El corazón del hombre es como un campo de batalla
- 11 Octubre 2019
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Memoria litúrgica, 11 de ocubre
CCLXI Papa
Martirologio Romano: En Roma, Italia, San Juan XXIII, Papa, cuya vida y actividad estuvieron llenas de una singular humanidad. Se esforzó en manifestar la caridad cristiana hacia todos y trabajó por la unión fraterna de los pueblos. Solícito por la eficacia pastoral de la Iglesia de Cristo en toda la tierra, convocó el Concilio Ecuménico Vaticano II. († 1963)
Fecha de beatificación: 3 de septiembre de 2000, por S.S. Juan Pablo II. Fecha de canonización: 27 de abril de 2014, por S.S. Francisco
Memoria litúrgica: 11 de octubre
Breve Biografía
Nació en el seno de una numerosa familia campesina, de profunda raigambre cristiana. Pronto ingresó en el Seminario, donde profesó la Regla de la Orden franciscana seglar. Ordenado sacerdote, trabajó en su diócesis hasta que, en 1921, se puso al servicio de la Santa Sede. En 1958 fue elegido Papa, y sus cualidades humanas y cristianas le valieron el nombre de "papa bueno". Juan Pablo II lo beatificó el año 2000 y estableció que su fiesta litúrgica se celebre el 11 de octubre.
Nació el día 25 de noviembre de 1881 en Sotto il Monte, diócesis y provincia de Bérgamo (Italia). Ese mismo día fue bautizado, con el nombre de Ángelo Giuseppe. Fue el cuarto de trece hermanos. Su familia vivía del trabajo del campo. La vida de la familia Roncalli era de tipo patriarcal. A su tío Zaverio, padrino de bautismo, atribuirá él mismo su primera y fundamental formación religiosa. El clima religioso de la familia y la fervorosa vida parroquial, fueron la primera y fundamental escuela de vida cristiana, que marcó la fisonomía espiritual de Ángelo Roncalli.
Recibió la confirmación y la primera comunión en 1889 y, en 1892, ingresó en el seminario de Bérgamo, donde estudió hasta el segundo año de teología. Allí empezó a redactar sus apuntes espirituales, que escribiría hasta el fin de sus días y que han sido recogidos en el «Diario del alma». El 1 de marzo de 1896 el director espiritual del seminario de Bérgamo lo admitió en la Orden franciscana seglar, cuya Regla profesó el 23 de mayo de 1897.
De 1901 a 1905 fue alumno del Pontificio seminario romano, gracias a una beca de la diócesis de Bérgamo. En este tiempo hizo, además, un año de servicio militar. Fue ordenado sacerdote el 10 de agosto de 1904, en Roma. En 1905 fue nombrado secretario del nuevo obispo de Bérgamo, Mons. Giácomo María Radini Tedeschi. Desempeñó este cargo hasta 1914, acompañando al obispo en las visitas pastorales y colaborando en múltiples iniciativas apostólicas: sínodo, redacción del boletín diocesano, peregrinaciones, obras sociales. A la vez era profesor de historia, patrología y apologética en el seminario, asistente de la Acción católica femenina, colaborador en el diario católico de Bérgamo y predicador muy solicitado por su elocuencia elegante, profunda y eficaz.
En aquellos años, además, ahondó en el estudio de tres grandes pastores: san Carlos Borromeo (de quien publicó las Actas de la visita apostólica realizada a la diócesis de Bérgamo en 1575), san Francisco de Sales y el entonces beato Gregorio Barbarigo. Tras la muerte de Mons. Radini Tedeschi, en 1914, don Ángelo prosiguió su ministerio sacerdotal dedicado a la docencia en el seminario y al apostolado, sobre todo entre los miembros de las asociaciones católicas.
En 1915, cuando Italia entró en guerra, fue llamado como sargento sanitario y nombrado capellán militar de los soldados heridos que regresaban del frente. Al final de la guerra abrió la «Casa del estudiante» y trabajó en la pastoral de estudiantes. En 1919 fue nombrado director espiritual del seminario.
En 1921 empezó la segunda parte de la vida de don Ángelo Roncalli, dedicada al servicio de la Santa Sede. Llamado a Roma por Benedicto XV como presidente para Italia del Consejo central de las Obras pontificias para la Propagación de la fe, recorrió muchas diócesis de Italia organizando círculos de misiones. En 1925 Pío XI lo nombró visitador apostólico para Bulgaria y lo elevó al episcopado asignándole la sede titular de Areópoli. Su lema episcopal, programa que lo acompañó durante toda la vida, era: «Obediencia y paz».
Tras su consagración episcopal, que tuvo lugar el 19 de marzo de 1925 en Roma, inició su ministerio en Bulgaria, donde permaneció hasta 1935. Visitó las comunidades católicas y cultivó relaciones respetuosas con las demás comunidades cristianas.
Actuó con gran solicitud y caridad, aliviando los sufrimientos causados por el terremoto de 1928. Sobrellevó en silencio las incomprensiones y dificultades de un ministerio marcado por la táctica pastoral de pequeños pasos. Afianzó su confianza en Jesús crucificado y su entrega a él.
En 1935 fue nombrado delegado apostólico en Turquía y Grecia. Era un vasto campo de trabajo. La Iglesia católica tenía una presencia activa en muchos ámbitos de la joven república, que se estaba renovando y organizando. Mons. Roncalli trabajó con intensidad al servicio de los católicos y destacó por su diálogo y talante respetuoso con los ortodoxos y con los musulmanes. Cuando estalló la segunda guerra mundial se hallaba en Grecia, que quedó devastada por los combates. Procuró dar noticias sobre los prisioneros de guerra y salvó a muchos judíos con el «visado de tránsito» de la delegación apostólica. En diciembre de 1944 Pío XII lo nombró nuncio apostólico en París.
Durante los últimos meses del conflicto mundial, y una vez restablecida la paz, ayudó a los prisioneros de guerra y trabajó en la normalización de la vida eclesiástica en Francia. Visitó los grandes santuarios franceses y participó en las fiestas populares y en las manifestaciones religiosas más significativas. Fue un observador atento, prudente y lleno de confianza en las nuevas iniciativas pastorales del episcopado y del clero de Francia. Se distinguió siempre por su búsqueda de la sencillez evangélica, incluso en los asuntos diplomáticos más intrincados. Procuró actuar como sacerdote en todas las situaciones. Animado por una piedad sincera, dedicaba todos los días largo tiempo a la oración y la meditación.
En 1953 fue creado cardenal y enviado a Venecia como patriarca. Fue un pastor sabio y resuelto, a ejemplo de los santos a quienes siempre había venerado, como san Lorenzo Giustiniani, primer patriarca de Venecia.
Tras la muerte de Pío XII, fue elegido Papa el 28 de octubre de 1958, y tomó el nombre de Juan XXIII. Su pontificado, que duró menos de cinco años, lo presentó al mundo como una auténtica imagen del buen Pastor. Manso y atento, emprendedor y valiente, sencillo y cordial, practicó cristianamente las obras de misericordia corporales y espirituales, visitando a los encarcelados y a los enfermos, recibiendo a hombres de todas las naciones y creencias, y cultivando un exquisito sentimiento de paternidad hacia todos. Su magisterio, sobre todo sus encíclicas «Pacem in terris» y «Mater et magistra», fue muy apreciado.
Convocó el Sínodo romano, instituyó una Comisión para la revisión del Código de derecho canónico y convocó el Concilio ecuménico Vaticano II. Visitó muchas parroquias de su diócesis de Roma, sobre todo las de los barrios nuevos. La gente vio en él un reflejo de la bondad de Dios y lo llamó «el Papa de la bondad». Lo sostenía un profundo espíritu de oración. Su persona, iniciadora de una gran renovación en la Iglesia, irradiaba la paz propia de quien confía siempre en el Señor. Falleció la tarde del 3 de junio de 1963.
Juan Pablo II lo beatificó el 3 de septiembre del año 2000, y estableció que su fiesta litúrgica se celebre el 11 de octubre [1], recordando así que Juan XXIII inauguró solemnemente el Concilio Vaticano II el 11 de octubre de 1962.
El milagro para su beatificación
El hecho atribuido a la intercesión del Papa Bueno hace referencia a la inexplicable curación de una religiosa, Sor Caterina Capitani, enferma de una dolencia estomacal. Era el año 1966 (apenas tres años después de la muerte de Juan XXIII), cuando la entonces joven Caterina Capitani examinada por los médicos de Nápoles recibió el terrible diagnóstico: "Perforación gástrica hemorrágica con fistulación externa y peritonitis aguda". Un caso a todas luces desesperado en el que el desenlace fatal había sido ya aceptado por la familia. Sin embargo, el 22 de mayo de 1966, las hermanas de la enferma, sabedoras de que Caterina era una ferviente admiradora de Juan XXIII, oraron pidiendo su intercesión mientras le colocaban una imagen del Papa sobre el estómago de Sor Caterina. Pocos minutos después, la monja, a la que ya habían administrado el sacramento de la unción de los enfermos, comenzó a sentirse bien y pidió comer.
Sor Caterina Capitani, quien falleció en marzo del 2010 (a la edad de 68 años), relató haber visto a Juan XXIII sentado al pie de su cama de enferma, diciéndole que su plegaria había sido escuchada. Días más tarde, una radiografía documentó la desaparición completa del mal que padecía. La ciencia, fue incapaz de dar una explicación a la curación, además en el estómago no le quedaron señales de las cicatrices causadas por la fístula. Una comisión de médicos calificó de "inexplicable científicamente" la curación de la religiosa.
La canonización
El papa Juan XXIII tenía en su haber más de veinte curaciones inexplicables atribuidas a su intercesión, incluidas dos de las que su postulador estába convencido de que soportarían el riguroso examen del equipo de asesores médicos de la congregación.
Entre los casos más interesantes, está la historia de una mujer de Nápoles que en 2002 ingirió sin querer una bolsa de cianuro. Invocando al beato se salvó del envenenamiento sin dañar los riñones, o el bazo, y curando al mismo tiempo la cirrosis hepática.
Pero un segundo milagro comprobado no fue necesario. El 5 de julio de 2013 el Papa Francisco firmó el decreto en el cual se aprueba la votación a favor de la canonización del Beato Juan XXIII (Angelo Giuseppe Roncalli) realizada el día 2 del mismo mes y año en la sesión ordinaria de los Cardenales y Obispos de la Congregación para la Causa de los Santos.
Para conocer más sobre este proceso recomendamos leer el artículo ¿Por qué Juan XXIII será santo sin milagro?
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NOTA
[1] En el santoral los santos y beatos se inscriben en su fecha de muerte, día de su ingreso a la casa del Padre. La fiesta litúrgica no tiene que coincidir obligatoriamente con la fecha de recordación en el santoral.
El plan de Dios y el combate espiritual
Santo Evangelio según san Lucas 11, 15-26. Viernes XXVII del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, que invocando tu nombre pueda llenarme de tu gracia porque sé que de ti proviene toda bendición. Ayúdame a tomar consciencia de que estoy en un combate espiritual contra el maligno y que debo saber responder a tu amor con mi vida.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 11, 15-26
En aquel tiempo, cuando Jesús expulsó a un demonio, algunos dijeron: “Este expulsa a los demonios con el poder de Belzebú, el príncipe de los demonios”. Otros, para ponerlo a prueba, le pedían una señal milagrosa. Pero Jesús, que conocía sus malas intenciones, les dijo: “Todo reino dividido por luchas internas va a la ruina y se derrumba casa por casa. Si Satanás también está dividido contra sí mismo, ¿cómo mantendrá su reino? Ustedes dicen que yo arrojo a los demonios con el poder de Belzebú. Entonces, ¿con el poder de quién los arrojan los hijos de ustedes? Por eso, ellos mismos serán sus jueces. Pero si yo arrojo a los demonios con el dedo de Dios, eso significa que ha llegado a ustedes el Reino de Dios. Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros; pero si otro más fuerte lo asalta y lo vence, entonces le quita las armas en que confiaba y después dispone de sus bienes. El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama. Cuando el espíritu inmundo sale de un hombre, anda vagando por lugares áridos, en busca de reposo, y al no hallarlo, dice: ‘Volveré a mi casa, de donde salí’. Y al llegar, la encuentra barrida y arreglada. Entonces va por otros siete espíritus peores que él y vienen a instalarse allí, y así la situación final de aquel hombre resulta peor que la de antes”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
¿Quién es Jesús para mí? Al hacernos esta pregunta cuestionamos de qué manera nos relacionamos con Dios, porque podemos no creer que Él nos ayuda o pensar que solo podemos pedirle cosas y no nos sirve para más, pero Él es algo más. El poder de Cristo viene de su unión con el Padre porque es un poder que puede hacer lo impensable con su sabiduría divina; a veces no comprendemos cómo es que actúa Dios y para esto necesitamos pedir su gracia la cual nos hace más como Él. Aceptar su plan de salvación es difícil pero no imposible, si no creemos que Él quiere nuestro bien nos podemos perder y pensar que no necesitamos de Dios, pero es en esos momentos en los que lo necesitamos más. Este Evangelio nos recuerda que el demonio existe y puede actuar de muchas maneras, la forma más sutil es a través de otras personas. Sabemos que Cristo, siendo el hombre más fuerte, ya lo ha vencido, pero su influencia sigue molestándonos; en este combate entre las fuerzas del mal y el bien debemos elegir un lado porque nada es indiferente en este combate espiritual del que ninguno se escapa. La forma en la que podemos luchar contra el demonio y sus fuerzas del mal es reconocer la presencia de Dios en nuestra vida, que primeramente está en nosotros mismos por su gracia, invocar a Cristo durante el día para que nos proteja y nos dé su bendición y visitarlo en la Eucaristía. «Hacer todas las noches el “examen de conciencia” como una oración, para identificar si lo que nos ha movido en la jornada ha sido el Espíritu de Dios o el espíritu del mundo, es un ejercicio decisivo en nuestro combate espiritual que nos lleva a entender el corazón y el sentido de Cristo. El corazón del hombre es como un campo de batalla donde se enfrentan continuamente el espíritu de Dios, que nos lleva a las buenas obras, a la caridad, a la fraternidad, y el espíritu del mundo que sin embargo nos lleva hacia la vanidad, el orgullo, la suficiencia, el chismorreo. (SS Papa Francisco, homilía 4 de septiembre de 2018, en santa Marta).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación. Invitar a alguien a ir a una iglesia para hace una visita al Santísimo.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia. Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
La Familia de cara a Dios
Trabajemos por construir familias según el plan de Dios, unidas en el amor, la verdad, la justicia y la paz que sean células sanas y dinámicas fermento de la Civilización del Amor
Cada vez se generaliza más una concepción muy superficial del amor, de la sexualidad, del pudor y de la familia, sin meditar suficientemente sobre los efectos en las almas y sobre los demás miembros de la familia y la sociedad. Es necesario reconstruir la sociedad fortaleciendo a la familia de cara a Dios.
Pienso que si seguimos como vamos, cada vez habrá más desorientación y problemas en el alma de las personas, en la desunión de las familias, derivando en problemas sociales graves. Sin embargo, tengo mucha esperanza y fe en Dios y sé que Su Amor triunfará produciéndose una gran transformación y en eso nuestra querida Iglesia, tiene mucho que aportar.
El tema de la Familia es crucial para el futuro de la sociedad. En el Congreso Mundial de Familias que se reunirá en Filadelfia y la segunda parte del Sínodo de Obispos del 2015 en torno al tema de la familia son oportunidades para que la Iglesia clarifique la importancia de la familia para amar a Dios, desarrollarnos como personas, fortalecernos como sociedad.
La misión primordial de la Iglesia y de la familia de cara a Dios es la de apoyarnos unos a otros en nuestra vida terrena con la guía del evangelio como medio para nuestro tránsito al cielo.
La Iglesia debe iluminar las conciencias respecto a lo bueno y lo malo de acuerdo a la ley natural y a nuestra fe, ayudar a discernir entre el bien y el mal para que las personas podamos liberarnos de la esclavitud del pecado y podamos vivir la libertad y felicidad de los hijos de Dios. Sobre muchos temas relacionados a la familia hay mucha desorientación y nuestra tarea es llevar luces guiados por las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo. La misión es universal, no está circunscrita a nuestra fe, porque Dios Padre dispuso que todo sea sometido a los pies de Jesucristo, mediante la acción de su Espíritu Santo en el mundo y en su Iglesia, el cuerpo místico del Señor. Todo debe realizarse por amor y respetando la libertad.
Pienso que el problema de la familia está fundamentado en no comprender por qué y para qué de nuestra existencia de cara a Dios y a la vida Eterna y la relativización de los valores fundamentales de nuestra fe, viendo como corrientes y naturales pecados que atentan contra la dignidad humana, la familia y la sociedad. Lo que podemos apreciar a nuestro alrededor es que la concupiscencia, la fornicación, el adulterio, el egoísmo, la soberbia, las rencillas, los resentimientos y demás pecados son las causas más frecuentes para el deterioro de nuestras almas y la división de las familias. Muchos de estos pecados a veces no los reconocemos porque se disfrazan de amor y cada vez los medios de comunicación, e incluso a veces las instituciones educativas, los muestran como más cotidianos y corrientes, confundiendo en la formación a las nuevas generaciones. Incluso a veces en la misma Iglesia, ayer me decía una joven que se había acercado a la iglesia para pedirle al sacerdote que orara por ella y su esposo, que estaban con riesgos de divorcio, y el padre le respondió que ella estaba joven que podía rehacer su vida.
Creo que es urgente de parte de la Iglesia un pronunciamiento más claro y contundente de la unidad indisoluble del vínculo de los esposos y de los pecados que atentan contra la familia, para bien de las almas y el futuro de la sociedad. Así como para una madre o un padre su hijo no deja de ser su hijo nunca, aunque su comportamiento no sea el mejor, de igual manera los esposos tienen lazos invisibles tan fuertes, que la influencia mutua es muy grande y siempre se van a afectar por el comportamiento del otro al igual que los hijos. La solidaridad empieza en la familia o si no es muy difícil llevarla a la sociedad. Todo lo que dice el evangelio es para vivirlo primero en el corazón, después en la familia y luego en la sociedad.
No es para que nos juzguemos unos a otros sino para que podamos purificar nuestras conciencias, salvar nuestras almas y la célula primordial de la familia. Pienso que profundizar en Mateo 5,17 y siguientes, en el que Nuestro Señor nos invita a cumplir la ley en todo detalle de nuestra vida y se refiere explícitamente al enojo, al adulterio, al divorcio, al juramento en vano, a la venganza, y nos invita a las buenas obras y a la oración. Todo un manual de conducta para aplicar en el corazón, en la familia y en la sociedad.
"El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos. . . Ustedes han oído que se dijo: "No cometerás adulterio, pero yo les digo: El que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón". Mt 5, 19. 27-28.
Jesús, que nos conoce, sabe que el enamorarse de alguien fuera del matrimonio se puede evitar si se corta de raíz, de entrada, si nuestra voluntad dice un no radical por amor fiel a la pareja. Es necesario que comprendamos que la infidelidad al esposo o esposa, lo son a Dios, y que la pureza del vínculo matrimonial hay que trabajarla desde la mente y el corazón.
El enamoramiento infiel fue explicitado por Nuestro Señor como el origen del adulterio y hoy nuestra sociedad lo tiene endiosado.
Más pedagogía sobre el Verdadero Amor
La encíclica "Dios es Amor", del Excelentísimo papa emérito Benedicto XVI, nos enseña mucho sobre el Amor y nos recuerda un mensaje central de las Sagradas Escrituras referentes a que el Amor es la propia esencia de Dios.
Lo grave en los tiempos actuales es que se le llama amor a acciones contrarias al Amor de Dios porque son fruto de pecados. El enemigo de Dios se disfraza de amor y ahí está el mayor peligro. Hoy que celebramos el nacimiento de Juan el Bautista, recordemos que murió por denunciar un adulterio, pienso que en los tiempos actuales le volverían a cortar la cabeza al hacerlo, porque nos hemos connaturalizado con esa situación y si lo denunciamos quedamos como que estuviéramos juzgando a los demás, y aunque debemos cuidarnos de no juzgar a los demás, no podemos dejar de denunciar el pecado porque es un mal que acaba con nuestro corazón, con nuestras familias y con nuestra sociedad.
También a veces en nuestra conversación diaria usamos la palabra amor, sin la connotación tan trascendente que tiene y eso puede confundirnos. Es necesario aclarar que si alguien comete adulterio a esa relación no le puede llamar amor. Si personas casadas se permiten el enamoramiento y la relación carnal con otras personas cometen fornicación, adulterio, juraron en vano, luego están poniendo en grave peligro sus almas. "
El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros". La Palabra es importante. Los términos relacionados con Dios necesitamos protegerlos en su legítimo significado para claridad de nuestras mentes y conciencias. Por ejemplo como Iglesia podemos estimular a los fieles a sólo utilizar la palabra amor, cuando sea coherente el término con las enseñanzas de Dios. A la palabra Amor, si la utilizamos para decir que es la naturaleza de Dios, debemos cuidarla en nuestro léxico y sólo debemos utilizada para reflejar comportamientos coherentes con sus mandamientos, con sus bienaventuranzas, con sus consejos evangélicos.
Algunas veces usamos la palabra amor a la ligera, sin darle la importancia que merece al término amor, todos lo hacemos. No podemos decir por ejemplo: "Es que muchas veces el amor fracasa en las parejas de casados…" Creo que se debería cambiar esa frase. Lo que fracasa no es el amor. Lo que fracasa es el desamor o la falta de amor. El desamor está alimentado por el egoísmo que se da al no tener a Dios presente en nuestras vidas y en medio de nuestras relaciones… El amor no fracasa nunca. Dios que es Amor, todo lo puede. "Pon amor y cosecharás amor", decía San Juan De la Cruz. "El amor es comprensivo, el amor es servicial, el amor no se engríe, ni se irrita, todo lo comprende, todo lo cree, todo lo perdona, no acaba nunca".
Los problemas en nuestro interior, las malas relaciones interpersonales, los resentimientos, la discordia, la sexualidad y la afectividad desordenadas, son la causa de la mayoría de los problemas matrimoniales, y su causa más profunda es el pecado. Hemos perdido la connotación de lo Sagrado del vínculo matrimonial y de la familia y las personas, incluso creyentes, les parece correcto meterse con personas casadas, amparados por "supuesto amor", poniendo en riesgo el alma de ellos y perjudicando en justicia al cónyuge, los hijos y a la sociedad. Se justifican fácilmente con frases como "pero si se aman", "tienen derecho a ser felices". Pero si al hacer algo se pone en peligro el alma de la persona, no se está realmente amando a esa persona, sino que la relación con esa persona tiene su base en el egoísmo ya que se trata de construir la felicidad con otra persona sin tener en cuenta el pecado y sin tener en cuenta el dolor que está causando a la legitima esposa(o) y a los hijos.
El amor es un sentimiento pero es mucho más que eso. Es una decisión de la voluntad. Es una acción que siempre es factible de aplicar, incluso hacia nuestros enemigos, si nos abrimos al amor de Dios en nuestros corazones. Luego no es justificación para romper una relación: "pero ya no se aman", como si fuera una realidad fuera de nuestra responsabilidad y posibilidad. Si el corazón se ha alimentado de rencores, rencillas, malos tratos, resentimientos, egoísmos, puede dificultarnos la capacidad de amar, pero precisamente esa es la tarea de la vida aprender cada día a amar más y la Iglesia debía concentrarse en esa tarea por medio del Espíritu Santo.
Muy hermoso como el Papa Francisco se expresa y sensibiliza frente a cómo viven la pareja y los hijos las realidades y dificultades matrimoniales como "una sola carne", de acuerdo a lo expresado por Nuestro Señor. En lo que no estoy de acuerdo, es en lo que muchos dicen: "la separación termina siendo inevitable". No, en muchos casos sí es evitable, nuestra Iglesia tiene que seguir diciendo con valentía que si hay problemas en las relaciones matrimoniales necesitamos acercarnos más a Dios para acrecentar nuestra capacidad de amar y llevar nuestro matrimonio a Dios y a su Iglesia para curar las heridas. Esos problemas que se expresan en nuestro trato cotidiano muestran que estamos honrando a Dios con los labios pero no con el corazón; que necesitamos curar heridas, que necesitamos el perdón de Dios y el perdón entre los miembros de la familia y para eso tiene que estar la Iglesia, para que con las herramientas que nos regaló Nuestro Señor, sus Sacramentos, Su Palabra, la oración, el consejo de personas que se dejen guiar por el Espíritu Santo, ayudemos a descubrir cuáles son los pasos a seguir para reparar ese matrimonio y ayudarlo a seguir en los caminos del Señor.
Fortalecer el vínculo
Pienso que podemos elaborar en la Iglesia un documento muy pedagógico en el que se explique el matrimonio, las implicaciones del compromiso matrimonial, los pecados que atentan contra éste y recordar que su meta final es la santificación de las almas y alcanzar el cielo todos los miembros de la familia. Incluso antes de hacer los votos matrimoniales, firmar que se ha comprendido y aceptado, no para que sean sancionados por leyes humanas, si no los cumplen, eso es independiente, sino como camino para la verdadera felicidad, la comunión con Dios. Todos los esfuerzos valen la pena si se hacen por amor a Dios. Esto acompañado con un llamado a vivir la sexualidad solo en el ámbito matrimonial, abiertos a la vida, con paternidad responsable, que tiene que ver precisamente con la garantía de unión de los esposos para apoyarse mutuamente en el desarrollo de todos sus miembros.
Una familia unida en el amor, viviendo conforme a las enseñanzas de Jesucristo, sale adelante y los hijos son un aliciente, un estímulo adicional para con amor lograr una vida plena. No es solo que las parejas se mantengan unidas en matrimonio, sino que lo hagan desde el amor, el sacrificio, el compromiso, la decisión para amar a Dios a través de su vínculo y a través del amor que ofrecen a sus hijos con un hogar luminoso, alegre y unido.
Nulidad Matrimonial
Considero que el tema de las nulidades matrimoniales necesitan un ajuste importante a futuro, pero no para flexibilizarlas más, sino todo lo contrario, para dejarlas para casos verdaderamente extremos de engaños que no se pudieron evitar previamente, procurando al máximo evitarlos de antemano. Es una puerta peligrosa que se está convirtiendo en puerta ancha para evadir las responsabilidades de los contrayentes entre sí, frente a sus hijos, frente a la sociedad y frente a Dios, convirtiéndose muchas veces en un divorcio disfrazado. Vemos todos los días unas nulidades incomprensibles de parejas de muchos años, con muchos hijos y responsabilidades comunes, dejadas de lado por una nueva relación y a veces incluso causadas por esa relación. No estoy de acuerdo que la falta de fe inicial sea causal válida para una nulidad, porque la familia es de ley natural y si la persona no tiene fe en Dios, de todas maneras tiene que ser fiel a su palabra. Nuestro Señor nos dice: Cuando digas "sí" es "sí", cuando digas "no" es "no". Tenemos que ser fieles a nuestra palabra, hablar y actuar con la verdad y la integridad, ser fieles a nuestros compromisos, a nuestros convenios con los demás.
Es necesario verificar por anticipado las condiciones de los contrayentes y de sus intenciones al contraer matrimonio, refrendando ese matrimonio como una unidad indisoluble, permanente, única, que sólo termina con la muerte de alguno de los esposos.
"Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre".
Creo que como Iglesia tenemos que fortalecer el vínculo matrimonial explicando con mayor detalle lo que implica, los deberes y derechos, los posibles pecados que atentan contra la familia y los compromisos y responsabilidades que se asumen frente a Dios y la sociedad. Si la entrega no se hace "quemando las naves" de entrada, cualquier razón se termina colocando como fuente de división para la familia. Con mucho respeto intuyo que muchas de las demoras de los procesos de nulidad no se deben solo a los procedimientos, sino a la contradicción que terminan siendo para las conciencias de los sacerdotes que intervienen, quienes dudan si es lo más conveniente para ser coherentes con lo pedido por Nuestro Señor. Incluir ahora el tema de la certeza de la fe en el momento de hacer el voto matrimonial me parece muy peligroso porque introduce un elemento más, incuantificable y subjetivo, y que da a entender que sólo dentro de la fe es válido defender el matrimonio, cuando es algo de ley natural que Dios dispuso desde la misma creación del ser humano.
Pienso que en vez de flexibilizar más el tema de las nulidades matrimoniales, hay que trabajar más el tema de las familias con posibilidades de reparación, perdón y reiniciar nuevos caminos juntos. Ofrecer mucho más apoyo a las parejas para que puliendo su relación con la luz del Evangelio, puedan salir adelante. Les hemos pasado esa responsabilidad a psicólogos que con mente pagana ven como causal de divorcio cualquier incompatibilidad de caracteres o falta de enamoramiento, cuando tenemos nosotros la riqueza del Evangelio como medio para curar esas incompatibilidades o desamores y armonizarlas y fortalecerlas en el amor a Dios.
Hacia el futuro me parece que la Iglesia debía hacer más prevención de temas de nulidad y no exponer a familias a que sus compromisos se declaren nulos por errores de consentimiento. Verificar ese consentimiento con mayor pedagogía y proteger a la familia durante toda su vida.
El tema de la comunión para matrimonios divorciados y vueltos a casar me parece absurdo porque estaríamos quitándole la connotación de pecado al adulterio y le estaríamos negando el valor del Sacramento como presencia real de Jesucristo que requiere que nos vistamos de la gracia para recibirlo. El Señor nos dice: "por sus frutos los conoceréis". Los frutos naturales de la conversión son el arrepentimiento, la solicitud de perdón, la reparación, la reconciliación siempre que sea posible, o sino suspender la relación adúltera y ofrecer sacrificios y oraciones por su legítimo esposo o esposa.
Sé que todos estos temas son difíciles por la situación que vivimos actualmente en que todo se ha vuelto como si fuera natural pero Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre y si San Juan el Bautista estuviera en nuestros tiempos, le diría de nuevo a Herodes: "No te es lícito tener por mujer la esposa de tu hermano", eso sí, correría el mismo riesgo que asumió entonces.
Toda esta situación a todos nos duele. Todos tenemos casos cercanos, queridos, amados, nosotros mismos, que vivimos situaciones de pecado reflejadas en la vida matrimonial. Uno se encariña con los legítimos y con los que no son, no es nada fácil este tema y de ahí el gran reto que tenemos, hacerlo con mucho amor, mucha pedagogía pero llevando a las personas a Dios, quitándonos unos a otros la venda que nos pone el pecado: con la obediencia a Él es que podremos liberarnos. Cuando sabemos que una bacteria o virus es letal, tomamos todas las precauciones, el pecado es más peligroso y dañino. El pecado es la enfermedad más mortal que existe y si no nos llenamos de valentía para denunciarlo, todos moriremos lejos de Dios.
Educación Familiar
La educación para la vida de pareja y de familia debe empezar desde niños y necesita estar acompañada de educación en la fe, la afectividad, la voluntad, el entendimiento. Hoy más que nunca la tarea es difícil por no querer herir susceptibilidades de familias con problemas en su interior, viviendo en situaciones que no son las más recomendables. Sin embargo, opino que la Iglesia tiene el deber de presentar con claridad los pecados que atentan contra la familia, como bien explicados están en el Catecismo y motivar a perdonar a los progenitores por sus dificultades, pero alentar a construir hacia adelante un mundo diferente basado en la "Civilización del Amor".
Según mi experiencia como orientadora familiar y viendo lo que sucede a mi alrededor, creo que falta tener más educación en el Amor, desde la perspectiva de Dios y respecto a los pecados que atentan contra la familia como la fornicación y el adulterio. Existe mucha desorientación, muy especialmente en temas relacionados a la integridad personal, a la familia, al manejo de la sexualidad y de los afectos. Los creyentes no estamos confiando en el poder del Espíritu Santo para sanarnos a nivel personal y familiar, el poder de la Palabra de Dios, de los sacramentos para curar las heridas en el alma y potencializar positivamente las relaciones.
Necesitamos continuar predicando y defendiendo la sexualidad enmarcada dentro del matrimonio para que la familia se fortalezca y crezca la capacidad de amar de sus miembros, con mucha valentía y de manera explícita y clara. Los medios de comunicación nos están llenando las mentes de mucha basura, sin embargo, nos falta más contundencia para denunciarlo, para no consumir lo que producen si hace daño a nuestras almas y a nuestras familias. Tenemos que unirnos y producir cosas que eleven el alma, que llenen nuestros pensamientos "de lo que sea puro, verdadero, digno de loa", como decía San Pablo. Muchos de los medios, películas, videos, música, industria de la contracepción y anticoncepción, están en contravía, pero Dios es más poderoso y la búsqueda del bien y de la felicidad humana nuestros mayores aliados.
Opino que debemos rescatar la pureza de la doctrina de Jesucristo que está muy bien planteada en nuestro Catecismo pero que en la vida práctica católica no siempre se expresa de manera apropiada, por lo que es necesario reforzar primero el convencimiento que Cristo es el camino, la verdad y la vida, y luego ser más obedientes a su Palabra, con una pedagogía basada en el amor y el respeto, pero atreviéndonos a llamar a las cosas que atentan contra la persona y la familia por su nombre, para poderlas enfrentar y vencer, unidos al Espíritu Santo.
Nuestra misión es repetir y repetir que "con Dios todo lo podemos", que si no se entiende la posición de la Iglesia, se acerquen más a Dios y verán qué es lo que más conviene a sus almas, a sus familias y a la sociedad. Cuando Jesús les explicó a sus discípulos sobre el matrimonio y el no al divorcio, ellos quedaron preocupados y les parecía algo muy difícil de seguir, a lo que Él les dijo: "Para Dios todo es posible".
Todos estamos en capacidad de entender que fortalecer la familia nos ayuda a todos a ser más felices. Todos provenimos de familias. No son inventos de la Iglesia. Es Dios mismo quien nos busca y nos llama para que fortalezcamos el corazón permitiendo que inscribamos sus leyes en él y las hagamos vida en nuestra familia y comunidad. La Verdad y el Amor son más fuertes porque vienen de Dios y prevalecen.
La gran mayoría de las familias se destruyen por nuestro egoísmo, por nuestra concupiscencia, porque no sabemos construir lazos de amor, respeto y justicia entre las personas. No es cambiando de parejas que vamos a mejorar en estos aspectos, sino abriéndole el corazón a Dios para que nos transforme y nos ayude a reparar la propia alma y ayudemos al cónyuge y a los hijos también a llegar a Dios, mediante nuestra aceptación, amor, nuestra oración.
Espero que los resultados del Segundo Sínodo nos lleven a mayor claridad sobre todos los aspectos que afectan a la familia. El primero nos dejó más confundidos. Todos los problemas del mundo están relacionados con las vivencias familiares. Tenemos que apuntar con mayor énfasis no sólo al matrimonio católico sino a la constitución de todas las familias, no mediante la obligación sino con el despertar de las conciencias.
Nuestro Señor vino a invitarnos a todos al cielo y a llevarnos con Él y para eso se hizo camino con obediencia, fidelidad total al Padre, enseñándonos a cumplir la ley en toda su plenitud.
He visto muchas parejas que se casaron muy enamoradas y comprometidas pero sin comprender que el amor implica sacrificio, aceptación, búsqueda de la felicidad del cónyuge y de los hijos, y fácilmente caen en una relación adúltera que los hace sentir enamorados nuevamente y empiezan como si no tuvieran ese vínculo irrompible de "una sola carne", dejando mucho dolor en la pareja y en los hijos quienes además de las dificultades naturales de la vida, les toca vivir la ausencia de uno de los padres, las relaciones con padres sustitutos llenas de riesgos afectivos, la soledad afectiva o las tensiones por las relaciones rotas entre los cónyuges y muchos otros problemas.
Sin juzgar, con mucho amor, tenemos que hacer caer en la cuenta de que el pecado tiene poder corrosivo sobre todos los implicados, que adormece sus conciencias con el supuesto "amor" que sienten. Lo más triste es que se ven a cada rato situaciones como éstas, consiguiendo nulidades matrimoniales, con base en la desfiguración de la pareja y de los motivos que los llevó a unir sus vidas, o por inmadurez, lo que termina siendo un divorcio disfrazado, con el agravante que deja las conciencias tranquilas frente a los pecados que llevaron a esta situación.
Tememos de pronto que se alejen más de la Iglesia porque se sienten señalados, pero eso no puede impedirnos que llamemos a las cosas por su nombre, para claridad de las conciencias, con delicadeza, con amor, con caridad pero también con valentía y verdad.
Pienso que la Iglesia debe predicar para el mundo entero, no solo para sus fieles la necesidad de fidelidad al compromiso matrimonial, buscando llevar a las parejas de hecho al sacramento. Que el respeto por la familia sea total, esté el matrimonio ya confirmado ante el altar o no.
El matrimonio es de ley natural. Debemos llegar al punto en que las relaciones conyugales se vuelvan a realizar como fruto del compromiso matrimonial y como sello de la alianza de los esposos. Para mi generación eso fue posible para muchas mujeres y para algunos pocos hombres, pero nuestra meta es regresar al principio según el plan creador de Dios. "Para Dios nada es imposible". Él todo lo hace nuevo.
Nuestro Catecismo es muy claro, referente a todos estos temas. Tenemos que llevarlo al público para que se conozca y se comprenda porque todo pecado nos esclaviza y liberarnos de ellos siempre nos conduce al gozo, la alegría, la paz, la unión con Dios.
No nos cansemos de promover el amor, la decencia, la justicia, la solidaridad que vino a traernos Jesucristo para que construyamos un mundo en el que con Él como Rey, conquistaremos la felicidad eterna.
Llamémosle al mal por su nombre bajo la luz del Evangelio, cuidándonos que las costumbres tengan siempre un referente claro, en donde evaluarse para poder tender siempre hacia nuestro mejoramiento como personas en camino hacia Dios.
Muchas gracias por leer mis consideraciones, espero sean de algo útil al enorme desafío que tenemos como Cuerpo Místico de Cristo, para acercar más nuestras almas a Él.
Dios bendiga e ilumine a nuestro Santo Padre Francisco, nuestra inmensa gratitud por todo lo que nos enseña y por su vida entregada al servicio del amor de Dios y de nosotros sus ovejas, siempre en oración junto a mi familia encomendándolo y respetándolo mucho, Que la Virgen Santísima nos siga conduciendo a su Hijo para que "Hagamos todo lo que Él nos diga".
Que Jesús, María y San José, la Sagrada Familia de Nazaret, nos guíen para que trabajemos por construir familias según el plan de Dios, unidas en el amor, la verdad, la justicia y la paz que sean células sanas y dinámicas fermento de la Civilización del Amor.
¿Por qué debemos confesarnos antes de comulgar?
Jesucristo no comenzó su predicación diciendo ‘quédense como están porque yo los acepto así’, sino: ‘convertíos y creed en el Evangelio’
Pregunta:
Padre. Si Dios nos ama a todos y nos acepta tal y como somos. ¿por qué para tomar la sagrada Hostia se supone que debemos estar sin pecado alguno?. Todos los días pecamos, y Dios es un ser misericordioso que se alegra cuando sus ovejas regresan. No creo que Dios te rechace por esto. ¡Expliqueme!
Respuesta:
El Catecismo (n. 1384) nos recuerda que ‘El Señor nos dirige una invitación urgente a recibirle en el sacramento de la Eucaristía: ‘En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros’ (Jn 6, 53)’.
Pero también nos dice a continuación (n. 1385): ‘Para responder a esta invitación, debemos prepararnos para este momento tan grande y santo. San Pablo exhorta a un examen de conciencia: ‘Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo’ (1 Co 11, 27-29). Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar’.
Usted dice que Dios nos ama a todos, y en esto tiene razón. Pero añade a continuación ‘y nos acepta tal y como somos’, y en esto se equivoca. Dios nos quiere santos. Jesucristo no comenzó su predicación diciendo ‘quédense como están porque yo los acepto así’, sino: ‘convertíos y creed en el Evangelio’. Y dio su vida por nosotros en la Cruz para que cambiásemos de vida. Si Dios nos quiere a todos tal como somos, debemos respetar a los ladrones y a los homicidas porque Dios los quiere tal como son, ¿quiénes somos nosotros para obligarlos a cambiar o para meterlos en la cárcel?
San Pablo mismo dice (y está citado en el texto del Catecismo) que quien come el Cuerpo o la Sangre de Cristo ‘indignamente’ será reo y come y bebe su propio castigo.
Por esta razón añade el Catecismo (n. 1386): ‘Ante la grandeza de este sacramento, el fiel sólo puede repetir humildemente y con fe ardiente las palabras del Centurión: ‘Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme’. En la Liturgia de san Juan Crisóstomo, los fieles oran con el mismo espíritu: A tomar parte en tu cena sacramental invítame hoy, Hijo de Dios: no revelaré a tus enemigos el misterio, no te daré el beso de Judas; antes como el ladrón te reconozco y te suplico: ¡Acuérdate de mí, Señor en tu reino!’.
¿Hay condenados en el infierno?
Una eternidad sin nadie que se haya condenado es una eternidad frívola, no valdría la pena luchar por evitarla
El infierno "vacío"
Hoy día algunos pretenden que el infierno está deshabitado. Piensan que no hay condenados de hecho. Los textos que hablan del infierno no serían más que amenazas que nunca se realizarán. Orígenes admitía condenados temporales, ahora se niega la existencia misma de condenados.
En el Concilio Vaticano II un Padre pidió que se declarase que había, de hecho, condenados en el infierno, porque si no, el infierno sería una mera hipótesis (67). La Comisión teológica juzgó que no era necesario introducir esa declaración porque los textos neotestamentarios citados en el documento conciliar tienen forma gramatical futura (68); no son verbos en forma hipotética o condicional, sino en forma futura. “Irán” supone, como cae de maduro, que alguien irá (69).
Las explicaciones de la Comisión teológica son el presupuesto de las votaciones y constituyen la interpretación oficial del texto. Si algún Padre no hubiese estado de acuerdo con la interpretación hubiese votado “non placet”. De modo tal que estamos frente a la interpretación oficial de cómo entiende el Concilio Vaticano II esos pasajes bíblicos y lo entiende en el sentido de que hay y habrá condenados de hecho, excluyendo la interpretación meramente hipotética del infierno.
Una vez más comprobamos que algunos que se creen los adalides del Concilio Vaticano II son los que más ignoran sus textos y la interpretación correcta de los mismos.
La fe católica afirma sin ambages que hay condenados en el infierno y que no fue destruido por Jesucristo. Como dice el Catecismo de la Iglesia Católica, citando enseñanzas anteriores del Magisterio de la Iglesia: “Jesús no bajó a los infiernos para liberar de allí a los condenados (70) ni para destruir el infierno de la condenación (71), sino para liberar a los justos que le habían precedido” (72). Por eso enseña Mons. José Capmany Casamitjana, Obispo Director Nacional de las Obras Pontificias Misionales de España: “Lo cierto es que el infierno existe y que allí hay y habrá condenados” (73),y los que tienen un mínimo de sentido común deducen: “Y yo puedo ser uno de ellos. Pondré todos los medios para evitarlo”.
Ciertamente que la Iglesia no tiene poder para declarar quienes son los que se han condenado.
No existe una suerte de canonización al revés. Más aún, la incapacidad que tiene la Iglesia para señalar quien está en el infierno, es salvífica. En la Iglesia, nadie tiene poder para destruir, sino sólo para construir: “...conforme al poder que me dio el Señor para edificación nuestra y no para destruir” (cf. 2 Cor. 13,10).
Se cuenta de San Vicente Pallotti que un día el santo sacerdote acompañaba al suplicio a un asesino del peor género, que rehusaba obstinadamente arrepentirse, se mofaba de Dios y blasfemaba hasta en el cadalso. El P. Palotti había agotado ya todos lo medios de conversión: estaba en el tablado al lado de aquel miserable; bañado de lágrimas el rostro, se había echado a sus pies, suplicándole que aceptase el perdón de sus crímenes, mostrándole el anchuroso abismo en que iba a caer. A todo esto, el criminal había respondido con un insulto y una blasfemia, y su cabeza acababa de caer al golpe de la fatal cuchilla. En la exaltación de su fe, de su dolor e indignación, y también para que aquel horrible escándalo se trocase para la muchedumbre de los asistentes en saludable lección, el piadoso eclesiástico se levanta, toma por los cabellos la ensangrentada cabeza del ajusticiado y presentándola a la multitud: “¡Mirad!, exclamó con voz atronadora; ¡mirad bien!; ¡he aquí la cara de un condenado!” Se dice que este sólo hecho basto para retardar el proceso de beatificación. ¡Hasta tal punto la Iglesia es misericordiosa! (74).
Del Santo Cura de Ars solamente se cita un caso en el cual pareció temer por la suerte eterna de un difunto.“Una persona recién llegada de París o de sus alrededores -refiere Hipólito Pagés- le preguntó donde estaba el alma de uno de sus parientes recientemente fallecido. Recibió esta respuesta, sin comentario alguno: ‘No quiso confesarse a la hora de la muerte’. Desgraciadamente, era muy cierto: el moribundo había rechazado al sacerdote. El Cura de Ars no podía saberlo de antemano” (75).
Ni del mismo Judas se puede afirmar con seguridad, a pesar de que hay varios textos bíblicos que parecieran abonar la hipótesis de su condenación. De hecho, San Vicente Ferrer afirmaba que se había salvado (76).
En nombre de la misericordia divina
Hacia el 420 San Agustín (77) indica distintas teorías sobre el infierno, actuales en aquel entonces:
1. Algunos creían que todos los pecados eran expiados en vida o después de morir;
2. Otros sostenían que Dios no condenaría a nadie por la intercesión de los santos;
3. Otros sostenían que ningún bautizado, ni aún los herejes, se condenarían;
4. Había quienes limitaban la salvación a todos los bautizados en la Iglesia católica, que aunque cayesen en idolatría y ateísmo no se condenarían para siempre;
5. Otros decían que los que perseveraran en la fe, aunque cayesen en pecados graves, se salvarían;
6. Algunos afirmaban que sólo se condenarían los despiadados.
Ideas todas que fueron defendidas en nombre de la misericordia divina, como pasa ahora también. Todos los hombres y mujeres estarían confirmados en gracia.
San Agustín refutó todas esas teorías: “Después del juicio final unos no querrán y otros no podrán pecar... Los unos viven en la vida eterna una vida verdaderamente feliz, los otros seguirán siendo desventurados en la muerte eterna, sin poder morir: ni unos ni otros tendrán fin... La muerte eterna de los condenados no tendrá fin y el castigo común a todos consistirá en que no podrán pensar ni en el fin, ni en la tregua, ni en la disminución de sus penas” (78).
Ya hemos visto cómo en nombre de la misericordia divina Schillebeeckx niega el infierno. Pero hay otros teólogos católicos, no “infernalistas” como dice uno de ellos, que pareciera que, de hecho, creen que el infierno está vacío, como Teilhard de Chardin, Rahner y von Balthasar (79), que consideran el infierno como una posibilidad real de desastre final pero, al mismo tiempo, insisten en el deber de “esperar para todos”, según R. Gibelli (80). A primera vista pareciera que la postura de Schillebeeckx es más grave, sin embargo, este último es más peligroso engaño.
Una eternidad sin nadie que, de hecho, se haya condenado ni se vaya a condenar, es una eternidad frívola, no seria, es un infierno “light”. No vale la pena luchar por evitarlo, si de hecho se evita; por tanto tampoco vale la pena esforzarse por ganar la otra eternidad, que nos es dada sin esfuerzo. La propuesta del infierno progresista es una propuesta autoritaria y demagógica. Autoritaria, porque todos, aunque no quieran, se salvan; demagógica, porque como los políticos actuales hacen promesas fáciles de eterna salvación, que luego no cumplirán, muchos se enterarán cuando ya sea tarde, y ¿a quién reclamarán?
Un infierno vacío no es un infierno salvífico; por el contrario, un infierno habitado, sí, es salvífico. Por eso está revelado: “...irán...”, y como toda revelación sobrenatural, es una revelación salvífica.
Negar el infierno -en alguno o en todos sus elementos- es una forma de univocar el ser, de homogeneizarlo, lo cual es típico de todo sistema gnóstico. El infierno “light” es, en el fondo, un infierno hegeliano, es decir, una idea del infierno, no un infierno real, concreto, de hecho; es un “flatus vocis”, no un acontecimiento. Digamos que a la pastoral del “flatus vocis”, corresponde un infierno que es un “flatus vocis”. Los que afirman que no hay condenados en el infierno, se inscriben en la misma línea ideológica de los que niegan la transmisión por generación del pecado original, o niegan la Encarnación verdadera y real de nuestro Señor, o su resurrección corporal (81), o la integridad biológica de la Virgen María, o la presencia física de Cristo en la Eucaristía. Algunos no niegan descaradamente el infierno, ni el pecado original, ni la Encarnación del Verbo, ni la resurrección, ni la virginidad de María, ni la Eucaristía; pero sí niegan aquello que verifica, sustenta, a modo de preambula fidei la realidad del infierno, del pecado original, de la Encarnación, de la resurrección, de la virginidad, de la presencia real en la Eucaristía. Es decir, imitan la actitud inconsciente de quien serrucha la rama donde está sentado. Este infierno de ficción es una pamplinada más del progresismo. Es un infierno vano y nimio, como repulgo de empanada.
¡Qué diferencia! Antes se decía que había un cartel en la entrada del infierno: “Los que entráis aquí abandonad toda esperanza”; ahora cambiaron la leyenda del cartel por: “Prohibido entrar”. Antes: “Aquí no hay salvación”; ahora: “Se alquila. Desocupado”. Antes los malos iban al infierno; ahora si hay infierno Dios es malo.
Mucho tiempo atrás ya advertía San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia, sobre los misericordiosistas: “Pero ¡Dios es tan misericordioso! Sí; es misericordioso, pero no es tan estúpido que vaya a obrar irracionalmente; ser misericordioso con quienes quieren continuar ofendiéndole no sería bondad, sino estupidez de Dios. Dice el Señor: ¿Ha de ser malo tu ojo porque yo soy bueno? (Mt 20,15) Y porque yo soy bueno, ¿tú quieres ser malo? Dios es bueno, pero también es justo, y, por tanto, nos exhorta a observar su santa ley si queremos salvarnos: Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos (Mt 19,17). Si Dios fuera misericordioso con todos los hombres, buenos y malos; si concediera a todos la gracia de convertirse antes de morir, sería ocasión de pecado hasta para los buenos; pero no, que cuando llega el término de sus misericordias castiga y no perdona más. Y mis ojos no se compadecerán de ti ni me apiadaré (Ez 7,4); por lo que nos avisa: Rogad que vuestra fuga no sea en invierno ni en sábado (Mt 14,20). En el invierno no se puede actuar por el frío ni en el sábado por la ley; lo que significa que para los pecadores impenitentes vendrá tiempo en que quisieran darse a Dios y se verán impedidos de hacerlo por sus malos hábitos” (82).
Sabias palabras que hay que sopesar atentamente:
• Dios es misericordioso, pero no estúpido.
• Dios es misericordioso, pero su misericordia es regulada por su sabiduría (83).
• Dios es Amor, pero no obra irracionalmente.
• Dios es bueno, pero no para que nosotros seamos malos; si Dios fuese bueno para que nosotros seamos malos, Dios no sería bueno.
• Dios es bueno, pero es justo (84).
• Si Dios salvase a todos, si quisiese con voluntad eficaz la salvación de todos los hombres, sean buenos o sean malos, Dios sería ocasión de pecado aún para los buenos, o sea, que si no castigase a los malos induciría a los buenos a que se hiciesen malos, ya que sería lo mismo. Ese absurdo, que en Dios no se da, sí se da en predicadores, catequistas o formadores que niegan el infierno por el motivo que fuese -niegan la pena de daño, o la de sentido, o la eternidad, o lo vacían-: ellos sí, de hecho, son ocasión de pecado aún para los buenos. Dios quiere con voluntad antecedente la salvación de todos los hombres, pero con voluntad consecuente, luego del pecado no retractado, quiere castigar a algunos. Sugiero que en nuestras Congregaciones religiosas se invite, tempestivamente, a quienes nieguen cualquier
•
• aspecto del infierno, a que salgan de nuestra familia religiosa. Que no nos pase, lo que ha pasado con tantos otros. Tápense los oídos cuando alguien hable negando la terrible realidad del infierno, esos son retoños del Maligno que trabajan para él. Son lobos con piel de oveja.
• Si Dios quisiese con voluntad eficaz la salvación de todos los hombres, ¿para qué la Encarnación de su Hijo?, ¿para qué la muerte en cruz?, ¿para qué la Iglesia?, ¿para qué el Papa, los obispos, los sacerdotes y diáconos?, ¿para qué la nueva evangelización?, ¿para qué las Conferencias Episcopales, las Curias, el CELAM y todos los demás organismos?, ¿para qué los sacramentos?, ¿para qué la liturgia?, ¿para qué la Palabra de Dios, la Biblia?, ¿para que la predicación?, ¿para qué evangelizar la cultura?, ¿para qué la misión ad gentes?, ¿para qué tratar “sobre la Iglesia en el mundo actual”?, ¿para qué el diálogo, con los otros cristianos, con los que creen en Dios, con los que no creen en nada?, ¿para qué trabajar en el areópago de los medios de comunicación?, ¿para qué...?
El infierno se puebla más con la “misericordia” que con la justicia. El progresismo es antifrástico -como al gordo que le dicen flaco-: quieren un infierno vacío y lo único que logran es poblarlo más. Son los colonizadores del infierno. Un infierno deshabitado es un infierno fatal para los hombres.
Es también San Alfonso el que enseña: “Cierto autor indicaba que el infierno se puebla más por la misericordia que no por la justicia divina; y así es, porque, contando temerariamente con la misericordia, prosiguen pecando y se condenan. Dios es misericordioso. ¿Pero, quién lo niega? Y, a pesar de ello, ¡a cuántos manda hoy día la misericordia al infierno! Dios es misericordioso, pero también justo, y por eso está obligado a castigar a quien lo ofende. Él usa de misericordia con los pecadores, pero sólo con quienes luego de ofenderle lo lamentan y temen ofenderlo otra vez: Su misericordia por generaciones y generaciones para con aquellos que le temen (85), cantó la Madre de Dios. Con los que abusan de su misericordia para despreciarlo, usa de justicia. El Señor perdona los pecados, pero no puede perdonar la voluntad de pecar. Escribe San Agustín que quien peca con esperanza de arrepentirse después de pecar, no es penitente, sino que se burla de Dios (86). El Apóstol nos advierte que de Dios no se burla uno en vano: De Dios nadie se burla (87). Sería burlarse de Dios ofenderlo como y cuanto uno quiere y después ir al cielo” (88).
Leí un artículo muy ambiguo: “Díme cómo es tu infierno y te diré quién es tu Dios” (89), lo cual vale también para saber cómo es la persona que opina sobre el infierno. Si tu infierno está vacío, tu dios es estúpido y vos lo mismo. Si tu infierno es “light”, tu dios es “light”, y vos sos un hombre “light”.
Los infernovacantistas lo único que han dejado vacíos son los conventos, los seminarios y los noviciados. Muchos se quejan de que no tienen vocaciones, pero si no creen en la eternidad, ¿cómo podrán convencer a los jóvenes que vale la pena entregarlo todo por Cristo? En toda decisión vocacional a la vida consagrada está presente la dimensión escatológica. Cuando ésta falta, falta la motivación para hacer algo que valga la pena. Sin eternidad es imposible que haya vocaciones a la vida consagrada: “...es constante la doctrina que la presenta como anticipación del Reino futuro. El Concilio Vaticano II vuelve a proponer esta enseñanza cuando afirma que la consagración ‘anuncia ya la resurrección futura y la gloria del reino de los cielos’ (90). Esto lo realiza sobre todo la opción por la virginidad, entendida siempre por la tradición como una anticipación del mundo definitivo, que ya desde ahora actúa y transforma al hombre en su totalidad” (91).
Los infernovacantistas disminuyen la grandeza del misterio pascual y transforman la necesidad y urgencia de la nueva evangelización en una suerte de nuevo proselitismo. Son los agoreros de “los cielos nuevos y la tierra nueva” profetizados y prometidos (Is 65, 17 y cf. 66, 22; 2Pe 3, 13). _____________________________________________
Notas:
67 “Unus Pater vult aliquam sententiam introduci ex que appareat reprobos de facto haberi (ne damnatio ut mera hypotesis maneat”. Schema Constitutionis dogmaticae de Ecclesia, Modi VI, cap. 7, nº 40, p. 10.
68 “Ceterum in n. 48 Schematis citantur verba evangélica quibus Dominus ipse in forma grammaticaliter futura de reprobis loquitur” (ibid., nota anterior).
69 Prescindimos en este trabajo de la cuestión si son muchos o pocos los que se salvan. No entra dentro de nuestro intento ocuparnos de esa cuestión.
70 Cf. Concilio de Roma, año 745: DS, 587: “...Clemens, qui per suam stultitiam sanctorum Patrum statuta [scripta] respuit vel omnia synodalia acta [parvipendit], /.../ insuper et dominum Iesum Christum descendentem ad inferos omnes [!] pios et impios exinde praedicat [simul inde] abstraxisse...” (“...Clemente, quien por su estulticia rechazó los escritos de los Santos Padres o (tuvo en poco) las actas sinodales, /.../ dijo también que el Señor Jesucristo descendiendo a los infiernos extrajo a todos los píos y a los ímpios”).