sentencia de exilio.

Unos días después, León y Carlomagno volvieron a reunirse. Fue el día de Navidad en San Pedro. Después de leer el Evangelio, el papa se acercó a Carlomagno, que estaba de rodillas ante la Confesión de San Pedro, y le colocó una corona en la cabeza. Inmediatamente la muchedumbre reunida en la basílica pronunció el siguiente grito: “¡A Carlos, el más pío Augusto, coronado por Dios, a nuestro grande y pacífico emperador, larga vida y victoria!” Por este acto, resurgió el Imperio de Occidente y, al menos en teoría, la Iglesia declaró que el mundo estaba sujeto a un solo poder temporal, como Cristo lo había hecho sujeto a un solo poder espiritual. Se entendió que la primera obligación del nuevo emperador era ser el protector de la Iglesia romana y de la Cristiandad contra los paganos.

Con la vista puesta en la alianza entre Oriente y Occidente bajo el efectivo gobierno de Carlomagno, León se esforzó en promover el proyecto de un matrimonio del emperador con la princesa de Oriente Irene. Sin embargo, el destronamiento de ésta (801) impidió que este excelente plan pudiera ser llevado a cabo. Unos tres años después de la partida de Carlomagno de Roma (801), León volvió a cruzar los Alpes para verle (804). Según algunos, fue a discutir con el emperador la división de sus territorios entre sus hijos. En cualquier caso, dos años después fue invitado a dar su aprobación a las previsiones del emperador para la mencionada partición. Actuando igualmente en armonía con el papa, Carlomagno combatió la herejía del adopcionismo que había surgido en España, pero fue algo más allá que su guía espiritual cuando deseó provocar la inserción general del “Filioque” en el Credo de Nicea. No obstante, los dos actuaron de consuno cuando hicieron a Salzburgo la sede metropolitana de Baviera y cuando Fortunato de Grado fue compensado por la pérdida de su sede de Grado con la entrega de la de Pola. La acción conjunta del Papa y el Emperador se sintió incluso en Inglaterra. Gracias a ella, Eardulfo de Northumbria recuperó su reino y se resolvió la disputa entre Eambaldo, arzobispo de Cork, y Ulfredo, arzobispo de Canterbury.

Sin embargo, León tenía muchas relaciones con Inglaterra por su cuenta. Bajo su mandato, el sínodo de Beccanceld (o Clovesho, 803) condenó el nombramiento de laicos como superiores de monasterios. De acuerdo con los deseos de Etelardo, arzobispo de Carterbury, León excomulgó a Eadberto Praen por usurpar el trono de Kent; además, retiró el palio que había sido concedido a Litchfield, autorizando la restauración de la jurisdicción eclesiástica de la Sede de Canterbury “como lo había establecido San Gregorio Apóstol y patrono de los ingleses”.

León también fue llamado para solventar las diferencias entre el arzobispo Ulfredo y Cenulfo, rey de Mercia. Muy poco se sabe acerca de las diferencias entre ellos, pero, quienquiera que fuera el más culpable, lo cierto es que el arzobispo fue el que más sufrió. Parece que el Rey indujo al Papa a suspenderle en sus funciones episcopales y a mantener el reino bajo una especie de interdicto durante seis años. Hasta la hora de su muerte (822), el ansia de oro provocó que Cenulfo continuara la persecución del arzobispo. Lo mismo hizo con el monasterio de Abingdon: hasta que no recibió una gran suma de dinero de su abad, no decretó la inviolabilidad del monasterio, actuando, como declaró, a petición del señor apostólico y muy glorioso Papa León.

Durante el pontificado de León III, la Iglesia de Constantinopla se encontraba en una situación de tensión. Los monjes, que prosperaban durante este periodo bajo la guía de hombres como San Teodoro el Estudita, sospechaban de lo que ellos concebían como los principios laxos de su patriarca Tarasio, y se oponían vigorosamente a la malvada conducta de su emperador Constantino VI. Con el propósito de ser libre para casarse con Teodota, el soberano se había divorciado de su mujer, María. Aunque Tarasio condenó la conducta de Constantino, rehusó, emperador, para evitar males mayores, a excomulgarle. Por haber condenado su nuevo matrimonio, Constantino castigó a los monjes con las penas de prisión y destierro. Afligidos, los monjes pidieron ayuda a León, como hicieron cuando fueron maltratados por oponerse a la arbitraria rehabilitación del sacerdote a quien Tarasio había degradado por casar a Constantino con Teodota. El Papa replicó, no sólo con palabras de alabanza y ánimo, sino también con el envío de ricos presentes; y, tras la llegada de

Miguel I al trono bizantino, ratificó el tratado entre Carlomagno y él para asegurar la paz entre Oriente y Occidente.

El Papa y el Emperador de los francos actuaron conjuntamente, no sólo en la última operación mencionada, sino en todos los asuntos de importancia. Siguiendo el consejo de Carlomagno, León, para rechazar las violentas incursiones de los sarracenos, mantuvo una flota, de suerte que la línea costera era regularmente patrullada por sus navíos de guerra. No obstante, debido a que no se consideraba competente para mantener a los piratas musulmanes fuera de Córcega, confío la protección de la isla al Emperador. Apoyado por Carlomagno, fue capaz de recuperar una parte del patrimonio de la Iglesia romana en los alrededores de Gaeta, y pudo administrarlo de nuevo a través de sus párrocos. Pero cuando murió el gran Emperador (28 de enero de 814), los malos tiempos volvieron a León. Una nueva conspiración se formó contra él, pero en esta ocasión el Papa fue informado de ella antes de que llegara a un punto crítico. Ordenó que los cabecillas de la conspiración fueran detenidos y ejecutados. Apenas se había eliminado esta conspiración cuando un grupo de nobles de la Campania se levantaron en armas y se dedicaron al pillaje por toda la región. Estaban preparándose para marchar sobre la misma Roma cuando fueron derrotados por el duque de Spoleto, a las órdenes del Rey de Italia (Langobardía o Lombardía). Las enormes sumas de dinero que Carlomagno entregó al tesoro papal permitieron a León llegar a ser un eficaz protector de los pobres y mecenas del arte; así, llevó a cabo obras de renovación en las iglesias de Romas e incluso en las de Ravena. Empleó el imperecedero arte del mosaico, no solamente para retratar las relaciones políticas entre Carlomagno y él mismo, sino fundamentalmente para decorar las iglesias, en particular su iglesia titular de Santa Susana. Hasta finales del siglo XVI se podía contemplar una figura de León en un mosaico de esa antigua iglesia.

León III fue enterrado en San Pedro (12 de junio de 816), donde se encuentran sus reliquias, junto a las de Santos León I, León II y León IV. Fue canonizado en 1673. Los denarios de plata de León III todavía existentes llevan el nombre del Emperador además del de León, mostrando así al Emperador como protector de la Iglesia y señor de la ciudad de Roma.

Dejarme amar por Cristo

Santo Evangelio según San Mateo 5, 17-19. Miércoles X del tiempo ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Jesús, gracias porque estás aquí para escucharme. Yo creo y sé que me amas mucho más de lo que me puedo imaginar. Siempre lo has hecho y siempre lo harás. Haz que te experimente hoy en el modo que Tú quieras. María, que creíste en el amor de Dios en la luz y en las sombras, acompáñame en este rato de oración.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 5, 17-19

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “No crean que he venido a abolir la ley o a los profetas; no he venido a abolirlos, sino a darles plenitud. Yo les aseguro que antes se acabarán el cielo y la tierra, que deje de cumplirse hasta la más pequeña letra o coma de la ley. Por lo tanto, el que quebrante uno de estos preceptos menores y enseñe eso a los hombres, será el menor en el Reino de los cielos; pero el que los cumpla y los enseñe, será grande en el Reino de los cielos.”

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

¿Qué quieres para tus hijos? ¿Y para tu pareja o tu mejor amigo? A la gente que amamos le deseamos el bien, y no cualquier bien, sino todos los bienes, desde un éxito escolar o profesional hasta la gloria más alta y la felicidad más plena en el Reino de los Cielos. Si tú puedes desear tanto bien a alguien que amas, piensa ¿cómo será lo que Jesús desea para ti?

Jesús no sólo nos quiere ver felices, sino que hace todo lo posible para lograrlo. Nos ha regalado la vida, la familia, la gente que nos ha apoyado, consolado, levantado... Jesús nos quiere conquistar, no forzarnos. Él sabe que nuestra felicidad está en amarlo, pero no nos obliga.

En este Evangelio Jesús nos revela una vez más su gran amor por nosotros, para ver si hoy sí nos puede conquistar. ¿Qué dice? Primero dice que ha venido a dar plenitud a la ley y a los profetas. ¿Qué es la plenitud de la ley? San Pablo dice que la plenitud de la ley es el amor, (Rm 13,10) y Jesús mismo nos dice que no hay amor más grande que éste: que un hombre de la vida por sus amigos (Jn 15, 13). En otras palabras, lo que Jesús nos está diciendo es: Yo hago todo lo que puedo para que te des cuenta de que te amo. Mira la cruz. Lo hice y lo haría mil veces por ti. Mira el pesebre de Belén. Me hice hombre por ti. Mira tu pasado. Quien te ha buscado siempre he sido yo. ¿Me dejas entrar hoy en tu corazón, para sanarte y cumplir tus anhelos?

Es tan grande el amor de Jesús por nosotros, que en este Evangelio no duda en mostrarnos el camino para llegar al cielo: cumplir y enseñar sus preceptos. ¿Cuáles? Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. (Jn 15, 12)

Jesús, gracias por amarme tanto. Ayúdame a dejarme conquistar por Ti, y a hacerte caso, a cumplir tu mandamiento del amor para que Tú, yo y mis hermanos, vivamos en tu paz y alegría, y lleguemos un día al cielo a disfrutar estar contigo para siempre.

«La Ley no debe ser abolida, sino que necesita una nueva interpretación, lo que lo lleva de nuevo a su significado original. Si una persona tiene un buen corazón, predispuesto al amor, entonces entiende que cada palabra de Dios debe encarnarse hasta sus últimas consecuencias. La ley no debe abolirse, pero necesita una nueva interpretación que la reconduzca a su sentido original. Si una persona tiene un buen corazón, predispuesto al amor, entonces comprende que cada palabra de Dios debe estar encarnada hasta sus últimas consecuencias. El amor no tiene confines: se puede amar al propio cónyuge, al propio amigo y hasta al propio enemigo con una perspectiva completamente nueva.»

(Audiencia de S.S. Francisco, 2 de enero de 2019).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Jesús, gracias por tu amor. Tú sabes que soy débil, pero hoy quiero dejar que me conquistes y vivir tu mandamiento. Confío en que me vas a ayudar, porque me amas. María, enséñame a confiar en Dios como tú, en horas felices y al pie de la cruz. Haz que como tú, yo me deje amar por Jesús.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy voy a visitar a Jesús en la Eucaristía y estar con Él en silencio unos minutos, para dejarme conquistar por su cariño, por su amor que lo llevó a estar en el Sagrario por mí. Si lo necesito voy a buscar una oportunidad de confesarme.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

¡Cristo, Rey nuestro! ¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Dejarnos amar por Dios

Sí, es posible dejarle dirigir, mansamente, el camino de nuestras vidas.

Podemos darle a Dios una alegría inmensa si nos dejamos amar por Él, si ponemos nuestra vida en sus manos.

Parece fácil, pero nos cuesta vivir así. Porque muchas veces preferimos nuestros planes, gustos, proyectos, deseos, y no somos capaces de descubrir que Dios nos prepara algo mucho más hermoso. También cuando nos quita algo que “bueno” para ofrecernos algo mucho mejor.

Un accidente nos puede privar de la salud, pero no nos aparta de Dios si tenemos un corazón atento, esponjoso, disponible. Incluso nos puede hacer más sensibles a las necesidades de los demás, y abrirnos los ojos para recordar que esta vida es sólo un tiempo de paso.

Un fracaso nos puede llenar de tristeza, al recordar la cercanía de Dios el corazón recibe un consuelo profundo: tenemos un Padre que nos espera, un día, en casa.

El rechazo de un “amigo” se nos clava en el alma, pero sabemos que la amistad de Dios es constante y nos alienta en los momentos más difíciles de la vida.

La muerte de un familiar o de un amigo deja vacíos profundos, pero la confianza en Dios nos permite saber que nadie muere sin el permiso divino, y que existe un juicio en el que la misericordia salvará a quienes se dejaron amar por el Amor.

Todos necesitamos ser amados. No podemos vivir sin amor, como recordaba con frecuencia Juan Pablo II. Si abrimos el alma y nos dejamos tocar por ese Dios cercano, amigo, enamorado del hombre y lleno de bondad misericordiosa, nuestra vida será mucho más hermosa y más buena.

Sí: es posible dejarnos amar por Dios, dejarle dirigir, mansamente, el camino de nuestras vidas. Entraremos entonces en un mundo maravilloso. Los pequeños o grandes malos ratos serán curados por el bálsamo más hermoso: el que recibimos desde la caricia eterna de nuestro Padre de los cielos.

La relación de gratuidad con Dios nos ayuda a dar gratuitamente

No hay relación con Dios fuera de la gratuidad. Lo recordó el Papa Francisco esta mañana en su homilía de la Misa

Dar gratis lo que se ha recibido de Dios gratuitamente. El Papa Francisco centró su reflexión en el tema de esta gratuidad divina y en la que también debemos tener con los demás, tanto a través del testimonio como del servicio. De manera que su invitación fue a ensanchar el corazón para que la gracia venga. Y afirmó que, de hecho, la gracia no se compra, a la vez que hay que servir al pueblo de Dios, y no a servirse de él.

La vocación es “a servir” y no “a servirse de”

El Pontífice comenzó a partir del pasaje del Evangelio del día (Mt 10, 7-13) sobre la misión de los apóstoles, la misión de cada uno de los cristianos, si se es enviado. Por esta razón afirmó que “un cristiano no puede quedarse quieto”, puesto que la vida cristiana es “hacer camino, siempre”, tal como lo dijo al comentar las palabras de Jesús en el Evangelio: “A lo largo del camino, prediquen, diciendo que el Reino de los cielos está cerca. Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios”. Esta es, pues, la misión y se trata de “una vida de servicio”.

La vida cristiana es para servir. Es muy triste cuando encontramos cristianos que al inicio de su conversión o de su conciencia de ser cristianos, sirven, están abiertos a servir, sirven al pueblo de Dios, y después terminan sirviéndose del pueblo de Dios. Esto hace mucho mal, tanto mal al pueblo de Dios. La vocación es para “servir”, y no para “servirse de”.

Ensanchar el corazón

Además, la vida cristiana es “una vida de gratuidad”. Y de hecho, también en el pasaje evangélico propuesto por la liturgia de hoy, se lee que el Señor va al núcleo de la salvación: “Gratuitamente han recibido, den gratuitamente”. La salvación “no se compra”, “se nos da gratuitamente”, recordó Francisco y subrayó que Dios, en efecto, “nos salva gratis”, “no nos hace pagar”. Y como Dios hizo con nosotros, así también “debemos hacer con los demás”. Precisamente esta gratuidad de Dios – dijo – “es una de las cosas más bellas”.

“No hay relación con Dios fuera de la gratuidad ” Saber que el Señor está lleno de dones para darnos. Sólo pide una cosa: que nuestro corazón se abra. Cuando decimos “Padre nuestro” y rezamos, abrimos el corazón para que esta gratuidad venga. No hay relación con Dios fuera de la gratuidad. A veces, cuando necesitamos algo espiritual o una gracia, decimos: “Bueno, ahora ayunaré, haré penitencia, haré una novena....”. Está bien, pero estén atentos: esto no es para “pagar por la gracia”, para “comprar” la gracia. Esto es para ensanchar tu corazón para que la gracia venga. La gracia es gratuita.

“La gracia es gratuita ”

Todos los bienes de Dios son gratuitos, prosiguió diciendo el Papa Francisco, y advirtió que el problema es que “el corazón se encoge, se cierra” y no es capaz de recibir “tanto amor gratuito”. A la vez que recordó que no debemos regatear con Dios, “con Dios no se trata”.

“ Con Dios no se regatea ”

Dar gratuitamente

Después está la invitación a dar gratuitamente. Y esto – subrayó el Papa – es especialmente “para nosotros, los pastores de la Iglesia”, “para no vender la gracia”. Sí, porque como añadió: “Hace tanto mal”, cuando se encuentran pastores que hacen negocios con la gracia de Dios: “Yo haré esto, pero esto cuesta tanto, esto otro tanto...". La gracia del Señor es gratuita y “tú – dijo –  debes darla gratuitamente”.

En nuestra vida espiritual siempre tenemos el peligro de resbalar sobre el pago, siempre, incluso hablando con el Señor, como si quisiéramos dar un soborno al Señor. ¡No! ¡La cosa no va por allí! No va por ese camino. “Señor, si tú me haces esto, te daré esto”. No. Yo hago esta promesa, pero esto me ensancha el corazón para recibir lo que está allí, gratis para nosotros. Esta relación de gratuidad con Dios es lo que nos ayudará después a tenerla con los demás, tanto en nuestro testimonio cristiano como en el servicio cristiano y en la vida pastoral de los que son pastores del pueblo de Dios. Haciendo camino. La vida cristiana es andar. Predicar, servir, no “servirse de”. Sirvan y den gratis lo que gratis han recibido. Que nuestra vida de santidad sea este ensanchar el corazón, para que la gratuidad de Dios, las gracias de Dios que están allí, gratuitas, que Él quiere dar, lleguen a nuestro corazón. Que así sea.

¿Se puede ser buena persona sin Dios?

Un ateo claro que puede realizar buenas acciones, pero el problema llega cuando se enfrenta a ciertas situaciones

Uno de los argumentos que desde el ateísmo se utiliza para defender sus tesis y para convencer a creyentes tibios es que se puede ser bueno sin necesidad de Dios.

Es verdad que hay buenas personas que hacen obras extraordinarias sin ser creyentes, pero el profesor de Filosofía en la Universidad de Texas, J. Budziszewski, reflexiona sobre este argumento y encuentra siete argumentos que ponen en duda esta afirmación.

Este profesor sabe de lo que habla y sabe por propia experiencia la dificultad que para muchos jóvenes, universitarios en su caso, supone este ambiente a la hora de mantener la fe. Sus alumnos se enfrentan a este debate interno al igual que le pasó a él. Perdió la fe en los años 60 debido al influjo que tuvo el radicalismo ideológico en la universidad.

De ateo a católico tras una gran crisis juvenil
En su infancia y adolescencia era un baptista sincero, aunque no especialmente virtuoso. Estudiando en la universidad dejó "primero a Cristo, luego a Dios, luego la distinción entre el bien y el mal", explicó en una entrevista en inglés. "Yo era ateo práctico y nihilista práctico". Ya como profesor, volvió a Cristo a través del anglicanismo y en 2004 entró en la Iglesia Católica.

Los siete problemas que encontrará el ateo
A raíz de su experiencia propia y profesional, Budziszewski habla en Mercatornet de siete obstáculos a los que se enfrenta el ateo en su intento de ser bueno sin Dios:

1.El ateo no reconoce a Dios como el bien supremo por el cual todo lo creado existe y está ordenado. Y al igual que ciertos actos pueden dirigirse al bien supremo, él considera que otros no pueden. En consecuencia, al ateo le resultará difícil entender cómo un acto puede ser intrínsecamente malo. Él se inclinará a pensar que para conseguir un resultado bueno se puede hacer cualquier cosa. 

2. Como el ateo no reconoce la Divina Providencia, la idea de que él debería hacer lo correcto y dejar que Dios se ocupe de las consecuencias le parecerá insensato. Le parecerá que si no hay Dios, entonces él debe jugar a ser Dios mismo.

3. Como no reconoce a Dios como creador, considera la conciencia como el resultado de un proceso sin sentido y sin propósito que él no tenía en mente. Debido a que será difícil creer que una colección heterogénea de impulsos e inhibiciones dejadas por los accidentes de la selección natural pueda tener algo que enseñarle, estará tentado a pensar que la autoridad de la conciencia es una ilusión.

4. Como no tiene fe, es probable que vea sus dilemas morales como inevitables. Porque si no hay Dios, ¿cómo puede creer en la seguridad que da la fe de que ‘Dios es fiel y no le dejará ser tentado más allá de sus fuerzas’, y no más bien en que la tentación le proporcionará la vía de escape para que pueda soportarlo?

5. Como no cree en la Gracia divina, no podrá valerse de esta ayuda. Ciertamente, podrá realizar actos naturalmente buenos. Sin embargo, cuando se tope con los muros que se van presentando, cuando se dé cuenta de que está haciendo el mal que no quiere y no el bien que desea, no podrá pedir ayuda.

6. Como no cree para su propia existencia en las virtudes espirituales que dependen de la gracia, el ateo no podrá practicarlas en absoluto. Por ejemplo, aunque

pueda amar a su esposa con amor natural, fallará en esa caridad sobrenatural que le permite ver, que, dado que ella está hecha a imagen de Dios, la única manera verdadera de amarla por su propio bien es amarla por el amor de Dios.

7. Finalmente, dado que una sola persona puede perdonar, la ley moral le parecerá un acusador severo con un corazón de piedra. Cuando haya hecho algo malo, como todos hacemos alguna vez, querrá apagar la voz de esta conciencia. Tendrá la tentación de decirse a sí mismo que la ley es una fantasía, que no hay nada que perdonar, que la solución al problema de la culpa es que no existe tal cosa. O tal vez tratará de convencerse a sí misma.

Para Budziszewski todas estas razones, algunas más lógicas y otras psicológicas, el ser humano necesita a Dios.

¿Es Bíblica la confesión?

¿Las Sagradas Escrituras hablan sobre el Sacramento de la Confesión?

El apóstol San Juan dicta una verdad clave, si confesamos nuestros pecados Dios nos perdonará (1 Juan 1:9). La misericordia de Dios es tan grande que no existe pecado que Él no pueda perdonar siempre y cuando este ha sido confesado (A excepción del pecado contra el Espíritu Santo, que es negar la gracia de Dios para salvarnos, Mateo 12:22-37)

La Biblia nos da muchas referencias a la confesión, por ejemplo en el libro de Proverbios 28:13 es claro en afirmar que el que no confiesa sus pecados no prospera. ¿Realmente quieres prosperar en tu vida espiritual? entonces debes acudir a la confesión.

Sin embargo cabe una pregunta más: ¿La confesión es directa con Dios o con un sacerdote?

Veamos para eso qué dice el Apóstol San Santiago 5:14 -16

Esta no es una sugerencia, es una orden que da el que fue Obispo de Jerusalén, el Apóstol Santiago, Llamen al Presbítero ¡Confiesen sus pecados unos con otros! Dejando entrever que la confesión no es directamente con Dios a como muchos creen, es con otra persona.

Pero, ¿Qué poder tiene un sacerdote para perdonar pecados? Si sólo Dios perdona los pecados ( Marcos 2:7 ).

Precisamente solo el Padre puede hacerlo y Jesús porque Jesús es el Hijo de Dios, Asi dijo de sí mismo: "El Hijo del hombre tiene poder de perdonar los pecados en la tierra" (Marcos 2:10) y él ejerce ese poder divino: "Tus pecados están perdonados" (Marcos2:5; Lucas 7:48). y luego lo trasnmite con el poder del Espiritu santo al al momento de recusitar, escrito en el Evangelio según San Juan 20:21-23

Este poder otorgado por Jesús, no lo dio a todo el mundo, ni a todos los creyentes, sino a sus discípulos, y sus discípulos al encomendar presbíteros y obispos, les transmitieron este poder. Y para saber que pecados se deben perdonar y cuales ocupan retener es necesario confesarlos, de eso no hay duda. Por eso en la absolución el sacerdote levanta sus manos, señal de adoración al Espíritu Santo.

Pero, ¿Qué sucede si no confieso todos mis pecados?

Leer del Libro de Levítico 5:5

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