Jesús, hijo de David, ten compasión de mí
- 13 Octubre 2019
- 13 Octubre 2019
- 13 Octubre 2019
Rómulo, Santo
Obispo, 13 de octubre
Martirologio Romano: En Matuta (hoy San Remo), en la costa de la Liguria, san Rómulo, obispo de Génova, que, lleno de ardor apostólico, murió durante una visita pastoral (s. V).
Etimologicamente: Rómulo = fundador de Roma. Viene de la lengua latina.
Breve Biografía
Cristo no vino a la tierra para ejercer un castigo, sino para que todo ser humano sea salvado, reconciliado, y descubra que Dios es amor y sólo amor.
Rómulo fue un obispo del siglo V.
El nombre mítico del fundador de Roma recorre el calendario una docena de veces.
Cuando se va estudiando su biografía, uno cae en la cuenta de que han sido mártires por defender su fe en Cristo el Señor.
El de hoy fue obispo de Génova en el siglo V.
¿Por qué se le conoce?
Hay dos característica en su vida que reflejan toda una vida que giró en torno a dos ejes fundamentales que, por otra parte, son los propios de cada cristiano:
En primer lugar, en todo cuanto hacía, pensaba y meditaba, le guiaba la luz de la fe. Sin esta lámpara encendida en su corazón no habría podido llevar a cabo lo que constituye su segundo eje.
La caridad sin límites. El amor de Dios, que ha venido para ayudar y para que todo el mundo se encuentre alegre y feliz, era el ímpetu que le lanzaba a recorrer la ciudad, las parroquias para tomar nota de las necesidades que padecían los predilectos de Dios, los pobres.
Dicen que agotado de tanto trabajo, murió en la paz de Dios. Y que desde el momento en que enterrado, su tumba comenzó a ser venerada por los genoveses y que incluso se hicieron varios milagros.
Cuando durante la invasión sarracena hubo que trasladar la sede episcopal a Villa Matutiana, se llevaron los restos de san Rómulo.
De su vida lo que ha llegado hasta nuestros dias son leyendas, historias que no se pueden comprobar.
¡Felicidades a quien lleve este nombre!
Las actitudes del corazón
Santo Evangelio según san Lucas 17, 11-19. Domingo XXVII del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, concédeme la gracia de reconocerme necesitado de tu compasión amorosa.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 17, 11-19
En aquel tiempo, cuando Jesús iba de camino a Jerusalén, pasó entre Samaria y Galilea. Estaba cerca de un pueblo, cuando le salieron al encuentro diez leprosos, los cuales se detuvieron a lo lejos y a gritos le decían: "¡Jesús, maestro, ten compasión de nosotros!". Al verlos, Jesús les dijo: "Vayan a presentarse a los sacerdotes". Mientras iban de camino, quedaron limpios de la lepra. Uno de ellos, al ver que estaba curado, regresó, alabando a Dios en voz alta, se postró a los pies de Jesús y le dio las gracias. Ese era un samaritano. Entonces dijo Jesús: "¿No eran diez los que quedaron limpios? ¿Dónde están los otros nueve? ¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios?". Después le dijo al samaritano: "Levántate y vete. Tu fe te ha salvado".
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Existe una hermosa tradición mística en la Iglesia de Oriente. Se conoce como la oración del Nombre de Jesús. Consiste en repetir de modo frecuente a lo largo de la jornada las palabras: ‘Jesús, hijo de David, ten compasión de mí.’ Grandes hombres de oración han dedicado una vida entera a contemplar estas sencillas palabras. Y es que en ellas se encuentran las dos actitudes que un corazón saludable tiene al acercarse a Jesús, es decir, la confianza y la gratitud. Primero, confianza. Sabemos de antemano que aquello que pediremos nos será concedido. En el corazón de cada uno de los leprosos estaba este anhelo por ver realizada su petición. No olvidemos que la lepra era enfermedad de pecadores; de ahí que sólo quien podía perdonar los pecados tenía potestad para curarla. Después, agradecimiento. La bendición que recibimos gratuitamente exige, en toda justicia, que volquemos nuestra mirada hacia lo alto y demos gracias por tan inmenso derroche de generosidad. Tristemente, de los diez leprosos sólo uno regresó. ¡Y era el samaritano, enemigo de los judíos y extraño al Dios de Israel! ¿Cuántas veces conseguimos verdaderamente, con un corazón sincero, pasar de la confianza al agradecimiento? ¿Cuántas veces confiamos sin agradecer? ¿Cuántas veces desconfiamos y no agradecemos? El Evangelio es muy claro. Quien agradece, da gloria a Dios. Y quien da gloria a Dios, es salvado por su fe. Así pues, ¿confiamos y agradecemos? «O se puede pensar en los diez leprosos de los que habla también Lucas, los cuales fueron sanados y se fueron, pero solamente uno volvió a dar gracias: los otros habían sido sanados y así se olvidaron de Jesús. Frente a una fe condicionada por el interés, Jesús reprocha y dice: “Trabajad, no por la comida que no dura, sino por la comida que permanece para la vida eterna, y que el Hijo del hombre os dará”. La comida es la Palabra de Dios y el amor de Dios». (Homilía de S.S. Francisco, 16 de abril de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación. En los momentos del día en que todo parezca salirse de control, repetiré en mi interior: ‘Jesús, hijo de David, ten compasión de mí.’
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
La anorexia espiritual
¡No te conformes! ¡No te acomodes en tu vida espiritual! Todo empieza por una distancia pequeña, y después podremos llegar a negarle, como le pasó a Pedro.
Una de las partes que más me impacta del relato de La Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo es el momento en que a Jesús lo prenden, cuando sus discípulos huyen, antes de las negaciones de Pedro. Pero más específicamente, la siguiente parte:
“Pedro le seguía de lejos” Mateo 26, 58
¡Pedro le seguía de lejos! ¡Qué fuerte! Después de esto lo negó tres veces. Y ¿cómo no? Si le seguía de lejos…
Estoy segura que mirando hacia atrás en sus vidas, más de uno de ustedes se ha hecho alguna de estas preguntas (o parecidas a éstas) en cualquier ocasión:
¿Desde cuándo me volví así de indiferente? ¿En qué momento me dejé engordar tanto? ¿Cuándo se dañó tal o cual amistad? ¿En qué momento se enfrió nuestra relación (novio, amigos, familia, etc)? Y la más importante…. ¿En qué momento me alejé tanto de Dios?
La respuesta a esta última pregunta es: en el momento en que, al igual que Pedro, le empezaste a seguir de lejos. Y ¿sabes por qué? Porque en la distancia que permitiste que se diera entre tú y Cristo cabe cualquier cosa. Nada de lo anterior pasa de un momento a otro, todo viene sucediendo, solo que nos damos cuenta cuando ya hemos llegado al límite.
¿Por qué de repente empezamos a seguir a Cristo de lejos?
Pueden existir muchas razones, entre ellas:
• Porque no estamos dispuestos a identificarnos completamente con Él.
• Por respeto humano (miedo al “qué dirán”).
• Por no estar dispuestos a renunciar a cosas del mundo que no son compatibles con Dios.
• Porque no hemos renovado ese primer amor.
• Por el desánimo.
• Por la soberbia que produce desesperanza por “no entender las cosas de Dios”.
• Porque hemos estado ocupados con los quehaceres de la vida, no tenemos tiempo.
Si bien existirán muchas más razones, quiero hacer énfasis en esta última: no hay tiempo, estoy ocupado(a), lo he dejado pasar…
Por esta razón he querido escribir de la anorexia espiritual. Todo empieza por una dieta de oración, de sacramentos, de actos de piedad, de servicio… Una dieta que poco a poco va debilitando el alma, pues no está recibiendo su alimento. Una dieta que se potencializa con la prisa del día a día y las preocupaciones que invaden nuestra mente. Una dieta que al final puede convertirse en lo que yo llamo la anorexia espiritual.
Cuando esto sucede ya no hay fuerzas para nada: para rezar, para identificar los millones de detalles que Dios tiene a diario con nosotros, para amar… Y es inevitable, pues desde hace un tiempo no te has alimentado. ¿Cómo te van a quedar fuerzas, ánimos, ilusiones?
Ojo con enfriarnos. Como dice un muy buen amigo: la mediocridad es una lepra que consume el alma… Estamos en la capacidad de alzar bandera roja cuando nos sintamos así. Y ¿sabes qué? Dios es el primer interesado en mandarnos rescatistas, no uno, sino los que sean necesarios. Él nos invitó a seguirle de cerca. Venimos de Él y estamos hechos para volver a Él. Cristo lucha a cada instante por ganar un espacio en nuestra vida para así llegar a lo que siempre ha soñado: mantener una relación íntima con cada uno de nosotros. Una relación que no es intermitente, que no tiene “peros”, que no varía según mi estado de ánimo… Una relación y una entrega total, porque es lo mínimo que Él se merece, y porque es lo único que nos va a llenar en plenitud.
¡No te conformes! ¡No te acomodes en tu vida espiritual! Todo empieza por una distancia pequeña, y después podremos llegar a negarle, como le pasó a Pedro.
“El ataque tiene muchas más probabilidades de éxito cuando el mundo interior del hombre es gris, frío y vacío…. De hecho, el camino más seguro hacia el Infierno es el gradual.” – C.S Lewis, Cartas del Diablo a su sobrino.
Puede costarnos muchos años construir una vida espiritual y solo basta un instante para echarla a perder. Por eso es necesario cuidarla como el tesoro más grande, aquél que, como decía San Pablo, llevamos en vasijas de barro.
“Si los pulmones de la oración y de la Palabra de Dios no alimentan la respiración de nuestra vida espiritual, nos arriesgamos a ahogarnos en medio de las mil cosas de todos los días. La oración es la respiración del alma y de la vida” – Benedicto XVI
Papa saluda al pueblo brasilero en la fiesta de la Virgen de Aparecida
Al inicio de la séptima Congregación del Sínodo Especial para la Región Panamazónica, el Papa envió un mensaje de saludo al pueblo brasileño
Por: Redacción | Fuente: Vatican News
“En el día de Nuestra Señora de Aparecida, llevo en mi corazón al pueblo brasilero y les mando un saludo. Y que Ella, pequeñita, humilde, los siga cubriendo y los acompañe en su camino: camino de paz, alegría y justicia. Los acompañe en sus dolores, cuando no pueden crecer por tantas limitaciones políticas, o sociales o ecológicas, y de tantos lugares que provienen. Que Ella les ayude a crecer y a liberarse continuamente. Que los bendiga”, es el deseo del Papa Francisco para todo el pueblo brasileño que hoy festeja la fiesta litúrgica de Nuestra Señora de Aparecida, Patrona de Brasil.
Brasil en el corazón del Papa
La mañana de este sábado, 12 de octubre, al inicio de la séptima Congregación del Sínodo Especial para la Región Panamazónica, el Santo Padre dijo que, “lleva en su corazón al pueblo brasilero” y pidió que la Virgen María, en la advocación de Nuestra Señora de Aparecida, “los siga cubriendo y los acompañe en su camino: camino de paz, alegría y justicia. Los acompañe en sus dolores, cuando no pueden crecer por tantas limitaciones políticas, o sociales o ecológicas”.
Devoción a Nuestra Señora de Aparecida
Nuestra Señora de Aparecida, declarada Patrona de Brasil en 1929 por el Papa Pío XI y cuya imagen se conserva en la Basílica que lleva su nombre, en el Estado de Sao Paulo. La devoción surgió cuando un grupo de pescadores encontraron en el río Paraíba una imagen de 36 centímetros de la Inmaculada Concepción hecha en arcilla modelada y endurecida al horno. Esto sucedió después de que los pescadores pidieran la intercesión de Santa María para obtener peces.
El título de "Aparecida" deriva del verbo "aparecer" porque fue en un momento de gran necesidad que los pescadores la encontraron y se dieron cuenta de que este hecho indicaba una señal de la intercesión de María. La imagen tenía un color oscuro y ennegrecido por el tipo de material en que estaba hecha y también por haber estado perdida en el río. Tras encontrar la imagen, los pescadores volvieron a echar sus redes y lograron una abundante pesca. Los pescadores se llevaron la imagen y en la casa de uno de ellos le arreglaron un sencillo altar. Más tarde otro pescador al trasladarse a Itaguassú construyó en su nuevo domicilio un oratorio y en él puso la imagen, ante la cual los vecinos se reunían para rezar el Rosario y entonar himnos.
El 5 de mayo de 1743 se comenzó a construir el templo de Nuestra Señora Aparecida, el cual se inauguró el 26 de julio de 1745. En 1955 comenzó la construcción de la nueva Basílica de Nuestra Señora Aparecida en Sao Paulo. El 4 de julio de 1980, San Juan Pablo II, durante su visita a Brasil, consagró la Basílica y la declaró el mayor Santuario Mariano del mundo.
El purgatorio: purificación necesaria
Catequesis de SS Juan Pablo II sobre el Cielo, el Infierno y el Purgatorio. Por: SS Juan Pablo II
El purgatorio: purificación necesaria para el encuentro con Dios
1. Como hemos visto en las dos catequesis anteriores, (El Cielo y el El Infierno) a partir de la opción definitiva por Dios o contra Dios, el hombre se encuentra ante una alternativa: o vive con el Señor en la bienaventuranza eterna, o permanece alejado de su presencia. Para cuantos se encuentran en la condición de apertura a Dios, pero de un modo imperfecto, el camino hacia la bienaventuranza plena requiere una purificación, que la fe de la Iglesia ilustra mediante la doctrina del «purgatorio» (cf. Catecismo de la Iglesia católica, nn. 1030-1032).
2. En la sagrada Escritura se pueden captar algunos elementos que ayudan a comprender el sentido de esta doctrina, aunque no esté enunciada de modo explícito. Expresan la convicción de que no se puede acceder a Dios sin pasar a través de algún tipo de purificación. Según la legislación religiosa del Antiguo Testamento, lo que está destinado a Dios debe ser perfecto. En consecuencia, también la integridad física es particularmente exigida para las realidades que entran en contacto con Dios en el plano sacrificial, como, por ejemplo, los animales para inmolar (cf. Lv 22, 22), o en el institucional, como en el caso de los sacerdotes, ministros del culto (cf. Lv 21, 17-23). A esta integridad física debe corresponder una entrega total, tanto de las personas como de la colectividad (cf. 1 R 8, 61), al Dios de la alianza de acuerdo con las grandes enseñanzas del Deuteronomio (cf. Dt 6, 5). Se trata de amar a Dios con todo el ser, con pureza de corazón y con el testimonio de las obras (cf. Dt 10, 12 s). La exigencia de integridad se impone evidentemente después de la muerte, para entrar en la comunión perfecta y definitiva con Dios. Quien no tiene esta integridad debe pasar por la purificación. Un texto de san Pablo lo sugiere. El Apóstol habla del valor de la obra de cada uno, que se revelará el día del juicio, y dice: «Aquel, cuya obra, construida sobre el cimiento (Cristo), resista, recibirá la recompensa. Mas aquel, cuya obra quede abrasada, sufrirá el daño. Él, no obstante, quedará a salvo, pero como quien pasa a través del fuego» (1 Co 3, 14-15).
3. Para alcanzar un estado de integridad perfecta es necesaria, a veces, la intercesión o la mediación de una persona. Por ejemplo, Moisés obtiene el perdón del pueblo con una súplica, en la que evoca la obra salvífica realizada por Dios en el pasado e invoca su fidelidad al juramento hecho a los padres (cf. Ex 32, 30 y vv. 11-13). La figura del Siervo del Señor, delineada por el libro de Isaías, se caracteriza también por su función de interceder y expiar en favor de muchos; al término de sus sufrimientos, él «verá la luz» y «justificará a muchos», cargando con sus culpas (cf. Is 52, 13-53, 12, especialmente 53, 11). El Salmo 51 puede considerarse, desde la visión del Antiguo Testamento, una síntesis del proceso de reintegración: el pecador confiesa y reconoce la propia culpa (v. 6), y pide insistentemente ser purificado o «lavado» (vv. 4. 9. 12 y 16), para poder proclamar la alabanza divina (v. 17).
4. El Nuevo Testamento presenta a Cristo como el intercesor, que desempeña las funciones del sumo sacerdote el día de la expiación (cf. Hb 5, 7; 7, 25). Pero en él el sacerdocio presenta una configuración nueva y definitiva. Él entra una sola vez en el santuario celestial para interceder ante Dios en favor nuestro (cf. Hb 9, 23-26, especialmente el v.€ 4). Es Sacerdote y, al mismo tiempo, «víctima de propiciación» por los pecados de todo el mundo (cf. 1 Jn 2, 2). Jesús, como el gran intercesor que expía por nosotros, se revelará plenamente al final de nuestra vida, cuando se manifieste con el ofrecimiento de misericordia, pero también con el juicio inevitable para quien rechaza el amor y el perdón del Padre. El ofrecimiento de misericordia no excluye el deber de presentarnos puros e íntegros ante Dios, ricos de esa caridad que Pablo llama «vínculo de la perfección» (Col 3, 14).
5. Durante nuestra vida terrena, siguiendo la exhortación evangélica a ser perfectos como el Padre celestial (cf. Mt 5, 48), estamos llamados a crecer en el amor, para hallarnos firmes e irreprensibles en presencia de Dios Padre, en el momento de «la venida de nuestro Señor Jesucristo, con todos sus santos» (1 Ts 3, 12 s). Por otra parte, estamos invitados a «purificarnos de toda mancha de la carne y del espíritu» (2 Co 7, 1; cf. 1 Jn 3, 3), porque el encuentro con Dios requiere una pureza absoluta.
Hay que eliminar todo vestigio de apego al mal y corregir toda imperfección del alma. La purificación debe ser completa, y precisamente esto es lo que enseña la doctrina de la Iglesia sobre el purgatorio. Este término no indica un lugar, sino una condición de vida. Quienes después de la muerte viven en un estado de purificación ya están en el amor de Cristo, que los libera de los residuos de la imperfección (cf. concilio ecuménico de Florencia, Decretum pro Graecis: Denzinger-Schönmetzer, 1304; concilio ecuménico de Trento, Decretum de iustificatione y Decretum de purgatorio: ib., 1580 y 1820).
Hay que precisar que el estado de purificación no es una prolongación de la situación terrena, como si después de la muerte se diera una ulterior posibilidad de cambiar el propio destino. La enseñanza de la Iglesia a este propósito es inequívoca, y ha sido reafirmada por el concilio Vaticano II, que enseña: «Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra (cf. Hb 9, 27), mereceremos entrar con él en la boda y ser contados entre los santos y no nos mandarán ir, como siervos malos y perezosos al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde ixhabrá llanto y rechinar de dientesle (Mt 22, 13 y 25, 30)» (Lumen gentium, 48).
6. Hay que proponer hoy de nuevo un último aspecto importante, que la tradición de la Iglesia siempre ha puesto de relieve: la dimensión comunitaria. En efecto, quienes se encuentran en la condición de purificación están unidos tanto a los bienaventurados, que ya gozan plenamente de la vida eterna, como a nosotros, que caminamos en este mundo hacia la casa del Padre (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 1032).
Así como en la vida terrena los creyentes están unidos entre sí en el único Cuerpo místico, así también después de la muerte los que viven en estado de purificación experimentan la misma solidaridad eclesial que actúa en la oración, en los sufragios y en la caridad de los demás hermanos en la fe. La purificación se realiza en el vínculo esencial que se crea entre quienes viven la vida del tiempo presente y quienes ya gozan de la bienaventuranza eterna.
Papa Francisco declaró santos a Newman, Vannini, Chiramel Mankidiyan, Lopes Pontes, Bays
Antoine Mekary | ALETEIA
Ary Waldir Ramos Díaz | Oct 13, 2019
Este domingo, en la mañana, en el Atrio de la Basílica del Vaticano, el papa Francisco ha celebrado la misa y presidió el rito de la canonización de 5 beatos
Este domingo 13 de octubre de 2019, en el Atrio de la Basílica de San Pedro, el papa Francisco presidió el rito de canonización, pronunciado en latín, “en honor a la Santísima Trinidad, por la exaltación de la fe católica y el aumento de la vida cristiana”.
El cardenal Angelo Becciu, acompañado por los postuladores, pidió a Francisco la canonización de 5 beatos de la Iglesia católica y presentó brevemente las biografías de los bienaventurados que fueron proclamados santos “fruto de una larga reflexión”: Newman, Vannini, Chiramel Mankidiyan, Lopes Pontes y Bays.
John Henry Newman (1801-1890) cardenal de la Iglesia Romana, fundador del Oratorio de San Filippo Neri en Inglaterra. De sacerdote anglicano a purpurado católico. ¿puede una Iglesia, iniciada por un rey, ser la verdadera Iglesia de Cristo? La respuesta le llega durante un viaje a Italia donde se enferma y rezando por su recuperación se abandona completamente a Dios. En 1879 León XIII lo crea cardenal, reconociendo su eterna búsqueda de la Verdad única como su camino personal hacia la santidad.
Giuseppina Vannini (1859-1911), Virgen, Fundadora de las Hijas de San Camilo. Ella fue proclamada beata por san Juan Pablo II. La santidad de Vannini nos enseña a dar testimonio de modo sencillo y concreto de la caridad y la compasión del Señor por los pobres, los enfermos, los que sufren, con la seguridad de que «cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40).
Mariam Thresia Chiramel Mankidiyan (1876-1926), Virgen, Fundadora de la Congregación de las Hermanas de la Sagrada Familia, fue beatificada el 9 de abril de 2000 por el papa san Juan Pablo II. Es invocada como protectora de las familias en dificultad e intercesora de las parejas que no tienen hijos.
Dulce Lopes Pontes (1914-1992), Virgen fue reconocida el 3 de abril de 2009 por el Papa Benedicto XVI por su heroicidad y el 22 de mayo de 2011 se celebró el rito de beaticación. Su dedicación a los pobres tenía una raíz sobrenatural, según la Iglesia, y obtuvo de lo alto las energías y los recursos necesarios para dar vida a una admirable actividad al servicio de los últimos.
"Asumir las dificultades de salud de nuestro hijo nos ha hecho vivir de verdad"
por
Margherita Bays (1815-1879), Virgen. La nueva Santa es una laica suiza, terciaria franciscana, que eligió como camino para alcanzar al Señor la cotidianeidad de la familia, negándose siempre a entrar en una orden religiosa.
¿Quienes son los nuevos santos de la Iglesia Católica?
“Sólo el encuentro con Jesús salva, hace la vida plena y hermosa” – Homilía del Papa
Canonización de Newman y 4 beatas
OCTUBRE 13, 2019 12:54
ROSA DIE ALCOLEAPAPA Y SANTA SEDE
(ZENIT – 13 oct. 2019).- El Papa Francisco, en la Eucaristía con motivo de la Canonización del beato Newman y otras 4 beatas, ha señalado tres pasos para crecer en la fe, señaladas por los leprosos curados: invocar, caminar y agradecer.
A las 10:15 horas del domingo 13 de octubre de 2019, el Papa ha presidido la Santa Misa y ha proclamado santos a: John Henry Newman, Josefina Vannini, Mariam Thresia Chiramel Mankidiyan, Dulce Lopes Pontes y Margherita Bays.
Francisco ha invitado a pedir ser “luces amables”, como los nuevos santos, en medio de la oscuridad del mundo. Así, ha agradecido al Señor por ellos, que “han caminado en la fe y ahora invocamos como intercesores”.
Tres son religiosas, ha señalado el Pontífice, y “nos muestran que la vida consagrada es un camino de amor en las periferias existenciales del mundo”. Santa Margarita Bays, “en cambio, era una costurera y nos revela qué potente es la oración sencilla, la tolerancia paciente, la entrega silenciosa. A través de estas cosas, el Señor ha hecho revivir en ella el esplendor de la Pascua”.
En lo que se refiere el santo Cardenal Newman, el Papa ha destacado “la santidad de lo cotidiano”, y ha citado las palabras del cardenal inglés: “El cristiano tiene una paz profunda, silenciosa y escondida que el mundo no ve. […] El cristiano es alegre, sencillo, amable, dulce, cortés, sincero, sin pretensiones, […] con tan pocas cosas inusuales o llamativas en su porte que a primera vista fácilmente se diría que es un hombre corriente”.
Invocar
El Señor libera y cura el corazón, si lo invocamos, si le decimos: “Señor, yo creo que puedes sanarme; cúrame de mis cerrazones, libérame del mal y del miedo, Jesús”, ha anunciado el Papa en su homilía.
En consonancia con nuestro tiempo, el Papa ha comentado que “necesitamos ser sanados de la falta de confianza en nosotros mismos, en la vida, en el futuro; de tantos miedos; de los vicios que nos esclavizan; de tantas cerrazones, dependencias y apegos: al juego, al dinero, a la televisión, al teléfono, al juicio de los demás”.
Caminar
El Papa, tomando el ejemplo de los leprosos, en el pasaje de Lucas 17,19, ha explicado que la “requiere un camino, una salida, hace milagros si salimos de nuestras certezas acomodadas, si dejamos nuestros puertos seguros, nuestros nidos confortables”.
Así, ha asegurado la fe “aumenta con el don y crece con el riesgo”, “avanza cuando vamos equipados de la confianza en Dios. La fe se abre camino a través de pasos humildes y concretos”.
Además, el Santo Padre ha subrayado que “somos protectores de nuestros hermanos alejados”. Somos “intercesores” para ellos, somos “responsables” de ellos, estamos “llamados a responder y preocuparnos” por ellos, y ha planteado “¿Quieres crecer en la fe?”:
“Hazte cargo de un hermano alejado, de una hermana alejada”, ha exhortado.
Agradecer
“Sólo Jesús libra del mal y sana el corazón, sólo el encuentro con Él salva, hace la vida plena y hermosa”, ha asegurado Francisco. “Cuando encontramos a Jesús, el ‘gracias’ nace espontáneo, porque se descubre lo más importante de la vida, que no es recibir una gracia o resolver un problema, sino abrazar al Señor de la vida”.
En esta línea, el Papa ha indicado que decir “Gracias, Señor” al despertarnos, durante el día, antes de irnos a descansar “es el antídoto al envejecimiento del corazón”, y ha animado a hacerlo también en la familia, entre los esposos: acordarse de decir gracias.
“Gracias es la palabra más sencilla y beneficiosa”.
A continuación, ofrecemos la homilía completa del Papa Francisco:
***
Homilía del Papa
«Tu fe te ha salvado» (Lc 17,19). Es el punto de llegada del evangelio de hoy, que nos muestra el camino de la fe. En este itinerario de fe vemos tres etapas, señaladas por los leprosos curados, que invocan, caminan y agradecen. En primer lugar, invocar. Los leprosos se encontraban en una condición terrible, no sólo por sufrir la enfermedad que, incluso en la actualidad, se combate con mucho esfuerzo, sino por la exclusión social. En tiempos de Jesús eran considerados inmundos y en cuanto tales debían estar aislados, al margen (cf. Lv 13,46). De hecho, vemos que, cuando acuden a Jesús, “se detienen a lo lejos” (cf. Lc 17,12). Pero, aun cuando su situación los deja a un lado, dice el evangelio que invocan a Jesús «a gritos» (v. 13). No se dejan paralizar por las exclusiones de los hombres y gritan a Dios, que no excluye a nadie. Es así como se acortan las distancias, como se vence la soledad: no encerrándose en sí mismos y en las propias aflicciones, no pensando en los juicios de los otros, sino invocando al Señor, porque el Señor escucha el grito del que está solo.
Como esos leprosos, también nosotros necesitamos ser curados, todos. Necesitamos ser sanados de la falta de confianza en nosotros mismos, en la vida, en el futuro; de tantos miedos; de los vicios que nos esclavizan; de tantas cerrazones, dependencias y apegos: al juego, al dinero, a la televisión, al teléfono, al juicio de los demás. El Señor libera y cura el corazón, si lo invocamos, si le decimos: “Señor, yo creo que puedes sanarme; cúrame de mis cerrazones, libérame del mal y del miedo, Jesús”. Los leprosos son los primeros, en este evangelio, en invocar el nombre de Jesús. Después lo harán también un ciego y un malhechor en la cruz: gente necesitada invoca el nombre de Jesús, que significa Dios salva. Llaman a Dios por su nombre, de modo directo, espontáneo.
Llamar por el nombre es signo de confianza, y al Señor le gusta. La fe crece así, con la invocación confiada, presentando a Jesús lo que somos, con el corazón abierto, sin esconder nuestras miserias. Invoquemos con confianza cada día el nombre de Jesús: Dios salva. Repitámoslo; es rezar. La oración es la puerta de la fe, la oración es la medicina del corazón.
La segunda etapa es caminar. En el breve evangelio de hoy aparece una decena de verbos de movimiento. Pero, sobre todo, impacta el hecho de que los leprosos no se curan cuando están delante de Jesús, sino después, al caminar: «Mientras iban de camino, quedaron limpios», dice el texto (v. 14). Se curan al ir a Jerusalén, es decir, cuando afrontan un camino en subida. Somos purificados en el camino de la vida, un camino que a menudo es en subida, porque conduce hacia lo alto. La fe requiere un camino, una salida, hace milagros si salimos de nuestras certezas acomodadas, si dejamos nuestros puertos seguros, nuestros nidos confortables. La fe aumenta con el don y crece con el riesgo. La fe avanza cuando vamos equipados de la confianza en Dios. La fe se abre camino a través de pasos humildes y concretos, como humildes y concretos fueron el camino de los leprosos y el baño en el río Jordán de Naamán, en la primera lectura (cf. 2 Re 5,14-17). También es así para nosotros: avanzamos en la fe con el amor humilde y concreto, con la paciencia cotidiana, invocando a Jesús y siguiendo hacia adelante.
Hay otro aspecto interesante en el camino de los leprosos: avanzan juntos. «Iban» y «quedaron limpios», dice el evangelio (v. 14), siempre en plural: la fe es caminar juntos, nunca solos. Pero, una vez curados, nueve se van y sólo uno vuelve a agradecer.
Entonces Jesús expresa toda su amargura: «Los otros nueve, ¿dónde están?» (v. 17). Casi parece que pide cuenta de los otros nueve al único que regresó. Es verdad, es nuestra tarea —de nosotros que estamos aquí para “celebrar la Eucaristía”, es decir, para agradecer—, es nuestra tarea hacernos cargo del que ha dejado de caminar, de quien ha perdido el rumbo: somos protectores de nuestros hermanos alejados. Somos intercesores para ellos, somos responsables de ellos, estamos llamados a responder y preocuparnos por ellos. ¿Quieres crecer en la fe? Hazte cargo de un hermano alejado, de una hermana alejada.
Invocar, caminar y agradecer: es la última etapa. Sólo al que agradece Jesús le dice: «Tu fe te ha salvado» (v. 19). No sólo está sano, sino también salvado. Esto nos dice que la meta no es la salud, no es el estar bien, sino el encuentro con Jesús. La salvación no es beber un vaso de agua para estar en forma, es ir a la fuente, que es Jesús. Sólo Él libra del mal y sana el corazón, sólo el encuentro con Él salva, hace la vida plena y hermosa. Cuando encontramos a Jesús, el “gracias” nace espontáneo, porque se descubre lo más importante de la vida, que no es recibir una gracia o resolver un problema, sino abrazar al Señor de la vida.
Es hermoso ver que ese hombre sanado, que era un samaritano, expresa la alegría con todo su ser: alaba a Dios a grandes gritos, se postra, agradece (cf. vv. 15-16). El culmen del camino de fe es vivir dando gracias. Podemos preguntarnos: nosotros, que tenemos fe, ¿vivimos la jornada como un peso a soportar o como una alabanza para ofrecer? ¿Permanecemos centrados en nosotros mismos a la espera de pedir la próxima gracia o encontramos nuestra alegría en la acción de gracias? Cuando agradecemos, el Padre se conmueve y derrama sobre nosotros el Espíritu Santo. Agradecer no es cuestión de cortesía, de buenos modales, es cuestión de fe. Un corazón que agradece se mantiene joven. Decir: “Gracias, Señor” al despertarnos, durante el día, antes de irnos a descansar es el antídoto al envejecimiento del corazón. Así también en la familia, entre los esposos: acordarse de decir gracias. Gracias es la palabra más sencilla y beneficiosa.
Invocar, caminar, agradecer. Hoy damos gracias al Señor por los nuevos santos, que han caminado en la fe y ahora invocamos como intercesores. Tres son religiosas y nos muestran que la vida consagrada es un camino de amor en las periferias existenciales del mundo. Santa Margarita Bays, en cambio, era una costurera y nos revela qué potente es la oración sencilla, la tolerancia paciente, la entrega silenciosa. A través de estas cosas, el Señor ha hecho revivir en ella el esplendor de la Pascua. Es la santidad de lo cotidiano, a la que se refiere el santo Cardenal Newman cuando dice: «El cristiano tiene una paz profunda, silenciosa y escondida que el mundo no ve. […] El cristiano es alegre, sencillo, amable, dulce, cortés, sincero, sin pretensiones, […] con tan pocas cosas inusuales o llamativas en su porte que a primera vista fácilmente se diría que es un hombre corriente» (Parochial and Plain Sermons, V,5). Pidamos ser así, “luces amables” en medio de la oscuridad del mundo. Jesús, «quédate con nosotros y así comenzaremos a brillar como brillas Tú; a brillar para servir de luz a los demás» (Meditations on Christian Doctrine, VII,3). Amén.
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