La justicia de los hombres es diversa de la justicia de Dios
- 26 Octubre 2019
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Obispo, 26 de octubre
Martirologio Romano: En Lastingham, en Northumbria, san Ceda, hermano de san Ceada, ordenado obispo de los sajones orientales por san Finano, distinguido por asentar los cimientos de esta nueva Iglesia († 664).
Breve Biografía
Obispo del Saxons Oriental, hermano de San Ceadda; murió el 26 de Octubre de 664. Tenía otros dos hermanos también sacerdotes, Cynibill y Caelin, todos nacidos de una familia Anglo establecida en Northumbria.
Con su joven hermano Ceadda, él se mudó a Lindisfarne bajo el San Aidan.
En 653 fue uno de cuatro sacerdotes enviados por Oswiu, Rey de Northumbria, a evangelizar parte de su reino por solicitud de su consejero.
Poco tiempo después, sin embargo, fue llamado a realizar la misma labor misionera en Essex colaborando con Sigeberht, el Rey de Saxons Oriental, a convertir a sus subditos al cristianismo.
Aquí fue consagrado obispo y era muy activo fundando iglesias, y estableció monasterios en Tilbury y Ithancester.
De vez en cuando volvía a visitar su Northumbria natal, y allí, por solicitud de Aethelwald, fundó el monasterio de Laestingaeu, ahora Lastingham, en Yorkshire.
De esta casa él fue el primer abad, no obstante sus responsabilidades episcopales.
En el Sínodo de Whitby, aunque Celta en su educación, adoptó la liturgia romana.
Inmediatamente después del sínodo realizó una visita a Laestingaeu, donde ayudó a víctimas de una plaga.
Florence de Worcester y William de Malmesbury en tiempos posteriores lo mencionan como el segundo Obispo de Londres, pero San Bede, casi un contemporáneo, nunca le da ese título.
La justicia divina
Santo Evangelio según san Lucas 13, 1-9. Sábado XXIX del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, ayúdame a vivir de cara a ti, sin compararme con otros.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 13, 1-9
En aquel tiempo, algunos hombres fueron a ver a Jesús y le contaron que Pilato había mandado matar a unos galileos, mientras estaban ofreciendo sus sacrificios. Jesús les hizo este comentario: “¿Piensan ustedes que aquellos galileos, porque les sucedió esto, eran más pecadores que todos los demás galileos? Ciertamente que no; y si ustedes no se convierten, perecerán de manera semejante. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿piensan acaso que eran más culpables que todos los demás habitantes de Jerusalén? Ciertamente que no; y si ustedes no se arrepienten, perecerán de manera semejante”. Entonces les dijo esta parábola: “Un hombre tenía una higuera plantada en su viñedo; fue a buscar higos y no los encontró. Dijo entonces al viñador: ‘Mira, durante tres años seguidos he venido a buscar higos en esta higuera y no los he encontrado. Córtala. ¿Para qué ocupa la tierra inútilmente?’ El viñador le contestó: ‘Señor, déjala todavía este año; voy a aflojar la tierra alrededor y a echarle abono, para ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortaré’”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
La justicia de los hombres es diversa de la justicia de Dios. Los hombres decimos: ‘justicia es dar a cada cual según se merece.’ Dios dice: ‘justicia es dar según mi Hijo ha merecido’. Esto nos permite entender el trasfondo de la pregunta de Jesús a sus discípulos.
Los hombres que Pilato mandó matar eran galileos, como los apóstoles. De algún modo, Jesús está recordándole a su auditorio que estas personas eran iguales a ellos, incluso en su lugar de origen. La única diferencia que podía existir era la del pecado. Es aquí donde entra el razonamiento humano.
Es fácil pensar que quien sufre, padece porque ha hecho el mal. Pocas cosas sorprenden y conmueven tanto el corazón del hombre como el sufrimiento del inocente. Si alguien ha actuado bien, ¿por qué ha de sufrir? Una vez más, esto es lógica humana. Pero no olvidemos que Cristo mismo, quien pasó su vida haciendo el bien, ha sido quien más sufrimiento ha debido soportar en su Pasión.
Regresemos a la pregunta. Jesús asegura que quienes fueron asesinados no atravesaron esa prueba porque fueran más pecadores; es decir, el propio sufrimiento no necesariamente es consecuencia de un mal cometido. El acento está, más bien, en la invitación que viene después. Jesús llama a quienes lo escuchan a la conversión.
Para ilustrar esto, toma el ejemplo de la higuera infértil. Es, en una palabra, como si quisiera decir que en vez de preocuparnos por juzgar quién ha sido más pecador, haríamos mejor simplemente buscando convertir constantemente nuestros corazones a Dios. El cielo está repleto de pecadores arrepentidos, pero vacío de soberbios que creen estar por encima de los demás.
«El dueño representa a Dios Padre y el viñador es la imagen de Jesús, mientras que la higuera es un símbolo de la humanidad indiferente y árida. Jesús intercede ante el Padre en favor de la humanidad ?y lo hace siempre? y le pide que espere y le conceda un poco más de tiempo para que los frutos del amor y la justicia broten en ella. La higuera de la parábola que el dueño quiere erradicar representa una existencia estéril, incapaz de dar, incapaz de hacer el bien. Es un símbolo de quien vive para sí mismo, sacio y tranquilo, replegado en su comodidad, incapaz de dirigir su mirada y su corazón a aquellos que están cerca de él en un estado de sufrimiento, pobreza y malestar. A esta actitud de egoísmo y esterilidad espiritual se contrapone el gran amor del viñador por la higuera: hace esperar al dueño, tiene paciencia, sabe esperar, le dedica su tiempo y su trabajo. Promete al dueño que prestará una atención especial a ese árbol desafortunado». (Homilía de S.S. Francisco, 24 de marzo de 2019).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación. Cuando me asalte la tentación de criticar a otra persona, haré un esfuerzo por concentrar mi atención en agradecer las maravillas que Dios está haciendo en mí, a pesar de mi pecado.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
La Oración de la Semilla
Anoche me ocurrió algo curioso. En vez de soñar, recé.
Fue una oración diferente.
Soy una semilla Señor.
Siémbrame en tu Corazón,
para que pueda germinar
y dar frutos.
La repetí una y otra vez, hasta que desperté.
No comprendí bien su significado hasta que reflexioné en esta parábola:
“Un hombre tenía plantada una higuera en su viña, y fue a buscar fruto en ella y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: "Ya hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro; córtala; ¿para qué va a cansar la tierra?" Pero él le respondió: "Señor, déjala por este año todavía y mientras tanto cavaré a su alrededor y echaré abono, por si da fruto en adelante; y si no da, la cortas” (Lucas 13:6-9).
Entonces lo supe: "por sus frutos los conoceréis" (Mt 7,16).
Tomé papel, un bolígrafo y escribí.
“LA ORACIÓN DE LA SEMILLA”
He visto una semilla Señor,
que ha caído en la vereda del camino.
Tú la creaste.
¿Qué hace allí?
Espera la tierra fértil,
La lluvia del invierno
La brisa del verano.
Si no los encuentra,
¿dónde podrá germinar?
Un niño pasa cerca, pero no la ve.
El viento la mueve a su gusto,
de un lado a otro.
Debe germinar, y crecer
y dar frutos. Para eso la creaste.
Soy como esa semilla Señor.
El viento me lleva de un lado a otro
y aún no vivo, según tu voluntad.
Siémbrame en tu Corazón,
para que pueda germinar
y dar frutos para ti.
Señor yo también quiero germinar y crecer.
Quisiera hacer tantas cosas y no puedo.
Reconozco mi inutilidad.
Sin ti, ¿qué puedo hacer?
Tú lo has dicho: “Sin mí no pueden nada”.
Y yo, sin ti, nada puedo.
Soy una semilla Señor.
Siémbrame en tu Corazón,
para que pueda germinar
y dar frutos.
En la lucha interior entre el bien y el mal elijamos la salvación
El la homilía matutina del Papa en la Casa Santa Marta
Pidamos al Señor la "luz" para "conocer bien" lo que sucede "dentro" de nosotros. Fue esta la invocación del Papa Francisco en la Misa matutina en Casa Santa Marta. Reflexionando sobre la primera lectura de hoy, tomada de la Carta de San Pablo a los Romanos, el Pontífice reflexiona sobre la "lucha interior y "continua" del Apóstol de las gentes "entre el deseo de hacer el bien" y el no poder "llevarlo a cabo", una verdadera "guerra" que "está dentro de él".
Una lucha de todos nosotros
Alguien -dice Francisco- puede preguntarse si, realizando "el mal que no quiere", san Pablo está "en el infierno" o es un "derrotado"; sin embargo, recuerda, "es un santo", porque "incluso los santos sienten esta guerra dentro de sí mismos". Es "una ley para todos", "una guerra cotidiana".
Es una lucha entre el bien y el mal; pero no un bien abstracto y un mal abstracto: entre el bien que el Espíritu Santo nos inspira a hacer y el mal que el mal espíritu nos inspira a hacer. Es una lucha. Es una lucha de todos nosotros. Si alguno de nosotros dijera: "Pero, yo no siento esto, soy bienaventurado, vivo en paz, no siento....", yo diría: "No eres bienaventurado: estás anestesiado, no entiendes lo que pasa.
Una vida en la calle
En esta lucha diaria, añade, hoy "ganamos" una, mañana habrá "otra" y pasado mañana habrá otra, "hasta el final". El Papa piensa también en los mártires, que "tuvieron que luchar hasta el final para mantener su fe". Y en los santos, como Teresa del Niño Jesús, para quien "la lucha más dura fue el momento final", en su lecho de muerte, porque sentía que "el mal espíritu" quería arrebatársela al Señor. Hay "momentos extraordinarios de lucha" - observa el Papa - pero también "momentos ordinarios, de cada día". Aquí Francisco evoca el Evangelio de Lucas, en el que Jesús dice a las multitudes y al mismo tiempo "a todos nosotros": "Vosotros sabéis valorar el aspecto de la tierra y del cielo: ¿por qué no podéis valorar este tiempo?
A veces los cristianos estamos ocupados en muchas cosas, incluso en cosas buenas; pero ¿qué pasa dentro de ti? ¿Quién te inspira esto? ¿Cuál es tu tendencia espiritual al respecto? ¿Quién te lleva a hacer esto? Nuestra vida suele ser como una vida de calle: vamos por el camino de la vida... cuando vamos por el camino, sólo miramos las cosas que nos interesan; las otras, no las miramos.
Gracia y pecado
La lucha, explica Francisco, "está siempre entre la gracia y el pecado, entre el Señor que quiere salvarnos y sacarnos de esta tentación y el mal espíritu que siempre nos derriba", para "vencernos". La invitación del Papa es, pues, a preguntarnos si cada uno de nosotros es "una persona de la calle que va y viene sin darse cuenta de lo que está sucediendo" y si nuestras decisiones vienen "del Señor" o son dictadas por nuestro "egoísmo", por “el diablo".
Es importante saber qué está pasando dentro de nosotros. Es importante vivir un poco dentro, y no dejar que nuestra alma sea un camino por el que pasan todos. "¿Y esto cómo se hace padre? Antes de que acabe el día, tómate dos o tres minutos: ¿qué ha pasado hoy que es importante dentro de mí? Oh, sí, tuve un poco de odio allí y hablado mal allí; hice aquella obra de caridad... ¿Quién te ayudó a hacer estas cosas, tanto las buenas como las malas? Y hacernos estas preguntas, para saber qué está pasando dentro de nosotros. A veces, con esa alma habladora que todos tenemos, sabemos lo que pasa en el barrio, lo que pasa en la casa del barrio, pero no sabemos lo que pasa dentro de nosotros.
¿Por qué los cristianos creemos en la resurrección y no en la reencarnación?
La doctrina cristiana sobre la resurrección se encuentra en el C.i.C. en los numerales que van del 988 al 1001
Tal vez un elemento de la Nueva Era o New Age que goza de popularidad en el mundo actual es la reencarnación, una creencia que incluso algunos católicos aceptan pese a ser incompatible con la fe cristiana.
Una reciente encuesta realizada por el prestigioso Pew Center reveló que, por ejemplo, un 29% de cristianos en Estados Unidos acepta la reencarnación como algo cierto. En el caso de los católicos, el 36% admite esta creencia.
¿De dónde surge la creencia en la resurrección?
Aunque la creencia en la resurrección comienza cuando el Señor Jesús resucitó al tercer día después de morir, ya había cierta idea al respecto entre algunos judíos como los fariseos.
“Los fariseos creían en ángeles y en las almas espirituales y, en general, en la resurrección de los muertos”, dijo a CNA –agencia en inglés del Grupo ACI– el diácono Joel Barstad, profesor de Teología del Seminario Saint John Vianney en Denver (Estados Unidos).
“La resurrección de Jesús de entre los muertos confirmó esa creencia, pero también le dio una base sólida y profunda”, agregó.
La doctrina cristiana sobre la resurrección se encuentra en el Catecismo de la Iglesia Católica en los numerales que van del 988 al 1001.
El numeral 989 señala: “Creemos firmemente, y así lo esperamos, que del mismo modo que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos, y que vive para siempre, igualmente los justos después de su muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado y que Él los resucitará en el último día. Como la suya, nuestra resurrección será obra de la Santísima Trinidad”
“El término ‘carne’ designa al hombre en su condición de debilidad y de mortalidad. La ‘resurrección de la carne’ significa que, después de la muerte, no habrá solamente vida del alma inmortal, sino que también nuestros ‘cuerpos mortales’ volverán a tener vida”.
“Creer en la resurrección de los muertos ha sido desde sus comienzos un elemento esencial de la fe cristiana. ‘La resurrección de los muertos es esperanza de los cristianos; somos cristianos por creer en ella’”, señala luego el numeral 990.
“La salvación es la unidad con Cristo porque Cristo trae el Reino de Dios y ese Reino se realiza en la resurrección”, dijo a CNA el profesor de Teología sistemática de la Universidad Católica de América, Michael Root.
Joel Barstad dijo que “un cristiano es un individuo que quiere ser realmente alguien ahora y luego de la muerte hasta el fin de los tiempos, pero para que eso sea posible, voy a necesitar mi cuerpo resucitado y los demás necesitarán los suyos”, precisó.
¿Por qué los cristianos deben rechazar la reencarnación?
En opinión de Root, las dos razones principales para rechazar la creencia en la reencarnación son: que se opone a la forma en la que Cristo ofrece la salvación y porque va en contra de la naturaleza de la persona humana.
Root explicó que la reencarnación “contradice la imagen de la salvación que tenemos en el Nuevo Testamento, donde nuestra participación en la resurrección de Cristo es efectivamente de lo que se trata la salvación” y “nos da una imagen muy distinta de lo que es ser humano: un ente incorpóreo que no está relacionado a ningún tiempo específico”.
“El cristianismo toma muy en serio que somos seres con un cuerpo y, cualquier noción de reencarnación considera que el ser solo tiene una especie de conexión accidental con cualquier cuerpo específico, porque desde esa perspectiva uno pasa de un cuerpo a otro y a otro y a otro; y ese no tener un cuerpo específico termina en la idea de que uno no sabe quién es”, destacó Root.
El documento vaticano sobre la Nueva Era titulado “Jesucristo portador del agua de la vida”, señala que “la unidad cósmica y la reencarnación son irreconciliables con la creencia cristiana de que la persona humana es un ser único, que vive una sola vida de la que es plenamente responsable: este modo de entender la persona pone en cuestión tanto la responsabilidad personal como la libertad”.
Barstad también señaló que la creencia en la reencarnación no es algo positivo, tampoco para los budistas e hinduistas, quienes la ven como algo de lo que se debe escapar.
“No conozco una doctrina robusta sobre la reencarnación (…) que considere la reencarnación de un alma como algo bueno; aunque de repente algunos hinduistas o estoicos la vean como una necesidad cósmica benigna; pero ciertamente la aspiración más profunda” de algunos que creen en esto “sea disolver los nexos de las relaciones temporales y corporales totalmente; es decir, disolver la relación con el cuerpo de modo que no sea posible otra reencarnación para un alma. La meta para el alma es entonces convertirse permanentemente en nadie”, destacó Barstad.
La esperanza de la resurrección
Si bien los cristianos pueden experimentar sufrimiento en la vida, también pueden vivir la esperanza de que “son amados por Cristo que, a través de su propia muerte humana y divina; y su resurrección, puede llevarlos hasta el final y remodelarlos, haciendo algo hermoso a partir de un enredo”, explicó Barstad.
Los cristianos además esperan la resurrección de los otros, de sus amigos y seres queridos, “para vivir en un cielo nuevo y una tierra nueva”.
“Por todo esto evangelizamos, por esto nos arrepentimos de nuestros errores y perdonamos a quienes nos hacen mal. Por esto rezamos por los muertos y por esto los santos que ya gozan de la visión beatífica de Dios también rezan por nosotros”.
Los santos, concluyó el experto, “están todavía involucrados con el mundo y esperan con nosotros la revelación final de Cristo que nos dará la resurrección a todos”.
¿Podemos orar por los difuntos?
Según nuestra fe católica, se pueden ofrecer oraciones, sacrificios y Misas por los muertos, para que sus almas sean purificadas de sus pecados y puedan entrar cuanto antes a la gloria a gozar de la presencia divina
Les voy a contar un caso que me sucedió hace algún tiempo. Un día se murió un amigo mío que en cuanto a religión no era ni chicha ni limonada, unas veces iba a misa y otras iba al culto de los evangélicos. Cuando murió, los evangélicos lo velaron con muchos cantos y alabanzas, y al día siguiente lo llevaron al cementerio. Como era amigo mío, quise ir al cementerio a orar por él. Una vez allá, le pregunté al pastor, si me dejaba hacerle un responso, y me contestó: «El finado era oveja de nuestro rebaño y nosotros no les rezamos a los muertos porque a estas alturas de nada le sirven las oraciones». Total que no me permitieron rezarle el responso y tuve que contentarme con orar en silencio. Esta anécdota nos da pie para preguntarnos: ¿Podemos orar por los difuntos? ¿Les sirven nuestras oraciones? ¿Cuál es la doctrina católica y la evangélica al respecto?
La Doctrina católica
La Biblia nos dice que después de la muerte viene el juicio: «Está establecido que los hombres mueran una sola vez y luego viene el juicio» (Hebr. 9, 27).
Después de la muerte viene el juicio particular donde «cada uno recibe conforme a lo que hizo durante su vida mortal» (2 Cor. 5, 10). Al fin del mundo tendrá lugar el «juicio universal» en el que Cristo vendrá en gloria y majestad a juzgar a los pueblos y naciones.
Es doctrina católica que en el juicio particular se destina a cada persona a una de estas tres opciones: Cielo, Purgatorio o Infierno.
-Las personas que en vida hayan aceptado y correspondido al ofrecimiento de salvación que Dios nos hace y se hayan convertido a El, y que al morir se encuentren libres de todo pecado, se salvan. Es decir, van directamente al Cielo, a reunirse con el Señor y comienzan una vida de gozo indescriptible «Bienaventurados los limpios de corazón -dice Jesús- porque ellos verán a Dios» (Mt. 5, 8).
-Quienes hayan rechazado el ofrecimiento de salvación que Dios hace a todo mortal, o no se convirtieron mientras su alma estaba en el cuerpo, recibirán lo que ellos eligieron: el Infierno, donde estarán separados de Dios por toda la eternidad.
-Y finalmente, los que en vida hayan servido al Señor pero que al morir no estén aún plenamente purificados de sus pecados, irán al Purgatorio. Allá Dios, en su misericordia infinita, purificará sus almas y, una vez limpios, podrán entrar en el Cielo, ya que no es posible que nada manchado por el pecado entre en la gloria: «Nada impuro entrará en ella (en la Nueva Jerusalén)» (Ap. 21, 27).
Aquí surge espontánea una pregunta cuya respuesta es muy iluminadora: ¿Para qué estamos en este mundo? Estamos en este mundo para conocer, amar y servir a Dios y, mediante esto, salvar nuestra alma. Dios nos coloca en este mundo para que colaboremos con El en la obra de la creación, siendo cuidadores de este «jardín terrenal» y para que cuidemos también de los hombres nuestros hermanos, especialmente de aquellos que quizás no han recibido tantos dones y «talentos» como nosotros. Este es el fin de la vida de cada hombre: Amar a Dios sobre todas las cosas y salvar nuestra alma por toda la eternidad.
¿Qué acontece, entonces, con los que mueren?
Ya lo dijimos: Los que mueren en gracia de Dios se salvan. Van directamente al cielo. Los que rechazan a Dios como Creador y a Jesús como Salvador durante esta vida y mueren en pecado mortal se condenan. También aquí la respuesta es clara y coincidente entre católicos y evangélicos.
-Pero, ¿qué ocurre con los que mueren en pecado venial o que no han satisfecho plenamente por sus pecados? Ahí está la diferencia entre católicos y evangélicos. Los católicos creemos en el Purgatorio. Según nuestra fe católica, el Purgatorio es el lugar o estado por medio del cual, en atención a los méritos de Cristo, se purifican las almas de los que han muerto en gracia de Dios, pero que aún no han satisfecho plenamente por sus pecados. El Purgatorio no es un estado definitivo sino temporal. Y van allá sólo aquellos que al morir no están plenamente purificados de las impurezas del pecado, ya que en el cielo no puede entrar nada que sea manchado o pecaminoso.
Ahora bien, según los evangélicos no hay Purgatorio porque no figura en la Biblia y Cristo salva a todos, menos a los que se condenan.
Para nosotros, los católicos hay Purgatorio y en cuanto a su duración podemos decir que después que venga Jesús por segunda vez y se ponga fin a la historia de la humanidad, el Purgatorio dejará de existir y sólo habrá Cielo e Infierno.
Por consiguiente, según nuestra fe católica, se pueden ofrecer oraciones, sacrificios y Misas por los muertos, para que sus almas sean purificadas de sus pecados y puedan entrar cuanto antes a la gloria a gozar de la presencia divina. Los evangélicos insisten en que la palabra «Purgatorio» es una pura invención de los católicos y que ni siquiera este nombre se halla en la Biblia. Nosotros argumentamos que tampoco está en la Biblia la palabra «Encarnación» y, sin embargo, todos creemos en ella. Tampoco está la palabra «Trinidad» y todos, católicos y evangélicos, creemos en este misterio. Por tanto, su argumentación no prueba nada.
En definitiva, el porqué de esta diferencia es muy sencillo. Ellos sólo admiten la Biblia, en cambio para nosotros, los católicos, la Biblia no es la única fuente de revelación. Nosotros tenemos la Biblia y la Tradición. Es decir, si una verdad se ha creído en forma sostenida e ininterrumpida desde Jesucristo hasta nuestros días es que es dogma de fe y porque el Pueblo de Dios en su totalidad no puede equivocarse en materia de fe porque el Señor ha comprometido su asistencia. Es el mismo caso de la Asunción de la Virgen a los cielos, que si bien no está en la Biblia, la Tradición cristiana la ha creído y celebrado desde los primeros tiempos, por lo que se convierte en un dogma de fe. Además esto lo ha reafirmado la doctrina del Magisterio durante los dos mil de fe de la Iglesia Católica.
La Tradición de la Iglesia Católica
La Tradición constante de la Iglesia, que se remonta a los primeros años del cristianismo, confirma la fe en el Purgatorio y la conveniencia de orar por nuestros difuntos. San Agustín, por ejemplo, decía: «Una lágrima se evapora, una rosa se marchita, sólo la oración llega hasta Dios». Además, el mismo Jesús dice que «aquel que peca contra el Espíritu Santo, no alcanzará el perdón de su pecado ni en este mundo ni en el otro» (Mt. 12, 32). Eso revela claramente que alguna expiación del pecado tiene que haber después de la muerte y eso es lo que llamamos el Purgatorio. En consecuencia, después de la muerte hay Purgatorio y hay purificación de los pecados veniales.
El Apóstol Pablo dice, además, que en el día del juicio la obra de cada hombre será probada. Esta prueba ocurrirá después de la muerte: «El fuego probará la obra de cada cual. Si su obra resiste al fuego, será premiado, pero si esta obra se convierte en cenizas, él mismo tendrá que pagar. El se salvará pero como quien pasa por el fuego» (1 Cor. 3, 15). La frase: «tendrá que pagar» no se puede referir a la condena del Infierno, ya que de ahí nadie puede salir. Tampoco puede significar el Cielo, ya que allá no hay ningún sufrimiento. Sólo la doctrina y la creencia en el Purgatorio explican y aclaran este pasaje. Pero, además, en la Biblia se demuestra que ya en el Antiguo Testamento, Israel oró por los difuntos. Así lo explica el Libro II de los Macabeos (12, 42-46), donde se dice que Judas Macabeo, después del combate oró por los combatientes muertos en la batalla para que fueran liberados de sus pecados. Dice así: «Y rezaron al Señor para que perdonara totalmente de sus pecados a los compañeros muertos». Y también en 2 Timoteo 1, 1-18, San Pablo dice refiriéndose a Onesíforo: «El Señor le conceda que alcance misericordia en aquel día».
Resumiendo, entonces, digamos que con nuestras oraciones podemos ayudar a los que están en el Purgatorio para que pronto puedan verse libres de sus sufrimiento y ver a Dios.
No obstante, como que en la práctica, cuando muere una persona, no sabemos si se salva o se condena, debemos orar siempre por los difuntos, porque podrían necesitar de nuestra oración. Y si ellos no la necesitan, le servirá a otras personas, ya que en virtud de la Comunión de los Santos existe una comunicación de bienes espirituales entre vivos y difuntos. Esto explica aquella costumbre popular de orar «por el alma más necesitada del Purgatorio».
Las catacumbas
En las catacumbas o cementerios de los primeros cristianos, hay aún esculpidas muchas oraciones primitivas, lo que demuestra que los cristianos de los primeros siglos ya oraban por sus muertos. Del siglo II es esta inscripción: «Oh Señor, que estás sentado a la derecha del Padre, recibe el alma de Nectario, Alejandro y Pompeyo y proporciónales algún alivio». Tertuliano (año 160-222) dice: «Cada día hacemos oblaciones por los difuntos». San Juan Crisóstomo (344-407) dice: «No en vano los Apóstoles introdujeron la conmemoración de los difuntos en la celebración de los sagrados misterios. Sabían ellos que esas almas obtendrían de esta fiesta gran provecho y gran utilidad» (Homilía a Filipo, Nro. 4). Amigos y hermanos míos, creo que les quedará bien claro este punto tan importante de nuestra fe. Quien se profese católico no sólo puede sino que debe orar por sus difuntos .
Y aquí cabe una pregunta: ¿Cómo queremos que nos recuerden nuestros amigos y familiares cuando nos muramos, con o sin oración?
Por lo menos entre los católicos, todos dirán que su deseo es que oren por ellos y que se les recuerde con la Santa Misa, porque aunque un católico muera con todos los sacramentos, siempre puede quedar en su alma alguna mancha de pecado y por eso conviene orar por ellos. Este es el sentir de la Iglesia Católica desde sus comienzos.
En lo que se refiere al Purgatorio hay que agregar que no es como una segunda oportunidad para que la persona establezca una recta relación con Dios. La conversión y el arrepentimiento deben darse en esta vida.
Los católicos, pues, no nos contentamos solamente con cantar alabanzas y glorificar a Dios, sino que elevamos plegarias a Dios y a la Santísima Virgen por nuestros difuntos y con más razón en los días inmediatos a su muerte.
La oración por los difuntos
Los primeros misioneros que evangelizaron América introdujeron la costumbre, que aún perdura en algunos lugares, de reunirse y hacer un velorio que se prolonga por una semana o nueve días. Se reza aún una Novena en la que los familiares se congregan para acompañar a los deudos y ofrecen a Dios oraciones por el difunto. También la Iglesia, desde tiempo inmemorial, introdujo la costumbre de celebrar el día 2 de Noviembre dedicado a los difuntos, día en el que los católicos vamos a los cementerios y, junto con llevar flores, elevamos una oración por nuestros seres queridos.
Los evangélicos, por lo general, sólo alaban a Dios por los favores que Dios le concedió al difunto. Pocas son las sectas que oran por ellos. En materia doctrinal, hay mucha variedad entre una secta y otra, ya que, como interpretan la Biblia según su libre albedrío, cada iglesia y cada persona tienen su propio criterio.
En cambio, entre los católicos sabemos que cualquier texto de la Escritura no debe ser objeto de interpretación personal, sino que la Iglesia, inspirada por el Espíritu Santo, nos revela a través de sus pastores el verdadero sentido de cada texto. Y en este sentido, el Papa es el garante la verdad revelada, es decir, del depósito de la Fe. Así, el Papa nos confirma en que nuestra Fe es la misma de los primeros cristianos, y la misma que perdurará hasta el fin de los tiempos. Digamos, para terminar, que los católicos no sólo podemos orar por los difuntos, sino que éste es un deber cristiano que obliga, especialmente, a los familiares y a los amigos más cercanos.
Orar por los vivos y por los difuntos es una obra de misericordia. De la misma manera que ayudaríamos en vida a sus cuerpos enfermos, así, después de muertos, debemos apiadarnos de ellos rezando por el descanso eterno de sus almas. Ente los católicos la tradición es orar por los difuntos y en lo posible celebrar la Santa Misa por su eterno descanso.
Dice la Liturgia: "dales, Señor, el descanso eterno y brille para ellos la luz eterna"
Y san Agustín dijo:"Una lágrima se evapora, una flor se marchita, sólo la oración llega al trono de Dios".
Cuestionario
¿Cuál es la respuesta protestante al respecto? ¿Cuál es la respuesta católica? ¿Qué acontece después de la muerte del ser humano? ¿Hay Purgatorio? ¿Que sostiene la Tradición de la Iglesia Católica? ¿Qué frases, al respecto, hay escritas en las catacumbas junto a los sepulcros martiriales? ¿Qué día la Iglesia dedica a orar de forma especial por los difunto.