Marta y María acogiendo la Sabiduría de Dios

Lorenzo de Brindisi, Santo

Doctor de la Iglesia, 21 de Julio

Sacerdote capuchino - Doctor de la Iglesia

Martirologio Romano: San Lorenzo de Brindisi, presbítero y doctor de la Iglesia, de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, predicador incansable por varias naciones de Europa, que de caracter sencillo y humilde, cumplió fielmente todas las misiones que se le encomendaron, como la defensa de la Iglesia ante los turcos que intentaban dominar Europa, la reconciliación de príncipes enfrentados y el gobierno de su Orden religiosa. Murió en Lisboa, en Portugal, el veintidós de julio de 1619.

Etimológicamente: Lorenzo = laurel, de la lengua latina.

Fecha de beatificación: 1 de junio de 1783 por S.S. Pío VI
Fecha de canonización: 8 de diciembre de 1881 por S.S. León XIII.

Iconografía: con hábito, un libro, la hostia alusiva a su veneración a la Eucaristía y la imagen de María Santísima, por la especial devoción que le manifestó.

Breve Biografía

Cesar de Rossi nació en Brindis, ciudad del reino de Nápoles, en 1559. Pertenecía a una familia veneciana de cierto renombre. A los seis años ya asombraba a todos por la facilidad de aprender de memoria páginas enteras, que declamaba en público.

Primero se educó en el convento de los franciscanos de su ciudad natal y, después, bajo la dirección de un tío suyo en el colegio de San Marcos de Venecia. Hizo rápidos progresos, tanto desde el punto de vista intelectual como espiritual y a los dieciséis años ingresó en el convento de los capuchinos de Verona.

Cuando pidió ser admitido, el superior le advirtió que le iba a ser muy difícil soportar aquella vida tan dura y tan austera. El joven le preguntó: "Padre, ¿en mi celda habrá un crucifijo?." "Sí, lo habrá", respondió el superior. "Pues eso me basta. Al mirar a Cristo Crucificado tendré fuerzas para sufrir por amor a El, cualquier padecimiento". Con el hábito religioso recibió el nombre de Lorenzo.

Durante sus estudios de filosofía y teología en la Universidad de Padua, se distinguió por su extraordinario dominio de lenguas: aprendió el griego, el hebreo, el alemán, el bohemio, el francés, el español y llegó a conocer muy a fondo el texto de la Biblia.

Por su gran don de prédica, siendo diácono, le fue encomendado el predicar los 40 días de Cuaresma en la Catedral de Venecia por dos años consecutivos. La gente vibraba de emoción al oír sus sermones, y muchas eran las conversiones.

Después de su ordenación sacerdotal, predicó con gran fruto en Padua, Verona, Vicenza y otras ciudades del norte de Italia.

En 1596, pasó a Roma a ejercer el cargo de definidor de su orden, y el Papa Clemente VIII le pidió que trabajase especialmente por la conversión de los judíos. Tuvo en ello gran éxito, ya que a su erudición y santidad de vida unía un profundo conocimiento del hebreo.

Un sacerdote le preguntó: "Frai Lorenzo, ¿a qué se debe su facilidad para predicar? ¿A su formidable memoria?" Y él respondió: "En buena parte se debe a mi buena memoria. En otra buena parte a que dedico muchas horas a prepararme. Pero la causa principal es que encomiendo mucho a Dios mis predicaciones, y cuando empiezo a predicar se me olvida todo el plan que tenía y empiezo a hablar como si estuviera leyendo en un libro misterioso venido del cielo".

Dormía sobre tablas. Se levantaba por la noche a rezar salmos. Ayunaba con frecuencia comiendo casi siempre pan y verduras. Huía de recibir honores, y se esforzaba por mantenerse siempre alegre y de buen humor con todos.

Cuando Lorenzo era vicario general, el emperador Rodolfo II le envió en misión diplomática a conseguir la ayuda de los príncipes alemanes contra los turcos, cuya amenaza se cernía sobre toda Hungría. El santo tuvo éxito en su misión y fue nombrado capellán general del ejército que se había formado gracias a sus esfuerzos.

En algunas ocasiones, San Lorenzo fue prácticamente general en jefe del ejército; por ejemplo, antes de la batalla de Szekes-Fehervar, en 1601, los generales le consultaron, el santo les aconsejó que atacasen, arengó personalmente a las tropas y partió al frente de las fuerzas de ataque, sin más armas que un crucifijo. La aplastante derrota que sufrieron los turcos fue atribuida por todos a San Lorenzo. Se cuenta que, al volver de la campaña, se detuvo en el convento de Gorizia, donde el Señor se le apareció en el coro y le dio la comunión por su propia mano.

Los príncipes y gobernantes, por muy irreligiosos que sean, suelen apreciar los servicios de los hombres verdaderamente santos. Los principales señores de Nápoles acudían a San Lorenzo para presentarle sus quejas por la tiranía del virrey español, duque de Osuna y le pedían que fuese a la corte del rey Felipe para evitar que el pueblo se levantase en armas. El santo no era aún muy viejo, pero estaba enfermo y achacoso. Cuando llegó a Madrid, supo que el rey no estaba en la ciudad, sino en Lisboa. Así pues, prosiguió su camino a Portugal, en pleno calor del estío. Usó de toda su elocuencia y su poder de persuasión y logró que el monarca prometiese relevar del cargo de virrey al duque de Osuna.

San Lorenzo regresó entonces a su convento y ahí falleció el día de su cumpleaños, 22 de julio de 1619. Cumplía 60 años. Fue sepultado en el cementerio de las Clarisas Pobres de Villafranca.

Lo canonizó León XIII en 1881. Juan XXIII lo declaró Doctor de la Iglesia en 1959, con el título de Doctor Evangélico, por lo elevado de su inspiración evangélica.

María sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra

Santo Evangelio según san Lucas 10, 38-42. Domingo XVI del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Jesús, gracias por este tiempo para estar contigo. Tú sabes cuánto te necesito y me quieres sanar y salvar, hacerme nuevo una vez más. Te abro mi puerta, para que entres y renueves mi cuerpo, mi alma, mi mente y mi corazón. María, madre mía y madre de Jesús, ayúdame a escuchar atentamente lo que me hoy me pide el Señor.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 10, 38-42

En aquel tiempo, entró Jesús en un poblado, y una mujer, llama da Marta, lo recibió en su casa. Ella tenía una hermana, llama da María, la cual se sentó a los pies de Jesús y se puso a escuchar su palabra. Marta, entre tanto, se afanaba en diversos quehaceres, hasta que, acercándose a Jesús, le dijo: “Señor, ¿no te has dado cuenta de que mi hermana me ha dejado sola con todo el quehacer? Dile que me ayude”.

El Señor le respondió: “Marta, Marta, muchas cosas te preocupan y te inquietan, siendo así que una sola es necesaria. María escogió la mejor parte y nadie se la quitará”.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

¿Quieres escuchar a Jesús? Tal vez has venido a rezar con la idea de darle a Jesús tus palabras o tu tiempo. Pero quizá Jesús te dice: lo que quiero hoy es que me dejes darte mi tiempo y mis palabras. Hoy es Jesús quien te recibe. Tú no tienes que hacer nada, sólo déjate acompañar por Jesús. Después de todo, Él mismo dijo: No he venido a ser servido, sino a servir y a dar la vida como rescate por muchos. (Mt 20, 28).

Hoy puedes aprender de María, que estaba en silencio a los pies de Jesús, bebiendo las palabras del Hijo de Dios. Ella estaba atenta, dejando que Jesús la sanara, la llenara de esperanza, la renovara desde dentro con el Espíritu Santo. Hoy es el día para dejar de lado las ganas de hacer y simplemente dejar que el Señor te hable en silencio al corazón. «Habla, Señor, tu siervo escucha». (1 Sam. 3). «Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68). Lee el Evangelio, escucha al Señor.

No te rindas, persevera. El Señor siempre habla al corazón que está abierto. El Señor está lleno de dones para darnos. Sólo pide una cosa: que nuestro corazón se abra. Cuando decimos “Padre nuestro” y rezamos, abrimos el corazón para que esta gratuidad venga. (Papa Francisco, homilía, 11 junio de 2019, en santa Marta).

«Sé que este año vuestro itinerario de formación se centra en el tema del encuentro entre Jesús y las dos hermanas Marta y María de Betania, como lo narra el evangelista Lucas. A partir de este episodio, vosotros y los demás jóvenes de todas las diócesis italianas estáis redescubriendo la llamada a ser amigos de Jesús, a conocerlo cada vez mejor y a encontrarlo todos los días en la oración, para ser misioneros suyos. Se trata de transmitir un hermoso anuncio, un mensaje de salvación a vuestros coetáneos y también a los adultos. ¿Y cuál es este mensaje? Que todos somos amados por el Señor: esta es la verdadera y grande, buena noticia que Dios ha dado al mundo con la venida de su Hijo Jesús entre nosotros. Todos nosotros somos amados por el Señor. ¡Nos ama! Todo juntos y uno por uno. ¡Qué hermoso es!»

(Discurso de S.S. Francisco, 20 de diciembre de 2017).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Buscaré encontrar un tiempo para hacer oración, dejando a un lado mis pendientes, para poder escuchar lo que Dios quiere de mí.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.

Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Lázaro, Marta y María, los amigos de Betania

Tres hermanos que tienen una gran amistad con Jesús. Su casa será en aquellos meses un lugar de hospitalidad y reposo.

Betania

Cerca de Jerusalén -a tres kilómetros- está Betania. Allí viven Lázaro, Marta y María. Tres hermanos que tienen una gran amistad con Jesús. Su casa será en aquellos meses un lugar de hospitalidad y reposo para los días que le esperan.

En el trayecto a Jerusalén Jesús pasa por Betania. La actividad de los días anteriores había sido intensa. El camino que lleva de Jericó a Betania es empinado, requiere una ascensión continua y transcurre por terreno desértico. Jesús y los suyos debieron llegar cansados. Allí fue recibido por Lázaro, Marta y María.

La amistad
Hay amistad con Jesús en aquella casa. Quizá tenga que ver con la conversión de María unos meses antes. Lo cierto es que todos actúan con naturalidad. No se percibe ni el envaramiento previsible en las visitas de algún personaje importante, ni la curiosidad o el recelo ante el desconocido, menos aún la frialdad ante la presencia de alguien que se considera inoportuno. Marta y María actúan y se mueven con sencillez; no se dice nada de Lázaro en esta ocasión, pero es normal pensar que estaba allí.

Los tres hermanos son diferentes
No es infrecuente que los hermanos se parezcan y al mismo tiempo sean muy distintos. Marta es activa, diligente, hacendosa, está en todo; es una buena ama de casa, con ella se puede encontrar una casa que es ese hogar donde todo está en su sitio. María es más apasionada: todo corazón, sensible, en su vida no caben medias tintas, sino entrega sin condiciones. Sabe querer. Los temperamentos de las dos hermanas son ocasión para que Jesús deje una joya preciosa de sus enseñanzas, casi como de pasada. Sus palabras parecen dichas al vuelo.

El desarrollo de los acontecimientos
Los hechos transcurrieron así: "una mujer llamada Marta le recibió en su casa. Tenía ésta una hermana llamada María que, sentada también a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Marta estaba afanada en los múltiples quehaceres de la casa y poniéndose delante dijo: Señor, ¿nada te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo de la casa? Dile, pues, que me ayude. Pero el Señor le respondió: Marta, Marta, tú te preocupas y te inquietas por muchas cosas. En verdad una sola cosa es necesaria. Así, pues, María ha escogido la mejor parte, que no le será arrebatada".

La importancia de la oración
Jesús aprovechó la sencillez y la confianza de Marta para dejar sentado el orden de lo necesario y lo superfluo. Primero la oración y, unida a ella, el trabajo, lo demás puede esperar. Jesús revela como la oración es el núcleo y la raíz de toda actividad para que de ésta resulte algo vivo y sano.

La queja de Marta
Es fácil comprender la actitud de Marta. Es una mujer responsable. Está en los detalles, se ocupa en algo necesario que alguien tiene que hacer: dar de comer y beber a mucha gente, procurar que descansen. No cuesta verla subir y bajar, mandar y ordenar. Es en medio de esa actividad cuando una inquietud empieza a dibujarse en su interior. Primero sería una mirada furtiva a su hermana. Poco a poco iría juzgándola con severidad creciente.

Decididamente no comprende a María; tenía razones, pero le faltaba darse cuenta de que la inactividad de María es sólo aparente. Por otra parte se le está ocultando que su actividad es un servicio que permite a los demás gozar de las palabras del Maestro, también su hermana. Hasta que llega un momento en que no puede más, se planta delante del Señor, le interrumpe ante un público verdaderamente absorto en sus palabras, y se queja.

La sencillez de la queja de Marta es encantadora, confiada, aunque revele falta de caridad; y con toda espontaneidad le dice al Maestro: “¿nada te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo de la casa? Dile, pues, que me ayude”. Su queja va contra María, pero también afecta al mismo Jesús, que no se da cuenta de que ella era una mártir y su hermana una comodona. Es la explosión de algo que ha ido incubándose poco a poco, y estalla de repente. Está realmente enfadada; ha perdido la calma y en ella se ha introducido el espíritu crítico falta a la caridad y la humildad. Sus buenos deseos de servir se han visto enturbiados por el enfado creciente, agresor de la paz de su alma.

La respuesta de Jesús
El tono de la respuesta de Jesús se puede deducir del modo con que empieza a hablarle: Marta, Marta, ¡cuánto cariño hay en la repetición de este nombre!. Es como decirle: "Mujer, calma", "claro que te comprendo, pero te has puesto nerviosa". Es una contestación que revela amor y buen humor; le recuerda su carácter, y hace que reflexione un poco. No la riñe, sino que le hace reflexionar. Primero sobre sí misma: tú te preocupas y te inquietas por muchas cosas.

Luego, Jesús le aclara la conducta de María y el camino que debe seguir para no perder los estribos con sus quejas. Y le dice: "En verdad una sola cosa es necesaria". Cosas importantes hay muchas en la vida, y Marta estaba haciendo una de ellas: procurar servir alimento y descanso. Pero conviene tener bien dispuesto el orden de los valores. Lo necesario siempre será lo más importante, y sólo amar a Dios sobre todas las cosas lo es; al lado de lo necesario todo lo que llamamos importante pasa a un segundo lugar. ¿Quiere decir esto que está mal la actividad de Marta? No. Quiere decir que debe trabajar de una manera distinta, con una paz, respaldada por la oración. Y en caso de dudar sobre qué es más urgente, elegir primero la oración.

Lo mejor no es lo contrario de lo malo
María ha escogido la mejor parte. Cuando Jesús dice que la oración es lo mejor, conviene recordar que lo mejor no es lo contrario de lo malo, sino de algo menos bueno. La bondad de las diversas actividades dependerá del amor a Dios que sean capaces de acoger. "No le será quitada la mejor parte". La oración es así hacer actos de amor. No se pierde ninguno. Todo acto de amor a Dios permanece en el seno del Amante, que es Dios.

María Magdalena: La pecadora arrepentida

De no ser por los Evangelios y por lo que Jesús hizo con ella, nadie la recordaría hoy

Era «una mujer pecadora que había en la ciudad» y se le perdonaron los pecados «porque había amado mucho».

El relato de san Lucas (7, 36-50) introduce a esta mujer en la historia de los hombres y ya estará en ella hasta el fin; de no ser por los Evangelios y por lo que Jesús hizo con ella, nadie la recordaría hoy; su vida habría pasado como un anónimo de baja calidad olvidado por todos. Leyendo la escena de lo que pasó en casa de Simón no se descubre su nombre; fue una delicadeza de autor tan humano y fino que no quiso ponerla en evidencia. Hizo bien, porque como la malicia de los hombres y mujeres con sus evidentes debilidades no tienen nada de atractivo ni de originalidad, prefirió resaltar la misericordia sin límite de Jesús. Luego, cuando ya no tuviera dentro «los siete demonios» que tuvo, sí sería oportuno escribir el nombre de María Magdalena, como hace Lucas en el capítulo siguiente.

Sin que pueda afirmarse de modo absoluto la identidad entre María Magdalena, la pecadora sin nombre, con la hermana de Lázaro y de Marta que se llamaba María a la que habría de suponer una época de extravíos juveniles, parece que la coincidencia de rasgos comunes en los relatos evangélicos –preferencia por los pies de Jesús y ser amiga de ungüentos perfumados–, justifican la fusión que de ambas figuras hace la tradición cristiana como queda expresada en la liturgia y en el martirologio.

Quizá fue un reproche de Jesús lo que la llevó al cambio, pero no lo sabemos; o a lo mejor fue una mirada de Jesús encontrada en alguno de aquellos momentos en los que la había situado su curiosidad por desear ver al joven Rabí de Nazaret; o la afirmación agresiva que hizo Jesús –para aclarar la mente de los que pensaban que eran buenos– de que «los publicanos y las prostitutas os precederán en el reino de los Cielos». El caso es que comenzó a sentirse incómoda consigo misma desde que le escuchó aquello de «bienaventurados los limpios» que verían a Dios. Hablaba mucho Jesús de la misericordia divina y, sin poderlo explicar, María no podía distraerse del deseo vehemente de estar cercana; le parecía que nadie hasta entonces entendía tanto de las profundidades de ese corazón bueno de Dios y ella comenzó a notar en su interior un deseo acuciante de bondad y de bien. El Nazareno disfrutaba hablando de la misericordia divina con los pecadores, rompió las reglas de juego admitiendo entre sus amigos a indeseables, y hasta dijo aquella verdad de que el médico está para los enfermos, que lo sanos no lo necesitan. María se siente colocada frente a sí misma; comenzó a darle asco su vida. La enseñanza variopinta del Maestro hablaba del padre bueno que espera la vuelta del hijo que se fue, y del pastor que busca cuidadoso a la oveja que se extravió. La de Magdala ya no se soporta; no puede sufrir el pensamiento de su propio espectáculo a pesar de su ansia vehemente de triunfos y halagos; se rebela contra su situación actual al tiempo que escucha a Jesús que hablaba de Dios –el mismo de siempre, pero sin palo–, como un padre lleno de comprensión. La mujer siente su orgullo encabritado, pero la gracia va abriéndose camino; solo hacía falta querer dar un paso, porque los pecados pesan ahora como una atadura insoportable.

Ni se lo pensó. Entró como a escondidas con un vaso de alabastro lleno de perfume, sin deseo de llamar la atención, y sin conseguir pasar desapercibida. Quiso pedir perdón y no pudo; se arrastró; no le salían palabras; solo es capaz de llorar, besar los pies y secar lo mojado con sus cabellos manejados con arte. Aturdida por tan extraña situación, le pareció oír que el joven Rabí la defendía de Simón con palabras pausadas y voz serena. Después vino el gozo al escuchar «tu fe te ha salvado, vete en paz».

Libre y renovada, flotando en bondad, se une al grupo de mujeres que le asisten en el ministerio mesiánico, y ya no dejará jamás a Jesús, ni siquiera cuando le escuche que deberá comer su carne y beber su sangre, ni se unirá a la cobarde deserción de sus amigos en el momento del Calvario. Vive una felicidad indecible.

Galilea, Judea, Decápolis y Fenicia. En Judea, el ambiente se iba enrareciendo; ella no sintió miedo, ni entendió cómo podían tenerlo los discípulos. Pero aquello pasó, aunque María no lo tuviera previsto y hasta le pareciera la pesadilla de un sueño embustero, ¡habían apresado al Maestro! Si solo ha hecho el bien, si es tan bueno, si no hizo mal, si ayuda a los pobres, si se desvive por los enfermos, si dice verdades, si habla del Cielo… Su actuación fue la misma por todas partes. ¿No curó al paralítico? ¿Qué hizo con el ciego? ¿No sanó leprosos? ¡Dio vida a la niña, al chico de Naín, a Lázaro! Alimentó a miles con pocos panes y peces, libró a endemoniados… tantas y tantos vivían contentos gracias e él.

Ya han levantado la cruz. El Gólgota está oscuro y con truenos. Se le escucha perdonando, que es lo suyo. Y hace promesa del Reino al ladrón y asesino que se arrepiente; sí, ese es su estilo. María mira y no entiende, mira y se avergüenza. La antigua profecía: «Mi siervo ha tomado sobre sí los pecados de todos» fue como un relámpago en su mente que le hizo entrever algo del misterio.

Era descubrir el precio de sus pecados, la malicia de sus hechos. Y muchas lágrimas, algún grito, todo es desconsuelo mientras hipa a moco tendido. La mano de la madre del crucificado puesta en su hombro venía a darle paz; el rostro de aquella mujer con lloro sosegado le hizo entender que no tenía derecho a expresar más dolor del que sufría la propia madre del muerto.

Cuando lo desclavaron y lo bajaron, casi no tuvieron tiempo para prepararlo y así lo tuvieron que enterrar. María Magdalena tiene la cabeza confusa y lleva un propósito en el pecho: cuando pasase el descanso sabático, moriría al lado de Jesús, quedándose junto al sepulcro.

Allá iba el domingo entre dos luces, con más ungüentos aromáticos, acompañada de un grupo pequeño de mujeres. La puerta está abierta, ¡han violado la tumba y no está su cuerpo! Corre al cenáculo y corren también Juan y Pedro. Todos se alborotan y regresan con el corazón en un puño, plasmada la incertidumbre en los rostros y con más miedo dentro. María se queda sola con su desventura; ya no le queda ni siquiera el cuerpo de Jesús muerto.

Le dice al hortelano que lo buscará y lo traerá. Solo una palabra en tono especial la revuelve para poder ella responder de modo increíble a lo humano: Rabboni, Maestro mío. Hay un nuevo intento de agarrarse a sus pies y la alegría indescriptible de testificar como un huracán que ha visto vivo al que estuvo muerto.

A partir de este momento, ya no se vuelve a hablar en el Evangelio más de María Magdalena.

Después quedó la leyenda –clara en sus justos términos– parloteando de sus posibles, imaginados o deseados pasos por el mundo, apartada en el desierto o llegando en diáspora judía hasta las playas de Marsella. Yo prefiero quedarme con la estampa que cierra su vida el Evangelio hasta que la salude personalmente en el cielo. ¿Podrá hacerse eso?

El llamado a la castidad y la santidad se aplica a todas las personas, ya sea que se sientan atraídas por el mismo sexo o por el sexo opuesto

Recuerda el arzobispo de Portland, Alexander Sample

Basándose en las directrices del 2016 de arzobispo Charles Chaput de Filadelfia, que implementó la exhortación papal Amoris Laetitia (AL), el arzobispo Alexander Sample, de Portland, Oregon, escribió sus propias directrices en mayo, las cuales fueron posteriormente publicadas el miércoles pasado en el periódico arquidiocesano de Portland.

El llamado a la castidad es para todos

En sus directrices, el arzobispo Sample reafirma la enseñanza de la Iglesia de que todos los católicos, independientemente de su orientación sexual, deben confesar sus pecados mortales con un firme propósito de enmienda antes de recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo. «El mismo llamado a la castidad y la santidad de la vida se aplica igualmente a todas las personas, ya sea que se sientan atraídas por el mismo sexo o por el sexo opuesto», explicó el arzobispo. «Se les debe aconsejar, como todos los demás, que recurran frecuentemente al Sacramento de la Penitencia».

El arzobispo prometió escribir estas pautas el pasado mes de octubre cuando sentó las bases morales para ellas en su carta pastoral sobre Amoris Laetitia titulada «Un icono vivo y verdadero». En sus recientes directrices, vuelve a afirmar el principio católico de que la Amoris Laetitia, como todos los demás documentos de la Iglesia, debe ser leída y entendida dentro de la «tradición de la Iglesia». Esta tradición incluye «el gran tesoro de la sabiduría entregado por los Padres y Doctores de la Iglesia, el testimonio de la vida de los santos, las enseñanzas de los Concilios de la Iglesia, el Catecismo de la Iglesia Católica y los documentos magistrales anteriores».

El error de intentar imponer el juicio subjetivo de la conciencia sobre la ley moral

Sus directrices se refieren a las necesidades pastorales específicas de seis grupos de católicos: los matrimonios, los católicos separados o divorciados que no se vuelven a casar, los divorciados vueltos a casar ??civilmente, las parejas que cohabitan, las que experimentan atracción por el mismo sexo y las parejas del mismo sexo. Sería un mal uso de Amoris Laetitia, dice el arzobispo, por ejemplo, que para los católicos de cualquiera de estos grupos se coloque el «juicio subjetivo de su conciencia individual» contra la «ley moral objetiva» de la Iglesia como si «la conciencia y la verdad fueran dos principios que compiten para la toma de decisiones morales».

Apoyó esta declaración con una cita de la encíclica Veritatis Splendor del Papa Juan Pablo II :

«La conciencia no es una fuente autónoma y exclusiva para decidir lo que es bueno o malo» (Veritatis Splendor 56, 60). Más bien, «la conciencia es la aplicación de la ley a cada caso particular» (Veritatis Splendor 59). La conciencia está bajo la ley moral objetiva y debe ser formada por ella.

Todos deben confesar pecados graves y tener propósito de enmienda para recibir la comunión

En cuanto a los católicos divorciados y casados ??nuevamente, el arzobispo afirma que ellos también deben confesar sus pecados como cualquier otro católico y vivir castamente:

«Todos los católicos, incluidos los divorciados y los casados ??civilmente,deben confesar sacramentalmente todos los pecados graves con el firme propósito de no volverlos a cometer antes de recibir la Santa Eucaristía. En algunos casos, la responsabilidad subjetiva de la persona por una acción pasada puede ser disminuida. Pero la persona todavía debe arrepentirse y renunciar al pecado, con un firme propósito de enmendar su vida».

«Todos los católicos deben ser bienvenidos en la parroquia», explica el arzobispo. Sin embargo, para evitar la apariencia de respaldar las uniones irregulares, el arzobispo afirma que los católicos divorciados y casados ??civilmente «no deberían tener cargos de responsabilidad en una parroquia (por ejemplo, en un consejo parroquial), ni llevar a cabo ministerios o funciones litúrgicas (por ejemplo lector o ministro extraordinario de la Sagrada Comunión)».

El arzobispo aplica esta misma prohibición al ministerio público o cargos de responsabilidad a las parejas «viviendo abiertamente estilos de vida homosexuales». Admite que algunas parejas «viven juntas en amistad casta y sin intimidad sexual». El arzobispo dice, sin embargo, que tales relaciones del mismo sexo nunca pueden ser toleradas por la Iglesia y son escandalosas para otros feligreses y para los hijos de tales parejas:

Sin embargo, dos personas en una relación activa, del mismo sexo, no importa cuán sinceras, ofrecen un grave contra-testimonio de la fe católica, que solo puede producir confusión moral en la comunidad. Tal relación no puede ser aceptada en la vida de la parroquia sin socavar la fe de la comunidad, especialmente los niños.

Por su parte, el arzobispo Sample exhorta a todos los que se dedican al ministerio pastoral a «ejercer la tremenda responsabilidad que se les confía con completa fidelidad a la enseñanza católica, unida a la misericordia y a la compasión». Él cierra sus directrices con el recordatorio de que el objetivo en todo esto es «llevar a las personas a una comunión llena de gracia con Dios y su Iglesia que conduzca a la vida eterna». 

Papa: La sabiduría del corazón es combinar contemplación y la acción

AFP/EAST NEWS

Vatican Media | Jul 21, 2019

Antes de recitar la oración mariana del Ángelus, el Santo Padre comenta el pasaje del evangelista Lucas que narra la visita de Jesús a la casa de Marta y María. Y en el Tweet de hoy invita a pedir "la gracia de amar y servir a Dios y a los hermanos con las manos de Marta y el corazón de María”

“También para cada uno de nosotros, como para María, no debería existir ninguna ocupación o preocupación que nos mantenga lejos del Maestro divino”: lo afirmó el Papa Francisco antes de guiar la oración del Ángelus de este décimo sexto domingo del tiempo ordinario. Ante los peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro no obstante el sol ardiente de julio El Pontífice se refiere al pasaje del Evangelio de san Lucas y comenta la visita de Jesús a la casa de Marta y María, hermanas de Lázaro, recordando que María se sienta a los pies de Jesús para escucharlo, porque “no quiere perder ninguna de sus palabras” mientras a Marta “los servicios la cautivan”.

El Señor siempre nos sorprende

Francisco precisa que cuando el Señor viene a visitarnos a nuestra vida,  “todo debe ser dejado de lado”, porque “su presencia y su palabra están por encima de todo lo demás”. “El Señor siempre nos sorprende” – asegura – y “cuando realmente lo escuchamos, las nubes se disipan, las dudas dan paso a la verdad, los miedos a la serenidad, y las diferentes situaciones de la vida encuentran su justo lugar”.

Como María, saber escoger la mejor parte

“Se trata de hacer una pausa durante la jornada, de recogerse en silencio para dar cabida al Señor que ‘pasa’ – prosigue Francisco – y encontrar el valor de permanecer un poco ‘al margen’ con Él, para volver después, con más serenidad y eficacia, a las cosas de la vida cotidiana”.

El Obispo de Roma afirma que Jesús, alabando el comportamiento de María, es como si repitiera a cada uno de nosotros:

No te dejes abrumar por las cosas que tengas que hacer, sino escucha ante todo la voz del Señor, para llevar a cabo bien las tareas que la vida te asigna

Marta y el carisma de la hospitalidad

El Papa comenta seguidamente las palabras de Jesús a Marta, que fue quien recibió a Jesús y “tenía el carisma de la hospitalidad”: “Marta, Marta, estás ansiosa y agitada por muchas cosas”. Con estas palabras, – precisa Francisco – Él ciertamente no pretende condenar la actitud del servicio, sino más bien la ansiedad con la que a veces se la vive. También nosotros compartimos la preocupación de Santa Marta y, siguiendo su ejemplo, nos proponemos hacer que en nuestras familias y en nuestras comunidades se viva el sentido de la acogida, de la fraternidad, para que cada uno pueda sentirse “como en casa”, especialmente los pequeños y los pobres”.

María y Marta nos muestran el camino

Por eso, continúa el Santo Padre, “el Evangelio de hoy nos recuerda que la sabiduría del corazón reside precisamente en saber combinar estos dos elementos: la contemplación y la acción”: “por una parte, ‘estar a los pies’ de Jesús, para escucharlo mientras nos revela el secreto de todo; y por otra, estar atentos y dispuestos a la hospitalidad, cuando Él pasa y llama a nuestra puerta, con el rostro del amigo que tiene necesidad de un momento de descanso y de fraternidad”.

De ahí su oración final: “Que María Santísima, Madre de la Iglesia, nos conceda la gracia de amar y servir a Dios y a los hermanos con las manos de Marta y el corazón de María, para que permaneciendo siempre en la escucha de Cristo podamos ser artesanos de paz y esperanza”.

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