Natividad de la Santísima Virgen

Natividad de la Santísima Virgen

Fiesta, 8 de septiembre

Fiesta de la Natividad de la bienaventurada Virgen María, de la estirpe de Abrahán, nacida de la tribu de Judá y de la progenie del rey David, de la cual nació el Hijo de Dios, hecho hombre por obra del Espíritu Santo, para liberar a la humanidad de la antigua servidumbre del pecado.

Un anticipo y anuncio inmediato de la redención obrada por Jesucristo es el nacimiento de su Madre la Virgen María, concebida sin mancha de pecado, llena de gracia y bendita entre todas las mujeres.

En Jerusalén, en la Iglesia de Santa Ana. La primera fuente de la narración del nacimiento de la Virgen es el apócrifo Protoevangelio de Santiago, que coloca el nacimiento de la Virgen en Jerusalén, en el lugar en que debió existir una basílica en honor a la María Santísima, junto a la piscina probática, según cuentan diversos testimonios entre los años 400 y 600. Después del año 603 el patriarca Sofronio afirma que ése es el lugar donde nació la Virgen. Posteriormente, la arqueología ha confirmado la tradición.

La fiesta de la Natividad de la santísima Virgen surgió en oriente, y con mucha probabilidad en Jerusalén, hacia el s. v. Allí estaba siempre viva la tradición de la casa natalicia de María. La fiesta surgió muy probablemente como dedicación de una iglesia a María, junto a la piscina probática; tradición que se relaciona con el actual santuario de Santa Ana.

¡Feliz cumpleaños Virgen María!

El nacimiento de la Virgen María tuvo privilegios únicos

La Natividad de la Santísima Virgen María, 8 de septiembre

La Virgen María fue la Madre de Jesús y, con este hecho, se cumplieron las Escrituras y todo lo dicho por los profetas. Dios escogió a esta mujer para ser la Madre de su Hijo. Con ella se aproximó la hora de la salvación. Por esta razón la Iglesia celebra esta fiesta con alabanzas y acciones de gracias.

Un poco de historia

El nacimiento de la Virgen María tuvo privilegios únicos. Ella vino al mundo sin pecado original. María, la elegida para ser Madre de Dios, era pura, santa, con todas las gracias más preciosas. Tenía la gracia santificante, desde su concepción.

Después del pecado original de Adán y Eva, Dios había prometido enviar al mundo a otra mujer cuya descendencia aplastaría la cabeza de la serpiente. Al nacer la Virgen María comenzó a cumplirse la promesa.
La vida de la Virgen María nos enseña a alabar a Dios por las gracias que le otorgó y por las bendiciones que por Ella derramó sobre el mundo. Podemos encomendar nuestras necesidades a Ella.

La fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María se comenzó a celebrar oficialmente con el Papa San Sergio (687-701 d.C.) al establecer que se celebraran en Roma cuaro fiestas en honor de Nuestra Señora: la Anunciación, la Asunción, la Natividad y la Purificación.

Se desconoce el lugar donde nació la Virgen María. Algunos dicen que nació en Nazaret, pero otros opinan que nació en Jerusalén, en el barrio vecino a la piscina de Betesda. Ahí, ahora, hay una cripta en la iglesia de Santa Ana que se venera como el lugar en el que nació la Madre de Dios.

Algo que no debes olvidar

María vino al mundo sin pecado original y con la gracia santificante.

La Virgen María fue escogida para ser la Madre de Dios.

La Virgen María fue pura y santa.

Al nacer la Virgen María se cumplió la promesa de Dios de que mandaría al mundo a una mujer de la que nacería el Salvador para liberarnos del pecado.

Cómo vivir la fiesta en familia

Llevar flores a la Virgen en alguna capilla, en señal de que la amamos y dando gracias a Dios por haberla creado y escogido para esa gran misión.

Pedir a la Santísima Virgen María, para que nos consiga la gracia que más necesitemos en este momento de nuestra vida, como familia.

Oración

María, en este día que festejamos tu nacimiento, te pido que me ayudes a estar siempre cerca de ti y de tu Hijo Jesús. Amén.

Natividad de María

Natividad de la Virgen María - 8 de septiembre

Mateo 1, 18-23
El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: Dios con nosotros.

Reflexión
La Liturgia no acostumbra celebrar el nacimiento terreno de los santos – la única excepción es San Juan Bautista. Celebra, en cambio, el día de la muerte, día del nacimiento para el cielo.

Por el contrario, cuando se trata de la Sma. Virgen. Aparece claramente el paralelismo entre Ella y su Hijo Jesucristo. De los dos, la Iglesia celebra con fiestas propias, su concepción, su nacimiento y su vuelta a la Casa del Padre.

Tenemos que ver el misterio de hoy en el contexto del pecado original. En aquel momento, Dios prometió la llegada de una Mujer, contrapuesta a la serpiente tentadora: “Pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo: él herirá tu cabeza cuando tú hieras su talón.” (Gen 3,16) Al nacer María, comenzó a cumplirse esta promesa. Porque Ella es la Virgen Madre que da a luz un Hijo que será el Salvador del mundo. Porque Ella es la Colaboradora de Aquel que conseguiría la victoria definitiva sobre la serpiente infernal. Por eso, María es la nueva Eva, es decir, la Madre de la vida y Madre de los vivientes.

Y así se inició, con el nacimiento de la Virgen, la plenitud de los tiempos. Con ello, Dios daba al mundo como la garantía concreta de que la salvación ya estaba inminente.

Por todo eso la festividad de hoy es una invitación a la profunda alegría. Toda la creación se alegra y goza con el nacimiento de María.

Y a lo largo de los siglos, los cristianos han expresado con mucho simbolismo y creatividad su júbilo y regocijo. Si Jesucristo es la luz y el sol de justicia, entonces María es:

* La aurora y la estrella que anuncia el sol,
* El regazo de la encarnación divina.
* el preludio y la esperanza de salvación,
* La puerta virginal a través de la cual Dios hizo su entrada en la tierra.

Pero no sólo la creación se alegra con la fiesta de hoy. No sé si podemos imaginamos como el mismo Dios se regocija con el nacimiento de María. Allí está la nueva creatura del paraíso, la nueva Eva tal como Dios la pensaba en su proyecto original de la creación. Ella es la culminación, la corona de todo lo creado, la obra maestra del Padre:

* La Virgen más hermosa y más pura,
* la Hija mas querida y más anhelada,
* La Madre más amorosa y más santa.

Queridos hermanos, ¡alegrémonos todos, unidos con Dios y con la creación entera de este día de jubilo y fiesta, de este día en que recordamos el nacimiento de María, Madre de Jesús y Madre nuestra!

¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Mi cruz

Santo Evangelio según san Lucas 14, 25-33. Domingo XXIII del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, ayúdame a seguirte cada día mejor, ayúdame a ser tu discípulo.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 14, 25-33

En aquel tiempo, caminaba con Jesús una gran muchedumbre y él, volviéndose a sus discípulos, les dijo: “Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún, a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Y el que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.

Porque, ¿quién de ustedes, si quiere construir una torre, no se pone primero a calcular el costo, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que, después de haber echado los cimientos, no pueda acabarla y todos los que se enteren comiencen a burlarse de él, diciendo: ‘Este hombre comenzó a construir y no pudo terminar’.

¿O qué rey que va a combatir a otro rey, no se pone primero a considerar si será capaz de salir con diez mil soldados al encuentro del que viene contra él con veinte mil? Porque si no, cuando el otro esté aún lejos, le enviará una embajada para proponerle las condiciones de paz.

Así pues, cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo”.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Desde que entré al noviciado buscando discernir sobre mi vocación al sacerdocio, hay una persona que no he vuelto a ver, mi mejor amiga.

Hoy en día puedo decir que la extraño. Entrar al noviciado porque Cristo me llamó, provocó que renunciara, no solo a mis bienes materiales, sino también a mi familia, amistades y a mi mejor amiga.

Se podría decir que esa es mi cruz, que para seguir a Cristo debo renunciar a esos tiempos de convivencia con las personas que quiero.

Lo que hace a Cristo mi Salvador es su cruz, su cruz es el instrumento que el Padre eligió para que su Hijo me salve, por lo tanto, la cruz de todo cristiano es el instrumento para salvarse, mi cruz me salvará, mi cruz es esa renuncia a mis seres queridos.

Cargar mi cruz, amar mi cruz es lo que me hace su discípulo; estar en el centro de formación es lo que me lleva a identificarme con Cristo. ¿Cuál es la cruz que tú debes cargar para seguir a Cristo? ¿Qué te está pidiendo el Padre para seguir a Cristo? ¿A qué te está llamando Dios? Porque solo cargando la cruz puedes estar con Cristo, solo siguiendo tu vocación personal puedes seguir a Cristo.

Es cierto que para seguir a Cristo tuve que dejar a muchas personas, pero todo amor exige sacrificios, sacrificios que no son estériles. porque amo y estoy seguro de que mi sacrificio es uno que dará frutos, tanto para las personas que amo como para mí. Sé que los veré algún día, que aprovecharemos todos los momentos no vividos, y solo espero que ellos vean en mí a un hombre enamorado que carga con amor su cruz, que vean a un discípulo de Cristo.

«Este será también el camino de los discípulos: ninguno llega a la vida eterna si no es siguiendo a Jesús, llevando la propia cruz en la vida terrenal. Cada uno de nosotros, tiene su propia cruz. El Señor nos hace ver el final de este recorrido que es la Resurrección, la belleza, llevando la propia cruz. Por lo tanto, la Transfiguración de Cristo nos muestra la prospectiva cristiana del sufrimiento. No es un sadomasoquismo el sufrimiento: es un pasaje necesario pero transitorio. El punto de llegada al que estamos llamados es luminoso como el rostro de Cristo transfigurado: en Él está la salvación, la beatitud, la luz, el amor de Dios sin límites. Mostrando así su gloria, Jesús nos asegura que la cruz, las pruebas, las dificultades con las que nos enfrentamos tienen su solución y quedan superadas en la Pascua».

(Homilía de S.S. Francisco, Ángelus, 17 de marzo de 2019).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Buscar, hoy, cómo puedo ser discípulo de Cristo y cómo puedo ayudar a los demás a ser discípulos de Cristo.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén. 

Mochila de supervivencia para cristianizar el ambiente.

Un joven cristiano vive circunstancias que requieren una capacitación, entrenamiento y equipamiento indispensables para “cristianizar el ambiente”

En las películas de acción, el héroe protagonista con frecuencia lleva una mochila que se puede decir milagrosa porque de ella el protagonista saca los útiles y armas más inverosímiles que le permiten sortear cualquier situación por difícil y peligrosa que sea.

Salvando las distancias del ejemplo anterior, un cristiano, en el acontecer de vida corriente, se encuentra con una serie de circunstancias que requieren una capacitación, entrenamiento y equipamiento indispensables para “cristianizar el ambiente” en lugar de descristianizarse él mismo.

Jesucristo nos aconseja, según leemos en Lc 14:28-32: “¿Quién de vosotros, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla? 29 No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo: 30 "Este comenzó a edificar y no pudo terminar". 31 ¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil? 32 Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz”.

Para plantearnos con optimismo al “tomar la cruz cada día” necesitamos tener un mínimo de capacitación, planteamientos de base y estrategia.

Estos pueden ser los útiles indispensables para esa mochila estratégica:

1. Rezar, orar, hablar con Dios, un buen rato cada día, y practicar los sacramentos.

2. Formación doctrinal básica.

3. Leer y estudiar para saber explicar y argumentar racionalmente la fe.

4. Reforma permanente de nuestro carácter: aceptar y combatir las propias  debilidades. Confesarse y volver a empezar.

5. Trabajar en equipo, no ser francotirador, tener una dirección espiritual, un  “entrenador o manager”. La unidad con la Iglesia es imprescindible para dar fruto.

6. Manejar una docena de ideas, frases, slogans, para combatir y refutar la docena de slogans “superficiales” que se pasean por nuestras calles. Argumentos de este tipo:

Aunque los cristianos hemos dado malos ejemplos a lo largo de la historia, la Iglesia es Santa. La Iglesia es Santa, a pesar nuestro.

La doctrina católica tiene su fundamento en la fe y su explicación con la razón.

El sexo es algo natural y bueno, creado por Dios, por eso emplearlo de cualquier manera es en contra la naturaleza humana.

En la especie humana, desde el momento en que el espermatozoide fecunda un óvulo, hay un nuevo ser vivo que ya es persona, con todos sus derechos, desde ese momento de la concepción. Y se merece la protección de una persona indefensa.

Aunque es alarmante el número de separaciones y divorcios, sigue siendo mayor el número de matrimonios fieles y felices, a pesar de las muchas dificultades que el entorno facilita.

Es más sano para la mente y el cuerpo humano divertirse y pasarlo bien respetando la dignidad de la persona, que utilizar cualquier tipo de droga para “colocarse”.

Se puede triunfar en la vida y tener éxito sin caer en la corrupción. El cinismo que lleva a pensar que si eres “correcto” no sales adelante, no conoce el placer de hacer las cosas bien.

El matrimonio y la familia son las instituciones naturales que dan mayor plenitud a la persona y desarrollo a la sociedad.

Es mejor en las relaciones sociales y profesionales ser amable y cordial que ponerse el disfraz de “chica o chico duro y malo”.

No es verdad que sea indispensable que dos personas tengan sexo antes de casarse. El sexo es una importante novedad y sorpresa, de las muchas que aparecen al casarse; no es la única, ni la más importante.

La libertad humana es grande pero no ilimitada. Sólo Dios tiene libertad plena; el ser humano es limitado en todas sus facetas.

La naturaleza, la biología y la fisiología definen dos sexos para la especie humana: femenino y masculino. La ciencia médica demuestra que la mayoría de los problemas de disfunción sexual  tienen origen  psicológico, no fisiológico.

La conquista de la cultura de la tolerancia ha avanzado mucho en los últimos siglos pero, la humanidad todavía está muy lejos de alcanzarla.

Los grupos LGTB merecen respeto, como todos los grupos, pero no privilegios, igual que los demás grupos.

7. Pedir a Dios y a Santa María la ayuda que necesitamos para vencer en  estas escaramuzas del día a día.

Como se trata de una mochila de supervivencia, de uso personal, cada lector debe añadir sus propias armas favoritas o específicas para  el entorno en que se maneja. Esto no es nada más que un modelo.

Homilía del Papa en la misa en el Campo de Soamandrakizay

Celebrada este 8 de septiembre y con 1 millón de asistentes presentes

Por: Papa Francisco | Fuente: Vaticano

El Evangelio nos dice que «mucha gente acompañaba a Jesús» (Lc 14,25). Como esas multitudes que se agrupaban a lo largo del camino de Jesús, muchos de vosotros habéis venido para acoger su mensaje y para seguirlo. Pero bien sabéis que el seguimiento de Jesús no es fácil. No es relajante. Vosotros no habéis reposado y muchos de vosotros habéis pasado la noche aquí. El evangelio de Lucas nos recuerda, en efecto, las exigencias de este compromiso.

Es importante evidenciar cómo estas exigencias se dan en el marco de la subida de Jesús a Jerusalén, entre la parábola del banquete donde la invitación está abierta a todos —especialmente para aquellos rechazados que viven en las calles y plazas, en el cruce de caminos—; y las tres parábolas llamadas de la misericordia, donde también se organiza fiesta cuando lo perdido es hallado, cuando quien parecía muerto es acogido, celebrado y devuelto a la vida en la posibilidad de un nuevo comenzar. Toda renuncia cristiana tiene sentido a la luz del gozo y la fiesta del encuentro con Jesucristo.

La primera exigencia nos invita a mirar nuestros vínculos familiares. La vida nueva que el Señor nos propone resulta incómoda y se transforma en sinrazón escandalosa para aquellos que creen que el acceso al Reino de los Cielos sólo puede limitarse o reducirse a los vínculos de sangre, a la pertenencia a determinado grupo, clan o cultura particular.

Cuando el “parentesco” se vuelve la clave decisiva y determinante de todo lo que es justo y bueno se termina por justificar y hasta “consagrar” ciertas prácticas que desembocan en la cultura de los privilegios y la exclusión — favoritismos, amiguismos y, por tanto, corrupción—. La exigencia del Maestro nos lleva a levantar la mirada y nos dice: cualquiera que no sea capaz de ver al otro como hermano, de conmoverse con su vida y con su situación, más allá de su proveniencia familiar, cultural, social «no puede ser mi discípulo» (Lc 14,26). Su amor y entrega es una oferta gratuita por todos y para todos.

La segunda exigencia nos muestra lo difícil que resulta el seguimiento del Señor cuando se quiere identificar el Reino de los Cielos con los propios intereses personales o con la fascinación por alguna ideología que termina por instrumentalizar el nombre de Dios o la religión para justificar actos de violencia, segregación e incluso homicidio, exilio, terrorismo y marginación.

La exigencia del Maestro nos anima a no manipular el Evangelio con tristes reduccionismos sino a construir la historia en fraternidad y solidaridad, en el respeto gratuito de la tierra y de sus dones sobre cualquier forma de explotación; animándonos a vivir el «diálogo como camino; la colaboración común como conducta; el conocimiento recíproco como método y criterio» (Documento sobre la fraternidad humana, Abu Dhabi, 4 febrero 2019); no cediendo a la tentación de ciertas doctrinas incapaces de ver crecer juntos el trigo y la cizaña en la espera del dueño de la mies (cf. Mt 13,24-30).

Y, por último, ¡qué difícil puede resultar compartir la vida nueva que el Señor nos regala cuando continuamente somos impulsados a justificarnos a nosotros mismos, creyendo que todo proviene exclusivamente de nuestras fuerzas y de aquello que poseemos, cuando la carrera por la acumulación se vuelve agobiante y abrumadora —como escuchamos en la primera lectura— exacerbando el egoísmo y el uso de medios inmorales!

La exigencia del Maestro es una invitación a recuperar la memoria agradecida y reconocer que, más bien que una victoria personal, nuestra vida y nuestras capacidades son fruto de un regalo (cf. Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 55) tejido entre Dios y tantas manos silenciosas de personas de las cuales sólo llegaremos a conocer sus nombres en la manifestación del Reino de los Cielos.

Con estas exigencias, el Señor quiere preparar a sus discípulos a la fiesta de la irrupción del Reino de Dios liberándolos de ese obstáculo dañino, en definitiva, una de las peores esclavitudes: el vivir para sí. Es la tentación de encerrarse en pequeños mundos que termina dejando poco espacio para los demás: ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien.

Muchos, al encerrarse, pueden sentirse “aparentemente” seguros, pero terminan por convertirse en personas resentidas, quejosas, sin vida. Esa no es la opción de una vida digna y plena, ese no es el deseo de Dios para nosotros, esa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 2).

En el camino hacia Jerusalén, el Señor, con estas exigencias, nos invita a levantar la mirada, a ajustar las prioridades y sobre todo a crear espacios para que Dios sea el centro y eje de nuestra vida.

Miremos nuestro entorno, ¡cuántos hombres y mujeres, jóvenes, niños sufren y están totalmente privados de todo! Esto no pertenece al plan de Dios. Cuán urgente es esta invitación de Jesús a morir a nuestros encierros, a nuestros individualismos orgullosos para dejar que el espíritu de hermandad —que surge del costado abierto de Jesucristo, de donde nacemos como familia de Dios— triunfe, y donde cada uno pueda sentirse amado, porque es comprendido, aceptado y valorado en su dignidad.

«Ante la dignidad humana pisoteada, a menudo permanecemos con los brazos cruzados o con los brazos caídos, impotentes ante la fuerza oscura del mal. Pero el cristiano no puede estar con los brazos cruzados, indiferente, ni con los brazos caídos, fatalista: ¡no! El creyente extiende su mano, como lo hace Jesús con él» (Homilía con motivo de la Jornada Mundial de los Pobres, 18 noviembre 2018).

La Palabra de Dios que hemos escuchado nos invita a reanudar el camino y a atrevernos a dar ese salto cualitativo y adoptar esta sabiduría del desprendimiento personal como la base para la justicia y para la vida de cada uno de nosotros: porque juntos podemos darle batalla a todas esas idolatrías que llevan a poner el centro de nuestra atención en las seguridades engañosas del poder, de la carrera y del dinero y en la búsqueda patológica de glorias humanas.

Las exigencias que indica Jesús dejan de ser pesantes cuando comenzamos a gustar la alegría de la vida nueva que él mismo nos propone: la alegría que nace de saber que Él es el primero en salir a buscarnos al cruce de caminos, también cuando estábamos perdidos como aquella oveja o ese hijo pródigo. Que este humilde realismo nos impulse a asumir grandes desafíos, y os dé las ganas de hacer de vuestro bello país un lugar donde el Evangelio se haga vida, y la vida sea para mayor gloria de Dios.

Decidámonos y hagamos nuestros los proyectos del Señor.

Comentario a la Liturgia. Domingo XXIII TO C

En nuestra búsqueda de Dios y en nuestra búsqueda de la verdad estamos limitados

Un domingo más nos acercamos a la mesa del altar y a la mesa de la Palabra. Deseamos entrar en comunión con el Señor al recibirlo en la Eucaristía pero también deseamos entrar en comunión con él al recibirlo escuchando su Palabra. La Palabra de Dios guía nuestros pasos, nos muestra el camino y nos conduce al Señor. Es por eso que hay que escuchar esta Palabra divina con actitud abierta para conocer los designios de Dios y tener la gracia de adherirnos a ellos.

El texto que nos presenta la liturgia de esta domingo en la primera lectura es tomado del libro de la Sabiduría. Este libro sapiencial fue escrito un siglo antes de la venida de Cristo. Es de los textos más tardíos de toda la escritura. En cierto sentido es una síntesis de toda la sabiduría adquirida por siglos por el pueblo de Israel. Además es un testimonio de la apertura del pensamiento judío al helenismo.

Nos llama la atención que en esta síntesis de la sabiduría, el sabio judío, no puede más que reconocer la limitación del ser humano para conocer los designios de Dios. A pesar de siglos de búsqueda y de grandes sabios en toda la historia de Israel el autor no puede más que evidenciar que: «los pensamientos de los mortales son inseguros y sus razonamientos pueden equivocarse».

Este punto de partida es necesario para todos nosotros. En nuestra búsqueda de Dios y en nuestra búsqueda de la verdad estamos limitados. Deseamos conocer y en cierto sentido poseer la verdad y no nos queda más que reconocer con humildad, junto con el autor sagrado, que nos podemos equivocar y que nuestros pensamientos son inseguros.

Sobre todo en lo que se refiere al conocimiento de Dios. El texto de sabiduría dice: «con dificultad conocemos lo que hay sobre la tierra y a duras penas encontramos lo que está a nuestro alcance. ¿Quién podrá descubrir lo que hay en el cielo?». Es decir, el principio de la sabiduría es reconocer que el conocimiento de Dios es un don. Pero para recibir el don, antes hay que darnos cuenta de la falta del mismo y por lo tanto hacer una súplica: «No tengo Señor la sabiduría. No puedo, por mis propios medios, alcanzar el conocimiento. Te pido Señor que me concedas el don de tu sabiduría».

Es así como el sabio concluye su reflexión: «¿Quién conocerá tus designios, si tú no le das la sabiduría, enviando tu santo espíritu de lo alto?». La sabiduría es por tanto un don del Espíritu que hay que suplicar. La sabiduría y la verdad es Dios mismo. Él se identifica con la verdad. Por lo tanto recibir el don de la sabiduría es recibir al mismo Dios que se identifica con ella. Es dejarse invadir por Dios y entonces sí ser sabio.

Ahora bien ¿de qué sirve la sabiduría? La sabiduría en el libro de Proverbios es la mejor manera de vivir en armonía interior y en armonía social. Se puede decir que el sabio es aquel que vive rectamente, que vive según Dios. Es por eso que el autor de la Sabiduría nos dice que la sabiduría nos sirve para enderezar nuestros caminos y conocer lo que le agrada al Señor. Incluso llega a decir que la sabiduría es la que lleva a la salvación: «Solo con esa sabiduría se salvaron».

La sabiduría, por tanto, es un don que nos ayuda a conocer los caminos de Dios y a caminar por ellos. Es un don que nos indica el camino que nos conduce a Dios y en consecuencia a la felicidad. Es un don que nos proporciona salvación porque nos muestra el camino hacia la misma.

Sumemos nuestra voz a la del sabio y pidámosle a Dios que nos conceda el don de la sabiduría: «Espíritu divino, Espíritu de sabiduría, concédenos el don de conocer a Dios, de ver su rostro, de contemplar su amor. Que esta visión provoque en nosotros una adhesión a la sabiduría que se nos presenta. Que aprendamos a recorrer los caminos de la sabiduría que son los únicos que nos conducen a ti y por lo tanto a la felicidad. Amén.»

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