¿Quién es éste?
- 02 Julio 2019
- 02 Julio 2019
- 02 Julio 2019
Bernardino Realino, Santo
Sacerdote, 2 de julio
Sacerdote Jesuita
Martirologio Romano: En Lecce, en la región de Apulia, san Bernardino Realino, presbítero de la Orden de la Compañía de Jesús, ilustre por su caridad y su benignidad, el cual, despreciando los honores del mundo, se entregó al cuidado pastoral de los presos y de los enfermos, así como al ministerio de la palabra y de la penitencia. († 1616).
Fecha de beatificación: 12 de enero de 1896 por el Papa León XIII
Fecha de canonización: 22 de junio de 1947 por el Papa Pío XII
Breve Biografía
Con San Bernardino Realino ocurrió un hecho insólito: Sin esperar a que traspasase el umbral de la muerte fue nombrado patrono celestial de la ciudad de Lecce, donde murió.
Ocurrió a comienzos de 1616. Por toda la ciudad corrió el rumor de que el padre Bernardino Realino, que había sido su apóstol durante cuarenta y dos años, estaba a punto de muerte. Era por entonces alcalde de la ciudad Segismundo Rapana, hombre previsor y decidido. Informado de la gravedad del "Santo Bernardino", se presenta con una comisión del Ayuntamiento en el colegio de los jesuitas. Los guardias le abren paso entre el gentío que se ha formado en la portería del colegio. Llegado a la presencia del moribundo, saca de su casaca un documento que llevaba preparado y lo lee delante de todos:
"Grande es nuestro dolor, oh padre muy amado, al ver que nos dejáis, pues nuestro más ardiente deseo sería que os quedarais para siempre entre nosotros. No queriendo, sin embargo, oponernos a la voluntad de Dios, que os convida con el cielo, deseamos, por lo menos, encomendaros a nosotros mismos y a toda esta ciudad, tan amada por vos, y que tanto os ha amado y reverenciado. Así lo haréis, oh padre, por vuestra inagotable caridad, la cual nos permite esperar que queráis ser nuestro protector y patrono en el paraíso, pues por tal os elegimos desde ahora para siempre, seguros de que nos aceptaréis por fieles siervos e hijos, ya que con vuestra ausencia nos dejáis sumergidos en el más profundo dolor".
El anciano padre, acabado como estaba por la enfermedad, hizo un supremo esfuerzo y pudo, al fin, pronunciar un "Sí, señores" que llenó al alcalde y a toda la ciudad de inmenso júbilo.
Había nacido San Bernardino Realino en Carpi, ducado de Módena, el 1 de diciembre de 1530. Su familia pertenecía a la nobleza provinciana. Su padre, don Francisco Realino, fue caballerizo mayor de varias cortes italianas. Por este motivo estaba casi siempre ausente de su casa. La educación del pequeño Bernardino estuvo confiada a su madre, Isabel Bellantini.
Dicen que Bernardino era un niño hermoso, de finos modales, todo suavidad en el trato, siempre afable y risueño con todos. A su buena madre le profesó durante toda su vida un cariño y una veneración extraordinarios. Durante sus estudios un compañero le preguntó: "Si te dieran a escoger entre verte privado de tu padre o de tu madre. ¿qué preferirlas?" Bernardino contestó como un rayo: "De mi madre jamás." Dios, sin embargo, le pidió pronto el sacrificio más grande.
Su madre se fue al cielo cuando él todavía era muy joven. Su recuerdo le arrancaba con frecuencia lágrimas de los ojos. Ella se lo había merecido por sus constantes desvelos y principalmente por haberle inculcado una tierna devoción a la Virgen María.
En Carpi comenzó el niño Bernardino sus estudios de literatura clásica bajo la dirección de maestros competentes. "En el aprovechamiento —escribe el mismo Santo—, si no aventajó a sus discípulos, tampoco se dejó superar por ninguno de ellos." De Carpi pasó a Módena y luego a Bolonia, una de las más célebres universidades de su tiempo, donde cursó la filosofía.
Fue un estudiante jovial y amigo de sus amigos. Más tarde se lamentará de "haber perdido muchísimo tiempo con algunos de sus compañeros, con los cuales trataba demasiado familiarmente".
Fue, pues, muchacho normal. Hizo poesías. Llevó un diario íntimo como todos, y se enamoró como cualquier bachiller del siglo XX. Hasta tuvo sus pendencias, escapándosele alguna cuchillada que otra...
"Habiéndome introducido por senda tan resbaladiza —escribe el Santo refiriéndose a aquellos días—, vino el ángel del Señor a amonestarme de mis errores, y, retrayéndome de las puertas del infierno, me colocó otra vez en la ruta del cielo".
¿Quién fue este "ángel del cielo"?
Un día vio en una iglesia a una joven y quedó prendado de ella. La amó con un amor maravilloso, "hasta tal punto -son sus palabras- de cifrar toda mi dicha en cumplir sus menores deseos. No obedecerla me parecía un delito, porque cuanto yo tenía y cuanto era reconocía debérselo a ella". Esta joven se llamaba Clorinda. Bellísima, había dominado por sí misma, sin ayuda de nadie, el vasto campo de la literatura y la filosofía. Era profundamente piadosa. Frecuentaba la misa y la comunión. Precisamente la vista de su angelical postura en la iglesia fue lo que prendió en el corazón de Bernardino aquella llama de amor puro y bello que elevó su espíritu a lo alto, como lo demuestran las cartas y poesías que se cruzaron entre los dos y que todavía se conservan. Clorinda y Bernardino tuvieron una confianza cada día creciente, pero siempre delicada y noble.
Bernardino tenía proyectado graduarse en Medicina. Pero a Clorinda no le gustaba, y él se sometió dócilmente a los deseos de ella. Había que cambiar de carrera y comenzar la de Derecho.
-Grande y ardua empresa quieres que acometa- le dijo Bernardino.
-Nada hay arduo para el que ama- fue la respuesta de Clorinda.
Dicho y hecho. Bernardino se sumergió materialmente en los libros de leyes, que le acompañaban hasta en las comidas, y tan absorto andaba con Graciano y Justiniano, que a veces trastornaba extrañamente el orden de los platos, Por fin, el 3 de junio de 1546, a los veinticinco años, se doctoró en ambos Derechos, canónico y civil, coronando así gloriosamente el curso de sus estudios.
A los seis meses de terminar la carrera fue nombrado podestá, o sea alcalde, de Felizzano. Del gobierno de esta pequeña ciudad pasó al cargo de abogado fiscal de Alessandría, en el Piamonte. Después se le nombró alcalde de Cassine, De Cassine pasó a Castel Leone de pretor a las órdenes del marqués de Pescara.
En todos estos cargos se mostró siempre recto y sumamente hábil en los negocios. He aquí el testimonio —un poco altisonante, a la manera de la época— de la ciudad de Felizzano al terminar en ella su mandato el doctor Realino:
"Deseamos poner en conocimiento de todos que este integérrimo gobernador jamás se desvió un ápice de la justicia, ni se dejó cegar por el odio, ni por codicia de riquezas. No es menos de admirar su prudencia en componer enemistades y discordias; así es que tanta paz y sosiego asentó entre nosotros, que creíamos había inaugurado una nueva era la tranquilidad y bonanza. Siempre tomó la defensa de los débiles contra la prepotencia de los poderosos; y tan imparcial se mostró en la administración de la justicia que nadie, por humilde que fuese su condición, desconfió jamás de alcanzar de él sus derechos".
El marqués de Pescara quedó tan satisfecho de las actuaciones de Realino que, cuando tomó el cargo de gobernador de Nápoles en nombre de España, se lo llevó consigo como oidor y lugarteniente general.
En Nápoles le esperaba a Bernardino la Providencia de Dios.
La felicidad de este mundo es poca y pasa pronto. Clorinda se cruzó en la vida de Bernardino rápida y bella como una flor. Ella, que le había animado tanto en los estudios, murió apenas daba los primeros pasos en el ejercicio de su carrera. La muerte de Clorinda abrió en el alma de Bernardino una herida profunda que difícilmente podría curarse. Fue una lección de la vanidad de las cosas de este mundo.
El recuerdo de aquella joven querida le alentaba ahora desde el cielo, presentándosele de tiempo en tiempo radiante de luz y de gloria y exhortándole a seguir adelante en sus santos propósitos.
Un día paseaba el oidor por las calles de Nápoles cuando tropezó con dos jóvenes religiosos cuya modestia y santa alegría le impresionó vivamente. Les siguió un buen trecho y preguntó quiénes eran. Le dijeron que "jesuitas", de una Orden nueva recientemente aprobada por la Iglesia.
Era la primera noticia que tenía Bernardino de la Compañía de Jesús. El domingo siguiente fue oír misa a la iglesia de los padres.
Entró en el momento en que subía al púlpito el padre Juan Bautista Carminata, uno de los oradores mejores de aquel tiempo. El sermón cayó en tierra abonada. Bernardino volvió a casa, se encerró en su habitación y no quiso recibir a nadie durante varios días. Hizo los ejercicios espirituales, y a los pocos días la resolución estaba tomada. Dejaría su carrera y se abrazaría con la cruz de Cristo.
Su madre había muerto, Clorinda había muerto. Su anciano padre no tardaría mucho en volar al cielo. No quería servir a los que estaban sujetos a la muerte. Pero, ¿cuándo pondría por obra su propósito? ¿Dónde? ¿No sería mejor esperar un poco?
Un día del mes de septiembre de 1564, mientras Bernardino rezaba el rosario pidiendo a María luz en aquella perplejidad, se vio rodeado de un vivísimo resplandor que se rasgó de pronto dejando ver a la Reina del Cielo con el Niño Jesús en los brazos. María, dirigiendo a Bernardino una mirada de celestial ternura, le mandó entrar cuanto antes en la Compañía de Jesús.
Contaba Bernardino, al entrar en el Noviciado, treinta y cuatro años de edad. Era lo que hoy decimos una vocación tardía. Por eso una de sus mayores dificultades fue encontrarse de la noche a la mañana rodeado de muchachos, risueños sí y bondadosos, pero que estaban muy lejos de poseer su cultura y su experiencia de la vida y los negocios. Con ellos tenía que convivir, y el exlugarteniente del virrey de Nápoles tenía que participar en sus conversaciones y en sus juegos, y vivir como ellos pendiente de la campanilla del Noviciado, siempre importuna y molesta a la naturaleza humana. Pero a todo hizo frente Bernardino con audacia y a los tres años de su ingreso en la Compañía se ordenó de sacerdote. Todavía continuó estudiando la teología y al mismo tiempo desempeñó el delicado cargo de maestro de novicios.
En Nápoles permaneció tres años ocupado en los ministerios sacerdotales como director de la Congregación, recogiendo a los pillos del puerto, visitando las cárceles y adoctrinando a los esclavos turcos de las galeras españolas. Pero en los planes de Dios era otra la ciudad donde iba a desarrollar su apostolado sacerdotal.
Lecce era y es una población de agradable aspecto. Capital de provincia, a 12 kilómetros del mar Adriático, es el centro de una comarca rica en viñedos y olivares. Sus habitantes son gentes sencillas que se enorgullecen de las antiguas glorias de la ciudad, cargada de recuerdos históricos.
El ir nuestro Santo a Lecce fue sin misterio alguno. Desde hacia tiempo la ciudad deseaba un colegio de Jesuitas, y los superiores decidieron enviar al padre Realino con otro padre y un hermano para dar comienzo a la fundación y una satisfacción a los buenos habitantes de la ciudad, que oportuna e inoportunamente no desperdiciaban ocasión de pedir y suspirar por el colegio de la Compañía.
Los tres jesuitas, con sus ropas negras y sus miradas recogidas, entraron en la ciudad el 13 de diciembre de 1574. Por lo visto la buena fama del padre Bernardino Realino le había precedido, porque el recibimiento que le hicieron más parecía un triunfo que otra cosa. Un buen grupo de eclesiásticos y de caballeros salió a recibirles a gran distancia de la ciudad. Se organizó una lucidísima comitiva, que recorrió con los tres jesuitas las principales calles de Lecce hasta conducirlos a su domicilio provisional.
El padre Realino era el superior de la nueva casa profesa. En cuanto llegó puso manos a la obra de la construcción de la iglesia de Jesús y a los dos años la tenía terminada. Otros seis años, y se inauguraba el colegio, del cual era nombrado primer rector el mismo Santo.
Desde el primer día de su estancia en Lecce el padre Realino comenzó sus ministerios sacerdotales con toda clase de personas, como lo había hecho en Nápoles. Confesó materialmente a toda la ciudad, dirigió la Congregación Mariana, socorrió a los pobres y enfermos. Para éstos guardaba una tinaja de excelente vino que la fama decía que nunca se agotaba. Después de los pobres de bienes materiales, comenzaron a desfilar por su confesonario los prelados y caballeros, tratando con él los asuntos de conciencia. "Lo que fue San Felipe Neri en la Ciudad Eterna —dice León XIII en el breve de beatificación de 1895— esto mismo fue para Lecce el Beato Bernardino Realino. Desde la más alta nobleza hasta los últimos harapientos, encarcelados y esclavos turcos, no había quien no le conociese como universal apóstol y bienhechor de la ciudad." El Papa, el emperador Rodolfo II y el rey de Francia Enrique IV le escribieron cartas encomendándose en sus oraciones. Tal era la fama de el "Santo de Lecce".
Los superiores de la Compañía pensaron en varias ocasiones que el celo del padre Realino podría tal vez dar mejores frutos en otras partes y decidieron trasladarle del colegio y ciudad de Lecce. Tales noticias ocasionaron verdaderos tumultos populares. En repetidas ocasiones los magistrados de la ciudad declararon que cerrarían las puertas e impedirían por la fuerza la salida del padre Bernardino. Pero no fue necesario, porque también el cielo entraba en la conjura a favor de los habitantes de Lecce. Apenas se daba al padre la orden de partir, empeoraba el tiempo de tal forma que hacía temerario cualquier viaje. Otras veces, una altísima fiebre misteriosa se apoderaba de él y le postraba en cama hasta tanto se revocaba la orden. De aquí el dicho de los médicos de Lecce: "Para el padre Realino, orden de salir es orden de enfermar".
Pasaron muchos años y la santidad de Bernardino se acrisoló. Recibió grandes favores del cielo. Una noche de Navidad estaba en el confesonario y una penitente notó que el padre temblaba de pies a cabeza a causa del intenso frío. Terminada la confesión la buena señora fue al que entonces era padre rector a rogarle que mandara retirarse al padre Bernardino a su habitación y calentarse un poco. Obedeció el Santo la orden del padre rector. Fue a su cuarto y mientras un hermano le traía fuego se puso a meditar sobre el misterio de la Navidad. De repente una luz vivísima llenó de resplandor su habitación y la figura dulcísima de la Virgen María se dibujó ante él. Como la otra vez, llevaba al Niño Jesús en sus brazos. "¿Por qué tiemblas, Bernardino?", le preguntó la Señora. "Estoy tiritando de frío", le respondió el buen anciano. Entonces la buena Madre, con una ternura indescriptible, alarga sus brazos y le entrega el Niño Jesús. Sin duda fueron unos momentos de cielo los que pasó San Bernardino Realino. Lo cierto es que, al entrar poco después el hermano con el brasero, le oyó repetir como fuera de sí: "Un ratito más, Señora; un ratito más." En todo aquel invierno no volvió a sentir frío el padre Bernardino.
Llegó el año 1616. La vida del padre Realino se extinguía. "Me voy al cielo", dijo, y con la jaculatoria "Oh Virgen mía Santísima" lo cumplió el día 2 de julio. Tenía ochenta y dos años, de los cuales la mitad, cuarenta y dos, los había pasado en Lecce, dándonos ejemplo de sencillez y de constancia en un trabajo casi siempre igual.
Muerto el padre, el ansia de obtener reliquias hizo que el pueblo desgarrara sus vestidos y se los llevara en pedazos, lo cual hizo imposible la celebración de la misa y el rezo del oficio de difuntos. Y, así, los funerales de este hombre tan popular y tan querido de todos tuvieron que celebrarse a puerta cerrada y en presencia de contadísimas personas.
Fue canonizado por el Papa Pío XII en el año 1947.
Santo Evangelio según San Mateo 8, 23-27. Martes XIII del tiempo ordinari
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Dame, Señor, un corazón sincero para acoger tu Palabra y responder a tu amor.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 8, 23-27
En aquel tiempo, Jesús subió a una barca junto con sus discípulos. De pronto se levantó en el mar una tempestad tan fuerte, que las olas cubrían la barca; pero él estaba dormido. Los discípulos lo despertaron, diciéndole: “Señor, ¡sálvanos, que perecemos!”.
Él les respondió: “¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?”. Entonces se levantó, dio una orden terminante a los vientos y al mar, y sobrevino una gran calma. Y aquellos hombres, maravillados, decían: “¿Quién es éste, a quien hasta los vientos y el mar obedecen?”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Seguir a Jesús no es fácil. Él mismo lo reconoce y, sin embargo, a quien quiera seguirlo le pide que confíen siempre en Él, que tengan fe en Él y en su omnipotencia. Él sabe que somos débiles que nuestras fuerzas no van a ser suficientes y que ante la tempestad dejamos que el miedo nos domine, nos paralice. Por eso Jesús nos ayuda, nos fortalece, dejándonos los sacramentos.
Sin embargo, a Jesús no le gusta que dudemos de su amor. «Por qué tienen miedo? » A Jesús lo único que le interesa es vernos felices. Él sabe que el camino que nos presenta nos va a llevar a la alegría completa, pero no nos obliga a tomar ese camino. Nos invita a creer en su Palabra, a confiar en su misericordia.
Espera que la respuesta que le demos sea libre y que brote del amor. Por eso, jamás Jesús nos va a tratar de engañar pintándonos un mundo de rosas sin mostrarnos también las espinas que éstas esconden.
«Jesús no quiere que nadie se quede afuera, a la intemperie. Así acompaña “la nostalgia que muchos sienten de volver a la casa del Padre, que está esperando su regreso” y muchas veces no saben cómo volver. Decía san Bernardo: “Tú que te sientes lejos de la tierra firme, arrastrado por las olas de este mundo, en medio de borrascas y de tempestades: mira la Estrella e invoca a María”. Ella nos indica el camino a casa, ella nos lleva a Jesús que es la Puerta de la Misericordia, y nos deja con Él, no quiere nada para sí, nos lleva a Jesús. En el 2015 tuvimos la alegría de celebrar el Jubileo de la Misericordia. Un año en el que invitaba a todos los fieles a pasar por la Puerta de la Misericordia, “a través de la cual – escribía – cualquiera que entrará podrá experimentar el amor de Dios que consuela, que perdona y ofrece esperanza”, Y quiero repetir junto a ustedes el mismo deseo que tenía entonces: “¡Cómo deseo que los años por venir estén impregnados de misericordia para poder ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios”.»
(Homilía de S.S. Francisco, 20 de enero de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Rezaré al menos un misterio del rosario para pedir la intercesión de María para aumentar mi fe y confianza en Dios.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
¡Cristo, Rey nuestro! ¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Mi Señor, cuando más arrecia la tormenta, más feliz me siento de ser capaz de confiar en Tu Presencia, en Tu cuidado.
Estaba tan tranquilo mi Señor, que pensaba que ya nada malo me podía volver a ocurrir. Tenía una alegría sincera, y no era la felicidad de tener todo bajo control, sino la extraña sensación de haber sido capaz de llegar a un puerto seguro. Como un barco que logra lanzar el ancla en una bahía abrigada de los vientos del mar abierto, para poder poner el pie en tierra y buscar el calor de una casa acompañada de buena comida y amigos. Amigos que me hagan sentir seguro, amado y esperado.
Y de repente, mi Señor, la tormenta se echó sobre mí con toda su fuerza, una vez más. Imprevistamente me encontré en mar abierto, arrancado del calor del hogar para sentir nuevamente la confusión de haber perdido la seguridad, la paz, el cobijante calor del hogar. No quiero pasar por esto, no estoy preparado, porque la herida que sufrí la vez anterior todavía no ha sanado, aun me duele y ya estoy nuevamente expuesto a una nueva herida, quizás peor que las anteriores.
La tormenta arrecia, por fuera y dentro mío también, aquí mismo. Los golpes se suceden uno tras otro, es difícil de explicar lo difícil que es sentir que me has abandonado Señor. A pesar de que te he visto a mi lado tantas veces, ahora estas tan lejos que ni siquiera tengo certeza de que pueda volverte a oír, y hasta me asaltan dudas de que realmente existas.
En el vacío del abandono, en medio de la noche más negra de mi alma, la tormenta hace destrozos y arranca sentimientos de enojo, de furia, que rápidamente se disipan para dar lugar al miedo, a la desesperación, a la muerte de la fe. El viento destructor es tan frio que mata todo lo que toca, deja una sensación de vacío y silencio interior semejante a una roca cubierta de escarcha y hielo. Toco y busco vida, pero el vacío en mi pecho parece decirme que todo está perdido, que ya no hay esperanza. Un corazón muerto, yermo.
En ese punto límite cuestiono todo lo que siempre me has enseñado, Señor. Hasta dudo de mis diálogos contigo, quizás fueron pérdida de tiempo y signo de locura. Si, empiezo a creer que Tus Caminos fueron un engaño, una falsa idea instalada en mi mente. Quizás Tu Palabra fue un espejismo de mi imaginación, porque aquí ya no hay nada, solo esta tormenta tremenda que arranca y rompe todo lo que me dio seguridad en el pasado.
Y justamente cuando más arrecia la tormenta, cuando he decidido solo confiar en mis propias fuerzas, es que veo el engaño al que he sido arrojado, una vez más. Ya no esperaba nada, solo me dejaba mecer por los golpes que una y otra vez me sacudían como una hoja muerta. Y sin embargo algo se encendió dentro de mí, una pequeña luz, una chispa en medio de la oscuridad. Creí que era solo mi imaginación, pero no, allí estaba nuevamente. Un anhelo de seguir, una repentina ilusión de levantarme y hacer frente al viento arrasador. El hielo que cubre mi alma empieza a transformarse en agua, quiere derretirse ante el calor que asoma por debajo de la carne de mi corazón, que quiere volver a latir.
Esa luz repentina que pones en medio de la tormenta, ese calor casi imperceptible que hace latir nuevamente a mi corazón, ese renacer de la esperanza cuando todo está perdido. ¡Debes ser Tú, mi Señor! No hay otro que pueda hacer eso, nadie puede imponerse a la desesperanza como Tú, porque Tú eres la Esperanza misma. No es que no arrecie la tormenta, es solo que sé bien que Tú eres el Dios de las tormentas, Tú las haces y las deshaces y no hay fuerza o contrariedad que pueda superar a Tu Voluntad.
¡Señor, aquí está Tu siervo, Tu siervo Te escucha mi Señor, rescátame de este pozo de desesperación!
Y suavemente te digo al oído, cuando te pones a mi lado: Una Palabra tuya bastará para sanarme, Señor. No hace falta que entres a mi casa, porque mi fe se ha restablecido y ya no confiaréAncla en mis fuerzas, sino solo en Tu Poder, mi Dios. Mi alma canta, se alegra por todas Tus maravillas, porque iluminaste mi noche y te impusiste a mis miedos. ¡Ya no temo a la tormenta que ruge a mi alrededor! Sé que nada ocurre sin que Tú así lo permitas, o lo desees. Por eso confío en que nada me puede pasar, a mí que soy Tu siervo, Tu hermano, Tu hijo.
Mi Señor, cuando más arrecia la tormenta, más feliz me siento de ser capaz de confiar en Tu Presencia, en Tu cuidado. Los vientos arrasadores solo alimentan mi alegría de saberme amado por Ti, de saberme Tu hermano, de poder compartir el dolor del Dios del Dolor. Dame Señor de lo que necesito, Tú me conoces en lo más profundo de mi corazón, hurga en mi alma ennegrecida y pon allí el brillo de Tu Amor para que la aurora me encuentre aferrado a Ti.
¿Los cristianos son buenos y los ateos son malos?
Interesante análisis efectuado tras una rápida comparación de la actitud del ateo y del cristiano
Personas buenas y malas, morales e inmorales, las hay tanto cristianas como ateas. Pero ¿cuál es el fundamento de tal o cual conducta, tanto en los cristianos como en los ateos?
Para el ateísmo y sus partidarios la ética es relativa, variada, diversa, multicolor. Es decir la ética de los ateos es subjetiva cada cual tendrá su concepción del bien y el mal según le parezca. En el otro extremo estamos los cristianos, nosotros tenemos si bien es cierto valores relativos tenemos también valores absolutos dados por Dios a través de su revelación y que son la pauta para nuestros principios.
Después de una rápida comparación de la actitud del ateo y del cristiano se pueden establecer las siguientes valoraciones:
1. Un ateo puede ser ateo aunque cometa actos inmorales. Por el contrario, un cristiano, no podrá ser un cristiano auténtico si comete actos inmoralesya que sería como un ateo en la práctica, pues no vive lo que cree.
2. El cristiano se compromete con Dios para hacer el bien y por eso la creencia en Dios favorece a que se actúe en concordancia con la moral. En cambio, el ateo no está comprometido, sino consigo mismo y eso no garantiza que esté orientado a realizar el bien.
3. El cristiano deteriora su fe, en los momentos que se comporta de manera adversaria al bien, pero toda buena acción favorece al fortalecimiento de su fe; es por eso que entendernos con Dios nos ayuda a crecer en valores y virtudes. El ateo por su parte no deteriora su ateísmo cuando comete actos deshonestos.
4. El cristiano no solo entra en contradicción con Dios cuando comenten ciertos actos que van en contra de su ética religiosa sino que también, cuando pudiendo realizar actos de bondad, caridad o justicia no los realiza. En cambio, un ateo no entra en contradicción con su falta de creencia si deja de realizar cualquier acción en beneficio del bien común.
Si bien es cierto que hay gran cantidad de ateos que fueron y son honestos y coherentes consigo mismos, sin embargo, a lo largo de los dos milenios de nuestra era se puede observar que los grandes pioneros en la bondad han sido cristianos que trataron de vivir con mayor coherencia la fe que profesaban. Para dar muestra de ello tenemos el testimonio verídico de muchos cristianos como: San Pablo, San Agustín, San Francisco, Santo Tomas de Aquino, San Ignacio de Loyola.
Finalmente diremos que los malos cristianos lo han sido no por ser cristianos, sino a pesar de serlo. Por el contrario los buenos ateos no lo han sido por no creer sino a pesar de no creer.
4 tipos de amistades que son malas para tu matrimonio
En nuestra vida, debemos de tener mucho cuidado de aquellas amistades negativas que tienen el potencial de dañar nuestro matrimonio
Las amistades juegan un rol extremadamente importante en nuestras vidas, y esto se mantiene como una verdad inclusive después que nos hemos casado.
Debemos de cultivar buenas, verdaderas, leales, y honestas amistades que no sólo saquen lo mejor de nosotros sino que también saquen lo mejor de nuestro matrimonio.
Por otro lado, debemos de tener mucho cuidado de aquellas amistades negativas que tienen el potencial de dañar nuestro matrimonio.
A menudo nos terminamos convirtiendo en las personas con las que más tiempo solemos pasar.
Ciertamente tendremos algunos amigos que vengan de diferentes rumbos en la vida, y esto es algo bueno, pero no podemos permitir a NINGUNO de ellos dañar nuestro matrimonio.
Entonces, ¿cómo podemos diferenciar a una “buena amistad” de una “mala amistad”? Debemos de comprender el tipo de comportamiento de nuestras amistades que impacta negativamente en nuestro matrimonio.
Aquí están las cuatro malas amistadas para nuestro matrimonio:
1.- El amigo que habla mal de su cónyuge.
Cuando yo crecía, mi mamá a veces me regañaba cuando yo soñaba como muchos de mis amigos. Ella me solía decir:
"Nunca te sueles quejar tanto. Seguramente has pasado demasiado tiempo con fulano".
Al principio yo creía que ella sólo me estaba regañando, pero entonces me daba cuenta que era cierto. Es raro como muchas veces terminamos adquiriendo algunos hábitos de aquellos con los que pasamos más tiempo.
Si nuestro amigo consistentemente ve y se queja de todos los defectos de su cónyuge, entonces, con el tiempo comenzaremos naturalmente a ver al nuestro de manera negativa.
En un esfuerzo por validar a esta persona o hacerla sentir mejor, terminaremos hiriendo nuestro matrimonio con las palabras negativas que decimos y con los pensamientos que permitimos echen raíz en nuestras mentes.
En lo que se refiere al matrimonio, debemos rodearnos de personas que quieran tener un buen matrimonio.
Durante los tiempos vulnerables, podemos encontrarnos a nosotros mismos quejándonos acerca de nuestro cónyuge con nuestros amigos. Esto podría pasar una o dos veces. Pero no podemos permitir que se vuelva una norma. Es algo tóxico para nuestro matrimonio y para nuestra amistad.
2. El amigo que habla mal de nuestro cónyuge
Esto pareciera algo tan evidente que ni siquiera lo vamos a pensar, pero he conversado con demasiadas parejas que tienen a los que llamamos “mejores amigos” que constantemente ven de menos a sus parejas. Esto simplemente NO puede suceder.
La excusa más común que yo escucho cuando abordamos este tema es:
“Ellos me conocen desde antes que yo me hubiese casado entonces lo que están haciendo es sobreprotegerme".
Esto puede ser cierto, pero eso no hace que el hablar mal de tu cónyuge esté bien. Cuando permitimos que nuestros amigos digan cualquier cosa desagradable en contra de nuestra esposa, estamos colocando nuestra amistad antes que nuestro matrimonio. Esto no es solamente dañino, sino erróneo.
Después de Dios, nuestro cónyuge merece nuestro compañerismo y lealtad. Nuestros amigos vienen después que nuestra familia.
Debemos dejar saber a nuestros amigos que NO ESTA BIEN que pongan apodos a nuestros cónyuges cuando estos hacen algo. Esto perpetúa el ciclo negativo en nuestra mente y corazones y crea una dañina codependencia en la amistad que terminará hiriendo nuestro matrimonio.
3. El amigo que trata de ponerte en contra de tu familia.
Un verdadero amigo te motivará a ser alguien cercano con tu esposa e hijos. Y no todo lo contrario.
Cualquier amigo que demande más de tu tiempo y diga cosas como “ella te tiene encerrado”, o “ella te exige demasiado tiempo”, o “ella está controlando todo tu tiempo”, o “tú deberías de poder hacer lo que tú quieras con tu tiempo”; esto no es una buena influencia para nosotros y ciertamente no está considerando nuestra devoción hacia nuestra familia.
Nuestros amigos nunca deberían de esperar que escojamos nuestra amistad antes que nuestra familia y no deberían de tratar de levantar discusiones con nuestro cónyuge al estar exigiendo más de nuestro tiempo.
Al final la verdad es que necesitamos pasar tiempo con nuestros amigos, pero ese tiempo nunca debe ser a expensas de nuestra propia familia.
Si estamos pasando demasiadas noches saliendo con nuestros amigos, nuestro matrimonio va a sufrir. Muchas salidas con los amigos nos llevan hacia un matrimonio solitario. Está fuera de balance, porque nuestro matrimonio debe venir primero.
4.- El amigo que odia el matrimonio en general.
Como lo dije antes, PODEMOS tener amigos de diferentes ambientes y con diferentes experiencias de vida. Esto es una cosa hermosa. Pero esto significa que la mayoría de nosotros tendremos opiniones diferentes acerca de diferentes cosas.
No deberíamos terminar una amistad simplemente porque no estamos de acuerdo en todo lo que pensamos o decimos, pero no podemos tener amistades cercanas con alguien que no respeta nuestras creencias y que tratan de minimizar nuestros valores.
Podemos tener algunos amigos que se hayan divorciado y que estén probablemente con una actitud negativa hacia el matrimonio en general. Yo no digo que no debemos darle apoyo durante esta época tan difícil. Definitivamente debemos hacerlo.
Debemos asegurarnos de que nuestras conversaciones no sean contra el matrimonio.
Yo tenía un amiga que comenzó a salir con dos mujeres divorciadas que le solían decir que estar soltera era mucho mejor que estar casada. Salían a restaurantes y a discotecas por lo menos una vez a la semana juntos. Mi amiga era la única mujer casada en el grupo. Eventualmente, ella comenzó a discutir con su esposo sobre cosas pequeñas y a decirle que no estaba siendo lo suficientemente buen esposo. Luego de algún tiempo, ella amenazó con el divorcio y eventualmente se fue de la casa a un apartamento con esas mujeres solteras. Su esposo no lo podía creer no se dio cuenta ni que tan rápido esto había ocurrido. Lo triste de toda esta situación es que la pareja se divorció hace tres años y mi amiga está empezando a darse cuenta que se equivocó tanto en su amistad como en su matrimonio. Ella desesperadamente quiere volver con su esposo, pero ahora él está con alguien más.
Amigos, yo no quiero que esto le pase a nadie de nosotros. Dios quiere que tengamos matrimonios fuertes y relaciones hermosas. Relaciones que enriquezcan nuestras vidas para que sean sanas y balanceadas.
Asegurémonos de Buscar y mantener amigos leales que se mantengan apoyándonos mutuamente y que levanten y saquen lo mejor de nosotros mismos a nuestras familias y a nuestro matrimonio.
Muchas gracias por tomarse el tiempo para leer esto y compartir. Que Dios los bendiga.