No amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras
- 13 Junio 2019
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Antonio de Padua, Santo
Memoria Litúrgica, 13 de Junio
Presbítero y Doctor e la Iglesia
Martirologio Romano: Memoria de san Antonio, presbítero y doctor de la Iglesia, que, nacido en Portugal, primero fue canónigo regular y después entró en la Orden recién fundada de los Hermanos Menores, para propagar la fe entre los pueblos de África, pero se dedicó a predicar por Italia y Francia, donde atrajo a muchos a la verdadera fe. Escribió sermones notables por su doctrina y estilo, y por mandato de san Francisco enseñó teología a los hermanos, hasta que en Padua descansó en el Señor. († 1231)
Fecha de canonización: 1 de junio de 1232 durante el pontificado de Gregorio IX
Breve Biografía
San Francisco de Asís, que encontró al joven fraile Antonio con ocasión del Capitulo general inaugurado en Pentecostés de 1221, lo llamaba confidencialmente “mi obispo”. Antonio, cuyo nombre anagráfico es Fernando de Bulloes y Taveira de Azevedo, nació en Lisboa hacia el 1195. A Los quince años entró al colegio de Los canónigos regulares de San Agustín, y en sólo nueve meses profundizó tanto el estudio de la Sagrada Escritura que más tarde fue llamado por el Papa Gregorio IX “arca del Testamento”. A la cultura teológica añadió la filosófica y la científica, muy viva por la influencia de la filosofía árabe.
De esta vasta formación cultural dio muestras en los últimos años de vida predicando en la Italia septentrional y en Francia. Aquí recibió el titulo de “guardián del Limosino” por la abundante doctrina en la lucha contra la herejía. En 1946 Pio XII lo declaró doctor de la Iglesia con el apelativo de “Doctor evangelicus”. Cinco franciscanos habían sido martirizados en Marruecos, a donde habían ido a evangelizar a los infieles. Fernando vio los cuerpos, que habían sido llevados a Portugal en 1220, y resolvió seguir sus huellas: entró al convento de los frailes mendicantes de Coimbra, con el nombre de Antonio Olivares.
Durante el viaje de regreso de Marruecos, en donde no pudo estar sino pocos días a causa de su hidropesía, una tempestad empujó la embarcación hacia Las costas sicilianas. Estuvo algunos meses en Mesina, en el convento franciscano, y el superior de este convento lo llevó a Asís para el Capitulo general. Aquí Antonio conoció a San Francisco de Asís.
Lo mandaron a la provincia franciscana de Romaña en donde llevó vida de ermitaño en un convento cerca de Forli. Lo nombraron para el humilde oficio de cocinero y así vivió en la sombra hasta cuando sus superiores, dándose cuenta de sus extraordinarias cualidades de predicador, lo sacaron del yermo y lo enviaron al norte de Italia y a Francia a predicar en donde más se había difundido la herejía de Los albigenses.
Finalmente, Antonio fijó su residencia en el convento de la Arcella, a un kilómetro de Padua. De aquí iba a donde lo llamaban a predicar. En 1231, cuando su predicación tocó la cima de intensidad y se caracterizó por los contenidos sociales, Antonio se agravó y del convento de Camposampiero lo llevaron a Padua sobre un furgón lleno de heno. Murió en Arcella el 13 de junio de 1231. “El Santo” por antonomasia, como lo llaman en Padua, fue canonizado en Pentecostés de 1232, es decir, al año siguiente de su muerte, por la gran popularidad que se había ampliado con el correr de los tiempos.
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Fuente: Mercaba.org
Célebre apóstol franciscano, doctor de la Iglesia universal y uno de los santos más venerados por el pueblo cristiano. Es conocido domo «el santo de todo el mundo» por la amplísima devoción popular de que siempre ha gozado dentro de la Iglesia, como «el santo de los milagros», debido a los muchos portentos que se le atribuyen, y como «Doctor Evangélico» en atención al profundo conocimiento de la S. E. que manifiesta en sus escritos.
Si prescindimos de los tópicos comunes a todas las hagiografías medievales en los que incurren también las dedicadas a A., cabe afirmar muy poco sobre su nacimiento y juventud. Sabemos que n. en Lisboa entre1188 y 1191, en una casa próxima a la catedral. Recibió el nombre de Fernando. Sus padres pertenecían a la burguesía acomodada de la ciudad. Como tales, lo más probable es que proporcionaran al santo una sólida educación religiosa y que lo enviaran a formarse intelectualmente a la escuela de la catedral. Siendo todavía muy joven, ingresó en el monasterio de canónigos agustinos de San Vicente de Fora, situado en las afueras de Lisboa. Cosideró perjudiciales para su perfeccionamiento espiritual las frecuentes visitas familiares, razón por la que a la edad de 17 años dejó dicho monasterio por el de Santa Cruz de Coimbra. En uno y otro centro, probablemente de forma autodidacta, es donde debió adquirir los conocimientos escriturísticos que manifestaría más tarde.
Entre mayo y noviembre de 1220, con la licencia de sus superiores, abandonó el monasterio de Coimbra para profesar en la naciente Orden franciscano. Entonces cambió su nombre original de Fernando por el de Antonio. Su decisión obedeció al deseo de obtener el martirio (ideal irrealizable siendo monje agustino) al igual que los protomártires franciscanos de Marruecos de 1216, a quienes parece que conoció y asistió en el monasterio cuando a su paso por la península Ibérica se hospedaron en él y cuyas reliquias pudo contemplar personalmente a su llegada a Coimbra. Quizá no dejara de influir tampoco en su cambio de vocación el contraste que observaba entre la ejemplaridad de la nueva Orden religiosa, establecida recientemente cerca de Coimbra, y la inquietud política, así como los abusos introducidos en el monasterio de Santa Cruz.
Deseoso del martirio, entre septiembre y octubre de 1220 se dirigió a Marruecos, en compañía de otro franciscano. Una prolongada enfermedad le obligó a abandonar Mauritania y reemprender viaje a Portugal. Los vientos cambiaron el rumbo de la nave y terminó desembarcando en Sicilia en la primavera de 1221. Como la mayor parte de los franciscanos de entonces, asistió al Capítulo General de la Orden celebrado en Asís el 30 mayo 1221. Su presencia en el Capítulo pasó inadvertida y sólo a petición propia fue acogido por el ministro provincial de la Romagna (región italiana del valle del Po), con cuya anuencia se retiró al eremitorio de Monte Paolo. Probablemente en septiembre (otros sitúan el hecho en Coimbra, en 1220) fue ordenado de sacerdote en Forlí, descubriendo también en esta coyuntura su verdadera y relevante personalidad al verse obligado a dirigir la palabra a los franciscanos y dominicos reunidos en un ágape fraterno. A partir de este momento, el hasta entonces desconocido franciscano comenzó a revelarse cada vez más como un extraordinario apóstol.
Seleccionado para este ministerio, desde septiembre de 1221 hasta noviembre de 1223 recorrió la Romagna en todas las direcciones, enfrentándose públicamente con los herejes cátaros y patarinos. Las muchas conversiones obtenidas que le atribuyen sus biógrafos, así como la inexplicable confusión producida en los herejes, obedecieron fundamentalmente a su santidad personal, a sus dotes de persuasión y a su profunda preparación intelectual, especialmente escriturística también parecen haber influido varios hechos extraordinarios que, como los acaecidos en Rímini, ofrecen serias probabilidades de autenticidad.
A la vista de su preparación intelectual y de su fervor, el mismo S. Francisco (v.) lo designó en 1223 como primer lector o profesor de Teología en la Orden, trasladándose para ello a Bolonia. El profesorado fue breve. En otoño de 1224 fijaba su residencia en Montpellier, respondiendo con ello al papa Honorio III que deseaba se trasladasen a Francia los más fervorosos y cultos predicadores para atajar el alarmante desarrollo de la herejía valdense. En Montpellier alternó la predicación y las conferencias públicas con el profesorado de Teología, recorriendo posteriormente todo el sur y el centro de Francia con el mismo espíritu y los mismos abundantes frutos espirituales recogidos anteriormente en Italia.
En 1227 fue elegido ministro provincial de la Romagna. El nuevo cargo no le impidió el ministerio del apostolado. Al mismo tiempo que, en virtud de sus obligaciones, visitaba los conventos de su jurisdicción, predicaba también con el fervor y la elocuencia que le eran característicos en los lugares de su paso. Tras una cuaresma especialmente clamorosa predicada en Padua, parece ser que intervino activamente en el Capítulo General de la Orden reunido en Asís en mayo de 1230, en el que defendió los puros ideales de la Orden contra las desviaciones que comenzaban a apuntar. En este mismo capítulo fue relevado de su cargo de ministro provincial.
Necesitado de reposo y constreñido a mirar por su salud, a raíz del Capítulo se trasladó al eremitorio de Arcella, situado en las proximidades de Padua. Para ayuda de los predicadores escribió entonces sus Sermones in Solemnitatibus (Sermones para las fiestas), Sermones in honorem et laudem Beatissimac Virginis Mariaé (Sermones en honor y alabanza de la Santísima Virgen María), a los que habían precedido antes del Capítulo General, y también en Padua, los Sermones Dominicales. En todos ellos manifiesta un profundo conocimiento de la S. E. y de los Santos Padres, sin serle tampoco desconocida la cultura clásica.
Minado por la enfermedad m. en el eremitorio de Arcella el 13 jun. 1231, siendo sepultado algunos días más tarde en el convento de Padua. Ese mismo año fue canonizado por Gregorio IX en atención a su indiscutible fama universal de santidad, pero no sin que antes se comprobase ésta mediante una comisión cardenalicia nombrada al efecto. Su sepulcro, en el que sólo se conserva la lengua, se encuentra en la basílica de su nombre en Padua. La Iglesia celebra su fiesta el 13 de junio. Tanto los pintores como los escultores han cultivado abundantemente su iconografía, sobresaliendo entre las obras artísticas los varios lienzos de Murillo.
Desde que Pío XII, mediante la bula Exulta, Lusitania felix del 16 en. 1946 declaró a A. Doctor de la Iglesia Universal, su figura ha ido adquiriendo una nueva perspectiva. Sin perder su matiz de santo eminentemente popular al que acude el pueblo sencillo en busca de solución para todas sus necesidades, ha ido prestándosela cada vez mayor atención a la eficiencia de su apostolado y a la doctrina contenida en sus escritos.
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ORACIÓN
¡Oh admirable y esclarecido protector mío,
San Antonio de Padua!
Siempre he tenido grandísima confianza en que me habéis de ayudar en todas mis necesidades,
rogando por mi al Señor a quien servisteis,
a la Virgen Santísima a quien amasteis
y al divino Niño Jesús que tantos favores os hizo.
Rogadles por mi,
para que por vuestra poderosa intercesión me concedan lo que pido.
¡Oh Glorioso San Antonio!
Pues las cosas perdidas son halladas por vuestra mediación
y obráis tantos prodigios con vuestros devotos;
yo os ruego y suplico me alcancéis de la Divina Majestad
el recobrar la gracia que he perdido por mis pecados,
y el favor que ahora deseo y pido,
siendo para Gloria de Dios
y bien de mi alma.
Amén.
La presencia eucarística de Cristo
Santo Evangelio según San Lucas 22, 14-20. Jueves X del tiempo ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, Tú eres sacerdote para siempre, según el rito de Melquisedec.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 22, 14-20
En aquel tiempo, llegada la hora de cenar, se sentó Jesús con sus discípulos y les dijo: “Cuánto he deseado celebrar esta Pascua con ustedes, antes de padecer, porque yo les aseguro que ya no la volveré a celebrar, hasta que tenga cabal cumplimiento en el Reino de Dios”. Luego tomó en sus manos una copa de vino, pronunció la acción de gracias y dijo: “Tomen esto y repártanlo entre ustedes, porque les aseguro que ya no volveré a beber del fruto de la vid hasta que venga el Reino de Dios”.
Tomando después un pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se los dio diciendo: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía”. Después de cenar, hizo lo mismo con una copa de vino, diciendo: “Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por ustedes”. Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
¡Cuánto he deseado celebrar esta Pascua con ustedes! ¡Qué importante es que nos detengamos un momento a meditar estas palabras! Un error que cometemos, más seguido de lo que nos gustaría, es pensar que Cristo padeció y resucitó así sin más, como si de un mero trámite se tratase. Y no. Él realmente quiso asumir sobre sus hombros el peso de los pecados del mundo. Él verdaderamente anheló estar reunido con sus discípulos antes de avanzar sereno hacia el Calvario.
Hoy, Cristo quiere también partir el pan y repartirlo a nosotros, convidarnos del cáliz, vivir en nosotros sus misterios. También hoy Cristo quiere que le dejemos transformarnos en hijos de Dios. Normalmente, cuando una persona quiere obtener algo, ofrece otra cosa a cambio.
Desde que somos niños hasta que envejecemos seguimos haciendo esto. Cristo, como siempre, lleva lo que es tan propio del hombre a un nuevo nivel. Él no ofrece una cosa como trueque por nuestra salvación; se ofrece a sí mismo al Padre, con los brazos abiertos eternamente en la cruz.
Es el Cuerpo y la Sangre del Señor los que han sellado la Nueva Alianza. No debemos ya buscar otro intercesor, no tenemos que clamar más por un salvador pues, ciertamente, Dios ha escuchado las oraciones de su pueblo y las ha respondido en la persona de su Hijo. Bien nos hará dirigir ahora nuestra atención a los sacerdotes que, conservando su debilidad humana, se arrojan generosamente a la aventura de ser transparencia de Cristo en medio de nosotros, para que así, ese Cuerpo y esa Sangre sigan purificando al mundo.
«Precisamente en la fuerza de ese testamento de amor, la comunidad cristiana se reúne cada domingo y cada día, en torno a la eucaristía, sacramento del sacrificio redentor de Cristo. Y atraídos por su presencia real, los cristianos lo adoran y lo contemplan a través del humilde signo del pan convertido en su Cuerpo. Cada vez que celebramos la eucaristía, a través de este Sacramento sobrio y al mismo tiempo solemne, experimentamos la Nueva Alianza, que realiza en plenitud la comunión entre Dios y nosotros. Y como participantes de esta Alianza, nosotros, aunque pequeños y pobres, colaboramos en la edificación de la historia, como quiere Dios. Por eso, toda celebración eucarística a la vez que constituye un acto de culto público a Dios, recuerda la vida y hechos concretos de nuestra existencia. Mientras nos nutrimos con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, nos asimilamos a Él, recibimos en nosotros su amor, no para retenerlo celosamente, sino para compartirlo con los demás. Esta lógica está inscrita en la eucaristía, recibimos su amor en nosotros y lo compartimos con los demás. Esta es la lógica eucarística.»
(Ángelus de S.S. Francisco, 3 de junio de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Participaré fervorosamente en la Eucaristía o en una Hora Santa, encomendando a la materna intercesión de la Virgen a todos los sacerdotes de su Hijo, dispersos por el mundo y entregados a la misión de extender su Reino.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.Amén.
¡Cristo, Rey nuestro! ¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
¿Cuánto dura la presencia de Cristo en la Eucaristía?
Asimismo, cuando lo recibimos en la comunión ¿cuánto tiempo permanece Cristo dentro de nosotros?
Sabemos que en el altar, al momento de la consagración, la hostia y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Pero ¿cuánto tiempo permanece su presencia en ellos? Asimismo, cuando lo recibimos en la comunión ¿cuánto tiempo permanece Cristo dentro de nosotros? Vamos a responder estas preguntas.
En cada pedazo de la hostia consagrada y en cada gota del vino consagrado está Cristo completo, es decir, todo su Cuerpo, su Sangre, alma y divinidad. Por lo tanto, cada que comulgamos, recibimos al mismo Cristo vivo y resucitado. Así lo confirma el Catecismo de la Iglesia Católica al decir: “En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están “contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero” (1374).
De tal manera que al fraccionar la Hostia consagrada no es que se divida a Cristo, ya que hasta en la más pequeña partícula de la Hostia está Cristo con todo su Cuerpo y su Sangre. Lo mismo al recibir el vino en el cáliz, no es solamente la Sangre de Cristo, sino que es el Señor en toda su persona divina. “Cristo está todo entero presente en cada una de las especies y todo entero en cada una de sus partes, de modo que la fracción del pan no divide a Cristo” (CCE 1377).
Ahora bien, la presencia real de Cristo en la Eucaristía permanece desde la consagración del pan y del vino, hasta que duren las especies que sirvieron para su ofrecimiento. Es decir, que cuando las especies del pan y del vino se alteran por el tiempo o se disuelven a través del estómago, la presencia física de Jesús deja de estar.
Se pudiera decir que son aproximadamente entre 10 y 15 minutos los que dura la presencia física de Jesús dentro de nosotros. El que ya no esté en su presencia real y verdadera, no quiere decir que Cristo nos abandone. Sigue presente en nuestra alma, habita en nosotros, en unión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de manera real.
Al reconocer que es Cristo en cuerpo y alma a quien recibimos, es necesario que preparemos también nuestro cuerpo ya que no es un alimento ordinario. Por lo tanto, por respeto a su presencia dentro de nosotros, el Código de Derecho Canónico nos dice cómo debemos prepararnos: “Quien vaya a recibir la santísima Eucaristía, ha de abstenerse de tomar cualquier alimento y bebida al menos desde una hora antes de la sagrada comunión, a excepción sólo del agua y de las medicinas” (919). Asimismo, no debemos comer ningún alimento de manera inmediata luego de haber comulgado, hasta que haya pasado el tiempo prudente para que se disuelva totalmente la Hostia dentro de nuestro organismo.
Qué triste es ver a tantos que después de recibir a nuestro Señor permanecen como si hubiesen recibido un simple trozo de pan. Hagamos el compromiso de vivir con piedad y cuidado ese momento de la comunión. Deleitemonos en comerlo, platiquemos con Él desde el corazón.
Al comulgar al Señor nos convertimos en sagrarios vivientes, dentro de nosotros está el mismo cielo; por lo tanto, debemos aprovechar ese momento tan especial para adorar y conversar con aquel que nos ama y que ha decidido vivir en ti y en mí. La presencia de Cristo Eucaristía permanece para siempre, para toda la eternidad. ¡Cuida tu gracia y no te prives de este alimento que da la vida eterna!
¡No lo pongas de cabeza ni le quites al niño!
Las supersticiones y San Antonio de Padua
Cada 13 de junio, se celebra la fiesta de San Antonio de Padua, a quien por tradición se le invoca para pedir un buen esposo o esposa, sin embargo también hay personas que le atribuyen a su imagen poderes que no tiene.
Si usted es de las personas que pone “de cabeza” cualquier imagen de este santo como una manera de obligarlo a conseguir novio o novia; si realiza ofrendas con 13 monedas el día de su fiesta; si escribe cartas detallando las cualidades que quiere para su futura pareja u otros rituales similares; debe saber que está cayendo en la superstición y posiblemente en idolatría.
El Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) en el numeral 2111 explica que la superstición es "una desviación del culto debido al Dios verdadero”, por ejemplo, cuando le otorgamos una importancia de cierto modo “mágica” a ciertas prácticas legítimas o necesarias como son las oraciones o los sacramentales.
Santo Tomás de Aquino señala en la Suma Teológica que la superstición se presenta cuando "se ofrece culto divino a quien no se debe, o a quien se debe, pero de un modo impropio".
Con relación a los sacramentales y oraciones, se cae en superstición cuando se confía en la materialidad del acto sin la necesaria disposición interior. Es decir, cuando en vez de valorar un objeto religioso por lo que representa se le atribuye un poder que no tiene.
Es supersticioso, por ejemplo, quien lleva un escapulario pero no guarda en su corazón fidelidad a la Virgen María sino que piensa que por solo el hecho de llevarlo se salvará. O quien piensa que es una imagen o un santo el que puede obrar un milagro.
Recordemos que la Santísima Virgen y los santos no hacen milagros, sino que es por intercesión de ellos que Dios puede obrar un milagro en nosotros y en nuestras vidas.
El CIC en el numeral 956 dice que “por el hecho que los del cielo están más íntimamente unidos con Cristo, consolidan más firmemente a toda la Iglesia en la santidad... no dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan por medio del único Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, los méritos que adquirieron en la tierra... Su solicitud fraterna ayuda, pues, mucho a nuestra debilidad”.
El Compendio del CIC señala que la superstición se puede expresar también "bajo las formas de adivinación, magia, brujería y espiritismo" (numeral 444).
Es cierto que la superstición puede llevar a la idolatría y a distintas formas de adivinación y magia. El Catecismo se refiere a la idolatría como una tentación constante de la fe que “consiste en divinizar lo que no es Dios”, es decir, divinizar alguna imagen o algún santo y colocarlos en el lugar que le pertenece “al único Señorío de Dios”.
San Antonio nació en Portugal en 1195 y se le conoce con el apelativo de Padua porque en esa ciudad italiana fue donde murió (1231) y se veneran sus reliquias. Se dice que cierto día, mientras oraba, se le apareció el niño Jesús.
San Buenaventura decía: "Acude con confianza a Antonio, que hace milagros, y él te conseguirá lo que buscas". León XIII lo llamó "el santo de todo el mundo" porque su imagen y devoción se encuentran por todas partes.
El Papa en la catequesis: La comunión supera las divisiones (video)
Redescubrir la belleza de dar testimonio del Resucitado y dejar atrás las actitudes autorreferenciales
En una plaza de san Pedro acariciada por el sol primaveral, el Papa Francisco continuó con su nuevo ciclo de catequesis sobre los Hechos de los Apóstoles, interrumpido la semana pasada por su catequesis sobre su reciente viaje apostólico en Rumanía. El pasaje evangélico del cual tomó el punto de partida de su reflexión fue el capítulo 1 de los Hechos, versículos 21-22.26.
Aferrados a María
«Hemos comenzado un nuevo ciclo de catequesis que seguirá el «viaje» del Evangelio que narra el libro de los Hechos de los Apóstoles. Todo tiene origen en la Resurrección de Cristo, que es la fuente de vida nueva. Por eso los discípulos permanecen unidos y perseverantes en la oración, junto a María, la Madre de Jesús y de la nueva comunidad, en espera de recibir el Espíritu Santo».
Uno de los dolorosos acontecimientos de la Pasión que muestra este libro, dijo el Papa, es que los Apóstoles del Señor ya no son los doce elegidos por Él, sino once. Esto sucede porque Judas se quitó la vida aplastado por el remordimiento:
«Esa primera comunidad estaba formada por ciento veinte hermanos y hermanas, un número que contiene el doce, emblemático para Israel, por las doce tribus, y también para la Iglesia, por los doce Apóstoles elegidos por Jesús, que después de los acontecimientos dolorosos de la pasión, con la traición de Judas, se redujeron a once».
El virus del orgullo infectó el corazón del Apóstol
Judas, explicó Francisco, “había empezado a separarse de la comunión con el Señor y con los demás, a hacer a solas, a aislarse, a apegarse al dinero hasta explotar a los pobres, a perder de vista el horizonte de la gratuidad y de la entrega, hasta que permitió que el virus del orgullo infectara su mente y su corazón”:
«Judas, que había recibido la gracia de formar parte del grupo inseparable de Jesús, perdió de vista el horizonte de la gratuidad del don recibido y dejó entrar en su corazón el virus del orgullo; y de amigo se volvió enemigo de Jesús, traicionándolo».
Así, Judas, que había recibido esta gracia «prefirió la muerte a la vida, un camino de oscuridad y ruina. Los otros once, en cambio, escogieron la vida y la bendición, convirtiéndose en responsables de trasmitirlas de generación en generación, del Pueblo de Israel a la Iglesia».
Se inaugura el discernimiento comunitario
Se hizo necesario entonces “reconstituir el grupo de los doce”, y así “se inaugura la práctica del discernimiento comunitario”, que consiste en ver la realidad a través de los ojos de Dios, desde el punto de vista de la unidad y la comunión:
«El evangelista Lucas nos dice cómo el abandono de Judas causó una herida al cuerpo comunitario. Era necesario que su misión pasara a otro. Pedro indicó el requisito indispensable: haber sido discípulo de Jesús desde el principio hasta el fin, desde el bautismo en el Jordán hasta la Ascensión».
He aquí que la comunidad ora de la siguiente manera – siguió diciendo Francisco: «Tú, Señor, que conoces el corazón de todos, muestra cuál de estos dos has elegido para ocupar el lugar que Judas ha abandonado». Y el Señor indica a Matías
«De los dos candidatos propuestos, el escogido fue Matías, que es asociado a los once, reconstituyendo el colegio apostólico, signo de que la comunión es el primer testimonio de una comunidad viva y que sigue el estilo del Señor».
La comunión supera las divisiones
De esta manera - prosiguió el Santo Padre - se reconstituye el cuerpo de los Doce, signo de comunión, y esa comunión supera las divisiones, el aislamiento, la mentalidad que absolutiza el espacio privado, signo de que la comunión es el primer testimonio que ofrecen los Apóstoles.
Redescubrir la belleza de dar testimonio del Resucitado
El Romano Pontífice señaló entonces también nuestra necesidad de “redescubrir la belleza de dar testimonio del Resucitado", "dejando atrás las actitudes autorreferenciales, renunciando a retener los dones de Dios y no cediendo a la mediocridad”. Puesto que la reconstitución del colegio apostólico "muestra cómo en el ADN de la comunidad cristiana hay unidad y libertad de sí mismo, que nos permite no temer la diversidad, no apegarnos a las cosas y a los dones y ser mártires, es decir, testigos luminosos del Dios vivo y operante en la historia”.
Pedir el don de vivir bajo la Señoría de Cristo
Al saludar a los fieles, el Santo Padre Francisco dirigió un mensaje especial, como suele hacerlo, a los jóvenes, los ancianos, los enfermos y los recién casados. Haciendo presente la memoria litúrgica en el día de mañana de San Antonio de Padua, patrono de los pobres y los sufrientes, oró para que su intercesión los ayude a experimentar el auxilio de la misericordia divina. A los fieles peregrinos de lengua española, animó a pedir al Señor «el don de vivir bajo la señoría de Cristo, en unidad y libertad, como testigos de su Resurrección, para manifestar al mundo el amor y la misericordia de Dios que está presente y actúa en la historia de la humanidad», y les impartió su bendición.