El día del Señor: día de la Resurrección, de la nueva creación
- 09 Septiembre 2019
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Pedro Claver, Santo
Memoria Litúrgica, 9 de Septiembre
Esclavo de los esclavos
Martirologio Romano: San Pedro Claver, presbítero de la Compañía de Jesús, que en Nueva Cartagena, ciudad de Colombia, durante más de cuarenta años consumió su vida con admirable abnegación y eximia caridad para con los esclavos negros, bautizando con su propia mano a casi trescientos mil de ellos (1654).
Fecha de canonización: Beatificado el 16 de Julio de 1850 por Pío IX. Canonizado el 15 de Enero de 1888 por León XIII junto con Alfonso Rodriguez.
Breve Biografía
Nació en Verdú, España, el 26 de Junio de 1580.
Murió en Cartagena, Colombia, el 8 de Septiembre de 1654.-
Pedro Claver y Juana Corberó, campesinos catalanes, tuvieron seis hijos, pero solo sobrevivieron Juan, el mayor, y los dos mas pequeños, Pedro e Isabel. El padre apenas podía firmar su nombre, pero era un hombre trabajador y buen cristiano. La infancia de Pedro quedó oculta para la historia como la de tantos santos, incluso la de Nuestro Señor. Trabajaba en el campo con su familia.-
Pedro se graduó de la Universidad de Barcelona. A los 19 años decide ser Jesuita e ingresa en Tarragona. Mientras estudiaba filosofía en Mallorca en 1605 se encuentra con San Alonso Rodriguez, portero del colegio. Fue providencial. San Alonso recibió por inspiración de Dios conocimiento de la futura misión del joven Pedro y desde entonces no paró de animarlo a ir a evangelizar lo territorios españoles en América.-
Pedro creyó en esta inspiración y con gran fe y el beneplácito de sus superiores se embarcó hacia la Nueva Granada en 1610. Debía estudiar su teología en Santa Fe de Bogotá. Allí estuvo dos años, uno en Tunja y luego es enviado a Cartagena, en lo que hoy es la costa de Colombia. En Cartagena es ordenado sacerdote el 20 de Marzo de 1616.-
Al llegar a América, Pedro encontró la terrible injusticia de la esclavitud institucionalizada que había comenzado ya desde el segundo viaje de Colón el 12 de Enero de 1510, cuando el rey mandó a emplear negros como esclavos. Se trata de una tragedia que envolvió a unos 14 millones de infelices seres humanos. Un millón de ellos pasaron por Cartagena. Los esclavos venían en su mayoría de Guinea, del Congo y de Angola. Los jefes de algunas tribus de esas tierras vendían a sus súbditos y sus prisioneros. En América los usaban en todo tipo de trabajo forzado: agricultura, minas, construcción.-
Cartagena por ser lugar estratégico en la ruta de las flotas españolas se convirtió en el principal centro del comercio de esclavos en el Nuevo Mundo. Mil esclavos desembarcaban cada mes. Aunque se murieran la mitad en la trayectoria marítima, el negocio dejaba grandes ganancias. Por eso, las repetidas censuras del papa no lograron parar este vergonzoso mercado humano.-
Pedro no podía cambiar el sistema. Pero si había mucho que se podía hacer con la gracia de Dios. Pero hacía falta tener mucha fe y mucho amor. Pedro supo dar la talla. En la escuela del gran misionero, el padre Alfonso Sandoval, Pedro escribió: "Ego Petrus Claver, etiopum semper servus" (yo Pedro Claver, de los negros esclavo para siempre". Así fue. San Pedro no se limitó a quejarse de las injusticias o a lamentarse de los tiempos en que vivía. Supo ser santo en aquella situación y dejarse usar por Jesucristo plenamente para su obra de misericordia. En Cartagena durante cuarenta años de intensa labor misionera se convirtió en apóstol de los esclavos negros. Entre tantos cristianos acomodados a los tiempos, el supo ser luz y sal, supo hacer constar para la historia lo que es posible para Dios en un alma que tiene fe.-
A pesar de su timidez la cual tuvo que vencer, se convirtió en un organizador ingenioso y valiente. Cada mes cuando se anunciaba la llegada del barco esclavista, el padre Claver salía a visitarlos llevándoles comida. Los negros se encontraban abarrotados en la parte inferior del barco en condiciones inhumanas. Llegaban en muy malas condiciones, víctimas de la brutalidad del trato, la mala alimentación, del sufrimiento y del miedo. Claver atendía a cada uno y los cuidaba con exquisita amabilidad. Así les hacia ver que el era su defensor y padre.-
Los esclavos hablaban diferentes dialectos y era difícil comunicarse con ellos. Para hacer frente a esta dificultad, el padre Claver organizó un grupo de intérpretes de varias nacionalidades, los instruyó haciéndolos catequistas.-
Mientras los esclavos estaban retenidos en Cartagena en espera de ser comprados y llevados a diversos lugares, el padre Claver los instruía y los bautizaba. Los reunía, se preocupaba por sus necesidades y los defendía de sus opresores. Esta labor de amor le causó grandes pruebas. Los esclavistas no eran sus únicos enemigos. El santo fue acusado de ser indiscreto por su celo por los esclavos y de haber profanado los Sacramentos al dárselos a criaturas que a penas tienen alma. Las mujeres de sociedad de Cartagena rehusaban entrar en las iglesias donde el padre Claver reunía a sus negros.-
Sus superiores con frecuencia se dejaron llevar por las presiones que exigían se corrigiesen los excesos del padre Claver. Este sin embargo pudo continuar su obra entre muchas humillaciones y obstáculos. Hacia además penitencias rigurosas. Carecía de la comprensión y el apoyo de los hombres pero tenia una fuerza dada por Dios.-
Muchos, aun entre los que se sentían molestos con la caridad del padre Claver, sabían que hacia la obra de Dios siendo un gran profeta del amor evangélico que no tiene fronteras ni color. Era conocido en toda Nueva Granada por sus milagros. Llegó a catequizar y bautizar a mas de 300,000 negros.-
En la mañana del 9 de Septiembre de 1654, después de haber contemplado a Jesús y a la Santísima Virgen, con gran paz se fue al cielo.
Beatificado el 16 de Julio de 1850 por Pío IX.
Canonizado el 15 de Enero de 1888 por León XIII junto con Alfonso Rodriguez.
El 7 de Julio de 1896 fue proclamado patrón especial de todas las misiones católicas entre los negros.
El papa Juan Pablo II rezó ante los restos mortales de San Pedro Claver en la Iglesia de los Jesuitas en Cartagena el 6 de Julio de 1986
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San Pedro Claver
Oración
. Oh Dios, que, con el fin de llevar el Evangelio a los esclavos negros, has dotado a San Pedro Claver de admirable amor y paciencia, concédenos, por su intercesión y ejemplo, que, superadas todas las discriminaciones raciales, amemos a todos los hombres con sincero corazón. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.-
¿Es lícito llevar a Cristo a todos y en todo?
Santo Evangelio según san Lucas 6, 6-11. Lunes XXIII del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor. que abra mi corazón a tus inspiraciones para poder cumplir siempre tu santa voluntad.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 6, 6-11
Un sábado, Jesús entró en la sinagoga y se puso a enseñar.
Había allí un hombre que tenía la mano derecha paralizada. Los escribas y fariseos estaban acechando a Jesús para ver si curaba en sábado y tener así de qué acusarlo.
Pero Jesús, conociendo sus intenciones, le dijo al hombre de la mano paralizada: “Levántate y ponte ahí en medio”. El hombre se levantó y se puso en medio. Entonces Jesús les dijo: “Les voy a hacer una pregunta: ¿Qué es lo que está permitido hacer en sábado: el bien o el mal, salvar una vida o acabar con ella?” Y después de recorrer con la vista a todos los presentes, le dijo al hombre: “Extiende la mano”. Él la extendió y quedó curado.
Los escribas y fariseos se pusieron furiosos y discutían entre sí lo que le iban a hacer a Jesús.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
En el Evangelio de hoy, Jesús nos invita a reflexionar, más y profundamente, sobre nuestra coherencia de vida bajo el aspecto de nuestra correspondencia a su gracia. Vemos que la gracia, y nuestra vida, tienen que ir a la par de lo que Dios nos pide e invita a vivir como cristianos. No podemos quedarnos en un mero y superficial cumplimiento del deber, ya sea como ciudadanos, padres de familia, hijos, trabajadores, estudiantes, etc., sino como cristianos comprometidos y con el verdadero deseo de vivir el Evangelio en medio del mundo y en nuestras realidades temporales.
«¿Es lícito curar en sábado?», es la pregunta de los fariseos. Para nosotros la pregunta puede ser: ¿es lícito llevar a Cristo a todos y en todo? Es una incógnita difícil y que puede bloquear nuestros sentimientos; hay quienes se pueden quedar en una reflexión intelectualista, otros con el mal vivido respeto humano, en fin, un sinnúmero de excusas, pero la respuesta debería ser mucho más simple, porque no necesitamos grandes apostolados, grandes obras y estructuras, lo único que necesitamos es vivir con coherencia nuestra fe, ser verdaderamente católicos en medio del mundo, que nuestras vidas sean verdaderos evangelios que den testimonio de nuestro amor a Cristo.
No se trata de ser perfectos sin errores, sino que se vea el esfuerzo por la santidad, por querer amar cada día más, por dar testimonio de nuestra redención. Tenemos un amigo que dio su vida por nosotros, tenemos la certeza que hay un cielo al que queremos llegar y así poder contemplar la luz del rostro de Cristo, pero para eso tenemos que luchar a diario.
Pidamos a María que nos ayude a ser fieles y coherentes en nuestras vidas, que podamos ser verdaderos testimonios en medio del mundo, que nuestras vidas sean luz en las tiemblas, paz en las guerras y esperanza para quien la necesite.
«El buen samaritano es Cristo que se acerca al pobre, al que lo necesita. El buen samaritano también sos vos cuando, como Cristo, te acercas al que está a tu lado, y en él sabes descubrir el rostro de Cristo. Es un camino de amor y misericordia: Jesús nos encuentra, nos sana, nos envía a sanar a otros. Nos envía a sanar a otros. Solamente nos es lícito mirar a una persona de arriba a abajo, desde arriba, solamente para agacharnos y ayudarla a levantarse. Si no, no tenemos derecho de mirar a nadie desde arriba. Nada con la naricita así, ¿eh? Si yo miro desde arriba es para agachar y ayudar a levantar».
(Videomensaje de S.S. Francisco, 25 de mayo de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hacer una oración pidiendo por el incremento de las vocaciones en la Iglesia que asuman su corresponsabilidad de vivir la misericordia.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
La conciencia, el lugar de encuentro con Dios
La conciencia nos ordena en el momento oportuno, practicar el bien y evitar el mal.
La conciencia
Es una realidad de experiencia: todos los hombres juzgan, al actuar, si lo que hacen está bien o mal. Es el conocimiento intelectual de los actos propios.
Es innegable que la inteligencia humana conoce los principios primarios del actuar; "haz el bien y evita el mal", no hacer a los demás lo que no queremos que nos hagan". El hombre en lo más profundo de su conciencia descubre la ley, que no se ha dado a sí mismo, sino a la que debe obedecer y que resuena en su corazón, diciéndole que siempre debe amar y hacer el bien.
"La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, donde está solo con Dios". GS 16
La conciencia no es una potencia más, unida a la inteligencia y a la voluntad. Podríamos decir que es la misma inteligencia cuando juzga la moralidad de un acto, basándose en los principios morales innatos de la naturaleza humana. Esas leyes inscritas en el corazón y dadas por Dios. Además, la conciencia es una facultad natural del ser humano, no es una parte de la vida religiosa del hombre.
En la actualidad los movimientos de tipo psicológico, como el New Age, hablan de una conciencia como el íntimo conocimiento que el hombre tiene de sí mismo y de sus actos. Esta sería una conciencia vista desde el punto de la psicología, no una conciencia moral.
La conciencia que nos interesa es la conciencia moral, que es la misma inteligencia que hace un juicio práctico sobre la bondad o la maldad de un acto.
Juicio, porque la moralidad juzga un acto. Es práctico porque aplica en la práctica, en cada caso en particular y concreto lo que la ley dice. Sobre la moralidad de un acto es lo que la distingue de la conciencia psicológica, pues en este caso lo propio es juzgar si una acción es buena, mala o indiferente.
La conciencia funciona cuando juzga si un acto es bueno o malo, de una manera práctica, es decir, aplica en cada caso particular y concreto lo que la ley dice. Nos ordena en el momento oportuno, practicar el bien y evitar el mal.
Se puede decir que la conciencia moral es un juicio de la razón por la cual la persona reconoce la cualidad moral de un acto concreto que piensa hacer, está haciendo o ha hecho.
Cuando hacemos algo bueno, la voz de nuestra conciencia nos aprueba, cuando hacemos algo malo, esta misma voz nos acusa y condena sin dejarnos en paz. La conciencia no sólo da un juicio después de que ya hicimos algo, sino también antes de tomar una decisión.
Ella es testigo de nuestros actos y para dar su sentencia como juez, se basa en las leyes naturales que Dios ha escrito en el corazón del hombre.
Es la facultad que descubre el valor de los principios de la ley moral y los aplica a una situación concreta. Juzga nuestras acciones concretas aprobando las buenas y denunciado las malas. Ordena siempre que dejemos el mal y que hagamos el bien.
Cada persona debe de prestar mucha atención a sí mismo para oír y seguir la voz de la conciencia, es una exigencia de interioridad.
El ser humano debe obedecer siempre el juicio cierto de su conciencia. No es lícito actuar en contra de la propia conciencia, ya que ésta es la voz de Dios.
Actuae en contra de la conciencia es actuar contra uno mismo, de las convicciones más profundas y de los principios morales. Cuando hay duda sobre si es o no es pecado, siempre hay que actuar pensando que lo es.
Obedecer a la conciencia es obedecer a Dios, por eso es importante seguir siempre lo que ella nos dicta. Todos debemos prestar mucha atención a nosotros mismos para poder oír y seguir la voz de la conciencia. La dignidad de la persona exige que tengamos una conciencia moral recta.
Por la conciencia podemos asumir la responsabilidad de nuestros actos. Cuando elegimos libremente llevar a cabo un acto, la libertad nos hace responsables de los actos que, voluntariamente y siguiendo a nuestra conciencia, hemos realizado.
Ahora bien, no todas las conciencias son iguales, pues solemos tener ciertas deformaciones, aunque sean pequeñas.
La conciencia se puede formar o deformar.
Una conciencia bien formada siempre nos invitará a actuar de acuerdo con nuestros principios y convicciones, nos impulsará a servir a los hombres.
Una conciencia deformada puede equivocarse y presentarnos por bueno, lo malo. Esto puede suceder por ignorancia, por los criterios del ambiente en el que vivimos, por criterios falsos que hayamos interpretado como verdaderos o por debilidades repetidas.
¿Cómo se llega a deformar la conciencia?
Nuestra conciencia no se deforma de un día para otro, generalmente es fruto de malos hábitos:
Nosotros podemos deformar nuestra conciencia poco a poco, sin darnos cuenta, si aceptamos voluntariamente pequeñas faltas o imperfecciones en nuestros deberes diarios.
Si todos los días vamos haciendo las cosas “un poco mal”, llega un momento en el que nuestra conciencia no hace caso de esas faltas y ya no nos avisa que tenemos que hacer las cosas bien. Se convierte en una conciencia indelicada, que va resbalando de forma fácil del “un poco mal” al “muy mal”.
También puede suceder que nosotros deformemos nuestra conciencia a base de repetirle principios falsos como: “No hay que exagerar”. Se convierte así en una conciencia adormecida, insensible e incapaz de darnos señales de alerta. Esto se da, principalmente, por la pereza o la superficialidad.
Podemos convertir nuestra conciencia en una conciencia domesticada si le ponemos una correa, con justificaciones de todos nuestros actos, cada vez que nos quiere llamar la atención, por más malos que estos sean: “Lo hice con buena intención”, “Se lo merecía”, “Es que estaba muy cansado”, "es que él me dijo",etc. Es una conciencia que se acomoda a nuestro modo de vivir, se conforma con cumplir con el mínimo indispensable.
También, puede darse una conciencia falsa, es decir, que nos dé señales erróneas porque no conoce la verdad. Esto puede ser por nuestra culpa o por culpa del ambiente en el que vivimos. En este caso los juicios se hacen sin bases, ni prudencia.
Existen varios tipos de conciencia
Según el objeto
Verdadera: que es la que juzga la acción en conformidad con los principios objetivos de la moralidad. Por ejemplo: sé que estoy en pecado mortal, por lo tanto no puedo comulgar.
Errónea: que es la que juzga la acción equivocadamente, es decir, confunde lo malo con lo bueno. Juzga sin bases y sin prudencia. Un ejemplo de esto, es cuando se piensa que si alguien fue violada, es lícito que aborte.
Esta conciencia se divide en dos formas:
-- Venciblemente errónea: cuando no se desea o no se ponen los medios para salir de su equivocación.
--Invenciblemente errónea. cuando la persona no puede dejar el error, o porque no sabe que está en él, o porque ha hecho todo lo posible por salir de él, sin conseguirlo.
Por razón del modo de juzgar
Conciencia recta: este tipo de conciencia siempre juzga con fundamentos y prudencia.
Falsa: en este caso se juzga sin bases, sin prudencia y puede ser:
Conciencia estrecha: es la que actúa con ligereza y sin razonoes serias, afirma que hay pecado donde no lo hay o lo aumenta. Este tipo de conciencia juzga a una persona por un simple comentario.
Conciencia escrupulosa. para este tipo de conciencia todo es malo. Es opresiva y angustiante pues recrimina hasta la falta más pequeña, exagerándola como si fuera una falta horrible. Siempre piensa que hay obligaciones morales donde no las hay.
Conciencia laxa. es lo contrario de la escrupulosa. Este tipo de conciencia minimiza las faltas graves haciéndolas aparecer como pequeños errores sin importancia. En este caso, se actúa con ligereza, se niega el pecado cuando lo hay o lo disminuye.
Conciencia perpleja. es la que ve pecado tanto en el hacer algo o en el no hacerlo. Es muy común ante las decisiones económicas o políticas. Es la que piensa quiero ayudar a los damnificados, pero si lo hago voy a quitarle algo a mi familia.
Conciencia farisaica. es la que se preocupa por aparentar bondad ante los demás, mientras en su interior hay pecados de orgullo y soberbia. Es hipócrita, quiere que todos piensen que es buena y eso es lo único que le importa.
Según la firmeza del juicio
Cierta: siempre juzga sin temor a equivocarse.
Dudosa: juzga con temor a equivocarse, o simplemente, ni se atreve a a juzgar.
¿Cómo podemos darnos cuenta de que nuestra conciencia está deformada?
Hay tres reglas importantes que debe seguir toda conciencia recta:
1. Nunca justifica el mal para obtener un bien.
2. El fin no justifica los medios.
3. No hacer a otros lo que no quiere que le hagan o trata a los demás como le gustaría que le trataran.
Respeta siempre los actos de los demás y los juicios de su conciencia. Esto quiere decir que la conciencia no debe juzgar los actos de los demás, sino únicamente los propios: “Cree todo el bien que oye y sólo el mal que ve.”
Si nos damos cuenta de que nuestra conciencia viola alguna de estas reglas y no nos avisa en el momento adecuado, ni nos recrimina por ello, es muy factible pensar que está desviada o deformada. Al percibir esto, lo mejor es poner enseguida manos a la obra para mejorar, teniendo en cuenta los siguientes tres aspectos:
Tenemos obligación de formar nuestra conciencia de acuerdo con nuestros deberes personales, familiares, de trabajo y de ciudadano; los mandamientos de la Iglesia, los mandamientos de la Ley de Dios y todas las responsabilidades que hayamos contraído libremente. Esta obligación es nuestra y nadie la puede cumplir en nuestro lugar.
Es necesario que actuemos siempre con conciencia cierta, es decir, que los juicios de nuestra conciencia sean seguros y fundados en la verdad. Por ello, debemos poner todos los medios para salir de la duda o del error.
Nunca olvidarnos que si nuestra conciencia está deformada, podría ser porque alguien nos aconsejó con criterios falsos, entonces la responsabilidad de nuestros actos es menor. Pero, si nuestra conciencia está deformada por nuestra propia decisión o negligencia, por no poner los medios para formarla, entonces la responsabilidad de nuestros actos y la culpabilidad es mayor.
¿Qué podemos hacer para formar nuestra conciencia?
Estudiar el Evangelio, informarnos de qué tratan los documentos del Papa y de la Iglesia. Recordemos que el pretexto de “nadie me lo había dicho”,no sirve como excusa ante Dios, pues es propio de una persona madura formarse e informarse de las normas que deben regir los juicios de nuestra conciencia.
Reflexionar antes de actuar. No nos debemos guiar por nuestros instintos o por lo que oímos, sino por convicciones serias y profundas. Tampoco se vale argumentar: “Creí que estaba bien porque todo el mundo lo hace”.
Pedir ayuda y consejo a alguien que esté bien formado. Puede ser un sacerdote.
Nada mejor que un buen examen de conciencia seguido de una buena confesión. Si nos confesamos frecuentemente, nuestra conciencia se irá haciendo más delicada y más sensible a las pequeñas faltas.
Ser sinceros con nosotros mismos y con Dios. Llamar a cada cosa por su nombre, sin tratar de justificar lo que hacemos o de darle nombres disfrazados que aparentemente le quitan importancia a los actos.
No nos desanimemos ante los fallos. Aprender siempre de las caídas para comenzar de nuevo.
Formar hábitos buenos, programando nuestra vida y nuestro tiempo, sin permitirnos fallos voluntariamente aceptados.
Tener una vida de oración y de sacramnetos para poder obtener las luces necesarias para la inteligencia y las gracias para fortalecer la voluntad.
La Palabra de Dios es una luz para nuestros pasos. Es preciso que la asimilemos en la fe y en la oración, y la pongamos en práctica. Así se forma la conciencia moral. Catecismo de la Iglesia Católica n. 1802
Para profundizar:
Dios llama en la conciencia tomado del libro "La Moral ..... una respuesta de amor",
Homilía del Papa en el Monumento de María Reina de la Paz
Celebrada hoy 9 de septiembre en su viaje apostólico a Mauricio
Por: Papa Francisco | Fuente: Vaticano
Aquí, ante este altar dedicado a María, Reina de la Paz; en este monte desde el que se ve la ciudad y más allá el mar, nos encontramos para participar de esa multitud de rostros que han venido de Mauricio y de las demás islas de esta región del Océano Índico para escuchar a Jesús que anuncia las bienaventuranzas.
La misma Palabra de Vida que, como hace dos mil años, tiene la misma fuerza, el mismo fuego que enciende hasta los corazones más fríos. Juntos podemos decir al Señor: creemos en ti y, con la luz de la fe y el palpitar del corazón, sabemos que es verdad la profecía de Isaías: anuncias la paz y la salvación, traes buenas noticias, reina nuestro Dios.
Las bienaventuranzas «son el carnet de identidad del cristiano. Si alguno de nosotros se plantea la pregunta: “¿Cómo se hace para ser un buen cristiano?”, la respuesta es sencilla: es necesario hacer, cada uno a su modo, lo que pide Jesús en las bienaventuranzas.
En ellas se dibuja el rostro del Maestro, que estamos llamados a transparentar en lo cotidiano de nuestras vidas» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 63), tal como hizo el llamado “apóstol de la unidad mauriciana”, el beato Jacques-Désiré Laval, tan venerado en estas tierras. El amor a Cristo y a los pobres marcó su vida de tal manera que lo protegió de la ilusión de realizar una evangelización “lejana y aséptica”.
Sabía que evangelizar suponía hacerse todo para todos (cf. 1 Co 9, 19-22): aprendió el idioma de los esclavos recientemente liberados y les anunció de manera simple la Buena Nueva de la salvación. Supo convocar a los fieles y los formó para emprender la misión y crear pequeñas comunidades cristianas en barrios, ciudades y aldeas vecinas, muchas de estas pequeñas comunidades han sido el inicio de las actuales parroquias. Fue solícito en brindar confianza a los más pobres y descartados para que fuesen ellos los primeros en organizarse y encontrar respuestas a sus sufrimientos.
A través de su impulso misionero y su amor, el padre Laval dio a la Iglesia mauriciana una nueva juventud, un nuevo aliento, que hoy estamos invitados a continuar en el contexto actual.
Y este impulso misionero hay que cuidarlo porque puede darse que, como Iglesia de Cristo, caigamos en la tentación de perder el entusiasmo evangelizador refugiándonos en seguridades mundanas que, poco a poco, no sólo condicionan la misión, sino que la vuelven pesada e incapaz de convocar (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 26). El impulso misionero tiene rostro joven y rejuvenecedor. Son precisamente los jóvenes quienes, con su vitalidad y entrega, pueden aportarle la belleza y frescura propia de la juventud cuando desafían a la comunidad cristiana a renovarnos y nos invitan a partir hacia nuevos horizontes (cf. Exhort. ap. Christus vivit, 37).
Pero esto no siempre es fácil, porque exige que aprendamos a reconocerles y otorgarles un lugar en el seno de nuestra comunidad y de nuestra sociedad.
Pero qué duro es constatar que, a pesar del crecimiento económico que tuvo vuestro país en las últimas décadas, son los jóvenes los que más sufren, ellos son quienes más padecen la desocupación que provoca no sólo un futuro incierto, sino que además les quita la posibilidad de sentirse actores privilegiados de la propia historia común.
Un futuro incierto que los empuja fuera del camino y los obliga a escribir su vida al margen, dejándolos vulnerables y casi sin puntos de referencia ante las nuevas formas de esclavitud de este siglo XXI. ¡Ellos, nuestros jóvenes, son nuestra primera misión! A ellos debemos invitar a encontrar su felicidad en Jesús; pero no de forma aséptica o lejana, sino aprendiendo a darles un lugar, conociendo “su lenguaje”, escuchando sus historias, viviendo a su lado, haciéndoles sentir que son bienaventurados de Dios. ¡No nos dejemos robar el rostro joven de la Iglesia y de la sociedad; no dejemos que sean los mercaderes de la muerte quienes roben las primicias de esta tierra!
A nuestros jóvenes y a cuantos como ellos sienten que no tienen voz porque están sumergidos en la precariedad, el padre Laval los invitaría a dejar resonar el anuncio de Isaías: «¡Prorrumpan en gritos de alegría, ruinas de Jerusalén, porque el Señor consuela a su Pueblo, él redime a Jerusalén!» (52,9).
Aun cuando lo que nos rodee pueda parecer que no tiene solución, la esperanza en Jesús nos pide recuperar la certeza del triunfo de Dios no sólo más allá de la historia, sino también en la trama oculta de las pequeñas historias que se van entrelazando y que nos tienen como protagonistas de la victoria de Aquel que nos ha regalado el Reino.
Para vivir el Evangelio, no se puede esperar que todo a nuestro alrededor sea favorable, porque muchas veces las ambiciones del poder y los intereses mundanos juegan en contra nuestra. San Juan Pablo II decía que «está alienada una sociedad que, en sus formas de organización social, de producción y consumo, hace más difícil la realización de esta donación [de sí] y la formación de esa solidaridad interhumana» (Enc. Centesimus annus, 41c). En una sociedad así, se vuelve difícil vivir las bienaventuranzas; puede llegar incluso a ser algo mal visto, sospechado, ridiculizado (cf. Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 91).
Es cierto, pero no podemos dejar que nos gane el desaliento. Al pie de este monte, que hoy quisiera que fuera el monte de las Bienaventuranzas, también nosotros tenemos que recuperar esta invitación a ser felices. Sólo los cristianos alegres despiertan el deseo de seguir ese camino; «la palabra “feliz” o “bienaventurado” pasa a ser sinónimo de “santo”, porque expresa que la persona que es fiel a Dios y vive su Palabra alcanza, en la entrega de sí, la verdadera dicha» (ibíd., 64).
Cuando escuchamos el amenazante pronóstico “cada vez somos menos”, en primer lugar, deberíamos preocuparnos no por la disminución de tal o cual modo de consagración en la Iglesia, sino por las carencias de hombres y mujeres que quieren vivir la felicidad haciendo caminos de santidad, hombres y mujeres que dejen arder su corazón con el anuncio más hermoso y liberador.
«Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 49).
Cuando un joven ve un proyecto de vida cristiana realizado con alegría, eso lo entusiasma y alienta, y siente ese deseo que puede expresar así: “Yo quiero subir a ese monte de las bienaventuranzas, yo quiero encontrarme con la mirada de Jesús y que Él me diga cuál es mi camino de felicidad”.
Pidamos, queridos hermanos y hermanas, por nuestras comunidades, para que, dando testimonio de la alegría de la vida cristiana, vean florecer la vocación a la santidad en las múltiples formas de vida que el Espíritu nos propone. Implorémoslo para esta diócesis, como también para aquellas otras que hoy han hecho el esfuerzo de venir hasta aquí. El padre Laval, el beato cuyas reliquias veneramos, vivió también momentos de decepción y dificultad con la comunidad cristiana, pero finalmente el Señor venció en su corazón.
Tuvo confianza en la fuerza del Señor. Dejemos que toque el corazón de muchos hombres y mujeres de esta tierra, dejemos que toque también nuestro corazón para que su novedad renueve nuestra vida y la de nuestra comunidad (cf. ibíd., 11). Y no nos olvidemos que quien convoca con fuerza, quien construye la Iglesia, es el Espíritu Santo.
La imagen de María, la Madre que nos protege y acompaña, nos recuerda que fue llamada la “bienaventurada”. A ella que vivió el dolor como una espada que le atraviesa el corazón, a ella que cruzó el peor umbral del dolor que es ver morir a su hijo, pidámosle el don de la apertura al Espíritu Santo, de la alegría perseverante, esa que no se amilana, ni se repliega, la que siempre vuelve a experimentar y afirmar que “el Todopoderoso hace grandes obras, su nombre es santo”.
¿Por qué el sacerdote besa el altar en la Misa?
¿Cuál es su significado? Vamos a descubrirlo
Al iniciar la celebración eucarística, el sacerdote, después de la procesión de entrada, inmediatamente hace una reverencia al altar y lo besa. Este signo siempre ha llamado mi atención ¿Cuál es su significado? Vamos a descubrirlo.
La Misa está llena de muchos signos que la hacen rica y especial. El beso es uno de los actos de expresión más usados en el mundo. A través de éste manifestamos el cariño, el respeto y el amor que le guardamos a algo o a alguien. Este gesto en la celebración eucarística cobra también un sentido de amor y respeto.
Ahora bien, el altar, desde la antigüedad, era el lugar propio para el sacrificio, en él se ofrecían ofrendas y sacrificios a Dios como signo de adoración y agradecimiento. Para los cristianos es el centro del espacio celebrativo, en torno al cual nos reunimos porque en él se hará presente Cristo. El altar nos recuerda a Cristo resucitado y, a la vez, en él se realiza el sacrificio, del cual nos hace parte. Cristo es el sacerdote que ofrece el sacrificio, es la víctima que libremente se ofrece y, a la vez, es el altar donde se lleva a cabo dicho sacrificio.
Asimismo, el altar simboliza la mesa en la que Jesús instituyó el Sacramento de la Eucaristía junto con sus discípulos; y que como a ellos, parte y reparte para nosotros su pan.
Así nos lo afirma el Catecismo de la Iglesia Católica cuando dice:
El altar, en torno al cual la Iglesia se reúne en la celebración de la Eucaristía, representa los dos aspectos de un mismo misterio: el altar del sacrificio y la mesa del Señor, y esto, tanto más cuanto que el altar cristiano es el símbolo de Cristo mismo, presente en medio de la asamblea de sus fieles, a la vez como la víctima ofrecida por nuestra reconciliación y como alimento celestial que se nos da (1383 CEC).
La Instrucción General del Misal Romano también nos dice:
El altar, en el que se hace presente el sacrificio de la cruz bajo los signos sacramentales, es también la mesa del Señor, para participar en la cual, se convoca el Pueblo de Dios a la Misa; y es el centro de la acción de gracias que se consuma en la Eucaristía. (296 IGMR)
En consecuencia, este signo que hace el sacerdote de besar el altar, al principio y al final de la Misa, es una señal de veneración a Cristo que se encuentra representado en él. En la persona del sacerdote, nosotros los fieles también formamos parte de ese beso, con el que recibimos al Señor que momentos más adelante se hará presente.
Finalmente, cuando un altar es consagrado y bendecido, según la tradición de la Iglesia: “Debe observarse la antigua tradición de colocar bajo el altar fijo reliquias de Mártires o de otros Santos, según las normas litúrgicas.” (1237, § 2. Código de Derecho Canónico) Por lo tanto, cuando el sacerdote besa el altar, besa a Cristo y con él a todos los santos que gozan ahora en su presencia.
Los 2 frentes de ataque de Satanás a la Iglesia: el externo con persecuciones, el interno con herejías
La de la Iglesia es una historia interminable de persecuciones, violencias, mentiras, calumnias
Angela Pellicciari es doctora en Historia Eclesiástica y profesora de Historia de la Iglesia en los serminarios Redemptoris Mater. Se ha especializado en dos fenómenos conexos: el Risorgimento que desembocó en la unidad de Italia a costa de los Estados Pontificios, y el papel de la masonería en la política contemporánea.
Acaba de publicar en la BAC (Biblioteca de Autores Cristianos) Una historia de la Iglesia, un libro que tiene aquella virtud que tanto valoraba el romanista y carlista Álvaro d'Ors (1915-2004): la virtud de una humilde parcialidad. Esto es, y sin merma del rigor en los datos y en su documentación, y en la justificación de cada aserto, la sinceridad de escribir amando aquella realidad de la que se escribe. La Iglesia, en este caso. Y amarla combativamente, apologéticamente, para lavar su rostro de manchas que no le corresponden.
-Dice que lo que se cuenta de la Iglesia no tiene nada que ver con lo que ha vivido en ella y con lo que conoce como historiadora...
-Yo vengo del ateísmo y del 68. Cuando conocí la predicación de Kiko y Carmen [iniciadores del Camino Neocatecumenal] me di cuenta de que todo lo que sabía sobre la Iglesia era falso. Como historiadora he podido documentar que las palabras de León XIII en 1883 eran literalmente ciertas: la llamada ciencia histórica se ha convertido en una conjura contra la verdad (Saepenumero considerantes). ¡Eso no quiere decir que todos los hombres de Iglesia sean santos! Sin embargo, la mayoría de los que conozco, y son muchos, viven y mueren santamente. La de la Iglesia es una historia interminable de persecuciones, violencias, mentiras, calumnias.
-¿Alguna calumnia actual?
-Un ejemplo vale por todos: se han proyectado sobre la Iglesia y sobre su historia las características islámicas. En las últimas décadas, el islam se describe como tolerante, mientras a la Iglesia se la presenta como violenta, opresora, intolerante. Se cuenta la leyenda de los cruzados movidos por el deseo de conquista, por el deseo de botín. Se han proyectado sobre los cristianos las costumbres de los musulmanes: la propaganda anticatólica, bajo la máscara de ciencia histórica, ha invertido las cartas sobre la mesa.
-En Una historia de la Iglesia pone las cosas en orden...
-Estoy contenta de que mi historia de la Iglesia se publique en español, porque me enfrento una a una a las mentiras que sobre la Iglesia y sobre los católicos se han escrito y divulgado, comenzando por las lanzadas contra la historia de la católica España, y son muchas.
-¿Cuál es la constante en esos dos mil años de ataques a la Iglesia?
-La Iglesia es el Cuerpo de Cristo. Satanás odia a Cristo. Contra Él nada puede, pero sin embargo puede intentar hacer daño a los cristianos. Jesús lo dice claramente: me han perseguido a mí, os perseguirán también a vosotros (Jn 15, 20). Y es lo que puntualmente sucede. El ataque a la Iglesia tiene lugar siempre en dos frentes: el externo y el interno. Desde fuera, con la violencia de las persecuciones y el terror que desencadenan. Desde dentro, con el ataque al magisterio por medio de la herejía.
-¿Cuál es la defensa?
-Contra ambos enemigos, contra los engaños del demonio, la Iglesia se ha defendido siempre con la oración, el ayuno y la limosna, buscando consuelo en el Señor. También se ha defendido con la apologética, esto es, con la directa y atenta refutación de las calumnias y de las acusaciones que a través del tiempo le han dirigido los poderes del mundo.
-¿Cómo resuelve la Iglesia su perpetua lucha contra la mundanización?
-Pienso que el modo correcto de vivir es el indicado por el Evangelio. Estamos llamados a ser ciudadanos del cielo, a estar siempre en tensión hacia Dios: “Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48), “amad a vuestros enemigos, haced el bien a quienes os odian” (Lc 6, 27). A lo largo de los siglos, el Espíritu Santo siempre ha suscitado carismas que, en los diversos contextos, han encontrado el modo de hacer actual el Evangelio haciendo de los cristianos hombres celestiales.
-¿Comparte la idea de algunos historiadores de la Iglesia y del pensamiento, de que la gnosis es el fondo común a todas las herejías de todas las épocas?
-Sí. En el tercer capítulo del Génesis, la Biblia cuenta cómo “el mentiroso”, el que divide y odia al género humano, Satanás, engaña a Eva con el pretexto del conocimiento. O mejor: con el pretexto de un falso amor al conocimiento que, en realidad, responde a un deseo de poder que procede de la envidia del poder por excelencia que es Dios. Si vosotros decidís lo que está bien y lo que está mal, sugiere Satanás a Eva, seréis como Dios, porque podréis, como Él, definir el bien y el mal. De esa pretensión del hombre de establecer el bien y el mal surgen las incontables violencias contra la Iglesia y todas las revoluciones y las injusticias que han llenado la tierra de violencia y de sangre.
La hipótesis gnóstica de un conocimiento reservado y revelado solo a los iniciados
está en la base de la voluntad de poder masónica y determina su estructura jerárquica.
-¿Cuál es el peor enemigo que ha tenido la Iglesia?
-A mi modo de ver, el mayor daño se lo ha hecho y continúa haciéndoselo la gnosis. Y por tanto, en los tiempos modernos, la masonería, que por lo demás tiene sus raíces en la revolución protestante (basta pensar en que el autor de las constituciones masónicas es James Anderson, un pastor presbiteriano). La voluntad de poder que se esconde tras las bellas palabras de libertad e igualdad genera la destrucción de las más elementales formas de humanidad. Basta ver lo que ha pasado en la época de la revolución francesa, del liberalismo, del comunismo y del nazismo. Y lo que está sucediendo hoy (y continuará sucediendo) con la transformación en derecho, en ley, del deseo individual. De cualquier deseo individual.
-¿Qué dijo la Iglesia de la masonería?
-De 1738 a 1903, esto es, de la primera condena de la masonería por Clemente XII a la muerte de León XIII, que escribe decenas de cartas contra la masonería, el papado desempeña una gran función profética: los papas ponen en evidencia los peligros, las contradicciones, el absolutismo, el cinismo, al ataque frontal a la Iglesia, el satanismo de las diversas obediencias masónicas, buscando de esta forma evitar a los reyes y a los pueblos la catástrofe de caer bajo la influencia de las sectas. Con León XIII concluye el precioso magisterio pontificio contra las sociedades secretas. Todo lo que se podía escribir y decir al respecto ya estaba dicho y escrito.
-En su libro apunta al modernismo como el gran error moderno...
-Pío X condena el modernismo, que no es sino el ataque mortal a la Iglesia dirigido desde dentro (y por tanto más peligroso, al estar camuflado) en nombre de principios que son los mismos que los de las logias, comenzando por el relativismo. Esto es, la posibilidad de la evolución del magisterio, modelando la Iglesia (cuya institución es divina, esto es, perenne) según las características de la sociedad civil.
-¿Perdura ese error?
-Hoy el ataque al magisterio lo lanzan abiertamente los mismos exponentes del clero, incluso a los máximos niveles.
-¿Qué hacer?
-¿Cómo afrontar este peligro? Con el heroísmo de la fe y la plena confianza en Dios. Dicho en otros términos: con buena voluntad y la ayuda del Espíritu Santo. Y con el estudio.
-Y con el estudio como apologética, ¿con qué argumento justificaría que la Iglesia es santa y divina?
-Uno por encima de todos: a pesar de las persecuciones sufridas, las torturas, las calumnias, las injusticias, las infiltraciones heréticas en su interior, la Iglesia continúa viva. En estos meses, por poner un ejemplo, miles de hermanos del Camino Neocatecumenal, hombres y mujeres, chicos y chicas, sacerdotes y seminaristas, han ido y van de dos en dos, sin dinero, sin teléfono móvil, sin nada (justo como Jesús mandaba a los apóstoles) a anunciar a todo el mundo la victoria de Cristo sobre la muerte. Un hecho heroico, bellísimo, que da testimonio de la juventud y del impulso vital de la Iglesia católica.
-Los enemigos caen y la Iglesia permanece...
-En el Evangelio de Mateo, Jesús profetiza a Pedro que las fuerzas del infierno no prevalecerán: non praevalebunt (Mt 16, 18). El conocimiento de la historia de la Iglesia muestra cómo se ha verificado la promesa de Cristo: a pesar del horror de las persecuciones y de la multitud de los mártires en todo tiempo y lugar, los enemigos de Cristo no han prevalecido.
-¿Cuál es para usted el personaje más atractivo e interesante de la historia de la Iglesia?
-Aparte de Pedro, Pablo y la Magdalena, me siento muy vinculada a Agustín, a Pío IX y al Padre Pío. ¡Pío IX, tal vez el Papa más calumniado de la historia, que ha llevado mansamente la cruz durante 32 años! Por no hablar del protagonista de nuestra época: el pontífice que a mi juicio no es grande, sino gigante: Juan Pablo II.
10 razones contundentes que demuestran que los católicos no somos aburridos
Ser católico es sinónimo de alegría y celebración
Antes de comenzar a desarrollar cualquier idea tenemos que dejar en claro que nadie pretende tener fe como un pasatiempo o una distracción. Muchos creen que las cosas de la fe son aburridas y pasadas de moda. Un típico ejemplo de esto es escuchar a otros decir: “la Misa es aburrida” e inmediatamente la pregunta que cae de cajón es: ¿quién dijo que la misa es para entretenerse?, para eso está el cine.
No obstante, fe y vida van de la mano innegablemente y en la vida de las personas pasar momentos agradables (incluso de carácter espiritual) es algo necesario. Es más, el tiempo de ocio, de descanso y el tiempo libre son fundamentales para una buena salud mental y espiritual, sino corremos el riesgo de volvernos unos amargados.
En este sentido para los católicos hay dos formas de mirarnos: desde afuera y desde dentro. Muchos de los que están fuera nos ven como personas aburridas, estancadas en el tiempo, con prácticas medievales. Por otra parte, nosotros mismos (los que tenemos fe) vivimos nuestro catolicismo como si fuera algo aburrido y lleno de restricciones; miramos las cosas que podríamos hacer en “el mundo” con cierta nostalgia, como si fuera algo que nos hubieran quitado.
Ser católico es sinónimo de alegría y celebración. Esa alegría se ve reflejada en las cosas que hacemos, y en lo bien que la pasamos. Y cuando hablamos de pasarla bien no nos referimos a aquello que nos vende el mundo. Creer que solo eso es diversión, nos hace dudar de nuestras opciones de fe y la alegría que encontramos en ellas.
Por todo esto hemos querido hacer una galería para comprender mejor por qué los católicos estamos bien lejos de ser aburridos; es más, estamos llamados a no serlo
1. Nuestra alegría no es circunstancial
Y eso es un gran alivio, pues si dependiera de lo entretenido, de lo festivo y de lo divertidas que son las cosas que hacemos, entonces estaríamos perdidos y sumidos en una constante frustración. Nuestra alegría está puesta en que somos amados, somos queridos por Dios y esta es mucho más importante que nuestras debilidades.
2. Estamos llamados a ser auténticos
Somos amados por Dios, como somos, con nuestras debilidades y con nuestras virtudes. Ser quienes realmente somos nos da una libertad inmensa que nos llena de alegría y que nos permite enfrentar la vida de forma mucho más confiada y feliz.
3. ¡La cuenta ya está pagada!
Imagina que estás comiendo y festejando en un bar muy costoso, de pronto se acerca el mesero y te dice que la cuenta está pagada, que no debes nada, que alguien ya pagó por ti. Vivimos en la alegría de que nuestra cuenta ya fue cancelada por Jesús, no para aprovecharnos y seguir pidiendo cosas, sino para para tener la tranquilidad de que a pesar de lo que hayamos hecho, hay alguien que murió en la cruz por amor a nosotros y que esto nos da la certeza de que no hay ninguna deuda que pagar.
4. La comunidad sostiene nuestras fragilidades
Vivimos en comunidad con personas que creen lo mismo y tienen las mismas esperanzas que nosotros. Son ellos quienes nos sostienen en nuestras fragilidades, celebran junto a nosotros las alegrías y nos acompañan en nuestras vidas llenándolas de amor.
5. Estamos llamados a ser como niños
Ser como niños no es lo mismo que comportarse infantil o inmaduramente. Significa actuar con libertad, dejar la vergüenza, los prejuicios y los miedos de lado, y actuar desde el amor buscando la felicidad.
6. Vivimos con la alegría de ser hijos de Dios
Nada más tranquilizador que saber que nos espera una habitación, que el Padre nos tiene reservado un lugar para el final de nuestros días y que ese Padre es el creador de todo. Eso, sin lugar a dudas, nos da una alegría que es imposible de medir.
7. Buscamos actividades que enriquezcan nuestro interior
Esta alegría que brota de nuestros corazones la podemos vivir porque hemos atendido a lo que hay dentro de ellos, procurando alimentar nuestras almas con lo único capaz de saciarlas: el amor de Dios.
8. Necesitamos siempre llevar la buena nueva
Si alguien llega con una buena noticia es bien recibido. Cuando compartimos el Evangelio, siempre es una buena noticia, es esperanzador, consolador, llena de paz a las almas y comunica vida. Ver los rostros iluminados de esperanza es nuestra felicidad.
9. Nos reconocemos infinitamente amados
Comprendemos que nuestra vida y nuestra existencia es deseada por Dios, no somos una casualidad y todo nuestro ser es amado. Esta certeza nos da una nueva forma de ver la vida, pues ella tiene un sentido: alguien nos cuida y quiere lo mejor para nosotros.
10. Tenemos margen de error y podemos volver a intentar
No es una invitación a equivocarse voluntariamente, pero saberse perdonado, saber que quien nos juzga es el Dios de la Misericordia y del Amor, nos permite enfrentar el error y la fragilidad con la esperanza. Ser hijps amados de Dios no lo perderemos, aunque seamos indignos de ello, pues somos perdonados y aceptados continuamente en el corazón de Dios, aun cuando no hacemos las cosas del todo bien.
¿Qué puedes hacer para inyectar alegría y diversión a tu apostolado? Y si en tu diócesis se está realizando algo grande, que nos ayude a contarle al mundo que es un mito eso de que el católico es aburrido, no dudes es escribirnos
Como bonus, les dejamos estos dos videos que resumen como es que, viviendo nuestra fe y la alegría que esta nos provoca, podemos llegar a hacer cosas grandes.
Lifeteen Summer Camp
Lifeteen es un programa para pastoral juvenil que existe en Estados Unidos y en algunos otros países y que se ha implementando en cientos de parroquias. Lifeteen organiza un campamento de verano, con una producción de película, en donde miles de jóvenes de distintas partes de Estados Unidos asisten durante toda la temporada de verano, una experiencia que marcará sus vidas y sus corazones para siempre, en donde Jesús Eucaristía y vivir la pureza son el centro de todo.
Jornada Mundial de la Juventud (JMJ)
La Jornada Mundial de la Juventud es un encuentro internacional en el que jóvenes de diferentes partes del planeta se reúnen, junto con sus catequistas, sacerdotes y obispos, junto al Papa, para celebrar durante una semana su fe. El fundador y el primer huésped de la JMJ fue San Juan Pablo II quien invitó a los jóvenes a Roma (1984) y luego SS. Benedicto XVI y SS. Francisco han seguido con esta tradición. Conciertos, vigilias, adoraciones, ferias, exposiciones, obras de teatro y todo lo que puedas imaginar, es posible de encontrar durante esta semana.